Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Puerta de Marchena, de Juan Guas y Esteban Jamete, en los Jardines, del Real Alcázar, de Sevilla.
El Real Alcázar [nº 2 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 2 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Triunfo, 5 (la salida se efectúa por la plaza Patio de Banderas, 10); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En el Real Alcázar, en los Jardines, se encuentra la Puerta de Marchena [nº 51 en el plano oficial del Real Alcázar].
Por la cara que vierte a los Jardines Nuevos, el Marqués de la Vega Inclán labró galerías adosadas a ella y junto a la Torre del Enlace instaló la bellísima puerta gótico-Isabel procedente del Palacio de los Duques de Arcos de Marchena, a través de la cual accederemos para recorrer el último tramo del itinerario o visita que nos hemos marcado (Ana Marín Fidalgo, El Alcázar de Sevilla. Ed. Guadalquivir, 1992).
Con este nombre se conoce popularmente la portada del palacio que los Duques de Arcos tuvieron en la sevillana población de Marchena y que, tras ser comprada en pública subasta por el rey Alfonso XIII, fue instalada en el Alcázar en 1913 por el arquitecto Vicente Traver.
Se trata de una espléndida muestra del arte gótico de finales del siglo XV en la que juegan un papel fundamental los motivos heráldicos. Es de esquema adintelado y se flanquea por pilares rematados en pináculos, quedando enmarcada entre dos pilares entorchados, que se prolongan en una moldura orlada por perlas para incorporar la ventana superior. Una decoración de tracerías se disponen entre las jambas del hueco y los citados pilares, apareciendo motivos de clavo entre éstos y los que enmarcan la composición.
Elementos destacados de la misma son las figuras de salvajes apoyados en unas ménsulas de los pilares interiores. Fueron realizadas en 1544 por el escultor de origen francés Esteban Jamete y sostienen en sus manos unas mazas y sendos escudos de armas. El escudo del lado izquierdo pertenece a la familia Ponce de León, mientras que el derecho corresponde a los Figueroa y Fernández de Córdoba. Otros elementos heráldicos son el león que figura sobre el dintel, un águila y un león situados sobre los pináculos y los dos escudos dispuestos a los lados de la parte inferior de la ventana. En uno se repiten las armas de los Ponce de León, mientras en el otro se representan las de la familia Pacheco. Esto ha hecho suponer que la portada se levantara durante la minoría de edad del primer duque de Arcos, don Rodrigo Ponce de León, de quien fue tutora su abuela Beatriz Pacheco (Juan Carlos Hernández Núñez, Alfredo J. Morales. El Real Alcázar de Sevilla. Scala Publishers. Londres, 1999).
La villa de Marchena, en la Baja Andalucía, posee un gran interés histórico, por su urbanismo de origen islámico, por sus construcciones y por su carácter de villa señorial.
La villa islámica presenta un perímetro irregular con torreones desiguales debidos a sucesivas ampliaciones a partir de un núcleo central. El Alcázar, residencia del gobernador, se encontraba en el extremo norte del recinto, zona administrativa y del poder. Tras la conquista y asentamiento cristiano se convirtió en palacio ducal de los Ponce de León. La superficie se correspondía con la actual Santa María, incluyendo la iglesia mudéjar de Santa María de la Mota, el convento de la Purísima Concepción y los escasos restos del antiguo Palacio Ducal.
A finales del XV, con la política de fortalecimiento de Rodrigo Ponce de León, se produjo una fuerte remodelación urbanística y se hicieron transformaciones en el palacio usando un nuevo lenguaje formal y ornamental. El acceso principal, que inicialmente se hacía por la Torre-puerta del Tiro de Santa María según modelo de acceso en recodo, pasó a ser acceso directo.
La nueva portada del palacio ducal construida durante el reinado de los Reyes Católicos, trasladó la entrada monumental hasta el interior del conjunto señorial, unos veinte metros más al norte de la antigua entrada almohade, separando el palacio del pueblo.
No está documentada la fecha de su fábrica pero debió ser posterior a 1492, pues en la presente restauración se han encontrado granadas ornamentales lo que, según el profesor Albardonedo, era un emblema que incorporaban a su escudo los nobles que habían participado en la recuperación de Granada para el reino de Castilla.
La Portada está construida en fábrica de cantería, con una decoración del gótico final, rica en elementos simbólicos, con abundantes motivos heráldicos. Concebida como un homenaje a don Rodrigo Ponce de León y Núñez por su papel político como afianzador del nuevo Estado. En la parte superior se muestran los blasones de los Ponce y los Pacheco, cuya unión matrimonial determinó que alcanzasen la más alta titulación nobiliaria y la obtención de éxitos militares en la conquista de Granada.
Este nuevo estilo de casa residencial nobiliaria tendrá su reflejo en Sevilla en la casa de Pilatos, la de los Ponce de León en Santa Catalina, la del duque de Medina Sidonia, la de Dueñas y la de Altamira.
Desconocemos su autoría, sin embargo, el profesor José Mª Azcárate la vincula con Juan Guas, por su relación con los propietarios y por el estilo del palacio, en sintonía con otras obras del artista en Toledo, Guadalajara y Valladolid.
Indicio documental de la relación personal con dicho arquitecto es el testamento del Marqués de Cádiz, donde se menciona que Rodrigo Ponce de León encarga a Juan Guas las trazas de la ampliación de la capilla mayor, así como el panteón familiar en el monasterio de San Agustín de Sevilla. Además Guas estuvo relacionado con la familia Pacheco, la otra casa nobiliaria protagonista de la portada, pues trabajó para ellos en el monasterio del Parral (Segovia) en torno a 1477.
