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domingo, 26 de julio de 2020

El Convento de Santa Ana

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Ana, de Sevilla.     

   Hoy, 26 de julio, Memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, cuyos nombres se conservaron gracias a la tradición de los cristianos [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de Santa Ana, de Sevilla.
   El Convento de Santa Ana se encuentra en la calle Santa Ana, 34; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
   Convento con origen en tierras onubenses, en Paterna del Campo, su traslado a Sevilla se produjo en 1564 por mediación del provincial del Carmelo, fray Alonso de Bohórquez. Se trasladaron al lugar actual en 1606, una zona del barrio de San Lorenzo donde ya existían los monasterios de San Clemente y de Santa Clara, habiendo residido anteriormente en unas casas de la calle Rosario. En el año 1837 se unieron al convento viente monjas carmelitas calzadas del convento de la Encarnación de Belén, edificio situado en la zona norte de la Alameda y hoy totalmente desaparecido. Parte de su patrimonio actual, incluido el retablo mayor, tiene su procedencia en este convento de la Alameda. Durante la Revolución de 1868 las religiosas fueron expulsadas del convento y trasladadas al de las agustinas de San Leandro; de allí regresaron en abril de 1875, momento en el que tuvieron que rehacerse de las pérdidas patrimoniales que se produjeron en su ausencia.
   El convento (calle Santa Ana 34, en el Barrio de San Lorenzo del Distrito Casco Antiguo) está dedicado a Santa Ana, la madre de la Virgen, advocación que ya tenía dedicada desde la Edad Media una excepcional parroquia en Triana, construcción patrocinada por el propio Alfonso X. Las carmelitas recogieron la devoción a la "abuela de Dios" y la entronizaron como titular de su convento, con una iconografía de su enseñanza a la Virgen María que rozó lo popular y que llegó a ser muy discutida por teólogos como Francisco Pacheco. La madre de la Virgen María aparece tanto en el muro de la iglesia como en el retablo mayor, en una escena (la enseñanza a la Virgen) que recogieron otros artistas de comienzos del siglo XVII como el pintor Juan de Roelas.
   La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, conocida como Orden de carmelitas, surgió alrededor del siglo XII, cuando San Bartolo del Monte Carmelo y un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron a vivir en el Monte Carmelo, considerado el jardín de Palestina (Karmel significa jardín). Debe entenderse como fundador de la orden al beato Juan Soreth, ya en el siglo XIII.
   Del profeta Elías recogieron la devoción por el Dios vivo y verdadero, carisma reflejado en el lema de su escudo: Zelo Zelatus Sum Pro Domino Deo Exercitum ("Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos", 1 Reyes 19:14). Los primitivos eremitas tomaron como patrona a la Virgen María, a quien veneran como Nuestra Señora del Carmen. Tomaron así el nombre de "Hermanos de Santa María del Monte Carmelo" (en latín Ordo fratrum Beatissimae Virginis Mariae de Monte Carmelo). El patriarca de Jerusalén, Alberto, les entregó en el año 1209 una regla de vida, que sintetiza el ideal del Carmelo: vida contemplativa, meditación de la Sagrada Escritura y trabajo. Una de sus iconografías más representadas y difundidas es la tradición por la cual el domingo 16 de julio de 1251, la Virgen María se apareció en Cambridge, Inglaterra, a San Simón Stock, a quien entregó el escapulario del Carmen. En la iconografía carmelita destaca la devoción a la Virgen del Carmen y su vinculación con las ánimas benditas del purgatorio. Se trata de un culto que arranca de la milagrosa entrega del escapulario a San Simón Stock por la Virgen María a la que acompañaba la promesa de que todos los que murieran portando esta insignia no pasarían por las penas del infierno. Una segunda revelación en 1357, al papa Juan XXII, extendería la promesa a aquellas ánimas que hubieran portado alguna vez el escapulario y que saldrían del Purgatorio el primer sábado después de su muerte. La propagación de esta devoción por la ciudad se tradujo en la multiplicación de hermandades de ánimas y dedicadas a la Virgen del Carmen cuyo recuerdo queda recogido en numerosos retablos de esta advocación que se reparten por la ciudad.

   Las otras casas carmelitas que hubo en Sevilla correspondieron a la rama masculina, el convento del Carmen de Baños (actual Conservatorio Superior de Música) y el convento de Nuestra Señora de los Remedios, en la actual plaza de Cuba (hoy sede del Museo de Carruajes).
