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lunes, 4 de octubre de 2021

Un paseo por la plaza de San Francisco

       Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza de San Francisco, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy, 4 de octubre, Memoria de San Francisco, el cual, después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica en Asís, localidad de Umbría, en Italia, y encontró a Cristo sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y, viajando, predicó el amor de Dios a todos y llegó incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir a Cristo, y escogió morir recostado sobre la muda tierra (1226) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la plaza de San Francisco, de Sevilla, dando un paseo por ella.
   La plaza de San Francisco es, en el Callejero Sevillano, una plaza que se encuentra en los Barrios de la Alfalfa, y de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguoen la confluencia de las calles Sierpes, Francisco Bruna, Chicarreros, Hernando Colón, Cabo Noval, avenida de la Constitución, Granada, y General Polavieja.
   La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario. Hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
   La vía, en este caso una plaza, está dedicada a al Convento Casa-Grande de San Francisco, que se encontraba en la anexa plaza Nueva.
     Desde el s. XIII es conocida por San Francisco, advocación del convento franciscano que estuvo situado en el espacio de la actual Plaza Nueva, pero cuyo acceso principal lo tenía en ésta, establecido en la mencionada centuria. Dicho topónimo se mantiene sin interrupción hasta el s. XIX, en que, al desempeñar la función de plaza mayor, los sucesivos cambios políticos se reflejan en su denominación. En 1812, tras ser aprobada la primera Constitución española, se la rotula Constitución. Dos años más tarde, se le cambia por el del monarca, Fernando VII. En 1820, tras el levantamiento de Riego en Las Cabezas de San Juan, recupera el de Constitución, que se conserva durante el Trienio Constitucional. En 1823, tras una nueva reacción absolutista, se le cambia por plaza del Rey. En 1833 recibe el de Isabel II, con ocasión de su proclamación como rei­na. En 1835 se le vuelve a dar el de Constitución, y cuando al año siguiente ésta es jurada por la reina, al rótulo anterior se añade el de Isabel II, manteniéndose ambos hasta 1840, en que queda sólo Constitución. En 1873, con el advenimiento de la I República, se acuerda designarla Libertad, para recuperar al año siguiente el de Constitución. En más de una ocasión, estos cambios de rotulación van precedidos o están acompaña­dos por intervenciones populares, procediéndose a la destrucción del rótulo y a colocar el sustituto de forma apresurada, e incluso a llevar en procesión el nuevo. Un grueso mármol con el nombre de Constitución en letras de bronce se conserva en el zaguán de la Caja de Ahorros San Fernando, donde apareció enterrado durante la reciente restauración. En 1931 se vuelve a sustituir Constitución por República. En 1936, una vez que el levantamiento militar consigue controlar la ciudad, se la rotula Falange Española, partido fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933. Este permanece hasta 1980, en que recupera oficialmente el primitivo nombre de San Francisco. Sin embargo, hay que destacar que esta denominación nunca se había perdido y, por encima de rotulaciones oficiales, se ha seguido utilizando y conociendo por plaza de San Francisco, como revela un gran número de documentos. Según uno de 1729, un sector de la misma, que debe situarse en el ángulo noroeste, se denomina sitio o plaza de las Provincias.
     El espacio ocupado por la actual plaza de San Francisco todavía formaba parte de la periferia urbana en los primeros siglos de la época andalusí, situándose posiblemente en sus inmediaciones una de las puertas de la primitiva muralla y, extramuros, un cementerio. Con la construcción de la muralla almorávide quedó incluido en el recinto urbano, pero constituía una zona fácilmente inundable por su baja cola y confluencia de antiguos brazos del Guadalquivir. En la Baja Edad Media poseía aproximadamente las mismas dimensiones y planta trapezoidal que hoy conserva, pues a pesar de que hubo varios intentos de ampliación, ha sufrido po­cos cambios de importancia, salvo cortos retranqueos en los frentes norte y sur, y alineaciones de fachadas. El lado de poniente recibió en el s. XVI la alineación que hoy ofrece con la construcción de las Casas Capitulares, y en el XIX su configuración definitiva al quedar exento el edificio del Ayuntamiento y abrirse la calle Granada. En el lado septentrional, en 1734, el concejo compró y derribó unas casas, con una superficie de ciento cuarenta varas cuadradas, en la confluencia con la actual Francisco Bruna, para ensan­che de la plaza; ya en el siglo XX, en distintas operaciones se ha procedido a la alineación de este lado, siendo la última operación la realizada entre 1927-31, que supuso el derribo de varias casas entre Sierpes y Francisco Bruna, que avanzaban sobre la plaza. Por el lado de levante, en 1605, con ocasión de estar derribada parte de la fachada de la Audiencia, se propuso, sin éxito, que ésta se alineara con el edificio frontero; asimismo en 1858 se solicitó la rectificación de la línea de fachada entre Chicarreros y Hernando Colón; el resultado fue la pérdida de los soportales, pero sin que se consiguiera la alineación. El lado meridional, por último, fue reconstruido en su totalidad en 1833 por el asistente Arjona, y de nuevo en la década de 1920, cuando se edificó el Banco de España; pero quizás la operación urbanística de más interés, aunque no le afectara directamente, fue la del ensanche de Génova, cuyo resultado ha sido la for­mación de un espacio abierto, sin solución de continuidad, entre San Francisco, Plaza Nueva y la avenida de la Constitución.
     En 1416 el rey ordenó que con los fondos de Propios se construyera un pilar o fuente en la plaza, después de dotarla de dieciocho pajas de agua del Alcázar, que a su vez la recibía de los Caños de Carmona; de esta concesión el municipio se veía obligado a ceder parte al convento de San Francisco, y media paja a la Audiencia a partir de 1557, pero era una de las fuentes que disfrutaba de más agua, ya que, por ejemplo, las de la Alfalfa o la Magdalena disponían de dos pajas solamente; en 1539 se levanta la fuente, que es reconstruida en 1576-78, sobre diseño de Asencio de Maeda. Morgado la describe en los siguientes términos: "Insigne por su altura y galano remate en una muy vistosa figura de bronce, sobre un globo de lo mismo, que por todas partes brota de sí tanta agua y con tanta furia, que cayendo sobre una pila de jaspe, y luego sobre otra también de jaspe muy mayor de muchos años, se trasvierten con agradable ruydo al limpio suelo rodeado de piedras de mármol labradas de altos conveniente".
