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sábado, 1 de agosto de 2020

La Capilla de San Pedro Ad Víncula, de la Iglesia de San Pedro


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Pedro Ad Víncula de la Iglesia de San Pedro, de Sevilla. 
      Hoy 1 de agosto, Fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier), que conmemora su liberación de la prisión.
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla de San Pedro Ad Víncula de la Iglesia de San Pedro, de Sevilla.
     La Iglesia de San Pedro [nº 28 en el plano oficial del Ayuntamiento; y nº 52 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Santa Ángela de la Cruz, s/n (aunque la entrada al templo se efectúa por la plaza de San Pedro, 1); en el Barrio de la Encarnación - Regina, del Distrito Casco Antiguo.
      En la Iglesia de San Pedro podemos contemplar la Capilla de San Pedro Ad Víncula, la última capilla del muro de la epístola; es de planta rectangular y fue la sede de la hermandad de San Pedro Ad Víncula, formado por sacerdotes. Destaca en ella el efectista lienzo barroco con el tema de la Liberación de San Pedro por el ángel, obra del pintor y clérigo Juan de Roelas (1612). Otras pinturas menores con escenas de la vida de San Pedro se distribuyen por los muros. Ya en los pies de la nave, muy olvidado pero de gran interés, se sitúa un retablo recompuesto con pinturas italianas del siglo XVI entre las que destacan el Crucificado central y una escena con el tema de Adán y Eva, uno de los escasos ejemplos de desnudo en el arte sevillano de siglos pasados (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).

   Es la capilla más amplia de cuantas existen en la Iglesia y además cuenta con un piso superior, al que se accede por una escalera situada en el ángulo derecho del altar.
   Da la impresión de que esta capilla es una construcción un tanto independiente del resto del templo, tal como ya había ocurrido con la torre.
   En efecto, la investigación histórica acerca de la obra, nos da a conocer, con precisión, los detalles de la misma y sus vicisitudes.
   La autonomía visual que produce el aspecto exterior, con su tejado aparte, sus dos ventanas y el cierro encima, no se corresponde con la impresión que produce su examen desde el interior del templo, pues en este caso la capilla está perfectamente integrada en la globalidad de la iglesia.
   Los hechos se desarrollaron poco más o menos así: El capitán y miembro del Juzgado de Fieles Caballeros Executores de esta Ciudad, don Fernando de Vega, vecino de la collación de El Salvador, pide al Obispo Provisor de la curia Hispalense, don Juan Ovando, el permiso para labrar una capilla en un solar adjunto a la Iglesia del Señor San Pedro de la ciudad.
   En su petición expone que desea realizar una hermosa capilla que sea, al mismo tiempo, panteón familiar.
   Conseguida la autorización eclesiástica, don Fernando se pone en contacto con el maestro mayor de la Catedral de Sevilla, Hernán Ruiz, para que, bajo contrato haga los planos y el estudio en vistas a la realización de la citada capilla. El señor Obispo ha concedido cuatro años como plazo máximo para la terminación de la obra.
   Era el día uno de octubre del año del Señor de 1563, cuando el mayordomo de Fábrica de la Iglesia Parroquial de San Pedro, don Pedro Ximénez Bejarano, un poco a regañadientes, concede licencia para el uso del solar existente entre la torre de la iglesia y la fachada de la parte que mira a poniente.
   Ha exigido ver y poseer los permisos del señor provisor, los planos y pliegos de condiciones del maestro mayor y el depósito de cien ducados en concepto de limosna. También hay una condición consistente en que no se puede empezar la obra hasta un año más tarde que es el tiempo calculado para abrir el acceso interior a la torre, recién incorporada.
   En el primitivo proyecto se contempla una capilla cuadrada
   "la dicha capilla sele a de dar sitio por hueco seis varas"
   Se hace preciso construir tres paredes, dos de ellas enrasan con las dos fachadas del templo, la tercera sería una pared paralela a la torre que albergaría la escalera de subida a la misma, y la cuarta
   "es la que sale a la yglesia a la nave lateral de la parte del mediodía, el dicho sitio es donde agora está una pieça que sirve de ataraçana"
   Por esta parte hay que abrir la capilla al templo, mediante un arco que ha de tener doce pies de ancho, y veinte de alto.
   "rompiendo la muralla de la dicha iglesia y el arco labrado bien y firmemente de manera que la muralla de la dicha yglesia no resçiba perjuizio"
   Añade además que la puerta existente y la reja se reconoce que pertenece a la iglesia, incluso el bastidor
   "se entiende que es dela yglesia e fabrica della, e asy mismo la rexa y madera que en la dicha pieça de ataraçana esta oy dia"
   La capilla tendrá el suelo de ladrillo y las paredes bien enlucidas y encaladas de albañilería pulida
   "hermoseada como se suele hazer en obras semejantes"
   Se techará mediante una bóveda de las llamadas de "media naranja" sobre cuatro pechinas, con azulejos por la parte exterior, y una amplia linterna que iluminase directamente el altar.
