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lunes, 17 de febrero de 2025

Los principales monumentos de la localidad de Córdoba (I), en la provincia de Córdoba

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Córdoba, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Córdoba (I), en la provincia de Córdoba.
     De cada uno de los períodos históricos se conservan importantes testimonios materiales en la ciudad. Puentes, murallas, torres, puertas de muralla, molinos, vestigios de mezquitas, iglesias, conventos, palacios, etc., engrosan el vasto y rico patrimonio de bienes inmuebles de Córdoba, a lo que habría que sumar un patrimonio mueble integrado por piezas de pintura, escultura e imaginería, platería y artes decorativas en general de extraordinario valor.
     Desde el punto de vista de su estructura urbana, cabe decir que el casco histórico de Córdoba esta constituido por dos partes físicamente diferenciadas, que son la Villa o antigua Medina musulmana, al oeste, y la Axerquía o barrio oriental. 
     Esta división es herencia musulmana que se va a perpetuar con el paso de los siglos. Durante el período bajomedieval se dotará de mayor impulso a la zona de la Axerquía, poco poblada en el momento de la conquista cristiana, procediéndose a su ordenamiento en siete parroquias o collaciones. En el siglo XVI se abren plazas o se ensanchan algunas existentes, pero la estructura urbana no conoce transformaciones profundas, como tampoco se van a conocer en los siglos XVII y XVIII. Ya en el siglo XIX se producen actuaciones urbanísticas drásticas, como la demolición de las puertas y la mayor parte de la muralla, la creación de paseos y avenidas y la apertura de nuevas vías, que se completan a principios del siglo XX hasta configurar definitivamente el cinturón de rondas que rodea al casco histórico.
     Por lo que respecta a la Villa, dentro de ésta se encuentran los restos de la ciudad romana al norte, la Medina andalusí al sur, con la Gran Mezquita Aljama, actual Catedral, y en el extremo suroccidental un barrio de expansión cristiana del siglo XIV surgido al amparo del Alcázar de los Reyes Cristianos. La heterogeneidad de toda esta zona permite dividir la Villa en tres partes: el centro comercial, el entorno de la Mezquita-Catedral y el barrio de San Basilio. Por su parte, en el caso de la Axerquía, la división es mucho más difícil dada su mayor homogeneidad, pese a lo cual se puede llevar a cabo una zonificación basada en la primitiva división en siete parroquias o collaciones. En la Axerquía se conservan la mayor parte de los templos cristianos bajomedievales, tanto las parroquias -de la que sólo una ha desaparecido- como las fundaciones conventuales.
     En la trama urbana, las estrechas e irregulares calles determinan unas manzanas irregulares de herencia medieval, dentro de las cuales se ajusta un parcelario cuyo tamaño depende de la tipología que alberga, resultando amplio en el caso de conventos, residencias palaciegas o edificios institucionales y menor en viviendas, las cuales suelen responder a una tipología heredada de la casa musulmana, deudora a su vez de la romana de casa patio y cuya imagen más pintoresca son sus patios.
     Los elementos de borde que definen la delimitación del Conjunto Histórico de Córdoba están formados por las vías de comunicación que coinciden con la antigua muralla, lo que en gran medida ha salvaguardado el centro histórico de los ensanches urbanísticos de finales del siglo XIX y principios del XX, pues éstos transcurren por el perímetro del mismo (Avenida Conde Vallellano, Paseo de la Victoria, Ronda de los Tejares, Avenida de las Ollerías), creándose así un anillo de espacios libres que protege al Conjunto Histórico de Córdoba.
     La UNESCO (https://whc.unesco.org/en/list/313), en la descripción del conjunto histórico que está declarado como patrimonio mundial dice, que el período de mayor gloria de Córdoba comenzó en el siglo VIII después de la conquista musulmana, cuando se construyeron unas 300 mezquitas e innumerables palacios y edificios públicos para rivalizar con el esplendor de Constantinopla, Damasco y Bagdad. En el siglo XIII, bajo Fernando III, el Santo, la Gran Mezquita de Córdoba se convirtió en una catedral y se erigieron nuevas estructuras defensivas, particularmente el Alcázar de los Reyes Cristianos y la Torre Fortaleza de la Calahorra. 
     La ciudad, en virtud de su extensión y planificación, su significado histórico como expresión viva de las diferentes culturas que han existido allí, y su relación con el río, es un conjunto histórico de extraordinario valor. Representaba un paso obligatorio entre el sur y la "meseta", y era un puerto importante, desde el cual se exportaban productos mineros y agrícolas de las montañas y el campo. 
     El Centro Histórico de Córdoba,, crea el entorno urbano y paisajístico perfecto para la Mezquita. Refleja miles de años de ocupación por diferentes grupos culturales: romanos, visigodos, musulmanes, judíos y cristianos, que dejaron huella. Esta área refleja la complejidad urbana y arquitectónica alcanzada durante la época romana y el esplendor de la gran ciudad islámica, que, entre los siglos VIII y X, representó el principal foco urbano y cultural en el mundo occidental. Destaca su riqueza monumental y su arquitectura residencial única. Todavía hay muchas casas antiguas y casas tradicionales. Las casas comunales construidas alrededor de patios interiores (casa-patio) son el mejor ejemplo de casas cordobesas. Son de origen romano con un toque andaluz, y aumentan la presencia de agua y plantas en la vida cotidiana.
     La Gran Mezquita de Córdoba representa un logro artístico único debido a su tamaño y la altura de sus techos. Es un testimonio insustituible del Califato de Córdoba y es el monumento más emblemático de la arquitectura religiosa islámica. Fue el segundo más grande en superficie, después de la Mezquita Sagrada en La Meca, anteriormente solo alcanzada por la Mezquita Azul (Estambul, 1588), y era un tipo de mezquita muy inusual que atestigua la presencia del Islam en Occidente. 
