Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla).
Hoy, 26 de abril, Fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce (Sevilla).
El Monasterio de San Isidoro del Campo, se encuentra en la avenida de San Isidoro del Campo, 18; en Santiponce (Sevilla).
El monasterio de San Isidoro del Campo surge en Plena Edad Media, cuando ya Itálica había dejado de existir como ciudad. Lo funda en 1301 Alonso Pérez de Guzmán, alojándose en él una comunidad cisterciense. En 1431 los cistercienses son sustituidos por frailes jerónimos. Después de la exclaustración, en 1835, el monasterio se convierte en cárcel, siendo parte del edificio vendido a particulares. En el siglo XX los monjes volvieron al monasterio, pero en nuestros días han vuelto a abandonarlo. A pesar de tantas vicisitudes el convento es un monumento artístico de primer orden.
Consta el conjunto de un templo y tres patios, alrededor de los que se desarrollan las dependencias del antiguo monasterio. El templo tiene dos naves, la más antigua construida por el fundador, Alonso Pérez de Guzmán, y la más moderna por su hijo Juan Pérez de Guzmán. Al exterior presenta aspecto de fortificación por sus contrafuertes y su cabecera rematada en almenas. Ambas naves son construcciones góticas de planta rectangular y cubiertas de crucería que se edificaron en piedra y ladrillos, material que se empleó igualmente en la portada de ingreso. Dicha portada presenta arquivoltas apuntadas enmarcadas por alfiz, decorándose sus enjutas con lacerías de ladrillos rojos y azulejos blancos, entre los que se intercalan estrellas polícromas de azulejería. Es obra de fines del siglo XV y está firmada por "Diego Quixada y su hermano".
El interior de la iglesia más antigua contiene un gran retablo, obra del gran escultor de la escuela sevillana Juan Martínez Montañés, realizado entre 1609 y 1613, mientras que la policromía corresponde a Francisco Pacheco. Consta el retablo de banco, tres calles de dos cuerpos y remate, siendo de sección poligonal para adaptarse el ábside. Su iconografía está dentro del más puro estilo tridentino, pues en las esculturas y relieves se representan, no sólo los santos titular y de la orden, sino también los principales dogmas cristianos. La imagen central es San Jerónimo y en la hornacina superior se halla San Isidoro, titular del monasterio. En el resto de las calles figuran los relieves de la Epifanía, el Nacimiento, la Resurrección y la Ascensión, más las esculturas de San Juan Bautista, San Juan Evangelista y la Asunción de la Virgen, situándose en los remates laterales las imágenes de las virtudes. Todas ellas son esculturas realizadas por Montañés, aunque se piensa que sus discípulos Juan de Mesa, Andrés de Ocampo y Andrés de Oviedo le ayudarían en una obra de tanta envergadura. A los lados del retablo se hallan los sepulcros de los fundadores, Alonso Pérez de Guzmán y su mujer, María Alonso Coronel, en sendas hornacinas y en actitud orante, debidas también a Montañés, así como el marco arquitectónico en el que se alojan.
En el lado derecho hay un retablo del segundo cuarto del siglo XVIII con esculturas de Santa Paula, Santo Eustoquio y de los arcángeles San Miguel y San Rafael. En el frente del altar hay una lápida alusiva al enterramiento de los Guzmán. A los pies de la iglesia hay un magnífico coro con doble fila de sitiales y sobria decoración geométrica debido al artista gallego Bernardo de Cabrera, quien lo realizó antes de 1650. En el centro se halla un gran fascistol de madera tallada, que se apoya en tres leones y se remata por una imagen de la Inmaculada sostenida por ángeles, excelente obra de la segunda mitad del XVIII, aunque el vástago central se realizó un siglo antes. Es de destacar también el campanario o tintinábulo y el órgano, con mueble de estilo neoclásico.
Las dos iglesias están unidas por un gran arco, en cuyo intradós se halla una inscripción relativa al enterramiento de los Guzmanes.
La iglesia nueva tiene una disposición paralela a la antigua, siendo de menor anchura. En la cabecera se halla el retablo mayor, de tres calles separadas por estípites, banco y remate, que puede situarse en el segundo tercio del siglo XVIII. Ocupa el lugar central un Crucificado de tamaño natural, obra del siglo XVI. A su lado las imágenes de la Virgen y San Juan, contemporáneas, pero de menor calidad, y repartidos por el retablo relieves de esa misma época. En los laterales del presbiterio se hallan dos hornacinas sin imágenes que debieron de realizarse junto con el retablo. También en el presbiterio están los sepulcros de los fundadores de esta iglesia, en forma de esculturas yacentes, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Urraca Osorio, su mujer; piezas ambas de mediados del siglo XIV. Junto a ellas se hallan la del Marqués de Ayamonte, Bernardino de Zúñiga, escultura de mediados del siglo XVI.
En el lado izquierdo hay cuatro sepulcros neogóticos de los marqueses de Miraflores y un brocal de pozo con la inscripción "Gutta cavat lapidem", alusiva al pensamiento de San Isidoro.
La Sacristía, que comunica con la iglesia antigua, está cubierta por dos bóvedas de crucería y decorada con pinturas del siglo XVI, época de la que datan los balcones que se abren en los muros. Contiene dos retablos de estilo rococó con espejuelos, que enmarcan lienzos de la primera mitad del siglo XVII: uno representan a Cristo atado a la columna el otro a la Deposición en el sepulcro. Otro retablo, de tipo marco, contiene la imagen de la Virgen de la Antigua, en el cuerpo principal, y una pintura del Padre Eterno, en el remate. Tanto los lienzos como el retablo datan de la primera mitad del siglo XVII. A los lados hay dos grandes espejos de marco rococó.
En esta misma estancia hay algunas pinturas entre las que destacan una Coronación de la Virgen, de estilo zurbaranesco y de buena calidad, y ocho lienzos de grandes dimensiones que representan escenas de la vida de San Isidoro, apareciendo uno de ellos fechado en 1656.
La Sala Capitular está también decorada con pinturas de la primera mitad del siglo XVII, con representación de las virtudes, en el techo, y, en las paredes, de San Jerónimo, San Isidoro y escenas de la vida de Cristo. Bajo estas pinturas hay otras del siglo XV, con escenas de la vida de San Jerónimo. Contiene este recinto un retablo del primer tercio del siglo XVII, con columnas corintias de fuste entorchado, en cuyo cuerpo central hay un lienzo de San Pedro y el ático otro del Calvario. Hay que mencionar también ocho pinturas, que representan un Apostolado doble, copia de los que hizo Navarrete el Mudo para El Escorial, un Cristo atado a la columna, un San Cristóbal y una muerte, todas del siglo XVII. La sillería es del primer tercio del siglo XVII.
Comunicada con estas estancias se halla la llamada Capilla Privada o del Reservado, decorada también con pinturas de comienzos del siglo XVII, con temas de hojarasca, grutescos y emblemas marianos en cartelas manieristas. En las paredes hay pinturas alusivas a la vida de la Virgen de hacia 1637. Al fondo se conserva el retablo que contrataron Martínez Montañés y Andrés Ortega en 1591. En el primer cuerpo están las esculturas de la Virgen con el Niño, San Joaquín y Santa Ana, obras de Martínez Montañés, apareciendo en el segundo lienzos del siglo XVIII. La pintura del Niño Jesús que se halla en el banco es también coetánea del retablo.
De los claustros que posee el convento, el llamado de los Muertos es de estilo mudéjar, con planta rectangular y doble galería recorrida por arcos de medio punto peraltados y alfices. Los arcos se apoyan en pilares ochavados y las cubiertas son techumbres de madera y bóvedas de crucería muy planas. La parte inferior está decorada con pinturas del siglo XVII, bajo las que se hallan otras de hacia 1468, que imitan lacerías, hojarascas y almenas góticas. Se conservan restos de algunas escenas, como la de la Anunciación de la Virgen, de estilo hispano-flamenco, firmada por Juan Sánchez y semidestruida por la apertura de una puerta en el siglo XVII. Igualmente se aprecian un San Miguel Arcángel y un San Jerónimo, de los que sólo queda el dibujo. De las pinturas del siglo XVII se conservan algunos santos jerónimos. La reciente restauración del monasterio ha sacado a la luz otras pinturas mudéjares que estaban ocultas por azulejos o pinturas del siglo XVII, así como fragmentos de retablos pictóricos de mediados del siglo XVI.
Al claustro se abren varias puertas, tres del siglo XVII y dos mudéjares, ojivales y con alfiz de ladrillo bícromo. Hay también una pila de mármol de la primera mitad del siglo XVII y diversas lápidas sepulcrales de los jerónimos. En uno de los ángulos se levanta un retablo rococó que contiene un Cristo atado a la columna y pinturas en las puertas que lo cierran, del siglo XVII.