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto, Iconografía y Atributos de San Pedro, apóstol:
HISTORIA Y LEYENDA
   Pescador en Cafarnaúm, Galilea, en el lago de Genezaret, él y su hermano Andrés fueron los primeros apóstoles reclutados por Jesús.
   Su verdadero nombre era Simón. Recibió de Cristo el mote arameo Kefás (gr.: Petras), para significar que sería la piedra angular de la Iglesia. Su mote ha suplantado por completo a su nombre.
   Su vida se divide en tres períodos muy claros:
   1. Envida  de Jesús, lo acompañó, con los otros discípulos, desde el co­mienzo del ministerio galileo hasta su Prendimiento en el Huerto de los Olivos, luego, después de la Resurrección, hasta la Ascensión.
   2. Después de la desaparición de su maestro, residió en Jerusalén, donde fue encarcelado por el tetrarca Herodes Agripa.
   3. Luego habría viajado a Roma de la cual fue el primer obispo. Otra vez fue encarcelado y crucificado por orden de Nerón.
   Durante el primer período, la actividad de san Pedro estuvo estrechamente ligada a la de Jesucristo, siguió tras los pasos de éste, por decirlo así. De ahí que hayamos debido remitir a la iconografía del Nuevo Testamento todas las escenas de la Vida de Jesús donde san Pedro tiene algún papel: la Vocación y la Tradición de las llaves, el Lavatorio de los pies y la Santa Cena, el Prendimiento en el Monte de los Olivos, donde corta la oreja de Malco, la Negación, la Transfiguración  y las Apariciones de Galilea. Tampoco volveremos a tratar ciertas escenas posteriores a la Ascensión de Cristo, tales como la Pentecostés y el Tránsito de la Virgen, donde él está, por fuerza. El apostolado y los milagros de san Pedro en Jerusalén y en Roma son los únicos hechos de su leyenda que comportan hagiografía propiamente dicha. Abandonamos por  ello el terreno de los Evangelios para abordar los dominios de los Hechos de los Apóstoles y de la Leyenda Dorada.
   Antes de abordar el estudio del culto y de la iconografía de san Pedro, es menester discernir entre la leyenda y la historia, exponiendo objetivamente las doctrinas contradictorias de los católicos y de los racionalistas, ya protestantes, ya agnósticos.
   Oigamos las dos campanas, porque si debemos creer en un viejo proverbio «Quien oye sólo una campana no oye más que un sonido».
l. La tradición católica
   La actividad de Pedro en Palestina después de la Ascensión de Jesús se ha­bría prolongado hasta el año 44. Fue entonces cuando, después de haber consumado numerosos milagros (Resurrección de Tabita, Curación de los en­fermos con su sombra), habría sido encarcelado por Herodes y liberado por un ángel.
 Qua vadis, Domine y éste le respondió: «Voy a Roma para ser crucificado allí otra vez». Pedro, avergonzado por su cobardía, regresó entonces a Roma donde padeció el martirio al mismo tiempo que san Pablo; pero mientras a éste, que era ciudadano romano,lo decapitaron, Pedro, que sólo era un ju­dío, fue crucificado.

 Según una tradición, venerable por su antigüedad, habría pasado en Roma los veintitrés últimos años de su vida, desde 44 hasta 67. Triunfó contra los sortilegios de Simón el Mago, favorito del emperador Nerón. Preso en la cár­cel Mamertina, se fugó con la complicidad de sus carceleros a quienes había convertido. Dándose a la fuga por temor a las persecuciones, en la Vía Apia se encontró con Cristo con la cruz a cuestas, a quien preguntó:
  Los Padres de la Iglesia enseñaban que san Pedro, que no quería  morir de la misma manera que Jesucristo, por humildad había pedido que lo crucificasen cabeza abajo. Se contaba que su cruz había sido levantada inter duas metas, es decir, entre los dos hitos del circo de Nerón. A finales de la Edad Media se creyó que se trataba de los dos hitos antiguos de Rómulo, cerca del Vaticano (Meta Romuli), y Cestio, en la puerta de San Pablo. Se buscó un sitio intermedio entre estos dos puntos de referencia, y fue así como el martirio se localizó sobre el Janículo, en el lugar donde se levanta la iglesia de San Pietro in Montorio. La disputa entre el Janículo y el Vaticano aún continúa abierta.
