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domingo, 20 de marzo de 2022

La pintura "Beato Ambrosio Sansedoni", de Vicente Alanís, en la cúpula del crucero de la Iglesia de San Jacinto

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura del Beato Ambrosio Sansedoni, de Vicente Alanís, en la cúpula de la Iglesia de San Jacinto, de Sevilla.   
     Hoy, 20 de marzo, en Siena, ciudad de Toscana, en Italia, Memoria del Beato Ambrosio Sansedoni, presbítero de la Orden de Predicadores, que fue discípulo de San Alberto "Magno", y aunque eximio en doctrina y predicación, se mostró al mismo tiempo sencillo para con todos (1287) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura del Beato Ambrosio Sansedoni, de Vicente Alanís, en la cúpula de la Iglesia de San Jacinto, de Sevilla.
      La Iglesia de San Jacinto [nº 89 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 27 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Pagés del Corro, 88; en el Barrio de Triana Este, del Distrito Triana.
   Parece común en estas pinturas, realizadas por Vicente Alanís en el último cuarto del siglo XVIII, que cuanto más reducido es el espacio para representar los santos dominicos, más complicada se presenta la manera elegida para hacerlo. La silueta de las pinturas es mixtilínea, ya que se encuentran inscritas en el hueco que habilitan las yeserías con rocallas y decoración floral. En el vértice inferior, unas cabezas de ángeles señalan en cada uno de los casos la aparición de una cartela con el nombre del santo representado, en clara correspondencia con los que delimitan el espacio en la zona superior de la pechina.
   S. Ambrosius De Sena Doctor Pacificus reza la inscripción dispuesta bajo la pintura, para que no se confunda al santo dominico con el destacado arzobispo de Milán, protagonista indudable de la Historia de la Iglesia occidental en el siglo IV. En este caso, se trata de un destacado dominico que, desde sus primeras horas estuvo tocado por la gracia de Dios. Así lo demuestran los prodigios y milagros que rodearon su vida. Por ejemplo, estando aún en la cuna un enjambre de abejas le entró por la boca. El pequeño no sufrió ningún daño, pero poco después fue abandonado por sus padres y puesto al cuidado de una matrona pobre de Siena debido a la deformidad con que nació: las extremidades se hallaban pegadas al tronco del niño. Su madre adoptiva, una piadosa mujer, lo llevaba constantemente a la iglesia para pedir a Dios por su salud. El crío, en esta circunstancia, se sosegaba, y cuando era alejado del altar estallaba en gritos y llantos. Llegado un día se obró el milagro. Al pequeño Ambrosio se le separaron los brazos y los juntó para rezar, diciendo: Jesús, Jesús, Jesús. A partir de la transformación del niño, vuelve a ser acogido por sus padres biológicos y crece desarrollando un espíritu excesivamente caritativo y austero, prueba inequívoca de su camino a la santidad, según Fernando del Castillo. También está escrito que muchas veces burló las tentaciones que le presentó el demonio, quien se le apareció en repetidas ocasiones tomando apariencias diversas. En la pintura de Alanís aparece en actitud orante, con las manos extendidas y con la mirada fija en el cielo. La Paloma del Espíritu Santo le asiste y le habla al oído, tal y como creían los que le escuchaban predicar, tal era la lucidez y pasión que lo acompañaban en ese trance. Las pequeñas figuras rodeadas por un círculo que aparecen en el cielo pueden hacer referencia al resplandor que muchos testigos aseguraron ver alrededor de la cabeza de San Ambrosio en una de sus prédicas, aquí simbolizado por representantes de la orden dominica. A la izquierda de la composición aparece una fortaleza y debajo un moribundo o mendigo de los que atendía todas las semanas. A la derecha, un monaguillo señala el resplandor del cielo y de su boca salen las palabras inversas de AD SCOLAS. El semblante del santo se corresponde de nuevo con los rasgos típicos de Vicente Alanís,con los ojos saltones y la expresión torcida de la boca (Álvaro Cabezas García, Las pinturas de Vicente Alanís en la iglesia conventual de San Jacinto de Sevilla, 2010).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía del Beato Ambrosio Sansedoni, presbítero;
     Predicador dominico nacido en Siena en 1220, condiscípulo de Santo Tomás de Aquino, junto a quien siguió en París y en Colonia las lecciones de Alberto Magno.
     La leyenda pretende que sus prédicas fueron inspiradas por una paloma que le decía al oído lo que debía decir.
