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miércoles, 4 de junio de 2025

La Sala XI del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     Ocupa esta sala la parte alta del patio principal del Museo y en ella se expone fundamentalmente un conjunto de pinturas sevillanas del siglo XVIII. El recorrido comienza con dos obras de Clemente de Torres que representan a San Dionisio Areopagita y a San Nicolás de Bari, seguidas de dos episodios de la Vida de San Francisco de Paula realizados por Lucas Valdés. Muy importante es la serie de ocho cuadros pintados por Domingo Martínez por encargo de la Real Fábrica de Tabacos para conmemorar la llegada al trono de España del rey don Fernando VI, que representan los carros que desfilaron por Sevilla en 1747. Al propio Domingo Martínez corresponden una Virgen con el Niño y una Apoteosis de la Inmaculada, mientras que a Juan de Espinal pertenecen dos episodios de la Vida de San Jerónimo y un San Miguel Arcángel. De Pedro de Acosta son dos bodegones realizados a la manera de trampantojo.
     Del siglo XIX es un magnífico Retrato del canónigo Duaso, realizado por Goya; mientras que los Retratos de Alfonso XIII, uno de ellos con su madre la reina María Cristina, son de Gonzalo Bilbao y Fernando Tirado, respectivamente [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
     La sala XI se extiende por la galería supe­rior que rodea el claustro Grande, mostrando una serie de lienzos de pintores sevillanos del siglo XVIII, aunque hay algunos también del XIX y de foráneos. De los primeros cabe señalar el conjunto de escenas de la vida de san Francisco de Paula que Lucas Valdés pintó para el extinto convento de los Mínimos, como El milagro de la caldera o El milagro de la navegación por el estrecho de Mesina. De Clemente Torres son San Dionisio Areopagita y San Nicolás de Bari. Domingo Martínez ofrece una Apoteosis de la Inmaculada, que antes estuvo en el convento de San Francisco de Sevilla, y, sobre todo, una serie de ocho cuadros apaisados y de gran tamaño que representan el desfile que se realizó en Sevilla en 1747 para celebrar la coronación de Fernando VI y que le fueron encargados al pintor por la antigua Fábrica de Tabacos. De Andrés Pérez, el más interesante es el Juicio Final, procedente del convento de los Capuchinos. La Aparición de la Virgen a San Bertoldo y la Aparición de la Virgen del Carmen a la comunidad de un convento de Bravante, se deben al onubense de nacimiento Andrés Rubira. De Juan de Espinal hay varias obras procedentes del monasterio de San Jerónimo, así San Jerónimo y Santa Paula fundando conventos en Belén, pero también El Arcángel San Miguel, sin duda un boceto del que debía ir destinado a la escalera del Palacio Arzobispal de Sevilla y que el museo adquirió en 1791. Dos de las obras más importantes de esta sala son el Retrato del canónigo don José Duaso y Asalto en un des­campado, ambas de Goya.. (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
SALA XI: PINTURA DEL SIGLO XVIII
     El advenimiento de una nueva centuria supone para España el cambio en la dinastía reinante pasando la corona de los Austrias a los Borbones. Esta trae consigo una oleada de artistas extranjeros -franceses e italianos- que fueron los beneficiarios de todos los encargos y los únicos que prosperaban en medio de este clima oficial, en detrimento de los propios artistas españoles. Fue Goya el único pintor con personalidad propia que supo rebelarse ante esta situación.
     Esta invasión de artistas fue un hecho concluyente para las Artes en España siendo en el terreno de la pintura donde ésta se acusa de manera más intensa. En este ambiente cortesano lo que más se solicitaba era el pintor retratista, y en tal sentido, por desgracia, Velázquez no dejó sucesión. Este género destinado, en estos momentos, más a exaltar la monarquía dieciochesca que a plasmar el verdadero ser del retratado, chocaba con el carácter que siempre había imperado en los pintores de la escuela española.
     De esta forma, con la dictadura de franceses primero y de italianos después, las más puras esencias españolas iban desapareciendo.
