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martes, 30 de agosto de 2022

Un paseo por la calle Cabeza del Rey Don Pedro

     Por amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Cabeza del Rey Don Pedro, de Sevilla, dando un paseo por ella
     Hoy, 30 de agosto, es el aniversario del nacimiento (30 de agosto de 1334) de Pedro I, rey de Castilla, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Cabeza del Rey Don Pedro, de Sevilla, dando un paseo por ella.
      La calle Cabeza del Rey Don Pedro es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de las calles Boteros, y Alhóndiga, a la confluencia de las calles Augusto Plasencia, Corral del Rey, Muñoz y Pabón, y Almirante Hoyos
      La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
     También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     La calle actual es el resultado de la unión en 1668 de dos, Mesones (Alhóndiga), que incluía los dos primeros tramos, y Cabeza del Rey Don Pedro, el tercero. Desde comienzos del s. XVII hay referencias a este topónimo, que algunas veces se sitúa en la calle Candilejo, aunque es muy probable que su uso sea más antiguo, pues es de 1602 el acuerdo municipal de colocar la cabeza o figura del rey don Pedro en la calle Candilejo. Desconocemos si esta escultura fue la primera o sustituyó a la que la leyenda cuenta que mandó colocar el propio rey. El topónimo Mesones, conocido también al menos desde el s. XVII, se debía a la concentración de establecimientos de este tipo. Se fusionan ambas en 1868, con el nombre de Justiciero, sobrenombre del rey Pedro I, que ostentará hasta los años ochenta en que se impondrá de nuevo, a toda la vía, el actual.
     Consta de tres tramos claramente diferenciados. El primero, hasta Águilas, es de regular anchura, alineado y con ligera curva producto de los procesos de ensanche y ali­neación de finales del s. XIX y primeras dé­cadas del s. XX. El segundo, hasta Candilejo, es mucho más estrecho, está también alineado y no parece haber sido ensanchado. El tercero, corto y de mayor anchura, constituye el punto de encuentro de dos ejes importantes de comunicación, de ahí su amplitud. Su importancia como espacio puede dedu­cirse del hecho de formar parte de los planes de ensanche de 1895 de Sáez y López, que incluía el eje de la plaza del Salvador a la Puerta de la Carne, y del proyecto de A. Arévalo, de 1901, de unirla con el Salvador a través de Augusto Plasencia. Estuvo empedrada en los s. XVI y XVII y hubo de ser reparada con frecuencia dado el tránsito de vehículos, hasta el punto de que en 1854, según publicaba la prensa, los mozos de posadas y mesones rellenaban los baches que la hacían intransitable y perjudicaban su negocios; fue una de las primeras en adoquinarse (1879). Este pavimento fue renovado en 1907 y reparado en 1922. Actualmente el adoquín está cubierto con capa asfáltica extendida en los años 70. El acerado con losetas de cemento y bordillo de granito se reduce a veces a la anchura de éste último. Se ilumina con farolas de brazo de fundición adosadas.
