Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Pedro liberado por el ángel", de Valdés Leal, en la Sala del Pabellón, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 1 de agosto, en Roma, en el monte Esquilino, la Dedicación de San Pedro Apóstol ad Víncula, celebrada hasta febrero de 1969, cuando fue retirada del Martirologio Romano por Pablo VI.
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "San Pedro liberado por el ángel", de Valdés Leal, en la Sala del Pabellón, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
HISTORIA Y LEYENDA
Pescador en Cafarnaúm, Galilea, en el lago de Genezaret, él y su hermano Andrés fueron los primeros apóstoles reclutados por Jesús.
Su verdadero nombre era Simón. Recibió de Cristo el mote arameo Kefás (gr.: Petras), para significar que sería la piedra angular de la Iglesia. Su mote ha suplantado por completo a su nombre.
Su vida se divide en tres períodos muy claros:
1. Envida de Jesús, lo acompañó, con los otros discípulos, desde el comienzo del ministerio galileo hasta su Prendimiento en el Huerto de los Olivos, luego, después de la Resurrección, hasta la Ascensión.
2. Después de la desaparición de su maestro, residió en Jerusalén, donde fue encarcelado por el tetrarca Herodes Agripa.
3. Luego habría viajado a Roma de la cual fue el primer obispo. Otra vez fue encarcelado y crucificado por orden de Nerón.
Durante el primer período, la actividad de san Pedro estuvo estrechamente ligada a la de Jesucristo, siguió tras los pasos de éste, por decirlo así. De ahí que hayamos debido remitir a la iconografía del Nuevo Testamento todas las escenas de la Vida de Jesús donde san Pedro tiene algún papel: la Vocación y la Tradición de las llaves, el Lavatorio de los pies y la Santa Cena, el Prendimiento en el Monte de los Olivos, donde corta la oreja de Malco, la Negación, la Transfiguración y las Apariciones de Galilea. Tampoco volveremos a tratar ciertas escenas posteriores a la Ascensión de Cristo, tales como la Pentecostés y el Tránsito de la Virgen, donde él está, por fuerza. El apostolado y los milagros de san Pedro en Jerusalén y en Roma son los únicos hechos de su leyenda que comportan hagiografía propiamente dicha. Abandonamos por ello el terreno de los Evangelios para abordar los dominios de los Hechos de los Apóstoles y de la Leyenda Dorada.
Antes de abordar el estudio del culto y de la iconografía de san Pedro, es menester discernir entre la leyenda y la historia, exponiendo objetivamente las doctrinas contradictorias de los católicos y de los racionalistas, ya protestantes, ya agnósticos.
Oigamos las dos campanas, porque si debemos creer en un viejo proverbio «Quien oye sólo una campana no oye más que un sonido».
l. La tradición católica
La actividad de Pedro en Palestina después de la Ascensión de Jesús se habría prolongado hasta el año 44. Fue entonces cuando, después de haber consumado numerosos milagros (Resurrección de Tabita, Curación de los enfermos con su sombra), habría sido encarcelado por Herodes y liberado por un ángel.
Quo vadis, Domine y éste le respondió: «Voy a Roma para ser crucificado allí otra vez». Pedro, avergonzado por su cobardía, regresó entonces a Roma donde padeció el martirio al mismo tiempo que san Pablo; pero mientras a éste, que era ciudadano romano,lo decapitaron, Pedro, que sólo era un judío, fue crucificado.
Según una tradición, venerable por su antigüedad, habría pasado en Roma los veintitrés últimos años de su vida, desde 44 hasta 67. Triunfó contra los sortilegios de Simón el Mago, favorito del emperador Nerón. Preso en la cárcel Mamertina, se fugó con la complicidad de sus carceleros a quienes había convertido. Dándose a la fuga por temor a las persecuciones, en la Vía Apia se encontró con Cristo con la cruz a cuestas, a quien preguntó:
Los Padres de la Iglesia enseñaban que san Pedro, que no quería morir de la misma manera que Jesucristo, por humildad había pedido que lo crucificasen cabeza abajo. Se contaba que su cruz había sido levantada inter duas metas, es decir, entre los dos hitos del circo de Nerón. A finales de la Edad Media se creyó que se trataba de los dos hitos antiguos de Rómulo, cerca del Vaticano (Meta Romuli), y Cestio, en la puerta de San Pablo. Se buscó un sitio intermedio entre estos dos puntos de referencia, y fue así como el martirio se localizó sobre el Janículo, en el lugar donde se levanta la iglesia de San Pietro in Montorio. La disputa entre el Janículo y el Vaticano aún continúa abierta.
A falta de testimonios que sirvan de prueba de la llegada de san Pedro a Roma, la fecha de ésta y la duración de su estadía, así como acerca del lugar en que se realizó su crufixión, los defensores de la tradición católica recurrieron a dos argumentos indirectos: el silencio de las iglesias rivales de Oriente (Palestina o Siria) que nunca reivindicaron las reliquias del Príncipe de los apóstoles y la edificación de la Basílica Constantiniana a orillas del Tíber, sobre la colina del Vaticano.
1. Si San Pedro estaba muerto y había sido sepultado en Jerusalén, las Iglesias orientales nunca habrían dejado de invocarlo para apoyar sus pretensiones al primado en la Iglesia cristiana. Ahora bien, nunca se produjo ninguna reivindicación de ese género.
2. ¿Se habrían atrevido a construir la Basílica Constantiniana sobre el emplazamiento de un cementerio, profanando una multitud de tumbas no sólo paganas sino también cristianas si no hubiesen estado persuadidos de que allí se encontraba la tumba de san Pedro? Esta suposición parece también más inverosímil por cuanto la naturaleza del terreno arcilloso, sobre la ladera de una colina, impuso enormes trabajos de nivelación; se necesitaban poderosas razones para emprenderlos.
Después de las excavaciones dirigidas por Enrico Josi bajo las grutas del Vaticano, estos argumentos fueron esgrimidos en numerosas oportunidades por G. Carcopino. Según sus propios términos, «las investigaciones de los arqueólogos han confirmado la tradición y puesto fin a las polémicas de los eruditos. A partir de ahora queda probado que san Pedro fue inhumado en el Vaticano. Las reliquias del Príncipe de los apóstoles habrían sido trasladadas hacia 258 ad Catacumbas, sobre la Via Apia, pero de vueltas por Constantino al Vaticano en 336».
2. La tesis protestante y racionalista
La crítica racionalista cuestiona el valor de estos argumentos y la base en que se fundan estas tradiciones.
Pretende que no se ha probado que san Pedro haya estado en Roma, y que en cualquier caso, la tradición acerca de su cuarto de siglo de episcopado romano no reposa en fundamento histórico alguno.
El silencio de las Iglesias de Oriente sin duda resulta impresionante, pero el argumentum e silentio del cual se ha abusado con frecuencia, a lo sumo no constituye más que una presunción.
La verdad es que ningún texto contemporáneo digno de fe menciona el viaje de san Pedro a Roma. Los Hechos de los Apóstoles (12: 17) nos informan, simplemente, que después de haber dejado la prisión de Herodes, Pedro salió, yéndose a otro lugar, sin aclarar cual fuese. Aunque un proverbio dice que «todos los caminos conducen a Roma» es de desear una información más precisa. Dicho silencio es tanto más sorprendente por cuanto el autor insiste con abundancia (capítulos 27 y 28) en las peripecias del viaje de Pablo a Roma.
La creencia en que Pedro pasó a orillas del Tíber los últimos años de su vida sólo aparece en los escritos de Ireneo y Tertuliano.
Y hasta los católicos admiten que las fábulas populares de origen romano no pueden considerarse como pruebas.
El arqueólogo pontificio Enrico Josi no vacila en calificar él mismo de «leyendas», el encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina, donde habría bautizado a sus carceleros, el duelo con Simón el Mago en presencia del emperador Nerón y el diálogo con Jesucristo con la cruz a cuestas en la Vía Apia (Quo vadis).
Estos relatos dramáticos o poéticos apuntan a acreditar la apostolicidad de la fundación de la Santa Sede, que no lo está más que la de una multitud de sedes episcopales donde no se vaciló en antidatar la fundación, a veces en muchos siglos, con el objeto de aumentar su prestigio y justificar su primado.
Hasta el mismo hecho de la crucifixión del Príncipe de los apóstoles es dudoso. Se trataría de una falsa interpretación de las palabras: «Extenderás tus manos».
En cuanto a su localización en el Janículo, no fue imaginada antes del siglo XV, cuando los franciscanos de Roma quisieron justificar las pretensiones de su iglesia de San Pietro in Montorio, patrocinada por los reyes de España. El teólogo protestante Cullmann consiente en admitir la historicidad de una tardía residencia de san Pedro en Roma. Según dicho autor, el apóstol habría abandonado Jerusalén en 44, dejando al apóstol Santiago como sucesor y jefe de la comunidad cristiana, para contentarse, como san Pablo, con el papel de misionero. Pero jamás habría ejercido funciones episcopales en la capital de los césares, de manera que los papas no pueden pretenderse sucesores suyos.
De hecho, san Pedro nunca fue representado con el báculo, atributo episcopal por excelencia.
Acerca de la duración de su estadía en Roma, reina la misma incertidumbre. En su Dictionnaire d'Archeologie chrétienne, el erudito benedictino Dom Henri Le clerq, admite que si la estadía de san Pedro en Roma es a sus ojos un hecho cierto «suduración no lo es». La fecha de su crucifixión sigue siendo problemática, o más bien, puede presumirse que se la hizo coincidir artificialmente con la decapitación de san Pablo, para asociar en la muerte a los dos Príncipes de los apóstoles. Las fechas propuestas son muy variables: 55, 58, 64, 67, tanto como decir que no se sabe nada.
Si en la Roma del siglo IV se creía que las reliquias de san Pedro habían sido devueltas al Vaticano, sólo se trata de una tradición.
A falta de textos habría podido esperarse que la arqueología nos deparase la solución del enigma. Desgraciadamente, las excavaciones dirigidas en 1939 y 1949 por Enrico Josi, director del Museo de Letrán y realizadas en el cementerio cristiano sobre el que se edificó la basílica de San Pedro no arrojó los resultados que se esperaban.
No pusieron a la luz la tumba primitiva del Príncipe de los apóstoles, que se supone destruida por los vándalos. El papa Gregorio Magno la habría reemplazado en el siglo VI por un trofeo cenotafio o memorial: simple monumento conmemorativo que no contiene reliquias.
Los resultados de las excavaciones vaticanas fueron cuestionados por Charles Delvoye (Latomus, 1954), Amable Audin (Byzantion, 1954), quien concluye que el memorial de san Pedro habría abrigado su púlpito y no su tumba.
Si el papa Pío XII hubiera estado convencido que los huesos del Príncipe de los apóstoles habían sido inhumados efectivamente en las criptas de la basílica vaticana ¿no se habría apresurado a proclamar Urbi et Orbi esta feliz nueva? ¿Si no lo hizo no fue porque su conciencia escrupulosa se lo prohibió? Para no decepcionar la esperanza de los peregrinos debió contentarse con decretar al fin del Jubileo del Año Santo de 1950, el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, en vez de promover la unión tan deseable de las iglesias cristianas, y aún a riesgo de profundizar las diferencias entre protestantes y católicos.