   A falta de testimonios que sirvan de prueba de la llegada de san Pedro a Roma, la fecha de ésta y la duración de su estadía, así como acerca del lugar en que se realizó su crufixión, los defensores de la tradición católica  recurrieron a dos argumentos indirectos: el silencio de las iglesias rivales de Oriente (Palestina o Siria) que nunca reivindicaron las reliquias del Príncipe de los apóstoles y la edificación de la Basílica Constantiniana a orillas del Tíber, sobre la colina del Vaticano.
   1. Si san Pedro estaba muerto y había sido sepultado en Jerusalén, las Iglesias orientales nunca habrían dejado de invocarlo para apoyar sus pretensiones al primado en la Iglesia cristiana. Ahora bien, nunca se produjo ninguna rei­vindicación de ese género.
   2. ¿Se habrían atrevido a construir la Basílica Constantiniana sobre el em­plazamiento de un cementerio, profanando una multitud de tumbas no sólo paganas sino también cristianas si no hubiesen  estado persuadidos de que allí se encontraba la tumba de san Pedro? Esta suposición parece también más inverosímil por cuanto la naturaleza del terreno arcilloso, sobre la ladera de una colina, impuso enormes trabajos de nivelación; se necesitaban poderosas razones para emprenderlos.
   Después de las excavaciones dirigidas por Enrico Josi bajo las grutas del Vaticano, estos argumentos fueron esgrimidos en numerosas oportunidades por G. Carcopino. Según sus propios términos, «las investigaciones de los arqueólogos han confirmado la tradición y puesto fin a las polémicas de los eruditos.  A partir de ahora queda probado que san Pedro fue inhumado  en el Vaticano. Las reliquias del Príncipe de los apóstoles habrían sido trasladadas hacia 258 ad Catacumbas, sobre la Via Apia, pero de vueltas por Constantino al Vaticano en 336».
2. La tesis protestante y racionalista
   La crítica racionalista cuestiona el valor de estos argumentos y la base en que se fundan estas tradiciones.
   Pretende que no se ha probado que san Pedro haya estado en Roma, y que en cualquier caso, la tradición acerca de su cuarto de siglo de episcopado ro­mano no reposa en fundamento histórico alguno.
   El silencio de las Iglesias de Oriente sin duda resulta impresionante, pero el argumentum e silentio del cual se ha abusado con frecuencia, a lo sumo no cons­tituye más que una presunción.

   La verdad es que ningún texto contemporáneo digno de fe menciona   el viaje de san Pedro a Roma. Los Hechos de los Apóstoles (12: 17) nos in­forman, simplemente, que después de haber dejado la prisión de Herodes, Pedro salió, yéndose a otro lugar, sin aclarar cual fuese. Aunque un proverbio dice que «todos los caminos conducen a Roma» es de desear una información más precisa. Dicho silencio es tanto más sorprendente por cuanto el autor insiste con abundancia (capítulos 27 y 28) en las peripecias del viaje de Pablo a Roma.
   La creencia en que Pedro pasó a orillas del Tíber los últimos años de su vida sólo aparece en los escritos de Ireneo y Tertuliano.
   Y hasta los católicos admiten que las fábulas populares de origen romano no pueden considerarse como pruebas.
   El arqueólogo pontificio Enrico Josi no vacila en calificar él mismo de «leyendas», el encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina, donde habría bautizado a sus carceleros, el duelo con Simón el Mago en presencia del emperador Nerón y el diálogo con Jesucristo con la cruz a cuestas en la Vía Apia (Quo vadis).
   Estos relatos dramáticos o poéticos apuntan a acreditar la apostolicidad de la fundación de la Santa Sede, que no lo está más que la de una multitud de sedes episcopales donde no se vaciló en antidatar la fundación, a veces en muchos siglos, con el objeto de aumentar su prestigio y justificar su primado.
Hasta el mismo hecho de la crucifixión del Príncipe de los apóstoles es dudoso. Se trataría de una falsa interpretación de las palabras: «Extenderás tus manos».
   En cuanto a su localización  en el Janículo, no fue imaginada antes del siglo XV, cuando los franciscanos de Roma quisieron justificar las pretensiones de su iglesia de San Pietro in Montorio, patrocinada por los reyes de España. El teólogo protestante Cullmann consiente en admitir la historicidad de una tardía residencia de san Pedro en Roma. Según dicho autor, el apóstol habría abandonado Jerusalén en 44, dejando al apóstol Santiago como suce­sor y jefe de la comunidad cristiana, para contentarse, como san Pablo, con el papel de misionero. Pero jamás habría ejercido funciones episcopales en la capital de los césares, de manera que los papas no pueden pretenderse sucesores suyos.
   De hecho, san Pedro nunca fue representado con el báculo, atributo episcopal por excelencia.