     Desde el s. XVIII al menos, se produjo una concentración de posadas y mesones que albergaban a los viajeros y vehículos, ocupando la calle con carros, galeras y recuas. "Casi todas sus casas son mesones o posadas donde paran los ordinarios de mu­chos pueblos de la provincia y fuera de ella" (González de León: Las calles...); este fenó­meno ha continuado hasta mediados de este siglo. De ahí salían carros y cosarios periódicamente, desde el Parador del Sol, para Montellano, El Coronil, Villamartín y El Viso del Alcor, y desde la Posada del Lobo partían galeras y mensajerías para Granada y Málaga. Esta proliferación de viajeros y vehículos atraía la presencia de gallegos y mozos de cuerda, que se situaban  en las aceras a la espera de ser contratados para portear enseres y mercancías. Constituía un eje de penetración desde la Puerta de la Macarena a la Catedral y era paso de las comitivas reales. Los edificios, de tres plantas de tipo de escalera, presentan un estado de abandono y degradación del que están saliendo paulatinamente; en 1979 llegó a un límite tal que, de las 24 casas que hay, 16 estaban deshabitadas, en ruina o habían sido demolidas. Hay también varios bloques de cuatro plantas entre medianeras, de reciente construcción. El busto del rey no se colocó antes de 1612, según Gestoso entre 1618 y 1620, y supuso malversación de fondos, pues se pretendió incluir en el precio del empedrado de la calle. La presencia de la cabeza real responde, según la leyenda, a la orden dada por Pedro I de que se colocara en el lugar en que dio muerte a un hombre en una de sus frecuentes salidas nocturnas. Esta muerte fue aclarada por la justicia gracias a una anciana que, al ruido de las espadas, salió con una candileja y reconoció al rey, pues, aunque iba disfrazado, lo delató el sonido que hacían sus canillas al andar. El monarca, haciendo gala de la justicia, premió a la anciana e hizo colocar la cabeza del reo, en este caso en efigie, en el lugar de los hechos. José Gestoso la vió como una "calleja tortuosa y estrecha, formada por pobres viviendas, desiguales y mezquinas, con los aleros de sus tejados salientes, sus puertas pequeñas y bajas." (Curiosidades antiguas sevillanas). Hay que destacar el edificio neobarroco del Hostal del Sol, con portada y gran penacho de coronamiento, obra de J. J. López Sáez (1929), del que sólo queda la fachada. También es digna de mención, más por su valor histórico que arquitectónico, la casa que tiene labrada la hornacina; ésta es obra de Matías de Figueroa, del segundo cuarto del s. XVIII. La efigie en piedra, enmarcada en hornacina con una concha, está adornada con los atributos reales, espada, cetro y corona. También aparecen las armas de Castilla y León. Se remata con un tímpano triangular desproporcionado. En la esquina con Águilas se encuentra la tradicional ferretería La Herradura (desaparecida) [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Cabeza del Rey Don Pedro, 30. En la fachada de ese número existe una hornacina con un busto del rey Pedro I, obra del segundo cuarto del siglo XVIII, atribuida por Sancho Corbacho al arquitecto Matías de Figueroa [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Pedro I, a quien está dedicada esta vía;
     Pedro I de Castilla, El Cruel. (Burgos, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Ciudad Real, 23 de marzo de 1369. Rey de Castilla y León.
     Pedro I, que fue Rey de Castilla y León entre los años 1350 y 1369, era hijo de Alfonso XI y de su esposa María de Portugal. He aquí la imagen que transmitió, a propósito de dicho Monarca, el cronista Pedro López de Ayala: “Fue el rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, é blanco é rubio, é coceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sofridor de trabajos. Era muy temprado é bien acostumbrado en el comer é beber. Dormía poco, é amó muchas mugeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue cobdicioso en allegar tesoror é joyas. E mató muchos en su regno, por lo qual vino todo el daño que avedes oído”. Esa mención de que “mató muchos en su regno” es la que explica el que a dicho Monarca se le conociera con el apelativo de El Cruel. Los estudiosos de los restos mortales de Pedro I han llegado a la conclusión de que los males padecidos por el citado Monarca durante su infancia, en concreto una parálisis cerebral que fue causa de la muerte de un gran número de neuronas, fueron el origen de un acortamiento de la tibia izquierda, motivo de una cojera que padeció en el resto de su vida, pero sobre todo de los frecuentes trastornos de su conducta, traducidos en los numerosos crímenes que cometió a lo largo de su reinado.
     Ahora bien, los defensores de Pedro I le tildaron nada menos que de “justiciero”, expresión que quiere dar a entender que la dura represión que ejerció aquel Monarca obedecía a la estricta aplicación de la justicia.
     En cualquier caso, independientemente de la opinión que se tenga acerca de este personaje, es indudable, como ha puesto de relieve la investigadora norteamericana Clara Estow, que la Crónica que escribió Pedro López de Ayala sobre dicho Monarca es la “más completa fuente de material narrativo contemporáneo sobre el reinado de Pedro I”.
