Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

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miércoles, 13 de noviembre de 2019

El Convento de San Leandro

 

    Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de San Leandro, de Sevilla. 
   Hoy, 13 de noviembre, San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de San Leandro, de Sevilla.
   El Convento de San Leandro [nº 32 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 55 en el plano oficial de la Junta de Andalucía]; se encuentra en la plaza de San Ildefonso, 1 (aunque la entrada a la Iglesia del Convento, se realiza por la plaza de San Leandro, 5); del Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
   Dicen que el nombre de Leandro alude al hombre que tiene la fuerza de un león. Una curiosidad sobre el nombre de Leandro de Sevilla, el santo que, curiosamente, no nació en la ciudad con cuyo nombre se suele apellidar. Vino al mundo en Cartagena, hacia el año 540 y pertenecería a una familia de santos: sus hermanos Isidoro (que le sucedería como obispo de Sevilla), Fulgencio (obispo de Écija) y Florentina, le acompañan en el santoral.

   Como obispo de Sevilla creó una escuela donde se concentraba el saber de su tiempo. Entre los alumnos, se encontraban Hermenegildo y Recaredo, hijos del rey Leovigildo. Allí comenzó el proceso de conversión de Hermenegildo, que lo llevaría a abandonar la herejía arriana y a decantarse por la fe católica, opción que desembocaría en una guerra civil, ya que Hermenegildo unió a su nueva fe una clara ambición por el poder. Una lucha que a Leandro le costó un destierro, del que volvió con la toma del poder por Hermenegildo. Leandro aconsejaría a su sucesor, Recaredo, que convocaría el Concilio III de Toledo, en el que rechazó la herejía arriana y abrazó la fe católica. La obra de Leandro se concretaría en el resurgir de la vida cristiana por la península con la fundación de nuevos monasterios y parroquias, y la organización legislativa de la Iglesia. En su labor como obispo su actividad fue incansable, predicaba sermones, escribía tratados teológicos, fomentaba el ayuno y la oración. Moriría en el año 601 y desde muy antiguo fue colocado en el escudo de la ciudad junto a su hermano Isidoro y al rey Fernando III. También tendría un convento dedicado en Sevilla, el de las yemas y el de la patrona de los imposibles, Rita de Casia.
   Cuenta una leyenda que fueron ángeles los que llevaron volando a Rita de Casia al interior del convento al que aspiraba entrar. Fue la definitiva consagración de la abogada de los imposibles, que se asoma desde un retablo cerámico a la pila del Pato, la fuente más viajera de la ciudad. Una santa agustina, un corazón ardiente atravesado por unas flechas y un alto muro blanco que cobijan a una comunidad conocida por sus dulces, las famosas yemas de San Leandro. Es el convento del mirador más asomado a la ciudad y también más recargado de rejas que, incluso, apuntan hacia el exterior como protección. Una dulce comunidad con una larga historia. Se inicia en 1295, en otro lugar conocido como Degolladero de los Cristianos, cerca de la Puerta de Córdoba, en la actual Ronda de Capuchinos. Un sitio fuera de la muralla que era conocido por su inseguridad: fueron frecuentes las quejas de las monjas solicitando protección a las autoridades. Como las leyes no bastaron, fue necesario el traslado, que se produjo en 1367, en época de Pedro I, el Cruel o el Justiciero, que hay sus opiniones. Poco duró el nuevo emplazamiento de la calle Melgarejos, por ser muy reducido; a los dos años la comunidad se trasladó definitivamente a su emplazamiento actual, unas casas que el rey había confiscado a Teresa Joffre por su deslealtad. Por aquellos tiempos se conocía el lugar por el nombre de Espartería, clara alusión al carácter comercial de la zona, siendo el otro edificio importante de la plaza el llamado Hospital del Cardenal, fundado por el cardenal Cervantes y que, tras varios usos (asilo, hospicio…) fue derribado en 1950.