ESCUELA SEVILLANA
     Se ha venido manteniendo la tesis sobre la Escuela sevillana de que después de la muerte de Murillo ésta desapareció, llegando incluso a darse como inexistente hasta principios del siglo XIX. Sin embargo, es Sevilla la ciudad que más se rebeló ante el nuevo influjo extranjero, permaneciendo fiel a sus tradiciones, y llegando incluso a ser el mejor mercado nacional de pintura.
     El estudio de la pintura sevillana del siglo XVIII nos permite dividir el siglo en dos mitades. Una primera mitad en la que imperó la tradición de Murillo y Valdés Leal y una segunda en la que se suceden cronológicamente el espíritu rococó y el neoclásico, sin dejar el culto a la copia de Murillo, lo que perduró hasta bien entrado el siglo XIX.
     Durante la primera mitad del siglo la impronta murillesca está muy presente en los círculos pictóricos, cosa lógica debido a que la mayoría de sus discípulos y seguidores viven sus mejores años en este siglo.
     Estos pintores nunca superaron al maestro, limitándose sólo a copiarlo de forma rutinaria y sin ninguna creatividad, por lo que el panorama artístico de estos años fue escasamente renovador y pobre, todo ello motivado al parecer, por la situación económica que vivía la ciudad.
     En este ambiente hemos de destacar a Lucas Valdés (Sevilla, 1661 - Cádiz, 1725), hijo de Juan de Valdés Leal. Es una de las personalidades más representativas de esta primera mitad, siendo uno de los pocos artistas no influenciados por la corriente murillesca y sí segui­dor de la técnica de su padre.
     Su labor principal y aquella en que consiguió justo renombre, es la pintura mural, llegando incluso a decorar importantes monumentos sevillanos de su época.
     A Lucas Valdés corresponde en el Museo una serie de doce cuadros que representan Episodios de la vida de San Francisco de Paula y que proceden del convento de los Mínimos de Sevilla. Son obras, algunas de ellas, de descuidada factura y sin embargo presentan un gran interés iconográfico, ya que las descripciones de los milagros se desenvuelven en escenas con gran pormenor de detalles.
     Las dos obras más características del estilo de Lucas Valdés que posee el Museo son Alegoría de la Institución de la Orden Tercera y Santa Isabel de Hungría curando a un enfermo. Ambas son obras de interesante iconografía y ambiciosa composición. En la primera la escena debió tener lugar en la Porciúncula en 1221. En ella aparece San Francisco, sentado, haciendo entrega de la Regla de la Orden Tercera al beato Luquesio de Poggi-Bonci, o a Mateo de Rubeis, los primeros terciarios, que aparece arrodillado delante de él. A este hecho asisten una serie de santos y santas, pertenecientes a la Orden Tercera franciscana, entre los que destacamos la presencia de Santa Isabel de Hungría y San Luis, rey de Francia, venerados como especiales patronos de la Orden.
     En la segunda la escena tiene lugar en la galería de un patio con doble arcada, posiblemente quiera representar el Hospital que fundó la Santa en Marburgo (Alemania). El episodio principal nos muestra a Santa Isabel, con sus criadas, lavando y atendiendo a un enfermo, rodeadas de otra serie de enfermos y menesterosos. Delante, una cesta con panes, símbolo de la caridad. Una escena secundaria, más al fondo a la izquierda, muestra uno de los milagros de la Santa: la transformación, ante la presencia de su marido el rey Luis IV de Turingia, de un leproso que la Santa había acostado en su lecho conyugal en la figura del Crucificado, según el texto de Dietrich d'Apolda. Ambas obras por su iconografía podrían proceder de una capilla de la orden Tercera de algún convento franciscano de Sevilla, de donde pasaron al Museo en 1840 por medio de la Desamortización de los bienes eclesiásticos de 1836.
