Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el edificio de la antigua fábrica Catalana de Gas (actuales Centro Cívico Torre del Agua, y Gimnasio Galisport), de Aníbal González, de Sevilla.
El edificio de la antigua fábrica Catalana de Gas (actuales Centro Cívico Torre del Agua, y Gimnasio Galisport), se encuentra en la calle Editor José Manuel Lara, s/n (Centro Cívico Torre del Agua), y en la avenida Cardenal Bueno Monreal, s/n; ambos en el Barrio de El Porvenir, del Distrito Sur.
Se trata de un conjunto de edificaciones de distinta envergadura que Aníbal González construye en 1912 para la Sociedad Catalana de Gas, en terrenos aledaños al barrio del Porvenir. Corresponderá a la etapa historicista de inspiración neomudéjar del arquitecto, de la llamada "arquitectura del ladrillo», que si bien se originó en el neomudéjar, pronto vendría influenciada por tantas otras corrientes históricas que habrían de ser ampliamente desarrolladas mediante el uso masivo de sus técnicas constructivas.
Sin embargo, en estas construcciones industriales da muestras de una gran contención estilística y sólo en los pabellones de oficinas, portería, etc., se deja sentir la influencia neomudéjar. En las dos grandes naves pareadas utiliza de una potente y limpia fábrica de ladrillo, sin concesiones decorativistas; si acaso en los frontales aparecerán ciertas resonancias clasicistas. De gran interés igualmente la torre para la instalación de aparatos, depósitos y bombas, que si bien en los dibujos del proyecto utiliza recursos formales próximos a una temática neo-mudéjar, en la realidad propone una imagen -si exceptuamos las cubiertas- casi racionalista.
Las distintas instalaciones de la compañía se sitúan en una parcela de superficie aproximada a los 45.000 m2. La superficie construida de las dos naves gemelas se aproxima a los 2.000 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
Se inaugura como centro cívico en abril de 2003, después de una laboriosa y compleja rehabilitación llevada a cabo por el arquitecto municipal Javier Pando.
La rehabilitación se efectúa en uno de los edificios que formaban parte del complejo fabril CATALANA DE GAS, realizado por el afamado arquitecto sevillano Aníbal González.
El edificio toma su nombre de la función que realizaba dentro del proceso de transformación del gas natural para el que era imprescindible la presencia asegurada de agua, labor que se efectuaba mediante grandes depósitos y sistema de impulsión alojado en la torre, que actualmente disfrutamos como Centro Cívico (Ayuntamiento de Sevilla).
Las naves de la central eléctrica de la compañía Catalana de Gas y Electricidad de Sevilla se localizan en el área de extensión Sur de crecimiento de la ciudad respecto de la ciudad murada, en el margen izquierdo del río Guadalquivir, junto a la línea de ferrocarril a Cádiz, habiendo quedado incorporadas al tejido urbano del barrio del Porvenir, a pie de la avenida Cardenal Bueno Monreal.
Del conjunto de edificaciones de distinta envergadura que componía esta fábrica en origen: portería, oficinas y viviendas, depuradoras, talleres, fábrica de sulfatos, equipamientos para obreros, contadores de fabricación y reguladores, sala de aparatos, torre para depósitos, silos para carbón y sala de hornos, chimenea, naves de la central eléctrica etc., tan solo se conservan estos últimos, y el edificio de oficinas y viviendas de la calle Pedro Salinas.
El edificio de la central eléctrica, orientado en dirección este-oeste, está formado por dos naves idénticas adosadas por su lado mayor, de dos alturas y planta rectangular alargada de dimensiones aproximadas a 54 metros de largo y 19 metros de ancho cada una; una de ellas dedicada a caldera y la otra a las instalaciones eléctricas. El conjunto está construido con estructura de pilares, vigas y losas de hormigón armado con cubierta a dos aguas de cerchas metálicas y chapa con "glorieta" o lucernario longitudinal para la iluminación interior. Al exterior, el conjunto está revestido en ladrillo visto con contenidas muestras decorativas de lenguaje clásico con inspiración neomudéjar.
La fachada longitudinal es de composición simétrica y se define en base a la repetición de un único módulo ocho veces.
Este módulo es de nuevo simétrico respecto de su eje vertical y está formado por dos huecos de ventana tanto en planta baja como en primera, rematados con arco de medio punto los primeros, y enmarcados y rectos los segundos. Dos frisos, uno de menor altura y otro mayor, remarcan la altura de forjado de planta primera, y la línea de cubierta, a modo de metopas y triglifos. Los módulos se encuentran separados entre si por pilastras lisas. El acceso al conjunto se sitúa en los dos módulos centrales, en planta baja.