     La gran concurrencia, los juegos y el vandalismo daban lugar a que la figura apareciera rota con frecuencia. En l593 le faltaba "la pierna izquierda, una mano y una piedra", por lo que se manda quitar y que se vendiera o fundiera; de nuevo en 1611, sin que haya seguridad de que se trate de la misma figura u otra nueva, el maestro mayor solicita que se retire la figura de bronce para repararla; y de igual modo se procede en 1619 y 1626, después de haber sido dañada intencionadamente. Según Matute y Gavira, en 1717 el maestro cantero Juan de Iglesias construyó una nueva fuente de piedra, rematada con un giraldillo de bronce, que es la figura que reproducen los grabados de los siglos XVIII y primera mitad del XIX, pues en 1850 esta fuente fue retirada y sustituida por una nueva, popularmente conocida después como la Pila del Pato: "Ayer, día del aniversario, la boca (del Cisne) que se hallaba en la fuente de la plaza de San Francisco ha comenzado a arrojar el líquido que se ha estado tragando por espacio de un año. Bien hecho, las efemérides deben guardar su enu­meración:
          "Ya el cisnecito corrió
          para bien del pueblo hispano; 
          el agua que se tragó,
          no se la ha tragado en vano"
(El Porvenir, l5-IV-1851). En 1872 se colocó en el centro de la plaza, se rodeó con una verja y se construyeron dos fuentes laterales para uso de la vecindad y aguadores, con lo que pasa a ser considerada como elemento de ornato y no de uso público; en 1881 fue trasladada a la Alameda de Hércules y durante casi un siglo no ha habido fuente alguna en la plaza. En la reordenación que se hizo de su espacio en 1979 se volvió a colocar, delante del edificio del Banco de España, la de mármol rematada con la figura de Mercurio, que hoy puede contemplarse. Desde la construcción de la primera pila en el s. XV, la fuente ha ocupado una posición desplazada hacia el frente sur, para facilitar la utilización del espacio central por otras funciones y actividades; con todo, tenía que ser desmontada con ocasión de grandes acontecimientos, y a veces se tardaba largo tiempo en volver a colocarla o se discutía la conveniencia de situarla en un punto u otro de la plaza. En 1694 el Cabildo acordó colocar, junto al arco que daba acceso al convento de San Francisco y hoy popularmente conocido como "el arquillo", una cruz de piedra de jaspe más tarde fue sustituida por la que hoy puede contemplarse en el mismo lugar, también de piedra. Hubo también en esta plaza algunos retablos: uno dedicado a la Inmaculada Concepción ampliado en 1748, y otro de grandes dimensiones en el que se veneraba al Cristo de la Expiración, que representaba a Jesús Crucificado, que era cuidado por el gremio de los plateros, y que todavía estaba en su lugar en tiempos de González de León, en la primera mitad del s. XIX.
     Hacia la plaza de San Francisco convergían las aguas de lluvias y caños procedentes de las calles aledañas y sobre todo las que eran vertidas desde la Audiencia y las dos cárceles, que desde allí eran canalizadas hacia la laguna de la Pajería; por esta razón abundan las referencias a la acumulación de escombros, inmundicias y lodos, con más frecuencia en los siglos XVI y XVII, pero tampoco faltan en los siguientes. La plaza estaba ya "solada" en 1432 y empe­drada al menos desde 1576; era cubierta de arena para la celebración de las corridas; y después de la celebración de un auto de fe u otros acontecimientos que exigían la construcción de tinglados o tribunas en medio de ella, había que rellenar los hoyos hechos y volver a empedrados; este sistema de pavi­mentación se utiliza a lo largo de los siglos XVI y XVII, siendo de destacar la obra efectuada en 1617 al canalizarse bajo el nuevo empedrado las corrientes de agua, y en 1677 fueron enlosados los laterales de la plaza. En 1839 González de León dice que "su piso está empedrado de piedrecitas muy menudas y franjas de losas formando labores". Es adoquinada por vez primera en 1866, operación que se repite en distintas ocasiones, la última en los años sesenta, a base de adoquín pequeño; y en la siguiente década es cubierta con una capa asfáltica. Se dota de acerado entre 1907 y 1918. Actualmente posee amplias aceras de granito delante del Ayuntamiento, y de terrazo en tonos blancos y grises en los lados norte y este, con naranjos en alcorques.
          En 1979 se aprobó la ordenación que actualmente ofrece la plaza. Se recuperó el pavimento de adoquín que se encontraba bajo el asfalto; se colocaron grandes macetones paralelos a los frente este y sur, de manera que dejan un espacio central peatonal y forman sendos carriles para la circulación rodada entre Francisco Bruna, Hernan­do Colón y Plaza Nueva. Con objeto de recuperar la fuente, y como ya ha sido indicado, delante del edificio del Banco de España se ha ordenado un espacio circular, más elevado, sobre pavimento de chino lavado con fajas radiales de adoquines, que convergen en torno a ella. Dos farolas fer­nandinas de cinco brazos, las únicas existentes en la ciudad, y dos laureles de Indias completan la dotación de este espacio. Al menos desde el s. XVI, con ocasión de los acontecimientos que allí se celebraban, se utilizaban barriles de alquitrán para la iluminación de la plaza. En 1841 se indica que las farolas deberían dejarse encendidas por la noche; en 1891 hay alumbrado de gas, sustituido por eléctrico en 1902, habiéndose cambiado el modelo de farola en varias ocasiones. Hoy su iluminación se apoya sobre farolas fernandinas de tres brazos delante del Ayuntamiento y de un brazo en la acera opuesta. Temporalmente ha contado la plaza con quioscos de agua: el primero fue instalado en 1861, pero fue retirado veinte años después; en la década de 1910 existían dos en el centro de la plaza, que allí permanecieron hasta la siguiente.