   El conjunto conventual forma esquina entre las calles Santa Clara y Santa Ana. Tanto la iglesia como el claustro principal se disponen de modo paralelo a la calle, llegando a la zona posterior de huertas hasta el muro delimitado por la actual calle Roelas. Como suele ser habitual, su estructura es una planta de nave única, cubierta con bóveda de cañón entre arcos fajones y lunetos, situándose a los pies de la iglesia el coro alto y el coro bajo que delimitan la clausura. La bóveda se decora con cartelas y macollas de bajo relieve realizadas en yeso. Es obra de la primera mitad del siglo XVII que sufrió algunas alteraciones en el siglo XVIII. La obra de la iglesia fue contratada en junio de 1620 con los maestros albañiles Cristóbal Ramírez y Juan Mateos de Bonilla, con un pliego de condiciones en el que se especificaban los materiales y las labores que ser realizarían. Probablemente la edificación ya había sido comenzada, siendo curioso que su análisis la muestre carente de un posible sexto tramo (tiene cinco), quizás por adaptación a las edificaciones colindantes. Cristóbal Ramírez ya había participado en otras obras notables de la ciudad, especialmente la conclusión de los claustros y la iglesia del convento del Carmen de Baños, actuación que probablemente marcó su elección por parte de la comunidad de Santa Ana. Las habituales dificultades económicas debieron prolongar la obra que el propio Ramírez se hacía cargo en 1640 de la terminación de la edificación, lo que incluía el solado, el blanqueado de los muros y las labores de yesería. En este momento se realizarían las pilastras toscanas decorativas rematadas por su correspondiente entablamento que decoran los muros del templo. En junio del mismo año se contrataron las rejas de los coros con el maestro cerrajero Juan Martínez de Vilar. Poco más tarde se concertaría la reja de madera del coro alto con Luis Ortiz de Vargas, en madera de pino de segura y caoba, y con el maestro carpintero Juan Romero la realización de las puertas de la iglesia, de los comulgatorios y confesionario. Su única portada no llegó a ejecutarse, presentando las adarajas dispuestas para recibir la decoración, luciendo la fachada un retablo cerámico con la titular del convento realizado con motivo del IV centenario de la fundación. En el exterior, a los pies del coro se sitúa una sencilla espadaña de dos cuerpos coronados con un frontón triangular decorado con el escudo de la Orden Carmelita.
   El retablo mayor ha sido identificado como el antiguo retablo mayor del convento de Belén, habiendo sido trasladado en el año 1875, ya que el original de Santa Ana se había trasladado a la parroquia de Badolatosa (hoy no se conserva al haber desaparecido por un incendio). Es obra documentada del escultor Fernando de Barahona, habiendo sido contratado en 1675. Muestra indicios de haber sido repolicromado en época posterior, posiblemente tras el traslado desde el desaparecido convento de la Alameda. Un retablo que en 1854 fue pretendido por la hermandad de la Esperanza de Triana para que fuera trasladado a su capilla de la calle Pureza, según se indicaba en un escrito que dirigió al Arzobispado el mayordomo de la Corporación Carlos Astolfi, gestión que no llegó a verse culminada. Por una parte, la hermandad entró en un estado de claro decaimiento tras la incautación de su capilla por la Junta Revolucionaria de 1868. Por otra parte estuvo la decidida actuación de la comunidad carmelita de Belén, reubicada en el convento de Santa Ana y en 1868 trasladada de nuevo, en este caso al convento de agustinas de San Leandro. Desde allí se dirigen los esfuerzos de la priora, sor María Magdalena de San Alberto que en 1870 escribe al gobernador exponiendo "que ha llegado a su noticia tratar la de vender la iglesia del suprimido convento de Belén en la Alameda de Hércules, propio de esta comunidad, reunidas a las de Santa Ana y también sabe que quieren llevarse los santos que se hallan en el altar mayor que son San José, San Joaquín, San Elías, San Eliseo y el misterio de la Encarnación que está en el altar mayor con el cuadro de Nuestra Señora de Belén embutida en el mismo altar (...) en el caso de que se llevase a cabo la venta de dicho templo se entreguen a la exponente el altar mayor y los santos referidos y el cancel que se encuentra en el mismo". Junto a esta carta se añade una nota indicando "y un altar dorado que está en la capilla mayor". La situación de estabilidad de la comunidad carmelita, de vuelta al convento de Santa Ana, frente a la inestabilidad de la hermandad trianera motivó que la decisión fuera rápida y favorable para la comunidad carmelita. Así, con fecha 12 de mayo de 1870 la priora del convento firma la nota de recibo a don Francisco de Flores, presbítero encargado de los objetos de culto de las iglesias suprimidas de la capital indicando que "el altar mayor está pintado de azul y dorado, con cuatro santos de talla y tamaño natural procedentes de la iglesia de Belén (...). Asimismo he recibido otro altar pequeño todo dorado procedente de la referida iglesia".

   Con una característica distribución por medio de columnas salomónicas, presenta en su camarín central a la Virgen del Carmen, obra dieciochesca añadida con posterioridad. A sus lados aparecen las imágenes de San José con el Niño y San Joaquín con el cordero, su habitual elemento iconográfico. En el segundo cuerpo aparece el soberbio grupo de Santa Ana y la Virgen, obra de Juan Martínez Montañés del año 1627 que sí es originaria del convento de Santa Ana y que viene a ocupar el lugar del cuadro de la Virgen de Belén, titular del convento de la Alameda. Según narra el Abad Gordillo este antiguo lienzo de la Virgen de Belén tuvo una gran devoción, habiendo sido el origen de una cofradía de pescadores. Hoy es una obra desaparecida. El grupo de Santa Ana y la Virgen, iconografía muy discutida por algunos teóricos del Barroco por su excesivo naturalismo, queda flanqueado por las figuras de Elías y Elíseo, de gran tradición en el mundo carmelita como precursores en el Antiguo Testamento de la futura Orden del Carmelo. El ático queda presidido por el tema de la Encarnación, muestra evidente de la procedencia del retablo. Una decoración de pámpanos alusivos a la Eucaristía, diversos escudos carmelitas y una policromía de tonos verdes y dorados (probablemente del momento del traslado), completan la apariencia formal de la obra.
