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viernes, 26 de agosto de 2022

El busto "Retrato del pintor José Villegas", de Benlliure, en la sala XI del Museo de Bellas Artes

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto "Retrato del pintor José Villegas", de Benlliure, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.        
     Hoy, 26 de agosto, es el aniversario del nacimiento de José Villegas Cordero (26 de agosto de 1844), así que hoy es el mejor día para ExplicArte el busto "Retrato del pintor José Villegas", de Benlliure, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala XI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar el busto "Retrato del pintor José Villegas", de Mariano Benlliure (1862-1947), realizado en 1887, siendo una escultura fundida en bronce, con una altura de 0,57 m., y procedente de la donación de Dª Lucía Monti, en 1921 (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Tres notas  dominantes van a distinguir la producción escultórica hispalense durante todo el siglo XIX y buena parte del actual: por un lado, la larga perduración de la tradición barroca, tan arraigada, y tan propiciada por la demanda de Cofradías y Hermandades; por otro, la falta de maestros locales que pueden estar al alcance de las nuevas corrientes; por último, y como consecuencia, las necesidades locales se cubren con obras traídas de fuera o con artistas foráneos que vienen aquí a esculpir, especialmente en las empresas  monumentales .
     El Academicismo lo representan artistas foráneos llegados a suelo sevillano como Felipe de Castro, José Esteve Bonet y, sobre todo, Blas Molner que, desde 1770, trabaja en Sevilla desde la Real Escuela de las Tres Nobles Artes, fundada en 1775, de la que fue Director desde 1793 a 1810. El trabajo de los profesores de esta notable institución propició, durante la época fernandina, un tímido arraigo de la estética del neoclasicismo, pero, eso sí, de la mano de artistas foráneos como José Bover o Rafael Plagniol. El triunfo del Romanticismo hizo brotar en Sevilla un cierto momento de brillantez, pues, junto a artistas no hispalenses venidos aquí a trabajar, surge la figura del malagueño, afincado en Sevilla, Juan de Astorga Cubero (1779- 1849), autor de valoradas imágenes dolorosas de María.
     La segunda mitad del siglo XIX viene marcada, como repetidamente ha indicado de la Banda y Vargas, por dos estéticas sucesivas: la historicista y la del triunfo del naturalismo realista, amén de la perduración de la neobarroca imaginería procesional. Artistas extranjeros, como Frappolí, o hispanos, como Ricardo Bellver, van a seguir dominando el desolado panorama escultórico hispalense, en el que tan sólo destacan maestros de segundo orden como Gabriel de Astorga o Manuel Gutiérrez Cano. Tan sólo la aparición de Antonio Susillo arrancará a nuestra plástica de su postración y la conducirá, con su arte y su círculo de discípulos, hacia los caminos del realismo imperante en las décadas de la época de la Restauración.
     Las primeras cuatro décadas de nuestro siglo estarán marcadas por hechos significativos: la perduración de los encargos importantes a artistas de fuera de nuestra tierra, como es el caso de Mariano Benlliure; la salida de Sevilla de nuestros artistas, intentando adquirir nuevos conocimientos más allá, incluso, de nuestras fronteras, especialmente en París y Roma; la continuación de la renovación estética de Susillo a través de la obra de Joaquín Bilbao y Lorenzo Coullaut Valera, y, finalmente, la participación de estos escultores y sus discípulos en la rees­tructuración monumental y artística que supuso para Sevilla la Exposición Iberoamericana de 1929, siendo de destacar la labor de jóvenes artistas como Agustín Sánchez-Cid, Manuel Delgado Brakembury o Enrique Pérez  Comendador.
     La segunda mitad del siglo está ya plagada de escultores que han sabido renovar la rancia escuela hispalense, aunque la tradicional imaginería procesional siga vigente de la mano de Castillo Lastrucci. Nombres como Antonio Illanes, Manuel Echegoyán, Juan Luis Vasallo, Antonio Cano o Carmen Jiménez Serrano, llenan de gloria el devenir de la escultura hispalense, y, desde sus cátedras de la Facultad de Bellas Artes, han formado a la más joven y moderna generación artística de nuestra ciudad.
     El gran representante de la escultura española de 1900 es Mariano Benlliure, infatigable maestro levantino que supo, como nadie, plasmar en sus obras el último realismo del siglo XIX, acusar el eco de la obra de Rodín, adelantarse en los postulados decorativos del Modernismo y, sobre todo, convertirse, como advirtió el marqués de Lozoya, en el «escultor» por excelencia de la sociedad aristocrática y el mundo de las finanzas del Madrid del cambio de siglo.
     Nacido en Valencia en 1862, tuvo una precoz vocación artística y una primera formación autodidacta, siendo sus obras infantiles y juveniles, plenas de vivacidad y fuerza expresiva, buena muestra de las dotes que animaban a este genio que muy pronto pasó a París bajo la tutela de su paisano Francisco Domingo Marqués. Y desde allí a la fama. Ya inicia, en 1884, su peculiar producción costumbrista, tan vinculada al mundo de los niños, la vida taurina, las figuras de gitana, etc. Muy pronto vendrán las recompensas y los premios, los grandes en­cargos monumentales, la Medalla de Oro de la Exposición Nacional de 1895, el mausoleo de Joselito en 1924, el monumento a Goya... Su incansable actividad no se vio frenada sino por la muerte, en 1947.
