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sábado, 4 de julio de 2020

El Pabellón de Estados Unidos, de William Templeton Johnson, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga)


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Pabellón de Estados Unidos, de William Templeton Johnson, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga), de Sevilla.
      Hoy, 4 de julio, se celebra en los Estados Unidos el día de la Independencia (proclamada el 4 de julio de 1776), así que hoy es el mejor día para ExplicArte el Pabellón de los Estados Unidos, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga), de Sevilla.
      El Pabellón de Estados Unidos, de William Templeton Johnson, para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga) [nº 77 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 27 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Paseo de las Delicias, 7; en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
   Los Estados Unidos de Norteamérica concurrieron a la Exposición Iberoamericana con tres pabellones, obra de William Templeton Johnson. De ellos, solo nos queda el pabellón principal y sus pequeñas instalaciones anexas, por ser este un edificio permanente que, una vez finalizado el Certamen, habría de destinarse a sede consular (este uso lo mantuvo hasta 1986 en que se convirtió en Agencia Consular. El cuerpo diplomático estadounidense en Sevilla ha residido en el pabellón desde 1930 hasta su reversión al Ayuntamiento en 2005. El día 2 de Mayo de 2006, se firmó el Convenio de cesión de uso del antiguo Pabellón de EE.UU. a la Fundación Valentín de Madariaga-MP. Dicha cesión fue acordada por la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Sevilla con fecha 9 de marzo de 2006). Por el contrario, nada queda de los otros dos pabellones, que eran de carácter provisional. Aunque en principio estaba previsto que ambos fueran desmontados tras la clausura de la Exposición, solo uno de ellos lo fue, mientras el Cinematógrafo se cedió al Ayuntamiento hispalense, que lo destinó a Teatro Juan de la Cueva, uso que mantuvo hasta que desapareció en la década de los sesenta.

   Los tres pabellones fueron realizados dentro del que Juan de Zavala denominara estilo Neocaliforniano y que en Norteamérica se conocía como estilo español. Según este autor, el Neocaliforniano adoptaba:
   "... las formas abiertas apropiadas al ambiente y al clima de la región sudoeste de los Estados Unidos".
   Por ello, estaba siendo aplicado a residencias campestres de los Estados Unidos, sobre todo el Oeste y el Sur, como las Californias, Nuevo México y Texas. Se pretendía encontrar una arquitectura nacional, diferenciadora de la de sus antiguos propietarios mexicanos. En 1926, la revista Arquitectura de Madrid recogía un artículo de Modesto López Otero en el que el autor hacía importantes consideraciones sobre el estilo, dejando Constancia del éxito que tenía en la época:
   "... los arquitectos de California, país en donde principalmente nace y se desarrolla, han analizado afanosamente los restos y ruinas de nuestra dominación; juntamente con otros arquitectos bostianos, han evocado la gran arquitectura virreinal del centro del continente, y todos van transportando y traduciendo temas de la propia Península, dando lugar a una evidente manifestación de influencia española, en una gran arquitectura extranjera, con extensión e intensidad que no tiene entre nosotros precedente."
   El autor continua:
   "... La importancia del estilo misiones está reconocida en toda clasificación de la producción arquitectónica actual en Norteamérica. Así, una cualquiera moderna -Reilly, por ejemplo (1924)- nos dice como, además de la inspiración en Alemania, tributo del vencedor al vencido, de la escuela neogótica de la muy directa influencia francesa, representada por Thomas Hastings y Paul Cret; de los escasos continuadores de Louis Sullivan, de la obra colonial inglesa, encantadora y delicada, de Aymar Embury, aparece espléndida la de California y el Sur, inspirada en las misiones españolas".

