Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Pérez Galdós, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 10 de mayo, es el aniversario del nacimiento (10 de mayo de 1843) de Benito Pérez Galdós, literato a quien está dedicada esta calle, de ahí que hoy sea el mejor día para ExplicArte la calle Pérez Galdós, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Pérez Galdós es, en el Callejero Sevillano, una calle que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, en el Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de las calles Ortiz de Zúñiga y Cedaceros, a la confluencia de las calles Alcaicería de la Loza, Ángel María Camacho, y plaza de la Alfalfa.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una calle, está dedicada al literato canario Benito Pérez Galdós.
El primer tramo. hasta la confluencia con Don Alonso el Sabio, podría corresponder a la llamada del Almocafre, útil de labranza, que figura citada entre 1466 y 1500 como próxima a la actual Mercedes de Velilla y que iba a las Carnicerías; sin otras referencias de los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, en el plano de Olavide (1771) figura como calle de la Corona, y ocasionalmente se le llama también Lechera. El segundo tramo, desde principios del siglo XVI se conoce como Peladero, Peladero Bajo o Peladero de los Puercos: en realidad por Peladero eran conocidas no sólo ésta, sino una serie de calles y callejuelas situadas a las espaldas de las Carnicerías donde tenía lugar la limpieza de las piezas de animales: caza, aves o cerdos, de difícil correspondencia con las calles actuales por la remodelación que sufrió la zona tras el derribo de las Carnicerías. En fecha imprecisa, entre 1845 y 1869, Corona se extiende al segundo tramo y desaparece el topónimo Peladero. En 1869 es rotulada Lanuza, en memoria del justicia mayor de Aragón de este nombre, enfrentado con Felipe II. En 1875 se recuperó el topónimo anterior de Corona, sustituido en 1921 por el actual, en memoria de Benito Pérez Galdós (1843-1920), uno de los más importantes novelistas españoles del XIX, autor de los Episodios Nacionales, Fortunata y Jacinta, Misericordia, etc.... Según Santiago Montoto, también fue denominada Orense.
La calle presenta un trazado bastante irregular, a pesar de haber sido sometida a varios proyectos de alineación (1876, 1911- l916); el primer tramo es ligeramente curvilíneo presentando la mayor amplitud en la confluencia de Don Alonso el Sabio, donde precisamente se levanta un bloque de pisos de cuatro plantas, que acentúa la estrechez; después ensancha en la confluencia con Boteros, y en el último tramo es donde mejor se advierte las trazas de los procesos de alineación, particularmente en la acera de los impares. Confluyen, por los pares, Don Alonso el Sabio y la barreduela Golfo, y por los impares, Boteros y Guardamino. Hay noticias de su adoquinado desde 1886, y por tratarse de una calle de mucho tránsito las operaciones de reparación del pavimento son frecuentes a lo largo de la primera mitad de este siglo; las aceras son construidas en el segundo decenio de la presente centuria. Hoy posee calzada de asfalto, vertido directamente sobre el adoquín, y estrechas aceras de losas de cemento, en desigual estado de conservación y en algunos tramos reducida a la faja de adoquín. Se ilumina mediante farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas. La edificación es desigual en tipos y fechas; se conserva alguna casa unifamiliar de patio y algunas otras más modestas, como la que hace esquina a Alcaicería de la Loza, pero en general predominan las casas de escalera de tres plantas de principios de siglo y bloques de viviendas de tres y cuatro alturas de los últimos decenios. Varios edificios se encuentran cerrados y en estado de semirruina. Es de destacar la núm. 1, esquina a Ortiz de Zúñiga, obra modernista de José Espiau y Muñoz (1910-1913), sobre el solar de la antigua fonda del Correo Viejo.
