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jueves, 12 de enero de 2023

Un paseo por la calle O'Donnell

     Por amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle O'Donnell, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy, 12 de enero, es el aniversario del nacimiento (12 de enero de 1809) del militar, político y presidente del gobierno Leopoldo O'Donnell, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle O'Donnell, de Sevilla, dando un paseo por ella.
      La calle O'Donnell es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo; y va de confluencia de las calles La Campana, y San Eloy, a la plaza de la Magdalena.
     La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
     También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     El actual trazado de la calle recibió en el pasado varios nombres. Ya en documentos del s. XIII aparece como calle de la Muela (probablemente desde su arranque hasta la actual Itálica), y en el XV como Martín Cerón o Martín Hernández Cerón indistintamente (desde Itálica a la actual Murillo aproximadamente). Ambos topónimos siguen en­contrándose documentalmente a lo largo de los siglos XVI y XVII. El significado del primero no está del todo claro, aunque Santiago Montoto lo atribuye "a una gran piedra de moler trigo que servía de guardacantón en una casa a la entrada de esta vía". Por otra parte, según señala Ortiz de Zúñiga, Martín Hernández Cerón fue un caballero afincado en Sevilla a fines del s. XIV. Ya en el s. XVIII el topónimo Muela (plano de Olavide, 1771) designaba todo el espacio de la calle, desapareciendo Martín Cerón. En 1860 se rotuló O'Donnell, en homenaje al general Leopoldo O'Donnell (1809-1867), héroe de la guerra de África y protagonista de la vida política española a mediados del s. XIX, en que fundó el partido de la Unión Liberal. En 1873 se acordó sustituir el nombre por el de Doce de Febrero (sólo por unos días) y Once de Febrero, para celebrar la proclamación de la Primera República española. En 1875, con la Restauración, recuperó de nuevo el de O'Donnell.
     Está formada por dos tramos bien diferenciados: el primero hasta la confluencia de Pedro Caravaca y Velázquez, donde ofrece una marcada angulación; el segundo hasta el final, discurriendo en forma levemente curvada. La calle se configura, por lo tanto, como un ángulo, con dos lados de muy diferente extensión, más ancho, espacioso y corto el primero; más largo y angosto el segundo. Desembocan en ella, por la derecha, el pasaje Manuel Alonso Vicedo y Olavide, y por la izquierda Pedro Caravaca e Itálica. La amplitud actual del primer tramo contrasta con la estrechez, que antaño tuvo, y es producto de varias operaciones de derribo y alineación a lo largo del tiempo. Ya en 1586 otro Martín Hernández Cerón, propietario de una casa noble situada en las proximidades de Sierpes, acepta derribar una parte de la misma para desahogo de la calle, que a pesar de ser una de las más "pasajera" de la ciudad, ofrecía en este punto notable angostura. Pero fue en los años 80 y 90 del pasado siglo y en los primeros del actual cuando se llevan a cabo los ensanches y alineaciones de la Campana y Velázquez, que alteraron la fisonomía de la primera parte de O'Donnell. El resto de la calle ha variado muy poco, con la excepción de la apertura decimonónica de Itálica y el derribo de la antigua parroquia de la Magdalena.
     Una nutrida documentación municipal da cuenta de los primeros empedrados de la calle, a comienzos del s. XVI, sucesivamente repetidos a lo largo del s. XVII. A media­dos del s. XIX, según noticias de prensa, estaba llena de baches por el continuo trán­sito de carros y en 1916 se pavimenta con adoquín pequeño. Hoy tiene la capa asfáltica habitual en el centro de la ciudad y posee estrechas aceras de cemento. En 1900 se instalaron en ella los primeros focos eléctricos. En la actualidad se ilumina con brazos metálicos de moderno diseño adosado a las fachadas. A pesar del carácter comercial de la calle, conserva todavía un caserío de bue­na factura y cierto porte. Abundan las casas de principios de siglo de tres y cuatro plantas, alternando con algunas construcciones modernas. En el primer tramo destacan varias con fachadas de ladrillo visto y bellos cierros (núms. 2. 6 y 8). Hay que resaltar también la núm. 13, obra neomudéjar del arquitecto López Sáez, en muy mal estado de conservación; la núm. 23 de dos plantas, bella fachada con pilastras y un rico antepecho de balcón de hierro forjado; la núm. 25, de tres plantas y portada con escudo de armas, y la núm. 32, de tipo popular y un interesante balcón. El edilicio esquina a Campana, donde estuvo ubicado el antiguo Café París, fue construido por Aníbal González y posteriormente derribado. Sobre el solar de lo que hoy es el pasaje Manuel Alonso Vicedo estuvo la casa de la familia Concha y Sierra. En otra de sus casas se ubicó la redacción de la revista decimonónica El Folklore Andaluz (actual núm. 20).