En suma, ni las investigaciones arqueológicas ni los textos nos permiten hasta el presente poner fin a un debate que siempre permanece abierto, y agregar así a las afirmaciones de la fe las certezas de la ciencia.
CULTO
Considerado muy pronto como «el Moisés de la Nueva Ley», san Pedro no es sólo un santo palestino, sino el santo universal por excelencia.
Además, si en su condición de fundador del papado es el principal personaje de la Iglesia oficial, al mismo tiempo, a título de portero del Paraíso, es un santo eminentemente popular.
Fiestas
Esta popularidad está probada por el número de sus fiestas que, excepcionalmente, son tres.
l. Su natalicio, es decir, el aniversario de su muerte, que se celebra el 29 de junio.
2. La fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier), que conmemora su liberación de la prisión, y se celebra el 1 de agosto.
3. Finalmente, la fiesta de la Cátedra de san Pedro Apóstol (Cathedra Petri, Petri Stuhlfeier), que conmemora su primado, y que fue fijada el 22 de febrero.
Reliquias
Roma posee las más preciosas reliquias del Príncipe de los apóstoles: sus llaves (claves), sus cadenas (vincula) y su púlpito (cathedra); pero se trata de reliquias indirectas y no corporales.
El púlpito que Bernini introdujo en un relicario de suntuosa ejecución barroca se conserva en la basílica de San Pedro, reconstruida en el siglo XVI por Bramante y Miguel Ángel.
Las cadenas, cuyos eslabones proceden de la cárcel de Jerusalén y de la cárcel Mamertina de Roma y que se habrían soldado milagrosamente, se veneran en la basílica de San Pietro in Vincoli. Una tercera iglesia, San Pietro in Montorio, sobre el Janículo, señalaría el lugar de su martirio.
Su báculo milagroso, también embutido en una montura (Petrus stabhülle), se conserva en Alemania, en la catedral de Limburg del Lahn. En Venecia, en la iglesia del Redentor, se mostraba el cuchillo que usó el apóstol para cortar la oreja de Malco.
Lugares de culto
En Pavía, Lombardía, debe mencionarse la iglesia romana de San Pietro in Ciel d'Oro, cuyó ábside, como el de la iglesia de la Daurade, en Toulouse, estaba cubierto de mosaicos de esmalte dorado.
Además de protector de Roma y de Pavía, a san Pedro también se lo consideraba el de Milán, Lucca, Ancona, Orvieto, Nápoles, Calabria y Sicilia. En 1140 el rey Rogerio II de Sicilia, de origen normando, puso bajo su advocación la Capilla Palatina de Palermo.
Francia tiene numerosas iglesias puestas bajo la advocación de san Pedro. Su culto fue difundido por la orden de Cluny, cuya casa matriz, y casi todos los prioratos, comenzando por el de Moissac, estaban consagrados al Príncipe de los apóstoles, primer representante del papado al cual la orden respondía directamente, por derecho de exención.
Entre las catedrales góticas que llevan su nombre, basta recordar las de Beauvais, Troyes, Lisieux, Nantes, Poitiers, Angulema y Montpellier. Entre las iglesias abaciales o parroquiales, cabe citar, en París, la antigua capilla de Saint Pierre aux boeufs (Capella Sanct Petri de bobus), cuya portada decoraba la fachada de la actual Saint Severin; en Sens, la de Saint Pierre le Vif (invko); en Estrasburgo, la de Saint Pierre le Vieux y Saint Pierre le Jeune; en l'ours, la de Saint Pierre le Puellier (Monasterium S.Petri puellarum) y Saint Pierre des Corps; en Toulouse, la de Saint Pierre des Cuisines; en Normandía, Caen y Jumieges, en las regiones de Poitou, Saintonge, Airvault, Chauvigny y Aulnay. Además, numerosas localidades se bautizaron Dompierre o Dampierre. En España, mencionemos las de San Pedro de las Puellas, en Barcelona y San Pedro el Viejo en Huesca, Aragón.
En Suiza, la catedral de Ginebra, convertida en el santuario principal de la Roma protestante, estaba bajo la advocación de San Pierre es Liens (ad Vincula; cast.: encadenado, encarcelado).
En los Países Bajos, san Pedro era particularmente venerado en Lovaina, Bélgica y Maastricht, Holanda.
Antes de la Reforma Inglaterra no era menos devota, a juzgar por la advocación de la abadía de Westminster, y las de las catedrales de Norwich, Exxeter y Peterborough.
Para acabar con una nomenclatura, muy incompleta ciertamente, mencionemos la célebre abadía de San Pedro de Salzburgo, en Austria, y la Peterkirche de Munich, en Baviera.
Patronazgos de corporaciones
La popularidad del pescador de Cafarnaúm, convertido en el primero de los papas de Roma, además está probada por el gran número de corporaciones y gremios que reivindican su patronazgo: los pescadores, pescaderos. comerciantes de pescado, fabricantes de redes -en conmemoración de la Pesca milagrosa- albañiles -a causa del nombre del primer papa, que es la piedra viviente sobre la cual Cristo ha edificado la Iglesia; los herreros y doradores de metales, a causa de las cadenas de las cuales fue liberado; los cosechadores y cesteros porque se sirven de ligaduras; los cerrajeros, al igual que los relojeros quienes formaban parte de la misma corporación, porque san Pedro posee la llave del Paraíso.
No se lo apreciaba menos como santo curador. Se lo invocaba contra la fiebre, los ataques de locura, las picaduras de serpiente. Para curar la rabia, enfermedad contra la cual se lo consideraba idóneo porque pusiera en fuga a los perros que lanzara contra él Simón el Mago, se aplicaba, tanto a hombres como a animales, un hierro calentado que se llamaba «llave de san Pedro».
ICONOGRAFÍA
La iconografía del Príncipe de los apóstoles (Iconografía petriana) es de tal riqueza que desafía todo intento de enumeración.
l. Figuras
Tipo iconográfico, vestiduras y atributos
l. Tipo
San Pedro se caracteriza no sólo por sus atributos sino por su tipo físico que es fácilmente reconocible.
El arte oriental le atribuyó una cabellera rizada. En Occidente, por el contrario, se lo representa calvo, con sólo un mechón de pelo sobre la frente. La tonsura recuerda que fue el primero de los sacerdotes cristianos.
Se contaba que los judíos de Antioquía le habían tonsurado la cabeza para escarnecerlo. Tal sería el origen de la tonsura clerical, convertida en un signo de honor, porque según los simbolistas evoca la corona de espinas de Jesucristo. Esta clase de tonsura se denomina tonsura scotica porque fue puesta de moda entre los clérigos por los misioneros irlandeses.
La barba rizada de san Pedro siempre es corta.
2.Vestiduras
Su indumentaria es muy diferente, según que esté representado como apóstol o como papa.
En el arte cristiano primitivo, como todos los apóstoles, lleva la toga antigua, la cabeza descubierta y los pies descalzos. En la Edad Media su indumentaria era la de los papas, sus sucesores. Viste el palio, y a partir del siglo X, está tocado con la tiara cónica o la triple corona (triregnum). Estos ornamentos pontificios se convirtieron en la regla en el siglo XV: «San Pedro estará vestido de papa», se lee en un contrato acordado con un pintor en 1452.
ATRIBUTOS
Los atributos de san Pedro son excepcionalmente numerosos, y los lleva, ya él mismo, ya los ángeles que lo acompañan; unos le caracterizan como apóstol, otros como papa.
l. El más antiguo y difundido es la llave (clavis), que aparece por primera vez en un mosaico de mediados del siglo V, y que desde entonces se convirtió en su atributo constante. Pedro siempre es clavígero (Petrus claviger coeli).
A veces la llave es única, pero generalmente hay dos ,una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra que simbolizan el poder de atar y desatar, de absolver y de excomulgar, que Cristo concediera al Príncipe de los apóstoles (Tibi daba claves regni coelorum). Dichas llaves están juntas porque el poder de abrir y el de cerrar es uno solo.
A causa del pasaje del Evangelio de Mateo acerca de la «Tradición de las llaves», san Pedro, en la creencia popular, se convirtió en el portero del Paraíso (jnnitor Coeli).
Cuando el número de llaves es tres, simbolizan el triple poder de san Pedro sobre el cielo, la tierra y el infierno.
2. La barca alude a su primer oficio, pescador, y la pequeña barca de remos, es símbolo de la Iglesia.
3. El pez tiene el mismo significado, salvo que caracteriza no sólo al pescador de peces, sino también al pescador de hombres (Menschertfischer).
4. El gallo posado sobre una columna es el emblema de la negación y de su arrepentimiento. Dicho atributo, muy tardío, se difundió con el arte barroco del siglo XVIII.
5. Las cadenas recuerdan sus «cárceles», su triple encarcelamiento, en Antioquía, Jerusalén y Roma. La cadena partida simboliza su liberación por un ángel.
6. La cruz invertida evoca su crucifixión cabeza abajo.
7. La cruz de triple crucero,uno más que la de los arzobispos, es la insignia de la dignidad papal.
A estos numerosos atributos puede sumarse la imagen de Simón el Mago, padre de los simoníacos, quien le ofreciera dinero para adquirir el don del Espíritu Santo, ya quien el apóstol pisotea. A veces, aunque es muy infrecuente, derriba al emperador Nerón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
La Fiesta de San Pedro Ad Víncula
Propiamente hablando, esta fiesta fue establecida con motivo de la dedicación de la basílica de San Pedro en el Esquilino, donde se conservaban las cadenas (vincula) con que fue aherrojado San Pedro durante su prisión romana en la cárcel Mamertina. Pero la fiesta litúrgica, por curiosas circunstancias que después veremos, hace resaltar el prendimiento y liberación del apóstol en Jerusalén, que San Lucas nos ha transmitido en uno de los más bellos y pormenorizados episodios de su libro Hechos de los Apóstoles.
"Por aquel tiempo —comienza el capítulo 12 de los Hechos— el rey Herodes se apoderó de algunos de la Iglesia para atormentarles."
Este era Herodes Agripa, el tercero de tal nombre, nieto de Herodes el Grande, que diera muerte a los Inocentes. Había recibido el reino del emperador Cayo Caligula el año 40, y el suceso que ahora se refiere ocurrió el año 44.
"Dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan, y, viendo que daba gusto con ello a los judíos, llegó a prender también a Pedro. Era por los días de los ázimos."
Santiago, puntual a la predicción del Maestro y a su propia promesa, había conseguido morir "en los días de ázimos", durante la solemnidad pascual, bebiendo de esta suerte el cáliz de la amargura por las mismas fechas en que lo apurara el Señor.
Pedro es puesto en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de soldados, teniendo Herodes el propósito de ofrecérselo al pueblo después de la Pascua. Pero la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él.
Se comprende la enorme emoción de la comunidad cristiana de Jerusalén con tal motivo.
Después de la muerte del diácono Esteban, ya algo lejana, pero que tan profundamente consternados dejó a los fieles, se junta ahora la muerte de Santiago en tan señalados días, y la prisión de Pedro, que todo hacía presentir un fin trágico. Incapaz de tomar resoluciones más expeditivas y heroicas, "la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él". Oración por el Papa prisionero, con el que Herodes había extremado las precauciones, montando tan excepcional vigilancia para un solo hombre.