     En cuanto a la arquitectura, ha representado un campo de pruebas para las técnicas de construcción, que han influido tanto en la cultura árabe como en la cristiana desde el siglo VIII. Es un híbrido arquitectónico que une muchos de los valores artísticos de Oriente y Occidente e incluye elementos hasta ahora desconocidos en la arquitectura religiosa islámica, incluido el uso de arcos dobles para sostener el techo. Posteriormente, esto tuvo una gran influencia en toda la arquitectura española. Asimismo, la combinación de la bóveda de crucería, con un sistema de arcos de polilobulados entrelazados, proporciona estabilidad y solidez al conjunto.
     Entre los criterios que han primado para su declaración como patrimonio mundial, están:
        I.- La Gran Mezquita de Córdoba, con sus dimensiones y su altura interior, que nunca se imitaron, la convierten en una creación artística única.
        II.- A pesar de su singularidad, la mezquita de Córdoba ha ejercido una influencia considerable en el arte musulmán occidental desde el siglo VIII. Influyó también en el desarrollo del estilo Neomudéjar del siglo XIX.
        III.- El Centro Histórico de Córdoba es el testimonio de la relevancia del Califato de Córdoba (929-1031): esta ciudad, que, según se dice, incluyó 300 mezquitas e innumerables palacios, y fue el rival de Constantinopla y Bagdad.
        IV.- Es un ejemplo sobresaliente de la arquitectura religiosa del Islam.
     El poblamiento de Córdoba se remonta a la Edad del Bronce, si bien la fundación de la ciudad tiene lugar a mediados del siglo II a.C. por el pretor Claudio Marcelo, convirtiéndose en capital de la Hispania Ulterior y más tarde de la Bética, llegando a tomar el título de Colonia Patricia, lo que pone de manifiesto la prosperidad y prestigio de que ya entonces gozaba. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, la ciudad cayó bajo poder del Imperio Bizantino hasta que fue conquistada en el año 572 por el rey visigodo Leovigildo. Hacia finales del siglo VII, las luchas civiles y las intrigas políticas debilitaron el poder visigodo, lo que facilitó la penetración de los musulmanes en la península en el año 711 y la rápida conquista del país, que permanecería bajo la dependencia del Emirato de Damasco. 
     En el año 717 Córdoba se convirtió por sus características geográficas y sus posibilidades estratégicas en capital de Al-Andalus; en 756 el príncipe omeya Abd al-Rahman I logra erigirse con el poder en Al-Andalus y establece el Emirato Independiente de Córdoba; en 929 Abd al-Rahman III proclama el Califato de Córdoba. La ciudad alcanza entonces el cenit de su esplendor. Tras la caída del Califato, ya a principios del siglo XI, Córdoba entra en decadencia política, aunque no cultural. En 1236, el rey Fernando III de Castilla conquista la ciudad, que jugaría desde entonces un papel trascendental en las luchas contra Granada y se convertiría por ello en residencia habitual de los reyes de Castilla. 
     En el siglo XVII Córdoba se sumerge en una profunda crisis que incide negativamente en el desarrollo de la ciudad. En el siglo XVIII se asistirá a una recuperación y cobrará impulso la renovación urbana, si bien en la segunda mitad de esta centuria se llevarán a cabo algunas actuaciones negativas, como la ruptura de la muralla medieval, que vaticinan la vocación destructiva del siglo XIX. El notable crecimiento demográfico del siglo XX potenció el nacimiento de nuevos barrios, que a partir de la segunda década del siglo han ido rodeando la ciudad (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).     
     La gran ciudad califal se levanta a orillas del Guadalquivir y a los pies de Sierra Morena, por cuyas suaves faldas trepan graciosas villas que constituyen lo más reciente y alegre de su caserío.
Historia
     Poblada desde épocas muy antiguas, pro­bablemente desde hace unos trescientos mil años, a la llegada de los romanos en el 206 a.C. existía un poblado indígena en la zona que hoy ocupa el parque de Cruz Conde de nombre Corduba, que vendría a significar "altozano junto al río". Lucio Mario, el conquistador romano, permite que la ciudadela continúe con su organización íbera. Pero 37 años más tarde, en el 169 a.C., el pretor Claudio Marcelo, observando la extraordinaria situación y las características estratégicas del enclave, decide refun­darlo como colonia. Este hecho tiene como consecuencia un rápido desarrollo de la ciudad lo que, unido al establecimiento en ella de un gran número de ciudadanos roma­nos principales, la convierten muy pronto en colonia patricia y en la capital de la Hispania Ulterior. Más tarde, cuando durante la época de Augusto se produzca una nueva división de Hispania, Corduba pasará a ser la gran capital de la Bética. De esta época data la Gran Vía Augustal que unía directamente Córdoba con Roma.
     En los años 77-76 a.C. fue cuartel de invierno de las tropas de Cecilio Metelo en sus luchas contra Sertorio. La guerra civil entre César y Pompeyo le acarreó muy graves consecuencias. Dominada por los partidarios de Pompeyo, fue prácticamente destruida por éstos tras la derrota de Munda y antes de emprender su huida ante la inminente llegada de César. No obstante, la ciudad no perdió sus privilegios. El gobierno central mantuvo excelentes relaciones con los cordobeses, entre los que se contaba la familia Anneus, a la que pertenecieron los dos Sénecas, el retórico y el filósofo. Este último, que llegó a ser preceptor de Nerón, fue la figura más importante de la Córdoba romana, a la que seguiría la del poeta Lucano.