En la década de 1540-50 la portada sufrió una modificación causada por el cambio de linaje del señorío lo que afectó a los elementos heráldicos tallados. Se le añadieron las figuras de dos salvajes portando escudos con armas, los de Ponce de León a la izquierda y los de Figueroa y Fernández de Córdoba a la derecha. Los salvajes fueron realizados por Esteban Jamete y se pueden fechar en torno a 1544, gracias a un proceso inquisitorial en el que el escultor manifiesta que en ese año había labrado en Marchena unos salvajes para el Duque de Arcos.
Otro cambio sustancial en el estilo fue la adición de una espléndida reja en el vano de la ventana en la parte superior, con barrotes abalaustrados, blasones y una crestería rectilínea que, lamentablemente, oculta la preciosa talla del dintel.
Adolfo Femández Casanova aportó una valiosa e inédita fotografía que muestra la portada en el Palacio del Duque de Osuna en Marchena, anterior al traslado a Sevilla.
La compra-venta de la portada fue posible debido a la quiebra económica de la casa de Osuna que desde 1882, a la muerte de Mariano Téllez Girón, duque de Osuna, entró en una espiral de subastas.
El traslado de la Portada al Alcázar de Sevilla se hizo en 1913, por encargo de Alfonso XIII, dentro del proyecto de reformas realizadas con vistas a la Exposición Iberoamericana de 1929, para poner en comunicación los nuevos jardines del Retiro con el Jardín de la China, junto a la Torre del Enlace. Del desmontaje, traslado y nueva instalación se encargó el arquitecto Vicente Traver y Tomás.
Las gestiones de compra las realizó Benigno Vega Inclán y Flaquer, marqués de la Vega Inclán, militar de carrera, académico de la Historia y gran experto en jardines, y que, nombrado director de la Comisaría Regia del Turismo en 1911, transformó la Huerta del Retiro del Alcázar en jardines; también llevó a cabo la urbanización del barrio de Santa Cruz de Sevilla.
Se han difundido otras hipótesis sobre la venta, pero está documentado que fue el marqués de la Vega Inclán quien compró la portada por orden de S. M. el rey Alfonso XIII. Una carta fechada el 24 de noviembre de 1914, encontrada en el Museo Romántico del Intendente General de la Real Casa y Patrimonio y dirigida al Marqués de la Vega Inclán dice:
«En la Caja de esta Intendencia puede cobrar... los gastos de adquisición, traslado y colocación en los jardines del Alcázar de Sevilla, de la portada del Palacio de Marchena, comprada por orden de S.M ...»
Otra carta manuscrita por el propio marqués, fechada el 24 de noviembre de 1914, encontrada en el Archivo del Marqués de la Vega Inclán, Caja de Sevilla, dice:
«Mi querido amigo: Me dice Emilio Torres que dé a Vd noticias de los gastos en que yo he intervenido en la adquisición y obras de la portada de Marchena, adquirida por s.m. el rey y traslada[da] a los jardines nuevos de los Reales Alcázares de Sevilla.»
«... La adquisición de dicho monumento importó 4.500 pesetas, los gastos de andamiaje para el apeo de los sillares (2.000 aproximadamente), embalaje de estatuas, piedras labradas, obras de desmontaje y traslado a la estación y embarque 3.200 pesetas, más la estancia y viajes del arquitecto durante dos meses que duró la obra 1.150 pesetas, total 8.850 pesetas. Lo que, acatando la orden que recibo, traslado a Vd. Su afectuoso y buen amigo Benigno Vega 26 de noviembre de 1914.»
Hoy la portada, trasladada de un palacio ducal a un palacio real, luce bellísima tras su restauración, anunciando el tránsito entre unos jardines modernos y un milenio de historia donde se mezclan palacios, jardines y estanques en el Real Alcázar de Sevilla.
Resulta un acierto la ubicación de la Portada yuxtapuesta a la antigua muralla, conectando los nuevos jardines con los palacios de los Reales Alcázares y creando un excepcional paisaje patrimonial. Destacar en el proyecto la apertura en esviaje del hueco de paso en la muralla y el diseño de la bóveda gótica sobre paralelogramo recto y la reja de la puerta. Todo ello probablemente ideado por un romántico de gran sensibilidad como era Vega Inclán.
La Puerta de Marchena, joya del gótico final con estructura mudéjar, como describe Lampérez tiene una base técnica y compositiva entre líneas verticales, puerta rectangular con dintel de dovelas cuajadas de labores, albanega, alfiz, ventana encima y cornisa de coronación. Su orden arquitectónico con equilibrio, elegancia y profusión ornamental está pleno de simbología y heráldica, maestría, bellas proporciones, finura, cuidado en la talla y profundidad en la perspectiva.
Posee una componente tectónica sobre un zócalo de dos cuerpos y tres calles, limitadas en los extremos dos columnas torsas sobre basas e internamente por fuertes contrafuertes. En las calles extremas la composición es con clavos al tresvolillo. En torno al vano principal se generan remarcamientos, claramente mudéjares, con tracería gótica de cestería y tracería gótica de esquema romboidal.
En los extremos se sitúan los dos hombres salvajes del gótico final de Esteban Jamete, mencionados anteriormente. El de la izquierda porta las armas del señor de la casa en esa fecha, don Luis Cristóbal Ponce de León y Téllez Girón, y el de la derecha los de su esposa, doña María de Toledo Figueroa-Fernández de Córdoba. Comprobándose cómo en esta época españoles y franceses eran los mejores tallistas en piedra.