     Siempre fue O'Donnell uno de los espa­cios más nobles, activos y  transitados de Sevilla. En 1852 el periódico El Porvenir la describe como la calle "más céntrica, concurrida y decente, como vulgarmente se dice, de esta nobilísima ciudad". Prueba de ello fueron sus edificios y establecimientos. En el s. XVII tuvo en ella su taller el impresor Alonso Rodríguez Gamarra y al parecer vi­vió el imaginero Martínez Montañés. Y en el XVIII se instaló, en la esquina con San Acacio (actual Pedro Caravaca), un teatro regentado por la actriz Ana Sciomeri. En ese mis­mo lugar se construyó en 1834 el llamado Teatro Cómico, después Teatro Principal, que se derribó en 1866, sustituyéndose por el bloque de casas proyectado por Balbino Marrón. En ese mismo edificio estuvo ubicado hasta hace pocos años el cine Palacio Central, hoy cerrado. Hasta 1836 se mantuvo también en la calle el beaterio de monjas de Santo Domingo, dedicado a San José. Y hasta los 40 del mismo siglo las antiguas hospederías de los monjes de la Cartuja, situada a la altura de la actual Itálica. A fines del XIX y principios del XX abundaban también los casinos y centros recreativos, como el Centro Liberal Conservador y sobre todo el Nuevo Casino, popularmente conocido como "La Fiambrera", inaugurado en 1899 en el núm. 2 de la calle. Este establecimiento, centro de la derecha conservadora sevillana, fue incendiado por manifestantes el 10 de agosto de 1932, a raíz del fracasado pronunciamiento militar del general Sanjurjo. También fue muy conocido el ya citado Café París, uno de los más concurridos de la ciudad, y la popular Pescadería de Málaga.
     En la actualidad O'Donnell cumple una función marcadamente comercial, llena de tiendas de todo género (modas, muebles, zapaterías, ópticas, joyerías, bares, grandes almacenes...), algunas con bellas muestras de madera y marquetería en sus fachadas. Varias de las grandes casas tradicionales, con zaguán y patio, han sido adaptadas, como ocurre en otras calles sevillanas, a esos usos comerciales, lo que ha permitido su conservación. Numerosos rótulos lumi­nosos sobresalen de las fachadas y un continuo trajinar de gente presta a este espacio una animación creciente en las horas de comercio, tanto en la zona próxima a la Campana y Sierpes como en los aledaños de la plaza de la Magdalena. La angostura de este segundo tramo de la calle y el intenso tráfico rodado que soporta en dirección al eje Magdalena-plaza Nueva, unidos a la estrechez de sus aceras, la convierten en uno de los espacios más agobiantes para el peatón en el centro histórico. Incluso el primer tramo presenta en esas mismas horas comerciales similares dificultades para el tránsito peatonal, pues canaliza el tráfico rodado en dos direcciones opuestas: hacia la Campana y hacia la plaza de la Magdalena, y se convierte en punto de aparcamiento (afortunadamente recuperados para el ciudadano con la reciente peatonalización de la misma) [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
O'Donnell, 23. Casa de dos plantas, con fachada di­vidida en calles por pilastras cajeadas, que parten de un zócalo corrido. Portada flanqueada por pilastras toscanas superpuestas y jambas decoradas con molduras mixtilíneas. Sobre ésta, balcón con un rico antepecho de hierro forjado. El patio consta de arquerías en sus dos plantas, la inferior con arcos semicirculares que apean sobre columnas tos­canas y cimacios; y la superior con arcos rebajados sobre columnas corintias. En la actualidad la organización de esta casa está alterada por la instalación de locales comerciales.
O'Donnell, 24. Casa de dos plantas recorridas por pilastras avitoladas, al igual que el resto de la fachada. La portada, de mármol rosa, compuesta por medias columnas toscanas y entablamento con frisos de triglifos y metopas, se ha instalado recientemente en la calle Manuel Alonso Vicedo.