     Ante esta genial figura de la escultura española, todos los  adjetivos  parecen  quedarse cortos, pero hay que dejar constancia de su alta calidad técnica y de su virtuosismo, que le hace alcanzar un minucioso detallismo, a la par que obtiene un amplio sentido pictórico y alcanza amplias dotes para crear en su obra un gran movimiento, a la vez que refleja reposo y majestad.
     Ya se ha destacado el papel que Benlliure juega en la sociedad de su tiempo, pero, como en tantos otros artistas de su generación, lo mejor de su obra lo constituyen los retratos, bustos vigorosos y de asombroso parecido, que efigian el todo Madrid de la época de la Restauración y que permiten al artista mostrar toda su habilidad para el modelado, toda su capacidad para extraer del retratado lo esencial de su vida interior.
     Por suerte para nosotros, el Museo conserva tres magníficos retratos firmados por Benlliure: los broncineos de José Villegas Cordero y del magistrado José María Ortega y Morejón y el marmóreo de la señora Llardy (Enrique Parejo López, Escultura, en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de José Villegas Cordero, autor y personaje representado, en la obra reseñada;
   José Villegas Cordero (Sevilla, 26 de agosto de 1848 – Madrid, 10 de noviembre de 1921). Pintor.
   Hijo de un modesto barbero, José Villegas recibió una sumaria educación orientada en su adolescencia hacia la pintura, pese a la oposición paterna, ya que su progenitor no veía futuro para su hijo en el ejercicio de dicha actividad. En 1862 entró como aprendiz en el taller de José María Romero pintor de retratos de la burguesía y aristocracia sevillana y también creador de escenas costumbristas y de pinturas religiosas; al mismo tiempo, se inscribió como alumno de la escuela de Bellas Artes sevillana donde destacó enseguida merced a sus innatas dotes artísticas. Convencido de la angostura de los criterios artísticos que se impartían en dicha escuela, Villegas aspiró muy pronto a marcharse a Madrid para complementar su formación, lo que llevó a cabo en 1867, después de cuatro años de estudios sevillanos. En Madrid acudió de inmediato al Museo del Prado donde se entusiasmó con el arte de Velázquez, al que se dedicó a copiar con especial delectación. La pincelada suelta y espontánea reflejada sobre todo en las postreras obras velazqueñas y también su sentido de la luz y del color le subyugaron especialmente y contribuyeron a elevar su técnica de forma muy sensible.
   Después de una breve estancia madrileña, Villegas regresó a Sevilla, pero lo hizo ya con la idea determinada de abandonar pronto su ciudad natal para viajar a Roma donde aspiraba a culminar sus conocimientos y a iniciarse en el ejercicio de la pintura con grandes pretensiones. Tras otra breve estancia en Madrid, donde siguió copiando en el Prado a los grandes maestros de la historia de la pintura, tomó camino de la ciudad eterna.
   La estancia de Villegas en Roma se inicia a mediados de 1868 y allí fue bien recibido por artistas españoles como Eduardo Rosales, que le ofreció compartir su estudio y que un año después, al regresar el maestro madrileño a España, pasó a ocupar él solo. El tener estudio propio en Roma, facilitó la carrera artística de Villegas, quien muy pronto intentó alcanzar una fama pareja a la que allí disfrutaba Mariano Fortuny, a quien admiraba profundamente y a quien había conocido años antes en Madrid.
   Muy pronto Villegas obtendría en Roma la recompensa a sus aspiraciones, puesto que enseguida encontró a coleccionistas y anticuarios que se interesaron por sus obras, lo cual le permitió forjar una clientela internacional que compraba directamente sus pinturas en su estudio a precios satisfactorios, que se elevaban a medida en que sus creaciones eran premiadas en las sucesivas exposiciones internacionales a las que se fue presentando. Todo ello movió a los principales marchantes parisinos a ofrecerle ventajosos contratos para trabajar para ellos. Villegas siguió residiendo en Roma aplicándose desde entonces al ejercicio de una pintura de moda en aquellos momentos, generalmente de pequeño formato, ejecutada con una técnica preciosista en la que trataba temas históricos, escenas costumbristas, paisajes o retratos. 
   La muerte de Fortuny en 1874 le convirtió en el pintor español más popular en Roma, merced, sobre todo, a que en 1898 fue nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes de esta ciudad, perdurando su prestigio allí hasta su regreso a España en 1901. Al regresar a Madrid fue nombrado director del Museo del Prado y también de inmediato académico de Bellas Artes de San Fernando. En la capital se incorporó al mundo literario y artístico, convirtiéndose en una de las principales figuras de la intelectualidad, al tiempo que se le consideró el pintor de moda. En efecto, la alta sociedad madrileña y especialmente las damas suspiraban porque Villegas llegase a inmortalizarlas en retratos, elevándose notablemente su prestigio cuando, primero en 1902 y luego en 1906, retrató al monarca Alfonso XIII. En los últimos años de su vida Villegas padeció una afección visual que le apartó de la práctica de la pintura desde 1918 hasta la fecha de su muerte en 1921.
