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martes, 13 de abril de 2021

La Iglesia del ex-Colegio de San Hermenegildo

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia del ex-Colegio de San Hermenegildo, de Sevilla.
      Hoy, 13 de abril, Memoria, en Tarragona, ciudad de Hispania, San Hermenegildo, mártir, que, siendo hijo de Leovigildo, rey arriano de los visigodos, se convirtió a la fe católica por medio de San Leandro, obispo de Sevilla. Recluido en la cárcel por disposición del rey, al haberse negado a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, el día de la fiesta de Pascua fue degollado por mandato de su propio (586)  [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia del ex-Colegio de San Hermenegildo, de Sevilla.
     La Iglesia del ex-Colegio de San Hermenegildo se encuentra en la plaza de la Concordia, 5 (aunque tiene portadas laterales, tanto a la propia plaza de la Concordia como a la calle Jesús del Gran Poder); en el Barrio de la Encarnación-Regina, del Distrito Casco Antiguo.
     Tras la fundación de su casa profesa (actual iglesia de la Anunciación), la Compañía de Jesús acometía en 1580 su segunda sede en la ciudad con la creación del colegio de San Hermenegildo. Un centro de enseñanza que nacía de un acuerdo con el Ayuntamiento, que hizo una aportación económica para ampliar los sectores sociales que podían ser atendidos en la institución. El cabildo contribuiría con 5.000 ducados, estableciendo los jesuitas como condición de acceso que los colegiales debían saber leer y escribir. La iglesia, hoy desacralizada y único recinto conservado del antiguo colegio, fue realizada entre 1616-20 según el proyecto del arquitecto Juan Bautista Villalpando, que se sometió a la revisión del jesuita Pedro Sánchez. De su concepción arquitectónica destaca el empleo de la planta elíptica, con precedente lejano en la plaza del Capitolio de Roma y, más cercano, en la sala capitular de la catedral de Sevilla.
      Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, el edificio tuvo diferentes usos. Su patrimonio se dispensó entre diversas iglesias. Como curiosidad, los bienes de la congregación de la Anunciación, allí radicada hasta entonces, fueron a parar a la iglesia de San Esteban. Entre ellos figuraba un Ecce Hoomo de barro que podría ser el actual Cristo del Buen Viaje. Tras la expulsión de los jesuitas, el edificio acogió a la institución de los Niños Toribios, una especie de hospicio para niños de la calle con rígidas normas de funcionamiento. También funcionó como cárcel religiosa, como sede de una de las Escuelas de Cristo sevillanas, como reñidero de gallos y como acuartelamiento de tropas de artillería. En esta variada sucesión de usos destaca su acogida del Parlamento de la nación durante casi dos meses del año 1823, desde el día 23 de abril hasta el 11 de junio. El motivo estuvo en el traslado del gobierno liberal de la nación, hostigado por la entrada de las tropas absolutistas francesas (los Cien Mil Hijos de San Luis), siendo elegido el edificio por su parecido con el oratorio de San Felipe Neri de Cádiz, que en 1812 acogió el nacimiento de la primera constitución española. La llegada de los absolutistas provocó numerosos actos vandálicos y desórdenes, y la iglesia fue saqueada e incendiada en parte. Nuevas restauraciones y nuevos usos se sucedieron hasta que el día 3 de diciembre de 1985 se celebró allí una sesión del Parlamento andaluz, convirtiéndose en sede de la institución hasta 1992. Sala de exposiciones, de teatro e incluso sede provisional de la hermandad de Pasión, fueron algunos de sus usos posteriores. 
     Un edificio de líneas rectas hacia el exterior, con portadas muy reformadas de aire manierista de comienzos del siglo XVII, con frontones curvos y escasa decoración en sus vacías hornacinas. Su elíptico interior se dispone en dos cuerpos con arcos apoyados en pilastras pareadas, con hornacinas hoy vacías que antes tuvieron imágenes de los apóstoles y de los padres de la iglesia. Lo más interesante es el programa iconográfico de las yeserías de la cúpula, diseñado por los jesuitas Juan de Pineda y Jacobo Granados, correspondiendo su diseño artístico a Francisco de Herrera el Viejo. De la imagen central del Niño Jesús parten radialmente doce nervios con temas vegetales, cabezas de ángeles y hornacinas con diversos santos y santas. Entre los citados nervios radiales se sitúan unos espacios triangulares que se redecoran con atributos marianos y cartelas alusivas a la Virgen María, ya que todo el sentido iconográfico de la obra se orienta a una exaltación de la Inmaculada, advocación típicamente jesuita frente a las dudas planteadas en la época por algunos teólogos dominicos.