La iconografía heráldica simboliza la bravura del noble que defendía su escudo, su casa. Sobre el dintel de la puerta se sitúa un gran león de cabeza espléndida, que simboliza el talante guerrero y victorioso en la conquista de Granada de don Rodrigo Ponce de León y Núñez. Rematan los contrafuertes dos esculturas, en la izquierda un león exaltando el poder terrenal y en la derecha un águila símbolo de la altura espiritual.
En el tímpano, sobre un arco conopial, se disponen dos escudos inclinados, claramente flamencos, de las dos familias cuya alianza familiar promovió la construcción de la portada: el de don Rodrigo Ponce de León y Núñez en la izquierda, y en la derecha el de la familia Pacheco, de su esposa Beatriz. En el eje de la portada penetra la luz a través de un antepecho de tracería calada y de la ventana con la singular reja coronada con emblemas heráldicos completando el rico programa decorativo.
Remata la portada la fábrica de sillería con restos de fino estuco rojo, en los extremos moldurados con perlas de la arquitectura de los Reyes Católicos, y superiormente un entablamento con fina escultura (María Dolores Robador, Restauración de la Puerta de Marchena del Real Alcázar de Sevilla, Respeto a la Huella del Tiempo, en Apuntes del Alcázar de Sevilla. Real Alcázar, Sevilla. Nº 15, 2014).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan Guas, autor de la obra reseñada;
Juan Guas, (Saint Pol-de-Léon, Francia, 1430 – Toledo, 1496). Arquitecto.
Arquitecto español del período final del gótico, de origen bretón, principal artífice en Castilla del estilo “isabelino” en la arquitectura, combinando los elementos flamígeros noreuropeos, con los netamente mudéjares de raíces andalusíes. Según Azcárate, nació en Saint Pol-de-Léon (Bretaña), pequeña localidad del norte de Francia, siendo sus padres el pedrero Pedro Guas y madame Brígida Tates, su mujer.
En los años de su niñez, tuvo ocasión de conocer y probablemente experimentar el fuerte impulso en la construcción de iglesias de estilo gótico flamígero que tuvo lugar en su tierra, a partir del fin de la Guerra de los Cien Años y con ello la recuperación final de la unidad francesa. Se desconoce todo lo referente a sus años juveniles, pero no es arriesgado suponer que se formaría en el trabajo de la piedra en algún taller de los muchos que hubo en aquellos años en las fábricas de las iglesias de su tierra, desarrollando las técnicas del diseño flamígero y la escultura borgoñona.
Tal como informan ciertos contratos que firmó, no sólo era arquitecto, sino también escultor, aunque se cree que su dedicación principal fue el proyecto de las trazas de los edificios e incluso de los elementos arquitectónicos, aisladamente considerados, como retablos, portadas, claustros, etc...
Se sabe que su padre, Pedro Guas, trabajaba en las obras que se realizaban en la catedral de Toledo, formando parte de un equipo de canteros y tallistas flamencos, llamados probablemente por el arzobispo Juan de Cerezuela al principio de su pontificado (1434-1442) para intervenir en la construcción de la capilla funeraria de su hermanastro Álvaro de Luna —el valido del rey Juan II— y que sería la primera obra de estilo flamígero que se realizó en Castilla.
Este equipo de artistas y escultores noreuropeos fue el núcleo fundacional de la escuela toledana que impulsó y desarrolló el que se llamaría “estilo hispano- flamenco”, del que Juan Guas sería uno de los principales representantes. Al principio, fue sólo un aprendiz, que en 1453 consta que ganaba 15 maravedís diarios a las órdenes de Hanequin de Bruselas, trabajando en la puerta de los Leones (portada exterior e interior del transepto sur). Es esta puerta una de las joyas de la sede toledana, en la que se pone de relieve que los trabajos de este equipo de flamencos en decoración arquitectónica y en escultura eran de una calidad y finura de diseño desconocido hasta entonces en las construcciones góticas castellanas, lo que explica la rápida aceptación que tuvieron y los llamamientos que recibieron algunos de sus miembros, especialmente los más destacados. El lenguaje decorativo y escultórico de esta obra toledana es el mismo que se desarrollaba por entonces en Flandes, y en Borgoña y cuyas características principales eran una escultura naturalista cuyo iniciador fue Claus Sluter, y una rica ornamentación floreada muy bellamente esculpida.
En 1458 figura Juan Guas con la categoría de maestro, y al finalizarse en 1465 la obra de la puerta de los Leones se va a integrar en la vida española, comenzando una ejecutoria profesional en que alcanzó las más altas cimas, creando un estilo propio y novedoso, de gran éxito entre los poderosos de la época, que rivalizaban en hacerle encargos para sus palacios. Al estilo flamígero que ya habían implantado en el área toledana sus compañeros más veteranos Hanequin de Bruselas y su hermano el maestro Egas Cueman, añadió Juan Guas los componentes mudéjares que hicieron inconfundible su arquitectura, que se manifiesta principalmente en las fachadas en los edificios civiles que realizó, como el palacio del Infantado (Guadalajara), el castillo de Manzanares el Real, el del duque de Alba en Alba de Tormes (Salamanca) y la Hospedería Real de Guadalupe y otros dos no documentados todavía pero de los que no faltan críticos que piensan que son de su mano: la torre de Juan II del Alcázar de Segovia y el palacio de Jabalquinto en Baeza (Jaén).
