Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza Nueva, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 5 de julio, es el aniversario de la Ley de 5 de julio de 1856, en la que se establecía la elección de los alcaldes a través de los mismos habitantes del pueblo, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la Plaza Nueva, de Sevilla, puesto que en ella se ubica el Ayuntamiento de la capital andaluza.
La plaza Nueva es, en el Callejero Sevillano, una plaza que se encuentra en los Barrios de la Alfalfa, y del Arenal, del Distrito Casco Antiguo, entre las calles Granada, Tetuán, Jaén, Méndez Núñez, Bilbao, Madrid, Badajoz, Barcelona, y Joaquín Guichot,
La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario, y está dedicada a lo reciente de su construcción, en el momento en el que se rotuló, de ahí el calificativo de Nueva.
Lo que en un principio fue un calificativo que aludía a su reciente formación, se transformaría en el nombre propio y oficial de esta plaza, pues, aunque ha tenido diversas denominaciones, ha acabado por consolidarse y oficializarse la expresión popular. En 1857 se la rotula Infanta Isabel, por la primogénita de los duques de Montpensier; en 1868, con el triunfo de la revolución, se le bautiza Libertad; en 1873, se le da el de República y, transitoriamente, el de República Federal, al advenimiento de ésta; en 1875 se le cambia por el de San Fernando, y en 1931 recibió el de plaza Nueva; no obstante, se siguió usando aquél en las décadas posteriores.
Se abre sobre el solar del convento de San Francisco, fundado en el s. XIII, y uno de los más importantes de la ciudad por sus dimensiones, obras de arte y vínculos con instituciones y estamentos. En 1810 sufrió un incendio del que no se recuperó. Por esos años ya se proyecta la apertura de una plaza, pero no se hará efectiva. En la década de 1840 la iniciativa privada retoma la idea con una intención especulativa; sin embargo, la demora en la tramitación le lleva a renunciar, y a comienzos de la década de 1850 la asume el municipio, siguiendo los planos de Ángel de Ayala, modificados posteriormente por Balbino Marrón. La estructura básica con que fue concebida la conserva: un rectángulo en dirección este-oeste, con un espacio central como paseo, bordeado por calzadas para la circulación de vehículos, con sus correspondientes aceras. Ha perdido, sin embargo, la uniformidad de las fachadas, que fue otra de sus características iniciales.
El espacio central fue concebido como salón, y ya en los primeros años se plantaron naranjos y palmeras, y se le dotó de tres hileras de bancos de mármol con respaldos de hierro en todo el contorno, y en el centro un quiosco para la música. El crecimiento del tráfico rodado llevó, ya en el presente siglo, a su remodelación. En 1920 se reduce el espacio central, para dar mayor anchura a la calzada perimetral, y se suprime la hilera exterior de bancos. En 1924 se instalan artísticas farolas de hierro, y en la década de 1930 se produce otra remodelación: un nuevo estrechamiento del espacio central, que ahora se rodea de parterres y se cierra con una balaustrada de mármol, la cual desaparecerá años más tarde. Se pavimenta de losas de mármol y recuadros de chino lavado, con diversos motivos figurativos. En las últimas décadas se han reducido las aceras que bordean el espacio central a fin de disponer andenes para autobuses. Las obras de apertura de una boca de metro en los últimos años de la década de 1970, han hecho que la mitad del mismo haya sido desmontado y rodeado de una tapia ya levantada con ocasión de estas obras, apareció en el subsuelo un lecho arenoso y los restos de un barco de época medieval, confirmando la existencia de un antiguo brazo del Guadalquivir en esta zona.
La calzada perimetral o arrecife, inicialmente empedrada, fue adoquinada en la década de 1880; dicho sistema experimentó reformas en distintas ocasiones, siendo sustituidas las grandes piezas originarias por otras más pequeñas; en 1961 se pavimentó con la capa asfáltica actual. Las aceras primitivas eran de baldosas, que fueron sustituidas por una capa de cemento en la primera década del presente siglo, y posteriormente por las actuales losetas; están dotadas de alcorques con naranjos. Pronto se instaló la luz de gas; en distintas fechas se adquirieron farolas artísticas para colocarlas ante el Ayuntamiento y para completar el mobiliario del "salón"; allí se efectúan, en fechas señaladas, las primeras iluminaciones eléctricas en la década de los 60, pero el alumbrado público con electricidad no llegaría hasta el cambio de siglo. En la década de 1960 se instaló el nuevo sistema fluorescente con farolas de báculo, que fue sustituido en la siguiente por las actuales fernandinas.
