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martes, 13 de julio de 2021

El Pabellón de la Prensa (actual Colegio España), de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa

       Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Pabellón de la Prensa (actual Colegio España), de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa, de Sevilla.
     Hoy, 13 de julio, es el aniversario de la adjudicación de las obras (13 de julio de 1928) del Pabellón de la Prensa, para la Exposición Iberoamericana de 1929, así que hoy es el mejor día para ExplicArte el Pabellón de la Prensa (actual Colegio España), de Vicente Traver, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa, de Sevilla.
     El Pabellón de la Prensa, actual Colegio España (nº 35 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 30 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929), de Vicente Traver y Tomás, se encuentra en el Parque de María Luisa (nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla), en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa del Distrito Sur, y se sitúa en la glorieta de Covadonga.
     Andan escasos los datos sobre el Pabellón de la Prensa en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, de 1929-1930. En primer lugar, por supuesto, porque muchas cosas se han perdido. Ya se sabe que los archivos del Comité Ejecutivo del certamen, una vez clausurado éste y disueltos sus organismos rectores, fueron a parar a los sótanos del Pabellón Mudéjar de la plaza de América, de donde los rescató la Hemeroteca Municipal para llevárselos a su sede del Colegio de la Madrina y, posteriormente, a1 rehabilitado edificio de los antiguos Juzgados de la calle Almirante Apodaca. Desde el Colegio de Niñas Ciegas de "La Madrina", en los jardines de San Telmo, a la sede actual de la Hemeroteca en el antiguo palacio de los Juzgados no se perdió ni un papel, porque todo venía ordenado, clasificado y fichado. Pero el largo período en que los archivos de la Exposición del 29 estuvieron amontonados en el Pabellón Mudéjar es algo que queda fuera del control de los servicios de la Hemeroteca Municipal, cuya responsabilidad en torno a aquellos ar­chivos arranca del momento en que se hace cargo de pilas más o menos informes de papeles y decide su traspaso a su sede de los jardines de San Telmo. En ese momento, muchas cosas ya no existían. Y, claro, la Hemeroteca, eficientemente dirigida por Alfonso Braojos Garrido, no podía suplir irre­mediables carencias y tuvo que limitarse a conservar y clasificar lo que quedaba. Y la verdad es que del Pabellón de la Prensa -hoy Colegio Público España- quedaba bien poco: apenas alguna certificación de obra, con sus correspondientes desgloses.
   Podríamos, tal vez, aducir una se­gunda explicación a esa penuria de datos sobre el Pabellón de la Prensa. Y es el hecho de que ese pabellón fue una estructura en cierta manera marginal y de última hora en el contexto general de la actividad del Comité Ejecutivo. 
UN VIAJE A ALEMANIA
   En efecto, según datos que constan en el archivo de José María Cabeza, miembro del Consejo de Redacción de nuestra Revista Aparejadores, la idea de levantar el pabellón de la Prensa en el recinto de la Exposición Iberoamericana de Sevilla surgió en el curso de un viaje a Alemania del comisario regio del certamen, José Cruz Conde, a principios de 1928. Cruz Conde estuvo en Colonia en coincidencia con un Congreso Internacional de Prensa y se vino no sólo con la idea decidida de construir el pabellón, sino, incluso, con una operación ya cerrada por la que el Comité Ejecutivo del certamen iberoamericano compraba el contenido del "stand" montado por España en el encuentro internacional de Colonia -lo mismo la documentación que el mobiliario­ para utilizarlo para "rellenar" esa "Casa de la Prensa"-con este nombre figura en la documentación que hemos podido consultar en la Hemeroteca Municipal- que había que montar en Sevilla.