   En el testero izquierdo, próximo al retablo principal, se colocó una talla de Jesús atado a la columna, tradicionalmente reservado en la clausura conventual, donde presidía el refectorio de las monjas. Tras su restauración, en la que llegó a aparecer una supuesta firma de Roldán en la peana de la imagen, fue trasladada a la iglesia, siendo catalogable como obra de la segunda mitad del siglo XVII cercana al taller de Pedro Roldán.
   En el mismo muro se encuentra el retablo dedicado a San Juan Bautista, con una arquitectura del siglo XVII y diferentes relieves recompuestos. Los que representan el tema de la Coronación de espinas y el Camino del Calvario son obra del siglo XVII, relacionables con el estilo de los primeros autores del siglo y con piezas similares conservadas en otros monasterios sevillanos como el de Santa María de Jesús. Sus formas están cercanas a las de Diego López Bueno o Juan de Oviedo. Al ser un retablo de acarreo cabe la posibilidad de que algunas de las partes que lo conforman pudieran provenir del desaparecido convento de carmelitas de Belén. Al siglo XVIII corresponden los que representan a Santa Justa y a Santa Rufina, identificables por las palmas de su martirio, y el relieve de la Presentación de Jesús en el templo. Sin embargo, la obra principal del retablo es la efigie de su titular, San Juan Bautista, obra exenta que se atribuye a Montañés y que es fechable entre 1605-1607 según algunas investigaciones. En el archivo del monasterio se conserva un manuscrito que recuerda una aparición milagrosa como justificación del contrato de la pieza. Sería así uno de los primeros ejemplares de un tema representado por este escultor en conventos como Santa Paula, San Leandro o Santa Clara. Algunas teorías apuntan una cronología posterior o, incluso, otra autoría.
   Siguiendo una devoción propia de los siglos XVI y XVII en los conventos sevillanos, la de los "Santos Juanes", en el muro de la derecha se sitúa el retablo dedicado a San Juan Evangelista. Es obra de estilo rocalla, por tanto fechable en la segunda mitad del siglo XVIII. Del siglo XVII es la imagen de San Juan, anónima, con sus habituales atributos del águila y la pluma en el momento de escribir el Apocalipsis en la isla de Patmos. Aunque no esté documentada, por la notable calidad de su rostro y por afinidad estilística se ha atribuido a Francisco de Ocampo y al taller de los Ribas.

   Tras pasar el cancel de la puerta, en el muro derecho se encuentra el retablo de la Virgen de la Estrella, interesante obra anónima de hacia 1600, quizás cercana al estilo clasicista de Juan de Oviedo. En las calles laterales aparecen las imágenes de Santa Teresa de Jesús, con sus atributos como Doctora de la Iglesia (birrete) y Santa María Magdalena de Pazzi, que porta una cruz. En el ático junto al relieve de la Anunciación aparecen imágenes dieciochescas del Niño Jesús y la Inmaculada.
   En el aspecto pictórico destaca en la iglesia el lienzo que muestra la visión del profeta Elías, que recibe la palma del martirio y las flores de santidad de manos de Cristo. Es obra del siglo XVIII muy cercana al estilo del pintor Andrés Rubira, aunque para algunos autores podría atribuirse a Juan del Espinal. Desde la zona de los pies se accede al coro bajo, decorado en su bóveda con unas yeserías de las denominadas de cartones recortados por la plantilla que se usaba para su diseño. Se decora con el escudo del Carmelo y con bajorrelieves de águilas y cruces alusivos a San Juan. Su pared frontal está presidido por un gran lienzo de la Virgen de Guadalupe firmado en 1721 por "Nicolás Rodríguez Xuarez, clérigo y presbítero". A sus pies se sitúa un retablo rococó de rocallas y espejitos con las imágenes del Niño Jesús, una Virgen del Carmen, San José y Santa Ana y la Virgen, aparte de otras imágenes modernas sin valor artístico.
