Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de la Inmaculada, o del Niño Jesús, de la Iglesia del Sagrario, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 3 de enero, El Santísimo Nombre de Jesús, a cuyo solo nombre toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en el abismo, para gloria de la Divina Majestad [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de la Inmaculada, o del Niño Jesús, de la Iglesia del Sagrario, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Iglesia del Sagrario, que pertenece a la Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Iglesia del Sagrario, de la Catedral de Santa María de la Sede [nº 154 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede], que ocupa dos naves de ocho tramos de las galerías de Poniente del patio de la aljama, concretamente la que se llamó "claustra de los Caballeros", "nave de la Granada" y las capillas que abrían a ella, podemos contemplar la Capilla del Niño Jesús [nº 157 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Antiguamente estaba dedicada a las Ánimas Benditas del Purgatorio y en ella se alojaba la imagen de la Virgen del Voto, que era una Concepción en 1845 (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
En el Muro de la Epístola, se encuentra la Capilla de la Inmaculada, presidida actualmente, bajo un templete de plata, por el Niño Jesús de la Hermandad Sacramental, excelente talla de Juan Martínez Montañés del año 1606 con policromía de Gaspar de Ragis, una imagen que creó un modelo iconográfico repetido por todo el país y por toda Iberoamérica. Sus manos fueron retocadas en 1629 por Pablo Legot para adaptarle un cáliz que sustituía a la primitiva cruz. Es propiedad de la hermandad sacramental del Sagrario, considerada la más antigua de la ciudad, y probablemente fundada en el siglo XVI por doña Teresa Enríquez, conocida como la "loca del Santísimo Sacramento". La hermandad organiza la procesión anual del Corpus y mantiene también la anual procesión de enfermos e impedidos de la feligresía.
Las estructuras compositivas y la articulación espacial del Sagrario apenas cuentan con la integración de las capillas laterales en el efecto de conjunto. Relegadas a los espacios compartimentados por los grandes pilares compuestos de sustentación, se mantuvo a toda costa la jerarquía espacial dominante de la nave única. La indudable grandeza del Sagrario deriva de las nobles proporciones de sus dos cuerpos, de la espaciosa cúpula del crucero y de la elegante curvatura de arcos y bóvedas. El cuerpo de las capillas laterales es fundamentalmente el sustento de los muros que cargan, sin conexiones visuales que alivien la acusada oclusión de aquéllas. A subrayar esta impresión, además, contribuye el uniforme trazado de las rejas, cuya compacta malla lineal anula cualquier sugestión de ensanche lateral. Los espacios interiores asignados a los laterales son muy bajos y en los arcos del cubrimiento aparecen decorados con tramas geo métricas de monótona regularidad, claramente afines al restante sistema ornamental del cuerpo bajo. Al ser tan reducidos los espacios, y al carecer de iluminación natural directa, difícilmente pudieron acoger las capillas ensambladuras elevadas o desarrollar vistosos procedimientos orna mentales (yeserías o pinturas) acordes con el pleno barroco. Así pues, los tipos de retablos de casi todas las capillas se repiten; casi siempre son arcosolios poco profundos en los cuales se insertan hornacinas centrales flanqueadas por soportes. La mayor parte de éstos son columnas salomónicas y estípites; sólo en una de las capillas se construyó un buen retablo neoclásico de mármoles. Como es habitual, la evolución de las necesidades devocionales motivaron las con sabidas transformaciones de las ensambladuras, de manera que prácticamente todos los retablos del Sagrario fueron transformados —preferentemente en su calle central— para enriquecer anteriores hornacinas o para tratar de forzar el escaso espacio disponible y habilitar nuevos huecos en los cuales alojar imágenes. Por ello el trasiego de éstas ha sido frecuente; recientemente hemos presenciado cómo en el retablo de la capilla de las Santas Justa y Rufina se trasladó a las titulares al crucero para acomodar en su altar a un Sagrado Corazón de Jesús anteriormente en la vecina catedral. Señalemos, por último, que razones históricas y del singular prestigio de que gozó dentro de la categoría de las Hermandades sacramentales, hizo que la radicada en el Sagra rio poseyera un gran patrimonio artístico, al cual aludiremos en este epígrafe y al que también se hará una somera referencia al tratar de las pinturas conservadas en la Sacristía.