   Acerca de la duración de su estadía en Roma, reina la misma incertidumbre. En su Dictionnaire d'Archeologie chrétienne, el erudito benedictino Dom Henri Le clerq, admite que si la estadía de san Pedro en Roma es a sus ojos un hecho cierto «suduración no lo es».
   La fecha de su crucifixión sigue siendo problemática, o más bien, puede presumirse que se la hizo coincidir artificialmente con la decapitación de san Pablo, para asociar en la muerte a los dos Príncipes de los apóstoles. Las fechas propuestas son muy variables: 55, 58, 64, 67, tanto como decir que no se sabe nada.
   Si en la Roma del siglo IV se creía que las reliquias de san Pedro habían sido devueltas al Vaticano, sólo se trata de una tradición.
   A falta de textos habría podido esperarse que la arqueología nos deparase la solución del enigma. Desgraciadamente, las excavaciones dirigidas en 1939 y 1949 por Enrico Josi, director del Museo de Letrán y realizadas en el cementerio cristiano sobre el que se edificó la basílica de San Pedro no arrojó los resultados que se esperaban.

   No pusieron a la luz la tumba primitiva del Príncipe de los apóstoles, que se supone destruida por los vándalos. El papa Gregorio Magno la habría reemplazado en el siglo VI por un trofeo cenotafio o memorial: simple monumento conmemorativo que no contiene reliquias.
   Los resultados de las excavaciones vaticanas fueron cuestionados por Charles Delvoye (Latomus, 1954), Amable Audin (Byzantion, 1954), quien concluye que el memorial de san Pedro habría abrigado su púlpito y no su tumba. 
   Si el papa Pío XII hubiera estado convencido que los huesos del Príncipe de los apóstoles habían sido inhumados  efectivamente en las criptas de la basílica vaticana ¿no se habría apresurado a proclamar Urbi et Orbi esta feliz nue­va? ¿Si no lo hizo no fue porque su conciencia escrupulosa se lo prohibió? Para no decepcionar la esperanza de los peregrinos debió contentarse con decretar al fin del Jubileo del Año Santo de 1950, el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, en vez de promover la unión tan deseable de las iglesias cristianas, y aún a riesgo de profundizar las diferencias entre protestantes y católicos.
   En suma, ni las investigaciones arqueológicas ni los textos nos permiten hasta el presente poner fin a un debate que siempre permanece abierto, y agregar así a las afirmaciones de la fe las certezas de la ciencia.
CULTO
   Considerado muy pronto como «el Moisés de la Nueva Ley», san Pedro no es sólo un santo palestino, sino el santo universal por excelencia.
   Además, si en su condición de fundador del papado es el principal personaje de la Iglesia oficial, al mismo tiempo, a título de portero del Paraíso, es un santo eminentemente popular.
Fiestas
   Esta popularidad está probada por el número de sus fiestas que, excepcionalmente, son tres.
   l. Su natalicio, es decir, el aniversario de su muerte, que se celebra el 29 de junio.
  2. La fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier), que conmemora su liberación de la prisión, y se celebra el 1 de agosto.
   3. Finalmente, la fiesta de la Cátedra de san Pedro Apóstol (Cathedra Petri, Petri Stuhlfeier), que conmemora su primado, y que fue fijada el 22 de febrero.
Reliquias
   Roma posee las más preciosas reliquias del Príncipe de los apóstoles: sus llaves (claves), sus cadenas (vincula) y su púlpito (cathedra); pero se trata de reliquias indirectas y no corporales.
   El púlpito que Bernini introdujo en un relicario de suntuosa ejecución barroca se conserva en la basílica de San Pedro, reconstruida en el siglo XVI por Bramante y Miguel Ángel.
   Las cadenas, cuyos eslabones proceden de la cárcel de Jerusalén y de la cárcel Mamertina de Roma y que se habrían soldado milagrosamente, se veneran en la basílica de San Pietro in Vincoli. Una tercera iglesia, San Pietro in Montorio, sobre el Janículo, señalaría el lugar de su martirio.
   Su báculo milagroso, también embutido en una montura (Petrus stabhülle), se conserva en Alemania, en la catedral de Limburg del Lahn. En Venecia, en la iglesia del Redentor, se mostraba el cuchillo que usó el apóstol para cor­tar la oreja de Malco.

Lugares de culto
   En Pavía, Lombardía, debe mencionarse la iglesia romana de San Pietro in Ciel d'Oro, cuyó ábside, como el de la iglesia de la Daurade, en Toulouse, estaba cubierto de mosaicos de esmalte dorado.
   Además de protector de Roma y de Pavía, a san Pedro también se lo consideraba el de Milán, Lucca, Ancona, Orvieto, Nápoles, Calabria y Sicilia. En 1140 el rey Rogerio II de Sicilia, de origen normando, puso bajo su advo­cación la Capilla Palatina de Palermo.