   Desde el coro se accede al claustro del convento, conocido como el patio central. Con origen en la época de edificación de la iglesia, se compone de una doble galería de arcos sostenidos por esbeltas columnas de mármol. En el piso bajo los arcos son de medio punto peraltado y se enmarcan por un sencillo alfiz, con algunas irregularidades en el tamaño de los vanos. Los arcos del primer piso son rebajados, estando presidido el patio por una fuente octogonal moderna. Aunque en algunos lugares se conserven las techumbres originales en madera, no ha ocurrido así con el suelo de las estancias, renovado con moderno gres en la planta baja y con losas de barro en la planta superior. En un lateral  del patio, pasado el antecoro, se sitúa la sala capitular, presidida por una notable talla del llamado Crucificado de la sala capitular, imagen del último tercio del siglo XVI realizada en pasta de madera, con formas manieristas y un notable acabado necesitado de restauración. En la misma sala cuelgan dos lienzos provenientes de Carmona que representan la Transverberación de Santa Teresa y la Inmaculada, discretas obras del siglo XVIII. En la sala del antecoro se disponen pequeñas tallas de interés como un San Juanito, un San José y una Inmaculada, todas del siglo XVIII.
   En la planta baja del claustro, antes de la entrada al refectorio, se sitúa un interesante crucificado de papelón conocido como el Crucificado de profundis, en alusión a la sala donde se situaba anteriormente. Hoy aparece muy repintado, estando documentada su intervención por una monja y, posteriormente, la intervención de Rodríguez Haldón. La tradición oral del convento recoge un suceso milagroso en el que la talla habló a una monja de la comunidad. A sus pies se sitúa una Dolorosa moderna firmada por Alfredo Felices en 1962. En el muro lateral se sitúa una capilla dedicada a San Elías, interesante talla del siglo XVIII que fue repolicromada por el granadino Rafael Barbero. El refectorio está presidido por una Virgen del Carmen restaurada por Hernández León. En la estancia que comunica la zona de los locutorios y el acceso por la antigua puerta reglar destacan un Crucificado barroco de tamaño académico cuya cabeza, según la tradición del convento, fue depositada en el torno del convento como un regalo anónimo, siendo el cuerpo un añadido que se hizo con posterioridad.

   La elegante escalera que comunica con la primera planta permite cuelga en sus muros dos notables lienzos, un Nazareno del siglo XVII y una interesante pintura de la Divina Pastora ataviada con el hábito carmelita.
   La jornada de las carmelitas de Santa Ana comienza a las 6 de la mañana ya que veinte minutos más tarde se reunirán en el coro para el rezo de laudes y oficio de lecturas. Tras la oración personal llega el rosario y la eucaristía, que se celebra a las ocho de la mañana. Después del rezo de tercias y unos minutos de acción de gracias, las monjas desayunan algo más tarde de las 9 h., comenzando a las 10 h. el trabajo, dividido entre las faenas habituales de la casa y el trabajo remunerado. La comunidad realiza labores de lavado y planchado, especialmente de prendas delicadas como batones de bautizo, trajes, encajes o telas de difícil plancha. Es una labor que compagina con la repostera, más intensa en las fechas de Navidad y Cuaresma. Entre los productos realizados por las monjas destacan las yemas, pestiños, empanadillas, carmelitas, las llamadas "mantas" (al estilo del también convento carmelita de Villalba del Alcor), y los dulces de chocolate y almendra de receta alemana, cuya receta aportó una hermana oriunda de Alemania. En época de Cuaresma también realizan las tradicionales torrijas.
   A las 13.30, tras la visita al Santísimo, se realiza el rezo de sexta, para dar paso a la hora del almuerzo. Le sigue una hora de recreo y otra hora de recogimiento en las celdas. A las 16.15 h se realiza el rezo de nona al que sigue media hora de estudio o canto. Desde las 17.00 hasta las 19.20 se dedica la comunidad a la lectura individual y a la formación. Le seguirá el rezo de vísperas y una oración personal que concluye con la cena, poco antes de las nueve de la noche. Un nuevo tiempo de recreo culmina con el rezo de completas a las 22.15 h, oración a la que seguirá el silencio mayor. El horario se modifica en agosto, retrasándose media hora.
   Junto al Triduo Sacro y a la celebración de la Navidad, destaca en el convento la novena a la Virgen del Carmen, culto abierto al público que se lleva a cabo en julio. Otras devociones especiales del convento son la fiesta de Santa Ana en julio, como titular del convento, la festividad de San Elías, la celebración de los santos del carmelo (14 de noviembre), la de San José (19 de marzo) como patrono del Carmelo o la de los fieles Difuntos a comienzos de noviembre.
   En la intimidad conventual se celebran diversas festividades y como el bautizo del Niño Jesús (1 de enero), día en el que se viste una imagen del Niño con un batón, recibiendo la adoración de las monjas que lo llevan al recreo, donde se celebra, cante y baile de sevillanas incluido, la festividad. Son las sevillanas que también se bailarán en abril, en la Feria de la ciudad que queda al otro lado de la reja, a pesar del origen cordobés de muchas hermanas que proceden de Hinojosa del Duque. El entorno del claustro suele ser el elegido para diversas procesiones internas como la dedicada en mayo a la Virgen, en junio al Corazón de Jesús o las que se realiza con el Niño Jesús, en la que la madre propone el reforzamiento de diferentes virtudes en papeletas que se sortean, tocándole a una monja en el sorteo que la imagen del Niño quede en su celda. En Adviento la procesión implica la elaboración de papeletas donde se reparten diversos sacrificios, siendo de acceso público la celebración de la procesión de Palmas en la mañana del Domingo de Ramos. Completan el abanico de procesiones el vía crucis que se celebra en el claustro en Semana Santa y el rosario de la aurora de octubre, que se lleva a cabo por las amplias huertas del conjunto, entre flores, naranjos, limoneros, ciruelos y diversos árboles frutales (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).

