Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte las Bibliotecas Capitular y Colombina, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 24 de octubre, es el Día Internacional de las Bibliotecas, que se celebra cada año con el objetivo de dedicar un día a resaltar la importancia que tiene este tipo de edificaciones para la historia humana como resguardo de su cultura, de sus escritos, de sus creencias, así que hoy es el mejor día para ExplicArte las Bibliotecas Capitular y Colombina, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Biblioteca Colombina [nº 125 al 128 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede];
Entrada principal de la Colombina [nº 125 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]. Hasta 1992 ha sido la capilla del Simpecado de la Antigua; sobre ella está la tribuna.
Vestíbulo de la Colombina [nº 126 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]. Hasta mediados del siglo XV fue esta la capilla de san Esteban; cuando se derribó la aljama aquí se alojó la capilla de san Clemente, que tenía la función de sagrario de la catedral; poseía un altar dedicado a Nuestra Señora del Loreto. Desde 1992 es el vestíbulo de la Colombina y del Archivo.
Sala de investigadores de la Colombina [nº 127 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]. Esta zona fue durante siglos el cuerpo de cuatro capillas, sobre las que se instaló la biblioteca; más tarde se transformaron (al alojar sus advocaciones en las capillas del nuevo Sagrario) en almacenes y dependencias, hasta recibir la función actual en 1992.
Sala de Juntas [nº 128 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]. Como la Sala de investigadores de la Colombina, fue capilla, en este caso dedicada a san Nicolás, y más tarde almacén. En este espacio estaba situada, desde el siglo XVI al menos, la escalera que permitía en acceso a la biblioteca (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
En 1552 la biblioteca de Don Hernando Colón, pasaba a incrementar los fondos de la librería del Cabildo eclesiástico de Sevilla por disposición testamentaria del gran bibliófilo y humanista español. De esta manera se enriqueció la vieja librería capitular con una serie de libros y manuscritos de capital trascendencia para la cultura occidental. Los libros y escritos pertenecientes al Cabildo eran entonces -y aún lo son- más numerosos e igualmente de elevado interés para las letras, artes y ciencias; y a pesar de la antigüedad y número de volúmenes de la Capitular, terminó por prevalecer el nombre de Biblioteca Colombina, con el cual se denomina hoy, corrientemente , a las dos bibliotecas reunidas.
Como se sabe esta dependencia catedralicia se halla instalada en la planta alta de las dos naves que conforman el ángulo nordeste del Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla con accesos renovados recientemente.
La importancia de los dos repertorios, bibliográficos y documentales, es realmente excepcional. La Catedral sevillana es un recinto privilegiado por muchos conceptos artísticos, pero también puede enorgullecerse por los fondos de su biblioteca, pues alcanza categoría universal dada la alta calidad y rareza de los impresos que atesora. Con objeto de efectuar una sinopsis lo más clara posible, vamos a hacer en primer lugar una reseña histórica de la Institución y del famoso bibliófilo; luego se comentarán algunas de las obras más señaladas de códices miniados, incunables, documentos e impresos raros.
Los historiadores que se han ocupado de la Catedral, han dedicado sendas referencias a la "Biblioteca Colombina". En realidad la lista es muy larga; desde Espinosa de los Monteros en 1635 hasta Santiago Montoto en 1948, no ha faltado autor que le dedique referencias elogiosas; más es de justicia destacar los valiosos aportes dejados por el Canónigo Juan de Loaysa (fines del siglo XVII), Nicolás Antonio (1783), Henry Harrise (1872 y 1886), José Gestoso (1890 y 1910), Jean Babelón (1913), José Hernández Díaz y Antonio Muro Orejón (1940 y 1941), Francisco Álvarez Seisdedos (1976), los recientes estudios de Klaus Wagner y la obra capital sobre las obras y libros de Hernando Colón, debida a Don Tomás Marín Martínez (1970), en la actualidad Catedrático de Paleografía de la Universidad Complutense y antes en la de Sevilla. Con estos estudios generales, el catálogo de los libros impresos (siete volúmenes publicados de 1888 a 1948) y otros artículos aislados -que con frecuencia aparecen en revistas locales- hoy se tiene una idea bastante cabal del contenido de impresos colombinos de esta Biblioteca; si bien aún queda por hacer una historia completa de todo el conjunto, así como transcribir y publicar muchos documentos de interés, e incluso reproducir las numerosas ilustraciones, pinturas y letras capitales que adornan los códices medievales o los grabados y dibujos que se encuentran en manuscritos de los siglos XVI a XVIII.
RESEÑA HISTÓRICA
Según se ha comentado antes el nombre con el cual se designa a las librerías hoy reunidas, es común y generalizado, pero el origen de cada una es diferente y por ello conviene recordarlos por separado.
Biblioteca Capitular.- Es de suponer que con la erección de la Iglesia-Catedral por San Femando y con la designación de su correspondiente Cabildo eclesiástico, se iniciase también la librería o biblioteca de los capitulares. Las noticias más antiguas sólo llegan hasta Alfonso el Sabio, quién en su testamento (1284) mandó que todos sus libros pasasen a ser propiedad de la Catedral hispalense, en la cual deseaba ser enterrado con sus padres. Es entonces cuando la librería, probablemente, adquirió cierta categoría, pues los libros que tuvo el Rey Sabio en su propiedad, debieron ser de los más cualificados de su tiempo. El siguiente siglo XIV es muy parco en noticias -hasta el momento-, pues sólo a finales de la centuria se encuentra el legado que hiciera el Arzobispo Don Pedro Gudiel y Barroso (1381) para aumentar los fondos de la biblioteca.
El siglo XV es pródigo en datos para la historia de la librería. En 1440 se sabe que hubo cambio de instalaciones, pues se trasladó de la capilla de Santo Tomás en el patio de los Naranjos a la de San Clemente del antiguo templo-catedralicio. En esas nuevas dependencias engrosó el volumen de libros con otro legado, el del Cardenal Cervantes en 1453. Ya por entonces demostraba el Cabildo especial celo en el cuidado de los libros; prueba de ello es la solicitud que elevó al Papa Nicolás V con objeto de que expidiera una bula por la cual se prohibiese sacar los libros del ámbito de la Biblioteca so pena de excomunión, a lo que accedió el Pontífice, si bien se mitigó un tanto el rigor de esta bula, por otra que firmó Pío II en 1460.
Con motivo del traslado de 1440 se mandaron hacer "tres cadenas estañadas para la librería", curiosa noticia que da Gestoso que permite suponer que la referida biblioteca era más o menos pública y con los libros encuadernados, asidos a las mesas y bancos para no podérselos llevar. Se conoce el nombre incluso de un clérigo, Antón Ruíz, quien hacia los años 1464-65 parece que estaba al cuidado de los libros, pero no hay certeza; en cambio es seguro que sí lo fue Juan Guillén, quién figura citado en el libro de fábrica correspondiente (1462) como "guarda de la librería" con un salario de 75 maravedíses.
Los gastos de la mayordomía del Cabildo reflejan la atención dedicada a la biblioteca, pues son constantes las sumas de dinero destinadas para adquirir libros y otras cantidades que se empleaban en conservación y mantenimiento, tales como cadenas, bancos, pergaminos, cuero para encuadernaciones, trabajos de guarniciones en platería, e incluso en 1508 un índice de todos los fondos existentes, hecho por el escribano Juan Cano. Pocos años después, en 1513 se hacían otras dos relaciones o tablas, por obra del también escribano Cristóbal de Morales, quien en 1523 continuaba con estos menesteres. Probablemente se trataba de índices de autores y títulos para el fácil manejo de los libros, pero no de verdaderos inventarios, pues el primero del que se tiene constancia es también de esos años, pero hecho por el Canónigo Don Luis de la Puerta para uso de los miembros del Cabildo. El inventario lleva fecha 19 de Diciembre de 1522 y figuran -según noticia de Don Francisco Álvarez-, 512 volúmenes de las más variadas materias.
Don José Gestoso en las páginas que dedica a la Catedral en su "Sevilla artística ..", da los nombres de los encargados de la librería después de Guillén; su relación llega hasta el año de 1569 con la figura del Licenciado Francisco Pacheco, tío del famoso pintor del mismo nombre. Desconocemos la calidad de los anteriores "comisarios de la librería", pero el prestigio intelectual de este célebre humanista es conocido y demuestra que el Cabildo concedía especial importancia a su ya enriquecida biblioteca con el legado colombino.