     Todavía se conserva en el eje central de los muros el marco que acogía al lienzo de Herrera el Viejo representando la Apoteosis de San Hermenegildo, hoy en el Museo de Bellas Artes, un cuadro de grandes proporciones que ensalzaba al santo visigodo, al que situaba entre San Isidoro y San Leandro, éstos a su vez acompañados por Leovigildo y Recaredo, en una composición que simbolizaba el afianzamiento del catolicismo.
      Aunque no llegó a prosperar ningún intento, la iglesia fue el objetivo de hermandades como el Gran Poder, los Javieres o Pasión, llegando incluso a proyectarse un altar con un baldaquino de plata por el orfebre Cayetano González para acoger a Nuestro Padre Jesús de la Pasión (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010). 
     Del antiguo colegio de San Hermenegildo, fundado por la Compañía de Jesús en 1580, sólo se conserva en la actualidad su iglesia. La construcción del mencionado colegio, iniciada con planos de Juan Bautista Villalpando, sufrió una serie de transformaciones con el paso de los años. La más importante tuvo lugar en 1614, año en que el hermano Pedro Sánchez diseñó nuevamente la iglesia. El citado jesuita estuvo al frente de la edificación, iniciada en 1616, hasta los meses finales de 1619, un año antes de que todas las obras relativas al templo estuviesen terminadas. La iglesia, carente de culto desde hace muchos años, presenta una planta elíptica inscrita en un rectángulo y se cubre con una cúpula ovalada. El alzado interior ofrece dos plantas con arcos apoyados en pilastras pareadas, entre las cuales se disponen hornacinas, que en tiempos albergaron esculturas de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Tan interesante disposición arquitectónica, de origen manierista y  con  claras  reminiscencias  de  la Sala Capitular de la Catedral sevillana, fue dotada de una cuidada decoración de yeserías. El centro de la cúpula está ocupado por una cartela elíptica con la imagen del Niño Jesús, de la que parten doce nervios radiales compuestos con temas vegetales, cabezas de ángeles y hornacinas con figuras de santos y santas. Los espacios triangulares, situados entre los nervios y finalizados en los lunetos que cobijan las ventanas, se decoran con cabezas de ángeles, atributos marianos y cartelas con alabanzas a la Virgen. El sentido de tan elegantes estucos no es simplemente decorativo ya que expresan un complejo programa iconográfico destinado a ensalzar la Concepción Inmaculada de María. Organizadores del mencionado programa se consideran los hermanos jesuitas Juan de Pineda y Jacobo Granado, acérrimos defensores de tan particular devoción sevillana. Por lo que respecta al diseño de las yeserías parece seguro que se deben a Francisco de Herrera el Viejo, que debió de ejecutarlas entre 1619 y 1620 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     Del antiguo colegio de San Hermenegildo, fundado por la Compañía de Jesús en 1580, sólo se conserva hoy la iglesia. El colegio, que fue durante el siglo pasado y principios del XX cuartel de Artillería, fue demolido en la operación de apertura de la plaza de la Concordia y remodelación de calles adyacentes.
     Se inició su construcción contando con las trazas de Juan Bautista Villalpando -aunque sin confirmación documental-, sufriendo una serie de transformaciones a lo largo de los años, hasta que en 1614 el jesuita Pedro Sánchez diseña nuevamente la planta. Se inicia la construcción en 1616, finalizando cuatro años más tarde las obras relativas a la iglesia.
     De planta elíptica, inspirada directamente en la sala capitular de la catedral, se inscribe en un trapecio recto, próximo al rectángulo, y se cubre con una cúpula ovalada. La fachada interior de la iglesia cuenta con dos plantas de arcos de medio punto apoyados en pilastras pareadas, entre las que se disponen hornacinas que albergaban las esculturas de los apóstoles y de los padres de la Iglesia.
     El centro de la cúpula está ocupado por una cartela elíptica de la que parten doce nervios radiales, que se abren cuando apoyan en los muros, incluyendo en estos espacios figuras de santos. Entre los nervios aparecen lunetas con ventanas. El diseño de las yeserías se atribuye a Francisco Herrera el Viejo y fueron realizadas entre 1619 y 1620. La portada parece ser obra de Alonso de Vandelvira. A la iglesia se le adosó con posterioridad una pieza rectangular que permitiría construir la fachada a la plaza de nueva apertura.