   Volver Cruz Conde de Alemania y encargar al equipo técnico del Comité Ejecutivo la redacción del proyecto debió de ser la misma cosa, porque la fecha fijada para el comienzo de las obras fue la del 20 de julio de 1928. Hacía ya más de un año de la dimisión de Aníbal González como arquitecto general del certamen y ocupaba esa plaza el arquitecto Vicente Traver y Thomas, que era auxiliado por un reducido equipo técnico integrado por el arquitecto José Granados y los aparejadores Hoyuela -felizmente en activo todavía- y Tous. Este fue el equipo que redactó "de oficio" el proyecto del Pabellón de la Prensa, cuya línea arquitectónica se sitúa claramente en paralelo con las de otras muchas estructuras del certamen iberoamericano y po­dría ser definida, tal vez, como de inspiración más o menos vagamente regionalista. Hay quien dice que el estilo del Pabellón de la Prensa es, sencillamente, "estilo Exposición Iberoamericana"; un estilo que autoriza lo mismo a atribuirle a todas sus creaciones un trasfondo común que a asignarles perfiles específicos que las distancien claramente unas de otras. El Pabellón de la Prensa tiene el "sello" de la arquitectura de la Exposición Iberoamericana, pero es, al mismo tiempo, un edificio diferenciado.
   El caso es que la construcción de la "Casa de la Prensa" fue una carrera contra reloj; pero las cosas debieron ir bien, sin grandes tropiezos, tal vez porque el proyecto era objeto de una especial predilección del comisario regio, que se había traído la idea de Alemania.
   Se eligió un solar de 725 metros cuadrados al borde de la llamada "plaza de las Estatuas", rebautizada después como "glorieta de Covadonga", y se acordó, en principio, un presupuesto de 130.000 pesetas. El 13 de julio del 28, la obra estaba ya adjudicada al contratista Francisco Hidalgo, quien había concurrido a la preceptiva subasta con una rebaja del 10,27 por ciento.
   Se fijaron seis meses como plazo de ejecución del proyecto, de manera que la obra estricta debía estar lista el 20 de enero de 1929. Y cabe suponer que el plazo se cumplió, pues en los primeros días del año inaugural del certamen el Comité Ejecutivo lleva adelante todas las gestiones necesarias para que el equipamiento del edificio sea completo en la fecha prevista. Así, el 29 de enero, y según hemos podido verificar en la documentación relativa a las relaciones del Comité con la Compañía Telefónica en el certamen iberoamericano -que sería du­rante muchos años la llamada "Central del Parque"-, la compañía, con fecha 7 de mayo del 29, asigna al Pabellón de la Prensa los números 31188, 31198, 31187, 31452, 31296, y 31754.
LOS PRECIOS DE AQUEL EN­TONCES
   En la Heme­roteca Municipal -caja 118, carpeta 2- hemos localizado una certificación de obras -la segunda- referida al Pabellón de la Prensa. Está refrendada, en nombre del Comité Ejecutivo, por el director de Obras del Certamen, Eduardo Carvajal, y el arquitecto director, Vicente Traver.
   El documento no es nada del otro jueves. Si acaso, su examen resulta sugestivo por aquello de la comparación entre los niveles tarifarios de una épo­ca con respecto a otra.
   Sobre un presupuesto de partida de 91.990,56 pesetas. que, con el descuento del 10,27 por ciento en subasta, se queda en 82.543, 13 pesetas, la certificación se refiere a una partida de 21.625,39 pesetas, de la que se detraen las 2.20,92 pesetas de la rebaja y se reduce, por tanto, a un líquido de remate de 19.404,47 pesetas. Lo curioso es el desglose pormenorizado que de la partida hace el contratista en su factura, a la que acumula otra partida de 18.667,69 pesetas por trabajos ejecu­tados en los meses anteriores a la fecha de la certificación, que es la del 17 de octubre de 1928.