Conozcamos mejor el Ciclo de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios;
EL CICLO DE ANA Y JOAQUÍN
Las fuentes apócrifas
   Los Evangelios canónicos no nos dicen nada del nacimiento ni de los años de infancia y juventud de la Virgen María con anterioridad a la Anunciación, que es lo único que que les interesa. Ni siquiera registran el nombre de sus padres.
   Para satisfacer la curiosidad de los fieles, esas lagunas de la crónica oficial han sido colmadas por los Evangelios apócrifos. Los mejor informados acerca del tema son:
1. El Protoevangelio de Santiago.
2. El Evangelio del Seudo Mateo (Liber de ortu beatae Mariae Virginis et infantia Salvatoris).
3. El Evangelio de la Natividad de la Virgen.
   Estos relatos fueron popularizados en el siglo XIII por Vincent de Beauvais, en su Speculum  Historiae y por el arzobispo hagiógrafo Santiago de Vorágine en la Legenda aurea (Leyenda Dorada). Pero los que se refieren a los padres de la Virgen inspiraron a los artistas occidentales hacia las postrimerías  de la Edad Media, gracias al culto tardío de santa Ana.
La formación de la leyenda
   La piadosa novela de los Evangelios apócrifos puede resumirse así: Después de veinte años de matrimonio con Ana, Joaquín seguía sin descendencia. Ahora bien, la esterilidad entre los judíos se consideraba una maldición divina. Además, el sumo sacerdote se negó a aceptar la ofrenda que Joaquín quería dedicar al templo. Desesperado por esa afrenta, éste se retiró en soledad, junto  a sus pastores.
   Pero enseguida el arcángel Gabriel se le apareció, al igual que a su mujer que estaba sola en Jerusalén, para predecir a ambos el nacimiento de un niño.
   Los viejos esposos se encontraron en la Puerta Dorada y se abrazaron llenos de alegría: del beso que se dieron nacería la Virgen Inmaculada, madre del Redentor.
   La falta de historicidad de esta fábula se anuncia en numerosos indicios.
   En principio, los nombres Ana y Joaquín no designan, como ya lo observara Lenain de Tillemont en el siglo XVII, a personajes reales, se trata de denominaciones simbólicas: Ana significa Gracia en hebreo, y Joaquín, Preparación del Señor.
   Por otra parte, todos los elementos de esta historia de los Evangelios apócrifos fueron tomados del Antiguo Testamento. La leyenda de Ana no es más que una ampliación de la historia de su homónima Hanna, madre de Samuel, de los dos primeros capítulos del Libro de los Reyes. El tema de los viejos esposos que después de largos años de matrimonio estéril son gratificados con un niño por la gracia divina, reaparece muchas veces en la Biblia que a su vez lo ha tomado de la leyenda universal. Es la historia de Abraham y de Sara, padres tardíos de Isaac, de Manuc, padre de Sansón, de Zacarías e Isabel, padres de Juan Bautista. Los Evangelios apócrifos se limitaron a copiarlo aplicándolo a los padres simbólicos de la Virgen.
Iconografía
   En las representaciones de la leyenda pueden distinguirse los ciclos y los episodios aislados.
   1. La ofrenda de San Joaquín rechazada
   Protoevangelio de Santiago. El sumo sacerdote dijo a Joaquín: «No te está permitido ser el primero en depositar tus ofrendas, porque no has engendrado en Israel.»
   La ofrenda rechazada de Joaquín es, ya un cordero, ya una suma de dinero. A veces, el donante estéril es brutalmente expulsado por el sumo sacerdote que lo hace rodar por los peldaños de la escalera. Pero casi siempre se retira con una tristeza llena de dignidad, seguido por su criado que lleva el cordero.
   2. Joaquín entre los pastores
   3. Anunciación a San Joaquín
   Un ángel le anuncia que su mujer parirá una hija de la cual nacerá el Mesías. 
    Esta escena corre el riesgo de ser confundida con la Anunciación a los Pastores. Pero Joaquín está solo con su rebaño y se arrodilla frente al ángel que se le aparece.
   A causa de un error la Zarza ardiendo de Nicolas Froment ha sido interpretada como la Anunciación a Joaquín. En realidad se trata de Moisés, como lo prueba, la inscripción.
   4. Anunciación a Santa Ana
   Abandonada por su esposo, Ana entristece en su jardín donde está con su criada Judit. Envidia la fecundidad de una pareja de pájaros que ve en las ramas de un laurel y pide angustiosamente a Dios que le conceda un hijo como a Sara, la vieja esposa estéril del patriarca Abraham.