Junto con Santillana forma el eje de comunicación entre la Alfalfa y la Encarnación, de ahí que tradicionalmente haya sido una vía de mucho tránsito y fuera calificada por Álvarez-Benavides (1873) como calle de primer orden. Hacia 1860 existía allí una mensajería para Morón de la Frontera y hacia 1875 una parada de diligencia con destino en los pueblos de los Alcores; prueba asimismo del mucho tráfico registrado es la insistencia para que se quite el marmolillo que había a la entrada de Don Alonso el Sabio, a lo que al fin se accede en 1873, y la existencia de una línea de ómnibus entre ésta, Ortiz de Zúñiga, plaza de Argüelles y San Pedro. Famosa durante todo el siglo XIX fue la mencionada fonda del Correo Viejo, que en ocasiones dio lugar a las quejas del vecindario, por los alborotos que en ella se organizaban. A finales de siglo había una moderna imprenta que se anuncia como "Fábrica de libros rayados, única en Andalucía y una de las primeras de España, especialidad en la fabricación de libros registros para el comercio exportación a provincias" (El Progreso, 9-1-1895). Tras la instauración de la democracia, el primer local de la Casa del Pueblo que se reabrió en Sevilla se instaló allí.
Hoy registra un intenso tránsito peatonal, obstaculizado por los muchos vehículos aparcados y la angostura del acerado. Posee un diversificado comercio de barrio (tienda de comestibles, estanco, confitería, zapatería, pescadería,...), algunos de carácter más especializado (como una tapicería y sobre todo una tienda de animales, cuya focalización se explica por su proximidad a la Alfalfa), y algunos comercios de tejidos al por mayor. Con todo, la existencia de algunos locales comerciales cerrados parece indicar cierta decadencia de esta zona. Hay varios bares muy concurridos por gente joven en las horas nocturnas y por grupos familiares los domingos. Las tradiciones populares han pervivido largo tiempo en esta zona de la ciudad, como refleja la cencerrada ofrecida a una pareja de viudos en 1897: "Anoche hubo fiesta clásica en la calle Corona. Se casaron unos viudos. Recolectaron cuantas latas, almireces y demás instrumentos ruidosos fueran posible obsequiar a los cónyuges veteranos, con estruendosas, aunque no escogidas sonatas" (El Porvenir, 30-Vl-1897) [Josefina Cruz Villalón, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Benito Pérez Galdós, (Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, 10 de mayo de 1843 – Madrid, 4 de enero de 1920). Novelista, renovador dramaturgo, periodista y político.
Nació en el inmueble de la calle del Cano que hoy alberga la Casa-Museo Pérez Galdós, en el seno de una familia de la clase media: el padre, Sebastián Pérez y Macías, era teniente coronel del Ejército; la madre, Dolores Galdós y Medina, hija de un vasco, secretario de la Inquisición en la isla, llevaba el timón familiar.
Benitín fue el décimo hijo. El niño se hizo muchacho mostrando afición al dibujo y a la redacción de piezas dramáticas, aunque pronto se manifestó su timidez.
Sus primeros pasos escolares, la escuela de las hermanas Mesa y la secundaria en el Colegio de San Agustín, donde Graciliano Alfonso, emigrado a América por liberal, le dio clase de Humanidades, le permitieron pasar inadvertido, pero abriendo su apetito por el saber y el arte. En los últimos años de la enseñanza secundaria se despertó con fuerza su afición al dibujo, al drama y su veta irónica. Entre sus condiscípulos, destacaba el que llegaría a ser un político importante, Fernando León y Castillo.
El conocimiento del ser humano, la principal característica de su literatura, se formaría en una permanente interrelación de reflexión propia y del gusto por observar a los demás. Este hombre alto, tímido, de ojos pequeños, largos mostachos, impenitente fumador, y con un suave acento canario, que nunca perdió, prefirió siempre actuar de testigo de la vida que de protagonista. La reserva deviene en mutismo en lo referente a su vida privada, llena de secretos, algunos de los cuales, como su relación amorosa con la condesa Emilia Pardo Bazán, se conoció medio siglo después de su muerte. Su extensa órbita familiar, la vida de sus nueve hermanos, los numerosos tíos por parte materna, varios de ellos emigrantes, vivían en el puerto de Trinidad (Cuba), o en Uruguay, le pusieron en contacto con un rico abanico de personalidades.