En 1459, contrae matrimonio en Torrijos con Marina Álvarez, fecha en la que ya tenía bienes en las cercanías de Toledo por un valor de 1.000 florines de oro. Al iniciarse el último tercio del siglo XV (en 1465 se había terminado la obra de la puerta de los Leones), Guas salió de Toledo (donde, a pesar de todo, siguió manteniendo su residencia principal) para trabajar en otros encargos que le llegaban desde diversos puntos de Castilla. El más antiguo de esos encargos que existe documentado es la portada principal de la catedral de Ávila, en la que trabajó dos años a partir de 1461. Lo primero que se hizo fue trasladar la portada original, llamada “de los Apóstoles” —gótica del siglo XIV—, a la fachada norte, a la altura del segundo tramo del cuerpo de naves contando desde el crucero, y en ella Guas hizo únicamente el arco carpanel que soporta el tímpano. A continuación, se labró una portada nueva, que por el exterior fue increíblemente rehecha en el siglo xviii con un resultado poco afortunado, que es el que ahora puede contemplarse.
Se sabe que muy pronto se aproximó al entorno real, y que en enero de 1472 se entrevistó con la infanta Isabel, futura reina de España. Los encargos se suceden a partir de esa fecha, que coincide con su nombramiento como maestro mayor de la catedral de Segovia, cargo que ejercerá entre 1473 y 1491 (la mayor parte de su vida activa) y que compatibilizará con toda clase de encargos. Según Azcárate, en este período se formó en su entorno un importante plantel de pedreros que difundirían su estilo por toda Castilla. En el mismo año 1472 interviene en la obra del monasterio del Parral en Segovia, que Juan Pacheco, el marqués de Villena, valido del rey Enrique IV, consiguió que le cediera el Monarca para su propio enterramiento. Las trazas de la iglesia las hizo el segoviano Juan Gallego, y Guas se encargó de realizar la cabecera. Colaboraron con él su compañero del equipo de Toledo, Martín Sánchez Bonifacio y Pedro Polido, un cantero local. En esta iglesia, muestra ya Juan Guas su valía como arquitecto, contribuyendo a la creación de un modelo de templo llamado “tipo Reyes Católicos”, que en adelante será muy seguido en monasterios de jerónimos y dominicos. El Parral tiene una sola alta nave de cuatro tramos, cubiertos con bóvedas estrelladas (cerradas por Juan de Ruesga) con capillas laterales, y una hermosa cabecera formando cuatro espacios perfectamente integrados y compuestos por la capilla mayor, el crucero elevado y dos cortas alas a ambos lados del mismo. Se cree que Guas no intervino en la escultura del Parral, ni en la interior (claramente documentada), ni tampoco en la exterior (portada inacabada de los pies), que por su hechura similar a la de la puerta de los Leones de Toledo, podría más bien corresponder a Martín Sánchez Bonifacio.
La catedral de Segovia era por entonces un templo románico que años más tarde (en la Guerra de las Comunidades) sería gravemente dañado y demolido para levantar, ya avanzado el siglo XVI, el que hoy existe y es el orgullo de la ciudad. Para ese viejo templo románico es para el que construyó Juan Guas un claustro de líneas escuetas y bella factura, con amplios ventanales de diseño flamígero ortodoxo, en el que no mostró todavía ninguna licencia como las que se permitiría más adelante, en la madurez de su estilo personal. Sus piedras fueron desmontadas en 1524 y trasladadas a la actual catedral donde se rehízo el claustro. También trabajó Guas por aquellas sus primeras andaduras en el monasterio del Paular, obra de Juan II para la Orden de los cartujos. Allí hizo otro claustro de mayor superficie en planta que el de la catedral, pero de arquitectura más modesta como correspondía a la sobriedad de la regla cartuja. El profesor Azcárate hace ver en la portada que comunica la catedral de Segovia con el claustro (y también en las dos que tiene el vestíbulo del Parral), las formas a las que Guas va a ser tan adicto en adelante, con utilización de sinuosidades en las molduras de contorno, como más claramente se aprecia en la portada del monasterio de la Santa Cruz, también de Segovia, donde está documentada la actuación de ciertos colaboradores suyos.
No hay constancia documental alguna de que Juan Guas trabajara en el Alcázar de Segovia, lo que ya es extraño teniendo en cuenta lo que informa el cronista Mosén Valera de que Enrique IV —que sería Rey hasta 1474— “fortificó maravillosamente el alcázar e hizo encima de la puente del una muy alta torre labrada de masonería, e hizo un fosado muy fondo, picado en la misma peña” y que los garitones y los remates góticos de diseño borgoñón que dicha torre ostenta se hicieron en tiempos de los Reyes Católicos.
Con estos datos a la vista, y sobre todo con la singular estética de la famosa torre de Juan II a la que se está haciendo referencia —de indudable genialidad—, hay que pensar en la autoría de Guas, que podía haber dado en Segovia el primer paso hacia la fama como arquitecto, logrando una bellísima composición a base de la combinación de elementos góticos con los mudéjares, que más tarde llegaría a prodigar, progresivamente abigarrados, en obras sucesivas.
En 1475 compra una casa en Toledo (en la colación de San Lorenzo), que va a ser su residencia habitual, y comienza el período de las obras civiles, con la construcción del palacio del Infantado en Guadalajara y la terminación del castillo de Manzanares al pie de la sierra de Madrid, encargos ambos que le llegaron de parte de miembros de la familia de los Mendoza, mecenas indiscutibles del arte de la época. En estos dos edificios está perfectamente clara la personalidad de Juan Guas como arquitecto y las líneas conductoras de su obra plástica, en la que tanto influirían los edificios mudéjares de ladrillo que inundaban las calles toledanas por donde él pasaba a diario en sus años de formación. Particularmente serían temas suyos recurrentes las decoraciones geométricas (“sebkas”), las arquerías de coronación y los “mocárabes”, elementos que en sus obras se alternan con otros de la decoración gótica flamenca, como los arcos conopiales y los mixtilíneos de curvas y contracurvas, así como el genuino entrelazado de líneas que dio nombre a la ornamentación flamígera. Sus novedades no afectaron a la concepción general de los palacios que hizo, que era la tradicional de pabellones rectangulares en torno a patios, sino más bien a su ornamentación, en la que mostró su maestría no tanto en los elementos ornamentales —que también— como en la composición de los mismos, creando fachadas muy originales y de fuerte expresividad.