   La producción pictórica de Villegas es muy numerosa y en ella trató todos los géneros pictóricos como los temas de historia, el paisaje, escenas costumbristas, casacones y retratos. En el ámbito de la pintura de historia han de citarse obras relevantes como La Paz de las Damas y La última entrevista entre Don Juan de Austria y Felipe II, obras ejecutadas en 1879. Dentro de la retórica habitual que todos los artistas españoles de esta época introducían en la pintura de asunto histórico, Villegas se destaca por su esfuerzo en obtener en sus obras una máxima naturalidad en la descripción de los gestos y actitudes de los personajes. Al mismo tiempo, fue minucioso y preciso en la descripción arquitectónica de los escenarios de sus obras, de los vestuarios y de los objetos. Notable es en su producción la escena que representa a Pietro de Aretino en el taller de Tiziano, ejecutada en 1890 en homenaje al gran maestro de la pintura veneciana del Renacimiento. Villegas sintió siempre una especial predilección por la ciudad de Venecia, a la que viajó en numerosas ocasiones y en la que permaneció durante largas estancias que le proporcionaron numerosos temas de inspiración. Su mejor pintura de tema veneciano es El Triunfo de la Dogaresa, ejecutada en 1892 y que es un entusiasta homenaje a la elegancia y belleza de la figura femenina. Otras composiciones con argumento veneciano son La fiesta de las Marías y La procesión del redentor.
   El subyugante ambiente urbano de la ciudad de Venecia fue también motivo de inspiración para Villegas, quien plasmó allí atractivos paisajes como El canal de la Zatera, La Ca d’Oro, La iglesia de la Salute y El ponte della Paglia.
   Sin duda, la modalidad pictórica que más renombre proporcionó a Villegas fue la de asuntos costumbristas, con la que alcanzó un notable éxito de crítica y de público y la que fue adquirida con entusiasmo por su clientela. La moda por temas de inspiración española estuvo en boga en Europa en el último tercio del siglo xix y Villegas alcanzó con ella un excepcional resultado, merced a la calidad y el virtuosismo que plasmaba en este tipo de pinturas. Esta circunstancia le permitió ejecutar con prodigalidad numerosos temas protagonizados por toreros, bailaoras, pícaros o mendigos que por su acertada descripción fueron intensamente valorados. Al tiempo que temas de raigambre hispana, Villegas realizó también con gran fortuna temas populares de inspiración italiana, que igualmente interpretó con singular acierto. De esta índole son obras como La fiesta del quince de agosto en Nápoles y Al mercado en las cuales recrea especialmente hermosos prototipos femeninos que muestran un sentido elegante y refinado en su expresividad.
   Bien relacionado con los altos estamentos eclesiásticos de Roma, Villegas alcanzó a captar en varias ocasiones escenas protagonizadas por personajes pertenecientes a las jerarquías superiores de la Iglesia, como obispos o cardenales. En estas obras, que tuvieron una gran acogida entre la clientela, destacan La antesala de su Eminencia y El cardenal penitenciario. También con asunto religioso representó escenas que describen ceremonias o procesiones como La fiesta de las palmas en San Juan de Letrán que puede ser considerada como una de las mejores obras que el artista realizó en Roma.
   De forma inevitable Villegas incidió en la práctica de pintura de “casacones”, puesto que la clientela seguía demandando este tipo de obras; en esta modalidad su obra maestra es la representación de El bautizo del nieto del general, seguida de otra denominada El barbero de Sevilla. También siguiendo la moda vigente en su época, realizó representaciones de carácter orientalista, que recreó gracias a la experiencia visual que tenía de este ámbito y que obtuvo en un viaje a Marruecos que había realizado en su juventud. Como ejemplo de este tipo de pinturas puede señalarse La tienda del vendedor de babuchas.
   Uno de los temas hispanos de mayor éxito dentro del repertorio de Villegas fue el taurino, que recreó en obras como El descanso de la cuadrilla, Toreros en la capilla de la plaza, Toreros en la taberna y sobre todo La muerte del maestro, obra de grandes dimensiones de la cual realizó dos versiones diferentes (en 1893 y en 1910).
   Otras pinturas de inspiración popular fueron El jaleo, Los monaguillos, Matilde la gitana, Soledad la cantaora y Encarna. En todas estas pinturas Villegas supo captar atractivos modelos que recrean progresivamente una técnica fluida y diestra que hace lamentar que no se dedicase a una pintura más comprometida y trascendente, circunstancia que le hubiera otorgado un puesto de mayor preeminencia entre los artistas que marcaron la transición entre el siglo XIX y el XX.
   Muy notable, aunque minoritaria dentro de su producción, fue su dedicación al retrato, que practicó en repetidas ocasiones ejecutando varias versiones de su propio autorretrato y pintando también a su esposa Lucía Monti y a otros personajes familiares. Numerosos clientes quisieron también ser efigiados por Villegas, destacando entre ellas Las señoritas de San Gil y el Marqués de Polavieja, en el ámbito aristocrático, aunque quizás su mejor retrato fue el de Pastora Imperio, rebosante de gracia y desenfado.
   En los últimos años de su vida, Villegas se sintió captado por el espíritu artístico del simbolismo, al que llegó sin duda con notable retraso; sin embargo, con este espíritu artístico, llegó a concebir en los últimos años de su vida un magno proyecto en el que intentó reflejar la trascendencia del ser humano y los impulsos que mueven sus acciones y sentimientos. Todo ello lo recogió en su Decálogo, conjunto de doce pinturas en las que representó los diez mandamientos de la ley de Dios más un prólogo y un epílogo. En estas pinturas aparecen el hombre y la mujer, generalmente al desnudo y vinculados a la naturaleza, logrando efectos de una gran belleza que refuerzan el contenido narrativo de estas escenas (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Mariano Benlliure, autor de la obra reseñada;
     Mariano Benlliure Gil, (Valencia, 8 de septiembre de 1862 – Madrid, 9 de noviembre de 1947). Escultor.