   Así, por ejemplo, la fábrica de ladrillos con mortero semihidráulico im­porta 15.005,74 pesetas; 39 unidades de hierro laminado en viguetas de 0,22, a 32,65 pesetas cada una, hacen un total de 1.273,35 pesetas; 36 unida­des de hierro laminado en viguetas de 0,18, a 23 pesetas cada una, totalizan 828 pesetas; 16 unidades de hierro laminado en viguetas de 0,16 a 18,80 pesetas cada una, suman 300,80 pesetas; 600 unidades de hierro laminado en formeros para cubiertas, a 1,50 pesetas cada una, arrojan un total de 900 pesetas; 150 Kg. de hierro laminado en cabillas para refuerzo del basamento de hormigón valen 850 pesetas, mientras que 2.350 kilos de hierro laminado en formeros, a 1,50 pesetas/kilo, son, en total, 3.525 pesetas, cantidad de la que sólo se certifica el 70 por ciento, es decir 2.467,50 pesetas.
   Hemos podido examinar también un presupuesto general de albañilería, redactado el 6 de junio, es decir mes y medio antes del comienzo de las obras. Figuran en él una serie de partidas, todas ellas curiosas por lo que tienen de referencia sobre los precios que regían en la época. El documento es muy extenso y hemos de renunciar a reproducirlo en su integridad. Pero no nos resistimos a la tentación de seleccionar algunos de sus apartados.
   Por excavación de 271,39 metros cúbicos de zanja de cimientos, a 4 pesetas el metro cúbico, factura el con­tratista 1.085,56 pesetas. Por 187,30 metros cúbicos de relleno de cimientos con hormigón de 100 Kg. de cemento por metro cúbico, a 37 pesetas el metro cúbico, se facturan 6.930,10 pesetas. Por 96,60 metros cúbicos de fábrica de hormigón de 200 Kg. de ce­mento por metro cúbico en basamen­to, a 55,27 pesetas/metro cúbico, se presupuestan 5.339,08 pesetas. Por 445,72 metros cúbicos de fábrica de ladrillos contrato y mortero semihidráulico, a 71 pesetas el metro cúbico, 31.672,86. Por 10 metros de columna de piedra artificial de 0,25 de diámetro, comprendidos losa y capitel tallado, a 175 pesetas/metro, 1.750 pesetas. Por 153 metros cuadrados de piso de madera, a 17,75 pesetas/metro cuadrado, 2.715,75 pesetas. Por 307 me­tros cuadrados de cubierta de uralita canaleta sobre enlistonado de 7 por 7 centímetros, a 9,70 pesetas el metro cuadrado, 2.981,78 pesetas. Por 70,12 metros cuadrados de teja ordinaria so­bre entramado de madera, a 36 pesetas el metro cuadrado, 2.524,32 pesetas. En la factura figura una partida de 10.414,80 pesetas por el enfoscado y enlucido, con mortero de cal, de 3.741,60 metros cuadrados de muros y paredes; esté trabajo sale, si no erramos el cálculo, a 3 pesetas el metro cuadrado. Un total de 760 pesetas cuestan 19 metros cuadrados de escalera de doble hoja con tabique, más la formación de escalones y enlucido de la vuelta. Y 85 pesetas factura el contratista por un sifón y una cámara de registro: con esa cantidad tendría hoy, apenas, para el cafelito de media mañana...
   Todos esos datos, y los demás que figuran en la factura desglosada que el contratista Francisco Hidalgo presen­tó al Comité Ejecutivo de la Exposición, tienen, sobre todo, un valor de curiosidad. De todas maneras, de la primera lectura de esa cuenta parece lícito el deducir que la obra se hizo bien, con materiales, si no "ricos", sí, al menos, sólidos y preparados para durar. Si a esa solidez de partida añadimos la nunca abdicada preocupación con que la preservación del edificio ha contado siempre, tendremos los porqués del magnífico estado actual del antiguo Pabellón de la Prensa de la Exposición Iberoamericana.
LA BIOGRAFIA ULTERIOR DEL PA­ BELLON DE LA PRENSA
   Esa preocupación ha sido protagonizada, a lo largo de cincuenta años, por el personal directivo y el claustro del Colegio España. A ellos hay que asignar el mérito de la buena conservación del edificio.