Y aquí viene el contraste entre el sobresalto de la Iglesia y la paz de Pedro. Porque la noche anterior al día en que Herodes pensaba entregar su prisionero al pueblo, hallábase éste durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión con centinelas.
Hace bien el narrador en aportar tantos detalles. La víspera de su martirio Pedro duerme tranquilamente.
Queremos imaginarnos que su sueño sería bien distinto del de Getsemaní, la víspera del prendimiento del Señor, cuando le rendía el cansancio y la pena, no dejándole su inconsciencia presentir lo que se avecinaba. Ahora, aunque sujeto con dos cadenas que los soldados asían por los extremos, el santo apóstol duerme sosegadamente, sin importarle la incomodidad de la prisión, dejando su porvenir en las manos de Dios, ajeno al futuro, tan preñado de temores.
Y entonces se opera el milagro.
"Un ángel del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado, y, golpeando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo, "Levántate pronto"; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: "Cíñete tus vestidos y cálzate tus sandalias". Hízolo así. Y agregó: "Envuélvete en tu manto y sígueme". Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión."
San Lucas ha sabido captar magníficamente el estado psicológico del Príncipe de los Apóstoles, y Rafael, en las "estancias" del Vaticano, supo pintar con singular maestría la "liberación de San Pedro" y las distintas fases de la luz que alumbra la escena. El prisionero despierta de su pesado sueño y obedece como un autómata. Todo es extraño y tan rápido, que no tiene tiempo de discernir el sueño de la realidad.
"Atravesando la primera y la segunda guardia llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo después el ángel. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel, y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío."
La impresión inusitada continúa. Como por arte de encantamiento, y sin ser notados de los centinelas, atraviesan los retenes de las guardias y salen a la ciudad al abrírseles por sí sola la puerta de la cárcel. Es en la calle, al encontrarse solo, cuando Pedro advierte con toda claridad que aquello no es un sueño, sino el ángel del Señor que le ha libertado. ¿Qué hacer en tal caso? ¿Adónde dirigirse en tales horas? La noche estaba avanzada, y el día era menester que le encontrase muy lejos de Jerusalén.
"Reflexionando, se fue a casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde estaban reunidos y orando. Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos le dijeron: "Estás loca". Insistía ella en que era así; y entonces dijeron: "Será su ángel". Pedro seguía golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron quedaron estupefactos."
Esta María debía ser la madre de Marcos, el evangelista, y seguramente que su casa era el cenáculo donde acostumbraba a reunirse la Iglesia o comunidad cristiana de Jerusalén, en aquel momento, en patética asamblea de plegarias por el apóstol cautivo.
San Lucas relata con gracia y ternura la deliciosa escena. La impresión de la criada Rode, que se olvida de abrir; la incredulidad de los reunidos, la impaciencia de San Pedro en la calle, solo y temiendo que pudieran buscarle al darse cuenta en la cárcel que el preso había escapado. Al fin le abren y, después de referir brevemente su liberación y dar algunas órdenes, "salió, yéndose a otro lugar".
No había tiempo que perder. Con ligereza y cautela Pedro organizó su huida. El autor de los Hechos no quiso decir hacia dónde emprendió su marcha, tal vez para no traicionar su retiro. La tradición nos refiere que marchó a la misma Roma. Dejaba la capital del judaísmo por la del mundo pagano. Su misión entre los de su raza había concluido. Era el momento de llevar la Buena Nueva "hasta el último confín del mundo".
Este es el bello relato que sirve de epístola en la misa del día y también como lecciones del primer nocturno del oficio divino. Una demostración de la Providencia divina sobre su Iglesia, que desbarata los planes de Herodes, porque todavía no era el momento en que Pedro "extendiera los brazos y otro le ciñera, llevándole adonde no quisiera ir".
Del Príncipe de los Apóstoles celebra la Iglesia varias festividades, la de su martirio (29 de junio), las dos cátedras (18 de enero y 22 de febrero) y ésta de sus cadenas (1 de agosto). Desde el siglo IV existía en Roma, en el barrio aristocrático del monte Esquilino, una iglesia dedicada a San Pedro y San Pablo. Al siglo siguiente hizo una restauración a fondo de la misma el papa Sixto III († 440) con las limosnas que proporcionó el presbítero Felipe, legado suyo en el concilio de Efeso (año 431), y donde trabó amistad con la princesa Eudoxia, siendo ella quien sufragó las obras del templo, con tal esplendidez que la basílica mereció llamarse con el título de Eudoxia.
Consta que en este templo se guardaban ya desde principios del siglo V las cadenas con que fuera aprisionado en Roma el Príncipe de los Apóstoles en tiempos de Nerón, porque el obispo Aquiles de Spoleto consiguió el año 419 algunos eslabones de la misma, que depositó en su iglesia, en cuyas paredes mandó grabar unos versos de los que son este dístico que hoy figura como antífona en el oficio litúrgico:
Solue ivvente Deo terrarum Petre catenas
qui facis,vt pateant caelestia regna beatis.
"Desata, oh Pedro, por orden de Dios las cadenas de la tierra, tú que abres los reinos celestiales a los bienaventurados."
Estas mismas ideas las expresaba el diácono Arator en el poema que declamó en la iglesia romana de San Pedro ad vincula, donde una lápida las reproduce para el visitante:
"Estas cadenas, oh Roma, afirman tu fe. Este collar que te rodea hace estable tu salvación. Serás siempre libre, por que ¿qué no podrán merecerte estas cadenas, que han atado a aquel que todo lo puede desatar? Su brazo invencible, piadoso aun en el cielo, no permitirá que estos muros sean abatidos por el enemigo. El que abre las puertas del cielo impedirá el paso a los que te hagan guerra".
La devoción a las cadenas de San Pedro dio pie a una fiesta que se procuró fuera muy popular, para contrarrestar con ella la memoria de otra pagana que se celebraba en la misma fecha en honor de Marte. El calendario jeronimiano la menciona con estas palabras: "En Roma, estación en San Pedro ad vincula". O en esta otra redacción: "Estación en el título de Eudoxia, donde los fieles besan las cadenas del apóstol Pedro".
Era de tanta fama esta devoción que el propio emperador Justiniano llegó a pedir desde Constantinopla una reliquia de las cadenas del apóstol, "si era posible". Y San Gregorio Magno refiere que de todas partes ambicionaban, por lo menos, unas limaduras de dichas cadenas, con las que se fabricaban piezas de orfebrería en oro y plata, añadiéndoles dichas limaduras.
Alguna vez se regalaron hasta eslabones, como a la catedral de Metz, que conserva uno, de suerte que la cadena guardada en el Esquilino no está completa. Comprende dos pedazos, uno de veintitrés eslabones, terminado en dos argollas semicirculares que servirían para aherrojar las manos o el cuello, y otro que sólo tiene once eslabones idénticos a los primeros y cuatro más pequeños. Son obra tosca de herrero, de la misma factura que otras cadenas antiguas que han llegado a nosotros. Pocas reliquias llegan a poseer tantos títulos de autenticidad como ésta.
Sin embargo, la leyenda vino a hacerlas sospechosas. Siempre se pensó que tales cadenas fueron las que aprisionaron en la cárcel Mamertina a San Pedro, en la misma Roma. Pero en el siglo VII un predicador relacionó la prisión romana del Príncipe de los Apóstoles con la de Jerusalén, y en sí la idea era feliz, y pasó a la liturgia; pero, desgraciadamente se añadió como consecuencia que la cadena de Jerusalén había sido llevada a Roma por Eudoxia, la emperatriz que contribuyera a reedificar la basílica del Esquilino. En el siglo XIII se propagó la leyenda definitiva. La emperatriz Eudoxia, al ir en peregrinación a Jerusalén el año 429, recibió del patriarca Juvenal las cadenas que habían atado a San Pedro cuando la prisión de Herodes Agripa. Una parte de ellas las conservó en Jerusalén y la otra la regaló a su hija Eudoxia, que dos años antes había casado con el emperador Valentiniano III. La joven emperatriz mostró tan preciada reliquia al papa Sixto III, quien correspondió mostrando a su vez la otra cadena con que Nerón había aprisionado al santo apóstol antes de sentenciarle a muerte. Habiendo acercado el Papa una cadena a otra al instante se soldaron las dos tan perfectamente que parecían una sola.
Como consecuencia del milagro Eudoxia habría mandado edificar la basílica de San Pedro ad vincula en honor de la preciada reliquia.
Ya hemos visto el origen de este hermoso templo, que posteriormente fue título cardenalicio, ligado de forma tradicional a la familia florentina de los Rovere, que lo restauraron en la época del Renacimiento, dándole el aspecto actual. Posee frescos y pinturas del Pollaiolo, del Guercino, del Domenichino y del Pomarancio, y sobre todo guarda la obra cumbre de Miguel Angel, el famoso Moisés, que habría sido una de las cuarenta estatuas que decorasen el mausoleo de Julio II, el cual, sin embargo, fue enterrado en una relativamente modesta tumba.
Las cadenas se guardan bajo el baldaquino del altar mayor, en un tabernáculo de bronce con bajorrelieves del Caradosso (1477). Se muestran al pueblo el día 1 de agosto, y la historia habla de numerosos milagros atribuidos al contacto con las mismas, sobre todo para la liberación de los posesos. Algunas de estas escenas decoran la bóveda de la nave central (Casimiro Sánchez Aliseda, en www.mercaba.org).
Hoy, 1 de agosto, en Roma, en el monte Esquilino, la Dedicación de San Pedro Apóstol ad Víncula, celebrada hasta febrero de 1969, cuando fue retirada del Martirologio Romano por Pablo VI.
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "San Pedro liberado por el ángel", de Valdés Leal, en la Sala del Pabellón, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Sala del Pabellón [nº 082 al 085 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; La Sala del Pabellón, hoy una sala museística, es la unificación de:
nº 082: Mayordomía. Ya en 1845 era la "oficina de la mayordomía de fábrica", misión que aún cumple.
nº 083: Carpintería. Este fue su último destino, o al menos así se la denominaba, ya convertida en almacén, en 1987; hoy sirve de depósito para el servicio de limpieza.
nº 084: Sala de Beneficiados. Este fue su último uso hasta 1987. Hoy se usa como almacén y comedor de los albañiles.
nº 085: Secretaría. Tiene este uso desde fines del XIX. Desde 1996 es también la sala de reuniones de las comisiones especializadas del Cabildo. En 1845 era la oficina de la Diputación de Negocios (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
En la Catedral de Santa María de la Sede, en la Sala del Pabellón, podemos contemplar la pintura "San Pedro liberado por el ángel". Otro de los grandes maestros de la escuela sevillana de la segunda mitad del siglo XVII fue Juan de Valdés Leal, nacido en Sevilla en 1625. Realizó su aprendizaje en Córdoba, pero desde 1656 residió en Sevilla, donde en años sucesivos y hasta la fecha de su muerte, acaecida en en 1690, realizó una intensa producción. Poseyó siempre Valdés Leal una técnica decidida y suelta, que le confiere a sus obras una acusada personalidad, merced sobre todo a la intensa expresividad que otorga a sus personajes.