     Nació el 8 de septiembre de 1862 en la calle del Árbol  nº 14, actual calle Baja nº 36 de Valencia, en el seno de una humilde familia. Su padre, Juan Antonio Benlliure Tomás, rehusó a su ascendencia marinera para especializarse en pintura decorativa, e introdujo desde niños a sus cuatro hijos varones -Blas, José, Juan Antonio y Mariano-, fruto de su matrimonio con Ángela Gil Campos, en el mundo del arte.
     Mariano acompañaba con cinco años a su hermano José, que había sido admitido como aprendiz, al taller del entonces joven pintor Francisco Domingo Marqués, al que siempre consideraron su maestro. Su pasión por la escultura se despertó en la niñez, durante la que decía haber sido mudo hasta los siete años. Fue autodidacta y no asistió a ninguna academia ni escuela artística, sí en cambio aprendió de la observación y trabajando en todos los oficios que tienen que ver con el quehacer escultórico. En 1868 modeló su primera obra taurina, Frascuelo entrando a matar, que presentó a una exposición organizada por la Sociedad de Amigos del País de Valencia.
     Por motivos de trabajo del padre, la familia se trasladó en 1874 a Madrid, donde el joven escultor entró de aprendiz de cincelador en la platería Meneses, y participó de nuevo con un grupo taurino en cera Cogida de un picador en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1876. Ese mismo año el padre recibió un nuevo encargo de pintura decorativa del ingeniero ferroviario Federico Cantero Seirullo que les obligó a marchar a Zamora. Allí, además de modelar un excelente conjunto de figuras y bustos en barro recibió su primer encargo importante por mediación de Cantero Seirullo, un paso procesional –Descendido– para la Real Cofradía del Santo Entierro de Zamora. Lo talló ya en Madrid y posaron para él toda la familia. Se procesionó por primera vez el 11 de abril de 1879. El año anterior había participado en la Exposición Nacional con los bustos de Narciso Heredia Heredia, II marqués de Heredia en mármol y Gitana andaluza en yeso.
     En abril de 1881 se marchó a Roma con su hermano Juan Antonio, donde ya residía su hermano José. Abrió un estudio en Via Margutta, que estaría activo durante casi veinte años. Al principio trabajó como pintor-acuarelista y con los beneficios pudo dedicarse más libremente a la escultura. Se perfeccionó en el dominio de las técnicas y materiales en contacto con las fundiciones artísticas más importantes y con frecuentes visitas a las canteras de Carrara; además de conocer y estudiar directamente desde la escultura clásica hasta las obras más recientes dentro de la nueva corriente verista que triunfaba en Italia. En esa línea modeló diferentes esculturas de tipos populares de la campiña romana y de escenas espontáneas e intrascendentes como Accidenti!!, que representa un monaguillo que se quema los dedos con el incensario. Tras presentarlo en Roma (1882 y 1883), Múnich y París (1883), lo envió ya fundido en bronce a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1884, donde causó un gran impacto en el medio artístico por su ligereza y naturalismo y, tras declararse desierta la Primera Medalla, le fue concedida la Segunda.
     En Roma, gracias a su carácter cosmopolita, abierto y participativo, y a su avidez e interés por conocer todo y a todos, se integró rápidamente en la colonia de artistas internacionales, participó en todas las actividades y exposiciones que se organizaban, y se relacionó no sólo con los artistas de su promoción sino también con los más veteranos y de reconocido prestigio. Así, por recomendación del pintor Alma Tadema, recibió el encargo de esculpir cuatro grandes relieves en mármol de temas clásicos ­–Carrera en el Anfiteatro Flavio, Carrera de cuadrigas, Lucha de gladiadores y Bacanal– para el palacete que Richard Morris Hunt le estaba construyendo en la Avenida Madison de Nueva York al magnate americano Henry Gurdon Marquand, y de cuya decoración era responsable el mismo Tadema.
     Durante esos primeros años en Roma viajó en dos ocasiones a París, en 1883 y 1885, invitado por su maestro Francisco Domingo. Allí modeló los bustos de los hijos del pintor y el del mismo Domingo, obra con la que ganó primeras medallas en las Exposiciones Internacionales de Múnich (1890) y Berlín (1891), y fue galardonado con Medalla de Honor en la de Viena (1894) y en la Universal de Paris de 1900.
     El éxito obtenido en la Exposición Nacional de 1884 le abrió las puertas a numerosos encargos de la aristocracia madrileña y a los primeros institucionales por parte de organismos madrileños y valencianos, como los monumentos dedicados a la reina Bárbara de Braganza (1887) para Madrid y al marqués de Campo (1885-1911) y al pintor José Ribera, El Españoleto (1888) para Valencia. Con la estatua de Ribera alcanzó la Primera Medalla en la Nacional de 1887. Fue en esta tipología en la que destacó de manera excepcional y muy por encima del resto de su producción, llegando a realizar más de una cincuentena de monumentos públicos repartidos principalmente por la península e Hispanoamérica.
     La década de los 90 resultó ser especialmente prolífica y gratificante para Benlliure. Presentó un cuantioso conjunto de obras a la Exposición Nacional de 1890, que abarcaban técnicas y géneros muy distintos y mostraban su inmensa capacidad de trabajo y su enorme facilidad para pasar de una técnica y de un material a otros. Destacaban las tapas de plata en bajorrelieve para el Álbum del general Cassola (1889), la estatua en mármol Buzo de playa (1889), la estatua y los dos relieves en bronce para el Monumento a Diego López de Haro (1890) en Bilbao, el modelo en yeso de la estatua del teniente Ruiz, y dos figuras alegóricas en bronce para el monumento en Valencia al marqués de Campo, El Ferrocarril y La Marina (1890), obra por la que fue premiado con la Primera Medalla y volvería a serlo en las exposiciones de Múnich (1894) y Berlín (1896).