   El antiguo Pabellón de la Prensa se convierte en colegio público -colegio nacional se decía entonces- poco después de concluida la guerra civil. Antes, en los años treinta, fue una especie de escuela de artes y oficios, lo que se deduce del hecho de que, al ser elegido como sede de un colegio na­cional, hubo que empezar por liberarlo de gran cantidad de elementos de es­cultura, modelado y otros enseres pro­pios de una escuela de aquel tipo que tenía almacenados en su interior. Nos lo cuenta un hombre que a lo largo de un cuarto de siglo fue director del Colegio España: Alonso Cerrato Prieto. El recuerda la insistencia con que había que demandar de la autoridad educati­va la reparación de tal o cual pavimento, el arreglo de tal o cual dependencia. Con esa táctica de la insistencia, el edificio se ha librado del abandono que, por desgracia, ha acabado con mu­chos pabellones del certamen iberoamericano o está a punto -todavía, a estas alturas, como si no hubiera habido ya bastante destrucción- de acabar con algunos de los que aún perma­necen en pie.
   El Colegio España, que empezó co­mo centro educativo de niñas y ahora es ya mixto, cuenta hoy con diez unidades y una matrícula de doscientos sesenta alumnos. En el momento de redactar este informe, es dirigido por Piedad Cavero. A ella y a todo el equipo directivo del centro hemos de agradecer la cordialidad y buena disposición que nos han brindado y que han hecho menos difícil la elaboración de un tra­bajo que, por carencia de datos, se presentaba bastante arduo.
   La función docente asignada al antiguo Pabellón de la Prensa no ha su­puesto en el edificio ninguna transformación sustancial. Se han hecho tan sólo las adaptaciones precisas y se han abordado, por supuesto, las reparaciones que el mismo uso del inmueble ha venido demandando. Alonso Cerrato recuerda, por ejemplo, la renovación del pavimento del gran "hall" central del pabellón y la supresión, en lo que hoy es la sala de profesores, de una especie de estanque con fondo de azulejos que, realmente, bien poco tenía que hacer en un edificio destinado a colegio. Por lo demás, se han pavimentado los espacios exteriores, que han quedado convertidos en estupendos patios, y, separado del cuerpo primitivo del edificio por una especie de atrio descubierto, se ha incorporado al conjunto un salón de usos múltiples. Todo lo demás está igual y, sin duda, infinitamente mejor de como estaría si el Colegio España no hubiera contado en todo momento con un personal directivo con alto sentido de su responsabilidad y, sobre todo, con un acendrado cariño por el centro.
EL PABELLON DE LA PRENSA, POR FUERA Y POR DENTRO
   Aunque no hemos podido localizar una descripción del edificio redactada por los arquitectos Traver y Granados, autores del proyecto, la sencillez de líneas que caracteriza al antiguo Pabellón de la Prensa de la Exposición Iberoamericana pone las cosas bastante fáciles, incluso para un profano.
   El edificio tiene dos plantas y, en uno de sus extremos, tres, ya que se eleva una torre rectangular que, por sus dimensiones, constituye casi una planta más.
   El cuerpo central del pabellón se asoma a la glorieta de Covadonga por la fachada principal del edificio. En esta fachada se abren tres arcos guarneci­dos de rejas, por los que se accede a un pequeño atrio cubierto, cuya longi­tud es la misma de la fachada del propio cuerpo central. Desde ese atrio se accede al gran "hall" o salón principal del edificio a través de tres puertas que quedan enfrentadas, una a una, a los tres arcos exteriores. A cada lado de esa trilogía de arcos se abre en la misma fachada un gran ventanal.
   Por encima de los tres arcos de ac­ceso, a los que se llega desde la glorieta por una breve escalinata, corre un friso con adornos en relieve y de inspiración barroca. En el friso se abren cinco óculos, separados por seis poten­tes ménsulas que sostienen una gran visera, especie de alero cubierto de tejas, que recorre toda la longitud de la fachada principal.