     Las primeras referencias a edificaciones datan del mismo s. XIII, cuando el rey Alfonso X concedió el edificio de una mezquita a la colonia genovesa, en el lugar en que hoy se levanta el Banco de España, y los terrenos para convento a la orden de los franciscanos, en la actual Plaza Nueva. En el s. XV se instaló, junto al convento, la pescadería más importante de la ciudad, cuya fábrica era inicialmente de madera y en 1461 fue sustituida por una de ladrillo; en 1493 se trasladó a las Atarazanas. Allí debieron situarse los escribanos públicos hasta que en 1527 se inició la construcción de las Casas Capi­tulares, hasta entonces en el Corral de los Olmos; las obras se terminan en 1564, si bien ya desde 1556 se estaban utilizando estas dependencias. El primer arquitecto fue Diego de Riaño, sustituido a partir de 1535 por Juan Sánchez. La construcción original constaba de dos plantas; era de estilo plateresco y una gran balconada o loggia ocupaba la parte central del edificio en ambas plantas, desde donde el Cabildo asistía a muchas de las funciones y fiestas que se celebraban en la plaza. A lo largo de los siglos ha sufrido distintas refor­mas, y ya en 1585 se denunciaba el mal estado en que se encontraban el pretil y claraboyas de la azotea "porque ninguna piedra trava con la otra". Tras la demolición del convento de San Francisco, a mediados del s. XIX, y propuesta la apertura de la Plaza Nueva, se estudió la posibilidad de destruir también el edificio del Ayuntamiento para formar una plaza de grandes dimensiones, que incluiría en su perímetro las actuales de San Francisco y Plaza Nueva. A esta solución se opuso la Comisión Central de Monumentos, que elevó su dictamen al Ministro de Obras Públicas en 1851. Pero será a raíz de esta operación urbanística cuando el edificio sufra la ampliación y reforma de mayor importancia: Balbino Marrón diseña y construye, hacia 1862, la fachada que da a la Plaza Nueva; asimismo se remodeló la fachada de la plaza de San Francisco: se cerró la balconada, se construyó una tercera planta en la parte central, se derribaron unas ca­sas adosadas al edificio frente a la actual calle Granada, cuya fachada construyó Demetrio de los Ríos entre 1868 y 1872, y a la de la plaza de San Francisco se le dio la simetría que hoy mantiene, con dos cuerpos laterales retranqueados. Por esta razón parte de los sillares permanecen sin esculpir, aunque en distintas fechas (1890, 1920, 1980) se ha ampliado la superficie plateresca tallada de la fachada. Desde 1866, durante los meses de verano se entoldaba el espacio inmediato al Ayuntamiento, costumbre que se mantiene hasta 1908, al menos. También a comi­enzos de siglo el edificio estaba protegido por una valla baja de madera, que se quitó definitivamente en 1910, "por encontrarse aquella en mal estado, y fiado en que la cultura del pueblo sevillano la hace innecesaria" (Sec. 10, 4-11-1910).
     En el frente opuesto al del Ayuntamiento, al menos desde 1481, estaba el edificio de la Cuadra de la Justicia, y en ella se instaló más tarde la Real Audiencia. En 1595 se levantó de nueva planta; tras la construcción hubo un litigio entre el Ayuntamiento y la Audiencia para que se colocaran las armas reales y las de la ciudad en la fachada, ya que fue construido con dinero de los Propios. En 1605 se hicieron nuevas obras y se aprovechó la ocasión, sin resultado, para solicitar el ensanche de la plaza a su costa, así como su alineación. En 1824 se renovó su fachada y se colocó un reloj; en 1855 el edificio se encontraba en mal estado y en 1860 se modificó de nuevo la fachada, perdiéndose otra vez la ocasión de alinearla. En 1879 sufrió un incendio que causó escasos daños, pero no así el de 1918, posiblemente intencionado; Aníbal González hizo la restauración y fue inaugurado de nuevo en 1924. En la década de 1960 la Audiencia se trasladó al Prado de San Sebastián y este edificio fue comprado por la Caja de Ahorros San Fernando para instalación de su sede central; la restauración fue realizada por el arquitecto R. Manzano y se inauguró en 1987. Conserva la fachada neorrenacentista de A. González; está rematada con un frontón sobre el balcón central y cuenta con los escudos en piedra de León, Castilla, Andalucía y Sevilla.
     El resto de la edificación estaba constituido por viviendas, cuya principal característica era la existencia de soportales en la planta baja, donde se ubicaban diversas actividades, y balcones en las altas, que eran alquilados por sus propietarios durante la celebración de corridas de toros, autos de fe u otros acontecimientos públicos que se celebraban en la plaza. Los primeros soporta­les, de cuya existencia hay referencias al menos desde el s. XIII, eran de madera, y más tarde fueron sustituidos por otros de piedra o mármol; su altura permitía que se pudiera pasar a caballo bajo ellos. A partir de 1587 empiezan a ponerse trabas a su ree­dificación, por la prohibición expresa existente en este sentido; sin embargo, en atención a su funcionalidad económica se adoptó una actitud permisiva, de carácter excepcional, en Gradas, Salvador y San Francisco. Como ya ha sido mencionado, en 1833, en tiempos del asistente Arjona, se levantó de nueva planta todo el frente sur con soportales, y hasta 1868 hay noticias de su reedificación. En 1878 el Ayuntamiento autorizó a los propietarios la reconstrucción del caserío, ocupando el espacio de los soportales, y el que había sido elemento de identificación formal de esta plaza desde el s. XIII desapareció en el corto espacio de unos decenios.
     El frente oriental fue reconstruido en la década de 1910, pero ha conservado el parcelario medieval de planta alargada y estrecha fachada. Son de destacar la casa núm 10, de José Gómez Millán (1914); la núm 11, de Juan Talavera y Heredia (1914), donde estuvo la farmacia Fontán, que ha sido rehabilitada por una caja de ahorros; la núm. 12, también reocupada por una entidad de ahorros, y la núm. 13, de José Espiau y Muñoz (1911-13). Posteriormente el Ayuntamiento ha puesto especialmente cuidado en que se respetaran fachadas y volúmenes, como símbolos de identidad de esta plaza, a pesar de que se trata de edificaciones todas ellas de principios de esta centuria, y en conjunto este frente, desde Chicarreros a Hernando Colón, se caracteriza por su uniformidad, con casas de cuatro plantas, salvo un caso, y la presencia de cierros.
     El lado sur fue derribado en su totalidad en 1918;en la misma fecha A. Illanes del Rio ganó el concurso de proyectos para el Banco de España en Sevilla, que fue construido entre 1925 y 1928. Su fachada, de tres plantas, es de gran monumentalidad y el cuerpo central retranqueado. Finalmente, el lado norte de la plaza fue el último en perder sus soportales; el edificio regionalista de cinco plantas que cubre todo este frente y que se encuentra desde hace varios años en restauración, fue levantado en dos fases: primero R. Balbuena construyó dos de sus cuerpos (1917 20), esquina a General Polavieja; y R. López Carmona completó el edificio en 1929-30 con un cuerpo esquina a Sierpes.
     Desde una perspectiva funcional, esta plaza ha ido acumulando una gran variedad de actividades y ha experimentado, a través de los siglos, una notable evolución. Por lo que se refiere a las vinculadas a la economía, al menos desde el s. XIV parece desempeñar el papel de gozne entre los dos centros económicos de la ciudad: el área del comercio internacional, en torno a la Catedral. y el del mercado local, en torno al Salvador. Por ello participa de las actividades de ambos. En el s. XV son numerosas las alu­siones a tiendas, en las plantas bajas de las casas, a algunos mesones, un tinte y un baño. En la parte meridional se encuentran tiendas de plateros y cambiadores, también hay referencias a esparteros, mientras que el espacio público lo ocupan panaderas y fruteras. En 1437 se instala una carnicería para ganado menor; más adelante, en distintas fechas se autoriza un rastro o mercado de estos animales, al tiempo que se vende carne y pescado cocinado. A finales de siglo se encuentra el taller de los impresores conocido como Tres Compañeros Alemanes, y se cita un hospital bajo la advocación de Nuestra Señora de Belén. Durante el primer tercio del s. XVI las actividades relacionadas con los abastecimientos tienen a desaparecer, no sin resistencia. La pescadería se traslada a las Atarazanas en 1493, pero esto no impide que se siga vendiendo pescado, e incluso existen presiones para que este comercio no desaparezca totalmente de la plaza. Todavía en estas primeras décadas hay referencias a panaderas, al rastro y a la carnicería para carneros y ganado de cerda, y se sigue cobrando una renta por la instalación de puestos en la plaza. Las alusiones a este tipo de comercio desaparecen en el segundo tercio de la centuria. Sí permanece la actividad especializada, representada funda­mentalmente por los plateros, que poseen en ella tiendas hasta el pasado siglo; a éstos se suman los sombrereros y los roperos. En el s. XVIII hay referencias a un pleito entre plateros y toneleros por ocupación de los soportales.