   Como señala Villar, el estilo se empleaba en otros países, pero siempre conservando el sello hispánico. De hecho, también se había extendido por México (constituyendo, en opinión de Carlos Obregón Santacilia, "el estilo más híbrido y vergonzoso" allí usado), Argentina e incluso, a través de Edgar Viana, había llegado a Brasil.
   Según Modesto López Otero (y como luego mantendría Zavala) en el estilo cabía distinguir dos vertientes: la culta y la popular o Neomisional. La primera retomaba elementos de progenie española o hispanoamericanos, neoplaterescos, neobarrocos, neocoloniales,... En ella, había habido dos fases; hacia 1915, la primera, caracterizada por formas arquitectónicas depuradas y poco grandilocuentes, se vería sustituida por un estilo más ornamental, a base de un rico repertorio barroco o incluso renacentista, frecuentemente tornado de los monumentos peninsulares o de la arquitectura virreinal mexicana. A este segundo momento correspondería los pabellones que, en 1915, para la Exposición Internacional de San Diego realizó Bertram G. Goordhue, quien -con su seguidor William Templeton Johnson (autor de las instalaciones de Sevilla)- se convertiría en el principal representante de dicha orientación. Por el contrario, la variante popular recurría a estructuras arquitectónicas sencillas procedentes de la arquitectura de las misiones californianas de los siglos XVII y XVIII.

   Como bien indicaba Lopez Otero, en España el Neocaliforniano era poco conocido. Por ejemplo, Lampérez no lo incluía en su Arquitectura Civil y sólo en una conferencia esbozó, tan sólo -como el mismo señalaría- las directrices básicas de dicha arquitectura. Mayor atención le prestaron algunos arquitectos hispanoamericanos como Mariscal, en México y Noel, Guido y sus seguidores en Argentina. En cualquier caso, al frente de los estudios sobre el tema estaba Sylvestre Baxter, con su obra Spanish Colonial Architecture in México.
Gestiones hacia la concurrencia
   Los Estados Unidos se habían interesado por la Hispanoamericana desde la gestación de la idea. Ya en 1912 el mismo Comité de la Exposición se mostró a favor de la República tomara parte en el Certamen como se desprende de las palabras de Vega Inclán, Comisario Regio de Turismo, a Riaño, recogidas por E. Rodríguez Bernal:
   "Lo esencial es saber si los Estados Unidos, jaleándolos bien, se podrán interesar en esta Exposición, tocándoles la cuerda sensible del descubrimiento de América".
   El mismo autor recopila el devenir de las gestiones para la participación del país.  Así señala que un hecho fundamental para que los Estados Unidos de Norteamérica fueran invitados a la Exposición fue el deseo del propio Alfonso XIII, manifestado al Ministerio de Estado a principios de 1913. De este modo, el 19 de junio de 1913 se cursó la invitación oficial a Estados Unidos. El asunto habría de ser tratado en el Congreso una vez se contara con más datos concretos sobre la Exposición. A partir de entonces, durante 1913, varios Cónsules de Estados Unidos solicitaron referencias de la Muestra; por ejemplo, el de San Francisco recomendó que se aprovechara el Certamen que en 1915 habría de celebrarse en esa ciudad para hacer propaganda de la Exposición Hispanoamericana. En espera de una respuesta oficial por parte del Estado, Riaño, Ministro en Washington, invitó a los industriales del país a participar, obteniendo buenos resultados.

   El incremento habido tras 1923 en las gestiones para lograr la participación iberoamericana comenzó por esta nación cuya presencia parecía que incentivaría a otras naciones a intervenir, al tiempo que le daría gran realce a la Muestra. En noviembre de 1923 se reiteró la invitación a los Estados Unidos.
   El 7 de mayo de 1924, la Secretaría de Estado emitió un informe a las Cámaras con objeto de que éstas aprobaran la participación. Dicho informe contaba con el dictamen favorable del Presidente del Gobierno, Calvin Coolidge (1923-1929), y los Departamentos del Interior, Agricultura y Comercio, argumentando la ocasión que se presentaba para estrechar las relaciones culturales y económicas con Iberoamérica. Sin duda, las altas inversiones y los intereses políticos de los Estados Unidos en las Repúblicas latinoamericanas motivaron el deseo del Gobierno estadounidense de tomar parte activa en la Exposición. Se insistía, además, en el carácter espiritual del Certamen y se justificaba la intervención en base al importante papel histórico de la colonización española en una parte de su territorio y la perduración de la influencia hispana en Arizona, Texas, California, Florida y Nuevo México. La idea fue aprobada por el Senado y meses más tarde por el Congreso.

