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martes, 30 de diciembre de 2025

El desaparecido Postigo del Cuco

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el desaparecido Postigo del Cuco, de Sevilla.
      El Postigo del Cuco, se encontraba en la calle Bécquer, en su confluencia con la calle Muro; en el Barrio de San Gil, del Distrito Casco Antiguo, de Sevilla.
     Esta es la historia de la puerta que nunca existió. Una puerta que era sin ser y, sin estar, estaba. Un paso, alegórico, pero un paso, a disposición de quien quisiera atravesarlo. Un descosido en el orden, un roto en la teoría de la relatividad. Un agujero en el mapa donde se confundía dentro con fuera.
     Es posible, muy posible, que nada haya de cierto en todo cuanto se contará en las próximas líneas; que sea una gran mentira. Una mentira piadosa, sin premeditación ni alevosía, pero mentira al fin y al cabo. Porque lo que ahora vamos a practicar ha sido algo muy habitual en quienes a lo largo de los siglos nos han contado la historia de Sevilla: atribuir, imaginar, intuir, sospechar, deducir... inventar. Lo único diferente es que vamos a reconocerlo de antemano. Sin ambages ni subterfugios: esto va a ser un ejercicio conjetural. Porque no cabe otra alternativa cuando se trata de contar la historia de algo o alguien que existió al margen de los documentos oficiales; es decir, que no existió salvo para esos anales apócrifos que van transmitiéndose de boca en boca, tergiversándose conforme pasan de una a otra hasta acabar convertidos en estampas vidriosas encuadernadas entre las tapas de la leyenda. Ahí, en ese difuso territorio, es precisamente donde habita una puerta de la muralla de Sevilla que jamás tuvo ni frontispicio ni ornato de placas conmemorativas en sus muros; que ni siquiera apareció trazada y referida en los pla­nos de la ciudad. Jamás hubo constancia oficial de su existencia. Y no la hay, sencillamente, porque no era una puerta sino un agujero. Sucedía que por ese agujero entraba y salía gente, y eso es precisamente para lo que sirven las puertas. Así que eso es lo que acabó siendo, una puerta. La puerta de atrás de una ciudad en decadencia, la de una casa que se venía abajo y que era cada vez más difícil de guardar. El pueblo la bautizó como la Puerta del Cuco.
     El empeño de reconstruir esta singular historia solo es posible apoyándose sobre la escasa base del puñado de datos que de ella nos ofrece en su candorosa miscelánea sobre Sevilla el inevitable Alfonso Álvarez-Benavides, quien refiere de la Puerta del Cuco que no era tal sino una cortadura o brecha -dicho en lenguaje militar­ irregular y angosta, que se hallaba a unos cuarenta metros del costado izquierdo de la puerta de la Macarena. Es decir, en uno de los primeros tramos de la actual calle Bécquer. Si la distancia que estima Álvarez-Benavides fuera correcta, la puerta del Cuco vendría a estar, más o menos, donde hoy se encuentra la calle Muro, estrecho pasadizo, rayando en callejón, oscuro y solitario, mas, a pesar de todo, con una variada oferta de ocio que hasta hace poco incluía peña sevillista, bar cofrade (sic) y puticlub.
     Tal relataba el antedicho historiador, los vecinos del arrabal extramuros de la Macarena se valían de ese agujero, por el que nada entraba ni salía de forma oficial (es decir, sin pagar alcabala) en la ciudad, para acortar camino cada vez que precisaban dirigirse hacia los barrios de Omnium Sanctorum, San Martín o San Lorenzo. Sin embargo, poco habrían de cortar si la brecha en cues­tión estaba donde él supone, que era casi al lado de una puerta de verdad. Cabría, pues, sospechar su presencia un poco más hacia la calle Feria. Tal vez hacia lo que hoy es Fray Luis Sotelo, la escueta vía que conecta la Resolana con la histórica calle Torres, por la que se entra en la feligresía de Omnium Sanctorum, de la cual forma ya parte. Calle, por cierto, cuyo panorama no es muy distinto al de Muro. Sí es tal vez más frecuentada, lo cual no está muy claro que en este caso sea una ventaja, dado el perfil de los habituales, no exactamente la jet-set. En cambio, resulta bastante más interesante su panorámica arquitectónica, que muestra al fondo un interesante edificio de viviendas de principios del siglo XX, el cual aporta al lugar un cierto toque de enjundia estética. Aparte, la calle tiene en la esquina con Resolana la que posiblemente sea su única casa interesante, tanto por sus trazas como por sus moradores. No muy lejos de allí pudo estar la Puerta del Cuco, pues a pocos metros se abría ya la siguiente, que era la Puerta de la Feria, también llamada de la Basura, que será objeto del siguiente capítulo.
     Mas volvamos a la que aquí nos ocupa, pues aún no hemos desvelado la razón de su nombre. El Cuco es, desde la trágica desaparición de la joven Marta del Castillo, un pájaro de mal agüero en Sevilla cuyo canto ha dado las horas más siniestras de estos años. Sin embargo, hasta entonces, el Cuco había sido para el común de nuestros contemporáneos un pajarillo de madera que asomaba cada cuarto de hora de la casetilla del reloj donde habitaba; reloj que hasta aquí había traído de Suiza algún emigrante. Hubo, sin embargo, un tiempo en que estas aves de canto monótono, malajoso y punto atosigante, vivieron en las ciudades. En Sevilla, concretamente, una colonia de ellas anidó entre las almenas y torres de la muralla que había justo donde estaba el agujero que los vecinos de la Macarena usaban como atajo entre las dimensiones de tiempo y espacio para ir a la calle Feria o la Alameda de Hércules. Cada día, los cucos ofrecían desde sus guaridas amuralladas un concierto coral interpretando su canto de salmodia y funeral. Ese fue el motivo por el que el pueblo soberano acabaría bautizando aquella rendija apócrifa de la muralla, aquel descosido que la erosión de los años había abierto en la piel de la ciudad, como el Postigo del Cuco. Tanta y tan larga debió de ser la monserga que allí dieron los puñeteros pajarracos que a buen seguro tuvo que haber fiesta grande en el vecindario el día que se fue el último de ellos y cesó al fin su emplumada y reiterada melodía. Todo esto, sin embargo, no son más que conjeturas. Un ejercicio de imaginación. Un invento. Ya lo decíamos al principio: es posible, muy posible, casi seguro, que nada haya de cierto en esta historia de una puerta apócrifa que, si de verdad existió, fue por un accidente. La historia jamás la tuvo prevista, ni de ella ha querido acordarse (Juan Miguel Vega, Veintitantas maneras de entrar en Sevilla. El Paseo. Sevilla, 2024). 
        Aunque acabara recibiendo este nombre, no fue exactamente una puerta, sino una de las muchas brechas que, debido al mal estado de la muralla, se fueron abriendo en ella. Según el autor decimonónico Alfonso Álvarez Benavides, ésta se encontraba a unos cuarenta metros de la puerta de la Macarena en dirección al río, lo que viene a coincidir con la actual calle Muro. El nombre de Puerta del Cuco le fue dado por una colonia de estos pájaros que anidó en este sector de la muralla (Exposición Puertas de Sevilla, ayer y hoy. Sevilla, 2014).
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Más sobre el Recinto Amurallado de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la calle Bécquer, en ExplicArte Sevilla.

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