     La iglesia y las primeras dependencias se edificarían en pocos años. Dos siglos más tarde, a finales del XVI, se levantaría una nueva iglesia, atribuida por Pacheco en su Arte de la Pintura al arquitecto Juan de Oviedo. Documentalmente solo constan los nombres de Asensio de Maeda, que intervino en la obra en 1584 y de los maestros albañiles Juan de los Reyes y Juan Miguel. Fueron años de esplendor en los que se vendió el antiguo terreno a una comunidad de capuchinos (1627) que fundaría allí un convento que llega hasta nuestros días, siendo también el periodo de decoración de la iglesia por los más afamados escultores de la época. En el siglo XVIII se hicieron notables reformas y transformaciones que incluyeron la sustitución del retablo mayor de la iglesia. Así lo recogió en sus anales Germán y Ribón: “el día trece de junio de 1752, martes por la tarde, después de haberse acabado las obras que las monjas tuvieron en su iglesia, cuya techumbre amenazaba ruina, fue el señor Arzobispo y sacó de intraclausura el Santísimo por la puerta del coro que cae a la iglesia y lo colocó en el altar mayor, habiendo hecho esta función de pontifical y fue acompañado de muchos eclesiásticos y doce niñas vestidas de ángeles con gran primor”.
   Sobrevivió la comunidad a los avatares del siglo XIX y a la fiebre destructora del XX, manteniendo un amplio solar de casi 5.000 metros cuadrados que acogen hasta una desconocida calle interior dentro de la clausura.
   La amplia iglesia sigue el habitual modelo de planta de cajón y nave única, con coros altos y bajo en la zona de los pies. Se accede a ella por una sencilla puerta lateral de esquema manierista, con decoración de pilastras coronadas por esferas que enmarcan el corazón ardiente, el símbolo de la comunidad agustina. El alto muro exterior solo se decora por un retablo cerámico dedicado a Santa Rita de Casia y firmado por la fábrica de cerámicas Santa Ana de Triana. Al exterior, frente a la iglesia de San Ildefonso, destaca también la imponente estructura de un mirador de planta poligonal. Ver sin ser vistas en las calles Zamudio o Caballerizas, de blancos muros solamente rotos por las rejas y las protecciones de unas ventanas cargadas de puntas de hierro hacia el exterior. El interior de la alta nave de la iglesia se cubre mediante bóveda de cañón con lunetos, formando los arcos fajones una subdivisión de cuatro tramos. La zona del presbiterio se cubre con una bóveda semiesférica, decorada con pinturas geométricas de clara inspiración manierista, similar a otros conventos sevillanos de la misma época. El retablo mayor es una pieza barroca atribuida generalmente a Pedro Duque Cornejo y a Felipe Fernández del Castillo (1748). Al igual que en otros conventos e iglesias sevillanas, viene a sustituir a un retablo anterior, una decisión generalmente justificada por el mal estado de los retablos precedentes. Aquel primitivo retablo fue contratado el 12 de marzo de 1582 con Gerónimo Hernández y Diego de Velasco, que ganaron el concurso convocado para su adjudicación frente a Juan Bautista Vázquez el Viejo. Fue realizado en madera de borne, pino de segura y cedro en su imaginería, corriendo la policromía a cargo de Antonio de Alfián, Vasco Pereira, Diego de Zamora y Juan de Saucedo. Una obra cuya realización se estipuló en un plazo de un año y medio y que, como ocurrió en otras iglesias y conventos, fue sustituida en el siglo XVIII, aunque mantuviera buena parte de sus relieves originales. El actual, terminado en un llamativo revestimiento de tonos claros y sin dorar, presenta un alto banco con postigos laterales y sagrario en el centro, dos cuerpos, un ático y tres calles subdivididas por estípites, columnas abalaustradas y columnas retalladas.

   También es llamativa la excesiva compartimentación de un retablo, quizás por la adaptación a un muro de gran altura y cierta estrechez. Otro aspecto llamativo es la gran variedad de soportes que se emplearon  en el nuevo retablo. En el primer cuerpo aparecen columnas abalaustradas, elemento propio de siglos anteriores, con un recargado recubrimiento de cabezas de serafines dispuestos por parejas. En el segundo cuerpo el elemento compartimentador lo conforman estípites, sostén propio de los años en que se realizó este segundo retablo. En el tercer cuerpo aparecen columnas con un tercio central salomónico. Preside su primer cuerpo, el mejor resuelto en su estructura y en su menuda decoración, una talla moderna del Sagrado Corazón de Jesús, pionero en esta iconografía en la ciudad. En el mismo cuerpo aparece Santa Bárbara con la torre de su martirio y Santa Teresa como doctora de la iglesia, ambas del siglo XVIII. El segundo cuerpo lo preside una talla del obispo hispalense titular del templo, San Leandro, estando distribuidos, entre este cuerpo y el siguiente, varios relieves del anterior retablo de Jerónimo Hernández. Las escenas representadas son las del Bautismo de Cristo, la Flagelación, la Epifanía, la Asunción de la Virgen, la Oración del Huerto y San Agustín. La estética de su modelado se corresponde con las formas monumentales y heroicas propias del Manierismo del último tercio del siglo XVI y que fueron introducidas en Sevilla por el propio Gerónimo Hernández. La talla original de San Leandro del retablo original de Gerónimo Hernández se conserva en el actual refectorio de la comunidad. Corona el retablo un altorrelieve de la aparición de Cristo y la Virgen a San Agustín y el Padre Eterno. 

   El muro de la Epístola presenta, cerca del presbiterio, un retablo neoclásico con una escultura de vestir de la Virgen con el Niño, de comienzos del siglo XIX. Le sigue un excelente retablo dedicado a San Agustín contratado con Felipe de Ribas en 1650 y que sigue las formas arquitectónicas de Montañés, con leves añadidos más barroquizantes, como las guirnaldas de flores o las estrías de los fustes. Preside el retablo la talla de San Agustín con la maqueta de un templo, una simbología alusiva a su categoría de Padre de la Iglesia. Como curiosidad, la iglesia representada en la maqueta sigue modelos típicamente italianos, en su cubrimiento y en el campanil de la iglesia, lo que se puede explicar en el empleo de libros de grabados como Los Siete Libros de Arquitectura, que Ribas tenía en su biblioteca. El titular está flanqueado por Santo Tomás de Villanueva y San Nicolás de Tolentino; en la zona superior se sitúan Santa Clara de Montefalco y Santa Rita de Casia, además de dos relieves, uno representando a la Virgen con el Niño y otro con la escena de San Agustín y Santa Mónica en el puerto de Ostia. Las alegorías de la ciega Fe y la Esperanza (identificable por el ancla), completan un conjunto que se debe entender como un programa iconográfico de glorificación de la Orden Agustina. Le sigue otro excelente retablo, el dedicado a San Juan Evangelista, que sigue la tradición conventual sevillana de enfrentar a los retablos dedicados a los Santos Juanes. En su cuerpo central se sitúa el altorrelieve de San Juan Evangelista recibiendo la inspiración para escribir el Apocalipsis en la isla griega de Patmos, obra de gran perfección realizada personalmente por Martínez Montañés. A su taller corresponden las restantes tallas de Santiago el Mayor, María Salomé, el martirio de San Juan ante Portam Latinam (curiosa interpretación iconográfica que derivó en la apócrifa escena de San Juan  en la tinaja), Santiago el Menor, María Cleofás y la Virgen con el Niño. Consta que Francisco de Ocampo llevó a cabo las tallas de Santiago el Mayor y el relieve del martirio. En la zona del ático aparece el águila de San Juan como símbolo del titular del retablo. Curiosamente, en el coro bajo se conserva un retablo dedicado también al Evangelista que se atribuye a Jerónimo Hernández, siendo probablemente el retablo primitivo que fue posteriormente sustituido. De menor interés es el retablo neoclásico que se sitúa ya junto al coro. Lo preside la imagen de la Virgen de la Consolación y Correa, realizada por Sebastián Santos en 1932 y portadora de la correa característica del hábito agustino, de cuya orden es patrona. Tiene fiesta con misa  oficio propio de solemnidad que se celebra el día 4 de septiembre.

