Por Amor a Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles (Jerónimas) - La Carlina, en Constantina (Sevilla).
Hoy, 2 de agosto, Festividad de Nuestra Señora de los Ángeles.
Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles (Jerónimas)- La Carlina, en Constantina (Sevilla).
El Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles (Jerónimas) - La Carlina, se encuentra en la calle Pablo Iglesias, 23 A; en Constantina (Sevilla).
La Carlina tiene una historia novelesca. Lo que fuera un humilde cortijo o casa de campo con una viña alrededor, a las afueras de Constantina, cambió radicalmente a principios de los años 50, cuando fue comprada por Léon Degrelle (1906-1994). Degrelle, político belga y oficial de las Waffen SS, estuvo exiliado en España después de la II Guerra Mundial. En este paraje construyó partir de 1952 una casa palacio para su uso personal, además de otras edificaciones. El edificio destacó desde el primer momento en el paisaje urbano y natural, siendo conocido como El Castillo Blanco y convirtiéndose en uno de los símbolos de Constantina.
Degrelle dotó a la vivienda de importantes obras de arte (se dice que hubo un Zurbarán en sus salones) y creó en su entorno maravillosos jardines donde hubo hasta catorce fuentes decoradas con azulejos arabescos y cerámicas sevillanas. El área del jardín estaba limitada por dos entradas, con grandes pórticos en estilo neoclásico y mudéjar, además de un maravilloso mosaico de inspiración romana con el mapa de Bélgica, la patria de Degrelle.
Después de diversos avatares económicos y cambios de propiedad han sido necesarias diversas adaptaciones y obras para recuperar y transformar el antiguo palacete en hospedería monástica. Duraron desde el año 2004 al 2008. El arquitecto, Luis Pérez-Tennessa, ha sabido conjugar los elementos antiguos de las edificaciones y dotar de elementos nuevos. Por ejemplo, la espadaña que enseñoreaba la plaza de la Carretería está ahora formando parte de la fachada de la iglesia. También se han trasladado algunas de las puertas de madera más nobles que han sido colocadas en los lugares más significativos del monasterio como el refectorio. La anterior reja del coro de la iglesia es la que sirve en La Carlina para dar entrada al compás del nuevo monasterio. La torre blanca, el jardín con abundantes palmeras y fuentes que le dan un aire árabe, han servido de base al nuevo monasterio.
Se ha restaurado la torre, uno de los símbolos del pueblo. Sus blancos muros se elevan con elegancia en el entorno del parque natural de la Sierra Norte con sus colinas de olivos, encinas, madroños y castaños, como si de una torre del homenaje se tratara, destacando su aire de exotismo. Dos campanas, llamadas Esperanza y de la Paz, invitan a la oración y la alabanza desde la torre blanca. El jardín ha quedado a modo de claustro central del monasterio. La hospedería se ha construido aprovechando el desnivel del terreno, de modo que queda unida al edificio pero independiente de éste.
El templo es un espacio ideal por su sencilla belleza, luminosidad y amplitud, el presbiterio lo preside una imagen de Cristo crucificado, réplica a mayor escala del creado por el padre jerónimo José María Aguilar, mientras que una celosía de tubos de órgano complementa este proyecto ciertamente innovador. Destaca la mesa de altar en piedra, donde se ha colocado el mejor símbolo de la historia de este monasterio, las reliquias de los Santos Mártires procedentes de San Román (Medinaceli), en un relicario de plata y protegidas por un cristal (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia de la Festividad de Nuestra Señora de los Ángeles;
Es fiesta propia de la Orden Franciscana, vinculada al famoso Perdón de Asís o Jubileo de la Porciúncula. En la segunda mitad de julio de 1216, San Francisco de se presentó con Fray Maseo ante el papa, y le pidió “una indulgencia especial para los que visitaren la ermita, sin necesidad de limosnas”. El papa se sorprendió, pues la ayuda económica era imprescindible en estos casos. Con todo, le ofreció un año, más de lo habitual, pero al Santo le pareció poco, y replicó: “Plazca a vuestra santidad concederme almas, no años”. Y, ante la extrañeza del pontífice, le explicó: “Quiero, si place a vuestra santidad, por los beneficios que Dios ha hecho y aún hace en aquel lugar, que quien venga a dicha iglesia confesado y arrepentido quede absuelto de culpa y pena, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y hora de su entrada en ella”. La perplejidad del papa estaba más que justificada: el Concilio Lateranense IV, pocos meses antes, había limitado a un año la indulgencia para la dedicación de una iglesia, y a sólo cuarenta días para el aniversario, con el fin de favorecer la única indulgencia plenaria que existía entonces, la de Ultramar, establecida por el Concilio de Clermont (1095) con motivo de la Primera Cruzada.
