Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Virgen con el Niño", en el Tríptico del Calvario, de Frans Francken I, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 1 de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la octava de la Natividad del Señor y en el día de su Circuncisión. Los Padres del Concilio de Éfeso la aclamaron como Theotokos, porque en ella la Palabra se hizo carne, y acampó entre los hombres de el Hijo de Dios, príncipe de la paz, cuyo nombre está por encima de todo otro nombre [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Virgen con el Niño", en el Tríptico del Calvario, de Frans Francken I, en la sala II del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala II del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Virgen con el Niño", en el Tríptico del Calvario, de Frans Francken I (1542-1616), siendo un óleo sobre tabla en estilo manierista de la escuela flamenca, pintado hacia 1585, con unas medidas de 3'03 x 1'34 m., y procedente del Hospital de las Bubas, de Sevilla, tras la Desamortización, en 1840.
Monumental tríptico en el que en la tabla lateral, en su anverso se encuentra representada la Virgen con el Niño (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Frans Francken I nació en Herenthal en 1542, siendo hijo del pintor Nicolás Francken y a su vez padre y abuelo de una larga dinastía de pintores que prolongó su apellido hasta muy avanzado el siglo XVII. Fue aprendiz de Frans Floris y obtuvo el título de maestro pintor en 1567 en Amberes, ciudad en la que desarrolló toda su actividad y en la que murió en 1616. Sus obras le acreditan como uno de los pintores más importantes en el desarrollo de la pintura flamenca en el último tercio del siglo XVI.
El Museo de Sevilla conserva un magnífico y gran tríptico que procede del Hospital de las Bubas; en él se representa como tema central el Calvario y en las tablas laterales, a la izquierda el Camino del Calvario y el Descendimiento a la derecha. Además en el anverso de estas tablas laterales se encuentran representadas la Virgen con el Niño y San Bernardo respectivamente.
Esta obra es uno de los trípticos del siglo XVI más importantes que se conservan en España. Sin embargo, hasta fechas relativamente recientes su autoría no estaba debidamente fijada, ya que desde 1800, cuando lo hiciera Ceán Bermúdez, venía siendo atribuida a Francisco Frutet. Este artista, que nunca ha existido, fue el resultado de una mala transcripción que debía de figurar en unos documentos consultados por Ceán en el Convento de la Merced de Sevilla. Dichos documentos mencionaban probablemente a Frans Floris como autor de un retablo pictórico allí existente. En efecto dicho retablo, que posteriormente fue adquirido por el museo de Bruselas en 1879 está firmado por Frans Floris, siendo por lo tanto posible que Ceán Bermúdez encontrase escrito "Francisco Frutet" como transcripción de Frans Floris, creando así un pintor inexistente.
Ciertamente hay que pensar que en la Merced ya se conocía, aunque de forma imprecisa, al autor del tríptico porque cuando Ponz en 1876 visitó el convento cita en él, sin mencionarla una obra de "Juan Flores o Frutet". Adviértase como Ponz transcribe Juan de Frans, que el apellido Flores es una castellanización de Floris, ya que da la variante de Frutet que luego consagraría Ceán Bermúdez.
Al mismo tiempo que Ceán Bermúdez creó la falsa personalidad de Frans o Frutet, realizó una serie de atribuciones a nombre de este pintor en un conjunto de obras de escuela flamenca de finales del siglo XVI. Y al encontrar en Sevilla este magnífico tríptico en el Hospital de las Bubas no dudó en atribuírselo también a su Frutet, atribución que ha durado prácticamente hasta nuestros días, en los que el profesor Bruyn en 1962 lo ha restituido a Frans Francken I, al encontrar que el estilo de las figuras del tríptico es totalmente coincidente con las que aparecen en otras obras de este artista, especialmente el Cristo Niño entre los doctores de la catedral de Amberes, firmado por Frans Francken en 1587. También por sus características de estilo señala que este tríptico del Museo de Sevilla puede haber sido ejecutado entre 1581 y 1585.
Devuelta ya esta obra a su verdadero autor, hay que señalar sin embargo el buen ojo de Ceán Bermúdez, ya que aunque no acertó creando la personalidad de Frutet, sí se acercó a intuir la pertenencia de esta obra a la escuela flamenca de finales del siglo XVI. Tampoco hay que olvidar que Frans Francken I fue discípulo de Frans Floris y que por lo tanto posee un estilo que deriva de él, aspecto que disculpa en parte el error de Ceán Bermúdez (Enrique Valdivieso González, Pintura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios;
La primitiva memoria litúrgica de Santa María giraba en torno a su maternidad divina, juntamente con su perpetua virginidad, y en la Iglesia de Roma, antes de la introducción de las cuatro primitivas fiestas marianas orientales (Natividad, Anunciación, Purificación y Asunción), se celebraba el uno de enero, Octava de la Navidad19, a mediados del siglo VI, como Natale sanctae Mariae. Posteriormente pasó a centrarse esta jornada en la Circuncisión del Señor, por influencia galicana, en la segunda mitad del siglo VII, lo que justifica la estación en Sancta Maria ad Martyres (Panteón), referida en el Sacramentario Gregoriano, y el tinte mariano de los textos pese al cambio de conmemoración, rastreable ya en el Gelasiano. No podía ser de otra manera: como reacción ante las grandes herejías cristológicas, que ponían en tela de juicio la maternidad divina, se fue desarrollando, a la par que la teología sobre María, la Virgen Madre, una eucología propia derivada de ella.
En Occidente, con posterioridad, se empezó a celebrar, por lo menos, a partir del siglo XI, una fiesta particular de la maternidad divina y se extendió en los siglos XIII-XIV. El veintiuno de enero de 1751 Benedicto XIV Lambertini la concedió a Portugal, fijándola en el primer domingo de mayo y componiéndole Oficio y Misa. A partir de aquí se extendió a otros lugares, como Nápoles, Perugia, Toscana, Inglaterra… y a institutos religiosos. En 1914 empezó a celebrarse el once de octubre en vez de el segundo domingo de dicho mes. En 1932 fue extendida para toda la Iglesia Latina para esa fecha esta fiesta de la Maternidad de María por Pío XI Ratti, en conmemoración del XV centenario del Concilio de Éfeso (año 431), en que se definió como dogma dicha verdad teológica. En la reforma del calendario de 1969 se reubicó en la Octava de Navidad, rescatando esa fiesta mariana de la primitiva liturgia romana. No podemos olvidar, como nos recuerda el Papa Pablo VI Montini en su Marialis Cultus nº 5, que “el tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica de aquélla cuya virginidad intacta dio a este mundo un Salvador […]” (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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