Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Alegoría de la Batalla de Lepanto", de Lucas Valdés, en el muro de la epístola de la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
Hoy, 7 de octubre, Memoria de la Santísima Virgen María del Rosario. En este día se pide la ayuda de la Santa Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquella que estuvo especialmente unida a la Encarnación, Pasión y Resurrección del Hijo de Dios [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Asimismo, hoy, se cumplen 450 años de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), en la que la Armada Cristiana derrotó al Imperio Otomano, "gracias a la invocación" a la Virgen del Rosario.
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Alegoría de la Batalla de Lepanto", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
La Real Parroquia de Santa María Magdalena [nº 16 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 60 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 2 (aunque la entrada habitual se efectúa por la calle San Pablo, 12); en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
La Real Parroquia de Santa María Magdalena, ocupa desde 1810 la iglesia del antiguo convento de San Pablo, que había sido una de las instituciones religiosas más antiguas de la ciudad, ya que los dominicos se instalaron en Sevilla a raíz de la conquista de Sevilla por Fernando III. Una vez conseguido el permiso real, construyeron una iglesia de la que ningún testimonio queda y que debía de presentar un carácter arquitectónico de estilo gótico. Esta iglesia se conservó hasta su hundimiento en 1691, planteándose de inmediato su reconstrucción, que corrió a cargo del arquitecto Leonardo de Figueroa; las obras concluyeron en 1709. Desde esta fecha hasta 1715 se realizó una amplísima labor de ornamentación pictórica en sus muros, labor que, mayoritariamente, realizó Lucas Valdés, siguiendo un amplio y prolijo programa iconográfico que venía a exaltar la grandeza y milagros de la Orden dominica.
En el muro de la epístola de este templo se encuentra otra escena realizada por Lucas Valdés, que describe la Batalla de Lepanto. Esta pintura es, también, otro episodio histórico, cuya inclusión dentro del programa iconográfico de la iglesia tiene su justificación ya que el Papa Pío V, dominico, instituyó la fiesta del Santo Rosario el día en que libró la batalla de Lepanto, que fue el 7 de octubre de 1571. Esta pintura mural, de grandes dimensiones, muestra en su parte inferior el aparatoso enfrentamiento naval entre las armadas turca y cristiana, cuyos estandartes y banderas ondean al viento. Sobre la cubierta de los barcos aparece multitud de soldados acometiéndose fieramente y también algunos naufragios a causa de los cañonazos que han hundido las naves. En la parte superior de la pintura se describe una gloria celestial presidida por la Virgen con el Niño en la advocación de Nuestra Señora del Rosario; a su izquierda, el Papa Pío V reza ante un crucifijo en medio de una nutrida cohorte angélica (Enrique Valdivieso, Pintura mural del Siglo XVIII en Sevilla, en Pintura Mural Sevillana del Siglo XVIII, Fundación Sevillana Endesa, 2016).
Entre 1709 y 1715, Lucas Valdés realizó el encargo de la decoración mural de la iglesia de San Pablo, antigua sede de la Inquisición, hoy Real Parroquia Santa María Magdalena, en Sevilla, y allí destacamos por el interés naval el impresionante cuadro denominado Alegoría de la batalla de Lepanto, del cual se comenta:
«... el intenso y variado colorido que en ella resplandece, el dibujo correcto con notables alardes de escorzo y perspectiva, el ingenioso rompimiento de gloria donde se admira la esbelta y venerables figura de San Pío V, orando ante un Crucifijo y absorto por la aparición de la Virgen del Rosario; la pericia y habilidad que descubre la distribución de tantas naves y guerreros en el instante del abordaje; la imagen de Jesús Crucificado que se divisa en la galera capitana; los vistosos estandartes y escudos de armas de las naciones y próceres unidos en santa hermandad, y las numerosas banderas y gallardetes que con toda precisión distinguen a los navíos cristianos de los de Venecia y Turquía, son caracteres y pormenores suficientes para clasificar la magnífica y artística composición entre las más preciadas pinturas murales del barroco sevillano de la centuria decimoctava».