    Francia tiene numerosas iglesias puestas bajo la advocación de san Pedro. Su culto fue difundido por la orden de Cluny, cuya casa matriz, y casi todos los prioratos, comenzando por el de Moissac, estaban consagrados al Príncipe de los apóstoles, primer representante del papado al cual la orden respondía  directamente, por derecho de exención.
   Entre las catedrales góticas que llevan su nombre, basta recordar las de Beauvais, Troyes, Lisieux, Nantes, Poitiers, Angulema y Montpellier. Entre las iglesias abaciales o parroquiales, cabe citar, en París, la antigua capilla de Saint Pierre aux boeufs (Capella Sanct Petri de bobus), cuya  portada decoraba la fachada de la actual Saint Severin; en Sens, la de Saint Pierre le Vif (invko); en Estrasburgo, la de Saint Pierre le Vieux y Saint Pierre le Jeune; en l'ours, la de Saint Pierre le Puellier (Monasterium S.Petri  puellarum) y Saint Pierre des Corps; en Toulouse, la de Saint Pierre des Cuisines; en Normandía, Caen y Jumieges, en las regiones de Poitou, Saintonge, Airvault, Chauvigny y Aulnay. Además, numerosas localidades se bautizaron Dompierre o Dampierre. En España, mencionemos las de San Pedro de las Puellas, en Barcelona y San Pedro el Viejo en Huesca, Aragón.
   En Suiza, la catedral de Ginebra, convertida en el santuario principal  de la Roma protestante, estaba bajo la advocación de San Pierre es Liens (ad Vincula; cast.: encadenado, encarcelado).
   En los Países Bajos, san Pedro era particularmente venerado en Lovaina, Bélgica y Maastricht,  Holanda.
   Antes de la Reforma Inglaterra no era menos devota, a juzgar por la advocación de la abadía de Westminster, y las de las catedrales de Norwich, Exxeter y Peterborough.
   Para acabar con una nomenclatura, muy incompleta ciertamente, mencionemos la célebre abadía de San Pedro de Salzburgo, en Austria, y la Peterkirche de Munich, en Baviera.
Patronazgos de corporaciones
   La popularidad del pescador de Cafarnaúm, convertido en el primero de los papas de Roma, además está probada por el gran número de corporaciones y gremios que reivindican su patronazgo: los pescadores,  pescaderos. co­merciantes de pescado, fabricantes de redes -en conmemoración de la Pesca milagrosa- albañiles -a causa del nombre del primer papa, que es la piedra viviente sobre la cual Cristo ha edificado la Iglesia; los herreros y doradores de metales, a causa de las cadenas de las cuales fue liberado; los cosechadores y cesteros porque se sirven de ligaduras; los cerrajeros, al igual que los re­lojeros quienes formaban parte de la misma corporación, porque san Pedro posee la llave del Paraíso.

   No se lo apreciaba menos como santo curador. Se lo invocaba contra la fiebre, los ataques de locura, las picaduras de serpiente. Para curar la rabia, enfer­medad contra  la cual se lo consideraba idóneo porque pusiera en fuga a los perros que lanzara contra él Simón el Mago, se aplicaba, tanto a hombres como a animales, un hierro calentado que se llamaba «llave de san Pedro».
ICONOGRAFÍA
   La iconografía del Príncipe de los apóstoles (Iconografía petriana) es de tal riqueza  que desafía todo intento de enumeración.
l. Figuras
Tipo iconográfico, vestiduras y atributos
l. Tipo
   San Pedro se caracteriza no sólo por sus atributos sino por su tipo físico que es fácilmente reconocible.
   El arte oriental le atribuyó una cabellera rizada. En Occidente, por el contrario, se lo representa calvo, con sólo un mechón de pelo sobre la frente. La tonsura recuerda que fue el primero de los sacerdotes cristianos.
   Se contaba que los judíos de Antioquía le habían tonsurado la cabeza para escarnecerlo. Tal sería el origen de la tonsura clerical, convertida en un signo de honor, porque según los simbolistas evoca la corona de espinas de Jesucristo. Esta clase de tonsura se denomina tonsura scotica porque fue pues­ta de moda entre los clérigos por los misioneros irlandeses.
   La barba rizada de san Pedro siempre es corta.
2.Vestiduras
   Su indumentaria es muy diferente, según que esté representado como após­tol o como papa.
   En el arte cristiano primitivo, como todos los apóstoles, lleva la toga anti­gua, la cabeza descubierta y los pies descalzos.