El otro claustro, llamado de los Evangelistas, sólo conserva tres de sus lados mudéjares. Los de la planta baja están formados por arcos de medio punto peraltados sobre pilares octogonales y los de la planta alta por arcos carpaneles, también sobre pilares, siendo la cubierta de viguería de madera decorada. Lo más interesante de este claustro son las pinturas murales de la parte baja, en las que se alternan los paneles de lacería con figuras humanas, siendo el tema central el de San Jerónimo dictando sus reglas rodeado de sus discípulos. En los otro nueve recuadros aparecen santos y santas, entre los que es posible identificar a San Gregorio, San Agustín, San Ambrosio y San Isidoro. Sobre este zócalo se encuentra una pintura muy deteriorada que representa el Árbol de la Vida, el cual aparece sobre una barca a la que atacan la muerte, los demonios y las ratas. Don Enrique de Guzmán, conde de Niebla, costeó estas pinturas entre 1431 y 1436, fecha en la que hizo venir a los jerónimos. La portada de acceso al claustro es ojival y está enmarcada por un alfiz decorado por lacerías, entre las que figuran los escudos de los Guzmanes. La otra puerta que se abría a la iglesia está actualmente cegada.
Del tercer claustro o Claustro Grande se conservan sólo tres lados. Dos de ellos son de principios del siglo XVI, con recuerdos góticos, y el tercero de estilo barroco del siglo XVIII. Presenta arquerías de medio punto y molduras geométricas. En la galería alta se conserva una pintura que representa un ángel en una hornacina en forma de venera, que puede fecharse en la primera mitad del siglo XVI. Otros elementos importantes de este antiguo convento son su torre de ladrillo y azulejos, de época barroca, y la fachada oriental, que agrupa las dependencias inmediatas a la sacristía, que está construida en sillares, fechada en 1792 y firmada por el arquitecto José Suárez.
En la restauración del monasterio llevada a cabo en fecha reciente además de recuperarse algunas pinturas murales se han restaurada otros bienes muebles. Entre ellos se incluyen una serie de lienzos del Apostolado, que no ha sido posible recuperar por completo habida cuenta las pérdidas que presentaban, además de un lienzo del Triunfo de la Muerte, de mediados del siglo XVII. Otras obras recuperadas son una escultura del Crucificado del siglo XIV y otras dos de barro cocido y atribuidas a Lorenzo Mercadante de Bretaña que representan a la Virgen con el Niño y a San Jerónimo, ésta parcialmente mutilada. De 1607 es un Niño Jesús atribuido a Francisco de Ocampo y de la segunda mitad del XVII un Crucificado de marfil sobre cruz de ébano con incrustaciones de aquel material, de probable origen flamenco.
También se han recuperado varios manuscritos miniados, fechables entre los siglos XV y el XVIII; un ara de altar de comienzos del siglo XVI con marco de cuero repujado, pintado y dorado; un frontal de altar de seda blanca con bordados y el relicario de San Eutiquio, consistente en una caja de madera dorada y pintada y fechable hacia 1600, probable obra italiana, que fue donada por el Conde-Duque de Olivares y que perteneció a su padre.
En cuanto a las piezas de metalistería hay que destacar dos grandes bandejas de latón llamadas "dinanderies", del siglo XVI, un portapaz de cobre dorado de inspiración veneciana y de la misma época, un cáliz de plata y dos relicarios de cobre dorado y adornados con botones de esmalte, obras todas de la primera mitad del siglo XVII, más un copón de plata dorada del último tercio del siglo XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
El monasterio de San Isidoro del Campo se encuentra situado en el término municipal de Santiponce, a unos 7 kilómetros al Norte de la ciudad de Sevilla, junto a la carretera N-630, antigua Vía de la Plata, en las proximidades de las ruinas de Itálica.
El conjunto edilicio se encuentra situado sobre un cerro, desde donde se domina una amplia panorámica del valle del Guadalquivir y las primeras estribaciones del Sierra Morena y del Aljarafe.
El monasterio ocupa actualmente una parcela rectangular de más de 200 por 60 metros, con los lados menores que marcan un eje Norte-Sur. Este complejo cuenta además de los elementos característicos de un monasterio con otras dependencias necesarias para el propio abastecimiento como huertas, norias, albercas, graneros, molino, caballerizas, horno, vaquería, etc.
El monasterio se desarrolla en torno a dos iglesias góticas paralelas que sirvieron de panteón para el fundador y su hijo.
Aparentemente son un templo de dos naves aunque son dos iglesias unidas que presentan exteriormente aspecto de fortaleza. El hecho de que sean dos iglesias se encuentra justificado ya que junto a la capilla funeraria de Guzmán el Bueno y de Doña María de Alonso y el hijo de ambos, Don Juan Pérez de Guzmán, construyó otra, paralela a la de sus padres, para enterramiento suyo y el de su esposa, Doña Urraca Osorio de Lara, al prohibir sus padres en el testamento que en su capilla se diese sepultura a otros miembros de la familia.
Los templos responden al prototipo de iglesias fortificadas que se construyeron después de la reconquista. Son iglesias de una nave dividida en tres tramos, con ábside pentagonal, nave de planta rectangular con bóvedas de crucería y ábside exteriormente almenados al que se añaden matacanes, elementos que le aportan el aspecto fortificado.
Están edificadas en ladrillo, empleando la piedra para determinados elementos estructurales, tales como portadas, arcos, ventanas, nervios, impostas, capiteles, etc. Representan un magnífico ejemplar de la arquitectura mudéjar sevillana del siglo XV. Sus cubiertas se encuentran realizadas en terraza y todo su perímetro exterior se remata con merlones de capuchón piramidal. La nave se encuentra cubierta con bóvedas de nervios diagonales con arcos fajones que apoyan sobre capiteles y columnas adosadas a los pilares.
El acceso a estas iglesias se realiza a través de una portada abierta en el primer tramo del muro del Evangelio de la Iglesia de Don Juan, erigida hacia 1350. Es una portada gótico-mudéjar, de ladrillo agramilado, que se eleva sobre un zócalo de mármol blanco. Parte de un vano apuntado al que se superponen varias arquivoltas a modo de portada abocinada, enmarcadas por un alfiz cuyas enjutas aparecen decoradas con lacería mudéjar con elementos vidriados. Sobre ésta un arco escarzano sirve de soporte a una cornisa que soporta un tejaroz mediante canes.
A la izquierda existe otra portada, en la actualidad cegada, y más pequeña, decorada en sus enjutas con estrellas de ocho puntas, en las que figuran motivos heráldicos de los Guzmán.
Los claustros son antecedentes de aquellos que proliferaron en el continente americano. A los pies de la capilla de Guzmán el Bueno se encuentra situado el Patio de los Evangelistas, de planta rectangular. Es el más pequeño de todos los que se conservan. Cuenta con dos plantas, la inferior se estructura con arcos semicirculares peraltados enmarcados por alfiz sobre pilares de ladrillo ochavados. El cuerpo superior se presenta mediante arcadas de medio punto peraltadas que apean sobre pilares iguales al cuerpo inferior. En sus galerías se distribuyen importantes pinturas murales del siglo XV, distribuidas entre el zócalo realizado a base de elementos geométricos y elementos figurativos como San Lorenzo, San Jerónimo, etc.
En el extremo opuesto, en el lado de la Epístola, se encuentra la sacristía de planta rectangular reformada en 1615 y 1668, de ahí los elementos barrocos que posee, yeserías, elementos arquitectónicos, motivos vegetales, etc. Tras la sacristía se sitúa la sala capitular con cubierta originaria de crucería aunque oculta bajo una bóveda de cañón rebajada, obra realizada en las reformas del siglo XVII. Ambas dependencias ocupan el frente oriental del Patio de los Muertos, situado en el muro del Evangelio de la Iglesia de Guzmán el Bueno. Este patio es de planta rectangular con dos cuerpos y en ambos cuenta con galerías con pilares de ladrillo ochavados elevados sobre antepechos con decoración de estrellas lobuladas. Los arcos son semicirculares en la planta baja y de medio punto peraltados en la alta, todos enmarcados por alfiz. Este claustro conserva interesantes pinturas murales, algunas de ellas cubiertas por las reformas realizadas entre 1530 y 1540.
En el frente Norte de la galería alta, junto a la escalera de caracol, se encuentra ubicada la espadaña de la iglesia de Guzmán el Bueno. Su realización se fecha en torno a 1609, contemporánea a la ejecución del retablo mayor, aunque los remates debieron de ser renovados tras el terremoto del 1 de noviembre de 1755. Consta de dos cuerpos, el inferior de cuatro vanos de medio punto, flanqueándose los centrales por pilastras toscanas sobre las que se asienta un entablamento con decoración en el friso de triglifos.