     Fruto de su victoria en los concursos públicos convocados para ello, realizó los monumentos madrileños a Álvaro de Bazán (1891) y a la reina María Cristina de Borbón (1893), o el dedicado al prócer malagueño Manuel Domingo Larios, II marqués de Larios (1899).
     El monumento a la reina gobernadora, erigido con la colaboración del arquitecto Miguel Aguado de la Sierra, autor del edificio de la Real Academia Española, marca un hito en su primera etapa más historicista, y es un compendio de su maestría en el dominio de las técnicas y los materiales, de su exquisito tratamiento de las superficies para realzar formas y texturas, de su virtuosismo en el detalle y el equilibrio armónico de sus composiciones. Concebido como una unidad que integra elementos arquitectónicos y escultóricos, en una sutil combinación de materiales que le confieren un rico cromatismo. Destacan en él los dos relieves alusivos a destacados pasajes históricos de la regencia modelados con un depurado tratamiento de la perspectiva, y las dos estatuas contrapuestas de La Reina y La Historia, la minuciosidad realista en bronce como coronación del conjunto, frente a la belleza clásica en mármol en la parte baja próxima al espectador.
     De forma paralela a estos concursos, recibió otros encargos directos como los monumentos al ya mencionado teniente Ruiz (1891) y al general Cassola (1892) en Madrid, a la reina Isabel la Católica (1892) en Granada, la Estatua del Beato Juan de Ribera (1896) en Valencia o el innovador Monumento al escritor Antonio Trueba (1895) para Bilbao, que contribuyó de forma decisiva a consolidar el Realismo en la escultura monumental. Con la estatua de Trueba, al que evocó abstraído y sencillamente vestido, sentado en un rústico banco, con un lápiz y unas cuartillas en las manos, alcanzó el más alto reconocimiento en la Exposición Nacional de 1895, la Medalla de Honor, que por primera vez se concedía a un escultor.
     El creciente número de encargos oficiales y el anhelo de cambiar de ambiente tras su separación de Leopoldina Tuero O’Donnell (Saint Pierre de Irube, Bayona, 1867 – Madrid, 1952), que estaba a punto de fallarse en el Tribunal Civil de Roma, fruto de cuyo matrimonio (1886) habían nacido dos hijos –Leopoldina y Mariano–, le animó a instalarse en Madrid y abrir un primer estudio en la glorieta de Quevedo sin dejar aún el romano. Entusiasta de la música lírica Benlliure conoció a la entonces primera tiple del Teatro de la Zarzuela, Lucrecia Arana (Haro, La Rioja, 1867 - Madrid, 1927), con la que emprendió una nueva y estable relación que perduró hasta la muerte de la cantante, fruto de la cual tuvieron un único hijo, José Luis Mariano.
     Trabajaba desde hacía tiempo en su más ambicioso monumento funerario, el Mausoleo al tenor Julián Gayarre (1901), síntesis de los conocimientos y las influencias asimiladas desde su llegada a Roma. Una espectacular composición de raíz barroca, en bronce y mármol, en la que con gran alarde técnico en la manufactura de los materiales combinó figuras y motivos ornamentales de ascendencia clásica y renacentista; y que trascendió en el proyecto decorativo completo del salón de música del Palacio Bauer que incluía dos importantes grupos escultóricos en mármol, Idilio (1896) y Canto de amor (1898).
     Con el cambio de siglo la obra de Benlliure adquirió una notable resonancia internacional que se inició con su participación en la Exposición Universal de París de 1900. Presentó un importante y dispar conjunto de obras que le merecieron el anhelado Gran Prix, que comprendía desde exquisitas y minuciosas piezas casi de orfebrería en plata como el Álbum de general Cassola (1889) o la Espada del general Polavieja (1898), el relieve Retrato de la reina María Cristina de Habsburgo y sus tres hijos en mármol y bronce (1891), busto-retratos de diferentes personalidades, a grupos escultóricos como la chimenea monumental en bronce Infierno de Dante (1900), y obras monumentales como la Estatua de Velázquez (1900) o el Mausoleo del tenor Julián Gayarre.
     Paralelamente a sus éxitos artísticos Benlliure conquistó sus primeros reconocimientos académicos e institucionales. Su profundo conocimiento del arte italiano y el prestigio alcanzado en el ambiente artístico romano contribuyeron a su elección como miembro de la Academia de San Luca en 1899, que poco después daría lugar a que fuera nombrado Director de la Academia de España en Roma (1901-1903), el mismo año que ingresó como Académico de Número en la Real de San Fernando de Madrid.
     Con motivo de la jura de la Constitución del rey Alfonso XIII en 1902, se encargaron una serie de monumentos dedicados a personajes ilustres, y se convocó un concurso para erigir un monumento a Alfonso XII en el parque del Retiro de Madrid. Benlliure recibió el encargo del Monumento a Goya (1902), actualmente situado frente a la puerta norte del Museo del Prado, y de la Estatua del rey Alfonso XII a caballo (1909) que preside el conjunto proyectado por Grases Riera. También en 1902 modeló y fundió en bronce el busto del presidente del gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, y tras su muerte acaecida a los pocos meses, labró en mármol de Carrara su mausoleo para el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid (1904): un sencillo podio sobre el que yace el político cubierto por un amplio manto y el collar del Toisón de Oro, acompañado por un obrero sentado a sus pies de gran realismo, emblema de El Pueblo, en contraste con una figura sedente y semidesnuda de mujer de inspiración clásica en la cabecera, La Historia.
