Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Villegas, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 26 de agosto, es el aniversario (26 de agosto de 1848) del nacimiento de José Villegas Cordero, pintor, a quien está dedicada esta calle, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Villegas, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Villegas, en el Callejero Sevillano, es una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, y va de la confluencia de las calles Francos, Cuesta del Rosario, y plaza de Jesús de la Pasión, a la plaza del Salvador.
La calle (desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos), está dedicada a José Villegas Cordero, pintor.
A finales del s. XV recibe ya el nombre de Culebras, sin que se conozca la razón del mismo. Lo conservará hasta 1888, en que se le dio el actual en memoria del pintor José Villegas Cordero (1844-1921). Durante unos años, en la década de los cuarenta, llevó los dos apellidos del pintor. En el s. XVI la parte que desemboca en la plaza del Salvador es conocida como acera o calle de los Cereros, por estar aquí ubicadas tiendas de éstos. Desde que existen referencias a sus características, aparece como una calle sensiblemente recta y alineada. González de León (Las calles...) la describe como medianamente ancha. Las proporciones actuales son consecuencia de un ensanche realizado en la segunda década del presente siglo, como parte de un proyecto mucho más amplio, que pretendía abrir una vía en dirección este-oeste, del que forma parte la apertura de la Cuesta del Rosario, según los proyectos de J. Sáez (1895) y A. Arévalo Martínez (1901).
Coincidiendo con dicha operación, se acortó su longitud, pues inicialmente la acera de los impares se prolongaba hasta la esquina de la actual Álvarez Quintero; por tanto, servía de cierre a la plaza del Salvador. Posee una pendiente hacia esta plaza. Su localización en una zona central significa su pronta pavimentación, pues está enladrillada en 1495, y la importancia del tráfico que soporta será la justificación de su temprano adoquinado a mediados del s. XIX, y de las sucesivas operaciones de readoquinado, por lo menos hasta 1915. En la década de 1970 se extendió la actual capa asfáltica. También hay noticias de reparación del acerado en 1915; el año antes se había suprimido el del lado de la iglesia. El actual es de losetas. La iluminación se efectúa por medio de farolas de báculo. En la acera de los impares cuenta con barandillas para evitar los aparcamientos sobre ella.
Un rasgo característico durante siglos es que la mayor parte de su acera derecha ha estado ocupada por una de las fachadas de la iglesia del Salvador. Hasta el derribo del edificio primitivo, allí existía una puerta de acceso, descendiéndose por 22 escalones, debido a la profundidad a que se encontraba el pavimento de la misma. También parece que existían algunas casas. Tras su derribo y la construcción de la nueva iglesia, en el tránsito de los siglos XVII y XVIII, la mayor parte de la acera la ocupa su fachada lateral; al comienzo hay una rinconera y una modesta casa antigua.
En este frente existe un gran retablo del Cristo del Amor, defendido por una marquesina, obra de E. Mármol (1930). En la acera frontera se levantaban casas que, en el s. XVII, contaban con soportales y guardapolvos, que defendían a los tenderos de las inclemencias del tiempo. Por si esto no fuese suficiente, los comerciantes solicitaban, a fines del s. XVIII, autorización para entoldar la calle. En la actualidad cuenta con dos grandes edificios de cuatro y cinco plantas, fechados en la década de 1920, obras de Juan Talavera, aunque el de esquina es sobre proyecto de Ramón Balbuena.
Su función principal ha sido y es la de tránsito. Según expresan diversos documentos del último tercio del pasado siglo, por este punto circulaba todo el tráfico de carruajes entre los sectores este y oeste de la ciudad, así como entre la Encarnación y la zona de la Catedral, por lo que se convertía en punto neurálgico. Sin duda, éste fue uno de los motivos de su posterior ensanche. En dichos años se abrió al tráfico de carruajes la actual Córdoba, para descongestionarla. Hoy sigue siendo lugar de penetración al centro. Por lo mismo, ha sido recorrido obligado de procesiones, especialmente del Corpus, y de numerosas cofradías.