En 1543 se acordó trasladar nuevamente las instalaciones de la biblioteca, la cual se hallaba desde un siglo atrás en la Sacristía de la Capilla de San Clemente o Sagrario del antiguo templo, pero con motivo del inicio de las obras de la Capilla Real fue preciso acomodarla en una de las galerías altas del patio de los Naranjos. Se sabe que en la capilla de San Clemente hubo un retablo con pinturas de Pedro Fernández de Guadalupe, rejas de hierro forjado por Gonzalo de Aviñón y una viga con rótulo de oro pintado por Pedro Ramírez, trabajos todos que se realizaron en 1511. Se ignora si alguno de estos objetos se utilizaron en la decoración de las nuevas instalaciones en el patio, pero de lo que sí hay constancia, es que las obras de traslado se dilataron durante años.
Desde 1552 el Cabildo estaba en posesión del legado de Don Hernando Colón, lo que debió acentuar las urgencias de la mudanza. Sin embargo, los trabajos fueron lentos, quizá por el elevado costo de las obras que por entonces se hacían en la Catedral. El acuerdo de trasladar la biblioteca se había adoptado en 1543, pero sólo en 1558 se empaquetaron y guardaron en cajones los libros; cuatro años después, en 1562 se dio la orden definitiva de desalojar la capilla de San Clemente, una vez terminadas las tareas de adaptación en el patio de los Naranjos. Desde entonces comienzan su historia común los originales del Cabildo y los provenientes de la herencia de Colón, por lo que conviene aquí hacer una breve sinopsis de esta célebre colección de libros.
El legado colombino.- Según noticias conservadas desde su propia época Don Hernando Colón fue reconocido como el más grande bibliófilo de la Europa de su tiempo. Su padre, el descubridor del Nuevo Continente, tuvo cierta afición por los libros, lo que heredó desarrolladamente Don Hernando.
Nació en Córdoba el 15 de Agosto de 1488; su madre, Doña Beatriz Enríquez, era de preclaro linaje, pero el niño fue educado en la Corte con su hermano Diego. Al parecer la reina Dª Isabel formó una especie de escuela para los hijos de las personas al servicio directo de la Corona en la Corte y en ella estuvo Don Hernando, primero como paje del Príncipe Don Juan y luego de la propia Reina, cuando falleció el heredero de los Reyes Católicos. Es posible que entonces recibiese una instrucción esmerada y próxima a las inquietudes humanistas, pues ya para entonces estas se percibían en determinadas esferas de la vida cultural de la península.
En 1502 acompañó a su padre, Don Cristóbal, en el cuarto y último viaje que éste hizo a Las Indias. Luego volvió con su hermano Diego en 1509 a La Española, pero no parece que le tentasen las rutas marinas en búsqueda de nuevas tierras ni las lisonjeras posiciones a que podía aspirar en la administración indiana, tanto por su apellido como por su fortuna personal. Su hermano Diego fue nombrado Virrey y Gobernador de las Indias, con sede en La Española, pero Don Hernando no permaneció mucho tiempo en la isla. Regresó a la península e inició sus largos periplos europeos, los que duraron hasta dos años antes de su muerte. Recorrió de forma discontinua casi todos los itinerarios culturales de Europa Occidental (por Francia, Italia, Flandes, Provincias del Norte, Alemania, Inglaterra y los reinos españoles) con especial atracción por los centros universitarios, bibliófilos, de impresores y de grandes colecciones.
Al término de cada viaje, volvía a Sevilla, donde fijó su residencia y empezó a reunir los impresos y grabados adquiridos. En los años de 1520 a 1522 estuvo y consta que hizo contactos y compras en centros tan renombrados como Colonia, Nuremberg, etc.
En los países que visitó, buscó y adquirió libros de diferentes temas y ediciones, sin prejuicios religiosos de ninguna clase, pues según antiguos testimonios, se propuso reunir los libros de todas las lenguas y facultades que "por la Cristiandad y fuera de ella se pudiesen hallar". El número de libros fue verdaderamente enorme para la época y en efecto de las materias más dispares, aunque se percibe cierta preferencia por los escritos antiguos y cantares de gesta, algunos de estos con hermosas ilustraciones de grabados. Gracias a esta paciente tarea se han salvado muchas publicaciones de los primeros tiempos de la imprenta, incunables de los más variados contenidos y aún piezas de la literatura popular, las que fueron de singular importancia, si bien, éstas últimas se han perdido en gran número.
Tuvo relaciones con humanistas europeos de la talla de Erasmo, Nicolás Clenardo y Juan Vaseo; estos dos últimos se sabe que le acompañaron a Sevilla desde Lovaina y, al parecer, le ayudaron en la catalogación de los libros flamencos y alemanes.
En una especie de registro general dio un número a cada libro, y en la página final de éstos anotó: lugar de adquisición, precio, equivalencia y número correspondiente. Lo que igualmente demuestra la meticulosidad de Don Hernando y el orden frío, pero apasionado, de todo coleccionista.
La necesidad de dar un acomodo digno a sus numerosos libros, probablemente le decidió a construir una casa con gran salón que sirviese de biblioteca al estilo de las viviendas humanistas de Italia. En 1526 obtuvo del Ayuntamiento de Sevilla la cesión de un solar convertido en muladar que estaba junto a la puerta de Hércules y compró la vecina huerta de Goles que era de la parroquia de San Miguel, cuyos linderos eran la muralla de la ciudad y el río.
A pesar de las escuetas referencias de los historiadores y documentos contemporáneos, es posible imaginar que fue una vivienda al estilo de las villas suburbanas recreadas en Italia por los humanistas y arquitectos del renacimiento florentino. Los antecedentes pueden ser las villas mediceas de Cafaggiolo, Careggi o Fiesole; aunque es más probable que lo fuese la de Poggio a Caiano, encargada hacia 1480 por Lorenzo el Magnífico a Giuliano de Sangallo y que fue el primer intento de villa suburbana con base en los textos de Vitrubio y Plinio el Viejo. Don Hernando fue un humanista y quizá el más italiano de los hijos de Colón, nada tiene de particular que aprendiese en Italia el gusto de la época por la "villeggiatura'', con lo que esto comportaba de aristocrática imitación del vivir antiguo y de desdén por las preocupaciones propias de las ciudades. Pero Don Hernando buscaba, según propios testimonios, un lugar para su retiro y cómoda colocación de sus libros; de modo que no fue todo una mera copia de modelos italianos. En realidad, era una casa que tenía que ser el reflejo de su vida, mediante la conformación de serenos ambientes de interiores, propicios para la lectura o el diálogo erudito y con la proximidad cercana, visible a través de ventanales, de jardines, huertas y aún del paisaje inmediato; era pues la casa sevillana de Hernando Colón, su casa, y la conservación de un rigor armonioso que muy posiblemente debía de servir para exaltar la fantasía de un lector infatigable.
Los dibujos de Sevilla, hechos por el miniaturista flamenco George Hoefnagle entre 1566 y 1567, muestran la casa de Colón fuera de la puerta de Hércules o Goles. Se levantaba sobre un terraplén, con dos plantas, tejado y huerta cercada que llegaba hasta el río.
La descripción del Veinticuatro de Sevilla Don Francisco Maldonado (1597) y la documentación conservada permiten imaginar, efectivamente, que la casa se levantaba sobre un terraplén quizá preexistente; era de planta rectangular, con 66 ms. por un lado y 26 por el más corto. La caballeriza tenía forma alargada y se hallaba muy de cerca de la casa.
Esta se hizo con dos plantas; en la baja se dispuso el gran salón y dependencias de la biblioteca, así como otros servicios; en la alta se colocaron los aposentos. La fachada principal se hallaba frente a la puerta de Goles y para ella se contrató en 1529 una portada de mármol que debían hacer en Génova los artistas Antonio María Aprile de Carona y Antonio de Lanzio, a quienes también se encomendó labrar los marcos y dinteles de las cuatro ventanas laterales.
Según se especificaba en el contrato de ejecución, por el propio Don Hernando en Génova, la obra tendría capiteles parecidos a los que por entonces trabajaban los artífices mencionados para la casa -igualmente en Sevilla- del Marqués de Tarifa. Es muy probable que el célebre bibliófilo viese el diseño en ese taller genovés, pues dicha portada sólo llegó a la residencia sevillana del Marqués -más conocida como Casa de Pilatos- en 1533 y se montó en el mismo año.
Según descripción de Gestoso, extraída del contrato de obra, la portada tenía un arco de medio punto, flanqueado por pilastras pareadas, elevadas sobre pedestales y rematadas por capiteles corintios. En la clave del arco se hallaba el escudo de los Colón y sobre el entablamento, a modo de crestería, se debían colocar grupos de delfines alusivos a las empresas marinas de su padre el Almirante. A cada lado de la portada había dos ventanas con marcos de pilastras y frontoncillos de mármol, adornados en los tímpanos con relieves de bustos, cartelas y vasos. Don Antonio Muro expresa la opinión de que esta portada no se llegó a poner, pese a los 230 ducados de oro que pagó Don Hernando, si bien no hay razones suficientes para dudar de su montaje; por otra parte está el testimonio de Maldonado de Saavedra en 1597, quien de manera indirecta parece referirse a esta parte de la vivienda al comentar que estaba muy bien labrada y suntuosa. La segunda planta tenía pilastras entre los vanos y era coronada por un entablamento liso, cornisa y alero. Por disposición del propietario, el entablamento fue revestido de azulejos blancos, sobre los que ordenó acomodar una inscripción con letras capitales romanas (de azulejos negros) con el siguiente texto:
DON FERNANDO COLON HIJO DE DON XPOVAL COLON PRIMERO ALMIRANTE QUE DECUBRIO LAS INDIAS FUNDO ESTA CASA ANO DEL MIL QUINIENTOS E VEINTE E SEIS.