     Durante el siglo I de nuestra era, la ciudad se recupera por completo de sus heridas, reconstruyendo la totalidad de sus antiguos edificios y levantando otros nuevos. Esta situación de continuo desarrollo y prepon­derancia se desvanece con los primeros síntomas de la decadencia romana. En el siglo III, el emperador Diocleciano traslada la capitalidad de la Bética a Sevilla. Durante la época romana se produce la irrupción del cristianismo, que llega a Córdoba con prontitud. Entre los años 294 y 357 ocupa la sede episcopal cordobesa Osio, primer obispo de la diócesis, figura de capital importancia en la Iglesia cordobesa y universal y uno de los padres del Concilio de Nicea, el primero ecuménico de la Iglesia. En el siglo V sufre España la invasión de las tribus bárbaras del norte, invasión que al llegar a Córdoba produjo su ruina y su destrucción casi completa. La ciudad pretendió mantenerse independiente del nuevo poder, incluso intentó unirse al imperio bizantino, pero al fin fue conquistada por Leovigildo en el año 572. La guerra civil que éste sostuvo con su hijo Hermenegildo contribuyó más aún al deterioro de la población.
     En el año 711, tras la derrota de don Rodrigo, los árabes al mando de Mughit el-Rumí hacen su entrada en Córdoba, no por la fuerza de las armas, sino mediante un pacto con sus habitantes. Comienza de este modo una nueva época de esplendor para la ciudad. De nuevo su situación estratégica junto a las peculiares características de su territorio vuelven a imponerse en el curso de la historia. En el año 716, el emir Al-Hurr tras­ lada la capitalidad de Al-Ándalus desde Sevilla a Córdoba. En un primer momento, los musulmanes andalusíes permanecieron fieles al califato de Damasco. Pero el 14 de mayo del 756 el emir Yúsuf el-Fihrí fue derrotado a las puertas de la ciudad por el príncipe omeya Abd al-Rahmán ibn Moawyya el­ Dajil (el Inmigrado), quien, con el nombre de Abderramán I, se convirtió en emir independiente de Al-Ándalus.
     Los árabes rehicieron enteramente la ciudad, renovando su antiguo urbanismo, ennobleciéndola y engrandeciéndola bajo los patrones de una nueva civilización y resca­tando sólo algunas de sus ruinas, como el viejo puente romano. En la época de su mayor desarrollo, en el siglo X, Córdoba llegó a contar con casi un millón de habitantes y el foco de su cultura, en la que cohabitaban por igual las tradiciones árabe, judía y cristiana, se extendían por todo el mundo conocido, desde el norte de África hasta la lejana China. Abderramán III, primer califa de Córdoba a partir del 16 de enero de 929, es la figura política más significativa de este largo periodo, como el árabe lbn Rusch, más conocido como Averroes, y el judío Ben Mai­món o Maimónides, aunque algo posteriores, son los sabios más relevantes. En el año 1009, tras la muerte de Almanzor, ocurrida en el 1002, da comienzo una guerra civil que finaliza con la caída del califato en el 1031 y el comienzo de los reinos de taifa, uno de los cuales tiene su sede en Córdoba bajo el dominio de los Banu Chawar. El 29 de junio de 1236, Fernando III conquista para la causa cristiana una ciudad sumida en una profunda decadencia, con buena parte de sus grandes casas, palacios y fin­cas destruidos o abandonados.
     La conquista cristiana produjo numerosos cambios en la ciudad, aunque ya nada pudo frenar su continua decadencia. Fernando III fundó 14 parroquias, de las llamadas precisamente fernandinas y que se caracterizan por su aspecto de fortalezas, sus arcos en ojiva y sus artesonados mudéjares, estilo que supone una transición del románico al gótico. Durante dos siglos, Córdoba se vio envuelta en todas las contiendas civiles que afectaron a la monarquía castellana y a las que sólo los Reyes Católicos consiguieron poner fin. Isabel y Fernando residieron en la ciudad en diversas ocasiones. Aquí nació su hija doña María y aquí, mientras preparaban el asalto final al reino de Granada, les expuso Colón repetidamente sus proyectos para el descubrimiento de nuevas tierras allende los mares, mientras se enamoraba de la cordobesa Beatriz Enríquez, con la que vivió un largo idilio en Santa María de Trassierra y con la que tuvo a su hijo Her­nando Colón.
     Los siglos posteriores acentúan la deca­dencia de la ciudad. En el XIX la invasión francesa y los conflictos entre absolutistas y liberales tienen un gran protagonismo. En la revolución de 1868, Córdoba fue base militar de los liberales, quienes derrota­ron al ejército realista junto al puente de Alcolea, derrota que a la postre supuso la salida del país de Isabel II. Córdoba ha de esperar a la segunda mitad del siglo XX para iniciar una tan lejana como ansiada recu­peración. La ciudad crece y se moderniza, surgen nuevos barrios, se crea la Universidad y algunos polígonos industriales y un nuevo aire, innovador pero también respetuoso con muchas de las viejas tradiciones, invade las lejanas callejuelas rescatándolas de su polvoriento olvido.
Gastronomía
     La cocina cordobesa se nutre fundamen­talmente de los productos del campo, pero no rechaza en absoluto los de la mar para los que su situación estratégica permite una fácil recepción. La sierra pone en el hogar cordobés la carne procedente de animales domésticos -ovinos, bovinos y cerda- y de la abundante caza. La campiña suministra cereales, leguminosas y, principalmente, la suave delicadeza de sus acei­tes y de sus vinos. Las huertas de los alrededores, muchas de las cuales se han ido perdiendo desgraciadamente, las hortalizas, entre las que destacan por encima de todas, las exquisitas habas tempranas. A esta variedad de excelentes productos habría que añadir la gracia de las hierbas, que ponen ese punto de olor y de picardía en los guisos cordobeses. La albahaca, la hierbabuena, el perejil, el laurel, el estragón, el orégano no faltan nunca en la cocina de Córdoba.