Siendo muchacho, conoció en Las Palmas a una señora norteamericana, Adriana Tate, viuda de un hombre mayor, Ambrosio Hurtado de Mendoza, y con quien tuvo dos hijos, Magdalena y José Hermenegildo Hurtado de Mendoza Tate, que casaría, este último, con Carmen Pérez Galdós, hermana y compañera perpetua del escritor. Un hijo de este matrimonio, José María Hurtado de Mendoza Pérez Galdós, don Pepino, futuro ingeniero agrónomo, que quedó soltero, como Galdós, fue, pasando los años, un fiel acompañante. A su vez, Adriana había tenido una relación con José María Galdós, un hermano de la madre, cuyo fruto fue una hija natural, Sisita. Benito aprendió con los Tate y una amiga, Miss Luisa Balls, el inglés, y su afición a Sisita llegó al extremo que preocupó a la madre de Galdós. El cierre de la Universidad de La Laguna por motivos políticos, única entonces en las islas, hizo aconsejable su marcha a Madrid para estudiar Derecho. El fuerte carácter de la madre marcó sin duda al joven Galdós, y una parte de la reserva puede achacarse a la severidad materna.
Llegó Galdós a Madrid en el otoño de 1862 y se matriculó en la Universidad. En las aulas entró en contacto con los institucionistas, en la persona del catedrático de Latín Alfredo Adolfo Camús, hombre elocuente, que deleitaba a sus estudiantes hablándoles de la Roma clásica. Otros profesores preferidos fueron Fernando de Castro, Canalejas y Castelar. Su asistencia a las aulas fue menos que ejemplar y decreciente.
La capital, por otro lado, le ofrecía un sinfín de oportunidades, las tertulias de los cafés, donde encontró a sus paisanos, el paraíso del Teatro Real, el vivir de cerca momentos cruciales de la historia de España, el Ateneo, donde asistió a conferencias, observar a los personajes del momento, la lectura de las novedades editoriales, las redacciones de los periódicos, donde aprendió a vivir el día a día de la política nacional.
Asistió, por ejemplo, a los disturbios de la famosa noche de San Daniel el 10 de abril de 1865, ocasionados por un intento de la reina Isabel II de autorizar la venta de una parte del patrimonio nacional, reservándose un veinticinco por ciento del precio. Emilio Castelar, a la sazón catedrático de la Universidad Central, publicó un artículo, “El rasgo”, por el que fue destituido de su cargo. El rector Montalbán se negó a cumplir la orden, y los estudiantes se manifestaron en apoyo del rector. Murieron varias personas por las cargas de la Guardia Veterana; Galdós escapó con unos linternazos recibidos en la Puerta del Sol.
También asistió el joven estudiante a la sublevación de los sargentos de Artillería del Cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866; los cañonazos, el odio de los contendientes, así como el posterior paso de los sargentos rebeldes, llevados al patíbulo en coche, de dos en dos, camino de su fusilamiento en las tapias de la plaza de toros, le dejarían una huella imborrable.
El Ateneo Viejo, situado en la calle Montera, fue otro de sus refugios, y donde leyó, con enorme dedicación, libros y prensa. Allí vio a Francisco de Paula Martínez de la Rosa, Antonio Alcalá Galiano y Fernández de Villavicencio y Antonio de los Ríos Rosas.
