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miércoles, 31 de diciembre de 2025

La pintura "Aparición de la Virgen a Santa Catalina de Labouré", de José María Romero, en la Sala VII-A (antigua Sacristía secundaria) del Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Aparición de la Virgen a Santa Catalina de Labouré", de José María Romero, en la Sala VII-A (antigua Sacristía secundaria), del Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, de Sevilla.    
     Hoy, 31 de diciembre, en París, también en Francia, Memoria de Santa Catalina Labouré, virgen de las Hijas de la Caridad, que de manera singular honró a la Inmaculada y brilló por su sencillez, caridad y paciencia (1876) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Aparición de la Virgen a Santa Catalina de Labouré", de José María Romero, en la Sala VII-A (antigua Sacristía secundaria), del Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, de Sevilla.
     El Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses [nº 40 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 78 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle San Luis, 37; en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo.
        En la sala VII-A (antigua Sacristía secundaria) del Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses podemos contemplar la pintura "Aparición de la Virgen a Santa Catalina de Labouré", de José María Romero (1816-1894), siendo un óleo sobre lienzo en estilo romántico de escuela sevillana, pintada en 1854, y procedente de la Casa Cuna.
     La última sala es la Sacristía de la iglesia. Está separada en dos ámbitos distintos, uno dedicado a restituir obra original de San Luis y otro a contar la llegada de las Hermanas de la Caridad en el siglo XIX y cómo se encargaban del cuidado de la infancia en este antiguo noviciado, pasando a ser hospicio provincial. Destaca un gran retrato pictórico realizado por Valeriano Domínguez Bécquer, de Josefa Ana Fraile, benefactora de esta institución. Asimismo, hay pinturas de Domingo Martínez, la escultura de un San Juanito del círculo de Francisco Antonio Ruiz Gijón y dos lienzos de José María Romero muy inspirados en Murillo con iconografías dedicadas a San Vicente de Paúl y 'Aparición de la Virgen a Catalina Labouré'.
     La segunda sacristía de San Luis acoge ahora una selección del patrimonio del siglo XIX para recordar los orígenes del Hospicio y la labor de las hijas de la caridad en este centro. Se muestran: los retratos de Toribio de Velasco y la Inmaculada con Donante del siglo XVII donada en el siglo XIX al Hospicio. Además, se muestran los retratos de benefactores como Josefa Fraile o el arzobispo D. Judas Romo y los cuadros dedicados a los fundadores de las Hijas de la Caridad realizados por el pintor romántico José María Romero: San Vicente de Paul y los galeotes y la Aparición de la Virgen María a Catalina Labouré (Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses).
     A pesar de su proximidad en el tiempo la figura de José Mª Romero no se encuentra bien perfilada en cuanto a sus datos biográficos fundamentales, ya que desconocemos la fecha de su nacimiento y de su muerte. La primera debió acaecer en Sevilla aproximadamente hacia 1815 y su existencia transcurrió en esta ciudad, excepto una estancia suya en Cádiz desde 1866 a 1875. Su muerte aconteció en torno a 1883 pues de este año son sus últimas noticias. Después de la marcha a Madrid de Gutiérrez de la Vega, Romero se convirtió en el retratista de la ciudad más solicitado por la burguesía y la aristocracia, siendo muy numerosas las obras con su firma que se han conservado. Al tiempo que el retrato se dedicó también a la pintura costumbrista y a la realización de escenas religiosas.
     En su dedicación al retrato se advierte un estilo que sugiere que pudo haber sido discípulo de Gutiérrez de la Vega o al menos conocer muy bien su estilo. Fue especialmente un magnífico retratista de figuras femeninas, en las que obtuvo singulares matices de elegancia y armonía expresiva. También retrató magníficamente a los niños, obteniendo de ellos expresiones y actitudes llenas de gracia y amabilidad. 
     En los últimos años se han ido conociendo pinturas de carácter costumbrista realizadas por Romero y en ella se advierten dotes especiales para captar el desparpajo popular de escenas con gitanos, toreros, bailaores, músicos ambulantes y galanteos amorosos. En cuanto a sus temas religiosos hay  que advertir en ellos una visible tendencia a plasmar formas de derivación murillesca dulcificadas en exceso. Queda constancia también de que Romero se dedicó a la pintura de flores, pero de esta modalidad no se conoce actualmente ningún ejemplar.