   Por tanto, los Estados Unidos serían la primera nación en confirmar su asistencia, seguida por Argentina y México. Simultáneamente, fue aprobado un decreto especial por el que quedaba creada una Comisión y autorizado un presupuesto de 700.000 dólares (unos cinco millones de pesetas) para gastos de concurrencia. Dicha comisión estaba integrada por seis miembros: Roderick N. Matson (por Cheyenne), Agnes Ropplier (por Filadelfia , Helen Warick Boswell (por Nueva York), Helen Hall Upman (por Chicago) y George T. Cameron (por San Francisco). El cargo de Comisario General recayó en Thomas Campbell, ex gobernador de Arizona. También se nombró al juez de Cheyenne, Roderick Nathaniel Matson, Delegado Permanente en Sevilla.
   En febrero de 1925 fue aprobado el crédito para la construcción del pabellón, concretamente 300.000 dólares de la mencionada cantidad, que -en su totalidad- parece que se mantuvo invariable, aunque en agosto de 1929, en plena celebración de la Exposición, el Presidente Hoover hubiera de solicitar al Senado un crédito para su mantenimiento. Se dispuso que en las instalaciones a construir solo estuviera representado el Gobierno, de modo que, finalmente, las empresas particulares habrían de acudir a las Galerías Comerciales de la Avenida de la Raza.

   Poco después, en agosto de 1925, Carolina Dorado, en nombre de un colectivo de profesores de la Universidad de Columbia, solicitaba al Comité de la Exposición un solar para edificar un pabellón, al margen del oficial, donde se resumirían "Los infinitos tesoros artísticos de todas las regiones hispanas". Sobre esta propuesta no volvió a aparecer ninguna otra noticia. En agosto, Kilein, Director de Comercio de Estados Unidos, vino a Sevilla a tratar la participación, manifestando que su Gobierno deseaba que las instalaciones estadounidenses fueran las más  importantes.
   No obstante, los preparativos se vieron incrementados a partir de diciembre de 1925. Así desde junio de 1926, los delegados y representantes diplomáticos norteamericanos visitarían Sevilla para negociar con el Ayuntamiento la cesión de terrenos donde ubicar sus instalaciones representativas. En un primer momento, el Comité Ejecutivo de la Exposición asignó a los Estados Unidos un solar de la antigua Venta de Eritaña. Más tarde, por un cambio de predios con México, se le destinó una parcela de 7.000 m2. de ángulo en los Jardines de San Telmo, existente en la actual confluencia del Paseo de las Delicias y la Avenida de María Luisa. Dicha parcela fue cedida por Decreto de la Alcaldía de 26 de julio de 1926.

   Las negociaciones para la cesión del suelo fueron bastante largas, ya que el Gobierno de los Estados Unidos no permitía la construcción de edificios permanentes en otras naciones si los solares en el que éstos se fueran a ubicar no pertenecieran al propio país. Por ello, el mismo Presidente del Gobierno, Primo de Rivera, y el Comisario Cruz Conde, hubieron de tratar el asunto, llegando a una situación anómala y diferente en relación con los restantes países, a pesar de la disconformidad municipal. Estas condiciones especiales fueron reguladas por Real Orden de 4 de agosto de 1927.
   En 1927 los Estados Unidos pretendieron instalar cerca de la Exposición un barrio de mil viviendas de madera, para solucionar los problemas de hospedaje que existían en Sevilla, proyecto este que finalmente no se llegó a realizar. También a esa fecha se remonta la aprobación por parte del presidente Coolidge de que Estados Unidos contribuyera a la suscripción abierta para la erección de un monumento a Colón en el Puerto de Palos.