Denominará en sus memorias al Ateneo la Holanda española, por ser el refugio de la libre conciencia. En las tertulias de los cafés conoció a gentes variadas, desde el crítico Manuel de la Revilla, a los escritores Amós de Escalante, Leopoldo Alas, sus amigos Adolfo Posada y Armando Palacio Valdés, y a Ventura Ruiz Aguilera, entre otros. Galdós dedicó también largas horas a pasear por las calles de Madrid. Conoció tanto al madrileño castizo, significado por su apostura chulapa, de la Puerta de Toledo, al popular, avecindado en los alrededores de la Plaza Mayor, como al pequeño comerciante o al empleado de bajo rango, del centro de la ciudad. A los últimos, los conoció íntimamente, pues vivía entre ellos, primero en la calle de Fuentes, con León y Castillo de compañero de pensión, y enseguida en el n.º 9 de la calle del Olivo, hoy Mesonero Romanos, donde habitó los siguientes seis años. Las tertulias de los cafés, el “Universal” de la Puerta del Sol, lugar de reunión de los canarios, “Fornos”, el “Iberia” o el “Suizo”, le permitieron conocer la fauna completa de la sociedad burguesa de su tiempo, desde los estudiantes a las prostitutas, comerciantes, ganaderos y políticos. Todo ello le restaba tiempo para acudir a la Universidad, pero la energía de la sociedad presente le tenía absorbido, y aunque de esta época se carezca de noticias fidedignas, su vida amorosa, una de sus fuentes de inspiración, fue seguramente muy activa. Los primeros cinco años en Madrid fueron, pues, de aprendizaje de la vida, en que la experiencia, las lecturas, y el despertar de su escritura le abrieron las puertas del futuro escritor.
El Omnibus, un periódico de Las Palmas, recoge sus primicias periodísticas, que se consolidaron con sus colaboraciones al periódico madrileño La Nación, fundado por Pascual Madoz, que le abrió sus páginas en febrero de 1865, con artículos sobre la vida cotidiana y la actualidad política y social. Allí publicó una de sus primeras piezas largas, la traducción al español de la novela de Charles Dickens, Aventuras de Pickwick (Pickwick Papers) del 9 de marzo al 8 de julio de 1868. En noviembre de 1865 comenzó a colaborar en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, de carácter científico, donde ofreció trabajos sobre personalidades de la cultura europea, como Thiers, Proudhon, Dumas o Hugo, que le descubrieron la pobreza de las letras patrias. La revista fue prohibida por los sucesos políticos antes mencionados.
Otras publicaciones importantes donde colaboró son la Revista de España y el periódico El Debate, de José Luis Albareda, y, curiosamente, La Guirnalda, un periódico dedicado al bello sexo, y en La Ilustración de Madrid. A partir de 1875, sus colaboraciones de prensa disminuyeron a causa del incansable ritmo que imprimió a la publicación de sus novelas.
Las fuertes impresiones vividas en los disturbios le inclinaron a regresar a Las Palmas, en el otoño de 1866, pero unos meses después estaba de vuelta en la capital. En el verano de 1867, viajó a París, para visitar la Exposición Universal. Fue el primer periplo a la capital francesa, donde se dedicó a hacer lo mismo que en Madrid, a callejear y a husmearlo todo.
Entonces, se reafirmó su gusto por la obra de Honoré de Balzac, concretamente entonces leyó la novela Eugenia Grandet. La lectura parisina de Balzac cruzada con la de Dickens le decidió a escribir novela, el género que mejor permite conjugar la representación objetiva de la realidad social con su propia perspectiva sobre los asuntos del día. Entendió que el género novela podía ofrecer al lector una visión digna del mundo y de la vida. Un subsiguiente viaje a París, en junio de 1868, con su hermano Domingo y su cuñada, ahondó ese deseo de novelar al modo realista, y continuó en la capital de la luz la redacción de su novela La fontana de oro. Cuando regresó a España, en Barcelona, estalló la Revolución de Septiembre, que en principio le entusiasmó. Se despidió de los hermanos y regresó en tren a Madrid, donde presenció la entrada del general Serrano en la Puerta del Sol y el posterior homenaje popular a Prim.