Debajo aparecería la siguiente octava:
"Precien los prudentes. La común estimación
Pues se mueven las mas gentes
Con tal fácil vocación
Que lo mismo que lanzaron
De sus casas por peor
De que bien consideraron
Juzgan hoy ser lo mejor".
Con esta composición se hacía clara alusión a que las casas se levantaron sobre un antiguo muladar, y es muy probable que no fuese ajeno a su creación el propio Don Hernando, quien en todo momento estuvo pendiente de los detalles de su vivienda, concebida como refugio de la cultura y de lo mejor de Sevilla. En su testamento dispuso que sus albaceas y herederos procurasen conservar legibles dichas inscripciones.
Completaba el aspecto soledoso y apacible de la casa, una amplia zona ajardinada que la rodeaba por tres de sus lados de forma organizada. A continuación venía la extensa huerta que llegaba hasta el río, llena de árboles frutales, cipreses y otros procedentes de Las Indias, como el zapote que subsistió en el arrabal de Los Humeros hasta principios de este siglo, de acuerdo a testimonios de Don José Sebastián y Bandarán y Don Cristóbal Bermúdez Plata. A la orilla del río se construyó un muelle o embarcadero para pequeñas embarcaciones, utilizado tal vez por el bibliófilo para excursiones fluviales de placer o por los vecinos pescadores del incipiente barrio de Los Humeros.
Es de advertir que la elevación del solar, tenía también una explicación de carácter práctico, pues con esa altura la casa y biblioteca quedaban protegidas de cualquier posible inundación en algunas de las frecuentes crecidas del vecino río Guadalquivir. Sin embargo, no fue la forma usual de resolver esos riesgos en las casas de Sevilla, por lo que puede admitirse como hipótesis el posible influjo italiano, el cual concedía a la edificación, tanto seguridad como aislamiento, a la par que espléndidas vistas desde sus ventanas y galerías laterales, de la ciudad, de las huertas, río, Cartuja y Aljarafe.
La casa debió de tener gran fama en Sevilla al extremo que el Duque de Medina Sidonia intentó comprarla en 1538 por una altísima cantidad, pero no accedió al propietario por el deseo de preservar sus libros.
La biblioteca fue instalada en el planta baja de la casa y a ella acudieron lectores privilegiados. Se hizo por entonces una memoria de todos los fondos impresos, la que ha sido estudiada concienzudamente por Don Tomás Marín. Al mismo tiempo Don Hernando mandó hacer una relación de las estampas grabadas que logró reunir en sus viajes; estas últimas obras se perdieron en fecha inmemorial, muy posiblemente antes de que el legado pasase a formar parte de los fondos catedralicios; no obstante, se conoce la relación por la publicación que efectuaron en 1892 los bibliotecarios reales Conde de las Navas y Zarco del Valle. Según dicho catálogo las estampas eran 3.086, todas de artistas de finales del siglo XV y primer cuarto de siglo XVI. El registro, en el que con toda probabilidad intervino Colón, dividía los grabados por materias (de personas -separados los que tenían figuras desnudas de las vestidas-, animales, objetos inanimados, lagos, tierras y follajes) y por tamaños; al pie de cada título se efectuaba una breve descripción y nombre del autor, por lo que se sabe que fueron numerosos los de flamencos, holandeses, franceses y alemanes, entre éstos últimos en especial los de Alberto Durero.
Desde diferentes puntos de Europa fue remitiendo libros a su casa, en la que les dio acomodo en lujosas estanterías que revestían todos los muros del salón. Se dispusieron los libros de canto y divididos por Facultades o ciencias; a casi dos metros de las estanterías corría una verja con travesaños horizontales, de manera que los lectores colocados delante de ella, sólo podían volver las hojas del volumen puesto de antemano sobre un atril.
Don Hernando alternaba largas estancias en Sevilla con viajes al extranjero para hacer más adquisiciones; estuvo dedicado a estas tareas hasta 1537, dos años antes de su muerte. Fueron colaboradores suyos en esta empresa, el bachiller Juan Pérez quién actuó como bibliotecario, Vicente del Monte y el italiano Marcos Felipe, ocupado en las tareas de administrador de las rentas del bibliófilo y más tarde su albacea. Al igual que los humanistas de Italia y Flandes su casa fue visitada por sabios y amigos escritores; quizá figurasen entre los asiduos: Fernán Pérez de Oliva, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Bartolomé de las Casas, El Chantre Medina, y tal vez, los artistas: Alejo Femández y Luis de Vargas, quienes podrían haber admirado con deleite la colección de grabados.
Como descendiente del Almirante, mantuvo frente a la Corona una postura gallarda y solidaria con su hermano Don Diego; fueron los famosos "pleitos colombinos", de largos procedimientos judiciales para reivindicar -por los herederos- las alegres concesiones hechas a Cristóbal Colón por los Reyes Católicos antes de que se hiciera realidad el descubrimiento de América. Pero esto no fue impedimento para que Don Hernando recibiera ayuda del Emperador y de su madre Dª Juana en los empeños de crear una biblioteca pública en Sevilla; para ello y en nombre de la reina Dª Juana se le concedió a Colón por Real Cédula de 1536, una subvención vitalicia de ciertas cantidades expedidas por los oficiales de la Caja Real de la isla de Cuba, con objeto de socorrerle en el montaje "de la librería que hace en la ciudad de Sevilla". Esta concesión fue ratificada por el emperador Carlos V en virtud de considerar que la creación de la librería era de especial trascendencia para la cultura de España y aún de Europa, según Real Cédula de 1537. Estos documentos confirman igualmente la idea de que la "biblioteca fernandina", como el fundador quería que se llamase, estaba proyectada con carácter público, lo que explica el ambiente aislado y recogido de la casa. Hoy se sabe incluso que el bibliófilo hizo un reglamento de uso para los libros en 1538; en este documento constaba que sería él quien la dirigiera hasta el fin de sus días y que después de fallecido se convirtiese en centro permanente de estudios.
Pero todos estos loables proyectos fueron segados por la muerte, pues en plena madurez, a los 50 años de edad, una desconocida enfermedad precipitó su final. Tuvo ocasión de hacer testamento, el que ha sido copiado del Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla y publicado por los Señores Hernández Díaz y Muro Orejón. Por este documento firmado en Sevilla el 3 de Julio de 1539, sabemos que Don Hernando consideraba la librería como su principal tesoro, razón por la cual le dedica los párrafos más largos. La ordena y divide en cuatro grandes apartados o repertorios: de ciencias, de autores, de epítomes y de materias. Son detenidas las advertencias que hace para el cuidado de los volúmenes, pues con pasión de bibliófilo dice "....es imposible guardar los libros aunque estén atados con cien cadenas". Dada su carencia de descendientes directos nombró heredero universal a su sobrino Don Luis, hijo de su hermano Don Diego y entonces menor de edad bajo la tutela de su madre Dª María de Toledo; más conociendo quizá la calidad de sus parientes o con deseos de dar seguridad futura a su valiosa librería, puso como condición expresa que se gastasen 100.000 maravedises en su conservación y aumento, y que de no cumplirse estos preceptos, debía pasar a propiedad del Cabildo eclesiástico de la Santa Iglesia Catedral, donde quiso ser enterrado; caso de que el Cabildo no la aceptase, sería entonces el convento dominico de San Pablo el poseedor final de la librería.
Desde que testó hasta la muerte ocurrida el 12 de Julio, nueve días más tarde, parece que Don Hernando comenzó un memorial dirigido al Emperador en el que estableció una división concreta del repertorio de sus libros e instrucciones sobre el manejo de los mismos; suplicaba finalmente que se mantuviese intacta la librería, a perpetuidad, y para beneficio de los conocimientos humanos, lo que ya le había solicitado en 1536. No llegó a terminarse este memorial, es probable incluso que no fuese del conocimiento del Emperador; el original permanece en el archivo sevillano de Protocolos y es uno de los documentos claves que mejor ilustran la calidad de los fondos fernandinos, así como la mente clara y organizadora del ilustre humanista.