Las obras del Castillo de Manzanares se comenzaron en 1475. Fueron promovidas por Diego Hurtado de Mendoza y Figueroa, primer Duque del Infantado, y que no pudo verlas concluidas. Fue su hijo primogénito, Iñigo López de Mendoza, (II Duque del Infantado), quien las finalizó bajo la dirección del arquitecto Juan Guas, autor del Palacio del Infantado, de Guadalajara. Guas realiza una coronación del castillo y sus torres de esquina de lo más abigarrado en su decoración, en la que utiliza, como dice Chueca, “las cornisas estalactíticas, el enriquecimiento de las superficies con elementos en relieve (medias esferas) y otros detalles isabelinos”, todo como vestidura de una galería formada con arcos conopiales extraordinariamente ornamentados.
La coronación del castillo de Manzanares va a ser muy querida del maestro, y aparecerá en muchas de sus obras civiles, entre las que destaca el palacio del Infantado en Guadalajara, que vio Jerónimo Münzer en su viaje de 1495 aún no terminado, y le hizo escribir “creo que en toda España no existe palacio semejante a este, por su grandeza y su profusa decoración de oro”. En la galería de coronación de este palacio añade Guas otro de sus elementos predilectos, cuyo origen parece estar en la arquitectura militar: los “púlpitos” decorados profusamente, que utiliza a modo de balcones y que ya estuvieron presentes en las bases de las torrecillas de coronación de la torre de Juan II en Segovia. Mucho se ha opinado por los críticos de arte sobre las posibles fuentes de inspiración que tuvo Guas, insistiendo mucho (Azcárate, Chueca) en la mezcla entre lo mudéjar y lo gótico flamígero. Pero tampoco se podría descartar el impulso veneciano, donde los arquitectos del mismo siglo xv lograron piezas como el Palazzo Ducale, en el que lo flamígero se hace tan imaginativo como en el Infantado de Guadalajara, o en el Jabalquinto de Baeza, tres edificios contemporáneos en los que se manejan por igual elementos muy similares, aunque obviamente con distinto sentido compositivo. Sobre la posible influencia italiana, Azcárate realizó un estudio de las fachadas cubiertas con cabezas de clavos de piedra tan del gusto de Guas, y que también están presentes en dos famosos edificios de Salamanca y Segovia. La filiación de Guas como arquitecto de Guadalajara se puede leer en una inscripción de los arcos del patio principal que reza “fizieron Juan Guas e maestre Egascoman”, creyéndose que el segundo fue el autor de los elementos escultóricos y ornamentales de los ricos interiores (bases de techumbres, chimeneas, etc...) desgraciadamente destruidas en la Guerra Civil de 1936-1939 y en las que destacaban por su extraordinaria riqueza el Salón de Linajes, el Salón de los Salvajes, el Salón de los Cazadores o el Salón de los Consejos. Sin embargo, el espléndido patio sí parece obra de Guas: se compone de dos pisos de arcos mixtilíneos, totalmente labrados con leones, grifos y los blasones familiares de la casa de los Mendoza, sobre columnas de fustes helicoidales, sustituidos inexplicablemente —con posterioridad— en planta baja por otras de tipo toscano. Este palacio se finalizaría en 1483.
También en Guadalajara se construía en diciembre de 1486 otro palacio fastuoso, para otro ilustre miembro de la familia Mendoza: el “Gran Cardenal de España”, Pedro González Mendoza, que en 1495 fallecía en él, para ser enterrado en el túmulo que se mandó labrar en la capilla mayor de la catedral de Toledo.
De ese palacio hizo el viajero Münzer —que lo visitó el mismo año en que murió el cardenal— una detallada descripción, y se vació en elogios sobre su hermoso claustro de dos pisos, sus artesonados, todos diferentes “con diversos colores mezclados con azul”, para terminar diciendo: “Creo que en el mundo no hay casa más espléndida”. Nada se sabe sobre quién fue el artífice de este otro palacio desgraciadamente desaparecido, pero dada la fama que Juan Guas tenía por entonces, en el cénit de su carrera, y el hecho de estar trabajando en el del Infantado en la misma villa, y que construía en aquellos años el propio hermano de Pedro, no es arriesgado suponer que fue él mismo quien lo realizó también.
La fachada principal del Palacio de Jabalquinto de la ciudad de Baeza no está documentada como de Juan Guas, pero hay pocos expertos que duden de su autoría, o de un seguidor o alumno muy próximo y dirigido por él. El propietario fue Juan Alfonso de Benavides Manrique, señor de Jabalquinto y pariente cercano del rey Fernando el Católico. El interior del edificio corresponde a otra época posterior, y tanto el patio como la escalera son piezas renacentistas, así como la galería que constituye el piso alto de la fachada.
Los elementos ornamentales que enriquecen esta fachada parecen claramente de la mano de Guas, flanqueada como está por dos fuertes columnotas cilíndricas, rematadas en lo alto por sendos púlpitos decorados, un modelo que se repite en la obra de Guas desde el castillo de Manzanares hasta el crucero de San Juan de los Reyes, pasando por la capilla de San Gregorio de Valladolid. Toda la fachada está igualmente decorada con cabezas de clavos pétreos y con ornamentación flamígera.