     En sus años de príncipe heredero sus progenitores procuraron prepararlo tanto en el cultivo de las letras, faceta que estuvo a cargo de Bernabé, obispo de Osma, como en las artes militares, función que fue desempeñada por el maestre de la Orden Militar de Santiago, Vasco Rodríguez Cornago. También jugó un papel de gran importancia en la formación del joven príncipe Pedro el obispo palentino Juan Saavedra, que llegó a ocupar el cargo de canciller mayor.
     Cuando accedió al Trono Pedro I era muy joven, lo que explica que, hasta el año 1353, el poder fuera dirigido por un personaje de la alta nobleza, de origen lusitano, Juan Alfonso de Alburquerque, el cual contaba con toda su confianza. Dicho personaje buscó una alianza con Francia, lo que se tradujo en la derrota, en Winchelsea, en el año 1350, de una escuadra de mercaderes cántabros que regresaba de Flandes. El panorama económico de sus reinos era, en aquellas fechas, bastante negativo, debido a los frecuentes “malos años”, a la reciente difusión de la terrorífica peste negra e incluso a los enormes gastos militares de la guerra mantenida unos años atrás contra los musulmanes por su padre, Alfonso XI, en la zona del estrecho de Gibraltar. Al mismo tiempo Leonor de Guzmán, la que fuera amante del rey Alfonso XI y madre, entre otros, de Enrique de Trastámara, fue hecha prisionera, muriendo de forma violenta en el año 1351, al parecer por orden de la reina madre, María de Portugal.
     En esa etapa se celebraron unas importantes Cortes en la villa de Valladolid, eso sí, las únicas de aquel reinado. En las citadas Cortes se decidió abrir una investigación sobre la situación en que se encontraban en las tierras de Castilla las behetrías, una institución básica, a la vez que singular, del sistema feudo señorial vigente en la cuenca del Duero. Como indicó López de Ayala, “quisieron ordenar que se partiesen las Behetrías de Castilla, diciendo que eran ocasión por dó los Fijosdalgo avían sus enemistades”. De allí salió el famoso Libro becerro de las behetrías, especie de catastro, que se elaboró en el transcurso del año 1352. Por lo demás, en esas Cortes se aprobó un importante ordenamiento de menestrales y posturas, o, si se quiere, de precios y salarios. Los motivos que llevaron a decretar ese ordenamiento eran la “muy gran mengua” que pasaban los súbditos del rey de Castilla, así como el hecho de que los menestrales “vendían las cosas de ssus offiçios a voluntad et por muchos mayores preçios que valían”.
     En el mes de junio de 1353 Pedro I se casó, en la villa de Valladolid, en la iglesia de Santa María la Mayor, con la infanta francesa Blanca de Borbón. Aquella boda se realizó gracias a la actuación de Juan Alfonso de Alburquerque, el cual, al margen de actuar como padrino, pretendía afianzar la alianza de la Corona de Castilla con el Reino de Francia. No obstante, aunque el citado matrimonio, según todos los indicios, fuera consumado, apenas unos días después de dicha boda Pedro I abandonó a su esposa, la cual fue enviada bajo la condición de confinada a la villa de Arévalo. El monarca castellano decidió entonces reunirse con su amante María de Padilla, con la que tuvo tres hijas, Beatriz, Constanza e Isabel, y un hijo, Juan, aunque éste murió muy pronto. Años más tarde Pedro I llegó a contraer matrimonio con otra amante, Juana de Castro. En cualquier caso, su marcha con María de Padilla fue uno de los motivos que utilizó un sector de la alta nobleza, capitaneada por Enrique de Trastámara, un hermanastro de Pedro I, para oponerse abiertamente al monarca castellano. Asimismo es imprescindible señalar que las relaciones de Juan Alfonso de Alburquerque con Pedro I entraron en una fase de total deterioro, lo que explica que antes de acabar el año 1353 aquel magnate abandonara la Corte regia, terminando por aliarse con Enrique de Trastámara. La coalición nobiliaria contra Pedro I ya estaba en marcha en 1354. Como ha indicado el profesor Luis Suárez, allí se encuentra el inicio de la larga pugna que van a mantener en tierras de la Corona de Castilla, durante buena parte de los siglos XIV y XV, la alta nobleza y la Corona. Inicialmente Pedro I, que se presentó en la villa de Toro, donde se encontraban sus rivales, estuvo a punto de convertirse poco menos que en un prisionero de ellos, pero la astucia de que dio muestras el rey de Castilla le permitió salir de aquella urbe y al mismo tiempo atraer a su causa a algunos de los que formaban parte del bando enemigo. En los años siguientes hubo enfrentamientos varios entre el bando realista y el de sus rivales, en particular el que tuvo lugar en la ciudad de Toledo, en el año 1355.
