Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Moratín, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 10 de marzo, es el aniversario del nacimiento de Leandro Fernández de Moratín (10 de marzo de 1760), a quien está dedicada esta vía, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Moratín, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Moratín es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en los Barrios de la Alfalfa, Arenal, y Museo, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de las calles Méndez Núñez, y Rosario, a la calle Zaragoza.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso, una calle, está dedicada al escritor y dramaturgo neoclásico, Leandro Fernández de Moratín.
Al menos desde 1434 está documentada como calle de la Rabeta (o Raveta), cuyo sentido se desconoce, si bien en 1498 hay constancia documental de la existencia de un mesón del mismo nombre, que quizás pudiera ser la causa del topónimo. Rodríguez Marín identifica el término rabeta con el árabe rábida (cuartel y monasterio). Tampoco se sabe qué extensión real se designaba con aquel nombre, si todo o sólo parte del actual trazado de Moratín, pues en el plano de Olavide (1771) aparecen dos topónimos: Guiguri (desde el comienzo de la calle hasta el cruce de Mateo Alemán) y Raventa (sin duda por errata en lugar de Rabeta) para el resto. Ya en el de Sartorius (1848) puede verse Rabeta designando a todo el actual trazado, que en la reforma del nomenclátor de 1868-69 recibió el nombre de Moratín, en memoria del dramaturgo Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), autor de El sí de las niñas, La mojigata, La comedia nueva y otras importantes obras teatrales de la época ilustrada. En 1935 se acordó rotularla con el nombre completo del autor, disposición que fue derogada en 1949, año a partir del cual recuperó de nuevo el de Moratín.
Es una calle larga, estrecha y de configuración quebrada, con cinco tramos bien diferenciados en su morfología. En el pasado debió ser aún más angosta, a juzgar por las alineaciones que se suceden al menos desde el s. XVII. El plano de Olavide (1771) la presenta con una pronunciada angulación a la altura de Mareo Alemán, posteriormente atenuada por rectificaciones de líneas de fines del XIX y principios del XX. Poseía también dos barreduelas, una de las cuales aún persiste (Tirso de Molina). Estas callejas, descuidadas y llenas de inmundicias, motivaron desde el s. XVI continuas protestas de la vecindad y peticiones de cierre. Desembocan en Moratín, por la izquierda, Fernández Espino, a cuya altura forma una especie de plazoleta, recientemente acondicionada, con naranjos en alcorques y marmolillos de fundición, y Mesón de los Caballeros. Por la derecha, Ciriaco Esteban y Tirso de Molina. Está cruzada por Mateo Alemán. A la altura de los núms. 16-18 se abre la plaza de Godínez.
Hay referencias históricas sobre su pavimento: en 1859 se escogió esta calle, junto con Alhóndiga, para una prueba de asfalto, y en 1864 se manda adoquinar. Hoy mantiene el adoquinado y posee aceras de losetas, en algunos puntos sumamente estrechas. En 1931 se aprobó sustituir el viejo alumbrado de gas por el eléctrico, que actualmente se suministra mediante farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas. Su caserío ofrece edificios de principios y mediados de nuestro siglo, unos de escalera y otros con patio y cancela, alternando con varios de moderna construcción, entre ellos la trasera de El Corte Inglés, que ocupa buena parte de la acera derecha, en el arranque de la calle. Muestran cierta personalidad las casas 11, 13 y 15, con interesante decoración floral. Cumple la calle una función preferentemente residencial y sólo ofrece algunos comercios en su arranque y en su final. En el pasado abundaron las posadas y paradores y al menos desde el s XV hay testimonios de la existencia del Hospital de los Cómitres (Tirso de Molina). Según González de León, en una de sus esquinas había un pequeño retablo de la Virgen del Pilar, desaparecido a mediados del XIX. Algunas fuentes sitúan en una de sus casas el asesinato de un juez de la Casa de Contratación de Sevilla a manos de un caballero de Alcántara en 1643 [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Biografía de Moratín, personaje a quien está dedicada esta vía;
Leandro Fernández de Moratín. Inarco Celenio. (Madrid, 10 de marzo de 1760 – París (Francia), 21 de junio de 1828). Escritor, dramaturgo neoclásico.