     En los siglos XIV y XV es lugar de concentración de los aljameles o porteadores que utilizan bestias de carga en espera de encontrar quien requiera sus servicios. La existencia del pilar de agua y de la fuente hace que a ella acudan los aguadores durante todos estos siglos, con sus animales y carros. Los mencionados son en su mayoría franceses, en el s. XVII; en el siguiente, franceses y montañeses; y en el s. XIX asturianos y gallegos. También es escogida en esta centuria por los mozos de cordel. Estas concentraciones, que ocupan el espacio público, van siendo sustituidas por las paradas de coches de alquiler, que hacen su aparición en los años centrales del ya citado s. XIX, a las que se unen posteriormente las de transportes públicos. Unos y otros se mantienen en ella de forma ininterrumpida hasta su transformación en espacio peatonal. Al mismo tiempo los plateros, que ocupan casi todas las tiendas, dan paso, a partir de los años centrales de la centuria, a otros tipos  de comercios, asimismo especializados, como una tienda de paños de Tarrasa o la im­prenta de Santigosa. Además se instala una Sociedad Bíblica Evangélica. Este pequeño comercio especializado es el que hoy predomina en los sectores no ocupados por edificios públicos y por las dos entidades financieras citadas, el Banco de España y la sede central de la Caja de Ahorros San Fernando, y algunas otras que se están instalando.
     Al tiempo que fue perdiendo importancia la función económica, se acentuó la ad­ministrativa y de representación. Ya en los siglos medievales se habían localizado allí actividades relacionada con el poder. En el s. XIII el concejo se solía reunir en el convento franciscano; en un documento de 1467 se alude al cabildo de los jurados, representantes de los vecinos; también se establece la "cuadra de la justicia", sede de la administración de justicia. En distintos momentos de este siglo los reyes pretenden instalar allí a los escribanos públicos, lo que parece que se consigue en el XVI. En esta centuria es cuando se incrementa su valor de centralidad, al establecer junto a la citada "cuadra" la Audiencia de Grados y, frente a ambas, el Ayuntamiento. A comienzos de la misma ya parece pensarse en este traslado, pues en 1515 se ordena construir sobre las tiendas de los escribanos "vna casa del cabyldo para el regymyento desta çibdad" (Sec  15, 1515), aunque la obra definitiva es posterior, como ya se ha indicado. A partir de este momento, ambas instituciones van a dar carácter a la plaza, en lo que se refiere al ambiente cotidiano, como reflejan los escritores de estos siglos, entre los cuales los relacionados con la picaresca hacen especial alusión a los escribanos de la justicia. Todavía en 1866 la animación de la plaza se justifica por encontrarse en ella las escribanías públicas, la de los juzgados y el Ayuntamiento. Al estar allí la Audiencia y en sus inmediaciones la cárcel, es escenario de ejecuciones, ya desde el s. XIII. En ella son ajusticiados algunos de los caballeros opuestos a Pedro I a mediados del s. XIV, y esta unción se mantendrá hasta que, con el traslado de la cárcel y los cambios de mentalidad, desaparece este espectáculo en lo años centrales del s. XIX. De 1827 es un escrito en que se protesta porque dichos actos tengan lugar en la plaza, dado que es "la más principal de la ciudad", y por los perjuicios que se causan a los comerciantes y al Ayuntamiento, pues tienen que cerrar sus puertas, dada la aglomeración que se produ­ce.
     La evolución experimentada por la plaza en su funcionalidad entre los siglos me­dievales y los comienzos de la modernidad contribuye a potenciar su valor de centralidad, y por ello es marco de numerosos actos colectivos y simbólicos. Incluso antes de que el Ayuntamiento fije aquí su sede, tienen lugar concentraciones de tipo político­ social, como la que coincide con el levantamiento popular de 1521, o la proclamación de los acuerdos de La Rambla ese mismo año, ante el levantamiento comunero en Castilla. A partir de esta centuria, las proclamaciones de reyes tienen por escenario la plaza, y en el s. XIX se convierte, como se ha señalado, en el punto en que se reflejan de forma instantánea los cambios políticos. Todos los acontecimientos festivos, efemérides de distinto tipo, entre ellas las vinculadas con la familia real, etc., se tienden a celebrar con luminarias, fuegos de artificio y adornando la plaza con colgaduras, a lo que contribuyen de forma especial los plateros. También se instalan arcos con ocasión de entradas regias; pero, sobre todo, es el marco de los espectáculos públicos que se ofrecen. Entre éstos destacan el correr toros y las justas. Desde que existen noticias de este tipo de ejercicios, ya a comienzos del s. XV, su lugar habitual de celebración es la plaza. También se realizan a iniciativa particular, para  entretenimiento o entrenamiento de caballeros. La frecuencia de estos espectáculos, que llevan aparejada una importante infraestructura, como revela un dibujo del s. XVIII, hace que la plaza se encuentre casi siempre en mal estado. Esta práctica se mantiene hasta ese siglo, en que se construye la actual plaza de toros de la Maestranza. En la siguiente centuria serán otro tipo de espectáculos los que la tengan como escenario, como conciertos, saltimbanquis, funambulistas, titiriteros, etc.
     Desde que existen noticia de la celebración de la procesión del Corpus, es decir, desde fines del s. XIV, la plaza queda integrada en su recorrido, y es objeto de un tratamiento especial a través de los siglos y hasta la actualidad. Cada año, como el resto del recorrido, se limpia, y en ocasiones se restaura el pavimento; se instalan toldos, se levanta un altar en la fachada del Ayuntamiento y se engalanan la fachada. Desde la instalación de la Audiencia, ante ella acuden las danzas y se representan los autos sacramentales con que se solemniza esta fiesta. Posteriormente forma parte del recorrido oficial de las cofradías en su estación a la Catedral. Con este motivo, en 1876 se autoriza por primera vez la instalación de palcos para contemplar su desfile, y destinar el ingreso del alquiler de los mismos a costear la salida de las que carezcan de recursos. En fin, desde mediados del s. XVI es el marco para la celebración pública de autos de fe, algunos de los cuales se realizan con especial pompa y solemnidad, lo que motiva la instalación de un imponente aparato escenográfico. Entre los más sobresalientes se encuentran los de 1559, 1604, 1624, 1648 y 1660.