     Los soldados trastamaristas entraron en la ciudad del Tajo, atacando violentamente a los judíos, sobre todo en la judería conocida como el Alcaná, pero al final no tuvieron más remedio que retirarse. En definitiva, el bando petrista salió vencedor de aquellos conflictos, lo que explica que Enrique de Trastámara marchara a Francia en 1356.
     El año 1356 fue, por otra parte, testigo del inicio de la guerra que mantuvo Pedro I de Castilla con el rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso. A esa pugna se la denomina Guerra de los Dos Pedros. Todo comenzó por un incidente ocurrido en la localidad andaluza de Sanlúcar de Barrameda, en donde un catalán, Francés de Perellós, se apoderó de dos navíos piacentinos, alegando que la ciudad italiana de donde procedían esos barcos era una aliada de Génova, estrecha colaboradora de Castilla, en tanto que la Corona de Aragón mantenía excelentes relaciones con Venecia. Pedro I ordenó detener a todos los mercaderes catalanes establecidos en Sevilla, así como confiscar sus propiedades. También jugaba a favor de dicha contienda la buena acogida que habían tenido en Castilla los infantes de Aragón, Fernando y Juan, hermanastros de Pedro IV. La guerra comenzó a desarrollarse en la zona fronteriza entre ambas Coronas. Los castellanos iniciaron la contienda lanzando un ataque sobre la zona próxima a la villa de Molina. Por su parte el monarca aragonés decidió apoyar a Enrique de Trastámara. La pugna militar comenzó con buen pie para Castilla, que ocupó en marzo de 1357 la importante plaza de Tarazona. En junio de 1359 la flota castellana llegó a poner cerco a la ciudad de Barcelona, lo que constituía un acontecimiento sin precedentes, aunque no se conquistó dicha ciudad.
     Pero en septiembre de aquel mismo año las tropas de Pedro I fueron derrotadas en la batalla de Araviana, localidad próxima al Moncayo, por la coalición que formaban las tropas aragonesas y los partidarios del bastardo castellano Enrique de Trastámara. Ahora bien, en abril del año siguiente, 1360, el Ejército castellano derrotó al Ejército trastamarista, que había lanzado una ofensiva en toda regla contra el Reino de Castilla, en las proximidades de la villa riojana de Nájera. A raíz de aquel éxito Pedro I ordenó reforzar la zona fronteriza de Castilla con Aragón. De todos modos, la Paz de Terrer, firmada en mayo de 1361, abrió una etapa de paz entre las Coronas de Castilla y de Aragón. De todos modos, la guerra castellanoaragonesa se reanudó en junio de 1362. Las tropas de Pedro I efectuaron importantes progresos frente a los aragoneses, tomando, entre otras localidades, Teruel e incluso acercándose a la populosa urbe de Valencia. Es más, Pedro I de Castilla había firmado con Eduardo III de Inglaterra, en ese mismo año de 1362, el Tratado de Londres, que establecía una alianza entre ambos reinos. Ahora bien, en abril de 1363 se llegó a la Paz de Murviedro, la cual situaba a Pedro I de Castilla como el vencedor indiscutible. No obstante, ante la Paz de Binéfar, firmada en octubre de 1363 por el rey de Aragón con Enrique de Trastámara, Pedro I de Castilla reanudó la ofensiva. Su Ejército atacó el Reino de Valencia, pero, después de varias alternativas, la pérdida de la localidad de Murviedro, en junio de 1365, supuso un retroceso para las tropas castellanas. De hecho la Guerra de los Dos Pedros prácticamente acabó tras aquellos acontecimientos.