   El cuerpo central se alarga por am­bos lados con dos cuerpos laterales rematados por tejados inclinados cu­yos vértices se adornan con pináculos de cerámica. Cada cuerpo lateral se abre, en la planta baja, por un gran ven­tanal, mientras que la fachada se rom­pe con una pequeña ventana a la altura de la planta superior. En los muros de esos dos cuerpos laterales se sitúan los elementos que iluminan la fachada principal del edificio.
   Por su parte izquierda -conforme se contempla el conjunto desde la glorieta de Covadonga- la fachada principal forma ángulo de noventa grados con una fachada lateral corrida y prácticamente sin ningún elemento definidor. Esta fachada se ve interrumpida por una de las paredes que delimitan el atrio descubierto desde el que se ac­cede al nuevo salón de usos múltiples. Ese atrio, de forma rectangular, queda definido por la fachada lateral izquierda del conjunto primitivo, la del nuevo salón y dos lienzos de pared, que forman los lados menores del rectángulo y que se abren en dos grandes accesos rematados por arcos semicirculares -al estilo de los de la fachada prin­cipal- y guarnecidos de rejas de hierro.
   La fachada lateral derecha -siempre conforme se mira el edificio desde la glorieta de Covadonga- presenta, con respecto a la anterior, una mayor complejidad. Un primer lienzo sostiene la torre rectangular. Con dos gran­des ventanales al nivel de la planta baja, al de la planta superior presenta ese lienzo tan sólo dos pequeñas ventanas gemelas. La fachada de la torre propiamente dicha, en cambio, se abre por un gracioso balcón con piso y barandilla semicirculares. La torre tiene, en sus lados largos, tejado de doble ver­tiente, mientras que en los lados cortos el te­jado, de menores dimensiones, desciende, con igual inclinación, al en­cuentro del muro. En cada uno de los extremos de la arista que determina el encuentro de las cuatro cubiertas, la torre es rematada con un pináculo de cerámica.
   Bajo la torre, la fachada lateral de­recha presenta un pequeño retranqueo y se abre en otra puerta de entra­da al edificio. A esa puerta se accede desde el nivel del patio lateral a través de algunos escalones. La puerta aparece rematada, como las de la fachada principal, por un arco semicircular y por encima de ella corre una pequeña visera cubierta de tejas, similar a la del cuerpo principal del pabellón.
   A continuación de ese nuevo acceso, la fachada se resuelve en una esquina redonda, que determina, por dentro, la pieza donde el colegio tiene instalada su cocina de alumnos. Y estamos ya en la fachada trasera del con­junto, sobre la que se abre otro acceso al interior, en forma de gran puerta rematada en arco semicircular y con tres escalones para salvar la diferencia de nivel con el espacio abierto que rodea el edificio. En esta fachada se abren también, al nivel de la planta baja, dos grandes ventanales. La fachada forma ángulo con la de un pequeño cuerpo saliente del conjunto, que alberga las dependencias de la portería del colegio. La espalda de ese pequeño cuer­po semiautónomo entra en contacto con el atrio descubierto que da entrada al salón de usos múltiples. Y con esto se cierra el somero "recorrido peri­metral" del antiguo Pabellón de la Prensa.
   Por dentro, no es que el edificio tenga mucho que ver, aunque, eso sí, hemos de insistir en que el grado de conservación del conjunto es muy alto.
   Sin duda, la pieza más destacable es el gran "hall" central, una pieza espléndida que acumula la altura de las dos plantas del edificio. La planta baja es un gran salón corrido que, aparte de constituir un importante elemento de distribución desde el que se accede a todas las piezas de ese nivel -aulas, dependencias de dirección y profesorado y unidad administrativa- viene prestando inestimables servicios como lugar de reunión para determinadas actividades culturales.
   A la altura de la planta superior, recorre el perímetro del gran vestíbulo una galería que se asoma al amplio espacio por una balaustrada en madera. Esa galería es el factor de distribución de las dependencias de la planta alta y a ella se accede desde el ancho pasillo que comunica la puerta lateral derecha del pabellón con el vestíbulo interior. El acceso es a través de una esca­lera a la que hemos aludido al espigar en el desglose de la factura presenta­da por la contrata que se adjudicó la ejecución del proyecto.