     Por encargo de la Universidad de la Sorbona de París realizó el Monumento funerario a Henrry Lacaze-Duthiers en Bagnuls-sur-Mer (1905), novedoso por la naturalidad y la cercanía al espectador: el biólogo francés aparece sentado sobre un promontorio rocoso al borde del acantilado, sin necesidad de un podio o pedestal arquitectónico.
     Entre 1905 y 1908 su extraordinaria originalidad y versatilidad en la manera de abordar las escultura monumental le permitió trabajar en paralelo en dos proyectos para Madrid, radicalmente opuestos en su concepción y composición, que marcaron el inicio de una nueva etapa. Su modelado de trazos largos que deja a vista la huella del deslizar de los dedos y las herramientas en las superficies, otorgó protagonismo a los volúmenes y las formas frente al anterior virtuosismo en el detalle y, con ello, las figuras adquirieron una mayor fuerza expresiva, intensificada por la simplificación y geometrización de los soportes y basamentos y el sentido escenográfico de las composiciones. En el Monumento al general Martínez Campos (1907), sencillo y rotundo en su concepción, construyó una gran roca sobre la que se alza, en actitud distendida, la estatua del general a caballo. En contraste, en el Monumento a Emilio Castelar (1908) creó una compleja composición escenográfica con diversidad de personajes, en la que el político se sitúa en la base de un conjunto, confiando su remate a tres desnudos femeninos, emblema de los ideales republicanos, Libertad, Igualdad y Fraternidad. También en 1908 y con motivo del centenario de la Guerra de la Independencia, realizó el Monumento a Agustina de Aragón en Zaragoza.
     El estatus artístico y social alcanzado por Benlliure, unido a las necesidades de disponer de un estudio más amplio donde poder trabajar en varias obras de carácter monumental a la vez y salas donde presentar sus últimas obras y organizar recepciones, animaron al escultor y a la cantante a adquirir un hotelito en la calle de Abascal en Madrid, próximo a la Castellana, y algunos terrenos colindantes para construir el gran estudio. El 18 de febrero de 1911 celebraron un banquete de inauguración al que asistieron representantes del gobierno, las academias, las artes y la prensa. Al proyecto del arquitecto Enrique Repullés, Benlliure sobrepuso a las fachadas principales un friso y dos fuentes en cerámica policromada con procesiones o juegos de niños como protagonistas, un tema recurrente en su obra, que realizó en colaboración con la Fábrica de Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina. Seducido por las posibilidades de este material, instaló una mufla en su nuevo estudio, lo que le permitió trabajar con libertad para realizar un considerable numero de piezas únicas de extraordinaria calidad como Maja con abanico (1927), Gitana con mantón de Manila (1925), ambas en la Hispanic Society de Nueva York, o Jarrón con figuras de mujer (1922) del Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí de Valencia.
     La casa-estudio de Abascal fue un punto de encuentro de los personajes más ilustres del momento, tanto para posar como participar en sus animadas tertulias. De allí salieron excepcionales y numerosos retratos y monumentos, entre ellos la larga serie dedicada a la familia real, que acostumbraba visitar al escultor para admirar sus últimas obras.
     Alternó los encargos de obra pública con la realización esculturas de menor tamaño y de libre creación que abarcan, entre otras, su extensa tauromaquia y la serie de grandes bailaoras que arrancó con La Pinrelitos (1909) y que culminaría con la dedicada a Pastora Imperio (1916). Obras en las que fijó con gran realismo, en bronce o en mármol, una instantánea de la lidia o del baile flamenco.
     1910 fue un año trascendental para Benlliure por su concurrencia en tres exposiciones internacionales conmemorativas de las independencias de Argentina, Chile y México.  En la exposición bonaerense destacaron la bailaora en bronce La Pinrelitos, un exquisito busto en mármol de Cleo de Merode (1910) y la Estatua de Velázquez que ya había presentado en París en 1900, por la que le fue concedido el Gran Premio de Escultura, y fue adquirida por el gobierno argentino. También tuvo una nutrida participación ese mismo año en la Exposición Internacional de Medallas Contemporáneas, organizada por la Sociedad Numismática de Nueva York, a raíz de la cual entró en contacto con Archer Huntington, que adquirió la placa Retrato de Santiago Ramón y Cajal (1909) para la Hispanic Society. Benlliure contribuyó de forma notable a la evolución de la medalla escultórica, con una abundantísima y constante producción que inició con la dedicada a José de Ribera (1888) y se cerró con la dedicada a Mariano Fortuny (1946).
     Su amplia presencia en las exposiciones hispanoamericanas motivó nuevos encargos públicos. Destacan los monumentos consagrados al general San Martín en Lima (1921), al estadista argentino Bernardo Irigoyen en Buenos Aires (1933), y en Panamá a Simón Bolívar (1926) y el Monumento a Núñez de Balboa (1924), este último en colaboración con Miguel Blay, declarado Monumento Nacional en 2013.
     En la Exposición Internacional de Roma de 1911 contó con una sala dedicada a su obra en el Pabellón Español, donde sobresalió de forma excepcional el grupo taurino monumental El Coleo (1911).