     Una cocina, por otra parte, que en la composición de sus recetas responde a las influencias culturales de su rico pasado, principalmente a la tradición árabe y a la cristiana. Árabe es el gusto por las mezclas agridulces, como por ejemplo en el cordero a la miel; la utilización de la verdura para componer platos completos y no sólo guar­niciones, como en la boronía, un frito de calabacín y berenjenas al que modernamente se le añade pimientos y tomates, y el uso frecuente de las almendras y de las pasas -el gazpacho propio de Córdoba se hace con almendras machacadas y lleva pasas y trozos de manzana-. Los cristianos, principalmente leoneses y castellanos, aportaron a la cocina cordobesa el gusto por la carne. El valle de los Pedroches nutre la despensa de Córdoba con una magnífica carne de vacuno y de cordero, pero, sobre todo, con el cerdo ibérico, del que se aprovecha todo, pero del que cabe destacar el jamón y los embutidos. Platos fundamentales de la ciu­dad compuestos de carne son el rabo de toro, un estofado que suele servirse con patatas fritas; el flamenquín, un filete de ternera que envuelve a otro de jamón, empanado y frito, y el cordero a la caldereta, guiso con abundante tomate, pimiento, cebolla y jamón.
     La cocina cordobesa no es de horno, es de olla y de sartén. La carne suele pasar siempre por la olla, por la sartén lo que pasa es el pescado. El excelente aceite y las manos de los cocineros dan al pescado ese toque característico de la cocina del sur al que Cór­doba pone, de su propia cosecha, la especialidad del adobo. La japuta, el cazón, los boquerones pasan largas horas en el adobo antes de pasar por la sartén. Hasta con las sardinas y las caballas se preparan unos escabeches que no son otra cosa sino una variedad del adobo. Un plato autóctono con una antigüedad de más de cien años es el salmorejo, consistente en la masa de un gazpacho hecho con tomate a la que se le añaden picatostes, taquitos de jamón y huevo duro. En los postres reaparecen de nuevo las dos culturas tradicionales. Las perrunas, los pestiños y los polvorones son de origen cristiano. Por el contrario, todos los dulces de almendra, como los alfajores, tienen un origen árabe, aunque el dulce musulmán por excelencia es el pastel cordobés, gran torta de hojaldre rellena de cabello de ángel y, en algunos casos, lonchas de jamón serrano.
Artesanía
     Desde tiempo inmemorial, Córdoba ha destacado por sus labores artesanales de platería. Los plateros cordobeses, más de 25.000 en la actualidad, tienen una bien ganada fama de artistas, especialmente en trabajos de filigrana y joyería. El cuero repu­jado es un trabajo artesanal que se prac­tica en Córdoba desde la época árabe. Hay dos especialidades fundamentales, el guadamecí y el cordobán, cuya única diferencia estriba en que la labor vaya o no pintada y coloreada.
     La cerámica tradicional de uso cotidiano ha desaparecido prácticamente. En su lugar, un grupo de jóvenes artistas está haciendo valer una cerámica de diseño de gran interés. Los trabajos en cobre y en hierro forjado, la construcción de guitarras y la fabricación de muebles tienen una larga tradición y siguen practicándose profusamente.
Fiestas
     La Semana Santa cordobesa goza de un gran prestigio por la calidad de sus imágenes, por su seriedad y por el marco que constituye el recorrido de la mayoría de las procesiones. El Rescatado, el Esparraguero, la Virgen de las Angustias, la de Los Dolores y la de La Paz, el Cristo de la Misericordia y el de Ánimas son imágenes que despiertan una gran devoción entre los cordobeses.
     El mes de mayo es el gran mes festivo cordobés. Se abre con la festividad de la Cruz, que dura los tres primeros días y que llena las plazas de Córdoba de grandes cruces floridas. Entre el 10 y el 20 tiene lugar el Festi­val de los Patios Cordobeses, fiesta de exal­tación del patio tradicional cordobés, en la que éste, principalmente en su versión popular, se adorna con macetas en flor, manto­nes, cacharros de cobre, etc. y es visitado por una muchedumbre que canta, baila y bebe el buen vino de la tierra. Finalmente, en la última semana se celebra la feria de Nuestra Señora de la Salud que en los últimos años ha adquirido un esplendor extraordinario. 
     La feria de Córdoba tiene la virtud, a diferencia de la de Sevilla, de ser abierta, es decir, la mayoría de sus casetas son de entrada libre, lo que favorece la convivencia en su mayor extensión y el que nadie se sienta forastero en ella. El traslado del recinto a los terrenos de El Arenal, una gran explanada a la orilla del río, ha mejorado sustancialmente las instalaciones de la feria, haciéndola aún más luminosa. El 24 de octu­bre se celebra San Rafael, Custodio de Córdoba, día grande en el que un buen número de cordobeses salen al campo a degustar el clásico perol cordobés, arroz con carne lige­ramente caldoso.
Vida urbana
     La zona comercial se encuentra en el centro de la ciudad, en la plaza de las Tendillas y sus alrededores, en una red arterial que se extiende por Cruz Conde, Gondomar, Claudio Marcelo, Tejares y Gran Capitán, aunque últimamente están surgiendo algu­nas zonas interesantes en barrios distantes del centro, como el ángulo que forman las avenidas de Jesús Rescatado y de la Viñuela, en el barrio de Cañero Viejo.