   El muro del Evangelio acoge, junto al coro, un retablo neoclásico con una pintura de la Virgen entregando el cíngulo a Santa Mónica, aunque en los últimos tiempos ha sido sustituido por la imagen de Santa Rita de Casia. Es obra del siglo XIX que representa a la santa vestida de monja agustina y con la alusión a la herida sangrante de su frente que la marginó de su comunidad conventual . Es una de las grandes devociones de la iglesia, constatable en la festividad del 22 de mayo, su onomástica, la de la patrona de los imposibles. Le sigue otro retablo de capital importancia, el dedicado a San Juan Bautista. Es una obra contratada en 1621 con Juan Martínez Montañés, que realizó el relieve del santo y la cabeza degollada alusiva a su martirio. Parecen obras de taller el resto de las tallas. San José, la Virgen, su prima Santa Isabel, su esposo Zacarías y el relieve del Bautismo de Cristo, habitual escena en este tipo de retablos que permitía unir las figuras del Mesías y del Precursor, composición que también se puede poner en relación con otros retablos de la misma iconografía como el de Santa Paula o el de Santa María del Socorro, hoy en la Anunciación. Tras pasar el cancel de la iglesia se sitúa un retablo de la primera mitad del siglo XVIII, enmarcado mediante grandes estípites y coronado con fragmentos de frontón curvo con interior en forma de venera. Acogía tradicionalmente a la imagen de Santa Rita aunque hoy lo presida una talla barroca de la Virgen con el Niño. Se atribuye generalmente a José Maestre, en el segundo cuarto del siglo XVIII, y presenta alrededor tallas del franciscano San Antonio de Padua con el Niño, el rey San Fernando con espada y manto de armiño y un expresivo Nazareno que se sitúa en el ático, flanqueado por dos ángeles que se sitúan  sobre los extremos del frontón curvo.
   A los pies de la iglesia se sitúa el coro bajo, artística estancia cubierta con bóveda de cañón con lunetos que se divide en tres tramos, mostrando en el centro relieves en sus yeserías de finales del siglo XVI, lo que permite datar la estancia en la etapa final de la construcción de la iglesia. Acoge numerosas esculturas y pinturas, algunas de notable interés, ya que recoge alguna de los retablos que originalmente debieron situarse en la nave de la iglesia y que fueron sustituidos en etapas posteriores. En uno de sus laterales se abre el comulgatorio del siglo XVIII, decorado con espejos, numerosos relicarios y una imagen de la Divina Pastora. Las paredes acogen en su parte inferior una sillería de finales del siglo XVII, apareciendo en el sillón de la priora relieves con el águila de San Juan Evangelista y el escudo del convento. También es del siglo XVII el facistol central de la estancia, la pieza mobiliaria en la que se colocaban los grandes libros corales para que pudieran ser leídos por toda la comunidad. Se remata con un pelícano, animal que se interpreta en el libro de los emblemas de Andrea Alciato como una alegoría de la eucaristía, basándose en la antigua creencia medieval de que este animal amamantaba a sus polluelos con su propia sangre.

   En los muros del coro se sitúa un retablo-hornacina de principios del siglo XVII en el que figuran dos ángeles portando la cabeza de San Juan Bautista. De gran interés es otro retablo-vitrina dieciochesco que acoge en su interior a la Virgen de la Granada, talla del siglo XVI que representa a la Virgen con el Niño y que se atribuye a la labor de Jerónimo Hernández, aunque la policromía parece muy posterior. Al mismo autor se atribuye la imagen titular del retablo dedicado a San Juan Evangelista, que aparece portando en sus manos el cáliz que recuerda el intento de envenenamiento del que salió ileso. En sus laterales se sitúan diversos relieves cuadrangulares con escenas alusivas al Apocalipsis, el libro escrito por el Evangelista, que por su composición y talla se pueden relacionar con el retablo de la misma advocación del convento de Madre de Dios, obra del mismo autor. Al otro lado del sillón prioral se sitúa el retablo dedicado a San Agustín, obra de Francisco de Ribas realizado entre 1650 y 1651, y que vino a sustituir a un retablo anterior con la misma iconografía que había sido realizado en 1598 por Blas Hernández y Antonio Alfián. Se situaría el nuevo retablo en el espacio destinado a un altar propiedad de Bartolomé de Dueñas y sus herederos, adquirido al convento en 1584 y cuyo patronazgo gestionaban directamente las monjas, que serían las que encargarían la nueva obra. En su realización, Francisco de Ribas contó con el condicionante de la existencia de los retablos de los Santos Juanes, a los que se menciona en el contrato, lo que influyó en su compartimentación siguiendo el modelo de los retablos existentes. Muestra en su calle central a San Agustín portando en sus manos el báculo y la maqueta de la Iglesia. A su alrededor se sitúan esculturas de San Patricio, San Paulino, Santo Tomás de Villanueva y San Alipio. El ático está presidido por las imágenes de San Guillermo, San Nicolás de Tolentino, Santa Rita y Santa Mónica. Son parte de un retablo que fue concertado por Blas Hernández en 1598. En otro retablo-hornacina del siglo XVIII se sitúa una imagen de candelero conocida como la Virgen del Amor. El conjunto del coro bajo se completa con diversas pinturas, un crucificado en el muro frontal, diversas vitrinas neoclásicas y un órgano barroco de la segunda mitad del siglo XVIII.