Hijo del abogado y también escritor Nicolás Fernández de Moratín, de noble ascendencia asturiana, y de Isidora Cabo Conde, de familia honrada de labradores, fue primogénito y único superviviente de cuatro hermanos, fallecidos los menores con corta edad, y él mismo estuvo a punto de morir a los cuatro años por las viruelas. De su infancia y adolescencia se tienen pocas noticias: no recordaba siquiera cómo aprendió a leer; estudió primero con un maestro que iba a su casa y luego en una escuela de primeras letras próxima al domicilio familiar, pasando, según propia confesión, los nueve primeros años de su vida “sin acordarse de que era un muchacho”. Fue sobre todo el ejemplo del padre, contertulio de la Fonda de San Sebastián y miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, así como las conversaciones literarias en el círculo de amistades de su padre y la escogida biblioteca de éste, lo que despertó en el joven una temprana afición a la lectura, anunciándose ya a los nueve o diez años un talento poético que tardaría poco en confirmarse e incluso premiarse oficialmente.
El recuerdo de la propia experiencia de estudiante en una universidad, cuya reforma consideraba por otra parte imprescindible la intelectualidad ilustrada, hizo desistir a Nicolás Fernández de Moratín de enviar a su hijo a la de Alcalá. Comenzó a aprender Dibujo, y se formó luego el proyecto de hacerle estudiar en Roma con el célebre pintor Antonio Rafael Mengs, pero no pudo llevarse a cabo debido en particular a la oposición de la madre. Entonces Leandro Fernández de Moratín empezó a trabajar de oficial en la Joyería del Rey al lado de dos de sus tíos, hasta su viaje a Francia en compañía de Francisco Cabarrús a principios de 1787. Su formación cultural, por muy esmerada que fuese la educación que le dio su padre, suponía, pues, una parte de autodidactismo; y además, a diferencia de sus mejores amigos, Melón, Juan Pablo Forner, Pedro Estala, José Antonio Conde y otros, él carecía de títulos universitarios que le permitiesen pretender altos cargos o ejercer determinados empleos; de manera que más que cualquier otro, y máxime después de la temprana muerte de su padre en 1780, que le convirtió repentinamente, a los veinte años, en cabeza de familia escaso de recursos, tuvo que contar con el favor de los poderosos y adaptarse mal que bien a la inestabilidad de los ministerios de que dependía su suerte.
A los diecinueve años, en 1779, participó en un certamen poético convocado por la Real Academia Española, sobre la toma de Granada por los Reyes Católicos, y su poema se imprimió “por ser el que más se acercaba al que ganó el premio”; en 1782, también bajo seudónimo, reincidió con una Lección poética, sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, en que se reflejan las polémicas sostenidas por la generación de su padre y se manifiestan ya las opciones estéticas del futuro teórico y dramaturgo neoclásico. En agosto del mismo año, solicitó sin éxito un empleo en la Real Guardajoyas en la que sirvieran su abuelo y su padre, y en 1784 una pensión, que tampoco se le concedió. Entretanto, había trabado amistad con los escolapios Estala y Navarrete, y, luego, con el presbítero Juan Antonio Melón, que llegó a constituirse en una pequeña tertulia literaria en la celda de Estala, a la que concurrían diariamente. Muerta la madre del poeta en 1785, pasó éste a vivir en casa de su tío paterno Nicolás Miguel y siguió en el obrador de joyería. Entonces, gracias a la recomendación de Jovellanos, pudo emprender en calidad de secretario el viaje a Francia con el financiero Francisco Cabarrús, encargado de una misión oficial en vísperas de la Revolución.
La ausencia duró un año y fue provechosa para el joven escritor deseoso de “correr cortes” como sus coetáneos más favorecidos de la fortuna. En París pudo visitar al dramaturgo italiano Goldoni. Ya tenía concluida su primera comedia, El viejo y la niña, en verso, que no admitieron los actores hasta 1790, y se iban componiendo por otra parte la zarzuela (más tarde convertida en comedia) El barón, encargo de la condesa-duquesa de Benavente por mediación de Cabarrús, y la comedia, también en verso, La mojigata.