     Aunque muy castigadas por la piqueta, toda­vía son abundantes las prestigiosas tabernas de Córdoba. A ellas acude el cordobés a beber el vino de la tierra con su reconocida mesura y sabiduría. La mayoría se encuentra en los aledaños del centro y en el casco histórico. La Sociedad de Plateros de la calle Romero Barros, la del Pisto en la de San Miguel, Casa Salinas en Tundidores, Casa Paco Acedo, junto a la Torre Malmuerta; Casa Rubio en la puerta de Almodóvar son algunas de las más visitadas. La juventud suele acudir a los pubs y disco bares que últimamente se concentran en los alrededores del Gran Capitán y en la calle Osario, aunque en los últimos años se ha puesto de moda convertir para la larga temporada de verano chalés de la sierra en pubs. En la zona de El Arenal se están instalando igualmente, después del traslado de la feria, un buen número de pubs que están empezando a sus­tituir a los de la sierra.
VISITA
     Córdoba es ciudad de amplios y variados registros que requiere una visita pausada. Si el viajero dispone de tiempo puede adentrarse por sus barrios y empaparse de los múltiples atractivos de la vida cotidiana. Para ello puede seguir el itinerario que se detalla a continuación. No obstante, si la visita es breve, puede limi­tarse a escoger aquello que le resulte más interesante.
La ruta del corazón
     Desde finales del siglo pasado, con la inauguración del ferrocarril, el corazón de la ciudad viene siendo la plaza de las Tendillas, donde se encuentra la estatua ecuestre del Gran Capitán a la que, a falta del modelo original, Mateo Inurria puso la cara del torero Lagar­tijo. En sus alrededores se encuentran algunas de las 14 parroquias que mandara fundar Fernando III tras la conquista de la ciudad.
     A la entrada de la calle Concepción se levanta la de San Nicolás, terminada en 1496 y en la que destaca su bella torre octogonal rematada en un campanario con tejado vidriado. En la plaza de su nombre se alza la de San Miguel, con su precioso rosetón en la fachada principal y la puerta mudéjar del Evangelio. Bajando por la calle Claudio Marcelo se alcanza la plaza de la Corredera*, plaza castellana con soportales, única en su género en Andalucía, mandada construir por el corregidor Ronquillo Briceño en el siglo XVII. Las mañanas de los días laborables, esta plaza se convierte en un pintoresco zoco de clarísimas resonancias árabes.
     Desde San Miguel es muy fácil llegar a la plaza de Capuchinos*, donde se encuentra el Cristo de los Faroles, uno de los lugares con mayor encanto y sabor de la geografía cor­dobesa que debe ser visitado preferentemente al anochecer.
     Muy cerca de aquí está el Campo de la Merced, donde se localiza el palacio de la Diputación, antiguo convento de Mercedarios, posteriormente hospicio y único gran ejemplo de arquitectura barroca con que cuenta la ciudad. Fue restaurado hace algunos años por el arquitecto Rafael de la Hoz y en la actualidad ofrece el mismo aspecto que en la construcción primitiva. De él sobresalen la fachada, los patios y la gran escalera principal. En el extremo opuesto de los jardines se levanta la torre de la Malmuerta, torre albarrana de la antigua muralla, cuyo nombre responde a una antigua leyenda de crímenes y de venganzas. Próxima a ella, por la avenida de las Ollerías, se abre la puerta del Colodro, que da paso a los antiguos barrios de Santa Marina* y San Lorenzo*, en los que se encuentran las dos bellas iglesias fernandinas que le dan nombre.
     Desde la plaza de la Corredera, pasada la calle de Armas, tras cruzar la plaza de las Cañas, se alcanza la plaza del Potro*, uno de los lugares más pintorescos de Cór­doba. Centro neurálgico de la ciudad cuando aún no se había construido el ferrocarril, la plaza fue lugar de encuentro de tratantes y de mercaderes, de labriegos que venían a ofrecer el producto de sus tierras y de pícaros que se ganaban la vida trapicheando de acá para allá. En el centro se encuentra la bella fuente coronada por el potro que da nombre a la plaza. En un lateral se alza la antigua posada del Potro, mencionada en diversos lugares por Miguel de Cer­vantes que vivió durante algún tiempo en la calle de la Sillería, hoy Romero Barros, situada en una esquina de la plaza. En la fachada de enfrente está el Museo Provincial y, sobre todo, el Museo de Julio Romero de Torres, el gran pintor de la mujer cordobesa, muerto en los años treinta de este siglo. Tanto uno como otro museo se encuentran ubicados en el antiguo Hospital de la Caridad, un sólido edificio renacentista del que se sigue conservando el pórtico.
     Al Museo Provincial se accede a través de un romántico jardín adornado con numerosas esculturas de carácter clásico. Posee una magnífica colección de pinturas principalmente tardomedievales y de pintores cordobeses del barroco, aunque no son nada desdeñables las obras posteriores. En sus diversas salas pueden contemplarse, entre otros muchos, trabajos de Alejo Fernández, de Juan de Valdés Leal, de José Sarabia, de Zurbarán, de Antonio del Castillo, de Regoyos, de Rusiñol o de Zuloaga. Entre los numerosísimos cuadros cabría destacar un Cristo atado a la columna, de Alejo Fernández, un San Pedro y San Pablo de Antonio del Castillo, los retratos de Carlos IV y María Luisa de Goya y la Virgen de los Plateros de Valdés Leal. El museo cuenta además con una sala dedi­cada íntegramente al escultor cordobés Mateo Inurria, figura cumbre de la escultura española del siglo XIX y principios del XX.