   El acceso a la clausura se realiza por una puerta situada frente a la parroquia de San Ildefonso. Tras superar un pequeño patio se sitúa, junto a la puerta reglas, el torno, decorado con placas de cobre y fechado en 1743, lugar donde se pueden adquirir las famosas yemas por las que se conoce al convento, en sencillas cajas de madera adornadas con el escudo del corazón atravesado por la flecha, el emblema de la Orden Agustina. Las yemas se hacen con huevo hilado recubierto de una "costrita" de azúcar, el difícil secreto para conseguir el punto exacto de su resultado final. Una antigua receta explica su elaboración en estos términos: "para hacer tres libras se le echan 18 yemas de huevo, dos claras, dos libras y media de azúcar blanca y, estando bien batidas las yemas y claras y clarificada la azúcar o almíbar con poco punto, se echa el huevo en el cubillo de lata y sobre la almíbar al fuego. Se van echando las hebras procurando no caiga una sobre otra, para que no se apelote, y, después de un par de minutos que estará cuajada, se sacan y se ponen en un cedazo de cuerdas para que se escurra y se va repitiendo esta operación hasta concluir el huevo. Después se toma en la palma de la mano porcioncitas de estas hebras, dándole formas de piloncitos pequeños y se ponen sobre una mesa. Se pone el almíbar en punto fuerte para que, bien batida y hecha una poleadita, se van metiendo las yemas una a una y se sacan deseguida, y se van poniendo sobre una mesa a la que antes se le habrá echado un polvo de harina para que no se peguen y ya están hechas". Cuentan que las yemas fueron manjar de reyes como Alfonso XII, las infantas doña Esperanza y doña María de las Mercedes o de la misma reina Fabiola de Bélgica. Y aunque las yemas sean el único producto que se vende, hay otras recetas en el convento destinadas a familiares y amigos, siendo destacables las naranjas amargas en almíbar cuyo secreto radica en la cocción en el mismo almíbar de las yemas.

   La zona de clausura se organiza en torno al gran claustro central, que es levemente rectangular, presentando dos pisos que se sostienen por medio de columnas de mármol blanco que soportan arcos de medio punto levemente peraltados. Es una arquitectura propia de la segunda mitad del siglo XVI, estando revestidos por zócalos de azulejos de cuenca de la misma cronología y por otros que representan motivos vegetales y paisajísticos propios del siglo XVIII. Entre los azulejos destacan, por su iconografía, dos piezas del siglo XVIII que representan a la Virgen de los Reyes vestida a la usanza de la época y a San Fernando, con sus habituales atributos de la espada, la bola del mundo y el manto de armiño. Al centro se sitúa una fuente de mármol, con una taza central en forma de balaustre que se corona con el corazón ardiente, escudo de la Orden Agustina. En las paredes del claustro se sitúan diversas capillas y lienzos de interés. Entre ellos está una pintura sobre tabla de mediados del siglo XVI que representa a la Virgen de la Misericordia, aunque está desfigurada por numerosos repintes posteriores. Entre las capillas que se sitúan en el claustro, que se suelen abrir para los cultos y procesiones internas como el Corpus Christi, destaca una pintura del Calvario del siglo XVII, con una curiosa filacteria que recorre la escena en latín con un marcado carácter didáctico. Notable interés presenta otra capilla que muestra una doble pintura, en la parte inferior la que representa el nacimiento de San Juan Bautista, en una estancia arquitectónica cargada de detalles anecdóticos, y la escena superior en la que dos ángeles portan la cabeza degollada del Bautista tras su martirio, todo en dos lienzos del siglo XVII en los que todavía pervive el empleo del pan de oro como elemento decorativo. Otra pieza importante es el relieve que representa el Bautismo de San Agustín, resto del retablo que en 1598 contrató Blas Hernández y que sería posteriormente sustituido por el actual retablo de Francisco de Ribas.
   Al claustro se abre el refectorio del convento, estancia destinada a la comida en comunidad, presenta forma rectangular, con un interesante zócalo de azulejos de cuenca del siglo XVI y algunos ejemplos de azulejos del siglo XVII. Como la mayoría de estas dependencias conventuales, está presidido por una discreta pintura de la Sagrada Cena que ocupa casi por completo uno de sus frentes, siendo una pieza anónima del siglo XVII. En el muro contrario se abre una hornacina con una escultura de San Leandro realizada por Jerónimo Hernández que perteneció al primitivo retablo mayor de la iglesia. A su alrededor, una deteriorada inscripción nos indica su traslado en estos términos: "Esta hechura de San Leandro era el que estaba en el retablo antiguo del altar mayor y estando en el noviciado la víspera del santo, sacándolo del dicho sitio la señora abadesa, mi señora, doña Leonor de Espinosa y Maldonado en el año de 1754, porque había sequía y el trigo muy subido conforme se había subido al santo para llevarlo, como se nubló el sol y aquella noche y todo el día del santo llovió nieve como nunca lo que se sirvió de gran alivio para todos, y para su gran devoción, y por lo que le debe de varios beneficios le hizo a su costa esta capilla y peana en el refectorio donde está colocado para siempre. El día 7 de enero de 1762 siendo abadesa mi señora doña Lorenza de Castilla y Córdoba que dio su permiso". Numerosas pinturas recubre los muros de la sala, destacando especialmente una serie anónima que refleja la vida de Cristo y un lienzo de la Inmaculada, ya del siglo XVIII, que tiene las características del pintor Domingo Martínez.

