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jueves, 23 de julio de 2020

La pintura "San Ezequiel, profeta", anónima, en el techo del salón principal del Palacio Arzobispal


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "San Ezequiel, profeta", anónima, en el techo del salón principal del Palacio Arzobispal, de Sevilla.     
      Hoy, 23 de julio, Conmemoración de San Ezequiel, profeta, hijo del sacerdote Buzi, que elegido durante la visión de la gloria de Dios que tuvo en su exilio en el país de los caldeos, y puesto como atalaya para vigilar a la casa de Israel, censuró por su infidelidad al pueblo elegido y previó que la ciudad santa de Jerusalén sería destruida y su pueblo deportado. Estando en medio de los cautivos, alentó a estos a tener esperanza y les profetizó que sus áridos huesos resucitarían y tendrían una nuev vida [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
      Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "San Ezequiel, profeta", anónima, en el techo del salón principal del Palacio Arzobispal, de Sevilla.  
   El Palacio Arzobispal [nº 5 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 5 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza de la Virgen de los Reyes, 1; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
   En el interior del Palacio Arzobispal destaca el salón principal, cuyo techo aparece compartimentado en sesenta recuadros, que contienen episodios del Antiguo Testamento, emblemas y escudos, cuyo contenido simbólico constituye un discurso moralizante, sobre el espíritu y las virtudes que habrían de poseer los prelados sevillanos en el gobierno de su diócesis. Estas pinturas fueron costeadas por el Cardenal Fernando Niño de Guevara en 1604 y, a juzgar por su estilo, puede advertirse que en ellas intervienen dos artistas, por ahora desconocidos.
   Pues bien, entre esas pinturas, se encuentra la escena que representa la visión que tuvo Ezequiel de la idolatría y las abominaciones que se cometían en el Templo de Jerusalén, según relata el Libro de Ezequiel (8, 3): "Tendió la figura de una mano extendida y me cogió por los pelos de la cabeza. El espíritu me levantó entre la tierra y el cielo, y en la visión divina me llevó a Jerusalén, a la entrada de la puerta del septentrión, donde estaba puesto el ídolo que provoca el celo". La escena se resuelve a través de dos niveles. El superior o celestial está centrado por la figura de Ezequiel que, cogido por los pelos por la mano de Dios, sobrevuela el templo de Jerusalén. El profeta va vestido con túnica rosa y manto amarillo, ropajes que se muestran agitados por el viento. Bajo su figura, se despliega una filacteria que contiene una inscripción alusiva al texto sagrado que narra este episodio. En el nivel inferior o terrenal se representa la ciudad de Jerusalén, circundada por una muralla provista de torreones semicirculares y captada en acusada perspectiva.
   Por los tipos físicos de las figuras y la captación de arquitecturas en perspectivas, este lienzo ha sido atribuido al anónimo pintor más dotado de cuantos intervinieron en este techo pintado.
   El significado de este lienzo alcanza su pleno significado en relación con las demás pinturas de este sector del techo, vinculadas a destrucción de la ciudad de Jerusalén. A través de representaciones como éstas, se advertía a los prelados sevillanos del peligro que conllevaban la idolatría y el vicio, pecados que supondrían la perdición de sus almas y que debían evitar (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Ezequiel, profeta;
   Es el profeta mayor del Exilio. Conducido hacia 597 de Palestina a Babilonia, vivió con los judíos deportados en la colonia de Tell Abib, cerca de Nippur.
   Allí experimentó profundamente la influencia de la mitología babilónica que ha engendrado sus visiones apocalípticas. Los monumentos que vio durante su exilio en Babilonia: estatuas de Kerubs, bajorrelieves de ladrillos esmaltados... son la fuente de sus visiones donde se reconocen detalles de las imágenes vistas, más o menos transformadas.