     El Museo de Julio Romero de Torres** fue en vida del artista su casa particular y su estudio y guarda una buena colección de sus obras, entre las que hay que mencionar la Chiquita Piconera, cuyo nombre ha corrido en romances que han cantado las mejores cupletistas del país; el Poema de Córdoba, el Cante Jondo, una alegoría del cante flamenco y de su ambiente tal y como los veía el artista; la Magdalena, la Nieta de la Trini, Viva el Pelo y Naranjas y limones, título irónico, si se tiene en cuenta que el cuadro repre­senta a una mujer con el busto desnudo y con unas naranjas en la mano.
La ciudad medieval
     El gran centro histórico de Córdoba se loca­liza en la mezquita** y sus alrededores. La mezquita, convertida en catedral tras la conquista cristiana, es el principal legado arquitectónico que dejaron los árabes en la ciudad. Con sus 24.000 m2 es el mayor edificio religioso del mundo musulmán. Se levantó en varias fases. La mezquita inicial fue construida entre los años 780 y 785 por Abderramán I en el solar que había ocupado la basílica cristiana de San Vicente, que en un primer momento habían utilizado conjuntamente cristianos y musulmanes y que, finalmente, Abderramán I compró a aquellos por la elevada suma de 100.000 dinares.
     La característica más llamativa de esta mezquita era su orientación. Todas las mezquitas árabes están orientadas hacia La Meca; ésta, en cambio, en lugar de mirar hacia el este, como debiera, mira hacia el sur. Esta orientación pervivió a lo largo de las sucesivas ampliaciones que se produjeron, la primera entre el 833 y el 852, bajo el mandato de Abderramán II; la segunda entre el 961 y 966, siendo califa Alhaken II y, por último, la tercera, entre el 987 y el 990, siguiendo las órdenes de Almanzor. El exterior del edificio tiene aspecto de fortaleza, con sus muros de cantería rematados en almenas. Como todas las mezquitas, la de Córdoba tiene también un patio -llamado de los Naranjos-, para las abluciones y una parte cubierta destinada a la oración. Al patio se accede por diversas puertas, la mayoría de ellas de construcción cristiana. La más importante es la del Perdón, situada junto a la torre, puerta monumental de estilo mudéjar construida en 1377 bajo el reinado de Enrique II y cuyo nombre se debe al hecho de que era aquí donde se otorgaba el perdón a los penitentes.
     El interior del templo es un océano de columnas que sirven de soporte a la cubierta apoyada en arcos dobles de herradura y de medio punto y, en algunos casos, lobulados. El conjunto se compone de 11 naves longitudinales y 12 transversales formadas por más de 1.000 columnas de diversa procedencia, en las que se observan capiteles bizantinos, visigodos, corintios, etc. En la construcción de la mezquita, los árabes no inventaron nada. Su mérito consistió en fundir en un solo edificio una variedad de estilos arquitectónicos hasta conseguir el califal o árabe cordobés. En el muro sur o qibla, se encuentra el mihrab, capilla hacia la que se orientaban los fieles durante la plegaria. Es ésta la zona más sun­tuosa y espectacular de la mezquita musulmana. Arcos trilobulados cierran el conjunto, mosaicos de oro recubren las paredes de la habitación ochavada, cuyo techo se abre en una espléndida venera o concha marina con caracteres cúficos que dan diversas noticias de su construcción.
     En medio de la mezquita, tras prolongadas disputas que estuvieron a punto de costar el derribo del templo musulmán, los cristianos construyeron la catedral. Es ésta una sólida obra encastrada perfectamente en el edificio árabe. Su construcción comenzó en 1523 bajo el patrocinio del obispo Alonso Manríquez y las obras se prolongaron hasta el 1617. Este largo espacio de 94 años propició la adopción de diversos estilos, gótico, en una primera fase, herreriano y, finalmente, barroco. En esta obra sobresale por encima de todo el coro, talla de Pedro Duque Cornejo en madera de caoba traída expresamente de la isla de Santo Domingo.
     Con antelación a la catedral, los cristianos habían construido una serie de capillas que fueron ocupando los muros laterales y algu­nas otras zonas del edificio musulmán. Entre ellas destacan la Capilla Real y la de Villa­viciosa, ambas adyacentes y situadas entre la catedral y el mihrab.
     A la izquierda de la mezquita, conforme se sale por la puerta del Perdón, se extiende el barrio de la Judería*, que sigue con­servando en la actualidad la conformación y prácticamente el aspecto que tuvo en la época musulmana. Por Deanes y Romero se sale a la plaza del Cardenal Salazar, donde se encuentra actualmente la Facultad de Filosofía, en el antiguo hospital de Agudos, gran edificio del siglo XVIII con un bello patio central al que se adosa la capilla de San Bartolomé, de estilo gótico mudéjar. Esta capilla mira hacia la plazuela de Maimónides.
     Aquí se localiza el Museo Municipal Taurino, que guarda una amplia colección de recuerdos de los más afamados toreros cordobeses, entre ellos Machaquito, Lagartijo y Manolete .A la izquierda del museo, la calle de los Judíos lleva a la sinagoga*. Fue construida en 1315, reinando en Castilla Alfonso XI. Tiene una clara influencia mudé­jar y es una de las tres que se conservan en España y la única que existe en Andalucía. La calle muere en la puerta de Almodóvar, por donde discurre la muralla, una buena parte de cuyo lienzo se mantiene aún en pie y en buen estado de conservación.
     Todas estas callejuelas de laberíntico tra­zado se abren en inesperadas plazoletas de gran encanto. Frente a la de Tiberiades, en la misma calle de los Judíos, donde hay una estatua del gran filósofo hebreo Maimónides, se encuentra el Zoco, mercado de artesanía que se extiende a través de los patios de una antigua casa de esencias mudéjares. Desde la plazuela de Maimónides, por Tomás Conde, se desemboca en el Campo Santo de los Mártires, donde hay unos baños árabes, desde hace largo tiempo en restauración.