     Todo esto fue configurando a la plaza de San Francisco como "plaza mayor dela ciudad". Se parte del hecho de ser el espacio intramuros más amplio, con excepción de la laguna de la Feria (actual Alameda de Hércules). Durante los siglos medievales, desde el punto de vista de la actividad económica, es un espacio marginal o secundario. Otro tanto se puede decir con relación a otras funciones, como las administrativas o de gobierno. Sin embargo, ya se le da un tratamiento especial con motivo de la procesión del Corpus, y en ella se corren toros y cañas, como se ha indicado. A finales del s. XV se la define como "la mayor y más principal plaza que esa dicha cibdad tenía" (Tumbo de los Reyes Católicos, t. IV, f. 198). Algunos años después, Peraza (Historia de Sevilla) dice "que es la que en más estima se tiene en esta insignísima ciudad", y en otro lugar que "es esta plaza la más principal que hay en toda la ciudad". Valoraciones similares se multiplican hasta el s. XIX: según R. Ford, es el corazón de la ciudad, su foro, su mentidero y su patíbulo; para González de León (Las calles...) es la primera y principal; corroboran esta valoración las alteraciones que experimenta el topónimo.
     Sin embargo, y ya desde el mismo s. XVI, en la mayor parte de los casos esta valoración  se efectúa  para  contraponerla  a  las carencias que la misma posee, ya sea de orden estético o formal, ya en cuanto a dotaciones o ausencia de higiene. En el último cuarto de dicha centuria Francisco de Sigüenza hace notar que el ornato de la plaza no se corresponde con su importancia; en 1605 el jurado Cristóbal González en el contexto de un debate sobre su ampliación, indica que ésta es precisa, "no teniendo plaça ninguna conveniente a la autoridad de esta ciudad" (Sec. 10, s. XVII, t. 6). Las deficiencias no se reducen a las mencionadas. La multiplicación de festejos con la consiguiente instalación de palenques, palcos, escenarios, etc.,, unido a una mala pavimentación, hace que esté frecuentemente levantada. Asimismo son reiteradas las denuncias por suciedad; precisamente en 1584 se solicita que se limpie dos veces en semana (al igual que se hace en la Alameda), por la existencia de edificios importantes; en el s. XVIII hay quejas por la costumbre de vaciar las vasijas desde los balcones, y todavía en 1854 se denuncia que está convertida en muladar a causa del estiércol de una parada de carruajes. En resumen, el reconocimiento de la condición de "plaza mayor" de la ciudad va a estar acompañado a lo largo de los siglos de una conciencia de que su forma y prestancia no se corresponden con dicho papel, por lo que es necesario su embellecimiento, lo que no quiere decir que los de­seos se lleguen a efectuar. Por otro lado, ese mismo reconocimiento parece chocar con la realidad cotidiana de una falta de higiene, de preocupación por el aspecto de la plaza. Hay que resaltar, como consecuencia de to­do lo anterior, el hecho de que Sevilla, a pesar de su importancia, no llega a tener una plaza mayor que responda al modelo domi­nante en las grandes ciudades de España, caracterizado por su forma rectangular, soportales en forma de arcos y diseño unifor­me de fachadas.
     En la actualidad sigue teniendo, al me­nos en parte, esa función. En los anos 60 pierde dos que la habían caracterizado durante siglos: la Audiencia se traslada a un nuevo emplazamiento en el Prado de San Sebastián, y se cierra el acceso al Ayuntamiento por la que había sido su fachada secular, con lo cual todo el movimiento de personas generado por ambas instituciones se pierde. También han desaparecido las paradas de vehículos público. En la presente década la mayor parte de ella ha quedado cerrada al tráfico, y, sobre todo, ha dejado de estar ocupada por coches aparcados, convirtiéndose en un amplio espacio abierto en el casco histórico, susceptible de usos públicos de diversa índole. Las ferias del libro han dado paso a la feria del libro antiguo; en ella se celebran mítines; espectáculos diversos, coincidiendo o no con determinadas festividades; conciertos de la banda municipal y de otras agrupaciones, como las militares en determinadas fechas; y en los últimos tiempos se ha establecido la costumbre de celebrar la despedida del Año Viejo.
     Como durante siglos, sigue teniendo dos momentos especialmente significativos: el Corpus Christi y la Semana Santa. Con relación a aquella festividad, se ha recuperado el exorno oficial de la plaza, con la instalación de toldos, costumbre perdida durante varios años, y conciertos de la banda municipal. También se ha consolidado la contri­bución de los particulares, instituciones y establecimientos comerciales, con el exorno de fachadas y escaparates. Por lo que se refiere a la Semana Santa, el comienzo de la instalación de los palcos, en cierto sentido, marca el inicio de la fiesta en la ciudad. El espacio que éstos crean así como la presencia de la representación de la Ciudad, hace que el desfile de las cofradías por ella tenga, en general, un aspecto solemne y ordenado. Desde que en el pasado siglo se instalan estos palcos, primero ante la fachada del Ayuntamiento y, en las últimas décadas, también en el lado opuesto, ha evolucionado la composición sociológica de sus ocupantes. Aparte de haber sido tradicional­mente el lugar en que contemplan las cofradías personajes ilustres o famosos que acuden a la ciudad en estas fiestas, eran ocupados, especialmente, por la alta burguesía sevillana, convirtiéndose también en un ámbito de representación social. Aunque esta función no la ha perdido, hoy es muy importante la presencia de la clase media, así como de personas relacionadas con el mundo de las cofradías. 