     Ocupa en planta baja una superficie aproximada de 620 m2, estimándose una superficie construida de 760 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
     La Iglesia del Antiguo Colegio de San Hermenegildo se sitúa en la Plaza de la Concordia, que se enclava en los terrenos obtenidos tras la demolición del antiguo Colegio de San Hermenegildo al que pertenecía la Iglesia, único vestigio conservado.
     La planta se inspira directamente en la sala capitular de la Catedral, es elíptica y se inscribe en un trapecio recto próximo al rectángulo, la cubrición se hace mediante cúpula ovalada. Al edificio se le adosó una pieza rectangular, tras la apertura de la nueva plaza, que permitiría construir la fachada a la misma.
     El alzado interior se articula en dos plantas con arcos apoyados en pares de pilastras entre las que se disponen unos nichos u hornacinas que acogieron en sus inicios imágenes de barro de los Apóstoles y Padres de la Iglesia. El interior queda coronado por una cúpula ovalada que cierra la composición. La clave de la cúpula está coronada por una cartela también elíptica con la imagen del Niño Jesús de la cual irradian doce nervios decorado con motivos vegetales, cabeza de ángeles y figuras de santos en hornacina. Aunque de estilo manierista, su decoración nos aventaja en los primeros pasos del Barroco
      La fachada interior de la iglesia cuenta con dos plantas de arcos de medio punto apoyados en pilastras pareadas entre las que se disponen hornacinas que albergaban las esculturas de los apóstoles y de los padres de la iglesia.
     El centro de la cúpula está ocupado por una cartela elíptica de la que parten doce nervios radiales, que se abren cuando apoyan en los muros, incluyendo en estos espacios esculturas de santos. Entre los nervios aparecen lunetos con ventanas. El diseño de las yeserías se atribuye a Francisco de Herrera el Viejo y fueron realizadas entre 1619 y 1620.
     La portada parece ser obra de Alonso de Vandelvira.
     El antiguo Colegio de San Hermenegildo, al que perteneció esta iglesia, fue fundado por la Compañía de Jesús en 1580, convirtiéndose en cuartel de Artillería durante el siglo XIX y principios del XX. Posteriormente fue parcialmente demolido, conservándose sólo la iglesia, para abrir una plaza y remodelar las calles adyacentes.
     Aunque sin confirmación documental, las trazas iniciales parecen ser de Juan Bautista Villalpando. Con los años sufriría una serie de transformaciones, hasta que en 1614 el jesuita Pedro Sánchez diseña nuevamente la planta que comenzaría a edificarse en 1616, finalizando cuatro años más tarde las obras relativas a la Iglesia.
     Su estado de conservación actual es bueno ya que se rehabilitó en 1981, por parte del Ayuntamiento de la ciudad y después de haber sido durante algún tiempo sede del Parlamento de Andalucía. En 1995 se instaló en ella una sala de congresos y exposiciones del Ayuntamiento de Sevilla, uso que permanece en la actualidad.
     Se ha especializado en una programación en torno a grandes exposiciones pictóricas o plásticas, que se desarrollan durante todo el año (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Hermenegildo, mártir;
     Hijo de un rey visigodo de España que se había sumado a la herejía arriana, se convirtió al catolicismo y rechazó la comunión de manos de un obispo arriano.
     A causa de tal rechazo, en 586, su padre lo hizo encarcelar en Sevilla y decapitar luego, de un hachazo.
     Canonizado por el papa Sixto Quinto en 1585, es uno de los patrones de Sevilla. Parte de sus reliquias fueron trasladadas al palacio de El Escorial por Felipe II.
ICONOGRAFÍA
     Tiene como atributos una corona real y un cetro, insignias de su origen; cadenas y un hacha, instrumentos de su martirio.
     A sus pies, el obispo arriano que intentó sin éxito hacerle abjurar de su fe, lleva la hostia (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Hermenegildo en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Hermenegildo, hijo del rey Leovigildo, vino a Sevilla como gobernador de la Bética y aquí, convencido por su esposa y san Leandro, abandonó el arrianismo y pasó al catolicismo. Sublevado contra su padre fue encarcelado. Murió degollado en Tarragona al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano en la pascua del año 585.