La fachada lateral sigue el mismo esquema compositivo e incorpora sendos huecos rematados con arcos de medio punto y recercados en los hastiales de las naves, eliminando los huecos laterales de planta baja y conservando un único hueco central de mayores dimensiones. Los frisos decorativos mantienen continuidad en las fachadas, interrumpiéndose tan solo en los cuerpos centrales y las esquinas, redondeadas dan continuidad al conjunto. No se conserva su distribución original en el interior.
La construcción de esta central eléctrica y fábrica de gas a principios del siglo XX supone una de las más relevantes iniciativas industriales de la ciudad y viene a significar la consolidación de un sistema de producción energética asociada a la idea moderna de industrialización que a finales del siglo XIX y principios del XX, ocurrieron simultáneamente en otros lugares de Europa.
En el año 1910, la compañía Catalana de Gas decide la construcción de una fábrica de electricidad y gas en la ciudad de Sevilla. Para ello, adquiere 10 hectáreas en los terrenos de la Huerta del Rosario y San José (actual El Porvenir) situados extramuros al sur de la ciudad, junto al trazado de las vías del ferrocarril Sevilla-Cádiz y tranvía que, desde el puerto, pasando por Eritaña, accedían a la fábrica. Será el arquitecto Aníbal González quien, sobre proyecto industrial de origen alemán y con la colaboración del ingeniero J. Ramón Ortiz, redacte el proyecto en el año 1911, quedando aprobado tras la correspondiente exposición al público en el año siguiente. La fábrica se inauguró en el año 1914 y en el 1916 finalizaron las obras.
El conjunto fabril se componía de varios edificios exentos, destacando las naves adosadas de la central eléctrica, y el silo para carbón y sala de hornos. Este último, construido en estructura vista de hormigón armado, contaba con espacios interiores propios de arquitecturas coetáneas alemanas y francesas que empleaban la misma técnica constructiva.
Junto a las naves aparecían edificaciones de altura, como las chimeneas o la torre de depósitos, y otras de menores dimensiones, para satisfacer un amplio programa que incluía viviendas, portería y oficinas. La amplia extensión de terrenos permitió la disposición exenta de las edificaciones y obligó a trazar unos recorridos interiores. La organización y disposición en planta de las diversas edificaciones, sus usos, sus tamaños y su construcción, denota que se trata de un proyecto que combinaba las grandes naves de la arquitectura industrial de finales del siglo XIX con el modelo de pabellones, que estaría más próximo a la manera en que se organizaba la arquitectura militar o sanitaria, también en el siglo XIX. Algunos asentamientos industriales alemanes, franceses y del norte de Italia, ensayaron en dicho siglo esta fórmula.
Del libro de J. García Gil y L. Peñalver Gómez "Arquitectura industrial en Sevilla" se puede extraer la siguiente descripción de los edificios que componían este conjunto industrial:
"La fabrica de la compañía Catalana de Gas y Electricidad contaba con naves de la central eléctrica, portería (pequeño edificio de unos 100 metros cuadrados de superficie, una planta, cubierta de madera y teja plana, con muros de fábrica de ladrillo visto, ventanas rectangulares y pretil muy decorado con semi-frontón, pilastras y cornisa), edificio de oficinas y viviendas (de planta cuadrada de unos veinte metros de lado y dos alturas, con planta baja destinada a oficinas y alta a viviendas); depuradoras, talleres y fábrica de sulfato, contadores de fabricación y reguladores, sala de aparatos y dos gasómetros de cuarenta metros de diámetro; torre para depósitos (de 6 plantas y 30 metros. de altura con cubierta a cuatro aguas protegida con teja árabe cerámica); chimenea (de ladrillo visto, de 48 m. de altura, planta circular de 2,9 metros de diámetro interior con espesor variable de 0,8 a 0,2 metros asentada sobre base prismática octogonal); silo para carbón y sala de hornos (sobre una superficie de unos 1.500 metros cuadrados, con capacidad para diez mil toneladas y con 27 tolvas); sala de hornos y varias construcciones auxiliares".
Esta construcción fabril dio paso a otras industrias en este sector: la fábrica para la Comisaría Algodonera del Estado (Lorenzo Ortiz e Iríbar y José Espiau Muñoz, 1924-1926), los almacenes del Banco Español de Crédito (Vicente Traver y Tomás, 1927-1928) o los almacenes y oficinas para "Central Siderúrgica S.A." (Ricardo Magdalena Gallifa, 1928-1929). A finales de los años XX, algunas se demolieron total o parcialmente, rehabilitándose para otros usos las partes de aquellas que permanecieron en pie (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez-Dalp, como el casino Arias Montano.
En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano- Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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