     Un grupo de seis retratos pertenecientes a José Mª Romero se conservan en el Museo. Cinco de ellos son retratos de excelente factura y elevada calidad. Como es habitual en él trata el retrato matrimonial en dos cuadros separados pero formando pareja y en este sentido son claro ejemplo los de Don José de la Borbolla y su esposa Mª Reyes Moliner y también los de José Mª Asencio y su esposa Mª Dolores Álvarez de Toledo.
     Recientemente el Museo de Bellas Artes ha adquirido una representación de asunto histórico como obra de José Gutiérrez de la Vega; en nuestra opinión es sin embargo una pintura salida de los pinceles de José Mª Romero. Representa a Murillo enseñando una pintura de la Inmaculada; en ella se advierte su característica técnica en la descripción de la figura humana con la que configura personajes gráciles y menudos. La obra muestra al gran artista sevillano después de haber realizado la Inmaculada del Convento de San Francisco, llamada la Colosal, enseñándola en el interior del templo a un grupo de caballeros, damas y clérigos (Enrique Valdivieso González, La pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Santa Catalina de Labouré, virgen de las Hijas de la Caridad;
     Sus padres tuvieron diecisiete hijos de los que vivieron nueve. Catalina era la séptima. Nació en Fain-les-Moutiers (Francia), el 2 de Enero del 1806. Huérfana de madre desde los nueve años, pasó la niñez entre las aves y los animales de la granja porque tuvo que hacerse cargo de las faenas de la casa junto con su hermana pequeña Tonina. Dos amas de casa, en una familia numerosa, que tenían doce y nueve años.
     Ella nota el tirón de la vocación a la vida religiosa. Pero —los santos casi siempre lo tuvieron difícil— tiene que vencer engorrosas y complicadas dificultades familiares para poder realizarla. Incluso tuvo que trabajar como criada y camarera en los negocios de dos hermanos mayores suyos durante algunas temporadas. Lo que pasa es que, cuando Dios llama y uno persevera, las dificultades se superan.
     Ingresó en las Hijas de la Caridad que fundó San Vicente de Paul. El amor a Dios le lleva a cumplir fielmente las ocupaciones habituales. Se desenvuelve en la vida sencilla y escondida de una religiosa que tiene por vocación atender a los que están limitados: asilos, hospitales, manicomios, hospicios etc., en donde hay enfermos, sufrimiento, camas, cocina, ropas... rezos y ¡mucho amor a Dios! Hubiera empleado su vida, como tantas religiosas santas, sin que su nombre hubiera pasado a las líneas de la historia, de no habérsele aparecido la Virgen Santísima en el mes de Julio del 1830 y luego varias veces más. Aún se puede ver, en la rue du Bac, de París, el sillón de respaldo y brazos muy bajos, tapizado de velludillo rojo en donde estuvo sentada Nuestra Señora en la primera aparición. Aparte de otras cosas personales, le pide la Virgen que se grabe una medalla con su imagen en la que aparezcan unos haces de gracia que se derraman desde sus manos para bien de los hombres. Luego, esa medalla ha de difundirse por el mundo. Es el comienzo de la Medalla Milagrosa.
     Después pasó su vida desempeñando trabajos escondidos y sin brillo propios de cualquier religiosa. Nadie supo hasta la muerte de esta monjita bretona — no muy letrada— el hecho de las apariciones que ella quiso guardar con el pudor propio de quien conoce la grandeza, las finuras y la personal delicadeza del amor. Sólo tuvo conocimiento puntual el P. Aladel, su confesor.
     Muere el 31 de Diciembre del 1876 (www.catholic.net).