La actividad comercial también ha sido importante. En el s. XVI el tramo de acera que daba a la plaza del Salvador estaba ocupado por cereros; en el XVII se alude a puestos de panaderos y de fruteros, y en los posteriores a la ocupación del espacio público por vendedores. Sin embargo, las tiendas van a estar dedicadas fundamentalmente a productos de mercería, al menos en la segunda mitad del XVIII, y así las señala González de León, en 1839, como de quincallería y modas; Bécquer habla de lonjistas en ella (Maese Pérez el organista). Hoy cuenta con muy pocos establecimientos, entre los que cabe destacar la librería Lorenzo Blanco, que hace décadas fue centro de tertulias de personas relacionadas, sobre todo, con el Derecho [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Villegas, 2. Casa de dos plantas y ático [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de José Villegas Cordero, pintor, a quien está dedicada esta calle;
Hijo de un modesto barbero, José Villegas recibió una sumaria educación orientada en su adolescencia hacia la pintura, pese a la oposición paterna, ya que su progenitor no veía futuro para su hijo en el ejercicio de dicha actividad. En 1862 entró como aprendiz en el taller de José María Romero pintor de retratos de la burguesía y aristocracia sevillana y también creador de escenas costumbristas y de pinturas religiosas; al mismo tiempo, se inscribió como alumno de la escuela de Bellas Artes sevillana donde destacó enseguida merced a sus innatas dotes artísticas. Convencido de la angostura de los criterios artísticos que se impartían en dicha escuela, Villegas aspiró muy pronto a marcharse a Madrid para complementar su formación, lo que llevó a cabo en 1867, después de cuatro años de estudios sevillanos. En Madrid acudió de inmediato al Museo del Prado donde se entusiasmó con el arte de Velázquez, al que se dedicó a copiar con especial delectación. La pincelada suelta y espontánea reflejada sobre todo en las postreras obras velazqueñas y también su sentido de la luz y del color le subyugaron especialmente y contribuyeron a elevar su técnica de forma muy sensible.
Después de una breve estancia madrileña, Villegas regresó a Sevilla, pero lo hizo ya con la idea determinada de abandonar pronto su ciudad natal para viajar a Roma donde aspiraba a culminar sus conocimientos y a iniciarse en el ejercicio de la pintura con grandes pretensiones. Tras otra breve estancia en Madrid, donde siguió copiando en el Prado a los grandes maestros de la historia de la pintura, tomó camino de la ciudad eterna.
La estancia de Villegas en Roma se inicia a mediados de 1868 y allí fue bien recibido por artistas españoles como Eduardo Rosales, que le ofreció compartir su estudio y que un año después, al regresar el maestro madrileño a España, pasó a ocupar él solo. El tener estudio propio en Roma, facilitó la carrera artística de Villegas, quien muy pronto intentó alcanzar una fama pareja a la que allí disfrutaba Mariano Fortuny, a quien admiraba profundamente y a quien había conocido años antes en Madrid.
Muy pronto Villegas obtendría en Roma la recompensa a sus aspiraciones, puesto que enseguida encontró a coleccionistas y anticuarios que se interesaron por sus obras, lo cual le permitió forjar una clientela internacional que compraba directamente sus pinturas en su estudio a precios satisfactorios, que se elevaban a medida en que sus creaciones eran premiadas en las sucesivas exposiciones internacionales a las que se fue presentando.
Todo ello movió a los principales marchantes parisinos a ofrecerle ventajosos contratos para trabajar para ellos. Villegas siguió residiendo en Roma aplicándose desde entonces al ejercicio de una pintura de moda en aquellos momentos, generalmente de pequeño formato, ejecutada con una técnica preciosista en la que trataba temas históricos, escenas costumbristas, paisajes o retratos.
La muerte de Fortuny en 1874 le convirtió en el pintor español más popular en Roma, merced, sobre todo, a que en 1898 fue nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes de esta ciudad, perdurando su prestigio allí hasta su regreso a España en 1901.
Al regresar a Madrid fue nombrado director del Museo del Prado y también de inmediato académico de Bellas Artes de San Fernando. En la capital se incorporó al mundo literario y artístico, convirtiéndose en una de las principales figuras de la intelectualidad, al tiempo que se le consideró el pintor de moda. En efecto, la alta sociedad madrileña y especialmente las damas suspiraban porque Villegas llegase a inmortalizarlas en retratos, elevándose notablemente su prestigio cuando, primero en 1902 y luego en 1906, retrató al monarca Alfonso XIII. En los últimos años de su vida Villegas padeció una afección visual que le apartó de la práctica de la pintura desde 1918 hasta la fecha de su muerte en 1921.
La producción pictórica de Villegas es muy numerosa y en ella trató todos los géneros pictóricos como los temas de historia, el paisaje, escenas costumbristas, casacones y retratos. En el ámbito de la pintura de historia han de citarse obras relevantes como La Paz de las Damas y La última entrevista entre Don Juan de Austria y Felipe II, obras ejecutadas en 1879. Dentro de la retórica habitual que todos los artistas españoles de esta época introducían en la pintura de asunto histórico, Villegas se destaca por su esfuerzo en obtener en sus obras una máxima naturalidad en la descripción de los gestos y actitudes de los personajes.
Al mismo tiempo, fue minucioso y preciso en la descripción arquitectónica de los escenarios de sus obras, de los vestuarios y de los objetos. Notable es en su producción la escena que representa a Pietro de Aretino en el taller de Tiziano, ejecutada en 1890 en homenaje al gran maestro de la pintura veneciana del Renacimiento. Villegas sintió siempre una especial predilección por la ciudad de Venecia, a la que viajó en numerosas ocasiones y en la que permaneció durante largas estancias que le proporcionaron numerosos temas de inspiración. Su mejor pintura de tema veneciano es El Triunfo de la Dogaresa, ejecutada en 1892 y que es un entusiasta homenaje a la elegancia y belleza de la figura femenina. Otras composiciones con argumento veneciano son La fiesta de las Marías y La procesión del redentor.