     Hasta el reinado de Teudis (531-548) no se sentirá en la Bética de una manera más real la presencia del dominio visigodo, hasta ese momento, con su capital situada en Tolosa, bastante alejada para ejercer una influencia eficiente. La población bética, y en concreto Sevilla, formada por hispano-romanos, de habla latina y de religión católica, vivían en una tierra generosa y fértil que les proporcionaba un alto nivel de vida. Precisamente Teudis casó con una noble hispano-romana, gracias a la cual, o mejor dicho, a la fortuna y tierras de su suegro, pudo reclutar en un cierto momento un ejército de dos mil lanceros.
     Esta preeminencia social le llevó al trono a la muerte de su antecesor Amalarico. Es Teudis el primer rey godo que vive ya permanentemente en España, en Barcelona y Sevilla.
     Pero una amenaza se cierne desde África. El imperio bizantino, bajo el reinado de Jus­tiniano (527-565), alimenta la esperanza de restaurar bajo su cetro el imperio romano perdi­do. El general Belisario ha derrotado a los vándalos de África y ha anexionado su territorio al imperio. Los bizantinos se hallan al otro lado del Estrecho, dispuestos a la ocupación de España. Teudis, en un ataque por sorpresa, tomó Ceuta. Pero un domingo, confiados inocentemente por el descanso dominical, fueron atacados por los bizantinos y derrotados. Poco después fue asesinado Teudis en su palacio (no se sabe dónde, tal vez Barcelona, Toledo o Sevilla) y le sustituye Teudiselo, un general libidinoso que duró en el trono un año y medio, muerto, éste sí, en su palacio de Sevilla mientras celebraba un banquete.
     Sube al trono Agila (549-554), que va a sentir los primeros brotes independentistas de los hispano-romanos del Sur. Córdoba se le hizo fuerte y no le prestó obediencia. Agila marchó sobre ella y cometió una profanación que indignó los sentimientos católicos de la población hispano-romana de la ciudad: la profanación del sepulcro del mártir san Acis­clo. Indignados los cordobeses, se levantaron contra la expedición de Agila, que derrotó. Agila huyó refugiándose en Mérida.
     Esta situación de debilidad en que se encontraba el rey godo, que no sólo perdió a su hijo, sino también el tesoro real y gran parte de su ejército, fue aprovechada por un noble llamado Atanagildo. Asentado en Sevilla, solicitó ayuda de los bizantinos, quienes vieron así la ocasión de pasar el Estrecho. Con la ayuda bizantina, Atanagildo obtuvo una resonante victoria en los campos de Sevilla sobre las huestes enviadas por Agila (552). Continuaron durante tres años las campañas guerreras, en que los godos se destrozaban en rivalidades internas con la complacencia de los bizantinos. Entonces, los partidarios  del rey Agila lo asesinaron en marzo de 555 en Mérida y proclamaron a Atanagildo. Pero cuando éste quiso alejar a los bizantinos de España porque ya habían cumplido su misión, era demasiado tarde. Habían ocupado una amplia franja costera que iba desde Sevilla hasta Cartagena. Atanagildo, convertido ya en rey de los godos, hubo de tomar a la fuerza la ciudad de Sevilla y empujar el dominio de los bizantinos un poco hacia el este, más allá de la ciudad de Carmona.
     Atanagildo fijó su residencia en Toledo, perdiendo Sevilla, por su situación fronteriza con los bizantinos, la capitalidad del reino. Contra todo pronóstico en los reyes godos, murió en su propia cama (567), aunque dejó el reino arruinado. Le sobrevivió su viuda Gogswintha, que realizará en esta historia un extraño papel.
     A Atanagildo le sigue Liuva (567-572), que asocia al trono muy pronto a su hermano Leovigildo (568-586). Y llegamos así a un momento excepcional de la historia de España y de la historia de la Iglesia de Sevilla. Leovigildo, Hermenegildo, Leandro de Sevilla, tres figuras para un momento clave en el ritmo de la historia patria: arrianismo o catolicismo, ¿qué religión predominará en el nuevo Estado?.
     Leovigildo -considerado por Isidoro de Sevilla y Juan de Bíclaro como un gran rey, a pesar de ser para ellos un adversario político- se encontró con una Hispania debilitada, aprisionada en el mediodía por la presencia bizantina, al norte por la Francia merovingia, al noroeste por el reino suevo, convertido al catolicismo, y al sur con la resistencia de las ciudades de la Bética.