Los vanos de los extremos son más pequeños que los dos centrales, lo que permite curvar la cornisa y colocar sobre ella un pedestal con perinola. Sobre la cornisa de los vanos centrales, se eleva el segundo cuerpo flanqueado por alerones y pedestales con perinolas. Consta de un vano de medio punto peraltado flanqueado por pilastras y coronado por frontón triangular, que a su vez se remata por tres pedestales que sostienen perinolas de cerámica vidriada, coronándose la central con veleta y cruz de forja.
En la crujía Oeste del patio de los Muertos se sitúa el Refectorio, frente a la sala capitular y a la sacristía. Es de planta rectangular y se cubre con cuatro tramos de nervios de crucería gótica con nervio espinazo, cuenta con restos de pinturas murales en sus paramentos y bóveda.
Por último hay que mencionar el claustro grande, llamado de la Hospedería. Se encuentra situado en el extremo más meridional del conjunto. Era de planta cuadrada con disposición a modo de patio de crucero en el centro. El lazado de las galerías muestran pilares de ladrillo cortado, de planta hexagonal y elementos característicos de gótico tardío y de comienzos del siglo XVI.
La torre se encuentra situada en el ángulo Sur-este del claustro de la Hospedería. Se trata de una torre barroca, de finales del siglo XVIII, que debió de ser renovada tras el terremoto de 1755. Es de planta cuadrada y cuenta con dos cuerpos. El primero de ellos se corresponde con la caña, que muestra algunos vanos, a modo de balcones, en sus frentes, intentando enmascarar parte de este cuerpo de la torre repitiendo los vanos exteriores del edifco en el que se encuentra integrada. El segundo cuerpo, denominado de campanas, se eleva sobre un entablamento que le separa del fuerte o caña. Éste se articula en cuatro frentes, disponiéndose un vano de medio punto con decoración en la clave, en cada uno de ellos, fanqueado por pares de pilastras toscanas, sobre la que se asienta un nuevo entablamento en cuyo friso se disponen ménsulas al hilo de las pilastras. Sobre la cornisa un antepecho macizo recorre el conjunto de cuyo centro emerge un chapitel octogonal con buhardillas, rematado por veleta y cruz de forja. El campanario está realizado en ladrillo, utilizándose azulejos cerámicos vidriados en azul y blanco para decorar elementos como pilastras, pedestales, antepecho, chapitel, etc.
El monasterio tiene su origen en un privilegio otorgado a don Alonso Pérez de Guzmán, el 27 de octubre de 1289, por Fernando IV. En éste se concede la jurisdicción de Santiponce y el poder de fundar un monasterio con capilla funeraria para él y su mujer. En la carta de dotación, fechada en Sevilla en 1301, se estipula que la comunidad elegida para ocupar el convento fue la cisterciense concretamente los monjes de San Pedro de Gumiel (Burgos).
En el lugar elegido para la fundación existía con anterioridad una ermita, donde según la tradición fue encontrado el cuerpo de San Isidoro. La comunidad cisterciense fue reemplazada en 1431, por orden de Enrique de Guzmán, conde de Niebla, por la Congregación de la Observancia de San Jerónimo, rama de la orden jerónima. La historia de esta comunidad se encuentra estrechamente vinculada con la localidad de Santiponce, ya que tras la destrucción del pueblo destruido por las inundaciones, la comunidad les cedió unos terrenos para que edificasen de nuevo el pueblo, terrenos en los que se encontraban las ruinas de Itálica.
Ha sido panteón de personajes ilustres, donde destacan los enterramientos de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, el héroe de Tarifa, y sus descendientes. Fue este lugar el primero en dar sepultura a Hernán Cortés, en 1547, antes de ser trasladado a Méjico.
Desde el punto de vista arquitectónico destaca las iglesias fortifiadas, de estilo gótico-mudéjar, en cuyos claustros y dependencias se conservan interesantes pinturas murales y sobre lienzo de los siglos XV y XVII.
El monasterio fue desamortizado en 1835, iniciándose a partir de entonces una larga etapa de abandono y destrucción. Algunas de sus dependencias fueron destinadas a usos fabriles como la manufactura del tabaco, malta y cerveza. También fue cárcel de mujeres. A estos avatares hay que añadir los que ocasionó la Revolución Gloriosa de 1868, cuando destrozaron imágenes a balazos y a pedradas. En 1936 estuvo a punto de ser derruido, salvándose gracias a la intermediación de los habitantes de Santiponce.
A partir de 1956 se produjo el retorno de los Jerónimos, ocupando parte del monasterio una pequeña comunidad procedente de El Parral (Segovia). Por falta de miembros en 1978 la orden abandonó el cenobio para reagruparse en el monasterio de Yuste.
En el año 2002 fue objeto de profunda rehabilitación que le ha devuelto el esplendor y el relieve que merece este magnífico conjunto.
En el año 2002 dentro de los actos del VII Centenario de su fundación por Guzmán el Bueno, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía presentó una valiosísima exposición titulada "San Isidoro del Campo (1301-2002): Fortaleza de la Espiritualidad y Santuario del Poder", que supuso la reapertura del monasterio tras un largo periodo de restauración aún no concluido en su integridad y que ha devuelto una parte del esplendor y el relieve que merece este magnífico conjunto.
El antiguo monasterio, actualmente Enclave Monumental de San Isidoro del Campo, pertenece a la Red de Espacios Culturales de Andalucía, y además de ser un espacio cultural visitable, es escenario de actividades culturales de distinta índole, posee por ello un calendario de actividades muy amplio en este sentido. Es actualmente propiedad de la Fundación Casa Álvarez de Toledo y Mencos que tiene suscrito un Convenio de colaboración y cesión temporal de uso compartido con la Junta de Andalucía (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El monasterio de San Isidoro del Campo se levanta en el extremo opuesto de la ciudad, siguiendo la avenida de Extremadura. Con porte de fortaleza militar, se construyó en el lugar en el que, según la piadosa leyenda, había sido enterrado San Isidoro. De estilo gótico mudéjar en sus orígenes, en él han vivido sucesivamente monjes cistercienses y monjes de la Orden de San Jerónimo. En 1835, con la Desamortización, perdió su carácter religioso. Los monjes regresaron en el siglo XX, pero volvieron a abandonarlo. En la actualidad, pertenece a la Junta de Andalucía, que, desde hace más de una docena de años, está llevando a cabo un profundo proceso de restauración que ha permitido recuperar la zona más artística y bella. Después de un amplio compás sembrado de naranjos y de la portada ojival y abocinada, se llega a la recepción y a la zona visitable al día de hoy. Esta comprende, en primer lugar, la iglesia cisterciense, construida por Alonso Pérez de Guzmán, a la que sigue, paralela a ella, la iglesia jerónima, que mandó construir Juan Pérez de Guzmán. Pieza importantísima del conjunto es el retablo mayor de esta iglesia, obra de Martínez Montañés. De aquí se pasa al claustro de los Muertos, llamado así por haber servido de enterramiento de los monjes. Tiene en sus muros bellísimas pinturas murales del siglo XIV, que en el lado del acceso fueron cubiertas por azulejos en el XVI. A la derecha de este claustro se encuentran el patio de los Evangelistas y el refectorio. Las bóvedas del antiguo comedor de los monjes se decoran con primorosas policromías, mientras de sus muros cuelgan hasta catorce pinturas, todas copias de originales, salvo la Santa Cena. En sendas urnas, se guardan también una Virgen con el Niño, de Lorenzo Mercadante de Bretaña, y un Niño Jesús atribuido a Francisco de Ocampo. En el lado izquierdo del citado claustro, están la sacristía, la sala capitular y el reservado, las tres dependencias también con magníficas policromías. En los muros de la última se distribuyen una serie de cuadros con escenas de la vida de la Virgen, mientras en el retablo están las imágenes de la Virgen con el Niño, San Joaquín y Santa Ana, todo ello de Martínez Montañés (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
El monasterio de San Isidoro del Campo fue fundado en el año 1301 por Alonso Pérez de Guzmán y María Alonso Coronel en un lugar cercano a las ruinas de Itálica donde, según la tradición, fue enterrado San Isidoro de Sevilla. Desde entonces ha estado bajo la administración espiritual y temporal de diferentes órdenes religiosas, cistercienses, ermitaños jerónimos y la Orden de San Jerónimo, que han dejado su impronta tanto en la construcción como en la decoración del recinto. En 1432 los ermitaños jerónimos de fray Lope de Olmedo sustituyeron a los cistercienses y llevaron a cabo una profunda reforma en el Monasterio que se reflejó en el concepto de vida monacal y sustancialmente en la decoración. A mediados del siglo XVI surge un foco religioso de carácter reformista en Sevilla en el que participaron los frailes de este monasterio y llevó al encarcelamiento de varios monjes y a la huida de otros fuera de España.