   Junto a las antiguas Gradas de la Catedral, la Mancebía y Sierpes, la plaza de San Francisco es uno de los enclaves sevillanos más descritos y celebrados por la literatura. Especialmente en la del Siglo de Oro, en atención a la importancia social e institucional que este lugar tenía entonces. Casi todos los autores que vivieron o pasaron por la ciudad la mencionan repetidas veces o se hacen eco de su peculiar ambiente. Así está presente en las obras de Juan de Arguijo (Cuentos), Vicente Espinel (Vida de Marcos de Obregón), Agustín de Rojas (El viaje entretenido), Vélez de Guevara (El diablo cojuelo), etc. Otros le conceden especial atención, recogiendo su bullicio y trajín, sus fiestas y sobre todo la presencia de escribanos y procuradores. Cervantes nos los recuerda en El coloquio de los perros y dice de ellos que, "granjeados con lomos y lenguas de vaca", protegían a los rufianes y valentones del Matadero. Sin duda por la facilidad para el soborno que tales funcionarios mostraban, el sevillano Mateo Alemán habla de la plaza como uno de los lugares de la ciudad donde "anda la conciencia sobrada de los que se la dejaron y no volvieron por ella. No quiero pasearme por las Gradas o Lonja, ni entrar en la plaza de San Francisco, ni anegarme en el río" (Guzmán de Alfarache). Y el disparatado don Amaro, famoso loco que a fines del XVII sermoneaba por calles y esquinas de la ciudad, describe a estos escribanos y procuradores como "arañas que parecen moscas muertas y tienen más uñas que cien gatos" (Sermones del loco Amaro). La otra faceta de la plaza era la festiva, pues en ella se corrían toros:
          "La plaza
          de San Francisco bendito, 
          que corren toros en ella
          por Santa Justa y Rufina"
     (Cervantes, El rufián dichoso). Faceta a la que una vez más el loco Amaro puso su contrapunto satírico: "¿No has visto en la plaza de San Francisco las fiestas de toros, y que lo tribunales, los caballeros ricos y las señoras están en sus balcones donde, aunque el toro dé brincos y saltos, como el toro de Coronilla. nunca  alcanza? ¿Y por qué los pobretes andan en la plaza, donde si se descuidan los pesca el toro y los echa el culo por lo alto y las bragas abajo?" (Sermones). La cercana Cárcel Real contribuía, sin duda, a dar carácter a la vida de la plaza, tal como han recogido algunos textos picarescos de la época. Cristóbal de Chaves, en su famosa descripción del centro penitenciario, se hace eco de los malos olores que infectaban la plaza por un desaguadero del edificio y escribe que algunos presos que intentaron la fuga a través de aquél, "llegando a la plaza de San Francisco se ahogaron muchos de­llos del mal olor" (Relación de la cárcel de Sevilla). Y Antonio Enríquez Gómez, autor de una novela picaresca (La vida de don Gregorio Guadaña) reincide en el lugar común de la maldad que en la ciudad se atribuía a los escribanos: "Tenía mi bisabuelo una voz como un clarín; solía ponerse en la plaza de San Francisco, entre once y doce de la noche, y hacía llorar a los escribanos los pecados de aquel día, que no eran pocos".
     A partir del s. XVIII la plaza de San Francisco se convierte también en referencia obligada para los visitantes y viajeros que escriben sobre la ciudad (Feyron, Ford, Da­villier, Latour, Hare, Belloc, Mc.Clure, Hutin, Reyles...). Casi todos ponderan sus edificios (la Audiencia, el antiguo convento, el Ayuntamiento), la fuente y sobre todo los desfiles procesionales de Semana Santa. Richard Ford la describe, como ya se ha dicho, como el corazón de la ciudad, su foro, su mentidero y su patíbulo. "Es muy morisca y pintoresca, rodeada como está de soportales y balconajes; bajo los primeros se cobi­jan los joyeros de la ciudad" (Manual para viajeros por Andalucía...). Otros recuerdan los antiguos autos de fe y las ejecuciones, que todavía se celebraban allí en la primera mitad del XIX, tal como atestiguan las obras de Fernán Caballero, Chaves Rey, etc. La gran novelista recoge esas escenas en La familia de Alvareda: "Veíase aquel día la plaza de San Francisco y sus calles adyacentes cubiertos de una inusitada multitud de gentes. ¿Qué los reunía? ¿A qué iban allí? ¡A ver morir a un hombre! Pero no; no a ver morir, sino a ver matar a su hermano". También Pío Baroja evocó en Los pilotos de altura una ejecución en este lugar, describiendo la plaza con sus soportales, sus tiendecillas de plateros y sus retablos. Y en Los visionarios recoge un dato que daba carácter a la mis­ma: la de ser el punto donde solían concen­trarse los obreros en paro de la ciudad, ade­más de los habituales desocupados. "Ya en lo antiguo, escribe Chaves Rey, los desocupados de Sevilla, que siempre fueron mu­chos, tenían por punto de reunión la plaza de San Francisco, y bajo aquellos portales que comenzó a derribar Arjona... se formaba a diario multitud de grupos y corrillos de gente baldía" (Bocetos de una época).
     Son asimismo abundantes los textos literarios que recogen el ambiente de la plaza en los días de Semana Santa y la significación estética y social del desfile de las cofra­días y de los "palcos". En general con intención encomiástica (Mas y  Prat, Muñoz y Pabón, Núñez de Herrera, Sánchez del Arco...) o simplemente descriptiva (Blasco Ibáñez, Blanca de los Ríos y numerosos viajeros). Otras veces con ribetes críticos, como en la novela El capirote, de Alfonso Grosso, donde se relata la muerte de un costalero bajo las trabajaderas, ante las mismas tribunas de la plaza. Del baile de seises ante la custodia, junto al altar de plata levantado por el Ayuntamiento en la fiesta del Corpus, dijo el poeta Romero Murube que "era la ofrenda más pura y genuina de la ciudad" (Sevilla en los labios). Evocando la Sevilla del XVIII, ve "una fuentecilla aislada en su canción de agua errante por la plaza de San Francisco" (Francisco de Bruna y Ahumada). Y encuentra en ella "una gracia de patio" definitivamente perdida cuando se destruyeron sus viejos soportales (Discurso de la mentira) [Antonio Collantes de Terán Sánchez, Josefina Cruz Villalón, y Rogelio Reyes Cano, en Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla. Sevilla, 1993].
Plaza de San Francisco, 1. AUDIENCIA. Este edificio se concluyó en 1597, sufriendo reformas en el si­glo XVII y en el XIX. En 1918 un incendio destruyó la parte alta y el ala derecha, encargándose su reconstrucción al arquitecto Aníbal González. A éste se debe la reforma de la fachada, con las pilastras de órdenes superpuestos y las columnas de la tercera planta. En el interior, el patio responde al tipo general, con colum­nas de mármol y arcos semicirculares y rica colección de azulejos en los zócalos, que también se encuentran en la escalera. En distintas salas se conservan algunos frisos con decoración plateresca y puertas de madera talladas.
Plaza de San Francisco, 18. AYUNTAMIENTO. Se inicia su construcción en 1527, bajo la dirección del arquitecto Diego Riaño, posible autor de la traza, quien la continúa hasta 1534, fecha de su muerte. Las partes de este primer momento muestran todavía resabios góticos, como lo muestran las bóvedas de crucería rebajadas del Apeadero, con las claves renacentistas. La escalera de acceso a la planta alta tiene un primer tramo cubierto con bóveda de casetones y los dos restantes con una magnífica cúpula, obra, probablemente, de Hernán Ruiz.