La capilla siguiente es la perteneciente a la Hermandad Sacramental. En algún tiempo estuvo dedicada a la Inmaculada Concepción y a ello se refiere sin duda la imagen de dicha advocación que figura en el medio punto de la reja. Una obra escultórica singular destaca sobre manera en este espacio y puede considerarse como joya de la escultura universal representativa de la infancia de Cristo. Se trata de famoso Niño Jesús que talló Martínez Montañés para la cofradía sacramental en 1606. Ningún elogio puede agotar los méritos de esta obra maestra del arte religioso, de concepción y ejecución impecables. Montañés abordó directamente el insoluble dilema de asociar la atractiva humanidad infantil de Cristo en términos formales asequibles, devotos, pero al propio tiempo impregnados de una divinidad sugerida por la gracia luminosa, risueña, de un cuerpo ciertamente infantil —concebido como desnudo clásico de signo heroico— pero ungido de una pureza y perfección sublimes. El Niño montañesino fue acogido tan entusiásticamente en el mundo católico español y americano, que son innumerables las copias, réplicas y encargos que el propio Montañés, y después los escultores de su tiempo, tuvieron que realizar para satisfacer la masiva demanda de este tipo de obra magistral.
Algunos cuadros del rico patrimonio de la hermandad se guardan en la actualidad en la capilla. Son de gran interés las dos alegorías eucarísticas: el Cordero místico sobre el Libro de los Siete sellos con una filacteria y la inscripción «tam quam occisum», y el león tendido alrededor del cual revolotean abejas, con la inscripción: «De forti dulcedo». El sentido de estas imágenes conecta con el riquísimo discurso teológico y simbólico habitual en las grandes fiestas religiosas sevillanas. En concreto, la citada imagen de león reproduce un jeroglífico grabado por Lucas Valdés (1672) publicado en el famoso libro de las fiestas por la canonización de San Fernando, en el cual se asociaba la dulce comida surgida de la fortaleza y sacrificio de Cristo, la cual a través del Sacramento da vida. Precisamente en relación con San Fernando, se conserva en la capilla un lienzo de la Virgen de los Reyes en su altar-baldaquino de la Catedral venerada por San Fernando. Era uno de tantos cuadros devotos, que en altares y capillas, junto a la cruz, respondían a las manifestaciones externas de piedad tan abundantes en las calles sevillanas. El cuadro referido, según inscripción parietal conservada, estuvo en un retablo de la calle de Tundidores (entre la Plaza de San Francisco y Hernando Colón) y fue trasladado al Sagrario por la diligencia de un devoto (Emilio Gómez Piñol y María Isabel Gómez González. El Sagrario de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla. Cuadernos de restauración de Iberdrola VIII. Madrid, 2004).
Concertado por Juan Martínez Montañés en 1606 se firmó el finiquito el siguiente año. Lo policromó el pintor Gaspar Ragis, artista nativo de Alcalá la Real como el escultor. En 1629 el pintor y escultor Pablo Legot restauró sus brazos e hizo sus manos de plomo, encarnándolas a pulimento, que son las que posee la figura (Mide 0'80 cms. En la restauración efectuada por el Sr. Rodríguez Rivero, en 1981, se comprobó que sus manos son de plomo, ejecutadas en 1629 por el artista Pablo Legot).
Montañés dio en esta imagen la versión definitiva de Jesús Niño, según la mentalidad postridentina, y posee carácter deífico por la intensa vida interior con que supo dotarlo, asociado a un leve realismo que no distrae de lo principal.