     Su afán restaurador le llevó a concebir una Hispania única bajo un mismo credo religioso, el arrianismo, que profesaba el pueblo godo desde que se convirtió al cristianismo en el siglo IV bajo esta modalidad herética, que no reconocía la divinidad de Jesucristo y destruía así la Trinidad de Dios. Al mismo tiempo casó, tal vez por razones de estado, con Gogswintha, viuda de Atanagildo. Leovigildo combatió a los bizantinos, a los que arrebató importantes plazas. En la campaña de 572 se apoderó de Córdoba, que tanto hizo sufrir a Agila, y tras ella vinieron a su obediencia las demás ciudades del sur. Después marchó al norte, donde doblegó a los vascones y se apoderó de Cantabria. Cuando se hallaba en guerra con los suevos de Galicia, algo ocurre en la Bética que distrae su atención. Su hijo Hermenegildo se ha sublevado en la Bética y se ha declarado independiente.
     Motivos domésticos y no políticos impulsaron a Leovigildo a enviar a su hijo a la Bética como gobernador de la misma. Resultó que Hermenegildo casó, allá por el año 579, con la princesa franca Ingunda, de religión católica, hija de Sigeberto, rey de Austrasia (561-575) y de Brunekhilda, hija de Atanagildo y Gogswintha. Por tanto, la joven princesa Ingunda era nieta de Gogswintha, que la recibió en la corte toledana con todos los honores. Pero pronto la guapa princesa cayó en desgracia ante los ojos de Godswintha, quien según una crónica medieval era «tuerta del cuerpo y del alma».
     Godswintha, ferviente arriana, destilaba un anticatolicismo visceral y comenzó a odiar a la princesa Ingunda por ser católica. Su afán por convencerla y hacerla bautizar de nuevo bajo el rito arriano no dieron resultado. Gregorio de Tours relata los golpes que le infligió hasta hacerle sangre y la orden de ser arrojada a la piscina bautismal. Juan de Bíclaro es más comedido. Resuelve este asunto con estas dos palabras: domestica rixa, pelea de familia.
     Leovigildo, para evitar mayores males en su propia casa, envió la joven pareja a Sevilla, lejos de Toledo. Hermenegildo, asociado al trono con su padre, venía a la Bética con poder autonómico. En Sevilla se topó con una figura de extraordinaria talla: su recién consagrado arzobispo Leandro. Y las prédicas del buen arzobispo y los consejos de su esposa, convencieron a Hermenegildo, que abjuró del arrianismo y se convirtió al catolicismo, bautizándose con el nombre de Juan.
     Leovigildo, que luchaba por conseguir la unidad política y religiosa de la península bajo la fe arriana, ve que la cosa se le complica ahora con su hijo. La persuasión paterna y las llamadas al orden no surten efecto. Esto enfurece a Leovigildo que comienza una nueva persecución religiosa. Masona, obispo de Mérida, es desterrado. Lo mismo le ocurre a Leandro, que partió hacia Bizancio para interesar al emperador Mauricio de la situación de la Bética. Hermenegildo se hace fuerte en Andalucía y se proclama rey. Así lo atestiguan monedas de la época que conmemoran este hecho. La rebelión se ha consumado. Las tropas de Leovigildo llegan a las puertas mismas de Sevilla. Ya han tomado Osset (actual San Juan de Aznalfarache) y se aprestan a tomar Sevilla. Hermenegildo entrega la custodia de su esposa Ingunda y de su hijo pequeño Atanagildo a los bizantinos. Cuando Sevilla cae, Hermenegildo huye a Córdoba donde acosado se acoge al asilo de una iglesia. Corría el año 584. Su hermano Recaredo le persuade que se entregue a su padre. Así lo hace y, de prisión en prisión, un buen día del año 585 muere en Tarragona decapitado por su verdugo Sisberto al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano. Su esposa Ingun­da y su hijo son enviados a Constantinopla por mar. Pero ella muere en un puerto de África y el niño pequeño, huérfano de padre y madre, se pierde en la corte imperial bizantina. Brunekhilda, madre de Ingunda, se preocupa por la suerte de su nieto y escribe a la empe­ratriz Constantina de Bizancio: «He perdido a mi hija; ya no me queda más que esta dulce prenda de su ternura. ¡Que no se pierda!... ¡Que mi aflicción por la muerte de mi yerno se alivie con la liberación de mi nieto!». Pero del pequeño nunca más se supo.