Conozcamos la Biografía de José María Romero López, autor de la obra reseñada;

     José María Romero fue “una de las personalidades más interesantes en el panorama del arte sevillano del siglo XIX”. Por esa razón ha sido estudiado por los profesores Valdivieso y Fernández López en varias ocasiones. Como resultado, el catálogo de este pintor reúne en la actualidad unas setenta obras que han sido clasificadas en función de temáticas diversas entre las que destacan, por importancia, las del retrato, la pintura de Historia, el asunto religioso y el costumbrismo. Posiblemente, las primeras referencias sobre su vida y obra sean las de Ossorio y Bernard que, entre sus principales características, señala que era “autor de gran número de copias muy elogiadas [...] de Murillo”. Esta práctica encontraba plena lógica y vigencia en el contexto histórico de su formación en el seno de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, institución derivada de la Real Escuela de las Tres Nobles Artes, nacida en el siglo XVIII gracias a la dirección de Francisco Bruna y Ahumada (Granada, 1719-Sevilla, 1807) y al tesón de un grupo de pintores herederos del taller de Domingo Martínez. Precisamente en la Escuela de Bellas Artes hispalense ocupó Romero el cargo de ayudante de Pintura desde enero de 1844 y profesor encargado de la clase de Trozos desde noviembre de 1848, tras errar el tiro en su intención de hacerse cargo de la de Dibujo justo un año antes. Tras los cambios sufridos por esta institución a partir de la Real Orden de 3 de octubre de 1850, nuestro artista fue nombrado académico de la Real de Bellas Artes de Sevilla. El disfrutar de esta posición oficial le valió para convertirse –gracias a la rapidez con la que despachaba los encargos y a la solvencia técnica que mostraba al ejecutarlos–, en retratista de la Sevilla oficial. Quizá, por su carácter de testimonio de un acontecimiento histórico, sus piezas más logradas y monumentales sean El bautizo de la infanta doña María Isabel, condesa de París (1848, conservada en una colección particular de Villamanrique de la Condesa), Don Alfonso XII firmando el acta de colocación de la primera piedra del monumento a San Fernando y Don Alfonso XII contemplando en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla el cuerpo incorrupto de San Fernando (1867, Ayuntamiento de Sevilla). Durante una quincena larga de años, Romero retrató a la mayoría de los integrantes de las más conspicuas familias sevillanas –impulsado, sobre todo, por su cercanía con los Montpensier, el conde de Ibarra y otros personajes como Tomás Murrieta, Fermín y Gabriel de la Puente y Mariano Artacoz–, alcanzando destacada excelencia en la plasmación de los niños como demuestra, por ejemplo, el Retrato de los hijos del conde de Ybarra (1852, colección particular sevillana). En ocasiones como esta conseguía el pintor despegarse del rígido modelo que utilizaba para el retrato de los mayores y explorar aspectos llenos de creatividad y delicadeza. Aunque con mucha menos frecuencia, José María Romero ensayó escenas costumbristas que lograban, con notorio refinamiento, unir el sabor de las fiestas y atuendos tradicionales con la exquisita galantería de interior. Por último, fue en el género religioso donde, parece, tuvo menor predicamento –a tenor del escaso número de obras conservadas y de las críticas recibidas en la época–, pero este extremo de su producción se encuentra cada vez más y mejor estudiado. Aunque siempre tomó como referencia el modelo murillista, hay que reconocer que algunas de sus composiciones obtienen altas cotas de espíritu clarividente, bien por el tema representado –Murillo mostrando su lienzo de la Inmaculada, conservada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla–, o por la factura empleada a la hora de componerlas: El sueño de San Martín, de colección particular sevillana, o La última comunión de la Magdalena, realizada en 1858, hoy depositada en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. José María Romero ocupó en Sevilla, con su estilo frío y académico en los retratos, pero de marcadas formas románticas en otros géneros, la laguna estética dejada tras la marcha de Antonio María Esquivel (Sevilla, 1806-Madrid, 1857) y José Gutiérrez de la Vega (Sevilla, 1791-Madrid, 1865) a la capital de España a partir de 1841 y 1847, respectivamente, años en los que, con carácter definitivo, estos dos pintores asumieron distinciones y cargos de relieve tras largas temporadas de asiduidad en los círculos artísticos de la corte. Desde finales de los años cuarenta hasta el curso 1866-1867 en que Romero trasladó sus actividades a Cádiz, la pintura hispalense representativa estuvo animada por la llama constante de su personalidad. A pesar de ello hasta el momento no se conocían los datos básicos sobre su vida y fallecimiento, contexto y relaciones familiares, actividades conducentes a su formación, las circunstancias que vivió fuera de Sevilla y la trascendencia en forma de discípulos y seguidores que tuvo su obra artística. A continuación nos proponemos dar respuesta a algunas de estas cuestiones.