   Coincidiendo con los preparativos de una Exposición Universal, a celebrar en Nueva York en 1932, con motivo del  200 Aniversario de Washington, durante 1928 el Gobierno de los Estados Unidos se ocupó de preparar su participación en Sevilla, rechazando la invitación de concurrir a la Exposición de Barcelona.
   Pese a todo, su intervención en la Iberoamericana tuvo poca difusión en el país, donde sólo hubo un par de anuncios pagados por los organizadores y el amplio artículo que, bajo el titulo "La vieja y la nueva España en dos ferias", apareció en el New York Times el 31 de marzo de 1929. Al finalizar el mes de mayo, Estados Unidos celebró su semana nacional en la Exposición.
   La presencia de los Estados Unidos en Sevilla fue muy criticada por algunos conocidos personajes que dejaron su parecer al respecto en la prensa local. Valga como ejemplo el testimonio de César A. Noveda, Presidente de la Federación Universitaria Hispanoamericana, recogido en El Liberal de Sevilla, quien consideraba que la intervención de los Estados Unidos en la Iberoamericana había sido un error:
   "La Exposición tiene para los hispanoamericanos una muy alta significación. España con ella va a dar un gran paso cultural en el concierto del mundo... Bien hubiese querido que esta Exposición fuera verdaderamente iberoamericana, pero se ha dado asiento en la mesa a un miembro extraño, no sería extraordinario que se convirtiera a últimos en una exposición Yanqui-iberoamericana".

   En realidad, las críticas a la participación de Estados Unidos habían sido frecuentes desde que Coolidge anunció que su Gobierno concurriría en Sevilla, pues se consideró una muestra más de la influencia norteamericana y su imperialismo económico.
   Como indica E. Lemus, la oposición a la presencia de Estados Unidos había venido acompañada de la protesta de la Federación de Estudiantes ante la intervención de este país en el proyecto de Universidad Hispanoamericana. Igualmente, algunas de las naciones invitadas se mostraron disconformes por la concurrencia de los Estados Unidos. Por ejemplo, como referimos, este sentimiento se desprendía de la carta de Antonio Bemabeu, Presidente de la Comisión de Reclamaciones de España en México, a Cruz Conde, donde hacía referencia a la cesión de terrenos para el pabellón estadounidense.
Análisis arquitectónico

   En la primera reunión de la Comisión norteamericana para el Certamen, celebrada en Washington el 15 de diciembre de 1926, se decidió que los edificios levantados para la Exposición lo fueran en estilo colonial español, o sea "un desarrollo de la arquitectura misionaria que los exploradores españoles introdujeron por todo el Sur y el Suroeste de los Estados Unidos". Cuando ninguna nación había determinado aún en que estilo realizaría su pabellón, Estados Unidos se decantaba por el Historicismo dado el carácter de los pabellones ya construidos en Sevilla.
   Aunque en principio parecía que el proyecto lo estudiarían arquitectos del Estado, finalmente dicha Comisión optó por recurrir al sistema de concurso que, a diferencia de los de otros países, fue de carácter restringido; se invitó a cinco arquitectos de reconocido prestigio en la nación a enviar fotografías de algunos de sus proyectos realizados en estilo "hispanoamericano". Se trataba de hacer un pabellón de carácter permanente, luego para consulado, y dos provisionales -uno para Cinematógrafo y el otro para Sala de Exposiciones. Los proyectos habrían de ser juzgados por el Comisario General asistido por el Comité Nacional de Bellas Artes. En abril de 1927 fue seleccionado el de William Templeton Johnson (1877-1957), arquitecto de San Diego (California), al que se nombró arquitecto de la Comisión.

   Precisamente se había optado por un trabajo nacionalista, en la  misma línea de los realizados por Goodhue, en la Exposición Internacional de San Diego (1915), que sin duda fue considerada como punto de referencia. Además el estilo Neocaliforniano, que suponía un reconocimiento de la influencia  española, se conocía en Andalucía mediante la Revista Arquitectura y, como señala Villar Movellán, era valorado hiperbólicamente por los arquitectos españoles como una prolongación americana de Andalucía; concretamente, en este sentido Torres Balbás había tratado el tema. Por el contrario en Portugal poco se conocía del estilo neocaliforniano que, durante el desarrollo de la Exposición la prensa calificaría de "muy curioso".
   A pesar de que en junio de 1927 los terrenos ya habían sido cedidos, la demora en la aprobación por parte del Comité de la Muestra de los planos del pabellón hasta enero de 1928, hizo que la construcción se iniciara el 1 de febrero, coincidiendo con la llegada a Sevilla de W. Templeton. De ella se encargó la empresa neoyorquina Dwight Robinson, aunque con  materiales y obreros españoles. Los trabajos estuvieron dirigidos por cuatro ingenieros de dicha firma quienes coordinaron  las diversas subcontratas españolas. 