     Murió en 1286 en el ejercicio de sus funciones: se le habría roto una vena mientras predicaba con demasiado ardor contra los usureros.
     Beatificado en 1443, sus atributos son la paloma inspiradora y la maqueta de la ciudad de Siena que tiene en las manos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Vicente Alanís, autor de la obra reseñada;
     Vicente de Alanís, (Sevilla, c. 1730 – c. 1806). Pintor.
     Nació en Sevilla hacia 1730. Epígono de la escuela barroca sevillana, manifiesta una producción de irregular calidad y afectada por la cambiante realidad artística, que evoluciona entre un rococó que no encuentra un cauce de expresión adecuado y un clasicismo que no llega, en definitiva, sufre las consecuencias de la transitoriedad de esta etapa histórica. Evoca en su pintura las formas popularizadas por Domingo Martínez en el segundo tercio del siglo, que a su vez deriva del murillismo. Por último, en lo profesional refleja el debate que se plantea en la sociedad sevillana en el declinar del mundo gremial y la emergencia del espíritu académico. No se ha identificado a su maestro, que podría ser Pedro Tortolero, con quien colaboró en varios de sus conjuntos murales, siendo el continuador de la obra iniciada por él en la sacramental de Santa Catalina. También auxilió a Juan de Espinal en el gran mural del Palacio Arzobispal de Sevilla, en 1781. Por su estilo maduro se advierte la influencia de la pintura francesa, que afectó a los principales artistas sevillanos durante el Lustro Real (entre 1729 y 1733). Algo ampuloso de formas y afectado de expresiones, con amplios paisajes que compone con forzadas perspectivas, en las que se aprecia la influencia de Martínez y quizás Espinal. Forma y color vienen a mostrar su identificación con el arte rococó, que se resiste a abandonar, aun cuando trabajó por la renovación de la escuela en el camino academicista.
     Aun cuando su primer contacto con la pintura se produce en el seno de un taller tradicional, quizás el de Domingo Martínez, acabaría evolucionando al contacto con el medio académico. Se matriculó en 1770 en la Escuela de Tres Nobles Artes, donde llegó a ser diputado en 1787. Testimonio de esta etapa es el cuadro que pintó para presentar a la institución en 1778, que representa a Hernán Cortés destruyendo sus naves.
     En la corriente rococó se insertan sus primeras pinturas, las que decoran la iglesia de San Nicolás de Bari, datadas entre 1760 y 1762 por Ceán Bermúdez.
     Conjuga en este ámbito, como será tradicional en los conjuntos decorativos de la época, lienzos con murales.
     Manifiesta en esta obra su afición por las construcciones arquitectónicas en perspectiva, que articulan espacios complejos organizados en varios planos, y la representación de numerosas figuras, en elaboradas composiciones y por lo general muy detallistas y minuciosas. En torno a 1767 continúa en parecidas condiciones con el revestimiento pictórico de la capilla sacramental de Santa Catalina, siendo de destacar el medio punto de la Apoteosis de la Inmaculada.
     En 1778 toma parte en un concurso promovido por la Escuela sevillana, debiendo describir el siguiente hecho histórico: “Hernán Cortés con sus principales caudillos en la marina de Vera Cruz, viendo ejecutar la orden de echar a pique las naos que habían conducido al ejército a la conquista del reino de Méjico”.
     Idea que materializó, como era habitual en su pintura, con sumo detalle, en un lienzo que conserva el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla.
     También intervino en las pinturas que decoraban el arco levantado en 1796 para celebrar la entrada triunfal de Carlos IV en Sevilla.
     Completan el catálogo de la obra segura de Alanís dos obras que evocan el arte de Murillo, al tiempo que evidencian la rebaja cualitativa, una versión del Nacimiento de la Virgen y otra del Regreso del hijo pródigo, ambas propiedad del Museo de Bellas Artes, aunque depositadas en otras instituciones. Menos seguras son otras atribuciones, como las relativas a las pinturas que decoran la cúpula y la nave de la iglesia de San Jacinto (hacia 1774), los murales de la capilla del Dulce Nombre, o las que desaparecieron con la iglesia de San Felipe Neri y que, al decir de González de León, decoraban la cúpula, con una representación apoteósica del santo titular (hacia 1788) (Fernando Quiles García, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre la Iglesia de San Jacinto, en ExplicArte Sevilla.

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