Comenzó entonces, a la altura de 1870, una etapa de trabajo incansable para Galdós, que en poco tiempo le hizo conocido. Su hermano mayor, Domingo, el que le había invitado a ir a París, murió inesperadamente en Las Palmas. Su viuda, Magdalena Hurtado de Mendoza, decidió trasladarse a Madrid, y lo hizo acompañada de su cuñada, la hermana de Benito, Carmen, su marido José Hermenegildo e hijos, muy en especial José, futuro profesor de la Escuela de Ingenieros Agrónomos, quien, pasando los años, administraría sus asuntos. Todos ellos se instalaron en un piso burgués en el nuevo barrio que levantaba José Salamanca, en la calle de Serrano, entonces n.º 8, desde donde podían seguir las obras de construcción de la Biblioteca Nacional. La publicación de un artículo, “Observaciones sobre la novela española contemporánea”, donde reseña los Proverbios ejemplares de Ventura Ruiz Aguilera, marcó un hito en su producción porque proclamaba por primera vez la necesidad de una literatura que tuviera por tema la realidad contemporánea. En la década de 1870, aparecieron dos series de Episodios nacionales, veinte tomos, y una sucesión de novelas sobre temas cruciales de la vida social. Tras La fontana de oro, situada en el reinado de Fernando VII, y una fantasía imaginativa, La sombra, en El audaz, Doña Perfecta, Gloria, Marianela y La familia de León Roch, el escritor liberal empezó a levantar el mapa de la sociedad española del siglo XIX, su mejor retrato, diametralmente opuesto al ofrecido por sus predecesores en novela, el andaluz Juan Valera, su buen amigo, o el hidalgo rentista montañés José María de Pereda. Doña Perfecta, en concreto, ofrecía la cara oscura, oculta en Pepita Jiménez (1874) de Valera, la responsabilidad de los políticos conservadores y del clero del mal estado de los asuntos públicos. Durante esta década, la de 1870, Galdós alcanzó renombre nacional.
En el verano de 1871, fue por primera vez a Santander, huyendo del calor madrileño, otro de los escenarios de su vida, donde veraneó regularmente desde entonces, primero en fondas, luego en diversos pisos del muelle, hoy paseo de Pereda, y con los años se construyó una casa en el Sardinero, la conocida finca de San Quintín, en septiembre de 1902. Santander fue el lugar donde cultivó la amistad, la de sus íntimos José María de Pereda y Marcelino Menéndez Pelayo, y donde siendo ya célebre le visitaron amigos tan dispares como el torero Rafael González Madrid, Machaquito, o Pablo Iglesias, que acudió a leerle unas cuartillas que Galdós, enfermo, no podía ir a escuchar.
Cantabria reunía unas condiciones ideales, por ser un puerto de mar, con una sociedad compuesta por un reducido grupo de gentes liberales, que convivían con las predominantes fuerzas tradicionales de la sociedad española: clero y miembros de la Administración central. Poseía una indudable riqueza cultural y tenía cerca unas aguas termales; otra razón de regresar a la ciudad fue el que su hermano, el brigadier Ignacio Pérez Galdós, fue nombrado gobernador militar de Santander (1879-1881). Cuando llegó por vez primera, su nombre empezaba a sonar, por las colaboraciones en la Revista de España y en El Debate. Se sabe que Pereda acudió a conocerlo en la fonda donde se alojaba, convirtiéndose pronto en amigo y punto de contacto con Cantabria. Esta amistad resulta difícil de entender, porque el escritor cántabro era un escritor de talento, aunque un hombre de ideas políticas infantiles, diametralmente opuestas a las del canario.
A finales de verano murió su padre, y la madre, acostumbrada a ser el eje de la familia, se quedó bastante sola en Las Palmas, mientras Benito vivía arropado por Magdalena, por Carmen, su marido e hijos. En cambio, los sucesos políticos le aislaron, porque cayó el Gobierno de Amadeo de Saboya, a quien había apoyado desde El Debate; al declararse la Primera República, se eclipsaron también las posibilidades periodísticas de Galdós. Dedicó los años siguientes a un trabajo intenso, documentándose para escribir los episodios, y conoció a Ramón Mesonero Romanos, que ya era un sesentón, de quien en parte era sucesor. Galdós seguía publicando en la Revista y en La Guirnalda.