En este singular monasterio fortaleza, con doble iglesia, se yuxtaponen el estilo gótico con claras influencias del Languedoc y el mudéjar, en el que es visible la tradición almohade. Frente a la austeridad cisterciense, el monasterio jerónimo se decora con pinturas murales que conforman posiblemente uno de los conjuntos más notables de toda España.
El monasterio fue ampliándose y enriqueciéndose con los siglos, llegando a contar con una torre, una espadaña, cinco claustros y, junto a las dependencias monacales, la procuraduría, la hospedería y las instalaciones agropecuarias propias de estas instituciones que pretendían ser autosuficientes. En torno al Claustro de los Muertos se articulan las dependencias del núcleo medieval: iglesias, refectorio, sacristía, sala capitular, etc.
Horario
Del 1 de enero al 30 de junio y del 1 de septiembre al 31 de diciembre: martes, miércoles, jueves de 10:00 a 15:00 (último pase 14:00); viernes, sábados de 10:00 a 19:00 (último pase 18:00); domingos y festivos de 10:00 a 14:30.
Del 1 de julio al 31 de agosto: martes a domingo y festivos de 10:00 a 15:00.
Información de interés
El enclave permanece cerrado todos los lunes y los días: 1 de enero, 6 de enero, 1 de mayo, 24 de diciembre, 25 de diciembre, 31 de diciembre.
No se permitirá el acceso de los visitantes al enclave en los 30 minutos previos al cierre.
El enclave no tiene servicio de visita guiada.
La entrada es gratuita.
Grupos máximo 30 personas por motivos de seguridad
Confirmación de grupos en el correo electrónico sanisidoro.aaiicc@juntadeandalucia.es con la máxima antelación posible (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia;
Es el mayor santo de la España visigótica del siglo VII. Su nombre, como el de otro santo español, Isidro Labrador de Madrid, es de origen egipcio.
Nació en 560, en 601 sucedió a su hermano San Leandro al frente de la archidiócesis de Sevilla, y murió en 636.
Sus Etimologías (Etymologiae sive origines) no tratan sólo el origen de las palabras, como puede sugerir el título, sino que constituyen una auténtica enciclopedia del saber humano, y uno de los repertorios más consultados de la ciencia antigua y de la doctrina cristiana. Se mereció el mote de "gran maestro de la Edad Media".
Además de esta vasta compilación, ha dejado una Historia de los godos y de los vándalos y tres libros de Sentencias inspirados en las Moralia de San Gregorio Magno.
CULTO
El traslado de sus reliquias a León por el primer rey de Castilla, Fernando I, tuvo lugar en 1063. Por ello es tan popular en el norte como en el sur de España. No obstante fue canonizado mucho más tarde, en 1598.
Es el patrón de Sevilla y de León.
ICONOGRAFÍA
Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, además de un libro (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia, patrono principal de la ciudad y de la archidiócesis de Sevilla. Muerto su padre, se encargó de su educación su hermano mayor, San Leandro, a quien sucedió en la sede hispalense, que rigió del año 600 a 636.
Hay que cifrar la fecha de su nacimiento en la década 560/570 y no es improbable naciese en la misma Sevilla, tras la migración familiar desde Cartagena. De hecho, aparece una clara diferencia de edad entre Isidoro y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina. Leandro, en el epílogo de su Regla, redactada para su hermana Florentina, monja, le dice: «Finalmente, te ruego, queridísima hermana mía, que te acuerdes de mí en tus oraciones y que no eches en olvido a nuestro hermano pequeño Isidoro; cómo, al dejarlo nuestros padres comunes bajo la protección de Dios y de sus tres hermanos vivos, tranquilos y sin preocupación por su niñez, descansaron en el Señor. Como yo lo tengo verdaderamente por hijo y no antepongo al cariño que le debo ninguna preocupación terrenal, y me vuelco totalmente en su amor, quiérelo con tanto cariño y ruega a Jesús tanto por él cuanto sabes que fue querido con toda ternura por nuestros padres».
Huérfano de corta edad, su formación quedó al cuidado de su hermano Leandro, que ya debía ser por estas fechas arzobispo de Sevilla. Isidoro recibió con toda seguridad enseñanza en la escuela episcopal de Sevilla creada por su hermano. Se desconoce prácticamente todo de la juventud de san Isidoro. Cuando ocupa la sede hispalense, es un hombre intelectualmente maduro que produce obras de gran erudición y movido siempre por su preocupación pastoral. El legado de su hermano es evidente: Leandro le ha dejado una gran biblioteca que acopió seguramente en sus viajes al extranjero y en ella Isidoro pudo leer en su juventud las que serían las fuentes primeras de su producción literaria: Agustín, Gregorio Magno, Jerónimo, Ambrosio, etc.
Su episcopado comienza hacia el año 600, tras la muerte de su hermano Leandro. ¿Acompañó antes a su hermano a Constantinopla? ¿Fue monje como Leandro? Nada se sabe. Cuando asume las riendas de la sede hispalense participará como su hermano en los importantes acontecimientos políticos de la época. Son frecuentes sus viajes a Toledo y contactos con los reyes godos: Gundemaro, Sisebuto, Suintila y Sisenando.
En el año 619 celebró en la catedral sevillana el concilio II de Sevilla. Pero donde el genio de san Isidoro se muestra en todo su esplendor es al dirigir el concilio IV de Toledo (633), presentes 66 obispos de Hispania y Galia. «En lo canónico y en lo político -escribe Lafuente en su Historia eclesiástica-, el IV Concilio de Toledo es el primero entre todos los de España, compitiendo en todos los aspectos con el de Iliberis y el III de Toledo, también importantísimos. En el terreno político el IV Concilio de Toledo es la base de la verdadera, primitiva, genuina, histórica y providencial constitución de España». Este concilio mereció el nombre de magnum et universale concilium. Y así fue en el ámbito disciplinar con sus 75 cánones. Convocado por el rey Sisenando en la basílica toledana de Santa Leocadia, bajo la preclara mente teológica de san Isidoro se regulan en él los principales temas de la vida española, disposiciones sobre la liturgia, normativa para la vida de los clérigos y bienes de la Iglesia.
De san Isidoro nos ha quedado su gran producción literaria, pero quizá no se ha ponderado suficientemente esa otra cualidad suya que san Braulio subrayó en su Renotatio: su excelente oratoria, con capacidad de adaptación a la gente docta e inculta. San Ildefonso, por su parte, resalta su facilidad y fluidez en el hablar que dejaba maravillados a todos los oyentes.
Murió san Isidoro en el año 636, tras casi cuarenta años de episcopado. Redempto, clérigo hispalense, familiar de san Isidoro, dejó escrita su muerte ejemplar, a petición de san Braulio de Zaragoza. Cuenta en su Liber de transitu Sancti Isidori:
«Conociendo que estaba próximo su fin, no sé de qué modo, abrió sus manos, generosas siempre, y entonces, con mayor largueza y por espacio de seis meses o más, diariamente, de sol a sol, repartía su fortuna entre los pobres. Algo se repuso de tan grave enfermedad, llegando a fallarle la fiebre; pero su padecimiento crónico del estómago cada día se agudizaba más y llegó un momento en que no soportaba el alimento. Llamó entonces a sus sufragáneos Juan, obispo de Elepla (Niebla) y Eparcio, obispo de Itálica, para que le asistiesen en su última hora. Mientras le conducían desde su palacio a la basílica de San Vicente, una gran multitud de pobres, clérigos, religiosos y de todo el vecindario de la ciudad con voces y grandes llantos, como si cada uno tuviera la garganta de hierro y se deshiciera en lágrimas y lamentos, lo recibió y acompañó. Ya en la basílica, y colocado en medio del coro junto a la verja, mandó que se retirasen las mujeres y sólo estuvieran rodeándole los hombres, mientras recibía la penitencia. Y pidiendo que uno de los obispos le vistiese el cilicio y que el otro le echase la ceniza, levantando sus manos al cielo, oró así...».
Pidió perdón a los obispos, clérigos y seglares presentes, y recibió la eucaristía. Cuatro días más tarde, murió en su palacio arzobispal. «En el día anterior a las nonas de abril, luna XXII, era DCLXXIV», que corresponde al 11 de abril de 636. Fue sepultado en la catedral hispalense junto a sus hermanos san Leandro y santa Florentina.
La catedral hispalense estaba dedicada a san Vicente mártir, el santo más venerado en la Hispania romana de la persecución de Diocleciano. A Sevilla vinieron sus reliquias y le fue dedicada la iglesia mayor en la época visigoda. Hay autores, sin embargo, que han pretendido diferenciar la iglesia dedicada en Sevilla a san Vicente y la catedral, que recibiría el nombre de Santa Jerusalén. Pero se trata de la misma iglesia mayor, con este doble apelativo. Uno genérico, Santa Jerusalén, y otro específico, San Vicente.