     Es preciso resaltar, por otra parte, cómo en el transcurso de esos años muchos nobles que habían estado al lado de Pedro I terminaron por pasarse al bando trastamarista. Por lo demás, Pedro I mostró su dureza, patente en la ejecución, en el año 1358, en la ciudad de Sevilla, de su hermanastro Fadrique y de otros varios personajes. Después de esa matanza, de acuerdo con el punto de vista transmitido por López de Ayala, el Rey de Castilla se puso a comer tranquilamente delante del cuerpo sin vida de su hermanastro.
     La violencia de Pedro no se detuvo, de ahí que, en el año 1360, pereciera el magnate nobiliario Pedro Núñez de Guzmán, al que, según la versión de López de Ayala, el Rey de Castilla “fízole matar en Sevilla muy cruelmente”. Al año siguiente, 1361, murió la reina Blanca de Borbón, al parecer después de obligarla a tomar unas hierbas que la envenenaron.
     Pedro I era presentado por sus enemigos como un aliado de las minorías no cristianas, es decir de los judíos y de los musulmanes. En las Cortes de Valladolid de 1351, ante la petición de los procuradores de las ciudades y villas de conceder nuevos plazos para el pago de las deudas judiegas, Pedro I respondió que los hebreos “son astragados e proves por non cobrar sus debdas fasta aquí”. Es más, el nombre del rey Pedro I aparece sumamente elogiado en la sinagoga toledana del Tránsito, en donde se dice lo siguiente: “El gran monarca nuestro señor y nuestro dueño, el rey don Pedro, ¡sea Dios en su ayuda y acreciente su fuerza y su gloria y guárdelo cual un pastor su rebaño!”. Por lo demás en la Corte regia castellana se hallaba un destacado financiero hebreo, Samuel ha-Leví, el cual ocupó el puesto de tesorero mayor del Reino. Asimismo el rabino de la localidad de Carrión Sem Tob dedicó sus conocidos Proverbios Morales al monarca Pedro I, al que presenta como “sennor noble, rrey alto”. Simultáneamente había en aquellos años muchos judíos que desempeñaban puestos importantes en los dominios de la alta nobleza. Uno de ellos era Çag aben Bueno, que era el tesorero de Pedro Núñez de Guzmán. Esa actitud fue utilizada por Enrique de Trastámara, el cual, para intentar acabar con Pedro I, ondeó a fondo la bandera del antisemitismo. Por otra parte, el atractivo que ejercía el arte mudéjar sobre el monarca Pedro I se puso claramente de manifiesto en el alcázar de la ciudad de Sevilla. Asimismo, mantuvo con frecuencia buenas relaciones con los dirigentes de la Granada nazarí.
     También se le ha acusado a Pedro I de Castilla de cometer abusos contra la Iglesia, sobre todo en el terreno fiscal. Por otra parte hubo prelados víctimas del mencionado Rey de Castilla, como el arzobispo de Toledo, don Vasco, que hubo de exiliarse a Portugal, o el francés Jean de Cardaillac, que estuvo algún tiempo encarcelado por mandato regio. No se puede olvidar que Pedro I de Castilla llegó a ser excomulgado por los pontífices romanos en dos ocasiones. Es razonable pensar, no obstante, que Pedro I buscaba continuar la línea política emprendida por su padre, Alfonso XI, caracterizada por el reforzamiento de la autoridad regia.
     Pero, de hecho, el rasgo más sobresaliente de su reinado fue, sin duda alguna, el del “personalismo”, lo que explica que muchos de sus más fieles adeptos terminaran por pasarse al bando contrario.