     El edificio constaba originariamente de dos plantas y azotea con balaustrada de piedra; la tercera planta se añade en el siglo XIX. La fachada es de estilo plateresco. Adosado al rectángulo que forma el edificio por su parte sur se encuentra un cuerpo saliente con arco de medio punto, que daba acceso al antiguo compás del convento de San Francisco. En la planta baja destaca la Sala Capitular friso plateresco y cubierta con bóveda de casetones con relieves de retratos de reyes castellanos. En la planta alta se encuentra la Sala Capitular de invierno, cubierta por un rico artesonado, obra, al igual que las puertas del mismo salón, del carpintero Pedro Gutiérrez. En estas dependencias altas se halla instalado el Archivo Municipal. La fachada de la Plaza Nueva, el vestíbulo y la escalera principal, de estilo neoclásico, son  obra del arquitecto municipal Balbino Marrón." [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Francisco de Asís;
HISTORIA Y LEYENDA
   Nacido en 1182 en Asís, por sus orígenes y cultura era mitad italiano y mitad francés. Su madre, nacida en Provenza, le puso Jean como nombre de pila, pero de vuelta de un viaje a Francia, su padre, Bernardone, comerciante en paño nacido en Lucca, lo motejó Francesco ("el francés" a partir de entonces, Francisco se convirtió en uno de los nombres más difundidos en la cristiandad). Amaba a Francia (diligebat Franciscus Franciam) cuya lengua hablaba. Su ideal caballeresco se formó bajo la influencia de los trovadores provenzales. Su biógrafo, Thomas de Celano, cuenta que cuando estaba alegre siempre cantaba en francés.
   Después de una juventud pródiga y disipada, se convirtió y adoptó la disciplina evangélica. El hijo del rico comerciante en paños, convertido en "il poverello d'Assisi", renunció a la herencia paterna para casarse místicamente con la "Dama Pobreza a quien, como a la Muerte, nadie abre la puerta con placer". Fundó una orden mendicante a la que dio el humilde nombre de Hermanos Menores y que hizo aprobar en Roma por el papa Inocencio III. Sus primeros discípulos se agruparon alrededor de la capilla de la Porciúncula (Portiuncula terreni), parcela de tierra, al pie de la collina de Asís, abandonada por los benedictinos del monte Subasio. A la orden de los franciscanos se suman la orden de las clarisas, fundada por Santa Clara de Asís, para las mujeres, y la tercera orden, reservada a los laicos.
   Como un auténtico caballero de Cristo, San Francisco aspiraba a tomar parte en la cruzada y convertir a los infieles. Pero al no conseguir embarcarse hacia Siria, a causa de una tempestad que lo arrojó sobre la costa dálmata, intentó llegar a Marruecos a través de España; pero la enfermedad lo detuvo en el camino. En 1219 consiguió llegar a Egipto, a Damieta, sitiada por los cristianos, y se hizo recibir por el sultán.
   De vuelta en Umbría, luchó por mantener a su orden en el rumbo que él fijara; pero había traído de Egipto una enfermedad ocular que lo puso al borde de la ceguera, y a causa de las excesivas mortificaciones había pecado tanto tiempo contra "el hermano cuerpo" (multum peccatum in fratem corpus) que su salud se resintió.
   En 1223 celebró la fiesta de Navidad en Greccio para conmemorar su peregrinación a Jerusalén.
   Al año siguiente se retiró en la soledad del monte Albernia (Estribación del Apenino), en el valle del Casentino (Arezzo), donde el día de la fiesta de la Exaltación de la Cruz, tuvo la visión de un crucifijo aéreo sobre el cual estaba clavado Cristo bajo la apariencia de un serafín de seis alas. De las heridas de Cristo irradiaban rayos que se imprimieron en su carne en forma de estigmas, que Dante llama el sello último (l'ultimo sigillo) de las cinco Llagas.
   Los médicos explican sus visiones como alucinaciones mórbidas, y sus estigmas como hemorragias cutáneas.
   Durante dos años más fue venerado como una reliquia viviente. Ciego, aún tuvo valor para cantar el himno a la luz, que se hizo famoso con el nombre de Cántico del sol. Falleció en 1226, en el convento de la Porciúncula, "deseando la bienvenida a su hermana la Muerte" (En su obra acerca de La sculpture florentine, Marcel Reymond titula, por inadvertencia, La decapitación de San Francisco a uno de los bajorrelieves del púlpito de la iglesia de la Santa Croce. En verdad se trata de la decapitación de mártires franciscanos).
    Pero no fue inhumado allí porque la gente de Asís, temiendo que sus vecinos de Perusa se viesen tentados a robar el cuerpo del santo, juzgaron más prudente enterrarlo sobre una colina, a las puertas de la ciudad. Para justificar esa decisiónse imaginó que el propio San Francisco había elegido ese sitio como lugar para su sepultura, por humildad, porque era allí donde estaba el patíbulo en que se ejecutaba a los malhechores. Además, se veía en ello una "concordancia" más con Cristo, y de ese modo la colina de Asís se convirtió en el Gólgota del Poverello.
   Es el propio nombre de la colina, que se llamaba Collis infernus, es decir, la Colina inferior, lo que dio nacimiento a esta leyenda. Aunque infernus significa "baja" en relación al monte Subasio que la domina, se tradujo como "infernal" (A causa del mismo despropósito, en Francia existen muchas calles bajas que tomaron el nombre de calle del Infierno. En París, por un juego de palabras digno de la Edad Media, se convirtió a la calle del Infierno en calle Denfert Rochereau), y la Colina del Infierno se convirtió en la de las horcas patibularias. Después de su consagración a San Francisco, fue bautizada Colina del Paraíso.
    Tan pronto como fue enterrado, San Francisco se convirtió en un personaje de leyenda.
   Su vida fue remodelada de acuerdo con la de Cristo. En su Liber Conformitatum vitae Beati ac Seraphici Patris Francisci ad vitam Jesu Christi Domini nostri, Bartolomeo de Pisa establece un detallado cuadro de las concordancias entre la vida y los milagros de Jesucristo y la de su émulo de Umbría, Christi imitator.
   Las semejanzas de San Francisco con Jesucristo son múltiples.
   Es un segundo hijo de Dios, cuya concepción fue anunciada a su madre por un ángel y que además, como Jesús, Nuestro Señor, nació en un establo.
   San Francisco también tuvo doce discípulos, uno de los cuales fue rechazado, como Judas. Asimismo, fue tentado por el demonio. Sus estigmas lo volvieron tan semejante a Cristo, que la Virgen "apenas podía distinguirlo de su sagrado Hijo". Cuando murió, el caballero Jerónimo, segundo Santo Tomás, palpó la herida de su costado.