   Un ángel se le aparece súbitamente y le anuncia que el Señor satisfará su ruego: parirá una hija que se llamará María. Ana promete consagrarla a Dios.
   De acuerdo con otra versión, una paloma habría besado los labios de Ana y por ese beso del Espíritu Santo habría sido concebida la Santa Virgen. En el arte copto, la historia de Ana y de la paloma se confunde con la leyenda pagana de Leda y el cisne.
   La Anunciación a Ana no puede confundirse con la Anunciación a María, porque la primera ocurre al aire libre, bajo un laurel.
   5. El encuentro en la puerta dorada
   Los dos viejos esposos, avisados separadamente, se encuentran en la Puerta Dorada de Jerusalén y se abrazan tiernamente, «de mutua visione et de prole promissa laetati», dice la Leyenda Dorada.
   Esta escena es, con gran ventaja, la más popular del ciclo de Ana y de Joaquín, porque en la Edad Media se veía en ella no sólo el preludio del Nacimiento de la Virgen, sino, además, el símbolo de la Inmaculada Concepción. Los teólogos enseñaban que la Virgen «Concebida por un beso sin semen de hombre (ex osculo concepta, sine semine viri)» había nacido por ese beso compartido frente a la Puerta Dorada, asimilada a la Puerta cerrada de la visión de Ezequiel.
   Así interpretado, el Encuentro en la Puerta Dorada, coincidente con la concepción de la Virgen, aparece como la redención del Pecado original, la reparación de la falta de Eva. Este episodio adquiere por ello una importancia capital en el misterio de la Salvación.
   Por ello, el Encuentro de Ana y Joaquín en la Puerta Dorada frecuentemente se asocia con la Natividad de la Virgen, porque la concepción señala el principio del proceso que conduce al nacimiento o Natividad de la Virgen. Por eso en un fresco de Ghirlandaio en S. Maria Novella, se ve a los dos esposos abrazarse en lo alto de una escalera que desciende a la habitación de la parturienta donde santa Ana acaba de parir a la Virgen.
   La Puerta Dorada tiene en sí misma un significado simbólico. Según una Biblia en verso del siglo XIV, es el emblema de la Puerta del Paraíso.
          Cette porte qui fut dorée, 
          Sur les autres plus honorée, 
          Signifiait, si com je cuide,
          Que la filie qu 'engendreraient 
          Et que Marie nomeraient 
          Serait porte de Paradis
   (Esta puerta que fue dorada / Es de todas la más honrada / Significaba, como creo / Que la hija que engendrarían / Y que María llamarían / Sería la puerta del Paraíso.)
Iconografía
   El arte de la Edad media representa el Encuentro de Ana y Joaquín de acuerdo con el modelo de la Visitación de la Virgen. Como María y su prima Isabel, lo dos viejos esposos se arrojan cada uno en brazos del otro y se felicitan mutuamente por el feliz acontecimiento anunciado por el ángel Gabriel. A veces Ana cae de rodillas frente a Joaquín, como Isabel frente a María.
   En el dintel de la portada Santa Ana de Notre Dame de París, Joaquín llega a caballo a la Puerta Dorada de Jerusalén, que se asemeja a la puerta fortificada de una ciudad medieval. Se ha creído reconocer allí, erróneamente, a san José a quien jamás se ha representado a caballo. Ese rasgo vuelve a encontrarse en una miniatura alemana del siglo XII que ilustra la Vida de la Virgen de Wernher (Biblia de Berlín): en vez de abrazar a Ana, Joaquín se echa a sus pies.
   Un rasgo común es la presencia de un ángel alado que conduce a Joaquín hacia Ana, o bien planea por encima de los dos esposos a quienes convocó por separado, quienes acercan sus labios para el beso procreador. Ese detalle se encuentra en Italia, en Giottino, Nardo di Cione, y en Vivarini, y también en un cuadro de la Escuela provenzal del siglo XV (hacia 1499) del Museo de Carpentras. En la escuela española del siglo XVI este tema aún se trataba con frecuencia.
   Puede observarse que el beso en los labios no está representado casi en ninguna parte más, en el arte de la Edad Media; ni siquiera en el arte profano de los marfiles. Así, por ejemplo, en las valvas de espejos y cofrecillos, la ternura de los esposos se expresa más discretamente, mediante una caricia en el mentón o la coronación del amante. En el siglo XVI el beso adquirió derecho de ciudadanía en el arte. El beso de los dos viejos esposos, representado desde principios del siglo XIV por Giotto, es una anticipación que se volvió tan común que ya no asombra a nadie, salvo a quienes están familiarizados con la iconografía medieval.
   A partir de la Contrarreforma, la popularidad de este tema se arruinó por la competencia con el nuevo símbolo de la Inmaculada Concepción, evocada por la Virgen de las Letanías descendiendo del cielo.
La ofrenda aceptada
   6. Joaquín y Ana, rehabilitados entregan al sumo sacerdote un cofrecillo
   Esta escena de la Ofrenda aceptada, muy infrecuente, forma pareja con la Ofrenda rechazada. Santa Ana, de rodillas, ofrece al sumo sacerdote un cofrecillo lleno de oro y joyas (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto de Iconografía de San Joaquín, padre de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios;
   Esposo de Santa Ana y padre de la Virgen María.