Poco después de su formación existió una propuesta para levantar en su centro un monumento a Murillo; más tarde se propuso otro en honor de Isabel II, coincidiendo con la inauguración oficial de la plaza (1862), pero la reina desistió para que se erigiese en honor de San Fernando, patrón de la ciudad. La idea fue aceptada, en 1877 se colocó la primera piedra, pero el monumento no se realizó hasta 1924, según proyecto de Juan Talavera; Joaquín Bilbao es el autor de la figura ecuestre, y las esculturas del pedestal son de Sánchez Cid, Pérez Comendador, López Rodríguez, y Lafita Díaz
En la segunda mitad del pasado siglo se completó la dotación de la plaza con urinarios y quioscos destinados a diversos usos. Mientras aquéllos desaparecieron con el tiempo, éstos han persistido, aunque evolucionando formalmente. Hoy existen dos de la empresa de transportes urbanos, otro tantos de periódicos, uno de flores y otro de chucherías, más varias cabinas telefónicas. Completan este equipamiento las marquesinas de las paradas de autobuses.
Una de las características iniciales de la plaza fue un caserío uniforme con edificios de tres plantas, fachadas de piedra y rematados por azoteas, que no siempre contó con el beneplácito general, levantándose voces denunciando su monotonía y poca calidad artística. Dicha uniformidad se conservó hasta 1917, en que se plantea la ruptura de la misma. No obstante, en la década de los 60 aún se conservaba la mayor parte de la edificación primitiva, que hoy casi ha desaparecido. Sólo se conserva la fachada de las casas entre la calle Barcelona y la Telefónica, que también fueron las últimas en levantarse. La uniformidad primitiva ha sido sustituida por la diversidad de estilos y alturas, que llegan a las siete plantas, aunque predominan las de cinco. Destacan el edificio regionalista neobarroco de Telefónica, de Juan Talavera (1925); el también regionalista, esquina a Badajoz, de Vicente Traver (1917), y la fachada neoclásica del Ayuntamiento, diseñada por Balbino Marrón (1858). Inmediata al edificio de Telefónica se encuentra la pequeña capilla barroca, de una nave, de San Onofre, único resto del antiguo convento franciscano, que quedó integrada en el caserío, sin ningún signo externo de su función.
Desde sus orígenes, la nueva plaza aparece como una "plaza mayor", sobre todo por el valor de centralidad que pronto adquiere, especialmente en sus funciones de sociabilidad. Síntoma de esta realidad es el intento de sustituir a la plaza de San Francisco en la "carrera oficial" de las cofradías, que se hizo en 1874, pero que no prosperó. En ella tienen lugar numerosos actos patrióticos o políticos: proclamaciones de cambios de régimen, celebración de las fiestas regias, con exposición del retrato del monarca. Esta ceremonia anual fue descrita por Hans Christian Andersen, en los siguientes términos: "...el balcón del Ayuntamiento fue colgado con coloristas reposteros galonados de oro, encima del mismo se dispuso un retrato de la reina con un marco dorado. Dos soldados -gente real que vive- rindieron honores, bajo órdenes de permanecer firmes, inmóviles como soldados de madera, durante más de una hora... El sol daba directamente sobre el rostro de los dos hombres desdichados, quienes no se atrevieron a mover un músculo ni apenas pestañear. Esta era una ceremonia tradicional y en lo que a este tipo de cosas concierne España está aún viviendo en el pasado". (A visit to Spain, 1862).