Se puede deducir que tenía unos conocimientos navales superiores a los que se podía esperar de un pintor de su época o, quizás, sería una premonición a lo que serían los últimos días de su vida (José María Caravaca de Coca, en "Lucas Valdés, maestro ilustrado en la Academia de la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz).
Conozcamos mejor el hecho histórico representado en la obra reseñada, La Batalla de Lepanto;
El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la mayor batalla naval de la historia moderna. Más de 400 galeras y casi 200.000 hombres se enfrentaron en una lucha que mostró el poder de la artillería europea sobre la marina otomana.
Hacía años que las naves turcas se habían lanzado al control del Mediterráneo occidental. Las costas italianas y españolas estaban cada vez más amenazadas y Malta estuvo a punto de ser tomada en 1565. Ante el creciente peligro, España, Venecia y los Estados Pontificios formaron una alianza para enfrentarse a la armada turca y detener su avance. Así se constituyó la Liga Santa, que se puso bajo el mando de don Juan de Austria, el hijo natural de Carlos V, pues no en vano España sufragaba la mitad de los costes de la alianza. Tras concentrarse en Mesina, la armada cristiana zarpó hacia aguas griegas a mediados de septiembre de 1571. Chipre, tras la capitulación de Famagusta, acababa de caer en manos otomanas, pero quedaba la posibilidad de derrotar a la flota turca atracada en el golfo de Lepanto, al este de Grecia.
Al amanecer del 7 de octubre, los buques de la Liga Santa comienzan a desplegarse en la boca del golfo. Lo hacen a fuerza de remos al no tener el viento a favor, cosa que sí tienen los turcos que salen del puerto dispuestos al combate. Pero por suerte para los cristianos el viento amaina y los otomanos no pueden aprovecharlo, lo que da tiempo suficiente a los primeros para desplegarse en orden de batalla. Lo hacen en tres cuerpos formados en línea, y con una reserva en retaguardia. Los musulmanes, bajo el mando del almirante Alí Pachá, también forman en tres cuerpos, desplegados en forma de media luna. En total son 204 galeras cristianas por 205 galeras turcas. Unos cincuenta barcos más pequeños y ligeros por bando les acompañan, cumpliendo misiones de enlace y exploración. La escuadra cristiana está compuesta por un total de 90.000 almas y su enemiga, por un número similar.
A primera vista, las fuerzas parecen equilibradas, pero la realidad es otra. Los hombres de don Juan de Austria suman unos 36.000 soldados de infantería, más unos 34.000 marineros y galeotes libres que son armados para que, llegado el momento y cuando ya no sea necesario que sigan remando, se sumen también al combate. Otros 20.000 hombres van como remeros forzados; de ellos, los que no son esclavos comienzan a ser desencadenados con la promesa de libertad e indulto de sus penas si demuestran su valor en la lucha. En la armada otomana los hombres de armas son menos, en torno a 20.000. Además tienen el problema de que un elevado número de sus galeotes son esclavos, en gran parte cristianos, por lo que no son muchos los que pueden liberar para que les ayuden en la batalla. Por lo tanto, la flota de la Liga Santa dispone del doble o triple de combatientes que el enemigo, lo que va a ser determinante en el resultado final.