Al poco tiempo de regresar a Madrid, cayó en desgracia Cabarrús, y Moratín, que entreveía la posibilidad de un viaje a Gran Bretaña con los hijos del financiero y que vivía en casa de éste, tuvo que volver a la de su tío y buscarse nuevos medios de subsistencia: en 1788, había solicitado una plaza de bibliotecario segundo en los Reales Estudios de San Isidro, pero fue elegido otro candidato, Trigueros, autor de la comedia Los menestrales; un romance jocoso dedicado al ministro Floridablanca, aficionado a este tipo de obritas, se le pagó con una prestamera no muy pingüe de trescientos ducados (3.300 reales) en el obispado de Burgos, ordenándose de prima tonsura el agraciado en octubre de 1789. Aquel año hizo también un intento, infructuoso, de representar El viejo y la niña, y publicó La derrota de los pedantes, sátira literaria redactada en una prosa cuya pureza llamó ya la atención, y que presenta analogías temáticas con la Lección poética.
Por entonces gozaba ya de mucha influencia Manuel Godoy. Moratín, Melón y Forner fueron presentados por un amigo guardia de corps a Luis Godoy, el cual los recomendó a su poderoso hermano. Gracias a éste, Moratín obtuvo un beneficio en la iglesia de Montoro (Córdoba) y una pensión de seiscientos ducados sobre la mitra de Oviedo. Por fin, en 1790 se estrenó El viejo y la niña, que evoca el drama de un matrimonio desigual, caso lo bastante frecuente en la entonces llamada “clase media” como para llamar la atención de la elite ilustrada, e incluso del Gobierno, el cual legisló al respecto. En febrero de 1792 se representó La comedia nueva, en prosa, “la más asombrosa sátira literaria que en ninguna lengua conozco”, diría Marcelino Menéndez y Pelayo. En ella se ridiculiza a los autores de comedias “de teatro”, esto es, con vistosas decoraciones y una intriga de tipo escapista, particularmente los dramas heroico militares taquilleros de Comella, Valladares y otros dramaturgos “populares”.
Después de la caída de Floridablanca, al que sucedió el conde de Aranda, y, al menos según Melón, por haberse difundido también el rumor de una inminente desgracia del favorito, pide permiso el escritor para volver a Francia, y de allí pasar a Inglaterra e Italia, pretextando la necesidad de adquirir más conocimientos.
En la tierra vecina, en plena revolución cuyos excesos callejeros le atemorizaron y apuntó en su diario íntimo, no permaneció más que tres meses, embarcándose luego para Inglaterra, pero sin dejar de pensar en poner fin a sus andanzas en el caso de conseguir una colocación en Madrid que le proporcionase —escribe su biógrafo y amigo Manuel Silvela— “en pocas horas de trabajo lo estrictamente necesario para mantener la vida y poder dedicar el resto según sus inclinaciones”: escribió el 5 de octubre de 1792 a Godoy para sugerirle la creación de un cargo de bibliotecario del príncipe; el 20 de diciembre, a los pocos días de enterarse, con gran sorpresa, del ascenso del valido al ministerio, le propone desde Londres un plan de reforma de los teatros (solicitando el puesto de director de ellos), por no haberse dado curso a una análoga diligencia anterior cerca de Floridablanca debido a la exoneración de éste. Ante el silencio de su mecenas, Moratín, que no dispone más que de unos mil reales mensuales, vuelve a la carga en febrero del año siguiente, pidiéndole una ayuda de costa para realizar un periplo por Italia. Conseguida la cantidad de 30.000 reales, vuelve a cruzar el canal de la Mancha.
A su estancia en la tierra de Shakespeare se deben, entre otras obras, la traducción de Hamlet, obra, según él, “extraordinaria y monstruosa” y las Apuntaciones sueltas de Inglaterra.