Los trabajos de Juan Guas van a culminar con el encargo más importante de su vida: el que recibió de los Reyes Católicos para construir en Toledo una iglesia conmemorativa del triunfo en la batalla de Toro contra el rey de Portugal. La iglesia que se comenzaría en 1477, se llamaría San Juan de los Reyes, y sería sin duda la obra más emblemática del artista, la que le dio fama imperecedera, y en ella colaboró con maese Enrique, su compañero de trabajo en la puerta de los Leones de Toledo, al que se le suelen atribuir las decoraciones escultóricas de la cabecera.
En el templo lució Guas sus mejores potencialidades como arquitecto, mostrando los conocimientos que tenía de la construcción basilical con bóvedas de complejas nervaduras, concibiendo una iglesia de características semejantes a la del monasterio del Parral, de una sola nave, pero con el añadido de un soberbio crucero con cúpula elevada y linterna que enriquece extraordinariamente el conjunto. Tanto la iglesia como el claustro de dos pisos presentan un catálogo completísimo de elementos ornamentales, obtenidas tallando y trepanando la piedra, y cantidad de esculturas de una inmejorable calidad, en la misma línea de la emblemática Puerta de los Leones, en la que años atrás trabajara el equipo completo de flamencos.
La década de los ochenta es la de mayor actividad de Juan Guas, que simultanea su labor como maestro mayor de la catedral vieja de Segovia, con toda clase de encargos particulares situados en lugares alejados unos de otros. En 1483, trabaja con el maestro Egas Cuman en el trasaltar mayor de la catedral de Toledo, lo que se documenta por el asiento de cobro del mismo que consta en el correspondiente libro de Actas del Cabildo. Se trata de una exuberante pantalla de piedra esculpida que cierra la capilla mayor de la catedral por la parte interior de la girola. Las dos “costaneras” rectas correspondientes a la zona del coro estaban realizadas desde el siglo xiv y marcaban la pauta escultórica, si bien es obvia la diferencia de estilo que existe con la obra de Guas y maese Egas.
Ellos hicieron la parte de la Epístola, mientras Martín Sánchez Bonifacio labraba la del Evangelio. La obra —ordenada por el cardenal Mendoza— se compone de tres tramos verticales articulados por columnillas que tienen intercaladas figuras de santos, y en los fondos hay tracería flamígera en la parte baja y relieves escultóricos en la alta, rematado el conjunto por una crestería de nichos con más esculturas. Los escudos del cardenal y del reino de España fueron sobrepuestos al final y están policromados.
Entre 1487 y 1489, realiza Guas con Juan de Talavera la capilla del colegio de San Gregorio en Valladolid, obra en la que pueden observarse las mismas delicadezas escultóricas que en San Juan de los Reyes, y los elementos característicos de su obra como son las tribunas (o púlpitos) de exquisita labra del coro, semejantes a las de los pilares del crucero de la iglesia toledana.
La Hospedería Real de Guadalupe (demolida en 1856, tras un lento y progresivo abandono y ruina), era otra de las obras predilectas de la reina Isabel, que calificaba de “mi paraíso” al famoso convento extremeño. Parece que la Hospedería (que estaba en las proximidades del monasterio, en un paraje al parecer delicioso) competía en riqueza de ornamentación interior con el propio palacio del Infantado, y los Reyes gustaban de alojarse en él en temporadas, a partir de la inauguración que tuvo lugar poco antes de la rendición de Granada, desde donde llegaron el 20 de junio de 1492 para reponerse de las fatigas de la campaña que se finalizaría aquel mismo año, en otoño. El viajero Münzer también la visitó y la calificó de “magnífico palacio de los reyes de Castilla con fuentes delante y con estancias exquisitamente preparadas, en las que vimos a unos servidores de la reina guardando muchas arcas de los reyes y muchos papagayos de colores [...] y que estaban esperando al rey y a la reina”.
En 1491 volvió Juan Guas a Toledo como maestro mayor de la catedral, cargo que asumió a la muerte de su amigo Martín Sánchez Bonifacio, y a él debió corresponderle —según Chueca Goitia— la terminación de la catedral en la que se terminaron de cerrar las últimas bóvedas de los pies del cuerpo de naves en el año 1493, bajo el mandato ya del cardenal Mendoza.
Todavía en ese mismo año de 1493, construía Guas en Alba de Tormes un palacio para los duques de Alba, otra de sus muchas obras desaparecidas y del que nada se conoce. Hizo testamento en 11 de octubre de 1490, en el que afirma ser “maestro mayor de las obras de mis señores los Reyes Católicos don Fernando y doña Ysabel”, para él el distintivo de mayor gloria de su vida. Y hasta tal punto fue esto cierto, que llegó a crear un estilo propio de arquitectura, único en su época, que lejos de conocerse con su propio nombre, se conoce con el de la Reina a la que sirvió.
Finalmente falleció en 1496, pero antes de morir quiso dejar constancia de su ayuda a la parroquia de la que fue feligrés: la de San Justo, vieja iglesia de los tiempos de la reconquista, situada en un barrio vecino de la sede toledana, donde vivieron tradicionalmente los servidores de la catedral, uno de los cuales fue Guas. Y fundó en ella una capilla (una inscripción en caracteres góticos que corre por toda la base de su bóveda, reza así: “Esta capilla mandó fazer el onrado Juan Guas”), que, afortunadamente, ha llegado a nuestros días, pese a la remodelación de que fue objeto la iglesia primitiva en el siglo xviii. En su sencilla portada está presente la huella personal del arte de Guas, y en lo alto, su escudo familiar, por el que se ha supuesto su origen bretón. Pero el mayor tesoro de esta capilla para la historia, es la valiosa pintura mural en la que figura como donante el propio maestro, junto con la mujer y sus dos hijos pequeños.
