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sábado, 26 de septiembre de 2020

La Capilla de la Virgen del Madroño, en la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de la Virgen del Madroño en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.        
     Hoy, sábado 26 de septiembre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de la Virgen del Madroño en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
   En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de la Virgen del Madroño [nº 022 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Anteriormente ha estado dedicada esta capilla al "Descendimiento de la Cruz", que patrocinó el canónigo Diego Alonso de Sevilla a fines del siglo XV; ha estado dedicado a San José y, en 1699, a San Agustín, que aún era su titular en 1845. La imagen de la Virgen también ha sido denominada "de las Ánimas" (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   La Catedral de Santa María de la Sede (avenida de la Constitución, aunque la visita cultural se efectúa por la calle Fray Ceferino González, del Barrio de Santa Cruz, en el Distrito Casco Antiguo); en el muro de los pies de la Catedral de Sevilla, se sitúa una capilla dedicada a venerar la imagen de la Virgen del Madroño, muy semejante al de Nuestra Señora de la Cinta, ubicado al lado contrario de la Capilla de San Isidoro. De fines del siglo XV, fue dedicado por Diego Alonso de Sevilla al Descendimiento de la Cruz. Contiene una composición escultórica realizada en alabastro policromado en la que se representa a la Virgen con el Niño, conocida antiguamente como "de las Ánimas"; a sus pies, un ángel arrodillado en actitud de ofrenda. Se cree que el conjunto fue realizado también por Lorenzo Mercadante de Bretaña alrededor de 1.455. 
   La Virgen del Madroño se venera en un sencillo retablo neoclásico del siglo XVIII, sito en el muro occidental o de los pies de la catedral. Se trata de una sencilla composición destinada a acoger en la hornacina de su único cuerpo el grupo escultórico de la "Virgen del Madroño". Tiene forma de portada clásica sobre pilastras y en el frontón partido se inscribe una repetición a menor escala del elemento principal pero con remate de frontón curvo, que a modo de ático alberga una pequeña pintura de la Pasión de Cristo (se trata de una pequeña pieza en la que se recogen los azotes de que fue víctima Jesucristo cuando después de haber sido interrogado por Pilatos éste le entrega a los soldados para que lo flagelen con látigos provistos de nudos, bolas de metal o pedazos de huesos según versiones; como es descrito por los evangelistas Mateo (27, 26), Marcos (15, 15) y Juan (19, 1). Sigue esta obra una composición muy tradicional ya que los verdugos en número de dos, se colocan uno a cada lado de Cristo en disposiciones de movimiento. Éste, atado a una columna de alto y delgado fuste,-como se preconizaba antes del Concilio de Trento, siguiendo el modelo de la del Santo Sepulcro de Jerusalén- se encuentra en pie y desnudo, salvo un escueto sudario. Las actitudes expresivas de los protagonistas son extrañamente indolentes y sus fisonomías tienen un tratamiento muy débil) [Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía].
   Está situada en sencillo retablo situado en el muro occidental o de los pies de la Catedral.
   Se trata de un grupo en alabastro policromado, de gran interés iconográfico y artístico. En efecto, la Virgen que sostiene al Niño en su brazo izquierdo, es el tipo de la llamada por los exégetas "la Madre desairada"; en cuanto muestra su pecho para lactar a Jesús, quien vuelve el rostro hacia el espectador, bendiciéndolo. A los pies un ángel genuflexo, ofrenda a Jesús la cestilla con los simbólicos madroños. También podíamos definir al grupo Madre-Hijo como variante de la Virgen de Belén o de la Leche. El brial de la Señora está atado por un cintillo en cuello de avispa muy bajo los senos, símbolo de la virginidad. Magníficas las patéticas expresiones. Espléndidos ropajes, calzas (xervillas), etc.
   Muy correctos su dibujo, modelado y talla. Se relaciona con Lorenzo Mercadante de Bretaña y se piensa juiciosamente que puede referirse a esta obra el pago que se hizo al escultor en 1454 por el bulto de la imagen Nuestra Señora la Virgen María. El grupo es digno de figurar en la producción de tan glorioso artista (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas de la Catedral de Sevilla en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
   Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos. En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
   De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.