Permanece en Italia durante unos tres años, recorriendo las ciudades más famosas y admirando las bellezas artísticas, entrevistándose con las figuras más destacadas de las artes y las letras, con varios jesuitas desterrados, visitando a varios amigos italianos a quienes conoció en Madrid (Giambattista y Sabina Conti en Lendinara, Napoli Signorelli en Nápoles), entablando relaciones con diplomáticos españoles (Azara), con el rector del Real Colegio de España en Bolonia, Simón Rodríguez Laso, y los becarios de aquel establecimiento, entre los que figuraba Juan Tineo, sobrino de Jovellanos, con quien continuará su relación al regresar a Madrid, todo ello sin dejar de asistir al teatro —intimando incluso con una bailarina de La Fenice—, dedicarse a la poesía lírica, y apuntando sus impresiones en los cuadernos de su Viaje a Italia. Ingresa, como antes su padre, en la Academia romana de los Árcades bajo el seudónimo de “Inarco Cellenio” (“Inarco Celenio”, en castellano), con el que firmó varias obras sucesivas, y sale a luz la hermosa edición de La comedia nueva por el gran impresor parmesano Bodoni. Embarcó en Génova el 19 de septiembre de 1796 y, tras una navegación con distintas etapas y escalas (y algunos lances angustiosos), llegó a Algeciras el 11 de diciembre.
Entre tanto, gracias a la intervención de Melón cerca de Godoy, fue nombrado secretario de la Interpretación de Lenguas por quedar vacante la plaza a la muerte de Felipe Samaniego, de lo cual se enteró, o, por mejor decir, tuvo confirmación, el 5 de enero siguiente en Cádiz, donde visita en particular a Goya, vuelto entonces a Andalucía. Tras detenerse en Jerez, Sevilla, Córdoba, llegó a Aranjuez, donde saludó a su favorecedor y siguió viaje a Madrid. Al socaire del poder, provisto ya de un empleo estable de alto funcionario bastante parecido a una sinecura, con un sueldo de más de 28.000 reales (casi lo que cobrara de ayuda de costa para mantenerse tres años en Italia), y el título de consejero honorario debido a su nuevo destino, Moratín va a llevar una vida desahogada durante unos doce años; vuelve a sus antiguas amistades, compra casas en Madrid y en Pastrana, conoce en 1798 a Francisca Muñoz, en el domicilio de cuyos padres se hospeda el arabista José Antonio Conde; con la joven inició una relación que tal vez no fuese amor, pero que pasó de simple amistad. Al año siguiente, le retrata Goya.
En 1799 ya ha convertido en comedia su zarzuela de encargo, El barón, leyéndola en casa del ex colegial de Bolonia, Juan Tineo, ante una pequeña sociedad de amigos, sarcásticamente llamada de los Acalófilos (“amantes de lo feo”), que fundaron para burlarse de las producciones que no concordaban con sus criterios estéticos. No se olvidó de su primer oficio y entregó un dibujo destinado a ilustrar un número del Semanario de Agricultura, que dirigía su amigo Melón.
En junio y julio respectivamente volvieron a representarse El viejo y la niña y La comedia nueva. La reposición de esta última obra da lugar a un incidente sintomático y premonitorio: solicitado por el “autor”, esto es, director de compañía teatral, para dirigir los ensayos, Moratín exige el estricto cumplimiento de sus condiciones: él sólo repartió los papeles, y ello, en función de las características de los personajes y ya no de la jerarquía de los actores, comprometiéndose además éstos a realizar todos los ensayos que juzgara necesarios y a seguir sus directivas. El corregidor, como juez protector de los teatros, suscribió las exigencias del escritor, a los seis años escasos de informar desfavorablemente acerca del antes mencionado proyecto de reforma dirigido a Godoy desde Inglaterra y desatendido por lo mismo desde entonces. Unos meses más tarde, el 21 de noviembre, como consecuencia del interés que venían suscitando en varios dirigentes políticos la estética y el ideario reformista propugnados por una activa minoría de escritores y críticos, una Real Orden confirmó la tendencia en que se respaldaba ya Moratín para contrariar una costumbre inveterada en el mundillo de la farándula: se creaba una Junta de Dirección y Reforma de los Teatros destinada a sustituir al Ayuntamiento en la administración de ellos, y a renovar de manera radical la escena española en aplicación de un plan redactado en 1797 por el censor y catedrático de los Reales Estudios de San Isidro, Santos Díez González, previamente examinado a petición de Godoy por el mismo Moratín y globalmente aprobado por él, por lo que constituyó el programa oficial de la Junta. Treinta años después de la efímera tentativa del asistente Pablo de Olavide en Sevilla y sus repercusiones en Madrid y Sitios Reales, triunfaban —en fecha algo tardía y también por muy poco tiempo— los partidarios del neoclasicismo, o por mejor decir, nuevo clasicismo, reivindicado durante todo el siglo desde Luzán y su Poética (1737) hasta Clavijo y Fajardo, Nicolás Moratín y Urquijo, entonces secretario de Estado y, por ende, firme apoyo de la reforma.