Un notable conjunto de obras de Valdés Leal posee la Catedral sevillana, siendo una de las más importantes el San Pedro liberado por el ángel. En esta composición los personajes se mueven en un interior sumido en la penumbra, de la que destaca el ángel protagonista de la escena, intensamente iluminado. En sus actitudes contrasta la impetuosa y dinámica figura del ángel con la estática y vehemente expresión de San Pedro, que se apresta a ser liberado. Esta pintura, que puede fecharse dentro de la producción temprana del artista, hacia 1655, ha llegado hasta nuestros días en muy mal estado de conservación, habiéndose perdido parte del perfil de la cara del ángel a causa de las heces de una colonia de murciélagos que anidó detrás del lienzo. En 1913 Gonzalo Bilbao restauró esta pintura y en nuestros días ha tenido que ser tratada de nuevo (Enrique Valdivieso, La pintura en la Catedral de Sevilla. Siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
Se trata de una obra de excepcional calidad dentro de la producción de Valdés Leal y una de sus composiciones más logradas, realizada entre 1657-59, en un óleo sobre lienzo, y con unas medidas de 1'95 x 2'30 m.
En ella se describe la liberación de San Pedro por el ángel del Señor de la prisión de Herodes según se narra en los Hechos de los Apóstoles (12, 6-11).
En el interior tenebrista de un calabozo acaba de aparecer la potente y luminosa figura de un ángel con sus alas desplegadas y su rojo manto al viento. Dicho personaje nos ofrece una intencionada postura, de forma que mantiene un cuidado equilibrio ya que adelanta una de sus piernas, flexionándola para subir un escalón y mostrar su anatomía, a la vez que extiende uno de sus brazos al anciano que se halla postrado, señalándole el camino de salida. Mientras tanto el anciano recogido en un marcado escorzo se incorpora del suelo, levantando una de sus manos para ser ayudado. Acompañan a la escena, en los laterales del cuadro, las figuras de unos soldados cuyas figuras quedan semiescondidas en la penumbra.
Son muy notables las diferencias apreciables entre las actitudes psicológicas y físicas de los protagonistas: así el ángel de juvenil apariencia, mantiene una actitud serena y segura; mientras que el santo recogido como un anciano de popular y ruda apariencia, nos transmite en su expresión un terrible asombro y miedo. Dichas diferencias se ven acentuadas además por el tratamiento del color aplicado a ambas figuras; de forma que el ángel está tratado con tonalidades transparentes, tornasoladas y brillantes, mientras que en el santo se han aplicado colores pastosos y oscuros, obteniendo de ambos tratamientos una yuxtaposición entre lo fastuoso y lo sencillo.
El rostro del ángel fue restaurado en 1913 por el pintor sevillano Gonzalo Bilbao y en 1983 fue intensamente tratada para hacer desaparecer el gran número de repintes que encubrían ciertas partes de la obra (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto, Iconografía y Atributos de San Pedro, apóstol:HISTORIA Y LEYENDA
Pescador en Cafarnaúm, Galilea, en el lago de Genezaret, él y su hermano Andrés fueron los primeros apóstoles reclutados por Jesús.
Su verdadero nombre era Simón. Recibió de Cristo el mote arameo Kefás (gr.: Petras), para significar que sería la piedra angular de la Iglesia. Su mote ha suplantado por completo a su nombre.
Su vida se divide en tres períodos muy claros:
1. Envida de Jesús, lo acompañó, con los otros discípulos, desde el comienzo del ministerio galileo hasta su Prendimiento en el Huerto de los Olivos, luego, después de la Resurrección, hasta la Ascensión.
2. Después de la desaparición de su maestro, residió en Jerusalén, donde fue encarcelado por el tetrarca Herodes Agripa.
3. Luego habría viajado a Roma de la cual fue el primer obispo. Otra vez fue encarcelado y crucificado por orden de Nerón.
Durante el primer período, la actividad de san Pedro estuvo estrechamente ligada a la de Jesucristo, siguió tras los pasos de éste, por decirlo así. De ahí que hayamos debido remitir a la iconografía del Nuevo Testamento todas las escenas de la Vida de Jesús donde san Pedro tiene algún papel: la Vocación y la Tradición de las llaves, el Lavatorio de los pies y la Santa Cena, el Prendimiento en el Monte de los Olivos, donde corta la oreja de Malco, la Negación, la Transfiguración y las Apariciones de Galilea. Tampoco volveremos a tratar ciertas escenas posteriores a la Ascensión de Cristo, tales como la Pentecostés y el Tránsito de la Virgen, donde él está, por fuerza. El apostolado y los milagros de san Pedro en Jerusalén y en Roma son los únicos hechos de su leyenda que comportan hagiografía propiamente dicha. Abandonamos por ello el terreno de los Evangelios para abordar los dominios de los Hechos de los Apóstoles y de la Leyenda Dorada.
Antes de abordar el estudio del culto y de la iconografía de san Pedro, es menester discernir entre la leyenda y la historia, exponiendo objetivamente las doctrinas contradictorias de los católicos y de los racionalistas, ya protestantes, ya agnósticos.
Oigamos las dos campanas, porque si debemos creer en un viejo proverbio «Quien oye sólo una campana no oye más que un sonido».
l. La tradición católica
La actividad de Pedro en Palestina después de la Ascensión de Jesús se habría prolongado hasta el año 44. Fue entonces cuando, después de haber consumado numerosos milagros (Resurrección de Tabita, Curación de los enfermos con su sombra), habría sido encarcelado por Herodes y liberado por un ángel.
Quo vadis, Domine y éste le respondió: «Voy a Roma para ser crucificado allí otra vez». Pedro, avergonzado por su cobardía, regresó entonces a Roma donde padeció el martirio al mismo tiempo que san Pablo; pero mientras a éste, que era ciudadano romano,lo decapitaron, Pedro, que sólo era un judío, fue crucificado.
Según una tradición, venerable por su antigüedad, habría pasado en Roma los veintitrés últimos años de su vida, desde 44 hasta 67. Triunfó contra los sortilegios de Simón el Mago, favorito del emperador Nerón. Preso en la cárcel Mamertina, se fugó con la complicidad de sus carceleros a quienes había convertido. Dándose a la fuga por temor a las persecuciones, en la Vía Apia se encontró con Cristo con la cruz a cuestas, a quien preguntó:
Los Padres de la Iglesia enseñaban que san Pedro, que no quería morir de la misma manera que Jesucristo, por humildad había pedido que lo crucificasen cabeza abajo. Se contaba que su cruz había sido levantada inter duas metas, es decir, entre los dos hitos del circo de Nerón. A finales de la Edad Media se creyó que se trataba de los dos hitos antiguos de Rómulo, cerca del Vaticano (Meta Romuli), y Cestio, en la puerta de San Pablo. Se buscó un sitio intermedio entre estos dos puntos de referencia, y fue así como el martirio se localizó sobre el Janículo, en el lugar donde se levanta la iglesia de San Pietro in Montorio. La disputa entre el Janículo y el Vaticano aún continúa abierta.
A falta de testimonios que sirvan de prueba de la llegada de san Pedro a Roma, la fecha de ésta y la duración de su estadía, así como acerca del lugar en que se realizó su crufixión, los defensores de la tradición católica recurrieron a dos argumentos indirectos: el silencio de las iglesias rivales de Oriente (Palestina o Siria) que nunca reivindicaron las reliquias del Príncipe de los apóstoles y la edificación de la Basílica Constantiniana a orillas del Tíber, sobre la colina del Vaticano.
1. Si San Pedro estaba muerto y había sido sepultado en Jerusalén, las Iglesias orientales nunca habrían dejado de invocarlo para apoyar sus pretensiones al primado en la Iglesia cristiana. Ahora bien, nunca se produjo ninguna reivindicación de ese género.
2. ¿Se habrían atrevido a construir la Basílica Constantiniana sobre el emplazamiento de un cementerio, profanando una multitud de tumbas no sólo paganas sino también cristianas si no hubiesen estado persuadidos de que allí se encontraba la tumba de san Pedro? Esta suposición parece también más inverosímil por cuanto la naturaleza del terreno arcilloso, sobre la ladera de una colina, impuso enormes trabajos de nivelación; se necesitaban poderosas razones para emprenderlos.
Después de las excavaciones dirigidas por Enrico Josi bajo las grutas del Vaticano, estos argumentos fueron esgrimidos en numerosas oportunidades por G. Carcopino. Según sus propios términos, «las investigaciones de los arqueólogos han confirmado la tradición y puesto fin a las polémicas de los eruditos. A partir de ahora queda probado que san Pedro fue inhumado en el Vaticano. Las reliquias del Príncipe de los apóstoles habrían sido trasladadas hacia 258 ad Catacumbas, sobre la Via Apia, pero de vueltas por Constantino al Vaticano en 336».
2. La tesis protestante y racionalista
La crítica racionalista cuestiona el valor de estos argumentos y la base en que se fundan estas tradiciones.
Pretende que no se ha probado que san Pedro haya estado en Roma, y que en cualquier caso, la tradición acerca de su cuarto de siglo de episcopado romano no reposa en fundamento histórico alguno.
El silencio de las Iglesias de Oriente sin duda resulta impresionante, pero el argumentum e silentio del cual se ha abusado con frecuencia, a lo sumo no constituye más que una presunción.
La verdad es que ningún texto contemporáneo digno de fe menciona el viaje de san Pedro a Roma. Los Hechos de los Apóstoles (12: 17) nos informan, simplemente, que después de haber dejado la prisión de Herodes, Pedro salió, yéndose a otro lugar, sin aclarar cual fuese. Aunque un proverbio dice que «todos los caminos conducen a Roma» es de desear una información más precisa. Dicho silencio es tanto más sorprendente por cuanto el autor insiste con abundancia (capítulos 27 y 28) en las peripecias del viaje de Pablo a Roma.
La creencia en que Pedro pasó a orillas del Tíber los últimos años de su vida sólo aparece en los escritos de Ireneo y Tertuliano.
Y hasta los católicos admiten que las fábulas populares de origen romano no pueden considerarse como pruebas.
El arqueólogo pontificio Enrico Josi no vacila en calificar él mismo de «leyendas», el encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina, donde habría bautizado a sus carceleros, el duelo con Simón el Mago en presencia del emperador Nerón y el diálogo con Jesucristo con la cruz a cuestas en la Vía Apia (Quo vadis).
Estos relatos dramáticos o poéticos apuntan a acreditar la apostolicidad de la fundación de la Santa Sede, que no lo está más que la de una multitud de sedes episcopales donde no se vaciló en antidatar la fundación, a veces en muchos siglos, con el objeto de aumentar su prestigio y justificar su primado.
Hasta el mismo hecho de la crucifixión del Príncipe de los apóstoles es dudoso. Se trataría de una falsa interpretación de las palabras: «Extenderás tus manos».
En cuanto a su localización en el Janículo, no fue imaginada antes del siglo XV, cuando los franciscanos de Roma quisieron justificar las pretensiones de su iglesia de San Pietro in Montorio, patrocinada por los reyes de España. El teólogo protestante Cullmann consiente en admitir la historicidad de una tardía residencia de san Pedro en Roma. Según dicho autor, el apóstol habría abandonado Jerusalén en 44, dejando al apóstol Santiago como sucesor y jefe de la comunidad cristiana, para contentarse, como san Pablo, con el papel de misionero. Pero jamás habría ejercido funciones episcopales en la capital de los césares, de manera que los papas no pueden pretenderse sucesores suyos.