   El techo del gran vestíbulo central, contrariamente a lo que ocurre con los de otros pabellones de la Exposición Iberoamericana, no presenta ninguna decoración especial. No tiene artesonado ni se ha utilizado ninguno de los recursos decorativos que tan genero­samente se prodigaron en otras es­tructuras del certamen. Tan sólo un falso techo de escayola, sobre el que se han marcado en tono oscuro, y en sen­tido transversal, algunas vigas simuladas. La verdad es que, en su sencillez, el techo del vestíbulo resulta hasta elegante, con la elegancia de las cosas que se hacen al margen de cualquier ostentación. El "hall" resulta así, como conjunto, una estancia verdaderamente digna, aunque, si atendemos a sus dimensiones y las cotejamos con las de las restantes piezas del edificio, hay una clara desproporción. Habrá que pensar que la importancia de las funciones que, dentro del contexto general del inmueble, se asignaban al vestíbulo demandaban precisamente una desproporción de ese calibre.
   Por lo demás, no guarda el edificio accesorios decorativos que merezcan la pena. Se recuerda que el desaparecido estanque interior estaba revestido de bella azulejería de tono azul; pero no parece que se tratara tampoco de piezas de especial valor. La cantidad de piezas que revestían ese estanque no era muy importante, pues la "piscina" -así designan el estanque algunos que creen recordarlo por encima del tiempo, y quizá los años transcurridos tras su desaparición les hayan distorsionado un tanto las medidas­ no tenía, según nuestras noticias, mu­cho más de veinte centímetros de fon­do, es decir que la profundidad del estanque era igual a la longitud de un la­do de un azulejo de los pequeños. Lo cierto es que aquel estanque no tenía demasiado objeto en un colegio y se tomó la decisión de suprimirlo para ha­cerle sitio al lugar de reunión del claustro del centro. El suelo primitivo del gran vestíbulo central es, según nos informa, otro de los elementos desaparecidos, ya que su estado llegó a ser lo bastante deplorable como para que la autoridad educativa autorizara, hace no muchos años, su sustitución. Por cierto, el nuevo pavimento, en pequeña loseta roja sevillana, le ha devuelto al salón su decoro y el aspecto de sus mejores tiempos. Aparte esas reparaciones insoslayables y la ya aludida construcción del salón de usos múltiples, todo está como estaba. Si acaso, habrá que referir­se a los trabajos de adecentamiento de todo el entorno que rodea el edificio y que han convertido espacios terrizos y polvorientos en magníficos espacios pavimentados para el juego de los es­colares, quienes, además, desde el cierre del Parque de María Luisa a la circulación rodada, vienen utilizando para sus recreos el gran desahogo de la contigua glorieta de Covadonga.
A MODO DE CONCLUSION
   Y ésta vendría a ser la monografía posible del Pabellón de la Prensa de la Exposición Iberoamericana de 1929. Aunque hay motivos para dudarlo, es posible que algún día alguien encuentre más datos y elabore un trabajo más denso y más profundo. De momento, con el material que hemos podido espigar aquí y allá. no cabía hacer precisamente algo muy distinto de lo que hemos hecho. No obstante, nos parece que, más o menos, hemos dicho lo más impor­tante y que podría recapitularse así: el Pabellón de la Prensa fue el resultado de una decisión tardía del comisario regio de la Exposición Iberoamericana; la redacción del proyecto, tal vez a causa de las urgencias del tiempo, no siguió los cauces de libre concurso que siguieron otros muchos proyectos del certamen, sino que fue encargada de oficio al equipo técnico del Comité Ejecutivo, encabezado por los arquitectos Traver y Granados; la obra, con algunas variantes y simplificaciones, se atiene a la línea estilística imperante en gran parte de las estructuras de la Exposición y que fue impulsada, sobre todo, por el arquitecto Aníbal Gonzá­lez; la ejecución del proyecto se ajustó a los plazos previstos y, a juzgar por lo que se puede deducir de la escasa documentación existente, fue técnicamente correcta, lo que dio como resultado un edificio bien estructurado y sólido.
