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lunes, 10 de julio de 2023

El busto del Padre Manjón, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Zamora y de Zaragoza, de la Plaza de España

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto del Padre Manjón, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Zamora, y de Zaragoza, de la Plaza de España, de Sevilla.
      Hoy, 10 de julio, es el aniversario del fallecimiento (10 de julio de 1923) del Padre Manjón, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el busto del Padre Manjón, en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Zamora, y de Zaragoza, de la Plaza de España, de Sevilla.
     La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
     En las enjutas de los arcos que componen la gran arcada que circunda toda la plaza, dentro de unos tondos de profundo sabor renacentista italiano, modelados en alto relieve y esmaltados en blanco sobre fondo azul cobalto, aparecen los bustos de personajes de especial relevancia en la historia de España. Su ejecución original corrió a cargo de las Fábricas de Mensaque Rodríguez y Cía. y de Pedro Navia.
     En orden cronológico, figuran tanto aquellos destacados en las ciencias, en las humanidades, en las artes o en las armas, como reyes o santos.
     Son un total de cincuenta y dos, distribuidos en cuatro series de trece personajes, dispuestos entre los catorce arcos de cada tramo de la plaza.
     Es sorprendente el repertorio  de estos personajes ilustres que desde sus privilegiados balcones en la arcada, disfrutan del ancho espacio de la hermosa plaza. Simultáneamente, ellos son vistos por los paseantes  como muestra de la gloria de España y como ejemplo a seguir (La Cerámica en la Plaza de España de Sevilla, 2014). 
     En este caso el personaje histórico representado es el Padre Manjón, en un busto cuya referencia directa es la fotografía que acompaña a esta entrada.
Conozcamos mejor la Biografía del Padre Manjón, personaje que se encuentra representado en la enjuta entre los arcos de las provincias de Zamora, y de Zaragoza, de la Plaza de España
     Andrés Manjón y Manjón, (Sargentes de la Lora, Burgos, 30 de noviembre 1846 – Granada, 10 de julio de 1923). Sacerdote, canonista y pedagogo.
     Vio la luz en un hogar de modestos labradores castellanos familiarizado con la sobriedad y con la penuria económica. En su casa paterna padeció, durante su infancia, los rigores de una vida austera, pero también encontró ejemplos de laboriosidad y reciedumbre moral que le marcaron para toda su vida. Su madre, Sebastiana Manjón, huérfana desde la más temprana edad y obligada a trabajar desde niña, al poco de casarse hubo de tomar la dirección de la familia para sacar adelante cinco hijos por encontrarse permanentemente enfermo su esposo Lino. Mujer “pequeña, pero fuerte y briosa”, al decir de su propio hijo, nunca pudo asistir a una escuela, pero sintió vivamente la necesidad imperiosa de instruir a la juventud. Poseedora de un acendrado espíritu religioso y de profundos sentimientos caritativos, Andrés Manjón la definió en su Diario como “una santa sin ruido” y llegó a tenerla como su principal modelo de identidad.
     Debido a las pésimas condiciones de enseñanza rural en la época isabelina, la formación escolar del joven Andrés fue muy deficiente. J. M. Prellezo, gran conocedor de su vida y obra, advierte que acudió muy irregularmente a la “lóbrega y angustiosa” escuela de la aldea de Sargentes, viviendo como un niño “pobre e inculto”, como él mismo atestiguaba, “por falta de una buena instrucción primera”. Por mediación de su tío Domingo Manjón, párroco del lugar, a los doce años dejó los trabajos del campo y se desplazó a Porlientes (Cantabria), donde funcionaba una pequeña academia preparatoria a la carrera sacerdotal.
     Durante tres años, aparte de recibir bajo una severa disciplina una formación muy sencilla en principios fundamentales del cristianismo y de cumplir rigurosamente las prácticas religiosas, apenas aprendió otra cosa que Gramática Latina. Posteriormente, para cubrir las carencias que arrastraba en retórica y poder acceder a los estudios sacerdotales superiores, tuvo que cursar cuarto año de Latinidad y Humanidades en el seminario de San Carlos de Burgos, regido por la Compañía de Jesús. A pesar de que su experiencia entre los padres jesuitas le resultó académicamente infructuosa, si bien humanamente gratificante, en 1862 ingresó por fin en el seminario conciliar de San Jerónimo de la misma ciudad. Un profesorado más bien mediocre y con pocos medios didácticos a su alcance le instruyó durante seis años en las ciencias filosóficoteológicas, debiendo trasladarse en 1868 a Valladolid al cerrarse San Jerónimo por los acontecimientos derivados de la Revolución de septiembre.