     No tuvo Hermenegildo buena prensa de sus contemporáneos. El mismo san Leandro, que lo convirtió, dio de esa guerra razón al padre y no al hijo. El lusitano Juan de Bíclaro, obispo de Gerona, y contemporáneo de estos hechos, escribe en su Crónica, año 579, que «reinando Leovigildo en una tranquila paz, una querella familiar perturba la seguridad de los adversarios. Pues en el mismo año su hijo Hermenegildo, asumiendo la tiranía a causa de la facción de la reina Godswintha, después de haberse rebelado, se encierra en Sevilla, e hizo que las demás ciudades y castillos se rebelasen juntamente con él contra su padre. Este hecho fue peor que una invasión de enemigos, tanto para los godos como para los romanos de España». Esta Crónica la culmina Juan de Bíclaro en el cuarto año del reinado de Recaredo, lo que podría indicar que su concisión o su silencio acerca de este tema podía estar motivado por no desagradar a Recaredo.
     ¿Le pasó lo mismo a san Isidoro? Este, sin embargo, escribe años después de la muerte de Recaredo, pero su actitud parece igualmente contraria al príncipe rebelde. En su Crónica escribe: «Los godos, divididos en dos bandos, a causa de Hermenegildo, se matan mutuamente». Y en su Historia Gothorum: «Venció, asimismo, después de someterle a un asedio, a su hijo Hermenegildo, que trataba de usurparle el mando». Para san Isidoro, Hermenegildo no fue santo de su devoción, y en la medida de lo posible trató de silenciarlo en escritos.
     Sólo el papa Gregorio Magno (590-604), amigo personal de san Leandro, contrasta con los testimonios anteriores, y en sus Diálogos glorifica a Hermenegildo como mártir y verdadero autor de la conversión  de los godos.  Sin embargo, unos años después, tras el concilio toledano, en su felicitación a Recaredo, silencia el nombre de Hermenegildo y hace recaer sobre Recaredo toda la gloria de la conversión de los godos.
     Es fuera de la Península donde a Hermenegildo se le considera mártir. Beda el Venerable (672-735) sigue en su Crónica a Gregorio Magno y considera a Hermenegildo como mártir. Pero en la Península, ni en las actas del concilio III de Toledo ni en los libros litúrgicos de la época posterior, aparece alusión alguna de san Hermenegildo mártir. Hay que situarse ya en el siglo XII, donde en la Historia Silense, en copia literal de los Diálogos de Gregorio Magno, aparece la versión  de un Hermenegildo mártir y, por tanto, santificado. Esta versión se afianza progresivamente en la España de la Reconquista. Alusiones a este tema aparecen en el Cronicón de Lucas de Tuy, llamado el Tudense, (nacido en León en la segunda mitad del siglo XII), en De rebus Hispaniae del arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada (+1247), en De preconiis Hispaniae de Gil de Zamora, y la coronación de esta tesis al ser recogida por Alfonso X el Sabio en su Crónica General. San Hermene­gildo no tuvo culto general hasta la época de Felipe II. El 14 de abril de 1585, mil años después de su muerte, fue canonizado por el papa Sixto V.
     Orlandis ofrece el siguiente juicio sobre el silencio o reticencia de las fuentes visigodas en torno a la figura de Hermenegildo. «Estos historiadores escribieron sus obras en las primeras décadas de la época visigodo-católica. La unidad religiosa se había logrado ya, por la conversión al Catolicismo de Recaredo y de los godos arrianos. En este nuevo contexto parece patente que razones de alta política impedían en España presentar a Hermenegildo -según hacían los «Diálogos» de Gregorio Magno- como el precursor en la fe de su hermano Recaredo, que había permanecido siempre fiel a Leovigildo y de éste había heredado la corona; ni considerar tampoco la rebelión romano-católica  de la Bética como un antecedente glorioso de la conversión de los gothi del reino, que la habían combatido y dominado con las armas. Esta fue seguramente la razón de que San Isidoro, en su Historia Gothorum pase como sobre ascuas en lo referente  a las luchas entre Hermenegildo y su padre, que despacha escuetamente en ocho palabras, y que al escribir en los «Varones ilustres» la biografía de su hermano Leandro no haga la menor alusión a sus relaciones con el príncipe católico. Esta parece ser también la causa del silencio, todavía más llamativo en torno a Hermenegildo en el Concilio III de Toledo, pese a que la solemne homilía ante la gran asamblea la pronunció San Leandro, que había convertido y bautizado en Sevilla a Hermenegildo y gestionado luego en Constantinopla la ayuda del Imperio. Parece claro que, a la hora de la conversión de los godos, el nombre  de Hermenegildo tenía más de recuerdo inoportuno que de precedente glorioso, para los artífices de aquella página extraordinaria de la historia española».