El dueño de esta última era un ingeniero tinerfeño, Miguel Honorio de la Cámara y Cruz, contertuliano del Café Universal, propietario de una imprenta que lleva el nombre de la revista. Galdós firmó con él un contrato, por el que su paisano se encargaría de imprimir y vender todo lo que Galdós produjera. El contrato se convirtió con el paso de los años en un peso terrible para Galdós. Alternando la agotadora labor de redactar varios episodios nacionales al año, comenzó a redactar novelas relacionadas con la problemática ideológica de su época. Por sugerencia de León y Castillo, escribió Doña Perfecta, que aparecería en primera versión por entregas en la Revista de España. El éxito fue inmediato y en junio salió ya en volumen, y en diciembre esta segunda edición estaba también agotada.
Quienes gustaron de las novelas de Galdós fueron los liberales, mientras que gentes del talante de Pereda, reaccionaron en contra, especialmente ante la salida al año siguiente de Gloria, donde de nuevo se planteaba un problema religioso, la posibilidad del amor entre una mujer católica y un judío.
Con estas últimas novelas, Galdós comenzó a adquirir renombre internacional. Gloria fue enseguida traducida al alemán, al inglés, al francés y al holandés.
Don Benito frecuentaba poco los lugares públicos en Madrid, porque dedicaba el día entero a trabajar, vigilado de cerca por su hermana mayor Concha, y cuidado por Carmen, que regía los destinos domésticos.
Ambas mujeres eran piadosas y conservadoras, como recuerda el doctor Gregorio Marañón. Galdós pasaba el día redactando, sin dejar de fumar puro tras puro.
Paraba a la una para comer y, tras un breve almuerzo, vuelta al trabajo. Sus hábitos personales fueron siempre frugales, no gustaba del alcohol ni de trasnochar.
Por las tardes se daba un paseo, iba a un café o a una imprenta o acudía a citas secretas con alguna mujer.
En la década de 1880 le llegó la fama, y publicó sus mejores novelas. Los hombres de letras punteros le reconocieron su valía, como Ortega y Munilla, quien puso a su disposición el suplemento literario Los Lunes de El Imparcial. Galdós redactó su primera obra maestra, La desheredada, creando un prototipo de personaje femenino, Isidora Rufete, de una hondura humana que la literatura española no había conocido desde la publicación del Quijote, de Miguel de Cervantes, y Francisco Giner de los Ríos y Leopoldo Alas, Clarín, así lo reconocieron. Lo extraordinario es que Clarín, el intelectual ovetense, que años después publicaría La Regenta (1885), reconoció el talento galdosiano en toda su extensión, que la obra resultaba tan especial que, nada más salir publicada la primera parte, la reseñó destacando el uso del monólogo interior, la representación de cómo piensan los personajes, con lo que la narrativa española daba un quiebro moderno, hacia el adentro del ser humano.
Aquí Galdós se separó y superó a sus coetáneos, por la dignidad con que abordó los principales problemas sociales e históricos de su época y por el desarrollo de nuevas técnicas narrativas para relatarlos. Se dice que La desheredada es la primera novela donde el naturalismo español triunfó; en efecto, en ella el escritor aplicó a la realidad nacional el microscopio inventado por el francés Emilio Zola. La siguiente novela, El amigo Manso, relata la vida de un profesor krausista, que pudiera reunir rasgos de Francisco Giner de los Ríos y de su propio sobrino, José; es lo que Miguel de Unamuno, años después, denominaría una nivola o novela de acción interior. Casi nadie se percató de la genialidad galdosiana, de la innovación de que un personaje naciera de una gota de tinta, excepción hecha de Leopoldo Alas y de Ortega Munilla. Esto supuso para Galdós una decepción y el que retrocediera en su progresión como narrador, volviendo en sus siguientes entregas a lo hecho en La desheredada, al naturalismo, porque ni la crítica ni el público español estaban preparados para una innovación como la que entrañaba la historia de Máximo Manso. A propósito de la protagonista femenina, una mujer en cierto sentido independiente, porque ha estudiado para institutriz, trabajo que desempeña en la obra, parece inspirada en uno de los amores del canario, Juanita Lund, una joven de padre noruego y de madre vasca, que Galdós conoció en Santander en 1876. Fuera o no uno de los amores de Galdós, el estilo sajón de la joven se refleja en la protagonista femenina de la obra.