     Ahora bien, el suceso más llamativo y de más importantes consecuencias de todo el reinado de Pedro I fue, sin duda alguna, la guerra que sostuvo con su hermanastro Enrique de Trastámara. Éste, que contaba con la ayuda militar francesa y del monarca Pedro IV de Aragón, inició la ofensiva contra Pedro I en la primavera del año 1366. Una vez situado en la ciudad de Burgos, Enrique de Trastámara se proclamó, en el Monasterio de Las Huelgas Reales, rey de Castilla, acusando a su hermanastro Pedro I de tirano a la vez que de protector de los hebreos y de los musulmanes. Pedro I, después de abandonar sucesivamente las ciudades de Burgos, Toledo y Sevilla, decidió salir de sus reinos, marchando al sur de Francia. En agosto del año 1366, Pedro I llegó a la ciudad de Bayona. En septiembre de aquel año, el rey de Castilla firmó con el heredero de la Corona inglesa, conocido como el Príncipe Negro, los acuerdos de Libourne. A cambio de la decisiva ayuda militar que recibiría de los ingleses, Pedro I se comprometía a entregar al Príncipe Negro, aparte de una notable cantidad de dinero, el señorío de Vizcaya y el puerto de Castro Urdiales. En la primavera de 1367 las tropas anglopetristas, a las que el rey de Navarra Carlos II permitió que pasaran por sus tierras, llegaron a la comarca de La Rioja. Antes de entrar en pugna los dos bandos, el petrista y el trastamarista, hubo un intercambio de correspondencia entre el Príncipe Negro y Enrique de Trastámara. El dirigente inglés afirmó que “non podemos escusar de ir con el dicho Rey Don Pedro nuestro pariente por el su Regno”.
     El día 3 de abril de dicho año los soldados que defendían la causa de Pedro I de Castilla derrotaron a los trastamaristas, de forma aplastante, en la segunda batalla que tenía lugar en la localidad de Nájera. La actuación de los arqueros ingleses fue de todo punto decisiva en aquel combate. Como ha señalado el historiador Castillo Cáceres, el Ejército del Príncipe Negro constituía “una fuerza de tremenda efectividad y gran calidad en hombres y armamento y representaba lo mejor de Occidente en términos bélicos”. Un testimonio relativo a aquella batalla afirma que “la mayor parte de los castellanos no peleaban de corazón contra el rey don Pedro porque sabían ya que había sido e era su rey e señor natural días havía e que si algunos yerros havía fecho que Dios se los havía de demandar que non castigar ellos”. En la batalla de Nájera hubo muchas víctimas, “fasta quatrocientos omes de armas”, según la opinión ofrecida por el cronista López de Ayala. Algunas de las víctimas lo fueron por decisión directa del rey Pedro I, entre ellas Íñigo López de Orozco. Por otra parte muchos de los partidarios del Trastámara, entre ellos el destacado militar bretón Bertrand Du Guesclin, fueron hechos prisioneros por los anglopetristas. Enrique de Trastámara, sin embargo, montado en un “caballo ginete” que le proporcionó un escudero de su Corte, pudo escapar, pasando a tierras de la Corona de Aragón y, finalmente, retornando a Francia.
     A pesar del espectacular éxito logrado en la batalla de Nájera la imagen de Pedro I comenzó a declinar.
     Uno de los motivos básicos de esa caída fue la marcha, en el mes de agosto de 1367, del Príncipe Negro de las tierras hispanas, el cual, poco antes, había liberado al francés Bertrand Du Guesclin. La causa de esa marcha fue el incumplimiento, por parte de Pedro I, de lo acordado en el Tratado de Libourne, lo que obedecía a la angustiosa situación económica en la que se encontraba por esas fechas la Corona de Castilla. Por su parte Pedro I dio muestras, una vez más, de su gran dureza, al ejecutar, entre otras personas, a Urraca Osorio, madre del magnate nobiliario Juan Alfonso de Guzmán y a Martín Yáñez, que había sido su tesorero. Mientras tanto su hermanastro Enrique de Trastámara regresó en septiembre de 1367 al solar hispano, entrando en la Corona de Castilla por la villa de Calahorra. Paralelamente el Trastámara impulsaba en diversos lugares movimientos hostiles a Pedro I. La lucha fratricida, patente en los numerosos conflictos de bandos, parecía resurgir, aunque en esta