   En la Edad Media su indumentaria era la de los papas, sus sucesores. Viste el palio, y a partir del siglo X, está tocado con la tiara cónica o la triple corona (triregnum). Estos ornamentos pontificios se convirtieron en la regla en el siglo XV: «San Pedro estará vestido de papa», se lee en un contrato acor­dado con un pintor en 1452.
ATRIBUTOS
   Los atributos de san Pedro son excepcionalmente numerosos, y los lleva, ya él mismo, ya los ángeles que lo acompañan; unos le caracterizan como após­tol, otros como papa.
l. El más antiguo y difundido es la llave (clavis), que aparece por primera vez en un mosaico de mediados del siglo V, y que desde entonces se convirtió en su atributo constante. Pedro siempre es clavígero (Petrus claviger coeli).
   A veces la llave es única, pero generalmente hay dos ,una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra que sim­bolizan el poder  de atar y desatar, de absolver y de excomulgar, que Cristo concediera al Príncipe de los apóstoles (Tibi daba claves regni coelorum). Dichas llaves están juntas porque el poder de abrir y el de cerrar es uno solo.

   A causa del pasaje del Evangelio de Mateo acerca de la «Tradición de las llaves», san Pedro, en la creencia popular, se convirtió en el portero del Paraíso (jnnitor Coeli).
   Cuando el número de llaves es tres, simbolizan el triple poder de san Pedro sobre el cielo, la tierra y el infierno.
2. La barca alude a su primer oficio, pescador, y la pequeña barca de remos, es símbolo de la Iglesia.
3. El pez tiene el mismo significado, salvo que caracteriza no sólo al pescador de peces, sino también al pescador de hombres (Menschertfischer).
4. El gallo posado sobre una columna es el emblema de la negación y de su arrepentimiento. Dicho atributo, muy tardío, se difundió con el arte barro­co del siglo XVIII.
5. Las cadenas recuerdan sus «cárceles», su triple encarcelamiento, en Antioquía, Jerusalén y Roma. La cadena partida simboliza su liberación por un ángel.
6. La cruz invertida evoca su crucifixión cabeza abajo.
7. La cruz de triple crucero,uno más que la de los arzobispos, es la insignia de la dignidad papal.
   A  estos numerosos atributos puede sumarse la imagen de Simón el Mago, padre de los simoníacos, quien le ofreciera dinero para adquirir el don del Espíritu Santo, ya quien el apóstol pisotea. A veces, aunque es muy infre­cuente, derriba al emperador Nerón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
La Fiesta de San Pedro Ad Víncula
   Propiamente hablando, esta fiesta fue establecida con motivo de la dedicación de la basílica de San Pedro en el Esquilino, donde se conservaban las cadenas (vincula) con que fue aherrojado San Pedro durante su prisión romana en la cárcel Mamertina. Pero la fiesta litúrgica, por curiosas circunstancias que después veremos, hace resaltar el prendimiento y liberación del apóstol en Jerusalén, que San Lucas nos ha transmitido en uno de los más bellos y pormenorizados episodios de su libro Hechos de los Apóstoles.
   "Por aquel tiempo —comienza el capítulo 12 de los Hechos— el rey Herodes se apoderó de algunos de la Iglesia para atormentarles."
   Este era Herodes Agripa, el tercero de tal nombre, nieto de Herodes el Grande, que diera muerte a los Inocentes. Había recibido el reino del emperador Cayo Caligula el año 40, y el suceso que ahora se refiere ocurrió el año 44.
   "Dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan, y, viendo que daba gusto con ello a los judíos, llegó a prender también a Pedro. Era por los días de los ázimos."
   Santiago, puntual a la predicción del Maestro y a su propia promesa, había conseguido morir "en los días de ázimos", durante la solemnidad pascual, bebiendo de esta suerte el cáliz de la amargura por las mismas fechas en que lo apurara el Señor.
   Pedro es puesto en la cárcel, encargando de su custodia a cuatro piquetes de soldados, teniendo Herodes el propósito de ofrecérselo al pueblo después de la Pascua. Pero la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él.

   Se comprende la enorme emoción de la comunidad cristiana de Jerusalén con tal motivo.
   Después de la muerte del diácono Esteban, ya algo lejana, pero que tan profundamente consternados dejó a los fieles, se junta ahora la muerte de Santiago en tan señalados días, y la prisión de Pedro, que todo hacía presentir un fin trágico. Incapaz de tomar resoluciones más expeditivas y heroicas, "la Iglesia oraba incesantemente a Dios por él". Oración por el Papa prisionero, con el que Herodes había extremado las precauciones, montando tan excepcional vigilancia para un solo hombre.
   Y aquí viene el contraste entre el sobresalto de la Iglesia y la paz de Pedro. Porque la noche anterior al día en que Herodes pensaba entregar su prisionero al pueblo, hallábase éste durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión con centinelas.