   La otra estancia de interés que se abre al claustro es la sala capitular, que en sus muros alberga una pintura de la Virgen de Guadalupe firmada por Juan Correa, una Inmaculada similar a la del refectorio, del estilo de Domingo Martínez y un armario del siglo XVIII decorado con pinturas de San Leandro, San Agustín, San Miguel y San Antonio de Padua. La galería del claustro que linda con la nave de la iglesia se ha empleado tradicionalmente como lugar de entierro de las monjas.
   En la estructura general del convento se observa que es la superposición y añadido de numerosas viviendas de diferente época e incluso de algunos callejones que acabaron formando parte de la propia clausura. Además de la zona del claustro principal y del patio de acceso al torno (que incluye la vivienda de los porteros), el solar del convento abarca otros núcleos. Uno de ellos es la zona del noviciado, que limita con la calle Caballerizas. Junto a esta zona está la cocina y cercana está la lavandería, de notable antigüedad, situada en un pequeño patio con columnas. Otro sector destacable es un patio de arcos dobles situado junto a la calle Imperial, es el llamado Patio de la Cruz, donde se sitúa la enfermería de las monjas, con zonas que se mantienen sin uso. La zona que limita con la Casa de Pilatos es la del jardín, de notables dimensiones, que incluye pozo, fuente y algunas pequeñas dependencias relacionadas con el uso de la antigua huerta.