Su amigo y colaborador el genovés Marcos Felipe fue designado albacea y abrió el testamento horas después de muerto Colón, con lo cual entró en posesión de la herencia Don Luis, bajo la tutela de su madre. No parece que los deudos ni aún el propio albacea concediesen gran importancia a los libros. Los documentos familiares de la época revelan preocupaciones referidas a la administración de los bienes, pero la casa de la puerta de Goles con sus tesoros, permanecieron casi en abandono hasta el año de 1544 en que Dª María cedió la biblioteca a los dominicos con perjuicio de su propio hijo y en segundo lugar del Cabildo Catedralicio, tal como disponía el testador. No obstante, hay constancia documental de que desde el año 1540 el Cabildo de la Catedral tenía interés en conocer con exactitud las mandas que hizo el difunto en su testamento y los cargos que dejó a dicho Cabildo en la herencia y de los que de ésta le pudiesen corresponder. Había pues, al parecer, intenciones por parte del Cabildo de poseer la librería y para ello comisionaron al canónigo Rodrigo de Solís que efectuase indagaciones con el asesoramiento de letrados.
La casa fue vendida al banquero genovés Francisco Leardo, a quién el difunto debía ciertas sumas de dinero, pues como casi todos los hombres de letras y amigo de ambiciosas colecciones no debió ser persona pendiente de ahorros y enojosas economías. El historiador Gestoso cree que buena parte del mobiliario e incluso la colección de estampas fueron también adquiridos por Leardo, pues en adelante no figuran en ningún inventario, ni de los dominicos ni posteriormente de la Catedral. De modo que según puede comprobarse, a pocos años de fallecido Don Hernando, su vivienda, libros y colecciones corrieron distintas suertes de las que él había previsto. Algún historiador como Harrise, ha supuesto que la pérdida de los libros pudo originarse en San Pablo, pero esta tesis ha sido refutada por Fray Raimundo Suarez O.P. Lo más probable -con los datos hasta ahora conservados- es que el banquero genovés se hiciera cargo de las láminas para después transferirlas de diversos modos, y en cuanto a los libros, que fuesen primero a San Pablo y luego a la Catedral, con las consiguientes pérdidas y estropicios de todo traslado.
El Cabildo Catedralicio no se resignó a perder el legado dispuesto por Colón en su testamento, por cuanto estaba en lugar precedente a los dominicos para beneficiarse con la propiedad de la biblioteca y por ello interpuso demanda judicial ante la Real Chancillería de Granada. Los dominicos esgrimieron el argumento de que Dª María había hecho solamente un depósito, no sustitución, pero es obvio que no llevaban razón, pues el testamento disponía que en caso de reunirse los libros en San Pablo, por renuncia de los capitulares, se debía vender la casa, muelle y huertas para obtener una renta que permitiese la ordenación y conservación de la "biblioteca fernandina" como un todo, nada de esto se había cumplido. En vista de tan irrefutables pruebas la Real Chancillería dispuso el 19 de Marzo de 1552 que la librería pasase íntegramente al Cabildo de la Catedral de Sevilla.
Poco más de un mes después, el 27 de Marzo los dominicos instaban al Cabildo para que se efectuase el traslado, pero ya hemos visto en páginas precedente como por esas fechas el Cabildo Catedralicio se hallaba precisamente empeñado en el acomodo definitivo de su librería en el Patio de los Naranjos, lo que determinó demoras en la mudanza.
En cuanto a la casa de la puerta de Goles que fue el primitivo asiento de la biblioteca "fernandina", son pocas las noticias conservadas. Permaneció en propiedad de Leardo hasta que fue vendida en marzo de 1594 al mercedario Fray Francisco Beaumont, para la edificación de un colegio de su orden dedicado a San Laureano.
Este proyecto estuvo a punto de no hacerse realidad, pues en 1597 Felipe II ordenó que se fundase en Sevilla un hospital para albergue de mendigos y vagabundos; es entonces cuando se encomendó al Veinticuatro del Municipio, Don Francisco Maldonado, que informase sobre el lugar idóneo, y fue por ello que elaboró una memoria -con descripción somera del edificio- en la que recomendaba la "Casa de Colón" como el más a propósito, aún cuando ya había sido adquirida por los mercedarios; sin embargo el asunto no prosperó. En cambio sí permaneció en el lugar una fábrica de barro vidriado.
Desde 1575 existía en parte de la finca, alquilada por Leardo -tal vez las caballerizas y los tres corrales- un taller de cerámica de los italianos Tomás Pessaro y su hijo Juseppe. A estos genoveses se debe la fundación de la cofradía del Santo Entierro, a la que dedicaron sendos cultos en el oratorio de la casa y pequeño montículo en el vecino jardín, en donde instalaban un Calvario y representación teatral en los días de Semana Santa. Los mercedarios consintieron en la existencia de la Cofradía, pero la fábrica de cerámica sólo pudo subsistir hasta 1602, año en que empezaron la construcción de su colegio e iglesia. Se destruyó la casa, pero se conservó el sistema de acceso por rampas y la fachada, renovada, también se orientó hacia la puerta de Goles, ya entonces llamada Real. Parte de las huertas se conservaron y otras poco a poco se fueron urbanizando, para ampliar el barrio de los Humeros, con viviendas humildes y algunas huertas; en una de ellas subsistió hasta principios de este siglo un zapote indiano, pero el viejo árbol desapareció a pesar de las protestas de los eruditos de la ciudad.
Las dos librerías reunidas.- Al incorporarse los libros de Colón a la biblioteca de la Catedral se respetó la voluntad de Don Hernando de mantenerse la unidad de su legado, con registros e inventarios diferentes a los de la Capitular, y así ha ocurrido hasta nuestros días, aunque dada la variedad, riqueza y alta calidad de los libros donados terminó por imponerse la común denominación de "Biblioteca Colombina"; también en esto no se vieron cumplidos los deseos del hijo del Almirante, pues él quiso que fuese conocida como "Biblioteca Fernandina", con ese afán de gloria e inmortalidad propio de los hombres del renacimiento para perpetuar su nombre más allá de las contingencias humanas.
El acomodo inicial que probablemente se dio a los libros fue en uno de los salones altos del Claustro de los Naranjos; en esta dependencia empezaron a ser ordenados y encuadernados bajo los cuidados del maestro Falcón, clérigo y Don Francisco Becerra. En la sacristía de la capilla de San Clemente del antiguo templo, todavía residía la biblioteca capitular, si bien ya estaba dada la orden de desalojar la zona para proseguir la construcción de la Capilla Real; por ello en 1558 fueron empaquetados sus fondos y embalados en cajones hasta quedar definitivamente instalados y reunidos con los "fernandinos" en 1562 en el lugar que actualmente ocupan en un ángulo del Patio de los Naranjos, encima de la nave llamada del Lagarto. Hay constancia de que el Cabildo encargó al pintor Luis de Vargas la decoración de las salas que alojaron a la biblioteca, aunque son también conocidas las intervenciones del pintor Antón Pérez (1558) en el enmaderamiento de la capilla que se dispuso debía tener la nueva librería, la cual estaba solada con azulejos trianeros del ceramista Roque Fernández; al parecer estas piezas fueron de alizares, de cuerda seca y verduguillos. Las ventanas se aseguraron con marcos, barras y redes de hierro del rejero Pedro Delgado, mientras que las seis vidrieras fueron hechas por Carlos de Brujas (1562) y reparadas en 1571 por Vicente Menardo.
Las breves noticias documentales hasta ahora halladas y la no muy lejana descripción de Espinosa de los Monteros (1635) permiten suponer que se trataba de un gran salón de 150 pies de largo, 20 de ancho y 30 de alto; dice Espinosa que las estanterías eran de "lindas maderas'', alcanzaban 15 pies de alto y almacenaban los 20.000 cuerpos de libros que dio Don Hernando Colón. Continúa el presbítero sevillano informando que donde terminaban los estantes y hasta el techo -que era de alerce hecho una ascua de oro, quizá dorado por Antón Pérez- se situaron ricas pinturas que son las que posiblemente empezaron a colocarse bajo la dirección de Vargas -retratos de prelados y de otros personajes- para proseguir en siglos posteriores. No se mencionan las dos salas vecinas, pues no se prepararon adecuadamente hasta muchos años después.
No obstante de estos arreglos y obligadas mudanzas, parece que por entonces se perdieron algunos ejemplares, además de no ser utilizada por personas interesadas en hacer consultas bibliográficas. De ello se quejaba Argote de Molina en 1592 al comentar que la biblioteca encerrada en una sala alta de la nave del Lagarto no era de provecho para nadie, quizá por no ser de carácter público durante aquellos años.