   La amplia colección fotográfica del proceso constructivo que se conserva hoy en el Archivo Municipal de Sevilla, cedida por la Agencia Consular de los Estados Unidos, permite hacer un seguimiento de la marcha de las obras. En marzo se inició la edificación del pabellón permanente, meses más tarde, en junio, la del Cinematógrafo y el Pabellón de Exhibiciones, cuyas estructuras se montaban al mes siguiente. En agosto las obras estaban ya muy avanzadas y se disponían a reconstruir la verja del paseo del río, usando los trozos de cerramiento desechados por Chile. En aquellos fechas, W. Templeton diseñó una verja de hierro más ligera para cerrar las edificaciones permanentes una vez terminada la Exposición. Estaba previsto que el edificio se entregara el 15 de septiembre de 1928. De hecho, a comienzos de mes se trabajaba en la decoración pétrea de las instalaciones provisionales. Sin embargo, en diciembre quedaban aún por ultimar algunos detalles de los pabellones efímeros y se trabajaba todavía en el patio del edificio consular.
   El sistema constructivo del pabellón fue el usual en la época: muros de fábrica de ladrillo, con entramado unidireccional y revestimiento de mortero bastardo. Tenía carpinterías de madera, destacando las vigas decorativas de los salones, realizadas en caoba. Los tres pabellones corresponden a la segunda fase del estilo Neocaliforniano, grandilocuente y con un rico repertorio barroco de los siglos XVII y XVIII e incluso renacentista, tomado de los monumentos peninsulares y de la arquitectura virreinal mexicana. Aunque los muros del pabellón permanente hoy están blanqueados, originalmente los de los tres edificios eran estucados en crema al interior y al exterior. Los paramentos sólo estaban interrumpidos por la decoración de motivos platerescos y barrocos de ventanas y puertas que eran las partes más decorativas de los edificios: conchas o veneras, cabezas femeninas, estípites y columnas salomónicas. Eran edificios de cornisas poco voladas y con cubierta de teja con material vidriado en las líneas que lo perfilaban. En el caso de los pabellones provisionales, una crestería plateresca remataba la cornisa. Un último elemento característico era la cerrajería de fundición. Por tanto, en los tres edificios se concentran aquellos elementos que Torres Balbás consideraba característicos del estilo:

   "... muros lisos, blanqueados, y cubiertas poco pendientes de teja árabe son las características exteriores de estas residencias; contrastando con tal sencillez, a veces la puerta principal decórase ricamente con motivos de progenie plateresca o francamente barrocos, modernizados. Todo por fuera suele ser de una gran lisura; balcones y ventanas abiertos  sin  guarnición alguna en los muros; con hierros sencillos de tradición española; a veces una solana de bien labrados tornos; vuelan las tejas sobre una comisa no muy avanzada de perfil planos o la sustituye el canalón. Esta sencillez va unida a una ejecución esmeradísima y excelente calidad de materiales y mano de obra. En planta nos recuerdan en nada a nuestras casas, de disposición siempre extraordinariamente sencilla, rectangular".
   Desde el punto de vista constructivo, lo más significativo para la época fue la compleja red de instalaciones de gas, electricidad y calefacción y el aislamiento térmico de papel ruberoid; bajo las tejas de la cubierta, se usó como aislante una capa de dos pulgadas, bajo la cual y encima del piso de madera machihembrada, iba extendida otra de este papel. 