     La incógnita de la fecha de nacimiento queda resuelta gracias a la información suministrada por su partida de bautismo. Vino al mundo en Sevilla el 12 de mayo de 1816, bautizándose el 14 del mismo mes en la parroquia de Omnium Sanctorum como José María de Gracia. Sus padres fueron Manuel Romero y Gertrudis López, y actuaron como padrinos su tía materna María de Todos los Santos López y el esposo de esta, Salvador Gutiérrez. Permaneció radicado en su collación natal hasta 1835, momento en que se convirtió en parroquiano del Salvador hasta 1839, según se desprende de su partida matrimonial.
     En 1838 aparece inscrito como socio de la Real Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País. Fue en la junta pública de 30 de mayo de ese año cuando fue inscrito sin tener que abonar ninguna cuota en metálico, ya que esta fue canjeada por la copia que Romero realizó de La coronación de los Ebrios por Baco (sic) de Velázquez, ventaja que también se permitió a pintores coetáneos como Manuel Barrón y Carrillo (Sevilla, 1814-1884) y Joaquín Domínguez Bécquer (Sevilla, 1817-1879). Ese mismo mes recibió Romero premio de carta de aprecio y permiso para rotular el llamador de su taller con la inscripción “premiado por la Sociedad Económica” como consecuencia de los trabajos de ebanistería que había emprendido. La partida de matrimonio ofrece varias noticias interesantes. En primer lugar, que antes de su casamiento había viajado a Cádiz y a Madrid, volviendo a Sevilla con cinco meses de anticipación a su enlace. Por ello podríamos preguntarnos si Romero fue a la corte –dominada en ese momento por el arte de los hermanos Madrazo–, para formarse o para tomar contacto con otros pintores, como los sevillanos Esquivel y Gutiérrez de la Vega, artistas con los que la obra de Romero muestra deudas estéticas y concepciones similares. En segundo lugar, que contrajo matrimonio el 31 de julio de 1841 con Manuela Verdeja Lastra (Sevilla, 12 de enero de 1818-7 de octubre de 1862), quien fallecería prematuramente a causa de un derrame cerebral. Era vecina de la collación del Salvador, pero había vivido en la de San Pedro entre 1838 y 1840. Uno de sus cinco hermanos recibía el nombre de Ignacio –había nacido en julio de 1820– y se dedicaba a la pintura. José María y Manuela se casaron en secreto para no tener gastos de mayor consideración y los testigos de boda fueron Manuel Moreno y Gabriel Robelledo. De este enlace germinaron dos hijas: María Encarnación, nacida el 24 de mayo de 1844 y bautizada en la parroquia del Sagrario el día 26, y María Dolores, nacida el 10 de septiembre de 1846 y bautizada en la misma parroquia el día. Esta última profesó en 1883 en el convento de Santa María de Jesús, de clarisas franciscanas, y murió allí en 1910. El primer domicilio que tuvo el matrimonio se ubicó en la calle Harinas nº 23. El segundo, entre 1853 y 1864, en una casa con taller en Amor de Dios nº 3. El 4 de junio de 1843, cuando ya era profesor de la Escuela de Dibujo local, fue nombrado académico de mérito de la Sociedad Económica Sevillana de Amigos del País en agradecimiento a sus cuatro retratos de medio cuerpo. Años más tarde, en 1847, y en esta ocasión en el seno de la Escuela de Bellas Artes, Romero intentó renunciar a los cargos que, junto con Barrón, había asumido en 1844. Se discutió la cuestión –probablemente se trataba de un asunto económico– y, finalmente, la Escuela no aceptó sus renuncias porque necesitaba estos efectivos para el normal desarrollo de la docencia. 