El subyugante ambiente urbano de la ciudad de Venecia fue también motivo de inspiración para Villegas, quien plasmó allí atractivos paisajes como El canal de la Zatera, La Ca d’Oro, La iglesia de la Salute y El ponte della Paglia.
Sin duda, la modalidad pictórica que más renombre proporcionó a Villegas fue la de asuntos costumbristas, con la que alcanzó un notable éxito de crítica y de público y la que fue adquirida con entusiasmo por su clientela.
La moda por temas de inspiración española estuvo en boga en Europa en el último tercio del siglo XIX y Villegas alcanzó con ella un excepcional resultado, merced a la calidad y el virtuosismo que plasmaba en este tipo de pinturas. Esta circunstancia le permitió ejecutar con prodigalidad numerosos temas protagonizados por toreros, bailaoras, pícaros o mendigos que por su acertada descripción fueron intensamente valorados. Al tiempo que temas de raigambre hispana, Villegas realizó también con gran fortuna temas populares de inspiración italiana, que igualmente interpretó con singular acierto. De esta índole son obras como La fiesta del quince de agosto en Nápoles y Al mercado en las cuales recrea especialmente hermosos prototipos femeninos que muestran un sentido elegante y refinado en su expresividad.
Bien relacionado con los altos estamentos eclesiásticos de Roma, Villegas alcanzó a captar en varias ocasiones escenas protagonizadas por personajes pertenecientes a las jerarquías superiores de la Iglesia, como obispos o cardenales. En estas obras, que tuvieron una gran acogida entre la clientela, destacan La antesala de su Eminencia y El cardenal penitenciario. También con asunto religioso representó escenas que describen ceremonias o procesiones como La fiesta de las palmas en San Juan de Letrán que puede ser considerada como una de las mejores obras que el artista realizó en Roma.
De forma inevitable Villegas incidió en la práctica de pintura de “casacones”, puesto que la clientela seguía demandando este tipo de obras; en esta modalidad su obra maestra es la representación de El bautizo del nieto del general, seguida de otra denominada El barbero de Sevilla. También siguiendo la moda vigente en su época, realizó representaciones de carácter orientalista, que recreó gracias a la experiencia visual que tenía de este ámbito y que obtuvo en un viaje a Marruecos que había realizado en su juventud. Como ejemplo de este tipo de pinturas puede señalarse La tienda del vendedor de babuchas.
Uno de los temas hispanos de mayor éxito dentro del repertorio de Villegas fue el taurino, que recreó en obras como El descanso de la cuadrilla, Toreros en la capilla de la plaza, Toreros en la taberna y sobre todo La muerte del maestro, obra de grandes dimensiones de la cual realizó dos versiones diferentes (en 1893 y en 1910).
Otras pinturas de inspiración popular fueron El jaleo, Los monaguillos, Matilde la gitana, Soledad la cantaora y Encarna. En todas estas pinturas Villegas supo captar atractivos modelos que recrean progresivamente una técnica fluida y diestra que hace lamentar que no se dedicase a una pintura más comprometida y trascendente, circunstancia que le hubiera otorgado un puesto de mayor preeminencia entre los artistas que marcaron la transición entre el siglo XIX y el XX.
Muy notable, aunque minoritaria dentro de su producción, fue su dedicación al retrato, que practicó en repetidas ocasiones ejecutando varias versiones de su propio autorretrato y pintando también a su esposa Lucía Monti y a otros personajes familiares. Numerosos clientes quisieron también ser efigiados por Villegas, destacando entre ellas Las señoritas de San Gil y el Marqués de Polavieja, en el ámbito aristocrático, aunque quizás su mejor retrato fue el de Pastora Imperio, rebosante de gracia y desenfado.
En los últimos años de su vida, Villegas se sintió captado por el espíritu artístico del simbolismo, al que llegó sin duda con notable retraso; sin embargo, con este espíritu artístico, llegó a concebir en los últimos años de su vida un magno proyecto en el que intentó reflejar la trascendencia del ser humano y los impulsos que mueven sus acciones y sentimientos. Todo ello lo recogió en su Decálogo, conjunto de doce pinturas en las que representó los diez mandamientos de la ley de Dios más un prólogo y un epílogo. En estas pinturas aparecen el hombre y la mujer, generalmente al desnudo y vinculados a la naturaleza, logrando efectos de una gran belleza que refuerzan el contenido narrativo de estas escenas (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Villegas, al detalle:
Edificio de la calle Villegas, 1
Edificio de la calle Villegas, 2
Edificio de la calle Villegas, 3
Edificio de la calle Villegas, 5
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