De hecho, san Pedro nunca fue representado con el báculo, atributo episcopal por excelencia.
Acerca de la duración de su estadía en Roma, reina la misma incertidumbre. En su Dictionnaire d'Archeologie chrétienne, el erudito benedictino Dom Henri Le clerq, admite que si la estadía de san Pedro en Roma es a sus ojos un hecho cierto «suduración no lo es». La fecha de su crucifixión sigue siendo problemática, o más bien, puede presumirse que se la hizo coincidir artificialmente con la decapitación de san Pablo, para asociar en la muerte a los dos Príncipes de los apóstoles. Las fechas propuestas son muy variables: 55, 58, 64, 67, tanto como decir que no se sabe nada.
Si en la Roma del siglo IV se creía que las reliquias de san Pedro habían sido devueltas al Vaticano, sólo se trata de una tradición.
A falta de textos habría podido esperarse que la arqueología nos deparase la solución del enigma. Desgraciadamente, las excavaciones dirigidas en 1939 y 1949 por Enrico Josi, director del Museo de Letrán y realizadas en el cementerio cristiano sobre el que se edificó la basílica de San Pedro no arrojó los resultados que se esperaban.
No pusieron a la luz la tumba primitiva del Príncipe de los apóstoles, que se supone destruida por los vándalos. El papa Gregorio Magno la habría reemplazado en el siglo VI por un trofeo cenotafio o memorial: simple monumento conmemorativo que no contiene reliquias.
Los resultados de las excavaciones vaticanas fueron cuestionados por Charles Delvoye (Latomus, 1954), Amable Audin (Byzantion, 1954), quien concluye que el memorial de san Pedro habría abrigado su púlpito y no su tumba.
Si el papa Pío XII hubiera estado convencido que los huesos del Príncipe de los apóstoles habían sido inhumados efectivamente en las criptas de la basílica vaticana ¿no se habría apresurado a proclamar Urbi et Orbi esta feliz nueva? ¿Si no lo hizo no fue porque su conciencia escrupulosa se lo prohibió? Para no decepcionar la esperanza de los peregrinos debió contentarse con decretar al fin del Jubileo del Año Santo de 1950, el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, en vez de promover la unión tan deseable de las iglesias cristianas, y aún a riesgo de profundizar las diferencias entre protestantes y católicos.
En suma, ni las investigaciones arqueológicas ni los textos nos permiten hasta el presente poner fin a un debate que siempre permanece abierto, y agregar así a las afirmaciones de la fe las certezas de la ciencia.
CULTO
Considerado muy pronto como «el Moisés de la Nueva Ley», san Pedro no es sólo un santo palestino, sino el santo universal por excelencia.
Además, si en su condición de fundador del papado es el principal personaje de la Iglesia oficial, al mismo tiempo, a título de portero del Paraíso, es un santo eminentemente popular.
Fiestas
Esta popularidad está probada por el número de sus fiestas que, excepcionalmente, son tres.
l. Su natalicio, es decir, el aniversario de su muerte, que se celebra el 29 de junio.
2. La fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier), que conmemora su liberación de la prisión, y se celebra el 1 de agosto.
3. Finalmente, la fiesta de la Cátedra de san Pedro Apóstol (Cathedra Petri, Petri Stuhlfeier), que conmemora su primado, y que fue fijada el 22 de febrero.
Reliquias
Roma posee las más preciosas reliquias del Príncipe de los apóstoles: sus llaves (claves), sus cadenas (vincula) y su púlpito (cathedra); pero se trata de reliquias indirectas y no corporales.
El púlpito que Bernini introdujo en un relicario de suntuosa ejecución barroca se conserva en la basílica de San Pedro, reconstruida en el siglo XVI por Bramante y Miguel Ángel.
Las cadenas, cuyos eslabones proceden de la cárcel de Jerusalén y de la cárcel Mamertina de Roma y que se habrían soldado milagrosamente, se veneran en la basílica de San Pietro in Vincoli. Una tercera iglesia, San Pietro in Montorio, sobre el Janículo, señalaría el lugar de su martirio.
Su báculo milagroso, también embutido en una montura (Petrus stabhülle), se conserva en Alemania, en la catedral de Limburg del Lahn. En Venecia, en la iglesia del Redentor, se mostraba el cuchillo que usó el apóstol para cortar la oreja de Malco.
Lugares de culto
En Pavía, Lombardía, debe mencionarse la iglesia romana de San Pietro in Ciel d'Oro, cuyó ábside, como el de la iglesia de la Daurade, en Toulouse, estaba cubierto de mosaicos de esmalte dorado.
Además de protector de Roma y de Pavía, a san Pedro también se lo consideraba el de Milán, Lucca, Ancona, Orvieto, Nápoles, Calabria y Sicilia. En 1140 el rey Rogerio II de Sicilia, de origen normando, puso bajo su advocación la Capilla Palatina de Palermo.
Francia tiene numerosas iglesias puestas bajo la advocación de san Pedro. Su culto fue difundido por la orden de Cluny, cuya casa matriz, y casi todos los prioratos, comenzando por el de Moissac, estaban consagrados al Príncipe de los apóstoles, primer representante del papado al cual la orden respondía directamente, por derecho de exención.
Entre las catedrales góticas que llevan su nombre, basta recordar las de Beauvais, Troyes, Lisieux, Nantes, Poitiers, Angulema y Montpellier. Entre las iglesias abaciales o parroquiales, cabe citar, en París, la antigua capilla de Saint Pierre aux boeufs (Capella Sanct Petri de bobus), cuya portada decoraba la fachada de la actual Saint Severin; en Sens, la de Saint Pierre le Vif (invko); en Estrasburgo, la de Saint Pierre le Vieux y Saint Pierre le Jeune; en l'ours, la de Saint Pierre le Puellier (Monasterium S.Petri puellarum) y Saint Pierre des Corps; en Toulouse, la de Saint Pierre des Cuisines; en Normandía, Caen y Jumieges, en las regiones de Poitou, Saintonge, Airvault, Chauvigny y Aulnay. Además, numerosas localidades se bautizaron Dompierre o Dampierre. En España, mencionemos las de San Pedro de las Puellas, en Barcelona y San Pedro el Viejo en Huesca, Aragón.
En Suiza, la catedral de Ginebra, convertida en el santuario principal de la Roma protestante, estaba bajo la advocación de San Pierre es Liens (ad Vincula; cast.: encadenado, encarcelado).
En los Países Bajos, san Pedro era particularmente venerado en Lovaina, Bélgica y Maastricht, Holanda.
Antes de la Reforma Inglaterra no era menos devota, a juzgar por la advocación de la abadía de Westminster, y las de las catedrales de Norwich, Exxeter y Peterborough.
Para acabar con una nomenclatura, muy incompleta ciertamente, mencionemos la célebre abadía de San Pedro de Salzburgo, en Austria, y la Peterkirche de Munich, en Baviera.
Patronazgos de corporaciones
La popularidad del pescador de Cafarnaúm, convertido en el primero de los papas de Roma, además está probada por el gran número de corporaciones y gremios que reivindican su patronazgo: los pescadores, pescaderos. comerciantes de pescado, fabricantes de redes -en conmemoración de la Pesca milagrosa- albañiles -a causa del nombre del primer papa, que es la piedra viviente sobre la cual Cristo ha edificado la Iglesia; los herreros y doradores de metales, a causa de las cadenas de las cuales fue liberado; los cosechadores y cesteros porque se sirven de ligaduras; los cerrajeros, al igual que los relojeros quienes formaban parte de la misma corporación, porque san Pedro posee la llave del Paraíso.
No se lo apreciaba menos como santo curador. Se lo invocaba contra la fiebre, los ataques de locura, las picaduras de serpiente. Para curar la rabia, enfermedad contra la cual se lo consideraba idóneo porque pusiera en fuga a los perros que lanzara contra él Simón el Mago, se aplicaba, tanto a hombres como a animales, un hierro calentado que se llamaba «llave de san Pedro».
ICONOGRAFÍA
La iconografía del Príncipe de los apóstoles (Iconografía petriana) es de tal riqueza que desafía todo intento de enumeración.
l. Figuras
Tipo iconográfico, vestiduras y atributos
l. Tipo
San Pedro se caracteriza no sólo por sus atributos sino por su tipo físico que es fácilmente reconocible.
El arte oriental le atribuyó una cabellera rizada. En Occidente, por el contrario, se lo representa calvo, con sólo un mechón de pelo sobre la frente. La tonsura recuerda que fue el primero de los sacerdotes cristianos.
Se contaba que los judíos de Antioquía le habían tonsurado la cabeza para escarnecerlo. Tal sería el origen de la tonsura clerical, convertida en un signo de honor, porque según los simbolistas evoca la corona de espinas de Jesucristo. Esta clase de tonsura se denomina tonsura scotica porque fue puesta de moda entre los clérigos por los misioneros irlandeses.
La barba rizada de san Pedro siempre es corta.
2.Vestiduras
Su indumentaria es muy diferente, según que esté representado como apóstol o como papa.
En el arte cristiano primitivo, como todos los apóstoles, lleva la toga antigua, la cabeza descubierta y los pies descalzos. En la Edad Media su indumentaria era la de los papas, sus sucesores. Viste el palio, y a partir del siglo X, está tocado con la tiara cónica o la triple corona (triregnum). Estos ornamentos pontificios se convirtieron en la regla en el siglo XV: «San Pedro estará vestido de papa», se lee en un contrato acordado con un pintor en 1452.
ATRIBUTOS
Los atributos de san Pedro son excepcionalmente numerosos, y los lleva, ya él mismo, ya los ángeles que lo acompañan; unos le caracterizan como apóstol, otros como papa.
l. El más antiguo y difundido es la llave (clavis), que aparece por primera vez en un mosaico de mediados del siglo V, y que desde entonces se convirtió en su atributo constante. Pedro siempre es clavígero (Petrus claviger coeli).
A veces la llave es única, pero generalmente hay dos ,una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra que simbolizan el poder de atar y desatar, de absolver y de excomulgar, que Cristo concediera al Príncipe de los apóstoles (Tibi daba claves regni coelorum). Dichas llaves están juntas porque el poder de abrir y el de cerrar es uno solo.
A causa del pasaje del Evangelio de Mateo acerca de la «Tradición de las llaves», san Pedro, en la creencia popular, se convirtió en el portero del Paraíso (jnnitor Coeli).
Cuando el número de llaves es tres, simbolizan el triple poder de san Pedro sobre el cielo, la tierra y el infierno.
2. La barca alude a su primer oficio, pescador, y la pequeña barca de remos, es símbolo de la Iglesia.
3. El pez tiene el mismo significado, salvo que caracteriza no sólo al pescador de peces, sino también al pescador de hombres (Menschertfischer).
4. El gallo posado sobre una columna es el emblema de la negación y de su arrepentimiento. Dicho atributo, muy tardío, se difundió con el arte barroco del siglo XVIII.
5. Las cadenas recuerdan sus «cárceles», su triple encarcelamiento, en Antioquía, Jerusalén y Roma. La cadena partida simboliza su liberación por un ángel.