   Hace bien el narrador en aportar tantos detalles. La víspera de su martirio Pedro duerme tranquilamente.
   Queremos imaginarnos que su sueño sería bien distinto del de Getsemaní, la víspera del prendimiento del Señor, cuando le rendía el cansancio y la pena, no dejándole su inconsciencia presentir lo que se avecinaba. Ahora, aunque sujeto con dos cadenas que los soldados asían por los extremos, el santo apóstol duerme sosegadamente, sin importarle la incomodidad de la prisión, dejando su porvenir en las manos de Dios, ajeno al futuro, tan preñado de temores.
   Y entonces se opera el milagro.
   "Un ángel del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado, y, golpeando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo, "Levántate pronto"; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: "Cíñete tus vestidos y cálzate tus sandalias". Hízolo así. Y agregó: "Envuélvete en tu manto y sígueme". Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión."
   San Lucas ha sabido captar magníficamente el estado psicológico del Príncipe de los Apóstoles, y Rafael, en las "estancias" del Vaticano, supo pintar con singular maestría la "liberación de San Pedro" y las distintas fases de la luz que alumbra la escena. El prisionero despierta de su pesado sueño y obedece como un autómata. Todo es extraño y tan rápido, que no tiene tiempo de discernir el sueño de la realidad.
   "Atravesando la primera y la segunda guardia llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo después el ángel. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel, y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío."
   La impresión inusitada continúa. Como por arte de encantamiento, y sin ser notados de los centinelas, atraviesan los retenes de las guardias y salen a la ciudad al abrírseles por sí sola la puerta de la cárcel. Es en la calle, al encontrarse solo, cuando Pedro advierte con toda claridad que aquello no es un sueño, sino el ángel del Señor que le ha libertado. ¿Qué hacer en tal caso? ¿Adónde dirigirse en tales horas? La noche estaba avanzada, y el día era menester que le encontrase muy lejos de Jerusalén.
   "Reflexionando, se fue a casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde estaban reunidos y orando. Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo. Ellos le dijeron: "Estás loca". Insistía ella en que era así; y entonces dijeron: "Será su ángel". Pedro seguía golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron quedaron estupefactos."

   Esta María debía ser la madre de Marcos, el evangelista, y seguramente que su casa era el cenáculo donde acostumbraba a reunirse la Iglesia o comunidad cristiana de Jerusalén, en aquel momento, en patética asamblea de plegarias por el apóstol cautivo.
   San Lucas relata con gracia y ternura la deliciosa escena. La impresión de la criada Rode, que se olvida de abrir; la incredulidad de los reunidos, la impaciencia de San Pedro en la calle, solo y temiendo que pudieran buscarle al darse cuenta en la cárcel que el preso había escapado. Al fin le abren y, después de referir brevemente su liberación y dar algunas órdenes, "salió, yéndose a otro lugar".
   No había tiempo que perder. Con ligereza y cautela Pedro organizó su huida. El autor de los Hechos no quiso decir hacia dónde emprendió su marcha, tal vez para no traicionar su retiro. La tradición nos refiere que marchó a la misma Roma. Dejaba la capital del judaísmo por la del mundo pagano. Su misión entre los de su raza había concluido. Era el momento de llevar la Buena Nueva "hasta el último confín del mundo".
   Este es el bello relato que sirve de epístola en la misa del día y también como lecciones del primer nocturno del oficio divino. Una demostración de la Providencia divina sobre su Iglesia, que desbarata los planes de Herodes, porque todavía no era el momento en que Pedro "extendiera los brazos y otro le ciñera, llevándole adonde no quisiera ir".
   Del Príncipe de los Apóstoles celebra la Iglesia varias festividades, la de su martirio (29 de junio), las dos cátedras (18 de enero y 22 de febrero) y ésta de sus cadenas (1 de agosto).
   Desde el siglo IV existía en Roma, en el barrio aristocrático del monte Esquilino, una iglesia dedicada a San Pedro y San Pablo. Al siglo siguiente hizo una restauración a fondo de la misma el papa Sixto III († 440) con las limosnas que proporcionó el presbítero Felipe, legado suyo en el concilio de Efeso (año 431), y donde trabó amistad con la princesa Eudoxia, siendo ella quien sufragó las obras del templo, con tal esplendidez que la basílica mereció llamarse con el título de Eudoxia.
   Consta que en este templo se guardaban ya desde principios del siglo V las cadenas con que fuera aprisionado en Roma el Príncipe de los Apóstoles en tiempos de Nerón, porque el obispo Aquiles de Spoleto consiguió el año 419 algunos eslabones de la misma, que depositó en su iglesia, en cuyas paredes mandó grabar unos versos de los que son este dístico que hoy figura como antífona en el oficio litúrgico:
   Solue ivvente Deo terrarum Petre catenas
   qui facis,vt pateant caelestia regna beatis.