Es la época de las grandes realizaciones clasicistas del "Dios de la Madera" y de sus preocupaciones místico-ascéticas, en las que aspira y consigue dotar a sus figuras de aguda unción sagrada, que sobresale en la morfología, convertida en puro soporte de la idea.
Es perfecta de dibujo, modelado, composición, talla y anatomía, valores subrayados por su excelente encarnación. La cabellera leonina que enmarca el cráneo, es un recurso expresivo, que acentúa la serenidad de su rostro. Con sus brazos abiertos, parece atraer todas las cosas a Si. Bello el cojín, de finísima decoración trabajado en madera, como la imagen (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1991).
La obra representa a Jesús niño, desnudo y erguido con los pies sobre un cojín y las manos alzadas. Sin embargo, la morfología de las manos que actualmente conocemos de la imagen no es la primitiva concebida por Martínez Montañés. En 1629, por encargo de la cofradía, el pintor Pablo Legot (1598-1671) realizó unas nuevas manos a la escultura, probablemente de plomo. La policromía de la misma la realizó el pintor Gaspar de Ragis. Muestra una composición de carácter clásico, destacando el recurso del contraposto que le aporta gran elegancia a lo que hay que añadir la cuidada y correcta anatomía. Por otro lado la cabeza y el rostro de aspecto aniñado reflejan los grafismos propios de Martínez Montañés.
Según contrato, el genial escultor alcalaíno había de tallar una imagen "de una vara poco más o menos... de madera de cedro de la Habana... con una cruz del tamaño que conviene al Niño, de ébano, redonda... labrada con toda la corteza a imitación de corteza rústica". Se estipuló en cuatro meses el plazo de ejecución por lo que el 2 de enero de 1607 se canceló dicha escritura al estar entregada la imagen al mayordomo de la cofradía y pagada el escultor.
La obra ha tenido diversas restauraciones a lo largo de su historia material, estando documentadas algunas de ellas ya en el siglo XVII, constan también otras en el XVIII y en el XIX. Todas estuvieron encaminadas a reparar la policromía de la imagen. La última restauración conocida se efectuó en los años ochenta del siglo XX.
En el año 2010, el Centro de Intervención del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico realizó un informe de Diagnóstico y Propuesta de Intervención de la obra. Se llevaron a cabo los estudios previos para conocer la materialidad de la obra, su estado de conservación así como su historia material.
El conjunto en general no se encontraba en buen estado. Para solucionarlo, la intervención propuesta actuó desde dos perspectivas diferentes, un tratamiento de índole conservativo con objeto de eliminar los daños que presentaba y un tratamiento curativo centrado en el soporte y la policromía con el objeto de neutralizar patologías y aplicar los tratamientos de restauración que ha requerido de cara a su presentación estética (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
No insistiremos con las representaciones del Niño Jesús, sentado de frente sobre las rodillas de la Virgen en Majestad o acurrucado en los brazos de la Virgen de ternura, que más bien, realzan la iconografía de Nuestra Señora.
Entre los treinta y cinco tipos iconográficos enumerados por Dorothy C. Shorr, debe recordarse sobre todo al Niño bendecidor, que acaricia la mejilla o el mentón de su madre, mamando o chupándose los dedos.
El Niño del pájaro es muy frecuente en la escultura de la Edad Media. El pájaro le sirve de juguete vivo que a veces se venga picándole el brazo o el pulgar.
Si el pájaro perdió pronto todo significado simbólico, no ocurrió lo mismo con el racimo de uvas, otro atributo habitual del Niño Jesús que no es específico de los países vitícolas. Siempre se ha asociado la idea del sacrificio con las uvas, que aplastadas en el lagar, dejan escapar un mosto rojo como la sangre.