     Clemente Torres (Cádiz, 1662? - 1730). Se formó en Sevilla, en el taller de Juan de Valdés Leal, donde fue amigo y condiscípulo de Lucas Valdés. Es, junto con este último, uno de los mejores pintores de fres­cos de esta generación.
     En el Museo se encuentran atribuidas a este pintor dos obras: San Nicolás de Bari y San Dionisio Areopagita. La primera demuestra un estilo vigoroso y dinámico, impregnado de una suelta pincelada muy colorista, influencia clara del estilo de su maestro. La segunda, sin embargo no coincide con la anterior, mostrando una actitud hierática, fría y poco vigorosa.
     Andrés Pérez (Sevilla, 1660 - 1727). Pintor de segunda fila, se formó en Sevilla influenciado por el espíritu murillesco. Sin embargo y aun­que bastante alejado de las enseñanzas del maestro, supo crear su estilo propio, en el que empleó un correcto dibujo, dando a sus personajes una amable expresividad.
     Las dos obras más interesantes que de Andrés Pérez conserva el Museo, tienen un gran interés iconográfico y representan Abraham ante Melquisedech y David ante Achimelech (hacia 1720). Ambas tie­nen un marcado sentido eucarístico y muestran amplios escenarios arquitectónicos con gran sentido de la perspectiva. La primera de ellas representa el pasaje del Génesis (18, 17-20), en que Abraham, después de vencer a los elamitas, acude a recibir la bendición de Melquisedech. La segunda describe el pasaje del libro de Samuel (21, 4-5) en que David pidió al Sacerdote Achimelech cinco panes para repartir entre sus soldados hambrientos.
     Juan Ruiz Soriano (Higuera de la Sierra, Huelva, 1701- Sevilla, 1763). Es uno de los pintores más prolíficos de esta primera mitad. Fue discípulo de Alonso Miguel de Tovar. Se dedicó fundamentalmente a la realización de grandes conjuntos pictóricos para decorar claustros conventuales. De este pintor se conservan en el Museo algunas obras pertenecientes a las series realizadas para el convento de San Agustín, entre las que destacan La Virgen de la Correa y para el convento de San Francisco Imposición de la llaga a San Francisco y San Francisco renunciando a las riquezas terrenales. Su estilo se mantiene fiel a los ideales estéticos del siglo XVII, derivando su arte directamente del de Murillo.
     Domingo Martínez (Sevilla, 1688 - 1749). Es el pintor más destacado dentro del panorama artístico de esta primera mitad. Se formó con Lucas Valdés, asimilando al mismo tiempo el espíritu artístico de Murillo. Posteriormente y poco a poco fue adaptando a su estilo la estética francesa  debido a su amistad con el pintor francés Jean Ranc, en los años 1729-1733 en que la Corte de Felipe V se encon­traba en Sevilla.
     El Museo conserva una importante colección de obras de Domingo Martínez. De su etapa murillesca destacamos la Virgen del Rosario de muy cuidada técnica y que está considerada como una copia del original de Murillo que se conserva en la Dulwich Gallery de Londres.
     Pintura de gran interés dentro de su producción es la Apoteosis de la Inmaculada obra de gran tamaño y clara filiación murillesca, en la que la figura de la Virgen aparece en el centro de la composición y a ambos lados dos grandes defensores de este misterio, el Venerable Duns Scotto y Sor María de Ágreda. También se encuentran representados los Papas que han defendido el dogma de la Inmaculada y los reyes españoles Felipe IV, Carlos II y Felipe V, que solicitaron su proclamación a Roma.