   Pero no se limitaron a asimilarlo a Cristo, por un exceso de celo sacrílego, pusieron la copia por encima del modelo original. Cristo sólo convirtió el agua en vino una vez, San Francisco los hizo tres veces; Jesús padeció los dolores de la Crucifixión durante poco tiempo, pero Francisco soportó durante dos años las llamas de la Estigmatización, que es una especia de Crucifixión sin cruz.
   Esta asimilación se expresa en forma heráldica mediante los brazos cruzados, uno sobre otro, de Cristo y de San Francisco, que los conventos franciscanos adoptaron como escudo. Ella inspiró obras de arte como el ciclo prefigurativo que pintó Taddeo Gaddi en la sacristía de la iglesia de Santa Santa Croce, en Florencia.
   Los otros rasgos de la leyenda de San Francisco se copiaron desvergonzadamente de los milagros de los profetas del Antiguo Testamento, o de las vidas de los santos anteriores.
   En esos tópicos de la hagiografía ofrecidos a las masas, cada cual podía inventar como quisiera. Así, San Francisco se convirtió en un nuevo Moisés haciendo brotar agua de la roca; y en nuevo Elías que se eleva en un carro de fuego; y en nuevo San Benito, que rueda entre matas espinosas para vencer una tentación carnal... Este último hecho habría tenido lugar en la Porciúncula, que había sido cedida a los franciscanos por los monjes benedictinos. De ahí procede sin duda el hecho de que se atribuya a San Francisco ese rasgo de la leyenda de San Benito. Al igual que San Bernardo, vio a Cristo desclavarse de la cruz, y como San Martín, entregó su manto a un pobre. Por último, disputa con Santo Domingo el mérito de haber sostenido con los hombros la basílica pontificia de San Juan de Letrán, que amenazaba ruina.
CULTO
   Canonizado por el papa Gregorio IX apenas dos años después de su muerte, en 1228, San Francisco se convirtió inmediatamente en uno de los santos más populares de la cristiandad. Tenemos una prueba muy curiosa de ello en los Juicios Finales esculpidos a partir de esa fecha en los tímpanos de nuestras catedrales, casi siempre es un franciscano quien marcha en cabeza de los Elegidos.
   La basílica de Asís, construida para proteger sus reliquias, y la capilla de la Porciúncula, empotrada en la iglesia de Santa María de los Ángeles, se convirtieron en el sitio de peregrinación más frecuentado de Italia. Pronto no hubo una sola ciudad al sur y al norte de los Alpes que no tuviese una iglesia franciscana, casi siempre puesta bajo la advocación del fundador de la orden. Tal fue el caso de Arezzo, Bolonia, Cremona, Ferrara, Mantua, Módena, Padua, Pavía, Pisa, Piacenza; roma tiene, en Ripa, una iglesia puesta bajo la advocación de San Francisco.
   Las dos grandes iglesia franciscanas que se encuentran en Florencia y Venecia constituyen la excepción, se las conoce por los nombres de Santa Croce y dei Frari.
   Una de las mayores ciudades de los Estados Unidos de Norteamérica, fundada en California, en 1776, por franciscanos españoles de México, se llama San Francisco.
   Los discípulos de San Francisco se multiplicaron hasta tal punto que constituyen la más numerosa de las órdenes religiosas. Superan la cifra de cuarenta mil, mientras que los dominicos son sólo ocho mil y los jesuitas veintiocho mil.
ICONOGRAFÍA
   El rasgo más impresionante de la iconografía de San Francisco es su dualidad. Se han visto nacer, sucesivamente, dos iconografías franciscanas: la primera, que puede calificarse de Giottesca, se desarrolló entre el siglo XIII y la Reforma; y la segunda que llamaré, por falta de una expresión mejor, tridentina, porque se remonta al concilio de Trento y es una creación de la Contrarreforma.
   Esta iconografía, en la Edad Media es casi exclusivamente italiana e incluso, específica de Umbría y Toscana. A partir dle siglo XVII se vuelve internacional, sobre todo española y francesa.
   Las vestiduras y atributos de San Francisco de Asís nunca variaron. Siempre lleva el sayal de la orden ajustado a la cintura no por un cinturón de cuero sin por un rústico cíngulo, un cordón cuyos tres nudos significan los votos de pobreza, castidad y obediencia, que son las tres virtudes franciscanas, de allí el nombre de cordeliers dado (en Francia) a los hermanos menores.
   Además del crucifijo que tiene en la mano, hay una característica individual que permite reconocerlo a primera vista: los estigmas de las manos, los pies y el costado, que siempre están a la vista, y de los cuales los artistas primitivos hacen salir a veces rayos de luz, tanto como para destacarlos. La herida del costado es visible por una hendidura ovalada del sayal.
   En cambio, su aspecto personal nunca ha sido fijada por un retrato contemporáneo bastante auténtico como para constituir autoridad y crear una tradición. Tal como ocurre con Cristo -sería una nueva correspondencia a sumar a las enumeradas por Bartolomé de Pisa- el arte oscila entre un tipo barbudo y otro imberbe.
   Según el testimonio de su biógrafo, Tomás de Celano, il Poverello de Asís era de endeble apariencia, baja estatura, con ojos de enfermo y una barba rala y descuidada. "Sordidus erat habitus ejus et facies indecora". Se comparaba a sí mismo con una "gallinita negra" de alas demasiado pequeñas, como para abrigar a todos sus polluelos.
   Debe admitirse que las más antiguas imágenes del santo que poseemos no coinciden bastante con su retrato ¿Puede considerarse una "vera effigies" el famoso fresco del Sacro Speco, en Subiaco? Se la considera imagen contemporánea del santo, anterior a su estigmatización en 1224, puesto que no está nimbada, pero ¿cómo explicar que la "gallinita negra" se haya convertido aquí en un monje rubio? Es imposible conciliar datos tan contradictorios, y debe admitirse que Tomás de Celano ha mentido, o que el "Frater Franciscus" de Subiaco nada tiene en común con el verdadero Francisco de Asís.
   El San Francisco tallado en tondo en una galería del claustro del Mont Saint Michel, se remonta a 1228; pero fue atacado a martillazos en los tiempos de la Revolución, y ya no conserva interés iconográfico alguno.
   Giotto nos ofrece un tipo puramente ideal de San Francisco a quien, por primera vez, se representa imberbe.
   El tipo barbudo reaparece a partir del siglo XVI en la escuela veneciana (Tintoretto, Veronés, los Bassano), en la de Bolonia (Ludovico Caracci, Guido Reni, Guercino) y también en el arte español (Greco, Zurbarán).
   San Francisco también aparece junto a otros santos franciscanos en numerosas Sante Conversazioni (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
   Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza de San Francisco, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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La Plaza de San Francisco, al detalle:
Edificio plaza de San Francisco, 10
Edificio plaza de San Francisco, 11
Edificio plaza de San Francisco, 12
Edificio plaza de San Francisco, 13
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