   Es el patrón del León X (Giocchino Pecci) quien elevó su fiesta al doble ri­tual de 11ª clase.
   Su atributo habitual es un cesto con dos palomas, la ofrenda ritual en el templo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Ana, madre de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios;
   Los Evangelios canónicos ni siquiera citan su nombre (en la Biblia sólo se habla de Ana, madre de Samuel y de Ana la profetisa que asiste al viejo Simeón a la Presentación del Niño en el templo). Sólo la mencionan los Apócrifos: el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio o Tradiciones de Matías.
CULTO
   El culto de Santa Ana en Occidente ha sido tardío y efímero: se desarrolló a finales de la Edad Media, en relación con la creencia en la Inmaculada Concepción de la Virgen. Entró en decadencia y se extinguió, salvo en Bretaña y en Canadá, a partir del siglo XVI.
   Sus orígenes deben buscarse en Oriente. En Jerusalén se puso bajo la advocación de Santa Ana una iglesia edificada en el presunto lugar del nacimiento de la Virgen. Según Procopio, el emperador Justiniano le habría dedicado otra en Constantinopla, en el siglo IV.
   Pero Occidente la ha ignorado durante mucho tiempo. Ni San Agustín ni San Jerónimo mencionan a Santa Ana. En el siglo XII, Bernardo de Claraval, que tanto contribuyó a la expansión del culto de la Virgen, no habla de su madre.
   El culto de Santa Ana apareció en Occidente en la época de las cruzadas, gracias a las pretendidas reliquias traídas desde Tierra Santa o de Constantinopla. Una de las más célebres era el velo de Santa Ana del cual se enorgullecía la catedral de Apt, en las proximidades de Aviñón, que pretendía poseer el cuerpo de la madre de la Virgen llevado a Provenza por Magdalena y su hermano Lázaro. En verdad se trata, como lo prueban y atestiguan las inscripciones descifradas que se observan en la tela, de un tejido árabe de lino y seda fabricado en Egipto a finales del siglo XI, por encargo de un califa de la dinastía de los fatimitas.
   En Chartres, que después de Apt y antes de Sainte Anne d'Auray fue el principal centro de su culto en Francia, se veneraba la cabeza de Santa Ana traída por el conde Luis de Blois desde Constantinopla en 1204, después de la cuarta cruzada, y que se donó a la catedral de Notre Dame, "con el objeto de que la cabeza de la madre reposara en la casa de la hija".
   Si se creyese en las pretensiones de las diferentes iglesias de la cristiandad, la madre de la Virgen habría tenido tantas cabezas como la hidra de Lerna. Una segunda cabeza de Santa Ana se veneraba en Cluny, una tercera en la abadía de Ourscamp, cerca de Noyon, una cuarta entre los capuchinos de Colonia, una quinta en Düren, Renania, una sexta en Annaberg, Baja Austria.
   A falta de cabeza, se contentaban con los menores huesos, divididos en múltiples fragmentos. El rey Renato donó a la catedral de Angers una costilla de Santa Ana. Sus brazos estaban embutidos en relicarios conservados en Génova y Tréveris; su mano derecha había caído en suerte a la iglesia de Santa Ana en Viena, el pulgar, traído de Rodas, fue donado por el elector de Sajonia Federico el Sabio a la iglesia de Annaberg, en 1493.
   En el siglo XIV, Santa Brígida llevó reliquias de la abuela de Jesús a Suecia, desde Roma y el convento de Vadstena, casa matriz de las órdenes de santa Brígida, se convirtió en el centro escandinavo del culto de Santa Ana.

   La princesa Ana de Lituania fundó en Wilno una iglesia de Santa Ana.
   La devoción a Santa Ana que se desarrolló en esta época es un corolario de la Mariolatría: se basa en la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, sostenida a partir del siglo XIII por la orden de los franciscanos y que, a pesar de la oposición de los dominicos, fue aprobada en 1439 por el concilio de Basilea, y ratificada más tarde, en 1483, por el papa Sixto IV.
   Los carmelitas han tenido un papel igualmente importante en la difusión del culto de Santa Ana.
   El más ardiente propagador de la devoción a Santa Ana a finales del siglo XV fue el humanista alemán Tritemio, es decir, de Trittenheim, cerca de Tréveris, donde naciera en 1462. Cuando se convirtió en abad del monasterio benedictino de Sponheim, publicó en Maguncia, en 1494, un tratado cuyo título es De laudibus sanctissimaes matris Annae tractatus (Tritemio sostiene que Santa Ana es tan inmaculada como su hija: concepit sine originali macula, peperit sine culpa ¿Por qué olvidar a la madre si honramos a la hija? Beatus venter qui Coeli domina portavit). A este libro, al cual se debe el impulso de un culto hasta entonces poco difundido (quasi novum), aludía Lutero cuando en 1523, en uno de sus sermones, declaraba: "Se ha comenzado a hablar de Santa Ana cuando yo era un muchacho de quince años, antes no se sabía nada de ella."