Volvió Galdós al periodismo en 1884 con colaboraciones bimensuales en el diario La Prensa de Buenos Aires, que durarían años y le producirían pingües beneficios. Escribió entonces El doctor Centeno, Tormento y La de Bringas; Galdós se había trasladado a un piso en la plaza de Colón. Mantenía relaciones con una modelo del estudio del pintor Emilio Sala, una mujer de apariencia popular, llamada Lorenza Cobián, natural de Bodes, un pueblo arriba de Arriondas, en el oriente asturiano. Esta relación duró bastante, pues en 1891 tuvieron una niña, su hija María, a quien conoció y atendió siempre. Al poco de iniciar la redacción de su obra maestra, Fortunata y Jacinta, inició también su andadura política. Por mediación de un admirador, José Ferreras, Galdós acudió a visitar a Práxedes Mateo Sagasta, y decidió aceptar un acta de diputado liberal, a pesar de que admitía a la dinastía borbónica, a la que él había sido hostil. Las ventajas económicas, el vivir de cerca los destinos de la nación, le llevaron a dejar de lado los escrúpulos primeros. Fue elegido diputado cunero, es decir, que no provenía del distrito por donde le eligieron, Guayama, Puerto Rico, isla que nunca visitó. En el Congreso hizo numerosas amistades; entre ellas, una que duraría años fue la de Antonio Maura.
En la primavera del 1887, Emilia Pardo Bazán pronunció unas conferencias sobre “La revolución y la novela rusa” en el Ateneo, y Galdós acudió a ellas para apoyar a la escritora naturalista, amiga y corresponsal.
Pronto fue su amante. Ese mismo verano hizo un viaje con su amigo, José Alcalá Galiano, cónsul en Newcastle, por Holanda, visitando Alemania, pasando por Estocolmo, para regresar por Inglaterra y, desde Liverpool, en vapor a Santander. Desde luego, en Alemania coincidieron con la Pardo, pues ella guardaba memoria de una noche inolvidable. Al verano siguiente hicieron un viaje a Italia, visitando Turín, Verona, Venecia, Milán, Florencia y Roma, donde seguramente coincidió también con doña Emilia. Durante 1888, simultaneó las relaciones con la Pardo y con Lorenza Cobián; de hecho, se sabe que se encontraban en un pisito de la calle de la Palma, al menos hasta 1889. En el verano de 1888, ocurrió un hecho que tuvo consecuencias importantes. Habían coincidido los amantes en la Exposición Universal de Barcelona; Galdós se marchó a los tres días, y la Pardo se quedó e hizo una excursión a Arenys de Mar con el joven, rico y apuesto José Lázaro Galdeano, con quien mantuvo una corta relación amorosa bosquejada en su novela Insolación. No ajena a esta amistad fue la participación de la condesa en la revista La España Moderna, fundada por Lázaro Galdeano, con la pretensión de sustituir a la envejecida Revista de España.
Galdós se enteró de la aventura de Arenys por una indiscreción de Narcís Oller, y se retrajo. Sus novelas La incógnita y Realidad, muestras de su talento —una renovaba el género de la novela epistolar y la otra era la primera novela dialogada moderna española—, tratan el tema del engaño e indican la herida sentida por el autor. Las satisfacciones que le dieron sus sucesivos éxitos literarios se amargaron por estos disgustos personales y por el rechazo de su candidatura a la Real Academia Española. A pesar del apoyo de Valera y de Menéndez Pelayo, diversos enredos hicieron que, por ejemplo, Cánovas del Castillo votara en una ocasión a un hoy olvidado catedrático de Latín, Commelerán. Finalmente, el 13 de junio de 1889 fue elegido Galdós miembro de la Academia.