   "Desata, oh Pedro, por orden de Dios las cadenas de la tierra, tú que abres los reinos celestiales a los bienaventurados."

   Estas mismas ideas las expresaba el diácono Arator en el poema que declamó en la iglesia romana de San Pedro ad vincula, donde una lápida las reproduce para el visitante:
   "Estas cadenas, oh Roma, afirman tu fe. Este collar que te rodea hace estable tu salvación. Serás siempre libre, por que ¿qué no podrán merecerte estas cadenas, que han atado a aquel que todo lo puede desatar? Su brazo invencible, piadoso aun en el cielo, no permitirá que estos muros sean abatidos por el enemigo. El que abre las puertas del cielo impedirá el paso a los que te hagan guerra".
   La devoción a las cadenas de San Pedro dio pie a una fiesta que se procuró fuera muy popular, para contrarrestar con ella la memoria de otra pagana que se celebraba en la misma fecha en honor de Marte. El calendario jeronimiano la menciona con estas palabras: "En Roma, estación en San Pedro ad vincula". O en esta otra redacción: "Estación en el título de Eudoxia, donde los fieles besan las cadenas del apóstol Pedro".
   Era de tanta fama esta devoción que el propio emperador Justiniano llegó a pedir desde Constantinopla una reliquia de las cadenas del apóstol, "si era posible". Y San Gregorio Magno refiere que de todas partes ambicionaban, por lo menos, unas limaduras de dichas cadenas, con las que se fabricaban piezas de orfebrería en oro y plata, añadiéndoles dichas limaduras.
   Alguna vez se regalaron hasta eslabones, como a la catedral de Metz, que conserva uno, de suerte que la cadena guardada en el Esquilino no está completa. Comprende dos pedazos, uno de veintitrés eslabones, terminado en dos argollas semicirculares que servirían para aherrojar las manos o el cuello, y otro que sólo tiene once eslabones idénticos a los primeros y cuatro más pequeños. Son obra tosca de herrero, de la misma factura que otras cadenas antiguas que han llegado a nosotros. Pocas reliquias llegan a poseer tantos títulos de autenticidad como ésta.
   Sin embargo, la leyenda vino a hacerlas sospechosas. Siempre se pensó que tales cadenas fueron las que aprisionaron en la cárcel Mamertina a San Pedro, en la misma Roma. Pero en el siglo VII un predicador relacionó la prisión romana del Príncipe de los Apóstoles con la de Jerusalén, y en sí la idea era feliz, y pasó a la liturgia; pero, desgraciadamente se añadió como consecuencia que la cadena de Jerusalén había sido llevada a Roma por Eudoxia, la emperatriz que contribuyera a reedificar la basílica del Esquilino. En el siglo XIII se propagó la leyenda definitiva. La emperatriz Eudoxia, al ir en peregrinación a Jerusalén el año 429, recibió del patriarca Juvenal las cadenas que habían atado a San Pedro cuando la prisión de Herodes Agripa. Una parte de ellas las conservó en Jerusalén y la otra la regaló a su hija Eudoxia, que dos años antes había casado con el emperador Valentiniano III. La joven emperatriz mostró tan preciada reliquia al papa Sixto III, quien correspondió mostrando a su vez la otra cadena con que Nerón había aprisionado al santo apóstol antes de sentenciarle a muerte. Habiendo acercado el Papa una cadena a otra al instante se soldaron las dos tan perfectamente que parecían una sola.
   Como consecuencia del milagro Eudoxia habría mandado edificar la basílica de San Pedro ad vincula en honor de la preciada reliquia.
   Ya hemos visto el origen de este hermoso templo, que posteriormente fue título cardenalicio, ligado de forma tradicional a la familia florentina de los Rovere, que lo restauraron en la época del Renacimiento, dándole el aspecto actual. Posee frescos y pinturas del Pollaiolo, del Guercino, del Domenichino y del Pomarancio, y sobre todo guarda la obra cumbre de Miguel Angel, el famoso Moisés, que habría sido una de las cuarenta estatuas que decorasen el mausoleo de Julio II, el cual, sin embargo, fue enterrado en una relativamente modesta tumba.
   Las cadenas se guardan bajo el baldaquino del altar mayor, en un tabernáculo de bronce con bajorrelieves del Caradosso (1477). Se muestran al pueblo el día 1 de agosto, y la historia habla de numerosos milagros atribuidos al contacto con las mismas, sobre todo para la liberación de los posesos. Algunas de estas escenas decoran la bóveda de la nave central (Casimiro Sánchez Aliseda, en www.mercaba.org).
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