A las nueve de la mañana, ambas escuadras se divisan con claridad y mientras avanzan una contra otra van desplegando las banderas y los estandartes, sacan las imágenes y los crucifijos, suenan trompetas y tambores, se reza, bendice, canta, baila, grita y arenga, tratando de provocar el paroxismo y motivar al máximo a los combatientes. A los remeros se les da vino y comida para que afronten el embate con energía. Al mismo tiempo se despejan las cubiertas, se amontonan las municiones y se preparan las armas y las herramientas de abordaje. Poco a poco los cristianos consiguen situar en vanguardia a las seis galeazas, galeras más altas, grandes, muy pesadas y lentas, pero fuertemente armadas, cuya misión es hendir y romper la formación enemiga. Han pasado cinco horas desde que las dos flotas se han avistado. Poco a poco se van acercando. Las galeras navegan en paralelo sin apenas poder maniobrar; sólo marchan hacia adelante al ritmo de la boga, hacia el choque. Son las doce del mediodía y el infierno está a punto de desatarse.
A esa hora, cinco de las seis galeazas cristianas, que marchan a la vanguardia de la flota, se aproximan a los turcos. Semejantes a castillos, cuentan con 44 piezas de gran calibre cada una. Los otomanos les disparan, con escasos resultados; en cambio, los cañones de las galeazas arrasan las cubiertas de los buques próximos y envían a pique a varias galeras turcas. La armada del comandante turco, Alí Pachá, les deja atravesar sus filas para sufrir menos daños, esperando el choque con el grueso de la flota de la Liga.
La tensión crece en las dos armadas, que están sólo a unos centenares de metros. Ambas saben que han de disparar sus cañones lo más tarde posible para causar más estragos, pues luego, en el fragor del combate, será muy difícil la recarga. La mayor parte de las gruesas piezas de artillería sólo podrá disparar una vez. En esta guerra de nervios son los otomanos los que disparan primero, pero casi todos sus proyectiles van a parar al mar. Cuando ya les separan menos de cien metros, los cañones de las galeras de la Liga empiezan a vomitar su carga, barriendo las cubiertas otomanas. A esa distancia no hace falta apuntar: se dispara a bulto, sabiendo que las balas y la metralla impactarán en los cuerpos y buques enemigos.
Cuando se produce el choque, muchos de los espolones de las galeras consiguen clavarse en los costados del enemigo, rompiendo remos y cubiertas. Ahora, borda con borda, comienza otra batalla. Ya no es una batalla naval, es un abordaje en el que las infanterías se lanzan a luchar sobre una aglomeración de barcos trabados entre sí por garfios, tablones y pasarelas. El azar y los choques de las embarcaciones hacen que los hombres de una galera tengan a veces que luchar contra dos, tres y hasta cuatro navíos enemigos que la rodean. Sin embargo, lo normal es que cada barco escoja a su oponente y se enzarce en una lucha furiosa. Los soldados cristianos disparan una y otra vez sus arcabuces, a lo que los otomanos responden mayoritariamente con flechas. El objetivo de cada fuerza embarcada es conseguir abordar al contrario y combatir en su puente a golpe de espada hasta matar o echar por la borda a todos los contrincantes.
El golfo de Lepanto se convierte en un gran campo de batalla que, a su vez, se fragmenta en cientos de pequeños escenarios en los que la suerte puede ser diversa. Ambos bandos cruzan fuego de arcabuz y de pistolas, flechazos, lanzadas y hasta fuego griego, la famosa bomba incendiaria inventada por los bizantinos. No se hacen prisioneros, salvo aquellos capitanes distinguidos por los que se pueda pedir un suculento rescate. El ala izquierda cristiana, que está junto a la costa, es la primera en entrar en combate. Ahí están los venecianos comandados por el almirante Barbarigo, quien morirá de un flechazo en un ojo. En los primeros momentos se ven parcialmente desbordados por los turcos, pero, habiendo sido reforzados por alguna nave del centro y de la reserva de Álvaro de Bazán, logran imponerse y obligan al enemigo a huir a tierra tras matar a su comandante Sirocco. El centro de don Juan de Austria entra en lucha a continuación, entablando combate frontal con las naves de Alí Pachá e imponiendo su potencia de fuego y su infantería, superior a los jenízaros enemigos.