     Aunque los años del Sexenio no fueron propicios para la Iglesia, el seminarista burgalés logró concluir sus estudios teológicos y empezar simultáneamente los jurídicos en la universidad. La empresa no le resultó fácil, pues, como él mismo escribía a su tío Domingo en noviembre de 1869, tuvo que sobreponerse a la incertidumbre de no saber “a donde marcha España” y a la angustia de ver las deserciones masivas del seminario.
     En lugar de amedrentarse, se puso a la cabeza de los universitarios católicos enfrentados a los exaltados y participó con entusiasmo en las actividades de la Acción Católica y de la Academia Jurídico-Escolar.
     Su activismo propagandista no le impidió culminar con éxito su doctorado en Derecho Civil en junio de 1873, y sin solución de continuidad comenzó una carrera docente universitaria, interrumpida tan sólo en una ocasión, hasta su jubilación en 1918.
     En los estertores del Sexenio Liberal entró de profesor interino en la cátedra de Historia de la Iglesia, Concilios y Colecciones Canónicas en la Universidad de Valladolid, a la par que abrió una academia para estudiantes de secundaria para poder subsistir. La insuficiencia del pluriempleo para solventar sus apremios económicos y otras contrariedades varias le empujaron en 1874 a cambiar su plaza de interino por la de auxiliar de la cátedra vacante de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca. Al no ganar la oposición a la titularidad de la cátedra que salió a concurso aquel mismo año, decidió cambiar de nuevo de residencia y trabajo. Recomendado por un tío suyo lejano, fue contratado en 1875 como inspector y profesor de Historia y Geografía en el colegio de San Isidro de Madrid, estrenando, así, una experiencia en la enseñanza secundaria que duró cinco años. En ese tiempo compaginó su trabajo docente con otras actividades propias de su vocación jurídica, frecuentando la Academia de Jurisprudencia y manteniendo una enconada polémica con el presidente de la misma, E. Montero Ríos, sobre la derogación de la Ley sobre el Matrimonio Civil. Tras este largo paréntesis en el madrileño colegio de San Isidro, en 1879 volvió a las aulas universitarias al ganar la oposición a la cátedra de Derecho Canónico de la Universidad de Santiago de Compostela. Por razones no aclaradas todavía, no se sintió cómodo en Galicia, y un año más tarde concursó y ganó la cátedra vacante de Canónico de la Universidad de Granada. En la ciudad de los cármenes fijó definitivamente su residencia y con ello acabó su deambular por las universidades españolas.
     La actividad de Andrés Manjón en Granada, coincidente con el proceso de recuperación eclesiástica que se produjo durante la Restauración, fue intensísima.
     Su vida giró en torno a tres ejes fundamentales anclados en un acendrado catolicismo social: el trabajo universitario, la misión pastoral y la obra fundacional del “Ave María”. Su pensamiento y acción estuvieron siempre determinados por el servicio intelectual a la Iglesia y por la atención educativa a los más pobres, e ideológicamente se encuadró en la corriente “casticista”, originada por Menéndez Pelayo y defensora de la regeneración de España mediante la recuperación de sus valores tradicionales y católicos, frente a la “europeísta”, propugnada, entre otros, por los krausistas y por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza y partidaria de abrir el horizonte cultural español a la nueva mentalidad científica europea.
     Desde que el 28 de mayo de 1880 tomó posesión de la cátedra de Derecho Canónico, se convirtió en un miembro emblemático del sector católico-conservador del claustro de la Universidad de Granada. Aunque todavía se adolece de la falta de un estudio pormenorizado sobre su extensa labor universitaria, desde 1885 compaginó sus clases en la Universidad pública con otras nuevas de Derecho Canónico en la Facultad de Derecho de la abadía del Sacromonte, donde se alojaba, y durante sus primeros años de profesorado escribió su elogiado Derecho Eclesiástico General y Español, publicado por primera vez en 1885 y que en 1913 se encontraba en su cuarta edición, y posteriormente tradujo la difundida obra de Tarquini Instituciones de Derecho Público Eclesiástico. Enemigo de cargos y ostentaciones, rechazó las propuestas a rector de la Universidad y a decano de la Facultad de Derecho Canónico que se le hicieron en mayo y diciembre de 1899 respectivamente, a senador por la Universidad en 1902 y a vicerrector en 1908; sin embargo se implicó seriamente en la vida universitaria, formando parte de numerosos tribunales y desarrollando brillantes lecciones magistrales. Entre sus intervenciones académicas destacaron el discurso de apertura del curso académico 1897-1898 en la Universidad sobre Las Condiciones pedagógicas de una buena educación y cuáles nos faltan, en el que expuso su concepción de una enseñanza centrada en el alumno, gradual, continua, progresiva, activa, estética, moral y religiosa, y el discurso inaugural del curso 1903-1904 en la Facultad de Derecho de la abadía del Sacromonte sobre la Soberanía de la Iglesia.