     Es de destacar la serie de ocho pinturas que, realizadas para la Fábrica de Tabacos de Sevilla, representan los carros alegóricos que desfilaron por las calles de la ciudad en 1747 con motivo de la exal­tación al trono de España de Fernando VI y Bárbara de Braganza. Estos cuadros llamados de la Máscara de la Real Fábrica de Tabacos, siguiendo el orden en que desfilaron iban precedidos por el Carro del Pregón de la Máscara que anunciaba el cortejo. Al parecer por el fondo de arquitectura que aparece tras el carro éste desfilaba por la antigua calle Génova ante las fachadas de la Catedral y el Sagrario. Le seguía el Carro de la Común Alegría que desfilaba delante de la fachada del Palacio Arzobispal que da a la calle Placentines. En tercer lugar el Carro del Fuego que cruza delante de la Puerta del Perdón de la Catedral. A continuación el Carro del Aire que tiene como fondo el Ayuntamiento, el arco del Convento de San Francisco y el inicio de la calle Génova. En quinto lugar transitaba el Carro del Agua cuya arquitectura de fondo es la esquina de la calle Alemanes con Génova. Continuaba el Cortejo con el Carro de la Tierra que pasa por la Plaza de San Francisco. El séptimo Carro representa el homenaje de Apolo y las Tres Nobles Artes a los nuevos monarcas, cuyo fondo es la fachada del Ayuntamiento.
     La última pintura nos narra la escena de La entrega de los retratos de los Reyes al Ayuntamiento que tiene lugar en la fachada principal de éste.
     Esta serie de clara influencia francesa, realizada con una cuidada técnica, y por su gran exactitud topográfica, representa uno de los ejemplos más importantes dentro del panorama de la pintura profana en España.
     En los años que marcan la mitad de la centuria, comienzan a sentirse en Sevilla los efectos culturales de la Ilustración penetrando el espíritu Neoclásico que se irá imponiendo al del Rococó.
     En este ambiente es de destacar la figura de Juan de Espinal (Sevilla, 1714 - 1783). Es sin duda éste el pintor más representativo del momento. Fue discípulo de su padre Gregorio Espinal y posteriormente de Domingo Martínez.
     Su estilo es un claro testimonio de como la segunda generación de pintores del siglo XVIII superó el espíritu murillesco. Orientó su pintura al estilo dominante en su época, el Rococó, introducido en España a partir de 1750. Espinal configurará un estilo elegante y refi­nado con una pincelada suelta y colorista que le harán recrear la mejor pintura que se realizó en Sevilla en esta segunda mitad.
     A este artista se debe la más importante empresa pictórica realizada en Sevilla en estos momentos. Se trata de la serie de veintiséis pinturas sobre la vida de San Jerónimo, destinados al claustro del con­vento de San Jerónimo de Buenavista de Sevilla. Esta serie fue realizada en un principio en formato de medio punto, sin embargo, en el siglo XIX cuando a causa de la Desamortización ingresó en el Museo, fue adaptada a su actual formato rectangular. De las veintiséis pinturas tan sólo diez se conservan en el Museo, el resto se halla depositado en diferentes Iglesias y Museos de Sevilla y Huelva.
     La serie puede fecharse en torno a 1770-75, y está ejecutada con una técnica bastante desigual en la que se aprecia la intervención del taller. Son mucho más interesantes las escenas realizadas en exteriores donde el artista se recrea en la composición de paisajes en perspectivas.
     De reciente adquisición es la pintura que representa El Arcángel San Miguel que al parecer es un boceto del realizado hacia 1780 para formar parte de la decoración de la escalera principal del Palacio Arzobispal de Sevilla.
     Pedro de Acosta (Sevilla, h. 1690 - 1756). Dentro del estilo de Murillo se mueve la obra de Pedro de Acosta, pintor sevillano del que se desconoce su fecha de nacimiento, constando su presencia en Sevilla desde 1730. Murió en esta ciudad en 1756. Destacó Pedro de Acosta en el "efectismo y perspectiva" que los franceses llaman "trompe l'oeil" y en España trampantojo o "engañifa". Este género, que también cultivó Murillo, tiene larga ascendencia que se remonta a Alonso Vázquez y Marcos Cabrera. El Museo conserva dos obras de Acosta llamadas Trampantojo que corresponden a lo que se ha llamado "rincón del taller". Lo que aparece clavado sobre un fondo de tablas, son grabados de los que habitualmente se utilizaban en los talleres de pintura. En ambas obras aparece impreso el año 1741, dato que nos permite fechar los lienzos.