     Pocos meses después de la inauguración en Madrid del Monumento al cabo Noval (1912) y tras el asesinato del presidente del gobierno José Canalejas, recibió el triple encargo de esculpir su busto para el Ministerio de la Gobernación, una lápida conmemorativa para colocar en el lugar del crimen en la Puerta del Sol y un mausoleo destinado al Panteón de Hombres Ilustres (1915). En el Mausoleo de Canalejas presentó una sobria y emotiva escena de enterramiento tallada enteramente en mármol, que simultaneó con los panteones de los duques de Denia (1914. Madrid, Sacramental de San Isidro) y de la Vizcondesa de Termens (1915. Cabra, Fundación Escolar Termens) y el Altar del Sagrado Corazón (1914. San Sebastián, Iglesia de San Ignacio).
     Con motivo del fallecimiento del jurista y político Eugenio Montero Ríos asumió la elaboración tanto de un monumento para Santiago de Compostela (1916) como de su busto en mármol para el Palacio del Senado. Además del busto de Montero Ríos (1915) el Senado adquirió otros tres de los generales López Domínguez (1908), Azcárraga (1914) y Martínez Campos (1917), que juntos reciben al visitante en el zaguán de entrada.
     En 1917 fue elegido para ocupar dos de los cargos de mayor trascendencia dentro del ámbito cultural de la Administración Pública española, la Dirección del Museo de Arte Moderno (1917-1931) y la Dirección General de Bellas Artes (1917-1919), cargo desde el que asumió importantes retos como la conversión de la Ermita de San Antonio de la Florida en panteón de Goya y el traslado de sus restos desde el Cementerio de San Isidro; la creación de la Escuela de Paisaje del Paular (Rascafría, Madrid), de la Casa de Velázquez (Madrid) y del Pabellón Español en la Bienal de Venecia. También creó el Comité de aproximación franco-española que, presidido por el duque de Alba, gestionó la Exposición de Pintura Francesa Contemporánea 1870-1918 en Madrid y la Exposición de Pintura Española Moderna en París y Burdeos, en las que el escultor mostró dos imponentes retratos del rey Alfonso XIII (1919) y del duque de Alba (1918). Presentó su dimisión a finales de 1919, y seguidamente fue nombrado Patrono del Museo Nacional del Prado.
     Es en esos años cuando el hispanista americano Archer M. Huntington le encargó un primer busto del pintor Joaquín Sorolla para presidir la sala destinada a albergar su serie de grandes lienzos Visión de España en la Hispanic Society de Nueva York. Este busto supuso el inició de una serie de retratos de personajes ilustres de la vida cultural y política española para la sociedad americana (Guillermo de Osma y Scull (1918), conde de Romanones (1929), Gregorio Marañón (1931), Benigno de la Vega Inclán, marqués de la Vega Inclán (1931), Miguel Primo de Rivera (1929) y un segundo busto de Sorolla en 1932).
     Continuó alternando su prolífica producción retratista con los encargos de escultura pública para distintos puntos de la geografía española, que se sucedieron sin cesar durante el reinado de Alfonso XIII, demostrando una gran adaptabilidad a cada caso conforme tanto a los medios como a la personalidad de sus protagonistas.
     Entre 1921 y 1923 se involucró en la talla en diferentes piedras de una sepultura y tres monumentos que comparten la sencillez de su concepto y la rotundidad y expresividad del cincelado. Son la Sepultura de Miguel Moya (1921), las estatuas sedentes de Santiago Ramón y Cajal (1923) y de Marcelino Menéndez Pelayo (1923), y el Monumento a Aniceto Coloma (1922).
     No obstante su incesante actividad, continuó enviando obras a exposiciones nacionales e internacionales y, en la Nacional de 1924, obtuvo la Medalla de Oro otorgada por el Círculo de Bellas Artes de Madrid por el busto en mármol de su sobrina Matilde, La lección (1918).
     De 1925 son los monumentos al comandante Villamartín en Toledo y a Eduardo Dato  en Vitoria, composiciones piramidales en las que tienen un gran protagonismo las figuras alegóricas que siempre aprehendieron la atención de Benlliure por brindarle una mayor libertad de creación.
     Su fuerte atracción desde la infancia por el espectáculo de la lidia y en particular por la belleza y elegancia de movimientos del toro bravo, que representó en diferentes actitudes y suertes, fomentó su amistad con algunos de los más famosos diestros a los que consagró en múltiples obras. Si a Machaquito le dedicó su más famosa estocada (1907) a Joselito un emotivo mausoleo (1926), en el que representó la desolada comitiva que porta a hombros su cuerpo en el féretro abierto. Su dramatismo se acentúa por el fuerte el contraste de los materiales, bronce y un mármol blanco de extraordinaria pureza reservado para el cadáver y el capote que lo cubre. En contraste con el Mausoleo de Joselito realizó el equilibrado y solemne Mausoleo de William Atkinson Jones (1926), su único monumento en Estados Unidos.
    La repentina muerte de Lucrecia Arana el 9 de mayo de 1927 marcó profundamente a Mariano Benlliure, que se recluyó aún con mayor intensidad en su trabajo y ese año terminó los monumentos a Miguel Moya (1927) y a Ángel Saavedra Duque de Rivas (1927), mientras seguía trabajando en los mausoleos del marqués de Cerralbo y de Eduardo Dato, y los monumentos isleños a Fernando León y Castillo (1928) y a Antonio Maura (1929).