     Leovigildo murió en Toledo en la primavera de 876 y le sucedió pacíficamente su hijo Recaredo. Su primer acto de gobierno fue liquidar a Sisberto, verdugo de su hermano Hermenegildo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmanaa, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Hermenegildo (?, c. 564 – Tarragona, 585), mártir y santo.
     Es importante destacar que las fuentes para el conocimiento de la vida de Hermenegildo son escasas y en general claramente partidistas. Juan de Bíclaro e Isidoro, por el lado español, sólo se refieren a él para tratar de la conjura contra su padre y, sorprendentemente, ignoran los motivos religiosos de su muerte.
     El papa Gregorio Magno, en su libro de los Diálogos, trata de él como de un auténtico mártir, asesinado por negarse a recibir la comunión de manos arrianas. Gregorio de Tours, por su parte, detalla todas las circunstancias de su vida, sin olvidar los aspectos políticos y religiosos que se confunden en su trágica muerte.
     Se supone que Hermenegildo nació hacia el año 564, de la primera mujer de Leovigildo, asociado al trono desde el año 567 por su hermano Liuva y único Soberano tras la muerte de éste el año 573. Hacia el año 570 Leovigildo, al quedar viudo, desposó a Goswinta, viuda del rey Atanagildo. Hermenegildo casó el año 579 con una nieta de Goswinta, de nombre Ingonda, de religión católica. Su abuela intentó convertirla al arrianismo, llegando incluso a los malos tratos y a rebautizarla a la fuerza. Leovigildo, a fin de procurar la paz, alejó a la joven pareja de Toledo, encomendando a Hermenegildo el gobierno de la Bética con residencia en Sevilla. Allí, por influencia de su mujer y del obispo católico, san Leandro, se convirtió al catolicismo, lo que provocó las iras de su padre y madrastra. Fue llamado a la Corte de Toledo, pero el príncipe se negó, declarándose así en rebeldía.
     Hermenegildo, dispuesto a defender su nueva fe, pero también sus intereses políticos, buscó la ayuda de los bizantinos por el sur y de los suevos por el norte, lo que equivalía a declarar la guerra civil. Logró pronto el apoyo de ciudades como Mérida o Cáceres, pero Leovigildo contraatacó pronto. El año 580 convocó un concilio arriano en Toledo que suprimió la obligación de los católicos a rebautizarse, caso de convertirse al arrianismo, con lo que procuraba así atraerse al partido católico. Al ver el poco resultado de ésta y otras medidas de tolerancia, procedió contra los obispos católicos, deportando a muchos de sus sedes.
     En el plano militar recuperó Cáceres y Mérida el año 582, poniendo sitio a Sevilla, donde se había hecho fuerte su hijo. Dos años resistió la ciudad, pero, ante la imposibilidad de seguir aguantando el asedio, Hermenegildo huyó a Córdoba, donde fue hecho prisionero por su padre. Leovigildo lo desterró a Valencia, de donde debió de intentar huir hacia el reino franco.
     Capturado de nuevo y encarcelado en Tarragona, se negó a recibir la comunión de manos arrianas en la proximidad de la Pascua del año 585, aun sabiendo que éste era el único medio de congraciarse con su padre. En la misma cárcel fue asesinado por un tal Sisberto.
     Incomprensiblemente, la Iglesia española, aun después de la conversión al catolicismo de Recaredo, hermano de Hermenegildo, estableció una auténtica conjura de silencio sobre su figura. Su culto aparece a partir del siglo viii fuera de España e incluso es el único santo occidental venerado en el sinaxario de la Iglesia armena, pero en la Península Ibérica hay que esperar hasta el siglo xii para encontrar manifestaciones de un culto litúrgico. El papa Sixto V extendió en 1586 su culto a toda España y Urbano VIII introdujo su nombre en el Calendario de la Iglesia universal en 1636. Su fiesta se celebra el 13 de abril, día supuesto de su muerte, aunque sin fundamento alguno (Miguel C. Vivancos Gómez, OSB, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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