     Al pintor sevillano Diego Bejarano pertenece una obra de similares características en la que se presenta en uno de los dibujos una vánitas.
FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828).
     Es sin lugar a dudas la figura más importante de la pintura española de los siglos XVIII-XIX y la de mayor repercusión en el arte europeo, ya que anticipa recursos y técnicas utilizados por la pintura moderna.
     Nacido en Fuendetodos (Zaragoza) en 1746, la vida de Goya va a transcurrir en una de los periodos  más críticos de la historia europea, ya que abarca toda la segunda mitad del siglo XVIII y más del primer tercio del XIX, época de profundos cambios decisivos en la sociedad y en el pensamiento europeo, años de profundas crisis de renovación de las ideas y creencias tradicionales.
     Hasta 1780 se le conocía principalmente por sus obras decorativas: pinturas religiosas ejecutadas en Zaragoza y cartones de tapices para la Fábrica Real de Santa Bárbara. Pero cuando descubre a Velázquez en el Palacio Real entre 1775 y 1778, su campo de actuación se amplía mucho más profundamente. Será el año 1783 el que marque un cambio decisivo en su obra con la aparición de unos ambiciosos retratos de gran tamaño y de claro lenguaje velazqueño.
     La pintura de Goya no rebasó las fronteras de España en su tiempo, por lo que su obra copiosa y su personal genialidad, no pudieron tener expansión hasta bien entrado el siglo XIX. Abrieron el camino a su fama los grabados, que debieron ser ya conocidos por los románticos.
     El Museo expone entre sus fondos este magnífico retrato del canónigo D. José Duaso y Latre (1824) obra que, procedente de la colección Rodríguez Bavé (Madrid), parientes del retratado, ingresó en el Museo adquirido por el Estado en 1969.
     Este retrato realizado en sus últimos años, es una sencilla composición en la que la ausencia de color es casi total, destacando el volumen y la densidad de la pincelada. Hemos de tener en cuenta que está aún muy cercana su serie de las pinturas negras. El artista centra toda su atención en la fuerza expresiva que le imprime al retratado, fiel reflejo de su personalidad. Esta obra la pintó Goya en agradecimiento al canónigo que recoge en su casa a amigos y paisanos comprometidos por liberales. Él fue uno de ellos, y en testimonio de su gratitud le realizó este espléndido lienzo.
     Goya es hoy considerado por todos, como uno de los pintores retra­tistas que más hondamente han sabido captar la personalidad de quienes posaron para él (Ignacio Cano Rivero, María del Valme Muñoz Rubio, Rocío Izquierdo Moreno, y Virginia Marqués Ferrer. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Guía Oficial. Consejería de Cultura. Junta de Andalucía. Sevilla, 2009).
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Museo de Bellas Artes, en ExplicArte Sevilla.

La Sala XI del Museo de Bellas Artes, al detalle:
          Apoteosis de la Inmaculada, de Domingo Martínez
          Arquimesa: Escritorio y Bufete, anónimo
          Autorretrato, de José Villegas Cordero
          Autorretrato, de Antonio Cabral Bejarano
          Carro del Agua, de Domingo Martínez
          Carro del Aire, de Domingo Martínez
          Carro de la Tierra, de Domingo Martínez
          Carro del Parnaso, de Domingo Martínez
          Carro del Víctor y del Parnaso, de Domingo Martínez
          Inmaculada, del círculo de Pedro Duque Cornejo
          Retrato Milagroso de San Francisco de Paula, de Lucas Valdés
          San Francisco confortado por un ángel, de Domingo Martínez       
          San Jerónimo abandonando a su familia, de Juan de Espinal
          San Miguel Arcángel, de Juan de Espinal
          Trampantojo, de Pedro de Acosta
          Virgen del Rosario, de Domingo Martínez          
          Yo Villegas, de José Villegas Cordero        

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