Pero Moratín, nombrado director en noviembre de 1799, presentó la dimisión de su cargo antes de tomar posesión de él: el plan que se ponía por obra no le otorgaba los plenos poderes que solicitaba en su memorial de 1792 a Godoy, convirtiéndole en simple portavoz del juez protector, presidente de la Junta, a la sazón el corregidor de Madrid, pronto sustituido por el gobernador del Consejo; en tal situación, quedaba expuesto a asumir a los ojos del público la responsabilidad de decisiones ajenas y no siempre de resueltos partidarios de la reforma tanto dentro como fuera de la Junta, y sabía, por otra parte, que la desposesión del Ayuntamiento había de suscitar una temible coalición de intereses vulnerados. Además, deseaba gozar de una tranquilidad suficiente para poder seguir dedicándose a la literatura dramática, y la Secretaría de Interpretación le convenía perfectamente en este aspecto. Admitida su renuncia con condición de que pasara a corregir las comedias antiguas pertenecientes al repertorio de las compañías, consiguió la exoneración de este nuevo cargo en junio de 1800.
Dos aumentos sucesivos de las entradas destinados a alimentar el presupuesto de la reforma y alejar de los teatros a la parte más popular del concurso, así como la supresión, por motivos estéticos e ideológicos, de numerosas comedias “de teatro”, entre ellas las populares “comedias de magia”, no tardaron en provocar una notable baja en la frecuentación del público, acelerando el declive de la Junta, que quedó suprimida por decisión del 22 de febrero de 1803.
Entretanto, se iba redactando El sí de las niñas, cuyo texto leyó Moratín por primera vez a sus contertulios el 12 de julio de 1801. En 1803, ya refundida la zarzuela El barón, estaba preparando en el teatro de la Cruz el estreno de esta obra, cuando se enteró de que en el de los Caños del Peral se anunciaba la representación de una comedia nueva intitulada La lugareña orgullosa, del capitán Andrés de Mendoza, la cual no era más que un arreglo, en tres actos frente a los dos del original, de la primitiva zarzuela moratiniana, y se estrenó efectivamente el 8 de enero. Animados por la previsible derrota de los reformadores, los poderosos miembros de la Junta de Hospitales que patrocinaba y gestionaba el teatro de los Caños y había luchado incesantemente por salvaguardar su autonomía frente a las miras unificadoras de la Junta de Dirección, querían tomarse un desquite en detrimento de Moratín, a quien no pocos seguían considerando inspirador de la reforma; El barón sufrió además una grita en su primera representación el 28 de enero, y el mismo día, Moratín mandó una carta a Diego Godoy, jefe de Andrés de Mendoza, a quien éste dedicó su plagio: el lance de La lugareña orgullosa y la cábala de El barón no eran sino dos manifestaciones de un mismo resentimiento.
Por entonces, sin perjuicio de sus relaciones con Paquita Muñoz, entró en tratos con la actriz María García, la “Clori” de dos de sus sonetos, con la que fue estrechando en adelante su amistad, y que años después compartió la vida con el ex corregidor josefino y hombre de negocios Manuel García de la Prada, apoderado y amigo de Moratín después de la Guerra de la Independencia.
El 19 de mayo de 1804 se estrenó en la Cruz La mojigata. En 1805, se repuso El barón, y al finalizar el año, el autor redactó, como varios contemporáneos, entre ellos Quintana y Mor de Fuentes, un poema sobre el reciente combate de Trafalgar, La sombra de Nelson, que leyó en casa de Godoy el 3 de diciembre; por otra parte, preparaba la primera representación de El sí de las niñas, que se realizó el 24 de enero de 1806.