En cuanto a la pérdida de libros es posible que se iniciase en estos años finales del siglo XVI y continuase durante casi todo el siglo XVII, pues en el inventario hecho por el Canónigo Loaysa en 1684 quedaba sólo cuatro mil volúmenes de los veinte mil que se creía entonces formaron la donación inicial de Hernando Colón. Uno de los despojos conocidos se produjo en 1577 cuando Felipe II, con la mejor intención y loables fines culturales, mandó pedir los originales de las obras de San Isidoro, Arzobispo de Sevilla, que se guardaban en la biblioteca catedralicia, para publicarlos en Madrid; los enviados del rey tomaron los mencionados manuscritos y muchos otros que nunca retornaron a Sevilla.
A pesar de las desapariciones, que parecen cierta: no todo fue negativo en el siglo XVII; de esta centuria data la sustitución de la rica cubierta de madera dorada por otra de material para evitar las goteras y humedad que habían estropeado algunos libros. Dichas labores se hicieron en 1638, y en esta misma fecha se hizo nuevo acceso a la biblioteca desde el patio de los Naranjos, con amplia escalera de ladrillo y puerta principal de entrada en la planta alta al terminar el último tramo de escalera; de esta manera se suprimió la antigua y estrecha puerta de ingreso que estaba junto a la capilla de la Granada en el indicado patio de los Naranjos.
También se continuó con la serie de retratos de Arzobispos, como por ejemplo el de Don Antonio Paíno, firmado por Cornelio Schut en 1669, además de enriquecerse la biblioteca con la espléndida pintura de Murillo dedicada a San Fernando, lienzo pintado hacia 1671 y donado en 1678 por el racionero Bartolomé Pérez Ortíz.
De poco después es la actividad paciente y organizadora del citado canónigo Don Juan de Loaysa bibliotecario del Cabildo durante casi treinta años, hasta su muerte ocurrida en 1709. Una de sus primeras tareas fue la de inventariar los fondos colombinos (trabajo terminado el 11 de Abril de 1684) y luego aumentó los manuscritos de la capitular con obras personales de capital importancia para la historia de la Catedral y aún de la ciudad, las que lamentablemente permanecen sin publicarse. De su tiempo es también la actividad del Canónigo Don Ambrosio de la Cuesta y Saavedra, quién mandó copiar escritos notables de diferentes autores sevillanos -entre otros los del célebre Abad Alonso Sánchez Gordillo- todos los cuales, junto con obras compuestas por el mismo Canónigo Cuesta, fueron, a su muerte en 1707, a engrosar los fondos de la Capitular.
Lamentablemente todas estas preocupaciones se desatendieron durante largos años de la primera mitad del siglo XVIII; fue tal la incuria y el abandono que muchos de los libros se estropearon debido a la humedad y falta de cuidados. Por entonces la biblioteca estaba confiada a la custodia de los barrenderos de la Catedral, quienes tenían las llaves de la puerta, así como las de los vecinos almacenes de velas, toldos, alfombras, esteras, etc.
Este estado de cosas empezó a cambiar con el nombramiento de Bibliotecario mayor del Racionero Don Diego Alejandro Gálvez en 1763. Desde siete años antes había iniciado algunas tareas urgentes de limpieza, pero a partir del nombramiento hizo un trabajo efectivo en el que fue auxiliado por Don Rafael Tabares.
Los esfuerzos de Gálvez le hicieron acreedor del título de: «restaurador de los repertorios». Volvió a inventariar los libros y documentos, ordenó los registros con índices alfabéticos y de materias; mandó copiar muchos manuscritos que se encontraban en mal estado de conservación y a él se debe igualmente la restauración del local, nuevos estantes y más retratos de prelados hispalenses.
Tampoco puede dejarse en el olvido la meritoria labor de reivindicación y valoración que hizo en este mismo siglo el erudito Nicolás Antonio de la figura y colecciones de Don Hernando Colón en su «Bibliotheca Hispana Nova» (Madrid, 1783).
La invasión francesa en los primeros años del siglo XIX no supuso gran merma de los tesoros de la catedral, gracias a las precauciones que se adoptaron. De estos años proceden las investigaciones hechas por Don Justino Matute y Gaviria, quién dio a conocer en sus publicaciones muchos de los documentos y libros antiguos que consultara en esta biblioteca capitular y colombina. Matute fue uno de los primeros en sacar valiosos datos para la historia de Sevilla durante las largas horas de lectura que efectuó en esta biblioteca; con un criterio de historiador moderno extrajo notas, hizo interpretaciones y refutó antiguas afirmaciones gratuitas no corroboradas por documentos irrefutables. Pese a los eufemismos y subjetivismos de los hombres de la Ilustración neoclásica en Sevilla, la obra de Matute tuvo la virtud de demostrar las amplias posibilidades de fuentes bibliográficas y documentos que guardaban en «La Colombina», lo que fue observado por los historiadores del siglo XIX.
Pero quizá la más relevante actuación fue la del oficial de la Biblioteca Don José María Fernández y Velasco, quién desempeñó este cargo a partir de 1832 lo mantuvo durante largos años en los que remozó totalmente las instalaciones. Gracias a sus desvelos y actividad logró ampliar el local a costa de una vasta galería oscura que el Cabildo utilizaba como depósito de elementos portátiles para el culto. Mandó abrir ventanas y formó así las tres amplias salas altas de la mencionada nave del Lagarto. A sus instancias los Duques de Montpensier costearon las suntuosas estanterías de la primera sala, la que se decoró con lienzos circulares de hijos célebres de Andalucía. En la segunda se renovaron también los estantes gracias a donativos de magnates y corporaciones de la ciudad; en lugar preferente se colocó un lienzo que representa a Cristóbal Colón debido al pintor Emilio Lasalle, que fue regalado por el rey Luis Felipe de Francia (h. 1841); también se colgaron en la parte alta de esta sala, cuadros de sevillanos ilustres, como Diego Ortiz de Zúñiga, Francisco Pacheco, Luis del Alcázar, etc. En la tercera sala se ordenó una estantería de caoba y cedro en la que se acomodaron los fondos colombinos, gracias al mecenazgo de la reina Isabel II; en esta habitación se puso la galería completa de los Arzobispos de Sevilla, a partir de la reconquista desde el infante Don Felipe y presididos por el lienzo de San Femando pintado por Murillo. En la reciente restauración estas dos salas han sido radicalmente transformadas y con criterios no muy acertados, aunque hayan significado una mejor visión del primitivo patio de Los Naranjos.
En estos años se transformó también la escalera de acceso que comunica con el Patio de los Naranjos; se le pusieron losas de mármol de Carrara al igual que las del pavimento del primer salón. Se limpiaron y adecentaron entonces las lápidas antiguas, una de origen romano dedicada por los barqueros sevillanos al emperador Antonino Pío y otras dos visigodas del siglo VII. Otra de mayor mérito artístico era la de Iñigo de Mendoza, capellán de los Reyes Católicos y atribuida al maestro Florentín. En el interior de la biblioteca y dentro de una vitrina se puso una espada falsamente considerada como la del Conde Fernán González, según tradición traída a Sevilla por el célebre Garci Pérez de Vargas, lo que rezaba en una inscripción transcrita en 1850 por Don Mariano de la Cuesta; pero todos estos objetos han sido removidos en posteriores restauraciones.
Son varios los historiadores que sospechan otra depredación de los fondos colombinos a partir de 1855, caso del investigador americano Henry Harrise, de lo cual se hace eco Don José de Sebastián y Bandarán, aunque no coincide del todo con tales apreciaciones un experto conocedor de la biblioteca como el presbítero Don Andrés Avelino Esteban Romero (Sevilla, 1939). Sin embargo en los años finales del siglo XIX y primeros del XX se efectuaron sendas donaciones que enriquecieron el viejo caudal de la famosa librería; de esta época son los legados de la Infanta Dª Luisa Fernanda, de los hermanos José y Buenaventura Morón Camino, el importante fondo documental de Don José Gestoso y Pérez, el de José Canales Muñoz, del Conde de Aguiar, y el de Don Juan Esteban Navarro.
El presente siglo ha contado con los meritorios trabajos y desvelos de Don Balbino Santos Olivera, Don Andrés Avelino Esteban Romero y Don Francisco Álvarez Seisdedos. Hoy la Biblioteca Capitular y Colombina tiene inventariados todos sus fondos, los que se conocen y valoran por los estudiosos de diferentes partes del mundo que vienen a consultarlos, pues además de ser fuente inagotable para la historia de Sevilla lo es también para la de la cultura occidental.
OBRAS DESTACADAS
En este breve trabajo no es posible comentar todas las obras que conforman los repertorios de las dos librerías; vamos simplemente a insistir en algo relativamente conocido, cual es la excepcional importancia de la biblioteca catedralicia, mediante la presentación y comentario de los volúmenes que se pueden considerar de mayor interés objetivo, si bien este procedimiento -justo es reconocerlo- peca de cierta arbitrariedad, pues hay impresos o manuscritos, aparentemente discretos y es posible que revistan trascendental interés para los historiadores que trabajen en temas afines. Somos conscientes de este riesgo, pero como nuestro objetivo es el de mostrar la riqueza de esta singular biblioteca, seleccionaremos con absoluta imparcialidad, aquellas obras de indudable calidad para cualquier bibliófilo y añadir algunas noticias sobre manuscritos relevantes para la historia de Sevilla.