La década de 1890 fueron años de mucho viaje y de una mayor introspección en sus novelas, influidas por la novela realista rusa. Comenzó entonces una exitosa carrera como autor dramático, que le convirtió en notabilidad pública y en el autor teatral más importante de su época, a pesar de que, pocos años después y por las habituales razones, sería batido en el nombramiento para el Premio Nobel (1904), por José Echegaray. Hay varios hechos destacados en su biografía de entonces: el pleito que entabló con Cámara, su editor desde la década de 1870, que terminó en 1896 con un laudo arbitral, en el que intervino Gumersindo Azcárate, favorable porque le devolvía la propiedad de sus obras, aunque hubo de pagar una cantidad sustancial a su editor. Desdichadamente, los gastos de Galdós eran numerosos, sus viajes, las diferentes mujeres que mantenía, los gastos de casa, la construcción de San Quintín, etc. La relación con Concha Ruth Morell, una joven de familia cordobesa, a la que ayudó a conseguir papeles menores en sus obras, persona inteligente, pero inquieta, y con los nervios trastornados, inspiradora de Tristana (1902), se arrastró por años, siendo motivo permanente de preocupación, por la indiscreción de la joven.
La década de 1900 se inauguró con el éxito sonado de Electra (1901). Tras su estreno, el público lo llevó a hombros a su casa. La pieza era anticlerical, condenaba la intervención del clero en la educación de la mujer. Tanto éxito dio lugar a la fundación de la revista con el mismo nombre donde se publicaron las primeras creaciones de los miembros de la llamada Generación del 98. Esta popularidad, sobre todo en Madrid, le fue de utilidad en su segunda entrada en política, la etapa republicana, que le trajo incontables problemas. Su integridad de conciencia y moral era extraordinaria, pues nunca se dejó comprar por el poder.
Especialmente en su segunda etapa, cuando se hizo republicano, perdió la oportunidad de ser glorificado por los poderes fácticos del país. Galdós disentía del giro político dado por Alfonso XIII, y decidió, en parte, por la sintonía con Vicente Blasco Ibáñez, con Gumersindo Azcárate y con Melquíades Álvarez, intervenir en la política, lanzando un manifiesto republicano, publicado en el periódico El Liberal el 6 de abril de 1907. El 21 de mayo era elegido diputado, con muchos votos. Por esta época empezaron a manifestarse sus dificultades de la vista, disminuyó su producción, y apareció en su vida Teodosia Gandarias, una maestra, que fue el amor del otoño de su vida, con la que compartió muchos momentos, en un piso del barrio de Chamberí, en la calle de Juan de Austria.
A partir de 1913, la ceguera empezó a hacer estragos, y a pesar de diversas intervenciones de cataratas, perdió la vista casi por completo, obligándole en los últimos años a tener que valerse de la ayuda de otros.
Fue su secretario, Pablo Nougués, don Pablífero, el encargado de coger al dictado la nutrida correspondencia y los trabajos del maestro. Su ayuda de cámara y acompañante, Victoriano Moreno, fue un destacado fotógrafo, y gracias a él hay muchas imágenes del escritor. Otra persona de importante memoria en la vida de Galdós fueron su último criado, Francisco Menéndez, y el cuidador de la finca santanderina, el carabinero jubilado, Manuel Rubín González, cuyo nombre parece haber inspirado a uno de sus personajes más famosos, Maximiliano Rubín, de Fortunata y Jacinta. En San Quintín, gracias a su afición a los animales, a la música, y los trabajos de jardín, su vida se hacía más llevadera.
La ceguera, las dificultades económicas, paliadas apenas por suscripciones nacionales y banquetes de homenaje, hicieron de sus últimos años momentos muy tristes, porque además se le murieron los seres más queridos, como su hermana Carmen. Galdós falleció a causa de un ataque de uremia y el pueblo de Madrid lo despidió a lo grande, con una manifestación de dolor, que cuadra bien con uno de los grandes hombres y escritores de su historia (Germán Gullón Palacio, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Pérez Galdós, al detalle:
Edificio de Pérez Galdós, 1.
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