   El Libro de Ezequiel, cuya composición se sitúa sin duda en el siglo V, no es una obra homogénea sino una redacción colectiva. Las críticos advierten numerosas interporlaciones en él: la célebre visión de los Esqueletos que anuncia la resurrección de Israel, no se considera auténtica.
   Al igual que Isaías, Ezequiel se benefició en la Edad Media del alza del culto mariano, gracias a su visión de la puerta cerrada que ha sido interpretada como un símbolo de la maternidad virginal de María.
Figuras
   Sus atributos son el carro celestial de su visión o la doble rueda, símbolo de los dos Testamentos y de su relación indisoluble.
   También se lo reconoce por la inscripción de su filacteria: Porta clausa est, non aperietur.
Escenas
   Los temas más populares del ciclo de Ezequiel son las visiones de Yavé en un carro celestial, la de los Esqueletos y la de la Puerta Cerrada.
   Antes de estudiar la iconografía de esas tres visiones apocalípticas, es necesario decir algo acerca de algunos temas extraños en que el profeta interviene personalmente. Se trata de Ezequiel devorando un rollo y acostándose durante cuatrocientos treinta días para expiar, a razón de un día por año, las iniquidades de Israel y de Judá, cortándose la barba que pesa en una balanza antes de quemarla y dispersarla a los cuatro vientos.
A) Las pruebas de Ezequiel
l. Ezequiel devorando un rollo
   Ez., 2: 9. El Señor se revela al profeta que se había prosternado y le entrega un mensaje escrito en un rollo, ordenándole que lo devore. Ezequiel lo encuentra dulce como la miel (dulce quasi mel).
   Ese tema vuelve a encontrarse en el Apocalipsis del Nuevo Testamento. La expresión devorar, digerir un libro, ha quedado en la lengua francesa. La Biblia hebrea toma esta metáfora literalmente y la materializa.
2. El profeta, acostado sobre el costado izquierdo y luego sobre el derecho, expía las iniquidades de Israel y Judá
3. Ezequiel se corta la barba y la pesa en una balanza con sus cabellos
   Ez., 5: 1-4. El profeta recibe del Señor la orden de rasurarse barba y cabellera "toma una navaja afilada, una navaja de barbero, y afeitarás con ella tu cabeza y tu barba", y coge enseguida una balanza para pesar lo que ha cortado. Debe dividir el pelo en tres partes: quemar la primera, arrojar la segunda al viento y conservar la tercera en los pliegues de la túnica. Los dos primeros tercios simbolizan los castigos del pueblo de Israel; el último tercio, el puñado de justos que escaparán al Juicio.
B) Las tres visiones de Ezequiel
1. La Visión del Señor en un carro con ruedas de fuego
   Ez., 1 : 1-28. En 593, cuando estaba a orillas del río Kebar, en el país de los caldeos, Ezequiel vio llegar del norte un carro de fuego tirado por cuatro animales alados de cuádruple rostro y un trono de zafiro en el centro de una gloria de luz, sobre el cual se le apareció el Señor.
   Esta visión, inspirada al profeta por los Kerubim babilonios, ha atraído las imaginaciones artísticas que aspiraban a captar un Dios infinito en formas plásticas. A pesar de la insuficiente claridad de la descripción, más cegadora que esclarecedora (porque los visionarios de Israel no son visuales, lamentablemente), estimuló a los pintores y grabadores que no retrocedieron ante una empresa tan complicada.
   Además de las populares pinturas murales de Bauit, en Egipto y las de Capadocia, el arte bizantino ofrece numerosos ejemplos de este tema entre los eslavos balcánicos de Serbia y Bulgaria.
   El arte clásico del Renacimiento se esforzó en esclarecer esta visión amorfa: sólo lo consiguió despojándola de misterio.
   Sugerir el misterio por la opacidad o la ambigüedad, por medio de esta semitransparencia que se llama claroscuro está al alcance de todos los artistas. Lo difícil es, como decía Mallarmé a propósito de Gauguin, dar simultáneamente impresión de misterio y deslumbramiento.
2. La visión de los huesos reanimados
   Ez. 37: 1-11. La Mano del Señor estuvo sobre mi y me transportó en espíritu en medio de un valle lleno de osamentas completamente secas.
   Él me dijo: «Hijo de Hombre ¿vivirán estos huesos? ¡Oh Señor Dios! -respondí yo- tú lo sabes.»
   Por orden del Señor apostrofa esas osamentas: «He aquí que infundiré en vosotros el espíritu, y viviréis. Y pondré sobre vosotros nervios, y haré que crezcan carnes sobre vosotros, y las cubriré de piel, y os daré el espíritu...»
   Tal como lo profetizara, se oyó un ruido y un movimiento. Los huesos se acercaron unos a otros, se revistieron de músculos y de piel. Entonces él invocó al espíritu que entró en ellos. Y reemprendieron la vida y se irguieron sobre sus pies. Formaban un grande, inmenso ejército.
   De esta visión macabra y alucinante, se han dado dos interpretaciones simbólicas: una judía, estrictamente nacional, y una glosa cristiana que concierne a la humanidad entera.
   1. La interpretación judía es la que propone el propio Ezequiel, o el seudo Ezequiel: los huesos secos son los israelitas desarraigados y reducidos al cautiverio en tierra extranjera. Pero al soplo del espíritu, el pueblo de Israel se levantará del sepulcro como un gran ejército que Dios devolverá a su tierra y reconstituirá como nación.
   2. La interpretación cristiana pasa de nacionalista a ecuménica: la resurrección de las osamentas secas no es sólo la promesa de liberación de los israelitas cautivos en Babilonia sino la prefiguración de la Resurrección de la carne en el Juicio Final válida para todos los hombres.
   Así la ha comprendido Signorelli en su admirable fresco de la catedral de Orvieto. 

   De acuerdo con los mitologistas modernos, esta visión sería una variante judía del tema del cadáver vivo, popular en todos los países o de la ronda nocturna evocada por las baladas románticas alemanas y la litografía napoleónica de Raffet.
3. La visión de la puerta cerrada
   Ezequiel. 44: 1-4. Ezequiel ve una puerta cerrada en el santuario del Señor (Vidi portam in domo Domini clausam.) Nadie pasa por ella salvo el Rey de Reyes, que la atraviesa sin abrirla (Non aperietur et vir non transibit per eam, quoniam Dominus ingressus est per eam).
   Esta puerta cerrada ha sido interpretada por los teólogos como el símbolo de la Virgen, Puerta del Cielo (Porta Coeli), siempre intacta a pesar del paso del Mesías por su vientre al que concibió y parió sin perder la virginidad (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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