Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen de Santa María de las Aguas, anónima, en su retablo de la Iglesia Colegial del Divino Salvador, de Sevilla.
Hoy, sábado 26 de octubre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado.
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen de Santa María de las Aguas, anónima, en su retablo de la Iglesia Colegial del Divino Salvador.
La Iglesia Colegial del Divino Salvador [nº 19 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 44 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la plaza del Salvador, 3 (también tiene acceso por la calle Córdoba, s/n); en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo.
Interesantísima, regia y augusta efigie sedente de la época fernandina, siglo XIII. Mide 1,74 m. y se muestra sentada sobre un sillón, con expresión de gran empaque, soberanía y majestad, a semejanza de la Patrona de Sevilla, Ntra. Sra. de los Reyes, con la cual se relaciona íntimamente, por seguir el mismo esquema iconográfico. El maniquí es de época barroca, siglo XVII, quizás del taller montañesino. Lleva sobre las rodillas un Niño Jesús de gran interés artístico, cuya cabeza parece ser aún la primitiva, pero reformada en época posterior. El conjunto total sugiere la idea de María como trono, como divino sitial para la gloria de su Hijo. Según la tradición, el origen del título de las Aguas obedece al remedio de una pertinaz sequía que durante el cerco de Sevilla puso en peligro cosechas y ganados; agradecido por su intervención, el propio rey San Fernando hizo labrar esta efigie. A lo largo de los siglos ha sido una de las más veneradas por el pueblo sevillano, y los anales de la ciudad registran que era especialmente invocada durante los sucesos fastos o nefastos. Salió muchas veces en públicas rogativas. El propio Cervantes, en su novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, se hace eco de la devoción que disfrutaba este simulacro mariano.
Tuvo una Real cofradía, que no funciona en la actualidad, pero conserva retablo, camarín y simpecados de incalculable mérito. Igualmente posee palio de tumbilla, muy característico, y una silla de manos, pieza única, que antes se usaba para llevar al Niño. A pesar de la decadencia de la corporación, el patrimonio artístico subsistente apenas admite rival posible. Santa María de las Aguas tuteló espiritualmente, como Patrona, el ilustre templo Colegial del Divino Salvador. En mayo de 1972 fue la primera imagen sevillana sacada por una cuadrilla de jóvenes costaleros voluntarios, lo cual estableció un nuevo hito histórico: la trascendencia de esta iniciativa alcanzó tal calibre e importancia, que desde entonces empieza otra época para las cofradías hispalenses (Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana, repertorio iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Se trata de una representación de la Virgen María en la iconografía de la "Virgen Majestad" que fue usual a partir de la Alta Edad Media y que la muestra sedente y portando entre sus brazos al Niño Jesús; así pues, la Virgen aparece sentada en un suntuoso sillón y adoptando la función de trono para su Hijo.
Las numerosas intervenciones que ha sufrido la pieza desde la fecha de su ejecución hasta la actualidad -recogidas en el apéndice de Historia de la pieza- han tergiversado su imagen primigenia, aunque sigue detentando resabios de su estado original. Es por ello que presenta en su rostro unos rasgos faciales delicados y elegantes que, en un primer momento, serían más fríos y distanciados, inmersos en un hieratismo frontal y melancólico, y que actualmente adquieren una mayor humanidad. También sus estilizadas manos muestran el refinamiento aristocrático definidor de la estética original de esta pieza.
La anatomía está constituida por un maniquí articulado posterior a la ejecución de la cabeza y manos, como también es posterior la imagen del Niño Jesús que porta entre sus brazos.
Interesantísima, regia y augusta efigie sedente de la época fernandina, siglo XIII. Mide 1,74 m. y se muestra sentada sobre un sillón, con expresión de gran empaque, soberanía y majestad, a semejanza de la Patrona de Sevilla, Ntra. Sra. de los Reyes, con la cual se relaciona íntimamente, por seguir el mismo esquema iconográfico. El maniquí es de época barroca, siglo XVII, quizás del taller montañesino. Lleva sobre las rodillas un Niño Jesús de gran interés artístico, cuya cabeza parece ser aún la primitiva, pero reformada en época posterior. El conjunto total sugiere la idea de María como trono, como divino sitial para la gloria de su Hijo. Según la tradición, el origen del título de las Aguas obedece al remedio de una pertinaz sequía que durante el cerco de Sevilla puso en peligro cosechas y ganados; agradecido por su intervención, el propio rey San Fernando hizo labrar esta efigie. A lo largo de los siglos ha sido una de las más veneradas por el pueblo sevillano, y los anales de la ciudad registran que era especialmente invocada durante los sucesos fastos o nefastos. Salió muchas veces en públicas rogativas. El propio Cervantes, en su novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, se hace eco de la devoción que disfrutaba este simulacro mariano.
Tuvo una Real cofradía, que no funciona en la actualidad, pero conserva retablo, camarín y simpecados de incalculable mérito. Igualmente posee palio de tumbilla, muy característico, y una silla de manos, pieza única, que antes se usaba para llevar al Niño. A pesar de la decadencia de la corporación, el patrimonio artístico subsistente apenas admite rival posible. Santa María de las Aguas tuteló espiritualmente, como Patrona, el ilustre templo Colegial del Divino Salvador. En mayo de 1972 fue la primera imagen sevillana sacada por una cuadrilla de jóvenes costaleros voluntarios, lo cual estableció un nuevo hito histórico: la trascendencia de esta iniciativa alcanzó tal calibre e importancia, que desde entonces empieza otra época para las cofradías hispalenses (Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana, repertorio iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Se trata de una representación de la Virgen María en la iconografía de la "Virgen Majestad" que fue usual a partir de la Alta Edad Media y que la muestra sedente y portando entre sus brazos al Niño Jesús; así pues, la Virgen aparece sentada en un suntuoso sillón y adoptando la función de trono para su Hijo.
Las numerosas intervenciones que ha sufrido la pieza desde la fecha de su ejecución hasta la actualidad -recogidas en el apéndice de Historia de la pieza- han tergiversado su imagen primigenia, aunque sigue detentando resabios de su estado original. Es por ello que presenta en su rostro unos rasgos faciales delicados y elegantes que, en un primer momento, serían más fríos y distanciados, inmersos en un hieratismo frontal y melancólico, y que actualmente adquieren una mayor humanidad. También sus estilizadas manos muestran el refinamiento aristocrático definidor de la estética original de esta pieza.
La pieza -cuya advocación se relaciona con el reinado de Fernando III- ha sufrido numerosas intervenciones desde la fecha de su ejecución hasta la actualidad. En el Siglo XVII sufrió transformaciones sustanciales: en primer lugar, su rostro fue modelado con pasta en la zona de los ojos, labios y frente para ofrecer un semblante más parecido a la Virgen de los Reyes, advocación en auge en este momento; también se llevó a cabo la encarnadura de la talla y, lo más importante, su anatomía de maniquí articulado fue sustituida por un candelero barroco, al que se le añadieron la cabeza y manos góticos.
Igualmente, la figura del Niño Jesús que la Virgen portaba en su regazo, fue sustituida en el año 1583 por la imagen actual.
En el siglo XX ha sido restaurada por el escultor Paz Vélez y, más recientemente por el Profesor J. M. Miñarro (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual. Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos. En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe. El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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