Sólo el ala derecha, comandada por Andrea Doria, que se ha alejado a mar abierto, es desbordada y envuelta por el grupo de Uluch Alí, quien logra hundir y arrasar unas cuantas galeras cristianas. Entre ellas está la nave capitana de la Orden de Malta, cuya tripulación es exterminada. Pero la llegada de refuerzos del centro y la reserva hace huir a los turcos con lo que queda de sus barcos, llevándose una galera veneciana como botín.
Es la hora del saqueo, y las tripulaciones porfían y discuten por ver cuántas galeras enemigas logran remolcar. El balance de bajas en la Liga es aterrador: 15 galeras perdidas (una de ellas capturada), 7.650 muertos y 7.784 heridos. En el bando otomano se han hundido también 15 galeras y otras 160 han sido capturadas (las cifras exactas difieren según los distintos comandantes), aunque algunas de éstas quedan en tan mal estado que pronto se irán a pique. El número preciso de muertos se desconoce, pero se evalúa en unos 30.000. Más exacta es la cifra de prisioneros, unos 8.000, que serán convertidos en esclavos. Son liberados asimismo unos 12.000 galeotes cristianos, entre los que hay numerosas mujeres.
Cuando el almirante veneciano, Venier, volvió a Venecia, tras abrirse camino entre la multitud informó al dogo de forma solemne: «Llevo, Serenísimo Príncipe, la más noble y admirable Victoria. La Armada turca, toda vencida y derrotada por los nuestros. Poquísimos se salvaron. Sed contentos y gloria a vos» (Juan Carlos Losada, La Batalla de Lepanto: dos armadas frente a frente. National Geograhic).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Santísima Virgen María del Rosario;
La devoción de la Virgen del Rosario, esencialmente de los dominicos, está muy vinculada con el culto de la Virgen de Misericordia del cual, en ciertos aspectos, no es más que una prolongación.
El rosario (rosarium) etimológicamente designa una corona de rosas: es una variedad de sarta de cuentas, chapel o chapelet en francés arcaico, usual hasta el siglo XVI, con el mismo sentido. Las cuentas estaban representadas como rosas blancas y rojas que luego se reemplazaron por bolas de dos clases, las más grandes para los Pater que comienzan cada decena, y las más pequeñas para los Ave. El gran rosario se compone de ciento cincuenta Ave María que se llamaba Patenostre Damedie (en francés arcaico, Patenôtre es una corrupción de Patrenostre -Pater Noster-), al tiempo que el pequeño rosario, que es un tercio de grande, sólo tiene cincuenta.
En suma, es un instrumento para contar, un ábaco, como aquéllos que empleaban los comerciantes y que usan los musulmanes, aunque en este caso sirvan para contar plegarias y no dinero.
Los dominicos hacían remontar el origen de esta devoción al fundador de la orden, en consecuencia, al siglo XIII. Alrededor de 1210 la Virgen se habría aparecido a Santo Domingo y le habría entregado un rosario que éste llamó corona de rosas de Nuestra Señora, y fue gracias a ese talismán que habría triunfado contra la herejía albigense.
En realidad, como lo demostraron los bolandistas, el rosario no es una intervención de Santo Domingo sino de un santo bretón de su orden, personaje poco edificante, y hasta de una lujuria desvergonzada, que se llamaba Alain de la Roche (Alanus de Rupe) que vivió a finales del siglo XV. Hacia 1470 escribió una obra titulada De Utilitate Psalterii Mariae, que fue traducido a todas las lenguas.