     En la primera etapa de la Restauración, Manjón despegó también en su carrera eclesiástica formal. A pesar de su buena formación, no decidió ordenarse presbítero hasta los treinta y nueve años de edad (17 de junio de 1886), ganando simultáneamente por oposición una canonjía en la abadía del Sacromonte (tomó posesión el 15 de agosto). Además de los muchos trabajos propios de su ministerio sacerdotal, durante años fue consiliario del Centro Social Católico de Obreros de Granada y aportó sustanciosas colaboraciones en los más importantes foros eclesiásticos nacionales. La memoria y ponencia sobre la escuela católica como alternativa pedagógica, presentadas en V Congreso Católico Nacional, celebrado en Burgos en 1899, y, sobre todo, su discurso sobre Derechos de los padres de familia sobre la educación de sus hijos, leído en el VI Congreso Católico Nacional, celebrado en Santiago de Compostela en 1902, alcanzaron verdadera resonancia nacional. Posteriormente, en noviembre de 1907, leyó una memoria en la Asamblea Regional de Asociaciones Obreras Católicas, convocada para debatir sobre La acción social del clero, y simultáneamente mantuvo una enconada lucha contra las escuelas laicas, o “escuelas sin Dios”, que endureció tras el fusilamiento del anarquista Francisco Ferrer Guardia.
     De 1910 data su difundido folleto, Las escuelas laicas, que disfrutó de una tirada de 30.000 ejemplares y que constituyó un severo alegato contra aquellos centros, considerados, sin ningún tipo de matices diferenciales, anticristianos, antihumanos y ateos. En su cruzada contra la secularización de la enseñanza, no dudó en desplazarse a Valladolid en 1913 para defender en el Congreso Catequético Nacional una memoria sobre la conveniencia de establecer el Catecismo como asignatura central en la escuela.
     Pero la obra maestra de Andrés Manjón fue la fundación de las “Escuelas del Ave-María”. Movido por la pobreza y la incultura de los numerosos niños que encontraba diariamente en su tránsito hacia la Universidad, y espoleado por el ejemplo de una semianalfabeta “maestra de migas” que enseñaba canturreando el catecismo a un grupito de párvulos en una cueva, el 1 de octubre de 1889 fundó una escuela para niñas indigentes en el camino del Sacromonte y cumplió así un viejo sueño. Desde el principio, se trazó como meta “enseñar a quien no pudiera pagarlo”, y a ese fin dedicó íntegramente sus ingresos de la canonjía y se lanzó a recolectar donativos y limosnas de numerosos benefactores. Coronada por el éxito su experiencia del Sacromonte, progresivamente fue tejiendo una red escolar por España y América que vertebró un poderoso movimiento de educación católica popular. Para reforzar su acción educativa fue publicando periódicamente las Hojas del Ave-María, artículos ágiles y breves destinados a informar sobre el desarrollo de la institución avemariana, a proporcionar una orientación catequístico-didáctica y a examinar problemas específicamente pedagógicos, y en 1905 fundó un seminario de maestros acorde con sus planteamientos.
     Andrés Manjón compaginó paradójicamente su ideología católica, rigurosamente ortodoxa y enemiga de toda forma de liberalismo, con una práctica pedagógica progresista y abierta a toda innovación didáctica.
     Sus procedimientos educativos, basados en la actividad de los alumnos y en las prácticas escolares al aire libre, fueron pioneros en España y coincidieron con la avanzada metodología de la Escuela Nueva. Esta enseñanza popular, sencilla e intuitiva llamó la atención de la sociedad de su tiempo y atrajo la mirada de pedagogos, intelectuales y políticos de todas las tendencias y partidos. En reconocimiento a sus aportaciones y méritos, en abril de 1902 el ministro Romanones le nombró consejero correspondiente de Instrucción Pública; dos meses después se le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII, cuyas insignias las costeó personalmente Su Majestad Alfonso XIII; en 1908 fue elegido académico correspondiente de la Real Academia Española y en 1914 ocupó el cargo de vocal del Patronato del Museo Provincial de Bellas Artes de Granada. El 1 de febrero de 1923, pocos meses antes de su muerte, el municipio de Granada, a propuesta de su alcalde, aprobó la erección de una estatua en la ciudad para perpetuar su memoria (Pedro Álvarez Lázaro, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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