Esta quinta y última comedia, dialogada en prosa como La comedia nueva para mayor naturalidad, y en la que se observa, como en las anteriores, la preceptiva clásica y se consigue un difícil equilibrio entre comicidad y emoción, fue un gran éxito teatral en su tiempo, pues se mantuvo excepcionalmente veintiséis días seguidos (más que las antes muy concurridas comedias de magia), con recaudaciones cuantiosas y regulares, y fue preciso suspender sus representaciones por sobrevenir la Cuaresma. La crítica ha considerado que con ella se creó la comedia moderna. Pero su argumento, a saber, el difícil problema, entonces muy actual, de la compatibilidad entre la libertad de elección de las jóvenes casaderas y la autoridad parental respaldada por una rígida educación, conventual en este caso, suscitaron una nutrida polémica, siendo incluso denunciada la obra a la Inquisición. Este tipo de disgustos, según su biógrafo Manuel Silvela, contribuiría a desanimar a Moratín; el caso es que a los pocos meses, a los cuarenta y ocho años escasos de edad, dio por concluida su carrera de comediógrafo en carta a su amigo italiano Napoli Signorelli, manifestando la intención de publicar sus cinco comedias con un prólogo relativo a la poesía escénica durante el siglo XVIII. El sí de las niñas puso fin efectivamente a la producción original del escritor, el cual se limitó en adelante a traducir, o, por mejor decir, adaptar a la escena española, vistiéndolas, según solía decir, “con basquiña y mantilla”, dos comedias de su confesado maestro Molière: La escuela de los maridos y El médico a palos, en plena Guerra de la Independencia.
Al estallar el conflicto de 1808 —y ya a raíz del motín de Aranjuez—, la vida del escritor entró en una larga fase de inestabilidad. Como no pocos ilustrados atraídos por la forma de gobierno que encarnaba la dinastía intrusa, esto es, a un tiempo heredera de la revolución burguesa y garante del orden y estabilidad frente a las masas inquietas y, como antes en Francia, temibles, Moratín, por otra parte funcionario del Estado y deseoso de conservar la seguridad económica, siguió desempeñando su cargo de secretario de la Interpretación. Pero tras la victoria de Bailén, tuvo que ponerse a salvo siguiendo al ejército francés a Vitoria. En 1811, se le nombró bibliotecario mayor de la Biblioteca Real y reeditó bajo seudónimo, celebrando en cierto modo su segundo centenario, la relación del Auto de fe de Logroño de 1610, con una serie de notas sarcásticas, “hijas legítimas del Diccionario Filosófico”, al decir de Menéndez Pelayo; la obra se publicó al año siguiente en Cádiz, escenario de la lucha entre adversarios y partidarios del restablecimiento del Santo Oficio, con necesarias modificaciones en las notas, pues una de ellas exaltaba las victorias francesas en España. En 1812 estrenó en Madrid su versión de La escuela de los maridos, de Molière, pero a consecuencia de la victoria de Los Arapiles, huyó, definitivamente, de la Villa y Corte hacia Valencia en el coche de María García y el ex corregidor García de la Prada. Vivió algún tiempo en la ciudad del Turia, como el abate Marchena, Meléndez Valdés y otros muchos, se hizo cargo, con Estala, del Diario de Valencia a petición del gobernador francés, y publicó en él varios poemas y la traducción de un breve cuento de Voltaire, Les deux consolés. De aquella estancia data la oda “Al nuevo plantío que mandó hacer en la alameda de Valencia el mariscal Suchet”, publicada en dicho periódico en 1813. El 3 de julio, al ser evacuada la ciudad, se refugió en Peñíscola, cercada a partir de noviembre, y permaneció diez meses allí.