O'Donnell, 25 A y B. Casa de tres plantas, con fachada dividida en calles por pilastras. Portada de piedra resaltada, sobre cuyo dintel existe un escudo de armas. En el interior posee un patio con arquerías sobre columnas en las dos plantas; en uno de sus frentes se encuentra la escalera cubierta con bó­veda.
O'Donnell, 32. Casa de dos plantas, de tipo popular. Balcón de interés [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Leopoldo O'Donnell, personaje a quien está dedicada esta vía;
     Leopoldo O’Donnell y Joris, Duque de Tetuán (I), conde de Lucena (I). (Santa Cruz de Tenerife, 12 de enero de 1809 – Biarritz, Francia, 5 de noviembre de 1867). Militar, fundador y jefe de la Unión Liberal, presidente del Consejo de Ministros.
     Descendiente de irlandeses jacobitas desterrados, y vinculados siempre a la carrera de las armas y a la facción realista (fue sobrino del famoso conde de La Bisbal), hijo de un teniente general de los Ejércitos y director general de Artillería, él mismo militó casi adolescente —apenas cumplidos los catorce años— con el grado de subteniente, en el Ejército absolutista (Regimiento de Infantería Imperial Alejandro), que se sumó a la operación desplegada por los Cien Mil Hijos de San Luis, para poner fin al llamado Trienio Liberal. Y a durante la llamada Década Ominosa, y como teniente de granaderos de la Guardia Real, acompañó a Fernando VII, dándole escolta en la expedición a Cataluña de 1828, que puso fin a la revuelta de los malcontents (agraviados), siendo ascendido a capitán. Con este grado le sorprendería la gran crisis nacional de 1833. Entonces, mostrando una decisión política que recuerda mucho la de Luis Fernández de Córdoba, al separarse radicalmente de la línea ideológica seguida por los O’Donnell, ofreció su espada a la Reina para luchar por la libertad frente al carlismo. Como los otros generales políticos del reinado de Isabel II, fue la Guerra Carlista la que le promocionó a los primeros rangos del Ejército, pero con la diferencia, respecto a Espartero y a Narváez, de que era un joven prácticamente sin experiencia militar en 1833, pese a su graduación de capitán, mientras que aquéllos tenían ya a sus espaldas una larga trayectoria al servicio de las armas. Sin embargo, con una hoja de servicios asombrosa, terminaría la guerra, siete años después, como teniente general, con la Cruz Laureada de San Fernando y un título de Castilla, el de conde de Lucena, aunque la concesión efectiva se retrasase algunos años (los de su exilio a partir de 1840).
     Herido dos veces, la segunda —cuando ya había alcanzado el grado de brigadier— en la acción de Unzá, desalojando a las huestes de don Carlos de las alturas de Gabarreta (mayo de 1836), difícil empresa que coronó con éxito, y por la que fue premiado con la Cruz de San Fernando de 3.ª Clase. Reincorporado a la lucha en mayo de 1837, siguió tomando parte en la campaña del norte (Oriamendi, Hernani y toma de Fuenterrabía); la eficaz actuación que le permitió superar la sublevación de Hernani (16 de junio), tuvo como premio su ascenso a mariscal de campo. Defendió brillantemente San Sebastián y su zona (líneas de San Sebastián), venciendo de nuevo a los carlistas en las inmediaciones de Oyarzun, y en 1839 le fue asignado el mando del Ejército del Centro, como capitán general de Aragón, Valencia y Murcia. En esta situación llevó a cabo el brillantísimo hecho de armas que le valió el condado de Lucena, donde se hallaba cercado el general Aznar, y corría riesgo inminente el general Amor, en su intento de socorrerle. La batalla de Lucena, o de las Hileras (17 de julio de 1839), puso de manifiesto una vez más las grandes virtudes militares de O’Donnell: valor a toda prueba, intuición táctica y precisión extraordinaria en los planteamientos. Después de firmado el Convenio de Vergara, colaboró eficazmente con Espartero en las últimas campañas que culminaron en Morella y la subsiguiente expulsión de Cabrera.
     En esta época de brillante juventud, le retrató Galdós —cuyas simpatías por O’Donnell se reflejan siempre en sus Episodios Nacionales— en estos términos: “Era un chicarrón de alta estatura y los cabellos de oro, bigote escaso, azules ojos de mirar sereno y dulce; fisonomía impasible, estatuaria, a prueba de emociones; para todos los casos alegres o adversos, tenía la misma sonrisa tenue, delicada, como de finísima burla o estilo anglosajón”.