Las piezas catalogadas en La Capitular -impresos y manuscritos- son cerca de 90.000 títulos y versan sobre las más variadas materias, tanto de ciencias como de letras, además de las ricas colecciones de códices iluminados, incunables, impresos raros por los reducidos números de ejemplares que se conservan en el mundo y manuscritos de capital interés para la historia de la ciudad.
Entre las piezas tradicionalmente citadas como de las más destacadas, figuran las siguientes:
- «Biblia de Pedro de Pamplona». Se trata de dos volúmenes escritos e iluminados sobre vitela, con hermosas letras capitales dibujadas o decoradas con trazos del siglo XIII; a excepción de las ilustraciones que adornan los libros de los Macabeos, todas las demás son del mismo iluminador. Se cree que perteneció al Rey Don Alfonso el Sabio, quién la habría legado a su hijo el rey Sancho y éste a la biblioteca capitular. Es también del siglo XIII una «Biblia en escritura rabínica española».
- «Pontifical Romano». Obra comenzada en 1390 pe Don Juan de Guzmán, obispo de Calahorra; más tarde pasó a propiedad del Arzobispo hispalense Don Alonso de Fonseca, cuyo escudo aparece en alguna de las páginas. Es un códice miniado con caracteres e ilustraciones de abolengo gótico, de lo cual es buena prueba la hermosa pintura de Cristo juez, de nítidos acentos iconográficos medievales.
- «Misal de la Orden de Predicadores». Es otra obra del siglo XIV, en pergamino, y de 30 x 20 cms.; es muy curioso su texto elegantemente iluminado y se sabe que en el siglo XV perteneció a la capilla del Cardenal Don Diego Hurtado de Mendoza.
- «Misal Cartujano o Hispalense». Libro del siglo XV que constituye una de las piezas selectas de la librería por su hermosa confección. Es un códice de 34 x 25 cms. que conserva su primitiva cubierta; en su interior se encuentran bellísimas miniaturas de influjo flamenco, todas ellas lucen variadas gamas de intensos colores.
- «Misal del Cardenal González de Mendoza». No hay certeza de que perteneciera al ilustre prelado que fue consejero y fervoroso partidario de los Reyes Católicos, aunque es muy antigua la vinculación del hermoso misal con el nombre del Gran Cardenal. El voluminoso libro tiene 382 páginas, es de vitela y mide 33x23 cms. Las letras capitales al igual que las ricas guarniciones revelan la filiación gótica del anónimo artista que ilustró el misal. En la historia de la Crucifixión, el pintor miniaturista sigue muy de cerca las formas arquitectónicas del último gótico del siglo XV, el florido, a modo de marco en la escena narrada a la usanza del naturalismo trágico de la época; en ésta como en las que aparecen en las orlas de las páginas 136, 183, 188, y 243 es sensible la ascendencia flamenca en cuanto a composición y tipos humanos.
- «Libro de Horas de Isabel la Católica». Es otra añeja tradición que une este precioso libro a la Reina Católica; lo que actualmente se sabe de su procedencia es que por testamento del Deán Don Nicolás María Maestre pasó a los fondos de la Capitular. El misal es relativamente pequeño, tiene 16 cms. de largo por 12 de ancho, pero contiene numerosas miniaturas que representan escenas similares a las de los maestros flamencos del siglo XV. Se acentúa la belleza de estas historias -caso de la Coronación de la Virgen- por el tupido tramado de sinuosos tallos con hojas y flores de vivos colores, en la mejor línea de las refinadas composiciones de los miniaturistas de las escuelas del Norte de Europa.
- «Missale secumdum usum alme ecclesie hispalensis». Este libro procede de tareas sevillanas, entre los años 1499 a 1507. Está confeccionado sobre vitela y tiene también ilustraciones, sencillas, pero no carentes de interés.
- «Biblia de caracteres microscópicos». Es una voluminosa copia de pergamino, de 17 por 12 cms. de la ya comentada «Biblia de Pedro de Pamplona»; probablemente se hizo en Sevilla en el siglo XVI para el monasterio Jerónimo de Buena Vista.
- También en la Capitular hay incunables de inestimable valor; deben recordarse entre otras obras las siguientes: Liber de Conceptione Virgines de Juan de Segovia (1486), Opera Graece de Homero (1488) y Adversus calumniatoris Platonis Libri V del Cardenal Besarión (1469).
- Entre los manuscritos destaca una copia del siglo XV de «La Eneida» que perteneció al célebre Marqués de Villena, valido del rey Juan II de Castilla. Este escrito tiene la virtud de demostrar el temprano interés por la antigüedad clásica en algunos sectores de la aristocracia española, quizá de tímidas manifestaciones, pero elocuente y en este aspecto no muy a la zaga del movimiento renovador de los humanistas florentinos.
- El canónigo Don Juan de Loaysa al efectuar un «Inventario de las alhajas de la catedral» a fines del siglo XVII, da noticia de numerosos libros litúrgicos, tales como Evangelios, de Epístolas y Misales que se encontraban en diferentes capillas y sacristías del templo. Muchos de estos ejemplares eran de pergaminos iluminados de bellas miniaturas y cubiertas de raso carmesí con cantoneras de plata, pero como eran de uso frecuente no pasaron a la biblioteca, lo que en cambio si ocurrió con el «Libro de Horas, Credos y Prefacios» adornado con cuatro escudos de plata del Cardenal Cervantes (s. XV), el «Misal del Maestrescuela Don Alonso Sánchez de Cea» que servía para las procesiones internas y el «Libro Santoral Hispalense», con cubierta de tabla forrada y ornada con cinco bollones o clavos de latón.
- Los historiadores Matute y Gestoso dan noticia de que en 1712 se descubrieron en una escondida gaveta dentro de un cajón grande de la Sacristía Mayor, veintiocho libros antiguos entre misales, epistolarios pontificales, todos ellos primorosamente trabajados; reputaron obras pertenecientes al arzobispo Don Gonzalo de Mena, quién murió de peste en 140l, por lo que sus libros habrían sido apartados de esa forma, pero no se han podido confirmar estos datos, pues remitieron a la librería sin especificar pormenores.
- Manuscritos inéditos para la historia de Sevilla hay muchos; entre ellos deben citarse los del Abad Gordillo: «Memorial de la historia eclesiástica de Sevilla» fechado en 1612, aunque la copia existente data del siglo XVIII; «Historia de los Arzobispos de Sevilla», «Historia del Convento de la Orden de San Benito Extramuros de la ciudad de Sevilla», «Historia del Convento de la Santísima Trinidad extramuros», «Fiestas de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima en la Santa Iglesia Catedral»; todos estos manuscritos del famoso Abad contienen valiosos datos para la historia eclesiástica y aún urbana de Sevilla. Algunos de sus escritos se han publicado, pero es obvio que deben darse a la imprenta todos los restantes, dado el interés histórico que ofrecen.
El ya citado Canónigo Don Juan de Loaysa es otro de los historiadores cuyas obras continúan inéditas, a pesar de la reconocida erudición de sus escritos; entre estos hay títulos tan sugestivos como los siguientes: «Memorias eclesiásticas y seculares de la ciudad de Sevilla (1698)», «Abecedario de la librería de la Santa Iglesia», «Inventario de alhajas de la Santa Iglesia», «Memorias históricas sevillanas» y el más conocido de todos: «Epitafios de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla». La mayoría de estos escritos han sido utilizados por los investigadores Matute y Gestoso, pero todavía contienen datos muy aprovechables para la historia religiosa y artística de Sevilla, por lo que es de desear que se publiquen en fecha no lejana.
Otro canónigo de preocupaciones literarias fue Don Ambrosio de la Cuesta y Saavedra, muerto en 1707 después de dedicarse durante cerca de treinta años a recolectar obras de antiguos escritores sevillanos en trance de desaparecer, de las que mandó sacar copia para su biblioteca particular, incorporada a su fallecimiento a los fondos de la Capitular. También el canónigo Cuesta hizo historias y composiciones de carácter erudito; casi todas permanecen inéditas, aún cuando son -como los manuscritos antes mencionados- de manifiesta utilidad para conocer mejor los anales y fastos hispalenses. Entre sus obras conservadas en esta biblioteca figuran: «La vida de los arzobispos de Sevilla», «Defensa de los retratos pintados de los patronos y bienhechores que se acostumbra a colocar en altares y capillas que dotaron» (1695), «San Isidoro, Arzobispo de Sevilla» (1704), «Adversaria Eruditione sacra et profana» y la interesante «Nómina de los escritores hispanos de la Biblioteca Hispana» aprovechada por el ilustrado bibliófilo sevillano del siglo XVIII Nicolás Antonio en su «Bibliotheca Nova Hispana».