También los acontecimientos políticos repercutieron en ella; quizás el más importante, el que fuese escenario de uno de los escasos enfrentamientos armados que tuvieron lugar el 18 de julio de 1936, incluso con emplazamiento de piezas artilleras. Pero sobre todo, concentraciones patrióticas y militares, en especial con ocasión de cambios de régimen, o como las celebradas durante la guerra civil de 1936 a 1939. En fin, punto de confluencia de manifestaciones reivindicativas o de solidaridad, etc.; entre las más recientes y multitudinarias, la que el 4 de diciembre de 1978 reclamó un referéndum sobre el nivel de autonomía de Andalucía. Pero, sobre todo, fue un centro de reunión y paseo de la sociedad sevillana. La plaza Nueva suplantará a los otros que existían hasta ese momento, en especial al del Duque. Desde los primeros momentos se instalaron sillas, que se alquilaban a los que iban a ella a descansar y pasar el rato; ya en l 855, El Porvenir alude a la concentración de personas en las noches veraniegas que acuden al paseo, amenizado por bandas de música; y la Guía de Sevilla, de 1866, señala que la clase más elegante asiste en esas noches al paseo, en el que actúan bandas de la guarnición. La temporada veraniega se abría el día del Corpus. A partir de dicha fecha, los días de fiesta y otros acudían dichas bandas, más tarde la de la "sopa", llamada así por estar integrada por niños del Hospicio, la municipal, y otras orquestas, para amenizar el citado paseo. Al mismo tiempo, a todo lo largo de la segunda mitad de la centuria decimonónica proliferan las más diversas actuaciones de saltimbanquis, funambulistas, circos, ejercicios gimnásticos y otras diversiones, y cuando el cine haga su aparición, también tendrán lugar pases al aire libre.
Todo ello contribuía a la existencia de quioscos de bebidas y aguaduchos, al pulular de aguadores, heladeros y de vendedores de otros comestibles; "por una perra gorda los puestos de agua ofrecían horchatas de almendras, refrescos de corteza de sidra y de zarzaparrilla y agua con panales de todos los colores; y el carrillo de las gaseosas brindaba frescas y estomacales naranjadas y de limón por una perrilla y hasta por una diminuta moneda de dos céntimos se podían gustar los barquillos de canela, los almendrados y corrucos, los cangrejos y camarones y pepitas tostadas de calabazas" (A. Palacios Miniño, Estampas de mi tierra. Sevilla y provincia en sus manos). Aunque acudían de todas las clases sociales, no se mezclaban. Como señala Muñoz San Román, las familias acomodadas se concentraban en el lado norte, y en el opuesto las demás; aquéllas "formando corros, juntándose según su mayor amistad y conocimiento. Y eran de ver las niñas puestas de sombrerillos con adornos de uvas y flores; las señoras dándoles que las dan a los pericones y los muchachos con sus sombreros de paja y sus chalecos blancos de piqué y solapas cruzadas, discurriendo, éstos últimos, por la vera del mejor sector y entablando batallas con los ojos hasta llegar al asalto de los corazones. Porque muchachos y muchachas tomaban el fresco a distancia segura, como correspondía al más extremado decoro." ("El veraneo en la plaza Nueva", ABC, 7-VIII-1942). En ambos lados se formaban estos corros o "peñas" de contertulios. El cuadro se completaba con los niños jugando entre dichos corros, con las consiguientes molestias, que denuncia la prensa. Juan Sierra recuerda la plaza de su infancia: "Nuestros juegos en aquella hora tan honda del verano, cuando se encendían los primeros faroles, y los cascos de los caballos de los landós eran como teclas de oro en la perla calurosa del anochecer" (Sevilla en su cielo).
