Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el banco de la provincia de Ciudad Real, en la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 16 de enero, se conmemora la publicación de la primera edición del Quijote (16 enero de 1605), siendo una escena extraída de este libro el tema del panel central del banco de la provincia manchega, así que es hoy el mejor día para Explicarte el banco de la provincia de Ciudad Real, en la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La Plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
La estructura de cada banco provincial consiste en un panel frontal representando un acontecimiento histórico representativo de la provincia en cuestión, incluyendo por lo general escenas con los monumentos más representativos de la ciudad o provincia. Flanquean el conjunto anaqueles de cerámica vidriada, destinados originalmente a contener publicaciones y folletos de la provincia en cuestión. Rematando el banco aparece un medallón cerámico en relieve con su escudo. En el suelo se reproduce en azulejos el plano de la provincia y sus localidades más destacadas. Entre los arcos figuran los bustos en relieve de los personajes más importantes de la historia de España. La ejecución- de la mayoría de los mismos corrió a cargo del escultor ceramista Pedro Navia Campos.
La Exposición Iberoamericana tuvo sus motivaciones políticas y propagandísticas, y éstas influyeron en algunos detalles. Respecto a las escenas históricas representadas en los bancos de las provincias, algunos de ellos fueron retirados precipitadamente en los meses previos a su inauguración por sus incorrecciones históricas o su inconveniencia política, ya que se consideró que no sintonizaban con la idea de unidad y paz que pretendía proyectar el recinto monumental.
En el banco de la provincia de Ciudad Real, situado entre los de las provincias de Castellón y Córdoba, y entre las Puertas de Aragón y la de Castilla (Capitanía General), la escena representada en su panel central es un pasaje del capítulo VIII del Quijote, con la leyenda extraída de la obra cervantina "Que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla", del inmortal libro de Miguel de Cervantes, publicado en su primera edición el 16 de enero de 1605, flanqueado por sendos monumentos manchegos, la Puerta de Toledo y la Puerta del Carmen, siendo el motivo central original de 1926 corresponde a la firma de la fábrica de José Laffitte Romero, a cargo de los pintores Enrique Mármol Rodrigo y Manuel Cañas Martínez, cuya firma conjunta con el monograma EM o MC superpuestos permite una doble lectura. En 2006 es restaurado por la Escuela Taller Plaza de España.
Los azulejos retirados fueron restaurados por dicha Escuela y depositados en los almacenes del Patrimonio del Estado ubicado en los bajos del edificio de la Plaza de España, y en los extremos unos anaqueles, también cerámicos, donde se colocaron originalmente folletos de cada localidad. En la zona inferior encontramos otro panel cerámico con el mapa de la provincia y tres bancos en forma de "U" decorados con dibujos vegetales derivados de los típicos candelieri con angelotes, y cartelas con los nombres de algunas de las poblaciones más importantes de la provincia manchega como son Almodóvar del Campo, Daimiel, Manzanares, y Piedrabuena.
Sobre el balcón, encontramos una balaustrada centrada por el escudo, en forma de tondo, de la provincia, decorado con una especie de corona de laurel. En el arco que está sobre él, aparecen en sus enjutas los relieves con los bustos de Francisco (Gonzalo) Jiménez de Cisneros, Cisneros (1436 – 1517), franciscano (OFM), cardenal-arzobispo de Toledo, inquisidor general, mecenas y político regente; y Carlos I de España y V de Alemania, Carlos V (1500 – 1558), Rey de España, Emperador del Sacro Imperio (www.retabloceramico.org).
Conozcamos mejor el libro en el que se basa la escena representada en el panel principal del banco de la provincia de Ciudad Real, el Quijote de Miguel de Cervantes, publicado en su primera edición el 16 de enero de 1605.
La primera edición de El Quijote de Cervantes no fue tan glamourosa como quizá imaginéis. Hecha con prisas, tenía erratas, una tipografía mediocre y una calidad general baja. Más de cuatro siglos después, el valor de esta rareza se estima en unos 200.000 euros.
Se podría decir que Juan de la Cuesta tuvo la suerte de encontrarse en el lugar justo en el momento oportuno. Sus primeros registros lo sitúan en Valladolid en 1567, aunque no consta que ejerciera de impresor hasta alrededor de 1590, en Segovia. Allí imprimió dos obras religiosas de Juan de Horozco y Covarruvias al tiempo que ejercía, con toda probabilidad, alguna otra profesión.
En 1599, Juan de la Cuesta sería empleado en la imprenta de Madrigal, de la que se quedaría al cargo cinco años más tarde. De la Cuesta continuaría empleando el escudo de Madrigal: un halcón y un león dormido con el lema Post tenebras spero lucem. Dicho local estaba situado en la calle de Atocha (nº 87), donde hoy se localiza la Sociedad Cervantina que exhibe, entre otras cosas, una réplica exacta de la legendaria imprenta de tipos móviles.
El destino quiso que, nada más tomar el control de su imprenta, se le presentara a Juan de la Cuesta el encargo que grabaría su nombre en la Historia: imprimir El Quijote. Se cree que la urgencia por evitar la piratería de la novela, así como la presión por el dinero invertido, provocaron una producción algo precipitada de entre 1.500 y 1.700 ejemplares, que serían publicados en enero de 1605.
El gran número de erratas de esta primera edición no fue obstáculo para que cosechara un gran éxito, lo que hizo que se lanzara ese mismo año una segunda edición de 1.800 ejemplares, además de otras dos en Portugal. Tras tan prestigioso encargo, la imprenta de Juan de la Cuesta tuvo el privilegio de dar a luz a las siguientes novelas de Cervantes y muchas de las obras de Lope de Vega, entre otros autores del llamado Siglo de Oro español.
De la Cuesta desarrolló su actividad hasta 1625 y, al igual que su nacimiento, se desconoce la fecha en que murió este humilde pero histórico impresor.
La Biblioteca Nacional de España dispone de uno de los pocos ejemplares de El Quijote original que se conservan en perfecto estado, encuadernado en 1957 por el prestigioso Emilio Brugalla Turmo. Lo mejor de todo es que cualquiera puede acceder a él y hojearlo cuanto quiera, puesto que está íntegramente digitalizado. ¡Que lo disfrutéis! (www.iberlibro.com)
Exponemos aquí parte del capítulo VIII que hace referencia a la escena representada en el panel central del banco de la provincia manchega:
Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras6: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.
—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba17. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le dijo:
—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre «Machuca», y así él como sus descendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y Machuca». Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
—A la mano de Dios —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
—Así es la verdad —respondió don Quijote—, y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
—Si eso es así, no tengo yo que replicar —respondió Sancho—; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse. (Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. 1605).
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