Como puede comprobarse por este breve e incompleto glosario, la librería capitular atesora numerosos manuscritos de singular importancia, lo que en diferentes épocas ha obligado a todo investigador de la historia local a explorar en tan inagotables fuentes. Este rico acervo de legajos se ha visto aumentado en el presente siglo con la donación de Don José Gestoso; los documentos del «Fondo Gestoso» constituyen otro repertorio variado y sus contenidos son igualmente fundamentales para la historia y arte sevillanos.
Las piezas que restan de La Colombina son de incalculable valor; es cierto que su número ha mermado con respecto al inventario primero de la donación, e incluso de la cifra que da Loaysa en 1684 (cuatro mil volúmenes que a veces incluyen varias obras); pero aún sigue conservando cerca de seis mil títulos, de los que hay unos mil manuscritos y muchos epígrafes más, todos ellos representativos de la cultura final del gótico y plenitud del renacimiento. El paciente trabajo hecho por los bibliotecarios del Cabildo, desde 1888 a 1948, ha dado como resultado un catálogo de siete tomos en los que con minucia se dan los detalles de todos los libros impresos que aún permanecen en la librería colombina, lo cual facilita enormemente las consultas.
Aunque la mayoría de los impresos y manuscritos son de valor reconocido, quizá tienen un interés especial, aquellos volúmenes con escritos del propio Don Hernando, así como los manuscritos con repertorios y registros en los que fue anotando sus adquisiciones bibliográficas, lecturas e intento de clasificación de los conocimientos humanos con la erudición moderna de los más preclaros humanistas del renacimiento. Revisten también singular atractivo aquellos otros que se estima pertenecieron a su padre Don Cristóbal Colón, aunque es posible que sobre estas generalizadas creencias, exista algo de leyenda. Los títulos de las obras que se vinculan con el Almirante y que incluso poseen anotaciones de su puño y letra o de su hermano Bartolomé Colón, parece que pueden reducirse a los siguientes:
«Libro de las Profecías» que juntó el Almirante sobre la recuperación de la Santa Ciudad de Jerusalén y del descubrimiento de las Indias, dirigido a los Reyes Católicos. Es un interesante escrito que se considera autógrafo del Almirante, en el que se relacionan algunos textos bíblicos como alusivos a las tierras recién descubiertas. Es un texto enigmático, difícil de leer y que recientemente ha sido estudiado por un especialista acreditado como Don Francisco Álvarez Seisdedos, quién de seguro aclarará muchas incógnitas en próxima publicación.
«Tractatus de Ymagine Mundi», obra del Cardenal Pierre D'Ailly publicada en 1480. Es uno de los libros claves para la nueva concepción del mundo a fines del medievo. Parece que fue propiedad del Almirante y más tarde fue consultado repetidamente por Fray Bartolomé de las Casas, si bien es éste un asunto no aclarado definitivamente, y que por otra parte escapa al cometido de estas páginas, las que sólo pretenden dar una corta relación de las piezas señaladas de la librería Colombina; sin duda el libro de D' Ailly lo es en cualquier biblioteca del mundo, por lo que supone de revalorización de la figura del hombre y la realidad terrestre, dignos de toda la atención del Cristianismo, pues las bellezas y riquezas que son susceptibles de poseer, son de esencia divina.
«Marci Pauli de Veneciis de Consuetudinibus et condicionibus orientalium regionem». Se trata del famoso libro de viajes de Marco Polo, traducido del italiano al latín por Fray Francisco de Pepuriis de Bononia. Tiene anotaciones marginales de Don Hernando y es muy probable que fuese de los más manejados por su padre en sus obstinados empeños de llegar al lejano Catay de Marco Polo a través del mar de Occidente .
«Libro de Cosmografía» es otro volumen con anotaciones en los márgenes que se cree son del Almirante, al igual que el valioso ejemplar titulado «Pii II Pontifici Maximi. Historia Rerum Ubique Gestarum» (primera parte). En las últimas páginas del libro, de guardas blancas, el bibliotecario Sr. Fernández Velasco descubrió una copia de la famosa carta latina del sabio cosmógrafo italiano Toscanelli dedicada al Canónigo portugués Fernando Martínez.
Se supone que también fueron de propiedad del Almirante la «Storia Naturale» de Cayo Plinio, publicada en Venecia en 1469 por Cristóforo Landino; una de las obras fundamentales del renacimiento por lo que supuso de reencuentro con el mundo clásico. Y el libro «Opera Legatio Babilonia. Occeana Decas Poemata», en el que figuraba sobre pergamino una carta geográfica de la isla Española, considerada igualmente desde antiguo como autógrafa de Cristóbal Colón, aunque no hay absoluta certeza.
En varias ocasiones hemos definido a Don Hernando como uno de los más ilustres humanistas de la Europa de su tiempo; son muchas las piezas de su librería que avalan ese justo título, si bien entre ellas habría que destacar obras que llamaron poderosamente la atención de los humanistas italianos del renacimiento que él conoció y trató ampliamente, caso del «Comentario al Infierno de la Divina Comedia de Dante» de Grantivolo de Bambollini, códice boloñés del siglo XV escrito en fino pergamino; «Les triumphes» de Francesco Petrarca, publicado en Lyon en 1532 con grabados alusivos a los triunfos del amor y la virtud. La obras de Erasmo y Lorenzo Valla, las de Pedro Mártir de Anglería (Décadas de Orbe Novo), y de Antonio de Nebrija, éstos últimos conocidos personalmente por Don Hernando, así como el sabio y humanista flamenco Nicolás Cleynaerd o Clenardo (como se le denomina en España) quien hizo la epístola introductoria de «La Década 1ª, libro 1º» de Tito Livio, impreso en Salamanca por el impresor Juan de Juntas y que lógicamente se conserva en la Colombina. Clenardo fue amigo de Colón, le siguió desde Lovaina y ayudó en la organización de la biblioteca primera en la casa de la puerta de Goles; es precisamente este intelectual flamenco quien ha dejado una breve pero cabal referencia de la magnificencia de esta casa sevillana, concebida como centro de cultura y de altos estudios.
Producto de su interés por los conocimientos universales, sin prejuicios de religión ni de lenguas, podrían ser los primeros escritos luteranos, aunque también se encuentran otros de condena como el de «Des Lutheriens» publicado en Lyon en 1530 con un grabado que muestra a Lutero arrastrado por Satanás hacia los infiernos. Pero estos títulos no son muy abundantes y en cambio son mucho más numerosos los libros expresivos de las más hermosas creencias y espiritualidad medieval, caso de la bellísima edición xilográfica del «Ars Moriendi» del siglo XV con catorce lámina grabadas sobre planchas de madera; opúsculos de Juan Gerson como el de «La Anunciación» o el «Speculum passionis Domini Nostri Jhesuchristi» de Uldarico Pinder, publicado en Nuremberg en 1507 con grabados de Hans Schaufelein.
Al igual que muchos eruditos y aristócratas de su tiempo Don Hernando no fue indiferente a las sugestivas narraciones de los romances y cantares de gesta bien con la inserción de sucesos portentosos procedentes de la fantasía medieval o imbuidos del afán de gloria renacentista. Consecuencia de estas preferencias serían algunos títulos como el «Roman de Melusine» de Jean d'Arras (Lyon, 1528) que narra la prodigiosa vida del hada Melusina enamorada de un joven cruzado al que acompañó hasta la muerte en la reconquista de le Santos Lugares. Expresan igualmente estos gustos bibliográficos de la época las hazañas de Amadís, de Orlando, la primera edición parisina de «Les chansons georgines» de Georges Chastelain y el poético relato del «Mystère de Pierre de Provençe et de la Belle Maguelonne», publicado igualmente en París en los primeros años del siglo XVI.
Sin embargo, no fue sólo la literatura de refinadas gestas y alturado léxico lo que interesó a Hernando Colón, también gustó de adquirir composiciones de tipo popular, las que constituyen hoy uno de los tesoros más preciados de la Colombina por sus rarezas de ediciones y ser además testimonio elocuente del encanto y frescura populares de las lenguas latinas y germánicas de Europa. Entre las piezas que se inscriben en este apartado figuran cancioneros, romances primitivos y libros de caballería poco conocidos. Más populares son todavía una serie de impresos, de bajo precio y en ocasiones de una sola página, en los que se leen coplas, refranes, baladas, cantares, lamentos de príncipes y ciudades e incluso pasquinadas de evidente interés político y social, además del puramente literario.