   El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
   Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
   Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
   En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
   Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
   Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
   Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
   En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
   Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
   Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
   Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
   A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
   La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o  de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
   El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
   La Virgen de parto sobre el lecho
   Así como la Virgen encinta se separa del grupo de la Visitación, la Virgen acostada sobre el lecho de parturienta y acariciando al Niño recién nacido se nos aparece como la figura esencial, presentada aisladamente, del grupo de la Natividad.
   Esta representación, que también apareció a finales de la Edad Media, ha sido popularizada por visiones de monjas místicas. La crónica del convento de las dominicas de Unterlinden en Colmar, que data del siglo XIV, refiere por ejemplo que «La hermana Gertrudis vio en la noche una muy bella cama situada en medio del coro. Sobre esa cama estaba acostada la Madre de Dios (die Gottesgebärerin) que acariciaba a su hijo sobre su vientre».
   Lo que confirma este origen es que las figuras de este tipo recogidas en los museos, de madera o de cerámica, proceden casi todas ellas de conventos de mujeres.
   Nuestra Señora de la leche
   Este tipo de Virgen nodriza es el más antiguo de todos. Se lo encuentra a partir del siglo II en el arte de las catacumbas (Pintura mural de la catacumba de Priscila) y sus orígenes iconográficos se remontan al grupo egipcio de Isis amamantando a Harpócrates (Horus), cristianizado por el arte copto (Pintura mural de Bauit)
   Lo que no se había visto hasta entonces es que una virgen pueda amamantar un recién nacido, pero las religiones no dependen de un milagro más o menos y quienquiera que admita la concepción y el parto virginales puede también creer en la lactancia virginal. El hecho estaba probado por los Evangelios y la liturgia. En Luca 2: 27, y en un Responso de la Octava de Navidad se lee: «Beata ubera quae lactaverunt Christum Dominum» ¿Acaso San Agustín no había escrito: «lntumescunt ubera Virginis et intacta manent genitalia Matris»?
   Un villancico de Champaña, que combina el latín macarrónico con el francés, nos demuestra que el pueblo encontraba del todo natural dicho milagro:
          El Niño toma la teta
          Et lacte pascitur.
          Es leche de virgen
          Quod non corrumpitur.
          La cosa es bien nueva
          Quod virgo mater est
          Y sin culpa carnal
          Hic puer natus est.
   La iconografía de las Vírgenes de leche es extremadamente diversa y matizada. Éstas se diferencian por su actitud y por la manera, más o menos generosa, en que descubren sus pechos. En el siglo XIV, la abertura o hendidura del vestido sólo deja entrever el pecho virginal. En el siglo XV, con la Virgen de la leche de Jean Fouquet, hay una verdadera ostención.
   Para amamantar al niño están ya de pie, ya sentadas, y hasta acostadas, como en un pictórico bajorrelieve  policromado del Museo Arqueólogico de Dijon.
   En la escultura francesa de la Edad Media, las más bella y monumental de estas Vírgenes nodrizas es la que proviene del priorato de Villebougis, cerca de Sens. 
   Caravaggio, gran inventor de nuevos temas de un realismo a veces chocante, ha pintado en un cuadro que se conserva en la Galería Nacional de Roma La Virgen destetando al Niño Jesús. El Niño contrariado intenta en vano abrir la blusa de su madre que no quiere seguir siendo su nodriza.
   Cuando el Niño es destetado la Virgen le da gachas de leche con un cazillo. Ese motivo de la Virgen de la sopa o Virgen con la cuchara parece haber sido de la particular preferencia de los pintores flamencos de finales de la Edad Media, tales como Isenbrandt y especialmente G. David, que nos ha dejado numerosas réplicas (Palazzo Bianco de Génova, Museos de Bruselas y de Estrasburgo).