     El desenlace del pronunciamiento progresista de 1840 contra la Reina Gobernadora, que tuvo lugar en Valencia, cuya Capitanía General asumía por entonces O’Donnell, le impulsó a ofrecer su espada a doña Cristina, pero ésta decidió evitar una nueva confrontación y prefirió exiliarse tras abdicar la regencia en la persona de Espartero. O’Donnell la acompañó al exilio con un puñado de fieles. Durante tres años fijó su residencia en Francia, donde se convirtió en motor de las conspiraciones contra Espartero, el nuevo Regente, pronto convertido en auténtico dictador que acabaría dividiendo las filas de su propio Partido Progresista.
     Ello favorecería un acuerdo entre progresistas-disidentes de Espartero y moderados, que daría lugar al gran pronunciamiento de octubre de 1843, en el que, junto a generales de filiación progresista —tales como Serrano y Prim—, figuraron moderados como Narváez y como el propio O’Donnell. La ruptura armada, resuelta en dos tiempos —la marcha de Narváez desde Valencia al centro, coronada con su triunfo en la batalla de Torrejón de Ardoz; y la acción de Gutiérrez de la Concha, forzando en Andalucía la marcha de Espartero hacía su exilio en Inglaterra—, permitió el triunfo de los aliados. En cuanto a O’Donnell, verdadero artífice del proceso, no quiso atribuirse los frutos del triunfo, y solicitó simplemente la Capitanía General de Cuba, por entonces amenazada de convertirse en plataforma de un posible “Gobierno en el exilio” de Espartero, dado el hecho de que el Gobierno de Londres respaldaba al duque de la Victoria, de quien había conseguido bases, tanto en Cuba como en la Guinea española, bajo el pretexto de vigilar el recién prohibido tráfico de esclavos: ocasión en la que un tercero en discordia —Estados Unidos— amenazaba con tomar cartas en el asunto, apoderándose de la Gran Antilla si Inglaterra trataba a su vez de ocuparla. La presencia de O’Donnell en la isla conjuró el triple riesgo: el de un “gobierno en el exilio”, el de las ambiciones británicas y el de la peligrosa intervención norteamericana.
     Durante cinco años permaneció O’Donnell al frente de la Capitanía General de Cuba, en cuya administración se condujo con absoluta pulcritud (contra lo que sus enemigos políticos tratarían luego de achacarle, esto es, un supuesto enriquecimiento en aquella administración).
     A su regreso a España, su posición política —ya evidente en anteriores actuaciones— se inclinaba a un centrismo integrador, capaz de coordinar las ideologías —moderada y progresista— bajo el signo de su común liberalismo. La degeneración de la situación moderada —que, monopolizando el poder, había dado lugar, tras el triunfo de Narváez sobre los brotes en España del 48 europeo, a una escandalosa corrupción administrativa y a una creciente restricción de las libertades públicas, bajo los respectivos gobiernos de Sartorius, conde de San Luis, y de Bravo Murillo, daría paso, en 1854, a un nuevo acuerdo (similar al de la Unión Patriótica de 1843), esta vez entre moderados disidentes y progresistas “excluidos”, que capitanearía O’Donnell en el pronunciamiento de Vicálvaro (1854), cuyo beneficiario, no obstante, fue Espartero, llamado por la Reina y regresando en triunfo de su exilio británico tras la derrota moderada.
     En el Gobierno que el duque de la Victoria presidió durante el llamado Bienio Progresista (1854-1856), O’Donnell ocupó la cartera de Guerra. Pero resultó imposible la “cohabitación” entre los dos caudillos, y en 1856 sobrevino la crisis. Fue a partir de este momento cuando, derrocado de nuevo Espartero, O’Donnell consiguió articular su propio partido, la Unión Liberal, bajo la inspiración de Cánovas del Castillo: aunque conviene subrayar que si éste fue el artífice, la inspiración venía de un O’Donnell que, como ya se ha subrayado, había manifestado desde mucho antes su aspiración política integradora. 