   Entre las múltiples curiosidades históricas que recoge la historia del convento se puede citar que su iglesia acoge el enterramiento del célebre médico y erudito sevillano Nicolás Monardes o que en el siglo XVII fue monja del convento la poetisa Valentina de Pinedo, que llegó a ser ensalzada por Lope de Vega, que le dedicó dos sonetos. En siglos pasados el cabildo de la Catedral celebraba el día de San Leandro con una procesión solemne en la que llevaba al convento las reliquias del santo obispo de Sevilla, restos que también participaron en el cortejo del Corpus en siglos pasados.
   El recuerdo de la abogada de los imposibles se realiza los días 22 de todos los meses del año, jornadas en las que la iglesia permanece abierta, en un convento que une a su patrimonio artístico el patrimonio espiritual de la comunidad y la universal fama de sus yemas, un lugar que muchos identifican con el guardián de la felicidad que Luis Cernuda situaba tras un arco (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     Este convento fue una de las primeras fundaciones religiosas que se hicieron en la ciudad de Sevilla, puesto que data del siglo XIII. Su actual iglesia presenta características arquitectónicas que permiten fechar su construcción en los años que marcan el tránsito del siglo XVI al XVII, estando atribuida la dirección de las obras al arquitecto Juan de Oviedo. El interior de la iglesia presenta nave única cubierta con bóveda de cañón con lunetos, apareciendo en la capilla mayor una bóveda semiesférica con yeserías geométricas.
     El retablo mayor es barroco. Se atribuye a Pedro Duque Cornejo y Felipe Fernández del Castillo, quienes lo habrían realizado entre 1745 y 1748. Presenta dos cuerpos, un ático y tres calles flanqueadas por estípites. En las calles laterales del primer cuerpo figuran esculturas del siglo XVIII que representan a Santa Bárbara y a Santa Teresa, mientras que en la hornacina principal figura un Corazón de Jesús, moderno. El segundo cuerpo del retablo está presidido por una escultura de San Leandro del siglo XVIII y en el ático aparece un grupo escultórico formado por San Agustín ante Cristo y la Virgen, y sobre ellos el Padre Eterno. En las calles laterales de este segundo cuerpo del retablo y en las del ático aparecen seis relieves aprovechados del antiguo retablo de la iglesia, realizados por Jerónimo Hernández en 1583. Representan el Bautismo de Cristo, la Flagelación, la Adoración de los Reyes, la Asunción de la Virgen, la Oración del Huerto y San Agustín.
     En el muro izquierdo de la iglesia y comenzando por los pies, figura junto a la verja del coro un retablo neoclásico, del siglo XIX. En el banco se encuentra una pintura de la Vir­gen entregando el cíngulo a Santa Mónica y en la hornacina principal una escultura de candelero de la Virgen con el Niño, ambas del siglo XIX. El siguiente retablo fue contratado por Juan Martínez Montañés en 1621 y en su hornaci­na principal presenta un relieve de San Juan Bautista, sobre el que está situada la cabeza degollada del Santo, excelentes obras, ambas de Montañés. El resto de las esculturas del retablo, que representan a la Virgen, San José, Santa Isabel y Zacarías y el relieve del Bautismo de Cristo son obras de taller.
     Tras el cancel de la iglesia, magnífica obra fechada en 1729, se dispone un retablo barroco del segundo cuarto del siglo XVIII  atribuible a José Maestre, que presenta una escultura de candelero de Santa Rita, fechable en el siglo XIX. Las restantes esculturas son del mismo momen­to que el retablo y representan a San Antonio de Padua, San Fernando y Jesús Nazareno.
     En el muro de la derecha, y comenzando desde el presbiterio, se abre primero una capilla donde figura un retablo neoclásico del siglo XIX que alberga una escultura de candelero de la Virgen con el Niño, de la misma fecha. Fuera ya de la capilla, el primer retablo que figura en el muro está dedicado a San Agustín. Su construcción fue contratada con Francisco de Ribas en 1650. En su hornacina principal aparece una escultura del santo titular. El resto de las esculturas es de la misma fecha que el retablo y representan a Santo Tomás de Villanueva, San Nicolás de Tolentino, Santa Rita y Santa Clara de Montefalco. También figuran en el retablo dos relieves con San Agustín y Santa Mónica en el puerto de Ostia y la Virgen con el Niño, además de las esculturas de la Fe y la Esperanza.
     El siguiente retablo fue contratado por Juan Martínez Montañés y terminado en 1632. El magnífico relieve de San Juan Evangelista en Patmos, que preside la hornacina central, es obra personal de Martínez Montañés, mientras que el resto de las esculturas son obras de taller. Representan a Santiago el Mayor, Santa María Salomé, Martirio de San Juan Evangelista en la tina (ante portam latinam), Santiago el Menor, Santa María Cleofás y la Virgen con el Niño. De estas obras se sabe documentalmente que Francisco de Ocampo realizó la escultura de Santiago el Mayor y el relieve del martirio del santo.
     Finalmente, ya junto al coro, figura un retablo neoclásico del siglo XIX, con esculturas de la misma época que representan a San Juan de Sahagún, la Virgen con el Niño y San Francisco de Paula. Sobre el retablo se entra una pintura de Cristo Crucificado con la Magdalena de finales del siglo XVI. Enmarcados conjuntamente con esta obra, figuran en los laterales ocho pequeñas pinturas de santos agustinos fechables a mediados del siglo XVIII.
     La riqueza del convento en piezas de orfebrería es considerable, pero debió de ser mucho mayor a juzgar por los testimonios bibliográficos. Entre ellas merece citarse un cáliz renacentista decorado con guirnaldas de frutas y cintas planas, que puede situarse en el último cuarto del siglo XVI. Puramente barroco y con abundante decoración vegetal de tipo carnoso es otro ejemplar debido a Manuel Guerrero, platero sevillano que ejerció en la primera mitad del siglo XVIII. Las piezas fundamentales son un gran ostensorio y el sagrario. La custodia, de plata dorada, responde a una estructura manierista de la primera mitad del siglo XVII pero contiene elementos añadidos en la segunda mitad del XVIII. De la fecha primitiva se conservan el nudo en forma de templete cuadrangular con dos placas grabadas con efigies de santos que debían de estar recubiertas de esmalte. En las otras dos caras del templete van los relieves de San Leandro y San Agustín, de realización posterior. Los medallones decorativos de la peana llevan temas eucarísticos y emblemas de la orden y corresponden al arreglo del siglo XVIII. De la misma época es el sol decorado con racimos y piedras de colores. El sagrario es de grandes dimensiones que no estorban la armónica perfección de su planta cuadrada rodeada de estípites y con movidos frontones. El tema fundamental en la decoración es la rocalla y su fecha 1760 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El Convento de San Leandro se localiza en el centro histórico de la capital hispalense, en una zona de gran importancia dentro del casco antiguo de Sevilla.
     El inmueble posee una planta casi cuadrangular, con tres fachadas exteriores. El acceso al convento se realiza a través de un vano que se localiza en el frente correspondiente a la plaza de San Ildefonso, y que da paso a un pequeño compás.