  El pabellón principal o permanente constaba de 1.100 m2. construidos. Era de dos pisos y de planta hexagonal, con un pequeño patio interior abierto en el centro del edificio, con un corredor porticado de tres metros de anchura, sobre sencillos pilares cuadrados y estucados en el piso bajo, continuados en el alto por columnas de mármol. Una escalera exterior de piedra daba acceso a la galería de este piso alto sin que fuera preciso pasar por las habitaciones. En el centro del patio se dispuso una fuente de mármol blanco. En él, la decoración se limitaba al antepecho de la planta alta y a las olambrillas de los pavimentos donde aparecían motivos nacionales como cabezas de indios o el escudo y la bandera nacional. La extraña distribución del edificio respondía a la difícil configuración de la parcela asignada. Tenía dos puertas de en­trada, la principal, que daba al paseo del río, comunicaba con los grandes salones de exposición del edificio, los cuales tras la Muestra serían oficinas consulares. Desde la otra puerta, es decir, desde la Avenida de María Luisa se accedía a las habitaciones destinadas a vivienda. En la planta baja estaban los despachos del cónsul y el vicecónsul, comedores, lavaderos, cocinas, despensas, guardarropas y grandes salones para recepción y exhibiciones. En ella el piso era de mármol y había chimeneas de piedra. En la planta alta estaban algunos dormitorios, comedores, guardarropas y aseos,... Como en los otros edificios, los exteriores del pabellón permanente iban estucados en crema con adornos de piedra artificial del mismo color en entradas y ventanales. Para ellas y las puertas se hicieron rejas artísticas.

   Los pabellones provisionales eran de planta rectangular, al modo usual de las construcciones neocalifornianas. Las dimensiones del edificio de Exhibiciones, que no tenia soporte intermedio alguno, eran 36,70 m. de largo  y 25,12 m. de ancho; se cubría con una estructura metálica, al exterior curva y rebajada. Además de la sala de exposición, constaba de varios salones de descanso y dependencias higiénicas. Lo mas destacado del edificio era su profusa ornamentación en las partes altas, donde un friso de estípites y motivos neoplaterescos y una crestería lo remataban.
   El Cinematógrafo, con capacidad para 500 personas, de 29,26 m. de largo y 15,26 m. de ancho en planta, estaba precedido por un pórtico hemihexagonal sobre una pareja de columnas de orden compuesto con el tercio inferior estriado. Las almenas de los muros laterales otorgaban a los exteriores del edificio un claro recuerdo a las construcciones religiosas fortificadas de época misional.
Contenido expositivo
   Los Estados Unidos de América participaron en la Exposición con un régimen espacial, pues únicamente secretarías gubernamentales pudieron exponer, negándose su intervención a los particulares. De los tres pabellones sólo en el permanente se exhibieron piezas de arte, que procedían del National Museum of Fine Arts y del Smithsonian Institute.
   También se mostraron maquetas de edificios públicos y oficiales como Unidos prestó gran interés a la sección Histórica en su pabellón, con mapas de las rutas del Missisipi, la conquista del Oeste y los caminos seguidos por descubridores, marinos y otros exploradores españoles. Especialmente, se intentó destacar la influencia de la cultura y la historia española en el país, mediante libros, manuscritos, mapas y fotografías.
Conclusiones sobre el pabellón de los Estados Unidos de Norteamérica
   El anuncio de que los Estados Unidos asistirían a la Exposición Iberoamericana estimuló la concurrencia de otros países. La elección por parte de la comisión estadounidense del neocaliforniano como estilo para los pabellones se debió a tres razones: el carácter historicista de los edificios hasta el momento construidos en la Exposición, el éxito de la corriente en el Certamen de San Diego (1915) y su conocimiento en Andalucía a través de la Revista Arquitectura. Los pabellones de Estados Unidos corresponden a la segunda fase del Neocaliforniano, caracterizada por una mayor profusión decorativa que la primera.
   Podría resultar significativo de un sentimiento antiestadounidense el hecho de que las pocas noticias habidas en la prensa sobre la participación de Estados Unidos de Norteamérica (a excepción de las referentes a las instalaciones de los edificios, que tan novedosas resultaron para la ciudad), coincidan con las críticas de algunas importantes personalidades de nuestro país (Amparo Graciani García, La participación internacional y colonial en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Ayuntamiento de Sevilla, 2010).
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Más sobre la Exposición Iberoamericana de 1929, en ExplicArte Sevilla.

Horario de apertura del Pabellón de Estados Unidos para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga:
            De Lunes a Viernes: de 10:00 a 14:00, y de 15:00 a 18:00
            Sábados y Domingos: de 10:00 a 14:00

Horario de apertura del Pabellón de Estados Unidos para la Exposición Iberoamericana de 1929 (actual sede de la Fundación Valentín de Madariaga: www.fundacionvmo.com

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