   Desde entonces, las cofradías de Santa Ana se multiplicaron. Un curioso indicio de su popularidad fue que Ana se convirtió, igual que María, en un nombre de pila masculino muy frecuente en el siglo XVI: basta recordar al condestable Ana de Montmorency. El nombre de María Ana, o Mariana, es una combinación del nombre de la Virgen con el de su madre.
   Dos reinas de Francia, Ana de Bretaña "bis regina" y Ana de Austria, favorecieron el culto de su patrona, al igual que la hija de Luis XI, Ana de Beaujeu, que se casó con el duque Pedro de Borbón.
   Después del concilio de Trento esta devoción entró en decadencia, aunque no se extinguió todavía, puesto que la famosa peregrinación de Sainte Anne d'Auray en Bretaña, se remonta al siglo XVII. En 1623 un campesino bretón desenterró en su campo una estatua pagana de la Bona Dea (la comparación entre la Bona Dea del Museo de Rennes y la Santa Ana de la puerta de Saint Malo en Dinan, demuestra que una deriva de la otra) amamantando dos niños que los carmelitas hicieron pasar por una imagen de Santa Ana con la Virgen y el Niño sobre las rodillas. El recuerdo de la buena duquesa Ana, última soberana de la Bretaña independiente, que se casó con Carlos VIII y luego con Luis XII, favoreció el nacimiento de esta devoción, localizada por las romerías populares en La Palud, cerca de Douarnenez, y sobre todo en Sainte Anne d'Auray, en la región de Morbihan. Un conocido refrán dice "Muerto o vivo, a Sainte Anne d'Auray todo bretón debe ir alguna vez".

   Los bretones se llevaron consigo a Canadá el culto de su patrona, en dicho país se organizó la peregrinación de Sainte Anne de Beaupré.
   Puede señalarse una última oleada de esta devoción a principios del siglo XVIII. Santa Ana fue adaptada en 1703 por los habitantes de Innsbruck, en el Tirol, porque la ciudad fue liberada de los bábaros el día de su fiesta.
Patronazgos
   El número de patronazgos de Santa Ana es la mejor prueba de su popularidad.
   Algunos de estos patronazgos, de escasa justificación a primera vista, necesitan de una explicación.
   Era patrona de los carpinteros, ebanistas, torneros, que quizá veneraban en ella a la suegra de su colega San José, pero es más probable que se la haya considerado el tabernáculo vivo de la Virgen, concebida en su vientre.
   Cabe preguntarse por qué la reclamaban los mineros, y por qué tantos centros mineros de Alemania se bautizaron Annaberg (Mons divae Annae). Fue porque a Santa Ana se había aplicado este versículo del Evangelio de Mateo: "Es semejante al reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo...". y al parir a la madre del Redentor, había dado a la humanidad su mayor tesoro, y como los mineros extraían los tesoros ocultos en el vientre de la tierra, se pusieron, al igual que los carpinteros, bajo la protección de Santa Ana.
   Se comprende con menor facilidad por qué se convirtió en la patrona de los caballerizos y palafreneros (la pequeña iglesia de Santa Ana, en Roma, próxima al Vaticano, se llama Santa Anna dei Palafrenieri), toneleros, tejedores, orfebres y fabricantes de escobas.
   En cambio resulta más comprensible que haya recibido el homenaje de las madres de familia preocupadas por la buena crianza de sus hijos ¿Acaso ella no había formado a la más perfecta de las hijas? Se la invocaba para tener niños, por ello Ana de Austria hizo una peregrinación a Sainte Anne d'Apt para tener un príncipe heredero. Se la creía capaz de facilitar los partos laboriosos. Como había enseñado a coser a la Virgen, era la patrona de las costureras, costureras de ropa blanca y encajeras. También es la patrona de los guanteros, porque según la leyenda, tejía guantes.
   Hombres y mujeres se dirigían a ella con tanta confianza como a San José, para obtener la gracia de una buena muerte, porque Santa Ana, en su lecho de agonizante, pudo contar con la asistencia de su nieto Jesús, que habría suavizado su deceso y evitado las angustias de la agonía. De ahí que la capilla funeraria de los ricos banqueros Fugger de Ausburgo estuviese dedicada a Santa Ana.

   En Bretaña se la invocaba para las cosechas de heno, a causa del color verde de su manto.
   El martes le estaba especialmente consagrado porque según la tradición ella habría nacido y muerto ese día.
ICONOGRAFÍA
   Tiene el aspecto de una matrona. Está representada con manto verde porque lleva en su vientre la esperanza del mundo, y el verde es el color de la esperanza.
   Es infrecuente que se la represente sola. Casi siempre suele vérsela asociada con la Virgen María (grupo de Santa Ana enseñando a leer a su hija), con la Virgen María y el Niño (grupo trinitario) e incluso con las tres Marías y toda su parentela (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura del Convento de Santa Ana:
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Horario de Misas del Convento de Santa Ana:
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