La razón de la fama de Juan Guas hay que buscarla en las características de su estilo, creando una imagen novedosa, especialmente en sus obras civiles, tomando ideas de aquí (mudéjares) y de allá (flamígeras y prerrenacentistas italianas) para el singular tratamiento ornamental de sus fachadas y de sus patios.
Pero también en las monumentales composiciones de sus iglesias —verdaderos museos escultóricos— y unas y otras causaron la admiración de sus contemporáneos (Juan Gómez y González de la Buelga, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Esteban Jamete, autor de la decoración de la obra reseñada;
Esteban Jamete (Orleans, Francia, c. 1515 – Cuenca, 5 de agosto de 1565). Escultor y arquitecto.
Es uno de los artífices más importantes de la escultura española del siglo XVI. Nació en Orleans (Francia) en torno a 1515. Era hijo del maestro de cantería Jamet Loxin, a cuyo lado aprendió el oficio. En 1535, con veinte años de edad, llegó a España y muy pronto comenzó a trabajar. Durante casi cinco años anduvo por las dos Castillas y León, participando en la decoración de edificios tan importantes como el palacio de las Dueñas en Medina del Campo, el palacio de los Cobos en Valladolid, el convento de San Francisco en Medina de Rioseco, el convento de San Marcos en León y el monasterio de San Zoilo en Carrión de los Condes. En Burgos, además de ornar los pilares del crucero de la catedral, hizo, por encargo del escultor Felipe Vigarny, un modelo para la sillería alta de la catedral de Toledo. Poco tiempo después, tras haber permanecido un mes en Segovia, marchó a Toledo y, dada la envergadura de su trabajo, su estancia en esta ciudad fue más larga, ya que en la catedral intervino en la portada de la capilla de San Juan, en el interior de la puerta de los Leones y sobre todo en la sillería del coro. Desde aquí viajó a Madrid para labrar el sepulcro del obispo Calahorra. A mediados de 1540 se dirigió a Chinchilla, y durante un año se ocupo de engalanar la cabecera de la iglesia de Santa María del Salvador. Años más tarde se pusieron en esta iglesia dos púlpitos realizados por el rejero Hernando de Arenas, de los que él fue trazador. En agosto de 1541 inició su andadura por tierras andaluzas, donde intervino en obras de gran empeño, como la iglesia del Salvador de Úbeda y la casa del Ayuntamiento de Sevilla.
En abril de 1545 abandonó Sevilla y marchó a Cuenca, porque, según testimonio del propio Jamete, le habían llamado desde esta ciudad para que fuera a trabajar. El motivo de este viaje era la obra que se proyectaba llevar a cabo en la entrada del claustro de la catedral. Cuando Jamete llegó a Cuenca, ya había dejado una buena muestra de su arte en todas aquellas ciudades en las que había estado y además había tenido la oportunidad de colaborar con artífices tan representativos de nuestra escultura como Felipe Vigarny y Juan de Juni y de nuestra arquitectura como Alonso de Covarrubias y Andrés de Vandelvira. También había conocido al escultor Alonso Berruguete y había visto la obra de Diego de Siloé, y así las cintas o guirnaldas que atan las columnas y de las que penden cartelas o medallones, que serán uno de los motivos decorativos más utilizados por Jamete, estaban inspiradas en este arquitecto burgalés.
Jamete fue un artista muy representativo del tiempo que le tocó vivir. Fue un gran escultor, un extraordinario decorador, con mucho oficio, que creó obras de exquisita calidad. Como arquitecto, su trabajo no carece de interés y fue el primer maestro que en Cuenca recibió tal título de arquitecto, exactamente en 1557.
Su incursión en el arte de la rejería fue, sin duda, importante, ya que es el autor de los diseños de las rejas que forjó Hernando de Arenas, mencionándosele también como pintor en el proceso que el tribunal de la Inquisición siguió contra él en 1557. Gozó de gran renombre en su tiempo y ello hizo que, desde el momento en que se afincó en Cuenca, su taller se viera muy concurrido y se dieran cita en él numerosos artistas, algunos venidos de fuera de España. Es significativo que el hijo de Juan de Juni, Isaac, se trasladara a Cuenca para aprender el oficio con Jamete, porque, según dijo, había oído comentar su valía. Muy pronto se le encomendaron algunas de las obras más importantes que se hicieron por aquellos años en Cuenca, e incluso fue distinguido con el nombramiento de familiar de la Inquisición. Su primer trabajo fue el zaguán del claustro de la catedral (1546), que hizo en colaboración con el arquitecto Francisco de Luna.
Tiene una excelente portada, bien planteada y con abundante y cuidada decoración escultórica. El nombre del artista va ligado de tal manera a esta portada que se la conoce como Arco de Jamete. Es obra principal de la arquitectura renacentista española.
Durante unos años su actividad se centró principalmente en la catedral y, por los encargos que recibió, se desprende que el prestigio que alcanzó en las esferas religiosas era grande. Ello creó envidias entre la gente de su oficio, como se puso de manifiesto cuando fue juzgado por el Tribunal de la Inquisición.