Los concilios de Sevilla I y II tuvieron lugar «in ecclesia Sancta Hierusalem», significando por este lugar la iglesia mayor de Sevilla, pero así se denominaban también las iglesias catedrales de Mérida, Toledo y Tarragona, por celebrarse en ellas las ceremonias de Semana Santa al estilo de Jerusalén, designación que provenía de oriente y se propagó por la península hacia los siglos V o VI. El titular de la iglesia hispalense era san Vicente mártir, y bajo su techo -desconocida su ubicación- fue enterrado san Isidoro junto a sus hermanos.
San Martín de León hizo de él este elogio: «Floreció en sabiduría y santidad... Fue para el mundo espejo de todos los bienes; por eso creemos que será con Cristo... Durmió con sus padres el beato Isidoro, el más excelente de todos por su sana doctrina y prudente consejo, y rico en obras de caridad, y fue sepultado en la ancianidad buena». El concilio de Toledo (653), celebrado diecisiete años después de su muerte, lo define como el «doctor insigne, la gloria más reciente de la Iglesia católica». Su culto se extendió por toda la Iglesia mozárabe.
La producción literaria de san Isidoro es muy extensa, fruto sin duda de sus profundos conocimientos y de la rica biblioteca que poseía en Sevilla. Señalaré, a modo de ejemplo, algunas de sus obras, entresacadas de su vasta producción. De ecclesiasticis officiis es un manual de liturgia escrito a petición de su hermano Fulgencio, importante para conocer la historia de la liturgia visigótica. Sententiarum libri III, verdadero tratado de dogmática y moral, el primero de las «sumas teológicas» que proliferaron en la Edad Media, obra cumbre de san Isidoro. Chronica mundi, historia del mundo, dividida, siguiendo a san Agustín, en seis edades. Culmina en el año 615, cuarto del reinado de Sisebuto. De fide catholica contra iudaeos, escrito a petición de su hermana Florentina y para guía de los clérigos en sus polémicas con los judíos. San Isidoro se distancia de la actitud de Sisebuto, quien propugna una política de fuerza para obligar a los judíos a la conversión, y confía exclusivamente en el valor de la apologética. De viris illustribus, colección de 33 biografías de escritores, especialmente españoles. Regula monachorum, escrita entre 615 y 618, está destinada a un cenobio establecido posiblemente no lejos de Sevilla. Recopila lo que ha leído en san Agustín, Casiano, Jerónimo, Benito y otros. Historia Gothorum, Vandalorum, Sueborum es la "Historia Goda", escrita en 624. Su prólogo, laus Gothorum, es un canto de alabanza a España. Y su libro más propagado, Etymologiarum sive Originum libri XX , las célebres «Etimologías», escritas a ruegos de san Braulio, es un magnífico compendio de todo el saber antiguo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Isidoro de Sevilla (h. 560 - ¿Sevilla? 636), Obispo, teólogo, filósofo, polígrafo y santo.
A comienzos del siglo V, Hispania era una de las diócesis del Imperio Romano y administrativamente dependía del prefecto del Pretorio de las Galias. La Hispania peninsular comprendía cinco provincias: Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Carthaginensis, a las que había que sumar la Tingitania y Baleares. Los visigodos ocupan parte de la Tarraconense desde el año 415 como federados del Imperio. En calidad de tales llevaron a cabo incursiones en la Bética y eliminaron a los vándalos silingos.
En el año 418, sobre la base de un nuevo pacto con Roma, procedieron a su asentamiento en Aquitania, aunque escogieron como sede central Toulouse, en la Narbonense. Comenzó el reino de Tolosa (Toulouse). Se expandieron a continuación por la Tarraconense, hasta ocuparla por completo en el año 472. La fase siguiente fue la colonización de la parte noroccidental de la meseta central y las zonas del sur. En el año 507, derrotados en Vouillé por los francos, resistieron en centros de la Narbonense, hasta recibir el auxilio de los ostrogodos. Recuperado en parte el territorio de las Galias, el centro de gravedad del reino visigodo se desplazó hacia la Tarraconense.
A mediados del siglo VI, Hispania quedó en la siguiente situación: los visigodos ocupaban la Tarraconense, la Cartaginense, la Bética y la zona sur de Lusitania, así como la parte sur de las Galias. Los suevos, la Gallaecia. A la población hispano-romana, visigoda y sueva, hay que añadir grupos minoritarios de orientales y judíos.
Desde el punto de vista religioso, prescindiendo de los judíos, Hispania quedó escindida en dos: de un lado los católicos, que eran hispano-romanos y suevos, y de otro lado los arrianos, que eran visigodos. A pesar de ello, no se producían enfrentamientos entre los distintos grupos mientras la religión no adquirió valor político.
En la segunda mitad del siglo VI se produjeron tres acontecimientos de suma importancia. Dos de ellos tenían carácter político: la ocupación de una gran parte del sureste hispánico por los bizantinos como consecuencia de la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su intento de derrocar a Ágila (552), y la anexión por Leovigildo del reino suevo con la consiguiente unificación bajo la Monarquía visigoda (588). El tercer acontecimiento fundamental para la comprensión del momento isidoriano fue la conversión del pueblo visigodo al catolicismo bajo el sucesor de Leovigildo, Recaredo, en el III Concilio de Toledo (589).
Se conoce el nombre del padre de san Isidoro, Severiano, gracias a la noticia que el propio Isidoro dedica a su hermano Leandro de Sevilla, en su De uiris illustribus (cap. 28). Ese nombre apunta a un origen hispano-romano, probablemente aristocrático. Se sabe que tuvo tres hermanos mayores: Leandro, Fulgencio (después obispo de Écija) y Florentina, pues así lo recuerda Leandro en su De institutione uirginum, dedicado a su hermana. A partir de ahí, las conjeturas son la única solución al resto de los problemas que plantean sus primeros años. En la noticia sobre su hermano, Isidoro informa de que nació en la provincia Cartaginense, indicación que deja amplio campo a la localización del lugar exacto, puesto que esta provincia abarca una extensión que va desde la costa sureste de la Península hasta el sur de Tortosa y avanza hacia el interior hasta cerca de Mérida por el sur, Toledo en la parte central y Palencia por el norte. La opinión más difundida es la que localiza a su familia en zona bizantina, partiendo de una interpretación de un pasaje de la obra antes citada de Leandro (31, 3-4), en el que éste se lamenta sobre la necesidad de abandonar la patria. Un poco más adelante (31, 6-7) Leandro, mencionando la marcha de Fulgencio a su tierra natal, habla del cambio experimentado en el lugar desde su infancia, al haber sido ocupado por extranei. Para unos, esto indica que la familia tuvo que emigrar debido a la ocupación de los bizantinos y ven en el conflicto entre Ágila y Atanagildo el motivo de expulsión: los grandes propietarios de Cartagena habrían apoyado a Atanagildo en su petición de ayuda a los bizantinos, y Ágila, como represalia, los expulsó cuando se estaba esperando la llegada de los bizantinos, hacia el año 550. Otros piensan que el contraste ciues/extranei tiene que aludir, por fuerza, a la oposición entre hispano-romanos y godos, lo cual llevaría a concluir que la familia de Severiano fue expulsada por los godos, hipótesis que apunta a los límites de la Cartaginense con la Bética (¿la Orospeda?). La expulsión se debería a la pugna entre católicos y arrianos y piensan en Ágila. Esto explicaría la presencia de la familia en Sevilla, cercana al lugar de procedencia y dominada por el rebelde Atanagildo. Como se ve, el texto presupone en el destinatario —su hermana— el conocimiento de hechos desconocidos en la actualidad, por lo que, llegar a conclusiones definitivas, es complicado. Por las palabras de Leandro, hay que suponer que Isidoro se educó junto a él, en Sevilla, ciudad de la que Leandro fue obispo desde 579, es decir, cuando Isidoro era un adolescente. Posiblemente estudió en la escuela catedralicia de Sevilla. No se sabe nada más con seguridad (algunos investigadores han apuntado un período de monacato, aunque no es probable), hasta su nombramiento como obispo de Sevilla en torno al año 600.
Las circunstancias vividas por Isidoro, desde aproximadamente el año 570 hasta su nombramiento como obispo, están vinculadas al período visigótico de mayor esplendor: los reinados de Leovigildo (c. 569-586 con Liuva hasta el 573) y su hijo Recaredo (586-601). Acontecimientos decisivos fueron la integración de la Gallaecia en el Reino visigodo con Leovigildo (585) y la desaparición del reino suevo; la revuelta de Hermenegildo contra su padre Leovigildo (579) y la conversión de los godos al catolicismo con Recaredo (589). Estos dos últimos ofrecen características similares, que reflejan bien la situación vivida por Isidoro, puesto que en ambos casos religión y política están en la base. Importantes por su significado fueron la “imperialización del reino” sobre el modelo de Bizancio y la adopción de Toledo como urbs regia.
En 573 Leovigildo asoció al reino a Hermenegildo y Recaredo. Como consors regni fue Hermenegildo a Sevilla (580), casado con la católica Ingunda. En Sevilla estaba Leandro. Puede que éste influyera en la conversión al catolicismo de Hermenegildo y, en cierto modo, apoyara la sublevación. De hecho fue enviado a negociar a Bizancio y allí permaneció hasta que fue vuelto a llamar por Leovigildo.
El problema entre arrianos y católicos fue percibido por Leovigildo en el 580, año en que convocó un Concilio arriano. La crisis no se resolvió hasta el 589, cuando Recaredo, en un Concilio convocado en Toledo y presidido por Leandro, adoptó la religión católica como religión del pueblo godo. Esta era la experiencia directa e indirecta de Isidoro cuando ocupó la sede de Sevilla y la herencia que recibió.
Desde aproximadamente el año 600 hasta su muerte en 636, fue obispo de Sevilla. Participó como tal en el II Concilio de Sevilla (619) y en el IV Concilio de Toledo (633). Firmó el Decreto de Gundemaro de 610 reconociendo la categoría de metrópoli para Toledo. No hay que esperar de un autor cristiano del siglo VII, que era obispo, una producción literaria en el sentido que actualmente se da a esta expresión. Se pueden encontrar obras concebidas al margen de las necesidades religiosas, pero siempre con una utilidad inmediata, que fundamentalmente puede enunciarse como la de educar al clero para que desarrolle su función de modo adecuado.
Aunque la obra más conocida de Isidoro, la que le dio fama a lo largo de toda la Edad Media, es las Etymologiae, casi toda su producción tuvo enorme importancia en el ámbito religioso y educativo. Un grupo estaba destinado a facilitar la lectura de la Biblia, casi exclusivamente el Antiguo Testamento: Prooemia, De ortu et obitu patrum, Allegoriae, Sententiae, Liber numerorum, Quaestiones in Vetus Testamentum.
Otras respondían a necesidades inmediatas de regulación del clero: Regula monachorum, De ecclesiasticis officiis, intervención en la Collectio Hispanica. Otras a la defensa de la recta doctrina y de la moral: De fide catholica y libro II de Differentiae. Hay varias que tienen un carácter histórico: De haeresibus, Chronicon, Historia Gothorum, De uiris illustribus. Por último, dejó obras de naturaleza pedagógica, como el libro I de las Differentiae, y otras de carácter ‘científico’ como el De natura rerum. De todas ellas, llama la atención los Synonyma, obra de utilidad discutible, de elaboración cuidadosa, que parece responder a un intento mezcla de ingenio y fervor personal.
Hasta el momento, no hay seguridad respecto a la datación relativa de las obras de Isidoro. Por esa razón, se sigue aquí la secuencia que adoptó Braulio de Zaragoza en su Renotatio, aún a sabiendas de que el orden en que enumeró las obras no fuera el que Isidoro siguió en su composición. Braulio cita dos libros de Differentiae, pero la transmisión manuscrita de ambos y su finalidad fueron distintos, y quizá también su fecha de composición.
El libro I (c. 600) constituye un ejemplo único dentro de la producción isidoriana. No es un manual, ni contiene información o datos sobre cuestiones de tipo educativo, ni trata de aspectos religiosos o doctrinales. Es una especie de diccionario temático —al que después se ha impuesto la ordenación alfabética—, presentado bajo la forma de diferencias. Representa, por tanto, en el proceso de adquisición de vocabulario, un escalón superior al del diccionario simple, puesto que aspira a la precisión en el uso de las palabras. No es suficiente saber de modo general qué significa caelum y aether, hay que establecer la diferencia correspondiente para que la interpretación de lo leído sea exacta y el uso al escribir correcto. Por eso la forma de las entradas es la habitual en este tipo de tratados: Inter caelum et aetherem... Si se considera que en la entrada siempre figura más de un vocablo y que cada uno de ellos comienza por una letra distinta, la distribución temática, además de ser la más utilizada en el momento, es la más adecuada para facilitar la consulta. Las dos versiones en que ha llegado hasta hoy, la temática y la alfabética, difieren en el número de lemas, mayor en la alfabética, que es posterior y de autoría no isidoriana. En cuanto al libro II, es de naturaleza cuasi doctrinal, aunque se mantiene la forma. Las ‘diferencias’ que Isidoro propone están pensadas para alcanzar la comprensión de problemas que el cristianismo plantea o bien para dar un alcance religioso a fenómenos ajenos, en un principio, al cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de la presencia de una extensísima diferencia destinada a definir, bajo el punto de vista religioso, las partes del cuerpo. La forma de ‘diferencia’ aplicada guarda evidente relación con el éxito del método utilizado en el libro I.
Prooemia parece ser el libro que podrá permitir el acceso a la lectura de la Biblia. Se trata de una serie de prólogos breves, algunos más que otros, que se corresponden con cada uno de los libros de la Biblia que conforman el canon, incluidos los Evangelios. Esto supone una presentación resumida del contenido de cada uno de los libros, al tiempo que una enumeración de los libros bíblicos canónicos (prol. Plenitudo Noui et Veteris Testamenti, quam in canone catholica recepit ecclesia, iuxta uetustam priorum traditionem ista est). La finalidad de estas sumarias introducciones era, indudablemente, servir de presentación a los libros para facilitar la comprensión global de su sentido.
La analogía existente entre los Prooemia y De ortu et obitu patrum se concreta en que ambos son una recopilación de noticias breves relativas a cuestiones bíblicas. Si los Prooemia eran presentaciones a los libros de la Biblia, el De ortu son “biografías” de personajes bíblicos. La primera diferencia que se advierte es el carácter selectivo, como no podía ser menos. No está claro cuál pudo haber sido el criterio aplicado en la selección, ni tampoco la diferencia en la extensión dada a unos y otros personajes.
Al tratarse, básicamente, de noticias resultantes de la reelaboración de los datos existentes en la Biblia sobre estos personajes, cabría pensar que la extensión depende en principio de esto. Ahora bien, en ocasiones, los capítulos añaden datos procedentes de los comentaristas o de obras ‘biográficas’, como sucede con el Quaestiones Hebraeae o epístolas de Jerónimo de Estridón, los Moralia in Iob de Gregorio Magno, De Officiis de Ambrosio de Milán o libros anteriores de tema paralelo. Este hecho conduce a la aceptación de la arbitrariedad en la extensión, resultante de ir acumulando sobre el personaje datos procedentes de unas cuantas fuentes disponibles desde el principio. Es decir, no se busca información específica para cada capítulo, sino que todos se elaboran y acogen la información que el autor encuentra en los textos seleccionados con vistas a la redacción. El destinatario concreto de De ecclesiasticis officiis (610-615) era su hermano Fulgencio, obispo de Écija.
Como es habitual en este tipo de dedicatorias, Isidoro decía que emprendía el trabajo a instancias de su hermano, que deseaba información acerca de los orígenes de ritos y festividades celebradas por la Iglesia. Sin embargo, el destinatario implícito era el clero en general. Dispuesta en dos libros, el primero trata de la procedencia de los ritos que acompañan a los oficios (de origine officiorum, que probablemente fue el título original): música, lecturas y procedencia de las mismas —la Biblia—, oraciones de la misa y sentido de la consagración, oficios diarios y sentido especial del sábado y domingo, festividades anuales e instituciones que acompañan a algunas de ellas (ayuno y abstinencia).
El segundo libro (de origine ministrorum) describe el clero y su tipología; sigue con los sacramentos: matrimonio, catecumenado, símbolo de la fe, bautismo, crisma y confirmación. Synonyma (c. 610) está dividido en dos libros de naturaleza un tanto diferente y su importancia va más allá que la que despierta su contenido. En cierto sentido, puede ser considerada como la pieza más literaria de las escritas por el arzobispo de Sevilla. Su forma, que actualmente produce en el lector una sensación de acumulación de términos semánticamente plenos, cadenciosa y repetitiva hasta la saciedad, constituyó para la Edad Media un estilo altamente valorado, al que se dio el nombre de ‘stilus isidorianus’. No quiere esto decir que sea Isidoro su creador, sino que con él alcanzó mayor intensidad. Leandro en el De institutione uirginum y Gregorio Magno en sus Moralia in Iob ofrecen ya muestras del favor que ese estilo había logrado en el siglo VI y que, en último término, tiene sus raíces en la literatura postaugustea, especialmente en Séneca. El atractivo derivado de este aspecto de la obra ha llevado, durante siglos, a olvidar la valoración de su contenido. Obra ascética o espiritual, como la define J. Fontaine, gran estudioso de san Isidoro.
En el prólogo, Isidoro define los Synonyma como una obra surgida de la lectura de una scedula, cuya forma de expresión (formula) le indujo a elaborar un lamentum, término bajo el que lo cita Ildefonso de Toledo en su De uiris illustribus (8): [...] librum lamentationis quem ipse Synonymorum uocauit [...]. Se trata de un monólogo interior que recuerda los Soliloquios de Agustín de Hipona, lo cual explica el título de Soliloquia, isidoriano también, que fue muchas veces preferido a lo largo de la Edad Media. En realidad, este esquema se percibe con toda claridad en el libro I, pero no en el II, que está integrado por una serie de normas que hay que seguir en el camino hacia la perfección. Se ha transmitido, al igual que otras obras de Isidoro, en una doble versión.
Otra pieza significativa de la personalidad isidoriana es el De natura rerum (613). La obra es una mezcla de nociones elementales: comienza con la definición y descripción de lo que es el día y los tipos de día, avanzando, a continuación hasta llegar al año, las estaciones y equinoccios y solsticios. A partir de aquí, el planteamiento cambia y adquiere un carácter de tratado astronómico primero y meteorológico después, para pasar finalmente a ocuparse de los fenómenos terrestres, con un tratamiento próximo al geográfico.
En su conjunto, son temas que reciben también atención en las Etimologías: astronomía, meteorología, geografía, etc. Está dedicada a Sisebuto. Por su título recuerda al poema de Lucrecio, pero su concepción, como es lógico, difiere profundamente. Isidoro escribió un Liber numerorum, pero existen dudas de que sea el tratado anónimo que con ese mismo título ha llegado hasta hoy (se tiene una obra de título semejante, Liber de numeris, de clara procedencia irlandesa). En él Isidoro aclara el sentido alegórico de los números, a fin de que, cuando aparecen en la Biblia, adquieran para el lector su significado profundo. El libro pone al descubierto el significado de los números dentro de las Sagradas Escrituras, atribuyendo a éstos un valor simbólico, que sólo la interpretación alegórica puede alcanzar. Es un problema tradicional e Isidoro atribuye a la recta comprensión del significado la categoría de doctrina y a lo que los números encubren el carácter de mystica sacramenta. Después de definir qué es ‘número’, comienza con el 1 y selecciona los números que tienen un especial significado dentro de la Biblia: 1-16, 18, 19, 20, 24, 30, 40, 46, 50 y 60. Aunque adaptado a las necesidades culturales de su época y su religión, tiene puntos de contacto con el libro De arithmetica de la obra de Marciano Capela.
Allegoriae (c. 615) es un tratado que da de cada personaje una interpretación alegórica, por contraposición con las noticias de los tratados anteriores, que podrían catalogarse como históricas. De acuerdo con ello, los personajes son, a menudo, tipos bíblicos. Al hablar de tipos hay que entender que no siempre se trata de personajes concretos, con nombre propio que los identifica, sino que se toma un tipo, como la mujer que encontró una moneda, el ‘rico’, los ‘ciegos’, los ‘cojos’, etc. Estas últimas suman el 45 por ciento del total, y en un 99 por ciento se concentran en la última parte de la obra, es decir en la parte dedicada a los personajes del Nuevo Testamento.
Lo mismo que se ha dicho a propósito del liber numerorum puede aplicarse al tratado De haeresibus, una compilación de las herejías que se dieron durante los siglos anteriores, tanto por relación al cristianismo, como al judaísmo y lo que podría considerarse como religión entre los gentiles: las doctrinas filosóficas. Por lo que atañe al cristianismo, algunas de las herejías descritas todavía persistían en el momento en que Isidoro escribió. El De haeresibus cuenta con correlatos dentro de las Etymologiae, aunque de menor extensión; se corresponde con un capítulo del libro VIII.
Sententiae, o De summo bono, título este último con que se le conoce, sobre todo, durante la Edad Media, consta de tres libros y su contenido se encuentra a mitad de camino entre una obra doctrinal y una obra moral. Dentro de la primera categoría podría considerarse el primer libro: desde Dios al hombre, la Iglesia, los paganos (los que están fuera de la Iglesia), la ley divina, la Biblia y sus modos de expresión, así como la diferencia entre los dos Testamentos. La organización de la Iglesia: oración, sacramentos; mártires y santos, Anticristo, resurrección, juicio final, infierno, cielo.
Los otros dos libros, sin embargo, adoptan una postura moralizante y son una exposición de los caminos que el cristiano debe seguir para integrarse en la Iglesia descrita en el libro I. Su difusión durante la Edad Media fue considerable.
La Chronica es una recopilación de los hechos históricos desde el comienzo del mundo, que para Isidoro es el año 5200, hasta Sisebuto, en una versión, y hasta Suintila en otra. Es decir, que se cuenta con dos redacciones, cuyas diferencias no se reducen a la prolongación en el tiempo de las noticias existentes en la versión breve, sino a la diferente forma que adopta el texto en algunos pasajes. Sus antecedentes se encuentran en el Chronicon de Eusebio de Cesárea, trasladado y adaptado al latín por Jerónimo, aunque la distribución en seis edades está tomada de Agustín de Hipona. Es un género seco de estilo, que se limita a anotar los datos de forma escueta.
Aunque al De fide catholica contra Iudaeos podría atribuírsele carácter doctrinal, lo cierto es que, en Isidoro, la frontera entre lo doctrinal y lo no doctrinal no es fácil de trazar.
Se trata de una obra relativamente extensa, dedicada a su hermana Florentina. La primera parte del título: De fide catholica, responde bien a su contenido. Dividida en dos libros, el primero de ellos es una demostración positiva de la verdad cristiana expuesta al hilo de los puntos cruciales de la vida de Cristo. En la segunda parte introduce los argumentos que la Biblia proporciona para mostrar el error de gentiles y judíos, incidiendo sobre la conversión de los primeros y el hecho de que el dogma judío ha quedado relegado con la llegada de la nueva ley.
La obra se toma como un apoyo a la política antijudía de Sisebuto, pero no se presenta como un alegato contra los judíos, sino como una exposición razonada acerca de la verdad y el error. Los únicos puntos en que se observa un rechazo concreto es cuando se refiere a las prácticas religiosas de gentiles y judíos, por él consideradas supersticiosas. El hecho de que los preceptos rituales judíos se mantengan todavía, frente a los paganos, que en la práctica han desaparecido, es lo que otorga a estos pasajes un carácter más polémico.
De uiris illustribus es un catálogo de escritores cristianos, tomando como antecedente los tratados sinónimos de Jerónimo y Genadio. Al igual que otras obras suyas, el De uiris illustribus ha llegado en una doble versión, de alcance variable, esta vez consecuencia de la manipulación que posteriormente se ha hecho de la obra del obispo hispalense. La obra original consta de treinta y tres pequeñas biografías de autores cristianos, sobre las que posteriormente se añadieron trece capítulos mediante la reelaboración del capítulo inicial. Destaca la inclusión de un alto número de escritores hispánicos, sobre todo del período más reciente.
Se atribuye este hecho a un progresivo provincialismo, aunque también habría que tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo vi el panorama literario occidental es pobre y, en una gran proporción, se concentra en Hispania.
Regula monachorum es uno de los primeros escritos de Isidoro, anterior al 619; su destino concreto no se conoce. Se trata de trazar un modelo de conducta de los monjes, siguiendo el camino de Regulae anteriores, aunque parece inclinarse más hacia modelos orientales (Regula Pachomii) que occidentales (Regla de san Benito). En el Proemio declara su intención de flexibilizar las normas de las antiguas Regulae, de modo que la condición de monje sea asequible a todos, sin exigir la perfección. Comenzando con el recinto, sigue con los monjes, el trabajo al que deben dedicarse, actividades religiosas (oficios, reuniones, lecturas...), alimentación, festividades, etc. Hay dos redacciones de la obra, una de ellas probablemente de la segunda mitad del siglo VII.
Historia Gothorum, Wandalorum et Sueuorum, en su conjunto, pertenece a una tradición literaria distinta a los Chronica. Su objeto está restringido a la historia de los pueblos que en el siglo V ocuparon las distintas zonas de Hispania, a partir del momento en que hicieron su aparición en el Imperio Romano. El autor se permite una cierta personalización en el estilo y las noticias son más amplias, aportando datos curiosos, relativos a la personalidad del monarca tratado.
Ahora bien, la delimitación impuesta al objeto historiado hace que la variedad en las noticias sea menor.
Desaparecen observaciones relativas a las figuras importantes del momento, tal como vemos en la Crónica, y el conjunto se aproxima más al tradicional método histórico. La Historia Gothorum se ha transmitido en dos recensiones, una que termina con Sisebuto (619) y otra con Suintila (626), modificada en diversos puntos, tal como sucedía con los Chronica.
La Laus Spaniae precede en muchos casos al conjunto de las tres y, en otros casos, sirve de colofón a la Historia Gothorum. Es un elogio encendido de Hispania, que sigue los pasos de los elogios a las ciudades tan frecuentes en época tardía.
Otro de sus libros, Quaestiones in Vetus Testamentum, en parte de la tradición manuscrita figura bajo el nombre de Mysticorum expositiones sacramentorum, título que nos acerca de inmediato al tipo de comentario.
En efecto, se trata de un comentario, primordialmente alegórico, a pasajes seleccionados de los libros del Antiguo Testamento. Aunque en la Renotatio de Braulio de Zaragoza se cita como integrada por dos libros, la obra, tal y como se ha transmitido hasta el presente, sólo consta de uno. Está precedida de un prólogo en el que Isidoro explica las razones que le han llevado a componerlo. Siguiendo un tópico común insiste en la brevedad de sus comentarios y justifica el carácter místico de los mismos aludiendo a la existencia de otra obra suya en que se había ocupado del sentido histórico. Como dice, no toda la Biblia tiene sentidos ocultos bajo la simple letra, pero el hecho de que los pasajes que no lo tienen formen un todo coherente con los que sí lo tienen, imprime al conjunto un sentido que va más allá del histórico.
Dentro de los episodios, en unos casos, se seleccionan aspectos que pueden plantear problemas morales: así, la aceptación del concubinato por parte de Abraham (capítulo 20 = Génesis, capítulo 25, versículos 1-11), la simulación de Isaac haciendo pasar a Rebeca por su hermana (capítulo 21 = Génesis, capítulo 26). El comentario va precedido de un resumen del episodio al que pertenece el punto comentado.
Otras veces, el comentario está motivado por la aparente vacuidad del texto bíblico, que obliga a buscarle un sentido trascendente: episodio de los pozos excavados por Isaac y sus riquezas. De cualquier modo, como dice en el prólogo, siempre se trata de episodios que han sido comentados previamente por los anteriores padres de la Iglesia.
Dado el tipo de comentario, destinado más que a aclarar la lectura, a interpretarla y orientarla en el sentido ya aceptado por la Iglesia, la extensión va disminuyendo, los episodios seleccionados son más breves a medida que se accede a acontecimientos menos necesitados de aclaraciones u orientaciones. La selección se hace más tajante. El apartado dedicado a los Numeri está destinado exclusivamente a desarrollar el capítulo 33 de la Biblia: Stationis Israelis in deserto, a manera de los Itineraria. La selección de pasajes del Deuteronomio es peculiar, porque no respeta el orden en que aparecen en la Biblia, sino que impone una organización propia. Hay una selección de pasajes del Levítico. Incluye a continuación: Josué, Jueces, reduce el libro de Ruth a un capítulo (el último del libro de Josué), los libros de Reyes, Esdras y Macabeos.
Esta última inclusión es lógica, puesto que se trata de un libro histórico y, de hecho, Isidoro sólo se ocupa de éstos. Ni es todo el Antiguo Testamento, ni es un comentario seguido de los libros comentados. Sólo los libros históricos.
Además de las obras citadas, queda un pequeño numero de epístolas y una interesante y discutida colección de versos (Versus Isidori), que parecen haber estado destinados a ilustrar, no tanto los libros de la biblioteca del obispo sevillano, como los de una biblioteca básica modelo, ya que los pequeños poemas se refieren a autores —tanto cristianos como no cristianos— que se consideraban por entonces como indispensables.
Tal vez, de no haber escrito las Etymologiae, Isidoro no ocuparía el lugar destacado que actualmente tiene en la historia “literaria”. Las Etimologías, obra a la que con frecuencia se da el nombre de “Enciclopedia de la Edad Media”, responde a esa denominación en el sentido de que en ella es posible encontrar información sobre las cuestiones y objetos más diversos. Desde la gramática a los arneses, Isidoro ha recogido en veinte libros —bajo esa forma ha llegado hasta la actualidad— definiciones y descripciones relativas a miles de referentes. Unos existen, otros son inexistentes ya en su momento; lo cual indica que la enciclopedia, básicamente, no está destinada a entender el mundo real, sino el mundo escrito.
El orden en que la información está dispuesta es uno de los problemas que plantea esta obra. Los tres primeros libros constituyen un conjunto formado por pequeños manuales de las siete artes liberales: gramática, retórica, dialéctica (libros I y II), aritmética, geometría, música, astronomía (libro II). A los libros VII-X les confiere unidad el estar dedicados a estudiar los nombres de los seres divinos y humanos, los nombres de los colectivos de que forman parte (tanto religiosos como civiles), de las instituciones a las que pertenecen, y los nombres que, dentro y fuera de ellas, se adjudican al hombre. En cuanto a los libros XI-XX, están dedicados a una descripción del mundo y sus habitantes. El reino animal (el hombre seguido por el resto de los seres vivos): libros XI y XII. El universo como creación de Dios (fenómenos propios, la tierra y sus accidentes): XIII-XIV; reino mineral: XVI, y reino vegetal: XVII. Fenómenos y objetos cuya existencia caracteriza la sociedad humana: XVIII-XX. Para que la lógica sea completa quedan dos huecos, uno entre los libros III y VII y otro entre el XIV y XVI. El primero va acompañado de problemas en la transmisión manuscrita, mientras que el segundo no.
Los libros IV, V y VI están dedicados a la medicina —prolongación de las artes liberales— (IV), a las leyes y la cronología, incluido el factor historia (V), y los libros bíblicos así como las festividades cristianas y el modo de calcular el momento de celebración (VI), que parece paralelo al libro V: normas religiosas/leyes y cronología de los principales hitos de la historia del cristianismo acompañados del cómputo. El libro IV es posible que fuese añadido posteriormente al grupo inicial formado por los libros I-III, mientras que los libros V y VI responderían a la idea de completar con las leyes el cuadro. Tal como se ha transmitido en el libro IV, con su capítulo final indicando que la medicina es el elemento que falta para culminar las artes liberales, es evidente que no pudo ir nunca detrás del de legibus —segunda parte del libro V—, tal y como se encuentra en algunos manuscritos. Con lo cual hay que pensar que la parte de las leyes iba suelta, como también era independiente la parte de la historia. La parte de la transmisión manuscrita que conserva el orden III-Va-IV-Vb es la más antigua, puesto que presupone la existencia de un bloque al que ya se había añadido el IV y un arreglo (no isidoriano) que inserta todas las materias susceptibles de ser consideradas básicas socialmente, dejando para el final la declaración de la medicina como remate. O bien puede interpretarse como una primera fusión de las leyes al grupo de las artes liberales sobre el que se suma el libro de medicina que circulaba suelto. ¿Cabría pensar en el Vb, dedicado en parte a la aclaración de conceptos como día, mes, etc., a modo de un complemento al de astronomia? En cuanto al libro XV, dedicado a edificios y campos, estos últimos desde el punto de vista de su habitación humana (los dos capítulos finales), parece reflejar una idea, de por sí interesante, para comprender la visión medieval del universo: la inexistencia del mundo sin la presencia del hombre; de ahí que la descripción puramente geográfica reciba el complemento de la descripción de los “accidentes” que en la tierra van aparejados con la presencia del hombre. De aceptar esta idea, no existiría salto entre el libro XIV y el XVI.
El sistema de exposición está en gran parte basado en la etimología, por lo que se refiere a la identificación de las características del referente, la definición y la descripción. En ocasiones, a la definición y descripción añade un ejemplo. No hay duda de que es el mismo sistema que el seguido en las entradas de los diccionarios. Aunque la etimología es potestativa en los diccionarios, los otros dos rasgos son inevitables: definición, si se trata de un concepto o un hecho, descripción si se trata de un objeto. Su consulta durante la Edad Media fue masiva. Su uso con el tiempo necesitó de la ayuda de índices que hicieran más fácil su manejo: los índices de materias e incluso de términos se anteponen o siguen en los manuscritos al texto. No creo que sea adecuado decir que la Edad Media se nutrió de las Etimologías. Si lo hizo, fue en la medida en que la lectura de los textos enfrentaba al lector a una serie de problemas terminológicos de difícil solución y encontraba allí manuales básicos, que le evitaban la búsqueda de otros. En las Etymologiae encontraba no sólo la solución para identificar a un monarca, sino también la época en que había vivido; podía saber qué eran los Fasti y al mismo tiempo entender —siempre según Isidoro— por qué tenían ese nombre. A un nivel elemental podía situarse y comprender un mundo pretérito, punto de referencia obligado, puesto que a él pertenecían todos los instrumentos y lecturas que lo rodeaban, incluidos los relativos al mundo cristiano (Carmen Codoñer Merino, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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