     Este posee dos galerías con pilarcillos metálicos y una tercera con columnas. En su perímetro se encuentran la puerta reglar y los locutorios, así como el torno.
     Tras la citada puerta reglar, mediante un acceso en recodo se pasa al claustro. Este, también llamado "patio grande" o "patio central", posee una estructura romboidal, con doble galería de arcos peraltados en planta baja y de medio punto en planta alta. Las galerías están soportadas por columnas de mármol, y se enmarcan con alfices. Los muros del claustro, por su parte, están revestidos con azulejos de cuenca, que alternan con otros lisos. En el centro del patio, se localiza una interesante fuente poligonal, con tazón central.
     Alrededor del citado claustro se sitúan las principales dependencias del convento, dispuestas en sus diferentes alas: La iglesia y el coro bajo, la sacristía interior, la sala capitular, el refectorio y el despacho de la abadesa.
     La actual iglesia, construida a fines del siglo XVI, posee estructura de cajón, con los coros alto y bajo a los pies. La nave se cubre con bóveda de cañón con lunetos, formando cuatro tramos entre arcos fajones. El presbiterio, que queda diferenciado de la nave mediante un gran arco de triunfo decorado con pinturas, se cubre con una cúpula semiesférica sobre pechinas. En el muro derecho del presbiterio se localiza el vano de acceso a la sacristía llamada "de afuera".
     A los pies de la iglesia se encuentra el muro de cerramiento que separa la nave del coro bajo; está articulado por medio de pilastras y de un gran vano de medio punto, cerrado con una artística reja, en su parte central. A ambos lados del citado vano se abren dos portezuelas adinteladas, que dan paso al coro bajo. Este espacio se cubre con tres tramos de bóvedas de cañón con lunetos. El coro alto, por su parte, posee una estructura similar y presenta una gran celosía de madera.
     En el interior del templo, además de los interesantes bienes muebles que posee, destaca un magnífico cancel, fechado en 1729.
     La sala capitular, situada en el ala del claustro perpendicular a la iglesia, es el resultado de una subdivisión efectuada en la nave de los antiguos dormitorios.
     Se trata de un espacio rectangular, con cubierta adintelada y vigas de madera. En la planta alta se localizan los antiguos dormitorios.
     El refectorio, por su parte, se localiza en el ala derecha del claustro. Posee planta rectangular y se cubre con un sencillo artesonado fechado a comienzos del siglo XVII. Sobre el citado refectorio se han dispuesto las actuales celdas dormitorios, aunque existen otras distribuidas de manera dispersa por todo el convento.
     En el inmueble destaca el sector que comprende la esquina entre la calle Zamudio y la Plaza de San Ildefonso, conocido como "del obrador". En este ámbito se sitúan las dependencias utilizadas para la fabricación de los dulces típicos de este convento, alrededor de un patio denominado "de San José".
     Otro núcleo interesante lo constituye el noviciado. Este, que se organiza también en torno a un patio, se localiza al fondo de la parcela formando fachada con la calle Caballerizas.
     Junto a este sector se sitúa la cocina (paralela al refectorio) y la vivienda del capellán (a un lado de la zona del compás, con fachadas a la calle Caballerizas). No lejos de estas dependencias se encuentran los lavaderos, aún utilizados a pesar de su antigüedad, y en los que destaca un hermoso patinillo con columnas.
     En el sector de la calle Imperial se encuentra un pequeño patio llamado "de la Cruz". Posee doble arquería y alrededor se alojan la enfermería y la antigua cocina de la misma.
     Por último, y frontero con el jardín de la Casa de Pilatos, se localiza el jardín conventual. Este, de apreciables dimensiones, cuenta con pozo y fuente, así como edificaciones relacionadas con su mantenimiento.
     Al exterior, el conjunto posee tres fachadas. La principal, que se localiza en la plaza de San Ildefonso y la calle Caballerizas, presenta sus paramentos encalados y una serie de vanos adintelados. En ella destaca la portada de acceso al convento, muy sencilla.
     La fachada correspondiente a la plaza de San Leandro y a la calle Zamudio incluye la portada de acceso a la iglesia. Esta se compone de un vano de medio punto enmarcado por pilastras toscanas, rematado por un frontón triangular roto. En el centro del mismo se sitúa el escudo de la Orden Agustina, mientras que a ambos lados aparecen dos remates piramidales coronados con bolas. El conjunto se remata mediante un frontón curvo coronado con una cruz.
     La tercera fachada, ubicada en la calle Imperial, presenta un esquema semejante a las anteriores, con sus paramentos encalados y vanos adintelados.
     Ortiz de Zúñiga afirma que el origen del convento de San Leandro se remonta "casi al tiempo de San Fernando". Las noticias documentales dan constancia de la existencia de un monasterio de agustinas en Sevilla durante el reinado de Fernando IV (1295-1312), puesto que este rey recibió al monasterio bajo su patrocinio por cartas plomadas fechables el 15 de agosto y 8 de noviembre de 1309. Este primer establecimiento estuvo en el paraje conocido en la época como "Degolladero de los Cristianos", extramuros de la ciudad, por la Puerta de Córdoba, aproximadamente donde luego se estableció el Convento de Capuchinos. Las monjas no estaban satisfechas con el lugar, alejado de la ciudad y blanco de frecuentes pillajes y asaltos de ladrones y maleantes.
     Las monjas terminaron por abandonar el convento; el rey Fernando IV, enterado de ello, rogó a la Abadesa Dª Lorenza que permaneciera allí y para convencerla lanzó drásticas proclamas dirigidas a los que atentasen contra la comunidad. Estas acciones reales no sirvieron de nada y los abusos contra el convento siguieron produciéndose.
     Por fin en 1367 el rey Pedro I de Castilla emitió una Real Licencia para que la comunidad de agustinas pudiera trasladarse intramuros de la ciudad, concretamente a la collación de San Marcos, a una de la calle de los Melgarejos. Aquí se inició rápidamente la vida conventual, aunque el espacio disponible presentaba problemas insolubles. Consciente el rey de tales dificultades ofreció a la abadesa unas casas junto a la antigua parroquia de San Ildefonso. Esta cesión tuvo lugar en 1369. La extensión del conjunto de casas era considerable y muy pronto edificaron una iglesia. Los trabajos de ésta iniciados en 1369, así como la adaptación del caserío a fines conventuales, terminaron en 1377. A partir de entonces el convento se vio favorecido por multitud de mercedes otorgadas por la realeza.
     A fines del siglo XVI conoce el convento un momento de auge que se plasma en las obra de remodelación del convento y la elevación de una nueva iglesia. Las obras continuaron a comienzos del siglo XVII con la decoración de la iglesia y otras dependencias principales del convento.
     A mediados del siglo XVIII se registra una nueva renovación en el convento y sobre todo en su iglesia, dotándola de un nuevo retablo barroco.