En la catedral terminó la construcción de la desaparecida capilla de Francisco de Mendoza (1547), que había iniciado el arquitecto Pedro de Alviz. Por encargo del deán Constantino Castillo, erigió la capilla de Santa Elena (1548), en la que, siguiendo un modelo muy repetido en la catedral conquense, abrió una ventana o comulgatorio al lado de la puerta. Asimismo, Jamete es el autor del retablo que preside la capilla (1550), una de las mejores piezas de la escultura renacentista de Cuenca, y el diseñador de la reja que la cierra. Este retablo de Santa Elena, en el que se hace visible su formación francesa en el empleo de la figura humana como soporte, tiene claras semejanzas con las puertas de madera de la sala capitular. En ambas obras Jamete muestra ser poseedor de una singular delicadeza y de una exquisita técnica. También labró el grupo escultórico de la Adoración de los pastores que decora el tímpano de la portada que enmarca estas bellas puertas. En 1551 ejecutó el retablo de San Mateo y San Lorenzo, de sencilla traza, cuyo remate se suprimió para acomodarlo al lugar que hoy ocupa en el trascoro. Sirve de marco a una pintura de Martín Gómez. Además, en esta década de 1550 realizó el retablo de la capilla de San Martín, que dibujó con libertad y mostró su valentía al mezclar materiales tan distintos como la madera, siempre más cálida, y el alabastro, de sensación más fría. El diseño de la reja de la capilla se debe también a Jamete. A este mismo momento corresponde el retablo de la capilla de los Apóstoles, muy manierista en su arquitectura, en cuyo banco representa el Santo Entierro, que, a pesar de estar deteriorado, es de extraordinaria belleza.
Fuera de la catedral, en la iglesia de San Miguel labró el desaparecido retablo mayor y probablemente la cúpula que cubre la capilla mayor también sea obra suya, y en la desaparecida iglesia de San Juan hay noticia documental de que hizo la portada (1555). En la provincia de Cuenca ha dejado obras importantes.
En Alarcón en la iglesia de Santa María, además de la portada sur, labró el retablo mayor, manierista, con un planteamiento complejo, cuya multiplicación de escenas trae el recuerdo de los últimos retablos góticos, y el sagrario, en donde el contraste entre la libertad y el clasicismo con la que trata determinados elementos es muy bello. En Huete, en la desaparecida iglesia de San Pedro, ejecutó la portada de una capilla, que afortunadamente se ha conservado, y es probable que la portada de la iglesia de Santa María de Castejón sea obra suya.
A finales de 1556 marchó a Castillo de Garcimuñoz para labrar una escultura del clérigo Villamayor, que se iba a colocar en la iglesia de la Concepción.
Mientras tanto, la familia de su esposa declaraba contra él ante el Santo Oficio. El 4 de abril de 1557 fue prendido en Castillo de Garcimuñoz y tres días después entraba en la cárcel de la Inquisición de Cuenca.
En esa fecha Jamete ya había dejado de ser familiar de esta institución. Fue acusado de haber “dicho perpetrado y cometido muchos delitos heréticos feos y escandalosos contra nuestra santa fe católica”. Fue sometido a tormento en tres ocasiones. Los testigos que declararon a su favor fueron, en su mayoría, clérigos y descendientes de conversos, mientras que sus colegas —muchos de ellos actuaron movidos por cuestiones personales y celos profesionales— fueron los principales delatores. El Tribunal le declaró “hereje apostata factor y encubridor de hereje”. Tuvo en cuenta su arrepentimiento y por ello le admitió a reconciliación, le condenó a tres años de cárcel y a llevar puesto el sambenito durante ese tiempo. Asimismo, le impuso oír misa en la catedral, ir los sábados en romería a la Virgen del Puente y confesar y comulgar las tres pascuas el resto de su vida. Además, quedó inhabilitado para cualquier dignidad, beneficio u oficio público y honorífico, fuera eclesiástico o civil, así como para utilizar armas, andar a caballo y llevar sedas, oro, plata o piedras preciosas. Jamete no cumplió íntegramente la condena, pues la sentencia fue leída el 15 de mayo de 1558 en el auto de fe que se celebró en la Plaza Mayor, y el 8 de julio de ese mismo año ya había salido de la cárcel, aunque no podía moverse de Cuenca, porque, según él mismo declaró, tenía “por cárcel esta dicha ciudad”; sin embargo, en 1562 estaba de nuevo en Castillo de Garcimuñoz trabajando en la escultura que había dejado inconclusa cuando fue detenido.
Los problemas de Jamete con el Tribunal de la Inquisición no terminaron aquí, pues, a raíz de la publicación de un edicto de delación que tuvo lugar el 12 de marzo de 1560, se presentaron denuncias contra él por no llevar puesto el sambenito. También se vio involucrado, como testigo, en el proceso que el Santo Oficio abrió contra el maestro de tapicería Daniel de Botma y en el del platero Tristán del Vago, y como delator, en el del zapatero francés Pedro de Montalvo.
Cuando Jamete salió de la cárcel, trabajó muy poco, hizo una sierpe en el cirio pascual para la catedral y colaboró con Hernando de Arenas diseñando rejas.
No obstante, su arte continuaba siendo tenido en estima, como lo demuestra el hecho de que fuera el maestro elegido por el Ayuntamiento para levantar un arco en honor de Felipe II, con motivo de la visita que efectuó el Rey a Cuenca en el año 1564. Quizás, el que Jamete fuera un reconciliado por el Santo Oficio influyó de forma negativa entre una clientela que estaba compuesta principalmente por hombres de la Iglesia, aunque los verdaderos motivos hay que buscarlos en la difícil situación económica que había en Cuenca, que provocó que la actividad artística decreciera considerablemente, y en el propio Jamete, cuya salud estaba seriamente dañada. La bebida y las penalidades que había sufrido en la cárcel contribuyeron a su deterioro físico de manera muy notable, hasta el punto de que, en cierta ocasión, él mismo comentó que “no podía trabajar bien”.
El 5 de agosto de 1565 Jamete murió en Cuenca.
Tenía cincuenta años de edad. Fue enterrado en la iglesia de San Nicolás, donde también lo estaba su primera esposa (María Luz Rokiski Lázaro, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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