     En la inauguración en Jerez del monumento ecuestre al general Miguel Primo de Rivera (1929) coincidió con Carmen Quevedo Pessanha (Viseu, Portugal, 1887 - Madrid, 1974), viuda del escritor y amigo Juan Nogales Delicado, a la que se uniría en matrimonio civil en 1931, y que escribiría una extensa biografía del escultor publicada después de su muerte.
     En 1931 entregó a la Cofradía de Jesús Nazareno el paso Redención, segundo realizado para Zamora, y el impresionante grupo de cinco jinetes para el Monumento al Regimiento de Caballería (1931) situado frente a la entrada de la Academia de Caballería de Valladolid.
     Unos meses después de la proclamación de la Segunda República, dimitió como director del Museo de Arte Moderno tras la remodelación de su patronato, y fue nombrado Director Honorario al tiempo que Patrono del Museo Sorolla de Madrid. Se abrió así una etapa en la que, aunque en menor número, siguió recibiendo encargos oficiales como el busto del Presidente del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux (1934). Sin declinar su actividad, emprendió la realización de retratos de su entorno más próximo y obras de menor tamaño en bronce y cerámica, generalmente de carácter costumbrista, modeladas con minucioso realismo, como el grupo Las víctimas de Navidad (1932) o diferentes versiones de sus esculturas taurinas, entre ellas Toro de salida (1939).
     En mayo de 1935 abrió las puertas de su estudio para presentar sus últimas obras: el Altar del Sagrado Corazón de Jesús (1935) destinado a la Catedral de Cádiz, el Mausoleo de la familia Falla y Bonet (1939) al Cementerio Colón de Buenos Aires, y el Sarcófago de Vicente Blasco Ibáñez (1935) amigo desde la juventud, y del que ya había modelado un espléndido busto (1909).
     Durante los primeros meses de la Guerra Civil no quiso abandonar su estudio y permaneció en Madrid trabajando. Modeló el busto del general José Miaja (1937) y el boceto de su estatua para un posible monumento. Invitado por el Gobierno Francés como miembro del Instituto de Francia a visitar la Exposición Universal de 1937, accedió a viajar a París donde se exponían dos de sus obras, los bustos de Santiago Ramón y Cajal (1932) y de Vicente Blasco Ibáñez (ca. 1935) en el Pabellón Español. Permaneció en París más de un año, tiempo en el que esculpió diversos retratos, hasta que cayó enfermo y a finales de julio de 1938 su mujer Carmen Quevedo, de origen portugués, se lo llevó a Viseu donde tenía casa, familia y medios para atenderle. Una vez recuperado reemprendió su trabajo en el estudio del escultor Texeira Lopes que le cedió un espacio, hasta su retorno definitivo a Madrid en junio de 1939. Aún regresó a Viseu un año después para montar el Monumento a Viriato (1940).
     De la última etapa de su vida en la que su estudio se vio sobrepasado ante la demanda de más de una treintena de imágenes, en su mayoría de carácter procesional, para reemplazar las que habían sido destruidas, resaltan dos obras civiles, el Mausoleo del tenor Francisco Viñas (1942. Barcelona, Cementerio de Montjuïc) y el Monumento a Mariano Fortuny (1946. Reus, plaza de Gabriel Ferrater y Soler). Las imágenes religiosas que salieron de su taller denotaban una cierta inspiración clasicista, ajena a la teatralidad barroca, reveladora de su interpretación personal, dirigida a resaltar el estudio anatómico y las expresiones graves y serenas de sus protagonistas, como por ejemplo Cristo de la Expiración (1940. Málaga, Iglesia de San Pedro del Perchel); Jesús Nazareno del Paso (1940. Basílica del Paso y la Esperanza); Cristo de la Fe (1941. Iglesia del Carmen, Cartagena); Cristo Yacente (1942. Hellín, Parroquia Nuestra Señora de la Asunción); Divino Cautivo (1944. Madrid, Colegio Calasancio de los Padres Escolapios) o Las Tres Marías y San Juan (1946. Crevillent, Iglesia de Nuestra Señora de Belén). Su talla la realizaba el escultor Juan García Talens a partir de los modelos ampliados de los bocetos modelados por Benlliure.
     Es en esos años cuando revisó sus obras dedicadas a la lidia, modeló nuevas escenas y fundió nuevos bronces, que presentó en dos exposiciones en Madrid y Valencia en 1944.
     En 1942 Valencia le rindió un emotivo homenaje en el Paraninfo de la Universidad y le concedió la Medalla de Oro de la Ciudad, y en 1944 la Dirección General de Bellas Artes celebró un Homenaje Nacional en el que le fue concedida la Gran Cruz de Alfonso X, el último de la larga lista de reconocimientos oficiales y académicos que recibió a lo largo de su fructífera trayectoria artística. Mariano Benlliure fue miembro de diversas Academias de Bellas Artes: San Fernando de Madrid, Valencia, Zaragoza, Málaga, San Lucas de Roma, Brera de Milán, Carrara y París, así como de la Hispanic Society de Nueva York; y recibió innumerables condecoraciones entre las que destacan la Legión de Honor de Francia y Comendador de la Orden de la Corona de Italia, además de la mencionada Gran Cruz de Alfonso X y la del Mérito Militar de España.
     Falleció a los 85 años, el 9 de noviembre de 1947, en su casa-estudio de la calle de Abascal en Madrid. Sus restos fueron trasladados a Valencia con todos los honores, donde fue enterrado en el cementerio del Cabañal junto a sus padres (Lucrecia Enseñat Benlliure, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
      Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto "Retrato del pintor José Villegas", de Benlliure, en la sala XI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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