6. La cruz invertida evoca su crucifixión cabeza abajo.
7. La cruz de triple crucero,uno más que la de los arzobispos, es la insignia de la dignidad papal.
A estos numerosos atributos puede sumarse la imagen de Simón el Mago, padre de los simoníacos, quien le ofreciera dinero para adquirir el don del Espíritu Santo, ya quien el apóstol pisotea. A veces, aunque es muy infrecuente, derriba al emperador Nerón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
La Fiesta de San Pedro Ad Víncula
Propiamente hablando, esta fiesta fue establecida con motivo de la dedicación de la basílica de San Pedro en el Esquilino, donde se conservaban las cadenas (vincula) con que fue aherrojado San Pedro durante su prisión romana en la cárcel Mamertina. Pero la fiesta litúrgica, por curiosas circunstancias que después veremos, hace resaltar el prendimiento y liberación del apóstol en Jerusalén, que San Lucas nos ha transmitido en uno de los más bellos y pormenorizados episodios de su libro Hechos de los Apóstoles.
"Por aquel tiempo —comienza el capítulo 12 de los Hechos— el rey Herodes se apoderó de algunos de la Iglesia para atormentarles."
Este era Herodes Agripa, el tercero de tal nombre, nieto de Herodes el Grande, que diera muerte a los Inocentes. Había recibido el reino del emperador Cayo Caligula el año 40, y el suceso que ahora se refiere ocurrió el año 44.
"Dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan, y, viendo que daba gusto con ello a los judíos, llegó a prender también a Pedro. Era por los días de los ázimos."
Santiago, puntual a la predicción del Maestro y a su propia promesa, había conseguido morir "en los días de ázimos", durante la solemnidad pascual, bebiendo de esta suerte el cáliz de la amargura por las mismas fechas en que lo apurara el Señor.
Pedro es puesto en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de soldados, teniendo Herodes el propósito de ofrecérselo al pueblo después de la Pascua. Pero la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él.
Se comprende la enorme emoción de la comunidad cristiana de Jerusalén con tal motivo.
Después de la muerte del diácono Esteban, ya algo lejana, pero que tan profundamente consternados dejó a los fieles, se junta ahora la muerte de Santiago en tan señalados días, y la prisión de Pedro, que todo hacía presentir un fin trágico. Incapaz de tomar resoluciones más expeditivas y heroicas, "la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él". Oración por el Papa prisionero, con el que Herodes había extremado las precauciones, montando tan excepcional vigilancia para un solo hombre.
Y aquí viene el contraste entre el sobresalto de la Iglesia y la paz de Pedro. Porque la noche anterior al día en que Herodes pensaba entregar su prisionero al pueblo, hallábase éste durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión con centinelas.
Hace bien el narrador en aportar tantos detalles. La víspera de su martirio Pedro duerme tranquilamente.
Queremos imaginarnos que su sueño sería bien distinto del de Getsemaní, la víspera del prendimiento del Señor, cuando le rendía el cansancio y la pena, no dejándole su inconsciencia presentir lo que se avecinaba. Ahora, aunque sujeto con dos cadenas que los soldados asían por los extremos, el santo apóstol duerme sosegadamente, sin importarle la incomodidad de la prisión, dejando su porvenir en las manos de Dios, ajeno al futuro, tan preñado de temores.
Y entonces se opera el milagro.
"Un ángel del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado, y, golpeando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo, "Levántate pronto"; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: "Cíñete tus vestidos y cálzate tus sandalias". Hízolo así. Y agregó: "Envuélvete en tu manto y sígueme". Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión."
San Lucas ha sabido captar magníficamente el estado psicológico del Príncipe de los Apóstoles, y Rafael, en las "estancias" del Vaticano, supo pintar con singular maestría la "liberación de San Pedro" y las distintas fases de la luz que alumbra la escena. El prisionero despierta de su pesado sueño y obedece como un autómata. Todo es extraño y tan rápido, que no tiene tiempo de discernir el sueño de la realidad.
"Atravesando la primera y la segunda guardia llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo después el ángel. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel, y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío."
La impresión inusitada continúa. Como por arte de encantamiento, y sin ser notados de los centinelas, atraviesan los retenes de las guardias y salen a la ciudad al abrírseles por sí sola la puerta de la cárcel. Es en la calle, al encontrarse solo, cuando Pedro advierte con toda claridad que aquello no es un sueño, sino el ángel del Señor que le ha libertado. ¿Qué hacer en tal caso? ¿Adónde dirigirse en tales horas? La noche estaba avanzada, y el día era menester que le encontrase muy lejos de Jerusalén.
"Reflexionando, se fue a casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde estaban reunidos y orando. Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos le dijeron: "Estás loca". Insistía ella en que era así; y entonces dijeron: "Será su ángel". Pedro seguía golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron quedaron estupefactos."
Esta María debía ser la madre de Marcos, el evangelista, y seguramente que su casa era el cenáculo donde acostumbraba a reunirse la Iglesia o comunidad cristiana de Jerusalén, en aquel momento, en patética asamblea de plegarias por el apóstol cautivo.
San Lucas relata con gracia y ternura la deliciosa escena. La impresión de la criada Rode, que se olvida de abrir; la incredulidad de los reunidos, la impaciencia de San Pedro en la calle, solo y temiendo que pudieran buscarle al darse cuenta en la cárcel que el preso había escapado. Al fin le abren y, después de referir brevemente su liberación y dar algunas órdenes, "salió, yéndose a otro lugar".
No había tiempo que perder. Con ligereza y cautela Pedro organizó su huida. El autor de los Hechos no quiso decir hacia dónde emprendió su marcha, tal vez para no traicionar su retiro. La tradición nos refiere que marchó a la misma Roma. Dejaba la capital del judaísmo por la del mundo pagano. Su misión entre los de su raza había concluido. Era el momento de llevar la Buena Nueva "hasta el último confín del mundo".
Este es el bello relato que sirve de epístola en la misa del día y también como lecciones del primer nocturno del oficio divino. Una demostración de la Providencia divina sobre su Iglesia, que desbarata los planes de Herodes, porque todavía no era el momento en que Pedro "extendiera los brazos y otro le ciñera, llevándole adonde no quisiera ir".
Del Príncipe de los Apóstoles celebra la Iglesia varias festividades, la de su martirio (29 de junio), las dos cátedras (18 de enero y 22 de febrero) y ésta de sus cadenas (1 de agosto). Desde el siglo IV existía en Roma, en el barrio aristocrático del monte Esquilino, una iglesia dedicada a San Pedro y San Pablo. Al siglo siguiente hizo una restauración a fondo de la misma el papa Sixto III († 440) con las limosnas que proporcionó el presbítero Felipe, legado suyo en el concilio de Efeso (año 431), y donde trabó amistad con la princesa Eudoxia, siendo ella quien sufragó las obras del templo, con tal esplendidez que la basílica mereció llamarse con el título de Eudoxia.
Consta que en este templo se guardaban ya desde principios del siglo V las cadenas con que fuera aprisionado en Roma el Príncipe de los Apóstoles en tiempos de Nerón, porque el obispo Aquiles de Spoleto consiguió el año 419 algunos eslabones de la misma, que depositó en su iglesia, en cuyas paredes mandó grabar unos versos de los que son este dístico que hoy figura como antífona en el oficio litúrgico:
Solue ivvente Deo terrarum Petre catenas
qui facis,vt pateant caelestia regna beatis.
"Desata, oh Pedro, por orden de Dios las cadenas de la tierra, tú que abres los reinos celestiales a los bienaventurados."
Estas mismas ideas las expresaba el diácono Arator en el poema que declamó en la iglesia romana de San Pedro ad vincula, donde una lápida las reproduce para el visitante:
"Estas cadenas, oh Roma, afirman tu fe. Este collar que te rodea hace estable tu salvación. Serás siempre libre, por que ¿qué no podrán merecerte estas cadenas, que han atado a aquel que todo lo puede desatar? Su brazo invencible, piadoso aun en el cielo, no permitirá que estos muros sean abatidos por el enemigo. El que abre las puertas del cielo impedirá el paso a los que te hagan guerra".
La devoción a las cadenas de San Pedro dio pie a una fiesta que se procuró fuera muy popular, para contrarrestar con ella la memoria de otra pagana que se celebraba en la misma fecha en honor de Marte. El calendario jeronimiano la menciona con estas palabras: "En Roma, estación en San Pedro ad vincula". O en esta otra redacción: "Estación en el título de Eudoxia, donde los fieles besan las cadenas del apóstol Pedro".
Era de tanta fama esta devoción que el propio emperador Justiniano llegó a pedir desde Constantinopla una reliquia de las cadenas del apóstol, "si era posible". Y San Gregorio Magno refiere que de todas partes ambicionaban, por lo menos, unas limaduras de dichas cadenas, con las que se fabricaban piezas de orfebrería en oro y plata, añadiéndoles dichas limaduras.
Alguna vez se regalaron hasta eslabones, como a la catedral de Metz, que conserva uno, de suerte que la cadena guardada en el Esquilino no está completa. Comprende dos pedazos, uno de veintitrés eslabones, terminado en dos argollas semicirculares que servirían para aherrojar las manos o el cuello, y otro que sólo tiene once eslabones idénticos a los primeros y cuatro más pequeños. Son obra tosca de herrero, de la misma factura que otras cadenas antiguas que han llegado a nosotros. Pocas reliquias llegan a poseer tantos títulos de autenticidad como ésta.
Sin embargo, la leyenda vino a hacerlas sospechosas. Siempre se pensó que tales cadenas fueron las que aprisionaron en la cárcel Mamertina a San Pedro, en la misma Roma. Pero en el siglo VII un predicador relacionó la prisión romana del Príncipe de los Apóstoles con la de Jerusalén, y en sí la idea era feliz, y pasó a la liturgia; pero, desgraciadamente se añadió como consecuencia que la cadena de Jerusalén había sido llevada a Roma por Eudoxia, la emperatriz que contribuyera a reedificar la basílica del Esquilino. En el siglo XIII se propagó la leyenda definitiva. La emperatriz Eudoxia, al ir en peregrinación a Jerusalén el año 429, recibió del patriarca Juvenal las cadenas que habían atado a San Pedro cuando la prisión de Herodes Agripa. Una parte de ellas las conservó en Jerusalén y la otra la regaló a su hija Eudoxia, que dos años antes había casado con el emperador Valentiniano III. La joven emperatriz mostró tan preciada reliquia al papa Sixto III, quien correspondió mostrando a su vez la otra cadena con que Nerón había aprisionado al santo apóstol antes de sentenciarle a muerte. Habiendo acercado el Papa una cadena a otra al instante se soldaron las dos tan perfectamente que parecían una sola.
Como consecuencia del milagro Eudoxia habría mandado edificar la basílica de San Pedro ad vincula en honor de la preciada reliquia.
Ya hemos visto el origen de este hermoso templo, que posteriormente fue título cardenalicio, ligado de forma tradicional a la familia florentina de los Rovere, que lo restauraron en la época del Renacimiento, dándole el aspecto actual. Posee frescos y pinturas del Pollaiolo, del Guercino, del Domenichino y del Pomarancio, y sobre todo guarda la obra cumbre de Miguel Angel, el famoso Moisés, que habría sido una de las cuarenta estatuas que decorasen el mausoleo de Julio II, el cual, sin embargo, fue enterrado en una relativamente modesta tumba.