ocasión se asemejaba más a una guerra de desgaste. De todos modos poco a poco aumentaban los núcleos de población que se mostraban partidarios de Enrique de Trastámara, el cual, en los inicios de 1368, controlaba las zonas centrales de la Corona de Castilla. En ese mismo año de 1368, Enrique de Trastámara puso cerco a Toledo. Como es sabido, Enrique de Trastámara firmó con los franceses, el 20 de noviembre de 1368, el Tratado de Toledo. En él se acordó nuevamente el envío de destacados militares franceses para defender la causa del Trastámara, como Bertrand Du Guesclin, el cual ya se encontraba en las tierras peninsulares en diciembre de aquel mismo año. Pedro I, ante aquel difícil panorama que tenía frente a sí, buscó una alianza con el monarca de la Granada nazarí. Los soldados granadinos lanzaron varios ataques contra la zona cristiana de Andalucía, incendiando una parte de la ciudad de Jaén, así como Úbeda, en donde, según dice un texto de la época, “el traydor, hereje, tyrano de Pero Gil fizo estruyr la ciudad de Ubeda con los moros e la entraron e quemaron e destruyeron toda e mataron muchos de los vezinos de la dicha ciudad”. Es conveniente señalar que esa intervención de los nazaríes se tradujo en un incremento del apoyo de los cristianos del valle del Guadalquivir a la causa de Enrique de Trastámara. Pedro I, pese a todo, se mostró deseoso de intervenir militarmente, por ejemplo en la defensa de Toledo, cercada por los trastamaristas. Incluso buscó una nueva alianza militar con los ingleses, aunque sin éxito alguno. A comienzos de 1369, el Ejército de Pedro I cruzó Despeñaperros, llegando a la localidad de Puebla de Alcocer. No obstante, en marzo de 1369 las tropas petristas, grupo del que también formaban parte combatientes musulmanes, deseosas de enfrentarse a los soldados trastamaristas, entraron en el campo de Calatrava, en concreto en la localidad de Montiel. El 14 de marzo de 1369, los dos bandos pelearon entre sí, saliendo derrotado el Ejército petrista. Así relata Pedro López de Ayala el final de aquel choque: “el Rey Don Enrique, é los que con él iban [...] pasaron por la otra parte, é adereszaron á los pendones del Rey Don Pedro, é luego que llegaron á ellos fueron desbaratados; ca el Rey Don Pedro, nin los que con él eran, nin los Moros, non se tuvieron punto nin más, ca luego comenzaron de se ir”. Pedro I, sin duda angustiado, buscó refugio en el castillo de Montiel. Uno de los hombres de confianza del rey de Castilla, Men Rodríguez de Sanabria, intentó atraer a su causa al dirigente francés Bertrand Du Guesclin, ofreciéndole muy valiosas concesiones, tanto en señoríos de tierras de Castilla como en dinero, aunque sin conseguirlo. Al final, en la noche del 22 al 23 de marzo de 1369, los dos hermanos, Pedro y Enrique, se encontraron frente a frente, en la posada en la que residía el bretón Bertrand Du Guesclin. Un caballero del entorno de Bertrand Du Guesclin le dijo a Enrique de Trastámara lo siguiente: “Catad que este es vuestro enemigo”.
     ¿Qué ocurrió a raíz de aquel encuentro? La versión transmitida por el cronista López de Ayala, el cual indica que el Trastámara, cuando supo que tenía frente a sí a su hermanastro Pedro I, “firiólo con una daga por la cara: é dicen que amos á dos, el Rey Don Pedro é el Rey Don Enrique, cayeron en tierra, é el Rey Don Enrique le firió estando en tierra de otras feridas. E allí morió el Rey Don Pedro”.
     Ciertamente aún subsistían en la Corona de Castilla algunos focos que defendían la causa petrista, pero su resistencia terminó por ser derrumbada por los partidarios del nuevo monarca, Enrique II. Los restos mortales del rey Pedro I recorrieron diversos lugares, como el Convento de Santo Domingo el Real de Madrid y el Museo Arqueológico de Madrid, terminando finalmente por ser trasladados a la Catedral de Sevilla (Julio Valdeón Baruque, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Cabeza del Rey Don Pedro, al detalle:
Edificio del antiguo Hostal del Sol
Edificio calle Cabeza del Rey Don Pedro, 30
     Hornacina de la Cabeza del Rey Don Pedro

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