En 1475, Sprenger, el prior de los dominicos de Colonia, especie de Torquemada alemán, autor del famoso Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas), instituyó en esta ciudad la primera cofradía del Rosario, que fue aprobada por una bula pontificia. La Virgen del Rosario no apareció sobre ningún documento figurativo anterior al último cuarto del siglo XV (no obstante, en algunos pequeños bajorrelieves ingleses de alabastro, que normalmente datan del siglo XIV, se ve aparecer, junto al arcángel San Miguel que pesa las almas en la balanza, a la Virgen que intenta engañar, como Satán, pero en sentido opuesto, esforzándose en inclinar la balanza en favor de un alma en peligro, colocando un rosario sobre el extremo del astil). Se trata entonces de una devoción tardía, más o menos contemporánea del culto de la Virgen de los Siete Dolores o de las Siete Espadas, y muy posterior a las Vírgenes de la Piedad y de Misericordia.
Gracias a la propaganda de los dominicos que patrocinaron cofradías del Rosario en todas partes, esta nueva devoción se difundió con asombrosa rapidez. El papa le atribuyó en 1571 el mérito de la victoria de Lepanto sobre la flota turca.
Iconografía
Para representar a la Virgen del Rosario, los dominicos tomaron en principio el tipo de la Virgen de Misericordia. En un tríptico de la iglesia de San Andrés de Colonia, fechado en 1474, que es la primera representación conocida del tema, la Virgen sólo se distingue de la Schutzmantelmadonna porque su manto está estirado como una cortina por dos santos dominicos, Santo Domingo y San Pedro Mártir, y porque dos ángeles sostienen una triple corona de rosas sobre su cabeza.
Una segunda fórmula, que no tardó en sustituir a esta imitación, no fue mucho más original: esta vez los dominicos tomaron el modelo de la Virgen de los Siete Gozos o de los Siete Dolores, rodeada por una aureola de tondos. La Virgen del Rosario se inscribe en una sarta en forma de mandorla, compuesta por grandes rosas historiadas que se intercalan entre cada decena. La Salutación Angélica de Veit Stoss, suspendida de la cúpula de la iglesia de San Lorenzo de Nuremberg, es uno de los ejemplos más conocidos de este tipo: el grupo mariano se inscribe en un rosario de cincuenta pequeñas rosas separadas por tondos.
Por último, se vio aparecer un tercer tipo iconográfico que excluye definitivamente estas contaminaciones. La Virgen se representó sentada, con el Niño Jesús sobre las rodillas, y es ella o el Niño quienes presentan el rosario a Santo Domingo.
A la Virgen dominica del Rosario, los carmelitas opusieron la Virgen del Escapulario. Nuestra Señora del Carmelo se habría aparecido al general de la orden San Simón Stock, y le habría entregado un escapulario, prometiéndole que quienquiera lo llevase estaría al abrigo de las penas del Infierno e incluso de las del Purgatorio (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Historia de la Solemnidad del Rosario;
Esta fiesta, ligada al ejercicio piadoso del rezo del salterio mariano, tiene su origen en las Cofradías del Rosario, que florecieron en la segunda mitad del siglo XV, las cuales acostumbraban a solemnizar el primer domingo de octubre con la misa de la Virgen Salve radix sancta del Rito Dominicano. El diecisiete de marzo de 1572 inscribió San Pío V Ghislieri en el Martirologio Romano en el día siete de octubre el título de Santa María de la Victoria para conmemorar la victoria de Lepanto, que había acaecido el domingo siete de octubre del año anterior, 1571. Dos años más tarde, Gregorio XIII Boncompagni, por la Bula Monet Apostolus de uno de abril de 1573, permitió que se celebrase una fiesta en honor del Santísimo Rosario el primer domingo de octubre en las iglesias o capillas que venerasen tal advocación mariana en memoria de la intercesión mariana en la victoria naval. Fue extendida a toda la Iglesia Latina el tres de octubre de 1716 por Clemente XI Albani tras la victoria sobre los turcos en Peterwardein. Benedicto XIII Orsini, dominico, le introdujo lecciones propias. León XIII Pecci, gran devoto y propagador del rosario le concedió Oficio propio en 1888. Fue fijada en la fecha actual el año 1913 en la reforma del calendario de San Pío X Sarto y en el 1969 figura como memoria obligatoria (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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