El tipo del Niño Jesús llevando el globo se popularizó en el siglo XVII. Fue en esta época cuando una joven carmelita de Beaune, la hermana Margarita del Santo Sacramento, creó la Asociación del Niño Jesús. Con frecuencia, el Niño Dios aplasta la serpiente con los pies. Ese tipo iconográfico ha sido popularizado en Italia por Guido Reni, en España por Murillo y en Flandes por Van Dyck.
El arte cristiano se delectó proyectando sobre la infancia inocente de Jesús la sombra de la cruz. El contraste entre la feliz despreocupación de un niño y el horror del sacrificio al cual estaba predestinado, fue concebido para conmover los corazones. Esta idea ya era familiar a los teólogos de la Edad Media. Pero los artistas de entonces la expresaban discretamente, ya mediante la expresión preocupada de la Virgen, ya mediante un racimo de uvas que el Niño estruja en las manos y que es el símbolo de su sacrificio en la cruz.
Ut torcular uvam.
Sic natum, o Virgo, crux onerosa premet.
Es sobre todo en el arte de la Contrarreforma donde ese presentimiento fúnebre de la Pasión se expresa por medio de alusiones transparentes. Zurbarán muestra al Niño Jesús que se pincha el dedo trenzando una corona de espinas, Murillo al pequeño San Juan Bautista que le muestra su cruz de cañas. Finalmente, esta idea encuentra su expresión más conmovedora en el tema del Niño Jesús dormido sobre una cruz y soñando su Pasión.
El Niño no está siempre asociado con su madre, los santos lo disputan con la Virgen. A finales de la Edad Media se lo representa de buena gana de pie sobre el hombro del gigante San Cristóbal que le hace pasar el vado. San Antonio de Padua consigue el favor de tenerlo en brazos, como el anciano Sirneón. Y él entrega el anillo de bodas a su esposa mística, Santa Catalina (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
El nombre de Jesús -dice Baur- es un nombre inventado en el Cielo y traído de allí por el Ángel Gabriel, para comunicárselo a la Virgen en el instante de la Anunciación: Darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Ahora bien, los nombres impuestos por el Cielo siempre significan un don gratuito otorgado por Dios. Siendo en Cristo este don de la gracia. La salvación de los hombres, con toda propiedad se le impuso el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador." (Santo Tomás de Aquino).
Y, ciertamente, "ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos salvarnos" (Epist.). La devoción al nombre de Jesús es una preciosa herencia que recibimos de Nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán. El Beato Jordán de Sajonia, el Beato Enrique Susón, Santa Catalina de Siena y el Beato Juan de Vicenza, fueron apasionados devotos de este Santo Nombre.
La Iglesia, pero especialmente algunos de los primeros Padres que crearon su doctrina, insistió en la veneración al "dulcísimo" o "sacrosanto" nombre de Jesús. De hecho, aunque el día 1 de enero se celebraba ya esa fiesta, La Iglesia ha dispuesto se celebre esta fiesta al día siguiente de la octava de la Epifanía, a fin de honrar por modo especial el nombre de Jesús, que es:
Nombre verdaderamente divino, que sólo Dios pudo imponer al Salvador del mundo. Nombre venerable, que hace doblar la rodilla a todas las grandezas de la tierra. Nombre sacrosanto, que pone en fuga a los espíritus diabólicos. Nombre omnipotente, en cuya virtud se han obrado los mayores milagros. Nombre salutífero, de quien reciben en cierto modo toda su eficacia los Sacramentos de la Nueva Ley. Nombre propicio, pues todo lo puede con Dios, y por respeto al nombre Jesús oye benigno nuestras oraciones. Nombre glorioso, extendido por el celo de los apóstoles a todos los gentiles y a todos !os reyes de la tierra. Nombre augusto, por cuya confesión los santos mártires se gloriaron en sufrir cruelísimos tormentos. Nombre, en fin, incomparable, pues no hay otro debajo, del Cielo en cuya virtud podamos ser salvos. Alabémosle, pues, y bendigámosle en todo tiempo.