     En 1858 el nuevo Partido ocupó por primera vez el poder —tras un paréntesis moderado, de nuevo a cargo de Narváez—, encarnando de hecho la etapa más brillante del reinado de Isabel II. La prosperidad conseguida durante ella, bajo la presidencia de O’Donnell, se basó en la movilización de la riqueza vinculada a los bienes comunales, mediante la desamortización civil, llevada a cabo por Madoz, y la proyección de esa masa capitalista hacia empresas generadoras de renovación y riqueza: así, la construcción, en brevísimo tiempo, de la red ferroviaria. Por lo que se refiere a su acción exterior, O’Donnell sigue el modelo de la política de grandeur francesa, vinculada a empresas de prestigio internacional. En el caso español, la guerra de África (1859-1860), que, si no aportó grandes beneficios territoriales —dada la interposición de Inglaterra—, tuvo la virtud de animar el espíritu de solidaridad nacional; y la expedición a México, tres años después: empresas ambas que, por lo demás, sirvieron de plataforma de lanzamiento al que sería héroe indiscutible de la llamada Revolución Gloriosa, pocos años después, esto es, el general Prim, al que popularizó su arrojo en la guerra de África, y prestigió luego su prudencia en el caso de México —evitando a España caer en la trampa que para los franceses supuso el intento de creación de una Monarquía artificial en el antiguo virreinato, que sirviese de contrapeso a la vocación expansionista de los Estados Unidos—. En cualquier caso, las operaciones militares de 1860 desarrolladas en Marruecos respondieron a la brillante estrategia del general O’Donnell, y en especial, al acertado planteamiento de la batalla de Tetuán, que valdría al conde de Lucena un nuevo título nobiliario, el de duque de Tetuán, con Grandeza de España. De esta campaña, la llamada “guerra romántica”, ha dicho Nelson Durán que “por primera y última vez, desde la invasión francesa hasta nuestros días, el Ejército no luchó contra otros españoles, y paladeó, a su vez, el dulce sabor de la victoria”.
     A O’Donnell hay que atribuir también la preocupación por el cuidado y las mejoras del Ejército, en la misma línea que Narváez; a lo que conviene añadir el insólito desarrollo experimentado durante esta época por la Marina de guerra (un aumento del 300 por ciento en el número de buques, tan sólo en una década, que situó a la española en el sexto lugar entre las flotas europeas, y que inmortalizó este desarrollo con la gesta de Casto Méndez Núñez: la vuelta al mundo de la fragata Numancia). Pero a partir de 1863, ya cerrado el lustro esplendoroso de la Unión Liberal, se iniciaría el declive que había de conducir, cinco años después, a la crisis del sistema... y de la Monarquía. Pese a su vocación efectiva de “partido único”, la Unión Liberal se vio pronto —rebrotado el empuje de los dos Partidos tradicionales, Progresista y Moderado— reducida al papel de un tercer partido. Aunque Leopoldo O’Donnell volvió a gobernar con los unionistas — etapa en que repitió, con peores resultados, la política de prestigio (guerra del Pacífico e incorporación de Santo Domingo)—, ya había perdido su virtualidad integradora, y hubo de enfrentarse con la rebelión progresista, orientada ahora contra el trono — pronunciamiento del Cuartel de San Gil—, sin que ello le valiera la plena confianza de la Reina, proclive ahora a soluciones autoritarias, según el modelo Narváez.
     Para O’Donnell fue una experiencia descorazonadora que, tras haber aplastado la revolución en Madrid, imponiendo, por presiones de la Corte, durísimo castigo a los sublevados contra su propio criterio, se viera compensado con el desaire de la Reina y la llamada de ésta a Narváez. “Esta señora es imposible”, dijo entonces. Y herido en lo más profundo de su ser, decidió su retirada definitiva de la política, pero con una firmísima resolución en la que se plasmaba una vez más su acrisolada lealtad al Trono, pese a sus experiencias: no sumarse a la gran conspiración que ya se estaba incubando y que triunfaría en la Revolución de 1868 bajo el significativo lema: “Derribar los obstáculos tradicionales”.
    Retirado a Biarritz, falleció allí el 5 de noviembre de 1867. Leopoldo había contraído matrimonio por poderes en Barcelona, el 23 de noviembre de 1837, con Manuela Bargés y Petre, de la que no hubo sucesión y que le sobreviviría. Está enterrado en la iglesia madrileña de Las Salesas (Carlos Seco Serrano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle O'Donnell, al detalle:
Edificio O'Donnell, 2
Edificio O'Donnell, 6
Edificio O'Donnell, 8
Edificio O'Donnell, 13
Edificio O'Donnell, 23
Edificio O'Donnell, 24
Edificio O'Donnell, 25
Edificio O'Donnell, 32

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