     Ese mismo año, junto con Joaquín Domínguez Bécquer, José María Escacena (Sevilla, 1800-1858) y José Roldán (Sevilla, 1808-1871), fue designado como aspirante para profesor de pintura de estudios superiores de la institución. Otro detalle que no se conocía de su trayectoria artística es el hecho de que fuera nombrado en 1850 –el mismo año en que se convirtió en académico– pintor de cámara de Isabel II. Así lo expresa el diario El Porvenir: “Con satisfacción hemos sabido que Su Majestad ha concedido el honor de Pintor de Cámara al aventajado joven don José María Romero. Justo es que se premie el talento de nuestros artistas que, en alguna manera, siguen las huellas del inmortal Murillo; el señor Romero es uno de aquellos artistas en quien puede recaer mejor el premio que se concede al hombre estudioso. Sus obras, tales como las que representa el Acta Bautismal de la señora Infanta Doña María Isabel Francisca de Asís, y otros que ha hecho en la Corte, son la mejor prueba de los adelantos de este notable profesor. Felicitamos sinceramente al señor Romero por la distinción que acaba de merecer”. Aunque se conocía la fecha en que marchó a Cádiz, no se habían reseñado hasta ahora las circunstancias que su partida provocaron en la institución académica de Sevilla. Su sustituto salió de una terna de candidatos: Manuel Cabral Aguado-Bejarano (Sevilla, 1827-1891), Manuel Freyre y Reinoso y Francisco de Paula Escribano (Sevilla, 1820-1900). Finalmente fue el primero de ellos el ganador. A partir de entonces, Romero fue considerado académico supernumerario, con lo que hubo de devolver la medalla de oro que poseía, ya que la institución solo la reservaba para los numerarios. Su asentamiento en Cádiz se concretó de la siguiente manera: el 10 de julio de 1866 fue propuesto académico por pintura de la Academia, gracias al impulso de Adolfo de Castro (Cádiz, 1823-1898), Rafael Rocafoult y Eduardo J. de Montalvo, quienes pretendían que Romero ocupase la plaza de un académico recientemente fallecido, Gutiérrez y Montano. En agosto fue recibido en esa corporación oficio del pintor agradeciendo el nombramiento. Ocupó el sillón XVII, que estaba dedicado a la plaza de teniente director de Pintura y tomó posesión de su cargo en febrero de 1867. Determinadas noticias extractadas de estudios generales indican que en la década de los setenta, con sus hijas ya crecidas y estando viudo, se mantuvo activo e itinerante entre Madrid –donde se le localiza en 1874–, Sevilla –donde realiza los retratos de Alfonso XII en 1877– y Cádiz, donde realiza las que quizá fueron sus últimas obras: las pinturas Sacra Familia, San Antonio y Dolorosa para la exposición de 1879 de aquella ciudad. Hasta el momento, las fechas más tardías que se tenían sobre su vida eran 1882 y 1883. En el primer año la Guía de Gómez-Zarzuela situaba su domicilio sevillano en la calle de la Unión nº 9, actual Javier Lasso de la Vega. Del año siguiente se conserva un ofrecimiento dirigido al Ayuntamiento hispalense con objeto de adquirir los cuadros que había pintado en 1877 y testimoniando la presencia en Sevilla del rey Alfonso XII. Ninguna noticia ni referencia aparece ulteriormente en la prensa o en la historiografía sobre Romero, a pesar de que se pensaba podía haber fallecido ese año en Sevilla, o, por el contrario, en Cádiz hacia 1888. Sin embargo, conociendo que nuestro pintor había viajado con asiduidad a Madrid –incluso desde los mismos inicios de su carrera–, buscando nuevos mercados para su producción, decidimos, tras no encontrar ningún dato en los registros de los cementerios de Sevilla, Cádiz y Málaga, indagar en los del de la Almudena de la capital, encontrando la siguiente información, que esclarecía tanto el lugar como la fecha exacta de fallecimiento del pintor: “JOSÉ MARÍA ROMERO LÓPEZ inhumado el 09/10/1894 en sepultura temporal, cuartel 37, manzana 19, letra H, cuerpo 6, trasladándose sus restos al Osario Común el día 31/03/1905”. Murió, por consiguiente, Romero lejos de su tierra natal. Al marchar a Cádiz, quedó la labor de Manuel Ussel de Guimbarda (Trinidad de Cuba, 26 de noviembre de 1833-Cartagena, 9 de mayo de 1907) como retratista de la Sevilla oficial. Algunos de los alumnos que formó o que siguieron sus pasos fueron José Villegas Cordero (1844-1921), José Díaz Varela (1827-1903), José de Vega, Ventura de los Reyes Conradi, Ignacio Verdeja (n. 1820), Rafael García Hispaleto (1833-1854), y Marcos Hiráldez de Acosta (n. c. 1830), lista que tendría que ser completada con los, hasta el momento desconocidos, que pudo formar en Cádiz (Álvaro Cabezas García, y María Josefa Carro Valdés-Hevia, Nuevas aportaciones a la vida y obra del pintor José María Romero (1816-1894). Laboratorio de Arte 30 (2018)).
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Más sobre la Sala VII-A (antigua Sacristía secundaria) del Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, en ExplicArte Sevilla.

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