San Bernardo, San Juan Crisóstomo, San Gregorio Niceno, Orígenes o San Agustín son algunos de los escritores sagrados que insisten en la importancia del nombre: "Quid est Jesus, nisi Salvator?", dice San Agustín, y San Bernardo lo llama "óleo saludable" que sana cuando la devoción lo aplica, denominándolo también alimento, fuente, medicina y luz, según recuerda Santiago de Vorágine en su Leyenda Dorada.
Gregorio X, en 1274, confió a la Orden de Predicadores, en la persona del Maestro General, Beato Juan de Vercelli, "la predicación de la devoción que derrama dulzura sobre los corazones." Se erigieron Cofradías en las iglesias de la Orden, y tan florecientes, que alguna de las actuales, como en los EE. UU. pasa de tres millones y medio el numero de hombres asociados. El fin de la Cofradía es propagar la devoción y culto del Nombre de Jesús contra la blasfemia y profanación de los días festivos (Tomado del Misal de la Orden de Predicadores, editado en Valencia en 1958).
BREVE CRONOLOGÍA DE LA HISTORIA DE LA DEVOCIÓN AL DULCE NOMBRE DE JESÚS
Durante el Concilio de Lyon, año 1274, el Papa Gregorio X dictó una Bula encaminada a desagraviar los insultos que se manifestaban contra el Nombre de Jesús. Las órdenes de los Dominicos y los Franciscanos fueron las encargadas de custodiar y extender dicha devoción por toda Europa. Así, Gregorio X escribió una carta a Juan de Vercelli, el entonces Superior General de los Dominicos, donde declaraba, "Nos, hemos prescrito a los fieles… reverenciar de una manera particular ese Nombre que está por encima de todos los nombres…".
Este acto resultó en la fundación de la Sociedad del Santo Nombre. Se decía que el Nombre de Jesús estaba en la boca de San Francisco "como la miel en el panal" y San Francisco mismo escribió, "ningún hombre es digno de decir Tu Nombre". Luego, San Bernardo escribió sermones enteros sobre el Nombre de Jesús y dijo: "Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, un canto de delicia en el corazón". San Buenaventura exclama, "Oh, alma, si escribes, lees, enseñas, o haces cualquier otra cosa, que nada tenga sabor alguno para ti, que nada te agrade excepto el Nombre de Jesús".
Con el nombre “Sociedad del Santo Nombre de Dios” es fundada en 1430, por Fray Diego de Vitoria en el Convento de San Pablo de la ciudad de Burgos la primera Cofradía del Dulce Nombre de Jesús de España mediante la Bula "Salvatoris et Nómini Nostri Iesu Christi".
INDULGENCIA PLENARIA AL PRONUNCIAR EL DULCE NOMBRE DE JESÚS
Es Tradición Católica que en la hora de la muerte, pronunciar con los labios o el corazón el Dulcísimo Nombre de Nuestro Salvador, nos puede alcanzar la muy necesaria Indulgencia Plenaria; para ello, debemos cumplir las siguientes disposiciones:
- Primero, las mismas condiciones requeridas para ganar cualquier indulgencia: es decir, la persona debe estar en estado de gracia cuando se gane la indulgencia y debe tener la intención de ganar la indulgencia.
- Segundo, debe resignarse completamente a la voluntad de Dios al estar muriendo.
- Tercero, debe pronunciar el Santo Nombre de Jesús con sus labios, si es posible, y si no fuere capaz de hablar, al menos debe invocar el Santo Nombre de Jesús en su corazón.
Subráyese especialmente esta última condición de pronunciar el Santísimo Nombre de Jesús. La Congregación de Indulgencias la pidió el 22 de septiembre de 1892 para ganar la indulgencia plenaria in articulo mortis. Es algo que fácilmente se pasa por alto, y por ello, le damos especial atención (www.catholic.net).
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