Intentó luego regresar a Valencia, seguro de que no le afectaban los decretos relativos a los colaboradores del rey José, pero el nuevo gobernador y ardiente absolutista, general Elío, le insultó públicamente, mandándole arrestar y embarcar luego con destino a Francia por Barcelona. En esta ciudad, el barón de Eroles le permitió en cambio permanecer libre hasta que Madrid tomase una decisión; el 13 de octubre de 1814, después de un juicio de purificación, se resolvió que el caso de Moratín no encajaba en el artículo primero del decreto de 30 de mayo, y al año siguiente se levantó el secuestro de los bienes que le quedaban. En la Ciudad Condal estrenó su segunda adaptación de Molière, El médico a palos (1814). Pero tenía decidido el proyecto de irse a vivir a Italia. Viendo que el Gobierno tardaba demasiado en concederle permiso para marcharse y seguir cobrando sus rentas eclesiásticas, y temiendo por su tranquilidad (sin saber que la Inquisición, por mandato de la Corte, andaba buscando el paradero barcelonés de un tal “Moratán” para pedirle cuentas acerca de El sí de las niñas...), se hizo recetar por dos médicos los baños de Aix y, según escribe con humor en carta a Melón, fue a esperar la decisión de Su Majestad más allá del Pirineo, cruzando la frontera con pasaporte del general Castaños a primeros de septiembre de 1817. Se detuvo en Montpellier, donde pasó el invierno, y llegó a París en mayo de 1818, permaneciendo dos años en la ciudad en compañía del amigo Juan Antonio Melón y de la sobrina adoptiva de éste, Luisa Gómez Carabaño. En mayo de 1820 salió para Italia, llegando en junio a Bolonia, donde se hallaba ya su antiguo compañero Robles Moñino, de la familia de Floridablanca, a quien conociera durante su anterior viaje por Italia. Pero, restablecida la Constitución en España, ya no tenía por qué temer y volvió a Barcelona, donde vivía García de la Prada. Su situación económica había mejorado; el Ayuntamiento le nombró juez de imprentas, y publicó, en homenaje a su padre, las Obras Póstumas de don Nicolás (1821).
Mas una grave epidemia de fiebre amarilla le obligó a abandonar la ciudad con su amigo; volvió a cruzar la frontera, y ya no regresó a España. Llegó a Bayona, pasando en breve a Burdeos, después de un intercambio epistolar con el ex alcalde de Casa y Corte josefino Manuel Silvela, refugiado en la capital de Aquitania, donde dirigía un establecimiento de enseñanza para españoles. En diciembre de 1821, al crearse en Madrid una efímera Academia Nacional, fue nombrado miembro de la clase de Literatura y Artes. A comienzos de marzo de 1822, por razones económicas y a instancias de Silvela, se trasladó a casa de éste, con cuya familia vivió los pocos años de vida que le quedaban.
No dejó de escribir a sus amigos, Melon, Paquita Muñoz, García de la Prada ya residente en Madrid y demás conocidos, constituyéndose un valioso epistolario que tratará, en vano, de publicar Silvela a su muerte.
También trabajó en la edición de sus Obras sueltas y fue ultimando los Orígenes del teatro español, para cuya realización había acumulado documentación desde años atrás y en los que se manifestaban unos conocimientos excepcionales para la época. Como en Barcelona, solía sentarse diariamente en su luneta (butaca de patio, se diría hoy) del teatro de Burdeos, al que llamaba con humor “mi oficina”, siendo por otra parte, como no pocos paisanos suyos, objeto de una sigilosa vigilancia policial tendente a atribuirle un supuesto papel de intermediario entre los “facciosos de España”, esto era, liberales, y los exiliados. En 1825, se publicaron en París los tres volúmenes de sus Obras dramáticas y líricas por Auguste Bobée, el cual se negó, sin embargo, por temor a la insuficiente rentabilidad de otra edición, a adquirir también el manuscrito de los Orígenes del teatro español.
Entonces retrató al anciano Moratín su amigo Francisco Goya, a quien frecuentaba desde su llegada; y al finalizar el año sufrió el escritor un ataque de apoplejía, que llegó a superar pero que le dejó algo alterado el carácter. En agosto de 1827, el mismo día en que Silvela trasladaba su establecimiento de educación a París, Moratín redactó su testamento, haciendo heredera de sus pocos bienes a la nieta de Silvela, y a fines de septiembre, fue otra vez a reunirse con su familia adoptiva. En mayo de 1828 sintió las primeras manifestaciones de un cáncer de estómago, que puso fin a su vida en la noche del 20 al 21 de junio de 1828.
Leandro Fernández de Moratín fue para varios contemporáneos (Estala, Llorente) el “Molière español”; para otros, un nuevo Terencio (René Andioc, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Moratín, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Más sobre el Callejero de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario