Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia del Hospital de los Venerables Sacerdotes (actual sede de la Fundación Focus), de Sevilla.
Hoy, 4 de agosto, Memoria de San Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con asidua predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la santa Eucaristía, brilló de tal modo que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa, y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Fue proclamado por Pío XI "patrón de los sacerdotes" en su canonización en 1925, de ahí qué sea hoy el mejor día para ExplicArte la Iglesia del Hospital de los Venerables Sacerdotes (actual sede de la Fundación Focus), de Sevilla.
La Iglesia del Hospital de los Venerables Sacerdotes (actual sede de la Fundación Focus) [nº 4 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 4 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza de los Venerables, 8 (con portada lateral a la calle Jamerdana, s/n); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En pleno barrio de Santa Cruz, con portada hacia la calle Jamerdana pero con acceso por la plaza de los Venerables, se sitúa el antiguo Hospital de los Venerables Sacerdotes, barroco edificio hoy gestionado como institución cultural por la Fundación Focus. Su origen primitivo está en la iniciativa que planteó en 1627 la hermandad del Silencio para acoger a "Sacerdotes ancianos, pobres e impedidos, para cuyo fin alquiló una casa... en la que eran asistidos y mantenidos". La atención a los sacerdotes recibió un impulso trascendental con la actuación del canónigo de la Catedral Justino de Neve, cuya memoria recuerda la calle que desemboca en la plaza y un conocido retrato de Murillo. En 1673 esete canónigo promovió la construcción definitiva de un edificio de atención a los sacerdotes, el conocido como Hospital de los Venerables Sacerdotes cuyas obras comenzaron en 1676 bajo la dirección del arquitecto Juan Domínguez. Las obras se acabaron en 1697 bajo la dirección del afamado arquitecto Leonardo de Figueroa y vinieron a ocupar el terreno del antiguo corral de comedias de doña Elvira. El conjunto sufrió el expolio artístico durante la invasión francesa, perdiéndose obras de incalculable valor como la conocida Inmaculada de Soult, curioso título por el nombre del ladrón que la sacó de la ciudad, un lienzo que en su época alcanzó la mayor cifra de venta alcanzada en una subasta. Tras pasar por diversos usos, desde el parroquial hasta el intento de un museo de la Semana Santa que acogió en el siglo XX, el conjunto fue rehabilitado íntegramente por la fundación Focus-Abengoa. Un centro expositivo dedicado a Velázquez, una biblioteca, un palacio remozado y una iglesia, orientada a los conciertos de su espectacular órgano, son algunas de sus funciones actuales.
El acceso al templo por la calle Jamerdana, hoy cerrado, permite ver un curioso apeadero bajo arcos de medio punto, esquema casi único en la ciudad, quizás sólo comparable al acceso porticado del monasterio de San Clemente. Para acceder a la iglesia, primera dedicada a San Fernando tras su canonización, habrá que rodear el bello edificio de ladrillos y enlucidos en colores almagra y blanco, en una ornamentación típica del barroco sevillano. Tras el acceso por la plaza se atraviesa la zona más importante del conjunto, el espectacular patio central, que mezcla elementos conventuales y de las casas palaciegas sevillanas.
La iglesia, hoy orientada hacia los conciertos del nuevo órgano colocado a sus pies, es de una sola nave con bóveda semiesférica en la zona del presbiterio. Aquí se levanta su retablo mayor, realizado en 1889 con elementos de diferente procedencia. Lo preside un gran lienzo realizado por Lucas Valdés con el tema de la Última Cena, tratado con una ambientación tenebrista impropia de la época en que fue realizado a finales del siglo XVII. Son de gran interés dos relieves que representan a los Santos Juanes en la parte del banco, obra anónima de comienzos del siglo XVII. Al centro destaca una talla de la Virgen de Belén, del siglo XVI, que está flanqueada por dos imágenes modernas de San Pedro y San Pablo. Sobre la pintura de Valdés aparece una inscripción en caracteres griegos con el lema "Teme a Dios y honra al Sacerdote". El ático del retablo lo preside un gran lienzo de la glorificación de San Fernando, obra también de Lucas Valdés, flanqueado por dos cuadros de Virgilio Mattoni (1891) que representan a San Fernando y a San Clemente.
Por los muros de la iglesia se distribuye un amplio programa pictórico realizado por Lucas Valdés, con escenas bíblicas y del santoral sevillano. En la zona del presbiterio se sitúa la escena de San Fernando a los pies de la Virgen de la Antigua y de la entrega de las llaves de la mezquita mayor al obispo Don Remondo. En la parte baja de estos muros se sitúan dos pinturas sobre mármol, la de la derecha, con el tema de la Inmaculada, es obra también de Valdés, mientras que la del muro de la izquierda representa a la Virgen con el Niño y es obra de Sasoferrato.
El horror vacui parece dominar los recargados muros de la iglesia. A las pinturas murales se añaden numerosos retablos, relicarios y cuadros. A los pies del muro izquierdo se sitúa una notable talla de San Fernando realizada por Pedro Roldán en 1698. Le sigue un retablo con pintura anónima de San Jerónimo Penitente. En este sector se sitúan otras pinturas de Lucas Valdés, las que representan el Bautismo de Cristo y la Curación del Paralítico. A continuación se sitúa un retablo recompuesto, con una interesante Inmaculada de 1700 de procedencia napolitana. Está flanqueada por dos tallas de San Miguel y San Rafael, atribuyéndose a Martínez Montañés la escultura de San Esteban que está a los pies del retablo. Junto al púlpito de la iglesia, realizado por Barahona en mármoles jaspeados y con tornavoz de madera, se sitúa otra pintura de Lucas Valdés con el tema de Jesús entre los doctores. Ya en el crucero se dispone un retablo realizado por Juan de Oviedo, con diferentes esculturas de santos que enmarcan un lienzo de Cristo crucificado datable hacia 1800. Representativo de una época de culto a las reliquias es el relicario de Francisco de Barahona (1699), situado en el banco del retablo.
La iglesia, hoy orientada hacia los conciertos del nuevo órgano colocado a sus pies, es de una sola nave con bóveda semiesférica en la zona del presbiterio. Aquí se levanta su retablo mayor, realizado en 1889 con elementos de diferente procedencia. Lo preside un gran lienzo realizado por Lucas Valdés con el tema de la Última Cena, tratado con una ambientación tenebrista impropia de la época en que fue realizado a finales del siglo XVII. Son de gran interés dos relieves que representan a los Santos Juanes en la parte del banco, obra anónima de comienzos del siglo XVII. Al centro destaca una talla de la Virgen de Belén, del siglo XVI, que está flanqueada por dos imágenes modernas de San Pedro y San Pablo. Sobre la pintura de Valdés aparece una inscripción en caracteres griegos con el lema "Teme a Dios y honra al Sacerdote". El ático del retablo lo preside un gran lienzo de la glorificación de San Fernando, obra también de Lucas Valdés, flanqueado por dos cuadros de Virgilio Mattoni (1891) que representan a San Fernando y a San Clemente.
Por los muros de la iglesia se distribuye un amplio programa pictórico realizado por Lucas Valdés, con escenas bíblicas y del santoral sevillano. En la zona del presbiterio se sitúa la escena de San Fernando a los pies de la Virgen de la Antigua y de la entrega de las llaves de la mezquita mayor al obispo Don Remondo. En la parte baja de estos muros se sitúan dos pinturas sobre mármol, la de la derecha, con el tema de la Inmaculada, es obra también de Valdés, mientras que la del muro de la izquierda representa a la Virgen con el Niño y es obra de Sasoferrato.
El horror vacui parece dominar los recargados muros de la iglesia. A las pinturas murales se añaden numerosos retablos, relicarios y cuadros. A los pies del muro izquierdo se sitúa una notable talla de San Fernando realizada por Pedro Roldán en 1698. Le sigue un retablo con pintura anónima de San Jerónimo Penitente. En este sector se sitúan otras pinturas de Lucas Valdés, las que representan el Bautismo de Cristo y la Curación del Paralítico. A continuación se sitúa un retablo recompuesto, con una interesante Inmaculada de 1700 de procedencia napolitana. Está flanqueada por dos tallas de San Miguel y San Rafael, atribuyéndose a Martínez Montañés la escultura de San Esteban que está a los pies del retablo. Junto al púlpito de la iglesia, realizado por Barahona en mármoles jaspeados y con tornavoz de madera, se sitúa otra pintura de Lucas Valdés con el tema de Jesús entre los doctores. Ya en el crucero se dispone un retablo realizado por Juan de Oviedo, con diferentes esculturas de santos que enmarcan un lienzo de Cristo crucificado datable hacia 1800. Representativo de una época de culto a las reliquias es el relicario de Francisco de Barahona (1699), situado en el banco del retablo.
Superado el retablo mayor, el recorrido por el muro derecho comienza por un retablo presidido por una Inmaculada de comienzos del siglo XVII, lienzo que vino a sustituir a la Inmaculada de Murillo que fue robada por el mariscal Soult durante la invasión francesa y que se conserva en la actualidad en el Museo del Prado. Contigua se sitúa una llamativa vitrina ocupada por un carro triunfal alegórico realizado en coral, una obra que parece provenir de Sicilia, al igual que el conjunto de San José con el Niño, situado en el mismo muro. Entre ambas piezas se sitúa un retablo dedicado a San José, con talla del siglo XVII que se enmarca por las imágenes del franciscano San Antonio de Padua y de San Felipe Neri, el fundador de los oratonianos. En el mismo muro, el retablo dedicado a Santa Rita fue realizado por Juan de Oviedo en 1698, aunque la policromía corresponde a un repinte muy posterior. Siendo la imagen titular moderna, son del siglo XVII las tallas de San Sebastián, de San Roque y del Ecce Homo que se distribuyen por el retablo. Le sigue un buen marco de Francisco de Barahona que originalmente enmarcaba un lienzo de San Pedro, obra de Murillo que también fue sustraída durante la invasión francesa. Hoy lo sustituye una pintura anónima del siglo XVII con el tema de la Oración en el Huerto. Pareja a la escultura de San Fernando es la talla sedente de San Pedro, realizada por Pedro Roldán en 1698 y que se sitúa a los pies de la nave.
Las pinturas que decoran los muros altos de la iglesia parecen responder a un programa iconográfico diseñado por Justino de Neve alusivo a la importancia del ministerio sacerdotal. Las escenas representadas son el Concilio de Nicea, Atila detenido por San León y Federico Barbarroja prestando al papa su obediencia. En el otro muro se identifica a San Martín como invitado en la mesa del Emperador, Carlos II cediendo su carroza a un sacerdote para llevar el viático; y San Ambrosio rechazando del templo al emperador Teodosio.
El recorrido por la iglesia permite acceder a la sacristía, que acoge una buena muestra del arte de Lucas Valdés con la pintura de la Presentación del Niño en el Templo. También destaca la cajonería de madera, tallada por Juan de Oviedo en 1698. Pero, sin duda, el mayor interés lo ofrecen las pinturas del techo, una representación del Triunfo de la Cruz ejecutada por Juan de Valdés Leal en 1685 que supone uno de los mejores ejemplos de trampantojo de la ciudad. Todo un engaño a la vista mediante arquitecturas fingidas y ángeles triunfantes que parecen adquirir una tercera dimensión, el mejor punto final para uno de los mejores conjuntos barrocos de la ciudad (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
Las pinturas que decoran los muros altos de la iglesia parecen responder a un programa iconográfico diseñado por Justino de Neve alusivo a la importancia del ministerio sacerdotal. Las escenas representadas son el Concilio de Nicea, Atila detenido por San León y Federico Barbarroja prestando al papa su obediencia. En el otro muro se identifica a San Martín como invitado en la mesa del Emperador, Carlos II cediendo su carroza a un sacerdote para llevar el viático; y San Ambrosio rechazando del templo al emperador Teodosio.
El recorrido por la iglesia permite acceder a la sacristía, que acoge una buena muestra del arte de Lucas Valdés con la pintura de la Presentación del Niño en el Templo. También destaca la cajonería de madera, tallada por Juan de Oviedo en 1698. Pero, sin duda, el mayor interés lo ofrecen las pinturas del techo, una representación del Triunfo de la Cruz ejecutada por Juan de Valdés Leal en 1685 que supone uno de los mejores ejemplos de trampantojo de la ciudad. Todo un engaño a la vista mediante arquitecturas fingidas y ángeles triunfantes que parecen adquirir una tercera dimensión, el mejor punto final para uno de los mejores conjuntos barrocos de la ciudad (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
El hospital destinado a asilo de venerables sacer dotes fue fundado en 1675 por don Justino de Neve, canónigo de la catedral sevillana. Su construcción comenzó este mismo año, siendo el primer maestro que aparece al frente de las obras Juan Domínguez, de quien se supone que deben ser los planos de este edificio. Desde 1687 Leonardo de Figueroa se ocupó de la dirección de las obras, concluidas diez años después. El edificio se dispone en torno a un patio central, levantado en dos cuerpos, el primero con arquerías y el segundo con balcones. En uno de los costados del patio se sitúa la iglesia, de una sola nave, y cuyos muros están recubiertos con pinturas de Lucas Valdés, alusivos al ministerio sacerdotal, excepto las de la bóveda del presbiterio y de la sacristía, que pertenecen a Juan de Valdés Leal. La fachada de la iglesia es de dos cuerpos, abriéndose el primero en un pórtico con tres arcadas de medio punto; en el segundo figura una hornacina en el paño central, y dos óculos en los laterales, enmarcados por una decoración geométrica y vegetal, de vigoroso diseño.
En el presbiterio de la iglesia se levanta el retablo mayor trazado en 1889, en el que encontramos un conjunto de pinturas y esculturas de diferentes épocas y estilos. En el primer cuerpo se albergan dos relieves de excelente talla, fechables a principios del siglo XVII, y que representan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Asimismo figuran también dos esculturas de San Felipe y San Pedro, que son obras modernas. Preside este primer cuerpo una escultura de la Virgen de Belén de principios del siglo XVI, aunque repolicromada. En el cuerpo central del retablo figura un gran lienzo de la Santa Cena, obra de marcados efectos tenebristas, cuyas figuras presentan el estilo de Lucas Valdés, lo que confirma el inventario de la iglesia efectuado en 1700. En el remate aparecen dos pinturas ejecutadas por Virgilio Mattoni en 1891 que representan a San Clemente y a San Isidoro. Corona el retablo un lienzo dedicado a la Apoteosis de San Fernando, obra que se corresponde plenamente con el estilo de Lucas Valdés.
En la parte alta de los muros del presbiterio figuran dos pinturas de este mismo pintor, que representan a San Fernando a los pies de la Virgen de la Antigua, y a San Fernando entregando la mezquita de Sevilla al obispo Don Remondo. En la parte baja de estos muros, están situadas dos ricas urnas de madera dorada fechables a finales del siglo XVII, que albergan reliquias de Santa Victoria y Santa Hantosa; asimismo dos pinturas sobre mármol, la del muro derecho obra de Lucas Valdés representando a la Inmaculada y la del muro izquierdo obra de Sassoferrato, que representa a la Virgen con el Niño. También en el muro del presbiterio figura un conjunto de cuatro cobres flamencos de mediados del siglo XVII, con los temas de la Adoración de los Reyes, la Adoración de los Pastores, el Martirio de San Pedro y el Martirio de San Pablo.
A lo largo de los muros laterales de la iglesia, se dispone un conjunto de retablos y esculturas cuyo recorrido se efectuará a partir de los pies de la iglesia, y comenzando en el muro izquierdo. Allí en primer lugar se encuentra una escultura de San Fernando ejecutada por Pedro Roldán en 1698. Sigue un pequeño retablo del siglo XIX, que enmarca una buena pintura anónima de San Jerónimo penitente, obra de hacia 1670. Figuran a continuación dos pequeñas pinturas de Lucas Valdés, que representan el Bautismo de Cristo y la Curación del Paralítico. Estas dos pinturas forman parte de una serie de igual tamaño, repartida por los muros de la iglesia y que han de ser consideradas como obras de taller del mencionado artista.
Sigue un retablo recompuesto con diversos elementos barrocos en el cual figura una escultura de la Inmaculada de finales del siglo XVII, que según consta en el inventario de la iglesia, realizado en 1700, procede de Nápoles; flanquean a la Inmaculada esculturas de los arcángeles San Miguel y San Rafael, obras de principios del siglo XVII, mientras que en el banco del retablo está situada una buena escultura de San Esteban considerada obra de Juan Martínez Montañés. En una consola inmediata figura una escultura de la Virgen con el Niño, obra de principios del siglo XVII. Sigue una pintura con el tema de Jesús entre los doctores, que pertenece a la serie de Lucas Valdés, localizándose a continuación el púlpito de la iglesia, obra de hacia 1669 de Francisco Barahona quien empleó mármoles polícromos en su realización. Posee además barandal y tornavoz ricamente tallados en madera.
En el crucero se dispone un retablo realizado en 1698 por el entallador Juan de Oviedo con esculturas de San Felipe, San Bruno, San Antonio de Padua y Santo Tomás de Aquino. En el centro del retablo se alberga una buena pintura de Cristo Crucificado, que puede fecharse a principios del siglo XIX. En el banco se dispone un relicario realizado en 1699 por Francisco de Barahona, que se remata con una pequeña escultura de la Inmaculada.
En el muro derecho de la iglesia, y comenzando por el presbiterio, aparece en primer lugar un retablo barroco realizado por Juan de Oviedo en 1698, que alberga en su hornacina central una pintura de la Inmaculada, obra del primer tercio del siglo XVII. Ocupa esta pintura el lugar en el cual estuvo situada anteriormente una magnífica Inmaculada de Murillo, robada por el mariscal Soult. En los laterales del retablo, se disponen esculturas de San Francisco de Asís, San Diego de Alcalá, San Joaquín y Santa Ana. Sigue una vistosa vitrina, en cuyo interior se alberga un carro triunfal alegórico realizado en coral, obra siciliana de fines del siglo XVII. El retablo siguiente es obra de Juan de Oviedo, quien lo construyó en 1698, aunque la pieza sería repintada en el siglo XIX. Está dedicado a San José, cuya escultura de finales del siglo XVII figura en la hornacina central, mientras que en las laterales se disponen esculturas de San Antonio y de San Felipe Neri. En el ático de este retablo se encuentra un relieve con el Sueño de San José. Figura a continuación otra vitrina con escultura de San José con el Niño, obra realizada en coral por talleres sicilianos a fines del siglo XVII.
El retablo que le sigue fue también ejecutado por Juan de Oviedo en 1698, y también fue repintado en el siglo XIX. En su hornacina principal, figura una imagen moderna de Santa Rita, en las laterales esculturas de San Sebastián y San Roque y en el ático el Éxtasis de Santa Teresa; en el banco de este retablo está situada una escultura del Ecce Homo correspondiente al siglo XVII. A la serie pictórica de Lucas Valdés pertenece la pintura de Cristo bautizando a la Magdalena. Figura a continuación un retablo de fines del siglo XVII, que alberga un magnífico marco de la misma época, tallado por Francisco de Barahona, en el cual se alberga una discreta pintura de principios del siglo XVIII, de la Oración del Huerto, que sustituye a un original de Murillo, dedicado a San Pedro y que fue robado por el mariscal Soult.
A los pies del templo se sitúa una escultura de San Pedro, realizada por Pedro Roldán en 1698. El cancel que guarda la puerta principal es obra de finales del siglo XVII, pudiendo ser obra del entallador Juan de Oviedo.
En la sacristía se conserva una buena pintura de la Presentación del Niño en el templo, obra de Lucas Valdés fechable hacia 1700; importante es la cajonería de madera tallada, realizada por Juan de Oviedo, en 1698. La mesa y el aguamanil de mármol son obras fechables a principios del siglo XVIII. Las pinturas que adornan el techo y que representan el triunfo de la Cruz fueron realizadas por Juan de Valdés Leal hacia 1685.
En la iglesia se hallan las coronas de la Virgen y el Niño que están en el altar mayor, decoradas con motivos geométricos manieristas, así como la ráfaga que rodea a la Virgen; obras todas de comienzos del siglo XVII. También en la iglesia hay una lámpara hexagonal, con realzada decoración barroca. Se conserva una arqueta de filigrana de plata de comienzos del siglo XVIII, un copón de transición entre los estilos rococó y neoclásico, fechado en 1800, tres sacras rococó de Vicente Gargallo y una ráfaga del mismo estilo perteneciente a la Virgen de la Salud (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
El Hospital de los Venerables Sacerdotes, en el Barrio de Santa Cruz, constituye uno de los más bellos ejemplos de arquitectura barroca sevillana. Se encuentra inserto en un entramado de calles de origen medieval, con fachada a la Plaza de los Venerables y próximo a la Plaza de Doña Elvira, así como a la Iglesia de Santa Cruz, la catedral y a los Reales alcázares.
Está considerado como una de las edificaciones, conservadas casi en su totalidad, más interesantes de la arquitectura sevillana de la segunda mitad del siglo XVII, obra finalizada en 1697, en la que se aprecian características propias de la arquitectura sevillana del siglo XVIII.
Desde el punto de vista volumétrico es un edificio dispuesto en dos plantas con tejados a dos aguas destacando del conjunto los elevados muros perimetrales de la iglesia y dos miradores distribuidos por el edificio.
Responde al tipo arquitectónico conventual, al articularse sus dependencias en torno a un claustro o patio, adosándose en el frente norte del mismo la iglesia, que ocupa todo el lateral.
Las diversas dependencias del antiguo hospital se encuentran distribuidas en dos plantas de altura, dispuestas alrededor de un patio central. Al hospital se accede mediante una fachada situada en la Plaza de los Venerables, de sobria traza, que conduce a un apeadero o patio. Este espacio es de planta rectangular, distribuido mediante dos grandes arcadas que descansan en el centro sobre cuatro columnas pareadas de orden toscano. Este espacio salva en desnivel con el patio mediante una serie de escalones.
A la derecha del apeadero se encontraba situada la casa del administrador de la institución, haciendo ángulo de la calle Jamerdana y la Plaza de los Venerables. Son unas dependencias de dos plantas distribuidas en torno a un pequeño patio.
Este patio es de planta cuadrada con cinco arcadas sobre columnas de mármol de orden toscano con basa ática, que soportan un segundo cuerpo cerrado con balcones separados por pilastras de ladrillo avitolado, situados a eje de los arcos de la galería inferior. Las galerías se alzan sobre el nivel del patio, al que se desciende por cuatro escalinatas, correspondientes a cada una de las arcadas centrales. En el centro se sitúa una fuente rodeada por escalinatas circulares concéntricas de ladrillo y azulejos, con la finalidad de reducir el desnivel del suelo posibilitando la fluidez del agua en la fuente. El empleo simultáneo del ladrillo, la azulejería y el mármol hacen que este patio sea el más típico de los sevillanos
y un verdadero acierto de su creador, Leonardo de Figueroa.
En el lado del patio inmediato a la entrada, se abre la caja de la escalera principal, espacio de planta rectangular y dos cuerpos de acceso, se cubre con bóveda elíptica gallonada con ocho nervios dobles apoyada sobre trompas, decorada con ricas yeserías muy carnosas de traza barroca y con motivos eclesiológicos.
A continuación se dispone la Sala de Cabildo y el refectorio bajos, dependencias cuadrangulares cubiertas con artesonados de finales del siglo XVII. Otras dependencias menores, dormitorios y cocinas, hoy día perdidas, figuraron en el lado de poniente del patio, hasta el lado noroeste del mismo, donde tras la iglesia se sitúa otro patio menor o de poniente. Este pequeño patio cuenta con una galería de columnas y una crujía superior. Este patio estaba ocupado por las celdas de los sacerdotes.
El costado oriental se encuentra situada la enfermería baja. Es un gran salón rectangular con arquería central apoyada en cinco columnas de orden toscano, con cubierta plana. En las enjutas de los arcos se distribuye decoración de yeserías de motivos vegetales carnosos y símbolos papales.
La planta alta, a la que se accede por la escalera principal, repite la disposición de la inferior, destinada a ser habitada en invierno. La enfermería alta, situada sobre la baja, se comunicaba directamente con el coro alto de la iglesia, disponiéndose en el ángulo sureste, la torre mirador superior al refectorio alto, cubierta con armadura de estilo mudéjar.
El templo, al igual que el conjunto, fue trazado por Juan Domínguez y continuado por Leonardo de Figueroa. La fábrica es de planta rectangular, de una nave, encajonada, dividida en tres tramos, cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos y arcos fajones, mientras que el crucero, levemente acusado en planta, se cubre con media naranja gallonada y encamonada sin tambor, en el antepresbiterio. Exteriormente esta cúpula se cubre por tejado a cuatro aguas con buhardillas. Cabe destacar del interior el empleo de capiteles en forma de ménsula. Su notable decoración pictórica mural, a base de fingidos tapices, donde aparecen representadas escenas diversa de la historia de la Iglesia, se deben a Lucas Valdés y en parte al padre de éste, Juan Valdés Leal.
La particularidad más acusada de este templo se encuentra en la disposición del pórtico de acceso sobre el que se dispone el coro alto.
La fachada principal, se encuentra situada en el muro del lado de la Epístola. Está proyectada con dos cuerpos de traza bien distinta; el inferior compuesto por una triple arcada semicircular con decoración en la clave, que descansa sobre columnas dobles de mármol rojo de orden toscano sobre pedestales y con cimacios decorados con gallones, sobre el eje de estas columnas se ubican dos pequeñas pilastras cajeadas de almohadillas que recogen el peso del entablamento que separa al cuerpo alto. En este último contrasta, a simple vista, su riqueza decorativa frente a la austeridad del cuerpo inferior. Cuenta con triple división, ordenado en tres calles, divididas por pilastras dóricas de ladrillo con fustes avitolados.
La caja central la ocupa una hornacina de medio punto, con la figura de San Fernando, encuadrada con columnas de fustes recubiertos por una malla de cintas enlazadas que estuvieron muy en boga en el tercer cuarto del siglo XVII. Las calles laterales parten de sendos óculos rodeados de decoración vegetal, flanqueados por pilastras estípites cajeadas con capiteles formados por hojas de acanto como ménsulas. La fachada se presenta rematada en el tercer cuerpo mediante un gran vano rectangular con orejetas coronado por un frontón triangular desventrado, insertándose en un diseño puramente serliano.
Cabe destacar la bicromía del conjunto, tanto en el patio como en las fachadas, entre el blanco de la cal y el rojo del ladrillo de pilastras, arquitrabes y cornisas, las primeras con vitolas muy marcadas, aportan una visión muy particular y característica del conjunto.
El Hospital de los Venerables Sacerdotes, está considerado como uno de los más los más bellos ejemplos de arquitectura barroca sevillana.
Después de la epidemia de peste que sufrió la ciudad de Sevilla en 1649 surgen una serie de ilustres que comenzaron a dar prestigio a fundaciones de caridad, por un lado Miguel de Mañara y el Hospital de la Caridad y por otro Justino de Neve y la Casa Hospicio de los venerables Sacerdotes. La primera casa destinada al cuidado de sacerdotes para tal se encontraba situada en la calle de las Palmas, actual Jesús del Gran Poder, para pasar con posterioridad a lo que hoy día se conoce como Hospital de los Viejos en la calle Amparo.
Tras varias vicisitudes y pasar por varios inmuebles se adquirió un solar cedido por don pedro Manuel Colón y Portugal, conde de Gelves y duque de Veragua, iniciándose pronto la construcción del nuevo edificio, destinado a asilo de venerables sacerdotes cuya fundación se realizó en 1675 por don Justino de Neve, Canónigo de la catedral de Sevilla.
La construcción del edificio se inició el mismo año de su fundación sobre terreno cedido, en el sitio que ocupaba el antiguo corral de Comedias llamado Corral de Doña Elvira.
Las obras estuvieron en principio bajo la dirección de Juan Domínguez, y desde 1688 hasta su conclusión, en 1697, se encomendaron al insigne maestro Leonardo de Figueroa y Reina.
En la decoración del edificio intervinieron los artistas más relevantes de la época, el maestro carpintero Juan García, el herrero Pedro Muñoz, arquitectos como José Tirado, pintores como Juan de Valdés Leal y su hijo Lucas Valdés, entre otros.
La vida de la Casa- hospicio sólo sufrió alteraciones durante el siglo XIX. Primero en 1810, cuando los franceses derribaron la Iglesia de Santa Cruz, pasando la parroquia a la iglesia de los Venerables. Más tarde, a raíz de dictarse las leyes desamortizadoras de 1820, el edificio fue convertido en fábrica de tejidos y de fósforos, dependiendo el templo de la parroquia de Santa Cruz (Guía Digital del Patrimonio Cultural).
El Hospital de los Venerables Sacerdotes, institución fundada por el canónigo Justino de Neve para residencia de sacerdotes ancianos en 1675. Posee el edificio un sevillanísimo patio central, alrededor del cual se organizan las distintas dependencias. En el costado frontero a la entrada se sitúa la iglesia, sencillo templo de una sola nave cuyo valor no se encuentra en su arquitectura, sino en las obras de arte que guarda. Para empezar, los frescos de la cúpula del antepresbiterio, realizados por Juan de Valdés Leal, convierten el templo en uno de los más exuberantes de Sevilla. Luego, los muros están enteramente cubiertos con pinturas de Lucas Valdés. El retablo mayor impresiona por su armonía y su sencillez. Data sólo de 1889, pero es una preciosidad. Tiene dos cuerpos dorados. En el inferior, enmarcado entre dos altas columnas corintias estriadas, figura un gran lienzo con la Última Cena, de Lucas Valdés. En el superior aparecen tres lienzos, el central corresponde a la Apoteosis de San Fernando, anónimo. A un lado y a otro figuran San Clemente y San Isidoro, pintados por Virgilio Mattoni en 1891. Hay otros dos cuadros de este pintor en los muros del presbiterio, San Fernando a los pies de la Virgen de la Antigua y San Fernando entregando la mezquita de Sevilla al obispo don Remondo. Debajo de estos hay otros dos, más pequeños, que están pintados sobre placas de mármol, circunstancia muy poco frecuente; el de la izquierda representa a la Virgen con el Niño y es de Sassoferrato, en tanto el de la derecha es de Lucas Valdés y representa a la Inmaculada. Junto a los pilares que enmarcan el presbiterio figuran otras cuatro piezas sumamente interesantes, se trata de cuatro cobres flamencos de la mitad del siglo XVII. En el muro izquierdo, entre el pilar citado y el púlpito, obra en mármol polícromo de Francisco Barahona, realizada en 1669, se encuentra el retablo del Crucificado, labrado por Juan de Oviedo en 1698. En el mismo lado, sigue un retablo en cuyo banco hay una escultura de San Esteban, atribuible, casi con toda seguridad, a Martínez Montañés. Entre este retablo y el siguiente, aparecen dos lienzos de Lucas Valdés, el Bautismo de Cristo y la Curación del Paralítico. A los pies del templo hay dos esculturas que representan a San Fernando y a San Pedro, ambas de Pedro Roldán, fechadas en 1698. Magníficas son las pinturas que cubren el techo de la sacristía. Las realizó Juan de Valdés Leal en 1685 y son una escenificación del Triunfo de la Cruz. Lo más curioso es que el techo es plano, pero gracias al efecto óptico propiciado por el artista se tiene la impresión de estar ante una bóveda (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Juan María Vianney, presbítero;
Jean Marie Baptiste Vianney o Viannay, párroco de Ars, localidad situada al norte de Lyon, modelo de todas las virtudes sacerdotales. Nació en 1786, y en 1818 fue designado cura párroco del pueblo de Ars, en la región de Dombes (Ain), perteneciente a la diócesis de Belley, donde murió en 1859. Se le debe la introducción en Francia del culto de santa Filomena, personaje desprovisto de todo fundamento histórico y que pertenece al conjunto de las supercherías hagiográficas.
La popularidad de Vianney atraía hacia su confesionario a multitudes de peregrinos, más numerosos que los visitantes cosmopolitas y mundanos que en el Siglo de las Luces se concentraban en la antesala de Voltaire, «el patriarca de Ferney», localidad esta última, próxima a Ars.
Fue beatificado en 1905 por el papa Pío X, quien lo propuso como ejemplo al clero secular. Canonizado por el papa Pío XI, es el santo patrón de los curas párrocos.
Sus imágenes en yeso pintado, fabricadas en serie en los talleres de Saint Sulpice, se prodigaron en las iglesias. Al igual que Bernardita (Bernadette) de Lourdes, no interesa tanto desde el punto de vista del arte religioso como desde el relativo a la devoción e imaginería popular (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Jean Marie Baptiste Vianney o Viannay, párroco de Ars, localidad situada al norte de Lyon, modelo de todas las virtudes sacerdotales. Nació en 1786, y en 1818 fue designado cura párroco del pueblo de Ars, en la región de Dombes (Ain), perteneciente a la diócesis de Belley, donde murió en 1859. Se le debe la introducción en Francia del culto de santa Filomena, personaje desprovisto de todo fundamento histórico y que pertenece al conjunto de las supercherías hagiográficas.
La popularidad de Vianney atraía hacia su confesionario a multitudes de peregrinos, más numerosos que los visitantes cosmopolitas y mundanos que en el Siglo de las Luces se concentraban en la antesala de Voltaire, «el patriarca de Ferney», localidad esta última, próxima a Ars.
Fue beatificado en 1905 por el papa Pío X, quien lo propuso como ejemplo al clero secular. Canonizado por el papa Pío XI, es el santo patrón de los curas párrocos.
Sus imágenes en yeso pintado, fabricadas en serie en los talleres de Saint Sulpice, se prodigaron en las iglesias. Al igual que Bernardita (Bernadette) de Lourdes, no interesa tanto desde el punto de vista del arte religioso como desde el relativo a la devoción e imaginería popular (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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