     Enfrente, a espaldas del río y mirando a los jardines, se levanta el suntuoso alcázar de los Reyes Cristianos*, residencia en diversas ocasiones de los Reyes Católicos. Fue construido en 1328 por orden de Alfonso XI, aunque sobre cimientos de otro muy anterior, probablemente romano. Posee unos bellísimos jardines con cinco albercas mudéjares, una amplia zona amurallada y una magnífica torre del homenaje. Tras ser residencia real, el lugar fue sucesivamente sede de la Inquisición y cárcel militar y civil. Posteriormente pasó a depender del Ayuntamiento, restaurándose y reservándose para la celebración de acontecimientos de importancia. En su interior se guarda un bellísimo sarcófago romano del siglo III y, en el salón de los Mosaicos, varios de ellos igualmente romanos, entre los que sobresalen los de Polifemo y Galatea y Psique y Cupido. Junto al alcázar se encuentra el edificio de las Caballerizas Reales que da entrada al barrio del Alcá­zar Viejo* o de San Basilio, antiguo barrio cordobés en el que pueden encontrarse algunos de los patios populares más característicos de la ciudad.
     Atravesando el barrio y saliendo por la puerta de Sevilla, al otro lado de la avenida del Conde de Vallellano, en la de Linneo, a la orilla del río, se localiza el jardín botánico, lugar delicioso, de visita obligada sobre todo por su colección de flora iberoamericana.
     En la fachada norte de la mezquita, junto a la puerta del Perdón, hay una capillita con la Virgen de los Faroles, copia de una pintura de Julio Romero de Torres realizada por su hijo Rafael. Frente a ella se abre la calle de Veláz­quez Bosco, el arquitecto director de las impor­tantes obras de restauración que se llevaron a cabo en la mezquita a principios del presente siglo. A pocos pasos de esta calle, a la derecha, se encuentra la calleja de las Flores*, callejita sin salida que termina en una recoleta plazuela y que constituye uno de los rincones más emblemáticos de la ciudad. Pasada la imagen de la Virgen, frente al ángulo que forman los muros de la mezquita, está la calle de la Encarnación, al final de la cual se levanta el convento cisterciense de monjas de clausura. Fundado en 1503, es uno de los numerosos conventos con que cuenta Córdoba. Su iglesia barroca, construida en el siglo XVII, posee un hermoso retablo mayor.
     Desde aquí, por la calle Rey Heredia y por la del Horno del Cristo, se llega a la bella y silenciosa plaza de Jerónimo Páez, rincón habi­tualmente solitario y acogedor, en uno de cuyos ángulos, en el que fuera palacio de Jerónimo Páez, se alza el Museo Arqueológico*. Es éste un gran edificio renacentista de sólida belleza, en el que destaca la fachada, obra de Francisco Jato y Francisco de Linares siguiendo el diseño de Hernán Ruiz el Viejo, y los patios, remansos de luz y de paz. Guarda el museo espléndidas colecciones de todo tipo de objetos desde la prehistoria hasta la época medieval: leones ibéricos, fíbulas, puntas de flecha, vasos, sarcófagos, estatuas y mosaicos romanos bellísimos, así como una variadísima gama de reliquias árabes. De esta enorme riqueza cabe destacar un león ibérico hallado en Nueva Carteya, una estatua del dios Mithra, un busto del emperador Commodo, cruces visigodas del tesoro de Torredonji­meno y un cervatillo de bronce encontrado en Medina Azahara.
     Frente al muro sur de la mezquita se alza el triunfo de San Rafael más ostentoso de los muchos con que cuenta Córdoba, una columna votiva asentada sobre un pedregal, en la cumbre de la cual aparece la imagen del arcángel peregrino. Es obra de Michel de Verdiguier.
     Cruzando el río se tiende el puente romano, de cuya obra original sólo se conservan los cimientos y cuya entrada sur pro­tege la torre de la Calahorra, antigua fortaleza musulmana que en la actualidad es sede del Instituto para el Diálogo de las Tres Culturas. En el río se ven aún algunos moli­nos árabes, entre los que sobresale el de la Albolafia, situado junto a la margen derecha y muy próximo al alcázar. Frente al muro de poniente de la mezquita, en la calle Torrijos, se levanta el Palacio Episcopal, que cobija el Museo Diocesano de Bellas Artes, y el antiguo hospital de San Sebastián, ocupado hoy en parte por el Palacio de Congre­sos y en el que sobresale su bellísima fachada* del siglo XVI, en estilo gótico florido.
ALREDEDORES
     Desde el Campo de la Merced, por el viaducto que cruza la red del ferrocarril, se toma la avenida del Brillante que conduce a la espléndida cornisa serrana que rodea por el norte a la ciudad. En esta cornisa se encuentran muchos lugares de serena belleza y algunos de los parajes más carismáticos de Córdoba.
     Siguiendo la avenida del Brillante, que a la altura de la Huerta de los Arcos se convierte en la carretera de Villaviciosa, se llega a través de un paisaje serrano de encinas y de monte bajo en el que sobresale el madroño al Lagar de la Cruz, a unos 7 km de la ciudad. A la derecha, una desviación conduce a la carretera de los Villares y al santuario de Scala Coelis o de Santo Domingo.
     Es éste un pequeño monasterio fundado por San Álvaro de Córdoba en el siglo XIV, en el que vivió durante algún tiempo Fray Luis de Granada. Consta de una pequeña iglesia repleta de frescos y de imágenes barrocas, del convento propiamente dicho, de algunas ermitas que sirven de retiro y de una hermosa huerta.