     El siglo XIX marca para el convento de San Leandro una fase de franca decadencia. Sin embargo, a pesar de los graves acontecimientos políticos y revolucionarios, el establecimiento conventual siguió adelante manteniéndose con las exiguas dotaciones del Arzobispado y, sobre todo, con la venta de las famosas "yemas de San Leandro" (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     El origen de este convento se sitúa en 1359 cuando la comunidad adquiere, por donación de Don Pedro I, las casas confiscadas a Teresa Jufre, mujer de Alvar Díez de Mendoza, en la collación de San Ildefonso. En 1377 se concluyen las obras de adaptación al nuevo uso, así como la iglesia.
     El acceso a la clausura conventual se realiza desde el pequeño patio situado en el sector sur del convento, frente a la parroquia de San Ildefonso.
     La iglesia que hoy conocemos poco tiene que ver con la primitiva, reformándose en el siglo XVI. No hay confirmación documental de la atribución por Pacheco al arquitecto Juan de Oviedo de las trazas de este templo. Sin embargo, en 1584 ya hay constancia del inicio de sus obras, con la presencia de Asensio de Maeda y de los maestros albañiles Juan de los Reyes y Juan Miguel. El interior de la iglesia presenta nave única cubierta con bóveda de cañón con lunetos; la capilla mayor se cubre con una bóveda semiesférica con yeserías geométricas. La iglesia sufrió transformaciones importantes en el siglo XVII y  se reconstruyó con un nuevo altar mayor en el siglo XVIII. La portada del templo que cierra la plaza de San Leandro en uno de los tres frentes posee un carácter netamente manierista.
     La lectura de la planimetría del edificio conventual pone claramente de manifiesto la estructura primitiva de las casas sobre las que se construyó el convento. Se desarrolla a lo largo de las tres fachadas a las calles Imperial, plaza de San Leandro - Zamudio y plaza de San Ildefonso - Caballerizas.
     El claustro principal -construido en el último tercio del siglo XVI- se instala en el espacio residual que resultó de las viejas edificaciones que se alineaban en sus tres bordes. Cuenta con una estructura ligeramente rectangular con arquerías de arcos de medio punto en las galerías de planta alta y peraltados sobre columnas italianas de mármol blanco en la baja. El refectorio, situado entre este claustro y otro patio de menor importancia, es de planta rectangular; sus muros están revestidos por zócalos de azulejos del siglo XVI y se cubre esta gran sala con un sencillo artesonado de madera de principios del siglo XVII.
     El convento posee un gran jardín junto a la medianera con la Casa de Pilatos, abriéndose a él la zona de dormitorios, que, por otra parte, se encuentra actualmente en un estado de avanzada ruina.
     El convento ocupa en planta baja, incluyendo patios y jardines. una superficie aproximada de 4.900 m2 (Guillermo Vázquez Consuegra, Cien edificios de Sevilla: susceptibles de reutilización para usos institucionales. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Sevilla, 1988).
     El Convento de San Leandro, tras su portalón se abre un místico patio empedrado, con macetas de helechos y aspidistras, al fondo del cual se encuentra el torno en el que las monjas agustinas venden las famosísimas yemas. La iglesia se encuentra a la vuelta, entrando por la calle Zamudio, en la graciosa plaza de San Leandro. Aunque el convento se fundó en el siglo XIII, poco después de la conquista de Sevilla por Fernando III, la iglesia se construyó a caballo de los siglos XVI y XVII bajo la dirección de Juan de Oviedo. La portada es, una vez más, suma­mente sencilla. Al interior, tiene una sola nave con bóveda de cañón y lunetos, estando la capilla mayor cubierta con una bóveda de horno decorada con abundantes yeserías geométricas. La iglesia guarda algunas obras de importancia que merecen una atenta visita. En primer lugar, el retablo mayor, realizado por Pedro Duque Cornejo y Felipe Fernández del Castillo hacia 1748, entre cuya iconografía hay que señalar los seis relieves que aparecen en las calles laterales del segundo cuerpo. Son tallas de Jerónimo Hernández, fechadas en 1583 y representan el Bautismo de Cristo, la Adoración de los Reyes, la Oración del Huerto, la Flagelación, la Asunción de la Virgen y San Agustín. En la cabecera del muro de la epístola hay una capilla con un retablo neoclásico y, a su lado, en dirección a los pies, un magnífico retablo dedicado a san Agustín, cuya traza, ensamblaje y esculturas se deben a Francisco de Ribas, quien los realizó poco después de 1650. Hay además dos extraordinarias piezas de Martínez Montañés: el relieve de San Juan Evangelista en Patmos, ubicado en la hornacina central del retablo que sigue al de Ribas, y el relieve de San Juan Bautista, situado en el segundo retablo del muro izquierdo contando desde los pies (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo;
   Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
   Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
   Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600. 
   Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severia­no, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
       La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
      «Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe. 
       Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capí­tulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
       Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
       Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
       Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
       Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
       Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostóli­co por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla. 
       Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
       La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exem­plum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
       No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
     Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo
       San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
       La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
       Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
       En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
       Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
       En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
       Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
       Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
       Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
       En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
     Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Horario de apertura del Convento de San Leandro:
             Todos los días 22, durante toda la jornada.
             Lunes, Viernes y Sábados: de 20:30 a 21:30
             Martes, Miércoles y Jueves: de 19:00 a 20:30
             Domingos: de 11:30 a 13:15

Horarios de misas del Convento de San Leandro:
             Lunes, Viernes y Sábados: 20:40
             Martes, Miércoles y Jueves: 19:30
             Domingos: 12:00

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El Convento de San Leandro, al detalle:
Exterior:
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Iglesia:

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