Según puede verse su afán por los conocimientos humanos, contenidos y preservados en los libros, no tuvo frenos ni fronteras, quiso y adquirió todo lo que pudo en sus dilatados viajes; buena parte de su fortuna personal se fue quedando en los centros de editores, mercados y anticuarios de Europa. El resto lo dilapidó generosamente en la construcción de una casa que de manera apropiada acogiese su biblioteca, hospitalarias tertulias y formación de un centro cultural en Sevilla. Pero, como se ha visto en páginas precedentes, la muerte impidió esos proyectos; dejó elevadas deudas y no es de extrañar que los fríos acreedores terminasen por sepultar los más caros sueños del coleccionista.
Las obras por él adquiridas son testimonio de sus amplios gustos literarios, y al mismo tiempo de su talante liberal, pues se ve que las leía con fruición, y luego las analizaba con acertados comentarios que aparecen en sus notas; estas anotaciones constituyen variadas noticias de tipo geográfico, económico y literario que son de gran utilidad para la historia socio-cultural de la Europa de su tiempo.
De las joyas de impresos donadas por Colón a la Catedral, faltan las más de tres mil estampas grabadas que fue reuniendo durante largos años; por desgracia se perdieron o dispersaron a los pocos años de su muerte; es muy posible que no llegasen a formar parte de los fondos colombinos recibidos en la biblioteca catedralicia, lo que nunca dejará de lamentarse bastante, pues, al parecer y según el registro que de dichas estampas se hizo en vida de Don Hernando, fue quizá el más completo repertorio de grabados (flamencos, alemanes, franceses e italianos) que probablemente hubo en la Europa de su tiempo, los que de permanecer intactos y reunidos habrían sido un «corpus» de trascendental importancia para las artes figurativas hispalenses.
No obstante, lo que se conserva es un patrimonio que constituye motivo de orgullo para el primer templo de Sevilla, y un tesoro que los sevillanos de todos los tiempos han de arropar y conservar para los tiempos venideros (Jorge Bernales Ballesteros, La Biblioteca Capitular y Colombina, en La Catedral de Sevilla. Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).
La mayoría de los estudios históricos que sobre la catedral se han realizados, coinciden en considerar a las naves que cierran el Patio de los Naranjos como restos de lo que fue la Mezquita Mayor Almohade. Estos espacios han constituido históricamente una reserva de superficie útil de servicios, destinándose a lo largo de la historia a usos diversos, siempre relacionados con la Catedral. Con la decisión de utilizar las naves Este y Norte del Patio de los Naranjos como Biblioteca Colombina y Capitular se da continuidad a esta idea de ser unos espacios de uso flexible, disponibles para las necesidades que en cada momento van surgiendo.
La Biblioteca Colombina y Capitular ocupa las dos galerías Este que separan el Patio de los Naranjos de la calle Placentines (actual calle Cardenal Carlos Amigo) y la naves Norte que da fachada a la calle Alemanes.
La intervención se describe por sus autores en el siguiente orden. Primero, limpieza de la galería Este, lo que supone además la mejora del estado de la edificación con eliminación de una entreplanta que dividía en dos a la nave y que había supuesto nuevos huecos en la fachada de la nave al Patio. Con esta operación se recuperaron también los arcos medianeros entre las dos naves paralelas. Se demolieron también las tabiquerías de distribución correspondientes a viviendas y almacenes. La fase segunda de intervención surge a partir del hundimiento de parte del forjado de cubierta de la Biblioteca Capitular, construido a mediados de los años cuarenta del siglo XX. Se construye una nueva cubierta inclinadas de tejas, manteniendo el trazado original y consecuentemente, su configuración espacial. La tercera fase de intervención se resume en la resolución del problema funcional y arquitectónico de la Biblioteca Colombina y Capitular y que a petición del Cabildo Metropolitano incorporó también el Archivo Catedralicio y la Biblioteca Arzobispal.
La entrada a este Centro Cultural, se produce por la esquina entre las naves Este y Norte, por la Puerta del Lagarto, donde se sitúa el primer espacio de distribución entre las distintas naves y la escalera lineal de dos tramos consecutivos que da acceso a la planta primera de las naves Este y Norte. La altura entre plantas obligó a una escalera de un gran desarrollo, recurriendo a una pasarela junto a la escalera para recuperar el acceso a la nave Norte, dejando un espacio en doble altura que ayuda a observar el volumen independiente que crea este elemento de comunicación vertical. La barandilla diseñada por los arquitectos, con barrotes verticales de hierro y una pletina de pasamanos, fue pintada de blanco minimizando su presencia en un espacio presidido por la escalera y la pasarela de planta primera.
Al final de las naves Este y Norte se encuentran unas escaleras con escasa presencia en el espacio diáfano y continuo que constituyen ambas alas, y por las que se accede a una entreplanta de reducidas dimensiones.
A la planta baja de la nave Norte se accede a través de pequeño vestíbulo situado en la nave interior Este que sirve además para salir al Patio de los Naranjos. La distribución de las funciones en esta parte del Centro Cultural se realiza de una manera simétrica, delimitándose por los distintos mobiliarios un pasillo distribuidor que potencia la linealidad de la nave.
En la planta primera de la nave Norte, en el primer módulo junto a la escalera principal se incluyeron dos escaleras que dan acceso a una entreplanta lineal que se desarrolla junto a las fachadas y sin posibilidad de comunicación entre ellas.
De esta manera se consigue aumentar el espacio disponible para Biblioteca, con estanterías en dos niveles y siempre manteniendo la idea de sección transversal simétrica.
Tanto la planta baja como la primera de la nave Este con fachada a la calle Placentines (actual calle Cardenal Carlos Amigo) quedaron diáfanas, con mobiliario de escasa profundidad adosado a la fachada y al muro medianero que separa a esta nave cerrada de la quedó abierta al Patio de los Naranjos.
El programa se completó con locales de dirección y servicios, salas de investigadores, instalaciones y depósito de libros y documentos. Gran parte de este menudo programa quedó situado en la nave Este con fachada a calle Placentines (calle Cardenal Carlos Amigo), aprovechando la superficie útil bajo la escalera principal. La intervención supone un ejemplo de estudio, análisis e investigación sobre una arquitectura construida a lo largo de los siglos a las que se incorpora decisivamente un nuevo estado de uso, dando continuidad a su propia historia (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia del Día Internacional de las Bibliotecas;
En 1992, la Biblioteca Nacional de Sarajevo quedó totalmente en ruinas debido al conflicto bélico de los Balcanes. La imagen que quedó grabada en la mente del mundo fue la del músico Vedran Smailovic, tocando su violonchelo entre los escombros del hermoso edificio, que también había realizado la función de Casa de Gobierno en el siglo XIX.
Pero, ¿Por qué atacar una biblioteca? Más allá de que a lo largo de la historia, muchos tiranos como Hitler, viesen en los libros una fuente de franca oposición y los mandasen a quemar en grandes hogueras, la realidad es que lo que detonó la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, fue su arquitectura que incorporaba elementos de tradición árabe y oriental, recordando a todos los que pasaban por delante de ella que ya no formaban parte del Imperio Otomano (Turco).
Para los nacionalistas radicales que querían volver a fundar el imperio persa, aquella edificación y muchas otras de estilo oriental, resultaban ser un insulto a sus creencias, por esta razón decidieron destruirlos completamente.
A pesar de que irónicamente muchos de estos hombres eran fieles visitantes de la biblioteca, es más, el hombre que dio la orden para su destrucción era profesor de literatura de la Universidad de Sarajevo y amaba los poemas de Shakespeare.
El memoricidio es la palabra que se utiliza para describir la destrucción del acervo cultural de un pueblo. El médico e historiador croata Mirko D. Grmek, utilizó por primera vez este término en un discurso que diera ante las Naciones Unidas, dando origen no solo a la palabra sino al propósito de este organismo de evitar a toda costa que este tipo de crímenes de guerra siguiesen ocurriendo en el mundo.
Uno de los mayores exponentes de la terrible repercusión que puede tener el memoricidio en la historia humana se explica en la película Operación Monumento, donde un grupo de historiadores y curadores de arte, conforman un grupo de salvamento militar para proteger las obras de artes de Europa durante el conflicto de la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo celebrar el Día Internacional de las Bibliotecas?
La respuesta es sencillísima, simplemente visita una biblioteca ese día, que seguro que tendrán varias actividades pensadas para celebrar su día.
Otra manera es compartiendo una reseña sobre alguno de tus libros favoritas e inspirando a otros a que habrán su mente para visitar nuevos mundo en papel.
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Biblioteca Pública Provincial "Infanta Elena", de Cruz y Ortiz, en Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Si quieres, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Biblioteca Colombina, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Página web oficial de la Biblioteca Colombina: www.icolombina.es
Más sobre la Catedral de Santa María de la Sede, en ExplicArte Sevilla.
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