     A la izquierda del Lagar de la Cruz otra desviación conduce a las Ermitas*, gran referente místico de la ciudad. Se trata de un eremitorio compuesto por 13 pequeñas ermitas y una iglesia enclavado en un agreste paisaje con magníficas vistas de Córdoba y de la cam­piña. Fueron fundadas en el siglo XVIII, pero responden a la larga tradición cenobítica que existía en la zona.
     Desde las ermitas sale una carretera que lleva a Santa María de Trassierra y que con­fluye, unos 4 km adelante, con la que sube directamente desde Córdoba. En este cruce, un ramal que lleva a la carretera de Palma del Río, conduce al monasterio de San Jerónimo de Valpa­raíso, convento de monjes jerónimos fundado en el siglo XV, en el que vivió Ambrosio de Morales, cronista de la ciu­dad y hombre de vasta cultura. Posee un bellísimo claustro ojival y una terraza con magníficas vistas de la ciudad. En la actualidad es propiedad privada de los marqueses del Mérito y no puede visitarse, pero sí que puede con­templarse el bello paisaje en el que se encuen­tra y el conjunto su edificación.
     Debajo del monasterio se encuentran las ruinas de Medina Azabara*, la ciudad de las Mil y una noches que mandara construir Abderramán III para su favorita en el año 936 de nuestra era.
     Las ruinas de la que fue bellísima ciudad musulmana se localizan en la falda de Sierra Morena, a los pies del convento de San Jerónimo.
Historia y visita
     Abd er-Rahmán III al Nasir (891-961), octavo emir independiente y primer califa de Córdoba, reinó durante cuarenta y nueve años, desde el 912 hasta su muerte. Durante su dilatado reinado, el dominio musulmán en España alcanzó el grado de máximo esplendor. Fue un monarca extraordinario y una de las figuras más importantes de la España hispano-árabe. Pacificó y unificó Al-Ándalus, engrandeció Córdoba, embelleciéndola y convirtiéndola en la primera capital política, científica y cultural del mundo occidental.
     Entre sus esposas y concubinas destacó Zahra, su favorita, alrededor de la cual se tejió la leyenda de la fundación de la ciudad. Zahra murió dejando una gran fortuna que, de acuerdo con su testamento, debía destinarse a rescatar musulmanes cautivos en tierras cristianas. El califa mandó emisarios a los reinos cristianos, no pudiendo encontrar ni un solo moro preso. Entonces decidió utilizar aquellos caudales para fundar una ciudad que llevaría el nombre de su amada. Esta ciudad fue Madinat al-Zahra, que en notación castellana se escribe Medina Azahara y que en árabe significa "la ciudad de flor".
     La ciudad se levantó a 8 km al este de Córdoba, al pie del monte que llamaban de la Novia. Su construcción duró veinticinco años, pero mucho antes de su finalización ya se había convertido en uno de los lugares más portentosos del mundo y en sede de la corte. Embajadores bizantinos hablan de las bellezas sin parangón que encerraban sus muros. Tuvo planta rectangular y se construyó en terrazas, aprovechando la falda del monte. En lo más alto estaba el palacio del califa; a continuación se extendía un enorme terreno de jardines y huertos y, por último, en lo más bajo, los salones de recepción, mezquita, viviendas para el personal de servicios y el resto de los departamentos de la administración.
     La riqueza con la que se realizó la edificación es inconmensurable. A título de ejemplo, el salón del Califato, lugar en el que habrían de llevarse a cabo los actos de proclamación y elevación al trono de los califas, tenía los muros cubiertos de mármo­les transparentes de diversos colores; las puertas, ocho en cada lado, estaban formadas por arcos de marfil y ébano apoya­dos en columnas de jaspe y cristal de roca, con gran profusión de perlas y rubíes engas­tados. En el centro del salón había una fuente de mercurio cuyas irisaciones deslumbraban a los invitados.
     Como todo lo hermoso, la ciudad tuvo una vida efímera. A los setenta y cuatro años de su construcción, en el 1010, fue destruida por los bereberes. En 1236, a la conquista de Córdoba por Fernando III, no quedaba de Medina Azahara más que un enorme montón de ruinas y el recuerdo de su grandiosidad.
     Desde esta fecha son incalculables las piedras, las columnas, los mármoles, los objetos de todo tipo que se han ido sacando de entre los escombros para emplearlos en construcciones cordobesas. El convento de San Jerónimo, por ejemplo, que se encuentra sobre el rectángulo que ocupó la ciudad, fue construido casi enteramente con materiales sacados de aquellas ruinas.
     En la actualidad y desde hace bastantes años se están llevando a cabo trabajos de excavación y, en la medida de lo posible, de restauración. Se han recuperado partes sumamente valiosas que dan idea de la anti­gua grandiosidad de la urbe.
     Desde la entrada, un caminillo en pendiente lleva hasta el salón de Audiencias, estancia rectangular con fabulosas labores de atauriques, preciosas colum­nas y delicados arcos, que se abre a una explanada en la que aparece una piscina en otro tiempo llena de mercurio. Desde aquí desciende el terreno hasta la cerca que linda con la carretera. Han aparecido restos de la mezquita y por doquier, ordenados y clasificados, se descubren arcos, columnas, fustes, cimientos inclu­so, que permiten rehacer teóricamente estancias y dependencias, todo ello de una belleza formidable.
     En estos momentos está en ejecución un proyecto consistente en rehacer tal y como se sabe que eran los espléndidos jardines, a los que se pretende regar con el sistema que montaron los árabes, cuyas canalizaciones y galerías a través de la serranía se han mantenido en pie (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

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