En un principio estaba reservada a los peregrinos de Tierra Santa y a los cruzados, pero el Concilio acababa de hacerla extensiva a quienes colaboraran materialmente con la Cruzada. Por tanto, una indulgencia plenaria sin riesgo físico ni coste económico, con la sola condición de acudir a la Porciúncula sinceramente arrepentidos, era algo inconcebible; de ahí que el papa respondiera: “Mucho pides, Francisco. La Iglesia no suele conceder tales indulgencias”. A lo que él replicó: “lo que pido no viene de mí, es el Señor quien me envía”. Entonces el pontífice exclamó, por tres veces: “¡Me place que la tengas!”. Pero los cardenales, temiendo el golpe que tal indulgencia podía suponer para la Quinta Cruzada que se estaba organizando, hicieron notar enseguida al pontífice que tal concesión echaba por tierra la de Ultramar, mas él argumentó: “Se la hemos concedido y no podemos echarnos atrás, pero la limitaremos a un solo día natural”, y así se lo comunicó a San Francisco, quien, por respuesta, hizo una reverencia y se dispuso a marcharse, pero el Papa lo detuvo, diciéndole: “¡Simple! ¿A dónde vas sin documento alguno?”. “Me basta vuestra palabra -replicó él, alérgico como era a los privilegios-. Si es de Dios, ya se encargará de manifestarla. No quiero documentos. Que la Virgen sea el papel, Cristo el notario y los ángeles, testigos”. Logrado su objetivo, Francisco regresó, contento, a Asís. Al llegar a Collestrada se detuvo a descansar y a orar junto a la leprosería. Poco después llamó al Hermano Maseo y le dijo: “De parte de Dios te digo que la indulgencia concedida por el papa ha sido confirmada en el cielo”.Los biógrafos más antiguos no mencionan expresamente esta importante concesión pontificia, pero cuentan que un hermano muy espiritual, a quien San Francisco quería mucho (probablemente fray Silvestre), antes de su conversión, soñó que en torno a la ermita de la Porciúncula había una multitud de personas ciegas, de rodillas, con el rostro y las manos levantadas al cielo y pidiendo a Dios, con lágrimas, luz y misericordia. Y, de repente, un gran resplandor del cielo los envolvió y les devolvió la vista. La referencia explícita más antigua y autorizada sería una carta de San Buenaventura, ministro general entre 1257 y 1273, hoy desaparecida, inventariada en 1375 en la biblioteca papal de Aviñón bajo el título: “De indulgentia Beatae Mariae Portuensi (léase Portiunculae) Assisii”. Pero los testimonios más importantes fueron los recogidos por fray Ángel de Perugia, ministro de la provincia umbra de San Francisco (1276-7), que sirvieron de base para el Diploma del obispo Teobaldo de Asís (1310), que es el relato más completo y autorizado. Entre los testigos estaba Pedro de Zalfano, presente el 2 de agosto de 1216 en la Porciúncula, donde “oyó predicar a San Francisco en presencia de siete obispos, y llevaba un papel en la mano, y dijo: Os quiero llevar a todos al paraíso, y os anuncio una indulgencia que tengo de boca del sumo pontífice.
Y todos los que vengan hoy, y los que vendrán cada año, este mismo día, con corazón bueno y contrito, tendrán la indulgencia de todos sus pecados. Yo la quería para ocho días, pero sólo pude conseguir uno”. Aunque Pedro de Zalfano hace coincidir la proclamación con “la consagración”, según una nota del Sacro Convento de Asís, de la primera mitad del siglo XIII, y el testimonio de Giacomo Coppoli, que se lo oyó decir a fray León, lo que se celebraba ese día era el primer aniversario de la consagración. La concesión, por voluntad de San Francisco, nunca estuvo avalada por ninguna bula, de ahí que, años más tarde, algunos dudaran de la misma, y fue por ese motivo por el que frailes y fieles de Asís se vieron obligados a recoger testimonios jurados de los pocos testigos directos e indirectos que aún vivían. Sin embargo, ningún papa se manifestó nunca contrario, más bien la confirmaron y, poco a poco, la fueron haciendo extensiva a otras muchas iglesias. Además, la ignorancia sobre el tema unos siglos después llevó a creer que la Indulgencia se podía obtener en la Porciúncula todos los días del año, y también esto fue aceptado por diversos pontífices, no sólo para Santa María, sino también para la Basílica de San Francisco. En cierto modo se han cumplido las palabras del Santo, cuando dijo: “Si es obra de Dios, ya se encargará él de manifestarla” (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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