Las cadenas se guardan bajo el baldaquino del altar mayor, en un tabernáculo de bronce con bajorrelieves del Caradosso (1477). Se muestran al pueblo el día 1 de agosto, y la historia habla de numerosos milagros atribuidos al contacto con las mismas, sobre todo para la liberación de los posesos. Algunas de estas escenas decoran la bóveda de la nave central (Casimiro Sánchez Aliseda, en www.mercaba.org).
Juan de Valdés Leal (Sevilla, 4 de mayo de 1622 [bautismo] – 9 de octubre de 1690), pintor.
Quien, después de Murillo, es con seguridad la segunda personalidad más importante dentro del ámbito de la pintura barroca sevillana, fue bautizado en Sevilla el 4 de mayo de 1622, hijo de Fernando de Nisa, noble portugués, y de Antonia de Valdés Leal, sevillana.
Se ignora con quién pudo realizar su aprendizaje, que hubo de llevarse a cabo aproximadamente entre 1637 y 1642. Una vez concluida su formación marchó, a Córdoba, donde inició su carrera artística y donde en 1647 contrajo matrimonio. Allí permaneció hasta 1656, fecha en la que regresó definitivamente a su ciudad natal, y allí, pocos años después, en 1660, aparece citado entre los artistas que fundaron la academia de pintores de Sevilla, en la que llegó a ser primero diputado, y finalmente presidente.
Referencias fidedignas indican que, en 1664, Valdés Leal viajó a Madrid, donde permaneció cerca de medio año, y donde hubo de mantener contacto con otros pintores y pudo visitar seguramente las colecciones reales, circunstancias que hubieron de repercutir favorablemente en la mejora de sus principios artísticos. Regresado a Sevilla, prosiguió su trayectoria artística, que se desarrolló siempre en un plano secundario, detrás de Murillo, con quien ingresó en 1667 como hermano de la Santa Caridad de Sevilla, institución para la que trabajó largamente hasta los momentos finales de su vida. En 1672, se sabe que realizó un viaje a Córdoba, posiblemente vinculado a encargos pictóricos.
A partir de 1680, la salud de Valdés Leal se debilitó notablemente pero, pese a ello, como quiera que su situación económica nunca había sido boyante, hubo de ocuparse de trabajos que suponían grandes esfuerzos físicos, como la realización de decoraciones murales en el interior de recintos religiosos, subido a altos andamios. A partir de 1689, su hijo Lucas fue sustituyéndole paulatinamente en este tipo de trabajos, y finalmente, después de un ataque de apoplejía, en octubre de 1690, tuvo lugar su fallecimiento. Había redactado su testamento el 9 de octubre y el 15 siguiente fue enterrado en la iglesia de San Andrés (Sevilla).
La historiografía del arte ha sido totalmente injusta con Valdés Leal, y al mismo tiempo ha desfigurado su personalidad, caracterizándole como una persona iracunda y orgullosa, quizás como contrapunto al carácter de Murillo, al que se presenta como hombre bueno y humilde. Sin embargo, Palomino, que le conoció personalmente dijo que “fue hombre de mediana estatura, grueso, pero bien hecho, redondo de semblante, ojos vivos y color trigueño claro [...] fue espléndido y generoso en socorrer con documentos a cualquiera que solicitaba su corrección [...] al paso que era altivo y sacudido con los presuntuosos y desvanecidos”.
Pese a estas precisas palabras, que son las únicas contemporáneas referidas a Valdés Leal, en torno a él se ha forjado una leyenda que le define como un necrófilo, obsesionado por la muerte y por todo lo repugnante y desagradable. Estas falsas apreciaciones se deben sin duda a que se le considera como el responsable de la ideología que emana de las pinturas de Las Postrimerías de la iglesia del Hospital de la Santa Caridad, que, sin embargo, son fruto de las intenciones y del pensamiento de Miguel de Mañara, hermano mayor de dicha institución en el momento en que se ejecutaron dichas obras. Pero ello no ha librado a Valdés Leal de ser llamado “el pintor de los muertos”, y a él se han atribuido sistemáticamente de forma errónea todo tipo de pinturas con tema mortuorio realizadas en la pintura barroca española. Ciertamente no fue la muerte la obsesión que agobió a Valdés Leal, sino al contrario las circunstancias de su vida, presidida siempre por los continuos problemas económicos que le acuciaban.
No se conoce quién fue el maestro de Valdés Leal, y por lo tanto, no puede precisarse el espíritu artístico que presidió su formación. De todas formas, con quien más puntos de contacto tiene su pintura, al menos en sus inicios, es con Francisco de Herrera el Viejo, quien pudo ser su preceptor. También puede señalarse que, residiendo en Córdoba en torno a 1650, su pintura adquiriese referencias estilísticas procedentes de Antonio del Castillo.
Progresivamente y con el paso del tiempo, el dibujo de Valdés Leal, firme y preciso, y su colorido terroso y compacto se fueron aligerando, sobre todo después de su estancia en Madrid en 1664, donde recibió influencias procedentes de la pintura veneciana y flamenca, y también de la madrileña. De esta última se constata cómo referencias pertenecientes a Ricci, Coello, y también a Herrera el Joven, incidieron en la progresiva adquisición de soltura y agilidad en su técnica.
La pintura de Valdés Leal posee desde su época de madurez un marcado sentido de ímpetu y de fogosidad que le convierten en uno de los más aparatosos pintores de su época. Su arrebato creativo alcanza a veces a captar matices expresionistas en los gestos de sus personajes, tensos y crispados, con semblantes hoscos y anhelantes, que en ocasiones inciden de forma voluntaria en la estética de lo feo.
La producción de Valdés Leal se inicia en Córdoba en torno a 1647, reflejándose en estos momentos una cierta rudeza en las actitudes físicas de sus personajes y una notoria solemnidad moral. Su primera obra fechada aparece en dicho año y es el San Andrés que pertenece a la iglesia de San Francisco de dicha ciudad.
De estos años es también El arrepentimiento de San Pedro en cuya plasmación reflejó un profundo sentimiento, dramático y doliente; con este tema se conocen tres versiones casi exactas, una en la iglesia de San Pedro de Córdoba y las otras dos en Madrid, en colección particular y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En estas obras, aparte del influjo de Herrera el Viejo, se advierten también recursos técnicos derivados de José de Ribera.
Muy importante debió de ser para Valdés Leal la obtención en 1652 del encargo de decorar con pinturas los muros laterales del presbiterio de la iglesia del Convento de Santa Clara de Carmona, conjunto actualmente disperso entre la colección March en Palma de Mallorca y el Ayuntamiento de Sevilla. En esta serie pictórica se describe la vida de Santa Clara y en sus distintos episodios se narra La profesión de Santa Clara, El milagro de Santa Clara con su hermana Santa Inés, La procesión de Santa Clara con la Sagrada Forma y La retirada de los sarracenos del convento de Asís, obra esta última que hay que considerar como uno de los testimonios más claros que nos ha dejado Valdés Leal en la descripción de escenas tumultuosas y caóticas; la serie finaliza con La muerte de Santa Clara.
Del periodo cordobés de Valdés Leal es un amplio grupo de pinturas, realizado entre 1654 y 1656, entre las que figura La Virgen de los Plateros del Museo de Córdoba, obra que estuvo repintada casi totalmente y que en la actualidad presenta aún la cara de la Virgen muy desfigurada por la mano inexperta de un antiguo y vulgar restaurador. De este momento es también La Inmaculada con Felipe y Santiago, que pertenece al Museo del Louvre de París, y la pareja de los arcángeles San Miguel y San Rafael, que pertenecen a la colección Caja Sur de Córdoba. A este grupo puede añadirse una bella representación de Santa Bárbara, que pertenece al Museo Municipal de Rosario en Argentina.
Trabajo de gran empeño por parte de Valdés Leal fue la realización entre 1655 y 1656 del retablo mayor de la iglesia de las carmelitas de Córdoba, cuyo patrono fue Pedro Gómez de Cárdenas. Este importante conjunto pictórico está presidido por una dinámica y aparatosa representación de El rapto de Elías, imbuida de un espíritu decididamente barroco. Figura también en el retablo La Virgen de los carmelitas, situada en el ático del mismo, mientras que en los laterales aparecen San Acisclo, Santa Victoria, San Miguel y San Rafael; en el banco se sitúan cuatro santas carmelitas formando dos parejas, Santa María Magdalena de Pazzis con Santa Inés y Santa Apolonia con Santa Syncletes. Completan el retablo dos cabezas cortadas de San Juan Bautista y de San Pablo más dos magníficas representaciones de Elías y los profetas de Baal y Elías y el ángel, estando estas dos últimas pinturas realizadas con posterioridad a la primera fase del retablo, puesto que ambas están firmadas y fechadas en 1658, cuando Valdés Leal residía ya definitivamente en Sevilla.
A partir de 1656 Valdés Leal se estableció en su ciudad natal, siendo su primer trabajo importante la realización del conjunto decorativo que recubría las paredes de la sacristía del Convento de San Jerónimo de esta ciudad, actualmente disperso. Allí se narraba la vida de San Jerónimo, y también se exaltaba a los principales religiosos de la orden, algunos de los cuales habían estado vinculados a la historia del propio convento. Así, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla se guardan El Bautismo, Las Tentaciones y La flagelación de San Jerónimo. En una colección particular de Dortmund se conserva la representación de San Jerónimo discutiendo con los rabinos, mientras que otro episodio que representa La muerte de San Jerónimo se encuentra en paradero desconocido, si no es que se ha perdido.
Un conjunto de frailes y monjas de la orden jerónima completaba la decoración de la mencionada sacristía, estando igualmente disperso en la actualidad. De él, en el Museo del Prado se conservan representaciones de San Jerónimo y de Fray Diego de Jerez; en el Museo de Bellas Artes de Sevilla se exponen Fray Pedro Fernández Pecha, Fray Fernando Yáñez de Figueroa, Fray Pedro de Cabañuelas, Fray Alonso Fernández Pecha, Fray Juan de Ledesma y Fray Hernando de Talavera. En el Museo de Grenoble se encuentra Fray Alonso de Ocaña, y en el de Dresde Fray Vasco de Portugal. Las dos principales figuras femeninas de la orden jerónima, Santa Paula y Santa Eustoquio, se guardan respectivamente en el Museo de Le Mans y en el Bowes Museum de Bernard Castle.
Hasta fechas recientes se venía creyendo que la última pintura realizada por Valdés Leal en su trayectoria artística era la representación de Cristo disputando con los doctores en el templo, obra que se conserva en el Museo del Prado y firmada en 1686. Sin embargo, el estilo de esta obra no encaja con la forma de pintar que Valdés poseía en los años finales de su vida, y por el contrario es totalmente afín al que tenía en los años inmediatos a su llegada a Sevilla, procedente de Córdoba. Esta circunstancia nos movió en 1992 a examinar detenidamente la firma y la fecha que lleva la pintura, pudiendo advertir que está totalmente repintada, y advirtiéndose de forma clara que la tercera cifra —actualmente un “ocho”—, fue inicialmente un “cinco”, con lo que la pintura posee la fecha de 1656, año justo y apropiado para situar esta obra dentro de la producción del artista.