La animación se incrementaba en diversos momentos, coincidiendo con fiestas, como la del Corpus, solemnizada con iluminación especial y con fuegos de artificio; en otros casos, con motivo de la proclamación de la República o la de la Monarquía, u otros acontecimientos. El Ayuntamiento promovió una velada en la festividad de San Fernando en 1878, que no volvió a celebrarse. El Carnaval será la fiesta popular más ligada a la plaza, como refleja la prensa de estas décadas. El Ayuntamiento la engalanaba para los tres días del Carnaval y el Domingo de Piñata; en ella se concentraban las máscaras y las sociedades que desfilaban en las cabalgatas o en el entierro de la sardina. Además, tenían lugar conciertos y otras diversiones. Así se mantuvo hasta 1891, en que, con motivo de la decadencia de la fiesta, el Ayuntamiento dejó de exornarla, según la Guía de Gómez Zarzuela. La animación y esa función de paseo debió ir perdiéndose con el cambio de siglo, pues en un escrito dirigido al Ayuntamiento por varios sevillanos (1914), se la describe como lugar triste y abandonado. Muñoz San Román hacía la misma apreciación en 1942, atribuyéndolo a la proliferación de la práctica del veraneo y a la costumbre de pasear en coche por la Palmera. Sin embargo, José Andrés Vázquez ofrece una imagen distinta para la siguiente década, aunque ya ha hecho su aparición uno de los peligros que amenazan a dicha función: "Ahora no faltan ruidos, no. El centro de la plaza -el salón propiamente dicho- es acogedor y apacible; pero los arrecifes circundantes mantienen una circulación intensa que, en realidad, debiera ser menos ruidosa y menos maloliente a gasolina y grasa quemadas. Un sofocante estacionamiento -líbrenos Dios de emplear la palabrota de 'aparcamiento', pues nos lo impide nuestra buena crianza- achica el espacio y hasta lo inficciona. Así y todo, con la seguridad de que no hay peligro alguno, la ilustre plaza acoge tertulias de hombres mayores; de señoras de toda edad que, al terminar sus cotidianos quehaceres, salen a respirar cerca de casa; niñeras al cuidado de la grey infantil, mientras los soldados francos de servicio las galantean como es de su tradicional incumbencia; niños que allí hacen sus deberes escolares o juntan sellos o estampitas; y niñas que abrieron escuela de baile 'por sevillanas' o se reunieron en rueda para cantar, como flores animadas que hubiesen salido de los arriates". ("Horas en la plaza Nueva", ABC, VIII-1954). En estos tiempos es más frecuentado por jubilados, aparte de que la reducción del espacio por las obras del metro ha restado capacidad y estética a la misma, y la intensificación del tráfico ha restado tranquilidad. También se han celebrado diversas ferias del libro, y mercados de temas navideños, y en las últimas décadas se viene instalando un "nacimiento"; a ella, en fin, han acudido los sevillanos a festejar el cambio de año.
Toda esta actividad y el papel desempeñado por la plaza, contribuyó a la aparición en su entorno de fondas y hoteles. Algunos serán de los más importantes de la ciudad, a los que acudía la élite de los visitantes, como los príncipes de Gales y Rotschild, en el caso del Cuatro Naciones (1876), la Fonda de Londres, en la que se aloja H. Ch. Andersen, o el Inglaterra. A mediados de la presente centuria había cuatro, entre ellos el Cecil-Oriente y el Inglaterra, que ha cumplido los cien años y es el único superviviente. También se instalaron círculos, como el Casino Liberal (1897), el Sevillano (1899), el Círculo de Recreo (1862) y el Nuevo Círculo (1865). Un importante punto de reunión durante décadas fue el Café la Perla, en la esquina con Tetuán.
En la actualidad, las funciones que pre dominan siguen estando relacionadas con el sector servicios, pero con un importante cambio cualitativo: casi absoluto dominio de las oficinas públicas (Consejería de Gobernación, Telefónica, Ayuntamiento) y privadas, algún banco, y sólo en el frente norte existen comercios, en su mayoría de lujo.
Se ha consolidado como parada terminal de numerosas líneas de autobuses, que ocupan casi todo el perímetro de la plaza, a lo que hay que añadir una parada de taxis. Por otro lado, el ser lugar de paso hacia el norte por el centro de la ciudad, y la existencia en ella y en su entorno de numerosos edificios públicos, contribuye a que se encuentre con frecuencia colapsada de tráfico. De todas formas este movimiento de personas y vehículos, en el que el Ayuntamiento tiene una especial importancia, por el volumen de personas que a él acuden, decrece considerablemente por la tarde, al estar cerradas las oficinas, al tiempo que su fachada se convierte, como hace décadas, en punto de cita de la juventud, para iniciar el paseo a la caída de la tarde. Son numerosos los autores que citan esta plaza en sus escritos, entre otros M. Chaves Rey, M. Chaves Nogales, J. Sierra; o sitúan aquí escenas de sus obras, como Pérez Lugin, Blasco lbáñez, A. Palacios Valdés, A. Grosso, A. Burgos. También ha sido objeto de ensayos o artículos (S. Montoto, J. A. Vázquez, M. Sánchez del Arco) [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
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La plaza Nueva, al detalle:
Edificio de Telefónica, de Juan de Talavera y Heredia
Casa Longoria, de Vicente Traver
Monumento a San Fernando
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