   La Virgen de humildad
   En  el arte italiano del Trecento  surgió bajo el nombre de Virgen de Humildad (Madonna dell' Umilità), una variante de la Galaktotrofusa bizantina o Virgen de la leche, reconocible por la particularidad de estar sentada en el suelo, a veces sobre un cojín. Este motivo, de origen dominico sin duda, nació en Umbría o en las Marcas y fue adoptado por la escuela de Siena.
   En el arte francés, como en el italiano, el pecho de la Virgen aparece ya velado u oculto por la cabeza del Niño, ya enteramente desnudo. Tal es el caso de la Virgen de Melun (Museo de Amberes), en la cual Jean Fouquet hace surgir a plena luz la perfecta redondez de un pecho que sería, aseguraban sus contemporáneos, el de la amante del rey Carlos VII, Agnes Sorel, que estaba muy orgullosa de «la blancura  de sus pezones».
   Germain Pilon, por el contrario, en su encantadora Virgen de mármol de Notre Dame de la Couture, en Mans, muestra más discretamente al Niño deslizando su manita sobre la blusa materna, para desabrocharla.
   En el siglo XVI, la Virgen con el pecho desnudo, ampliamente descubierta, se convirtió en una de las características de la escuela milanesa, muy frecuente en Leonardo da Vinci y sus discípulos; pero es un motivo infrecuente en las otras escuelas italianas.
   El ataque de pudor que caracteriza a la reacción católica de la Contrarreforma tuvo como efecto desterrar de las iglesias ese tipo de Virgen de la Leche que no contradecía la fe de nuestros antepasados ni menguaba nada la reverencia por Nuestra Señora, pero que el Renacimiento pagano habría terminado por metamorfosear en Diana mamilar de Éfeso o en fuente uberal.
   No se puede cerrar el capítulo de la Virgen de la Leche sin recordar temas análogos donde la Virgen, nodriza generosa e inagotable, ya no amamanta más al Niño Jesús sino, simbólicamente, a su ferviente caballero san Bernardo, a la comunidad de los fieles e incluso a las almas sedientas del Purgatorio.
   No insistiremos en la Lactancia de san Bernardo, que recibe en los labios alguna gotas de la leche que salta del pecho de la Virgen, puesto que ese motivo encuentra su lugar natural en la iconografía de los santos.
   Una curiosidad iconográfica menos conocida es una pintura catalana del museo de Valencia que se puede fechar hacia 1440. La lactancia aquí ya no se limita a san Bernardo, sino que se dispensa a todos los fieles: hombres y mujeres, de rodillas, recogen en recipientes la leche que escapa del pecho de la Virgen amamantando al Niño Jesús. Esta invención de mal gusto, que recuerda al Lagar místico en el que los fieles recogen la sangre del Redentor, es una adaptación del tema de la Virgen de Misericordia: la Mater omnium se convierte en la Nutrix omnium
   Los pintores de Italia meridional han ilustrado en el siglo XV otro motivo no menos curioso. La Virgen nodriza está de pie con el Niño en el brazo izquierdo, de sus pechos desnudos brotan dos chorros de leche que refrescan las almas que emergen de las llamas del Purgatorio. El nombre de una de las iglesias de Roma, Santa María dell' Anima, dedicada a Nuestra Señora, procedería de un cuadro de ese género.
   Así, en el arte impregnado de sensualidad mística, con frecuencia equívoca, de finales de la Edad Media, el culto de los senos de la Virgen forma pareja con el culto de las llagas de Cristo. La  leche de la Virgen y la sangre del Redentor frecuentan las imaginaciones de los creyentes, igualmente sedientos de estos dos brebajes místicos. San Agustín está representado entre la Virgen que amamanta al Niño y Jesús mostrando sus llagas con estas palabras que escapan de sus labios: "Hic ab ubere lacter, hic a vulnere pascar; positus in medio, quo vertar nescio".
   Volveremos a encontrar esta oposición en el ciclo de la Intercesión con la Virgen mediadora, que muestra a su Hijo los senos que lo han alimentado, al tiempo que Cristo muestra a su Padre sus heridas sangrantes.
   El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
   Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
   A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
   Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo de l alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
 A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
   Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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