Otra obra de notoria calidad y empeño, ejecutada además con vibrante pincelada y espléndido colorido, fue realizada por Valdés Leal en 1657. Se trata de Los desposorios de la Virgen con San José de la catedral de Sevilla, escena en al que impera ya un marcado ímpetu barroco. De fecha aproximada es también la pintura que representa a Santa María Magdalena, San Lázaro y Santa Marta, también conservada en la catedral sevillana, y que muestra intensos y arrebatados sentimientos espirituales en la expresión de los personajes. De estos momentos es también El Sacrificio de Isaac, perteneciente en la actualidad a una colección particular madrileña, en la que el artista capta espléndidos estudios anatómicos de desnudo. Otras pinturas, fechables en torno a 1657 y 1658, son La Virgen con San Juan Evangelista y las tres Marías camino del Calvario, del Museo de Bellas Artes de Sevilla, La Piedad del Museo Metropolitano de Nueva York, El Descendimiento de la Cruz, de colección particular en Pontevedra, y La liberación de San Pedro, de la catedral de Sevilla. En todas estas obras se refleja una intensa dinámica expresiva imbuida en un profundo patetismo.
Entre 1659 y 1660, Valdés Leal realizó un amplio conjunto pictórico para un retablo principal y dos colaterales, destinados a la iglesia de San Benito de Calatrava de Sevilla. En los retablos colaterales se disponía una sola pintura en cada uno de ellos, una monumental Inmaculada y un patético Calvario. En el retablo principal y con pinturas de mediano tamaño, figuraban, en el primer cuerpo, San Juan Bautista, San Andrés, San Sebastián y Santa Catalina, además de una representación de La Virgen con San Benito y San Bernardo que se ha perdido. En el segundo cuerpo aparecían San Antonio de Padua, San Miguel Arcángel y San Antonio Abad. Todo este conjunto pictórico se conserva actualmente en la iglesia de la Magdalena de Sevilla, en la capilla de la hermandad de la Quinta Angustia.
Para el patio de la Casa Profesa de los jesuitas de Sevilla realizó Valdés Leal en torno a 1660 una serie de pinturas sobre la vida de San Ignacio de Loyola, que por haber estado durante dos siglos al aire libre han llegado hasta nuestros días en mal estado de conservación, por lo que han tenido que ser intensamente restauradas, a parte de que alguna de las escenas integrantes de dicha serie se ha perdido. Estas pinturas, excepto la que representa a San Ignacio convirtiendo a un pecador, que se encuentra en la iglesia del Convento de Santa Isabel de Sevilla, pertenecen actualmente al Museo de Bellas Artes de esta ciudad. Las pinturas que integran esta serie son La aparición de San Pedro a San Ignacio en Pamplona, La aparición de la Virgen con el Niño a San Ignacio, San Ignacio haciendo penitencia en la cueva de Manresa, El trance de San Ignacio en el hospital de Manresa, San Ignacio curando a un poseso, Aparición de Cristo a San Ignacio camino de Roma y San Ignacio recibiendo la bula de fundación del Papa Pablo III. La serie se completa con representaciones de San Ignacio y San Francisco de Borja contemplando una alegoría de la eucaristía y San Ignacio contemplando el monograma de la compañía de Jesús.
En 1660 Valdés Leal realizó dos obras fundamentales dentro de la tradición española de la pintura de vanitas, en cuyo contenido manifiesta la vanidad de la existencia como consecuencia de la fugacidad del tiempo y la brevedad de la vida; alude también en estas pinturas a la inmediata llegada de la muerte, que arrebata a los humanos todo tipo de placeres y riquezas mundanas. Ante esta situación irremediable que, después de la muerte conduce a las circunstancias del juicio del alma con su dilema de salvación o condenación, es necesario llevar antes una existencia piadosa en la que la oración, la penitencia y la castidad sean méritos acumulados para poder conseguir la salvación. Estas consideraciones se recogen en dichas pinturas, que inicialmente formaban pareja, pero que en la actualidad se conservan separadas, una en el Wadsworth Ateneum de Hartford y otra en la Galería de Arte de York, representándose en ellas respectivamente La alegoría de la vanidad y La alegoría de la salvación.
A estas dos pinturas siguieron otras no menos extraordinarias firmadas en 1661 como La Inmaculada Concepción con dos donantes, que pertenece a la Galería Nacional de Londres, donde aparte de la bella figura de la Virgen, Valdés Leal incluyó a sus pies los magníficos retratos de Un clérigo joven y de Su madre anciana, ambos de muy notable calidad. También de 1661 es La Anunciación que se conserva en el Museo de Arte de la Universidad de Michigan, obra de gran ímpetu barroco en la que contrastan la enfática e impulsiva figura del ángel con la recatada e íntima presencia de la Virgen. Otras obras importantes de 1661 son El camino del Calvario conservado en la Hispanic Society de New York y La imposición de la casulla a San Ildefonso, obra de la que el artista realizó una primera versión para ser situada en el ático de la capilla de San Francisco de la catedral de Sevilla y que debió de ser rechazada por los canónigos de la catedral por su excesiva tensión dramática y atormentada espiritualidad. Para reemplazarla Valdés Leal realizó otra versión del mismo tema más atemperada y recogida; de estas dos pinturas, la rechazada por el cabildo debe de ser probablemente la que hoy se conserva en la colección March de Palma de Mallorca.
Poco después de 1663, también para la Catedral de Sevilla y esta vez para el retablo de la capilla de Santiago, Valdés Leal realizó un Martirio de San Lorenzo en el que acertó a describir en la figura de su protagonista una emotiva expresión en su actitud de levantar los ojos al cielo, aceptando con serenidad los tormentos de su martirio. En torno a 1663 puede fecharse también la representación de María Magdalena, que se conserva en la casa palacio de Villa Manrique de la Condesa, obra en la que Valdés Leal supo hacer gala de su destreza en la plasmación de la belleza física y espiritual.
En los años que oscilan entre 1665 y 1670 puede situarse la ejecución de otras pinturas de Valdés Leal de notoria calidad. Son el San Antonio de Padua con el Niño que se conserva en una colección particular de Madrid y La Asunción de la Virgen que pertenece a la Galería Nacional de Washington, obra de gran ímpetu barroco plasmado en la dinámica figura de la Madre de Dios, que es impulsada hacia lo alto por ángeles de forma impetuosa y arrebatada.
Procedentes de la iglesia del convento de San Agustín de Sevilla se conservan en el Museo de Bellas Artes de esta ciudad dos excepcionales composiciones que hubieron de ser pintadas por Valdés Leal hacia 1670. Son La Inmaculada Concepción y La Asunción de la Virgen, obras ambas espectaculares y aparatosas cuando no trepidantes y convulsas, alcanzado a plasmar en ellas el máximo nivel expresivo que en el Barroco español se dio a estos temas.
Valdés Leal es conocido de forma tópica en la historia del Arte europeo por ser el pintor de los dos famosos Jeroglíficos de las postrimerías, conservados en la iglesia del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla. Ambas obras han forjado la leyenda de un Valdés Leal macabro, necrófilo y obsesionado por la muerte, aunque es necesario precisar que la ideología que impera en ellas es fruto del pensamiento de Miguel de Mañara, hermano mayor de la Santa Caridad, quien quiso plasmar en ellas la idea de que la salvación eterna sólo es posible obtenerla a través de la renuncia de los bienes y goces terrenales que logrará en el momento del juicio del alma el beneplácito divino que otorga la salvación eterna. Estas pinturas son denominadas, merced a los rótulos que en ellas figuran In Ictu Oculi y Finis Gloriae Mundi. En la primera un esqueleto apaga de un manotazo la vela encendida que alegoriza la existencia señalando al mismo tiempo el triunfo de la muerte sobre las complacencias mundanas. En la segunda, aparece un osario con dos cadáveres en primer plano agusanados y corroídos por repugnantes insectos, mientras esperan la hora del juicio y la decisión divina de obtener la salvación o la condenación del alma.
Estas dos pinturas constituyen el preámbulo del mensaje que Miguel de Mañara introdujo en la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla, puesto que su parte más importante se desarrolla a través de un conjunto de seis pinturas de Murillo que narran las obras de misericordia y que señalan que su práctica es indispensable para la salvación del alma. El colofón del programa de Mañara se refleja en la gran pintura realizada también por Valdés Leal en el coro alto de la iglesia en 1684. La simbología de esta pintura señala que ningún rico podrá entrar en el Reino de los Cielos, de la misma manera que el emperador Heraclio no pudo entrar en Jerusalén cuando portaba la cruz de Cristo en medio de la pompa y esplendor de su corte. Al ser Jerusalén la ciudad simbólica del Cielo, Mañara, en esta pintura, a través de Valdés Leal, insiste en señalar que los ricos habrán de emplear sus bienes en el ejercicio de la caridad, para así obtener la gloria eterna.
Una de las obras más espectaculares de Valdés Leal, por sus dimensiones y efecto compositivo es La visión de San Francisco en la Porciúncula, firmada y fechada en 1672, que se conserva en la iglesia de los antiguos capuchinos de Cabra (Córdoba), donde alcanzó a configurar una escena imbuida en un alto nivel de dramatismo espiritual. En años sucesivos el artista realizó algunas pinturas de notable importancia como La Visitación, de colección particular de París, firmada y fechada en 1673. De esta misma fecha es el conjunto de seis pinturas que perteneció a un retablo del palacio arzobispal de Sevilla y que fue encargado por el obispo de dicha ciudad, Ambrosio de Espínola; en él se narraba la vida de San Ambrosio. Estas pinturas fueron robadas por el mariscal Soult y actualmente se encuentran dispersas entre el Museo del Prado, el Museo de Bellas Artes de Sevilla, el Museo de Arte de Saint Louis (Estados Unidos) y el Young Memorial Museum de San Francisco (Estados Unidos). Estas pinturas, realizadas para ser vistas de cerca, muestran una técnica fogosa y vitalista y en ellas se describen personajes de vivaz expresión que se albergan bajo espectaculares fondos arquitectónicos.
En 1674, Valdés Leal concluyó la aparatosa y triunfal representación de San Fernando ejecutada para la Catedral de Jaén, donde se conserva. El santo aparece captado de forma apoteósica y triunfal, portando atributos que le acreditan como vencedor de los musulmanes en la conquista de dicha ciudad. En torno a 1675 hubo de pintar Valdés Leal una serie de ocho representaciones de la vida de San Ignacio de Loyola que se conservan en la iglesia jesuítica de San Pedro de Lima, y que están ejecutados con la técnica suelta y deshecha que se constata en la mayoría de las pinturas realizadas en su madurez.
En los últimos años de su vida, pese a su mal estado de salud, Valdés Leal hubo de realizar labores artísticas que, por su dificultad, mermaron paulatinamente sus facultades físicas. Se trata de pinturas realizadas al temple en lo alto de los muros de edificios religiosos sevillanos como la iglesia del Monasterio de San Clemente, la iglesia del Hospital de los Venerables y la iglesia del Hospital de la Santa Caridad. Para esta última institución, realizó también el retrato de Miguel de Mañara en actitud de estar presidiendo el cabildo de la hermandad y explicando algún pasaje de la regla de la misma. Fue esta obra, probablemente, una de las últimas que el artista realizó en su vida (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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