   Y, por último, digamos que gran parte del mérito de la buena conservación del Pabellón de la Prensa ha de atribuirse no sólo al hecho de que al inmueble, antes de que pudiera empe­zar a ser víctima de las degradaciones del abandono, se le asignara una fun­ción concreta, sino también -y sobre todo- a que en todo momento estuvo a cargo de personas preocupadas y responsables (Francisco Anglada Anglada, El Pabellón de la Prensa en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Revista Aparejadores, nº 37. Sevilla, 1991). 
Conozcamos mejor la Biografía de Vicente Traver Tomás, autor del edificio reseñado;
     Vicente Traver Tomás (Castellón de la Plana 23 de septiembre de 1888 – Alicante 15 de noviembre de 1966). Arquitecto y publicista
     Vicente Traver fue un arquitecto prolífico y polifacético, de gran proyección en tierras valencianas y andaluzas durante la primera mitad del siglo XX, que ha sido calificado por algunos historiadores como el máximo representante del casticismo en tierras valencianas.
     Formado en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, donde se tituló en 1912, a mediados del año siguiente fue nombrado arquitecto de la Comisaría Regia de Turismo y Cultura Artística Popular, por el Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II Marques de la Vega Inclán, marchando a Sevilla, para realizar el traslado de la portada del palacio de los Duques de Arcos en Marchena a la Huerta del Retiro de los jardines del alcázar sevillano. Posteriormente y también como arquitecto de la Comisaría Regia se hizo cargo de diversas restauraciones en Toledo (castillo de Layos, 1918), Sevilla y Valladolid (Casa de Cervantes). En 1914 se estableció en Sevilla, donde permaneció casi veinte años, y ganó el concurso de la sección de Bellas Artes del Ateneo sevillano con un anteproyecto de hotel en los Jardines de Eslava, principiando una fecunda etapa en la que realizó gran número de obras particulares en la ciudad del Guadalquivir y otras capitales andaluzas.
     Galardonado en 1926 con la medalla de oro de la exposición de Arte Decorativo de Paris y con el Gran premio de la Exposición Iberoamericana de Sevilla, fue presidente de la Asociación General de Arquitectos, siendo nombrado el 13 de enero de 1927, tras la renuncia de Aníbal González, arquitecto general y director artístico de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. A este respecto se ha calificado el papel de Traver como decisivo para el éxito de la Exposición Internacional, pues a su cargo estuvo no tan solo la realización de proyectos sino también la supervisión artística de pabellones particulares y oficiales.
     Distinguido en 1929 con los grados de Caballero y Comendador de la Orden del Santo Cristo, de Portugal y Galardonado en 1930 con el primer premio del concurso nacional para el proyecto del templo monumental dedicado a la Virgen de los Desamparados de Valencia, en 1933 regresaba a su ciudad natal, –a la que no obstante permaneció vinculado durante su estancia en Sevilla, especialmente con la Sociedad Castellonense de Cultura, de la que era miembro fundador y colaborador de su Boletín–, y para la que ya en 1925 había redactado el Plan de ordenación y urbanización de Castellón y proyectado y edificado diversas viviendas.
     En Castellón estableció su oficina de trabajo y rápidamente se nutrió de clientela particular además de la de carácter eclesiástico, pues fue nombrado arquitecto diocesano de Tortosa, siendo numerosas los edificios que diseñó y construyó, tanto en su ciudad natal como en poblaciones vecinas y Valencia capital.
     Nombrado durante el conflicto bélico Auxiliar Técnico de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Castellón (1936-38) y posteriormente Agente de Enlace del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, tras la entrada de las tropas del general Franco, el 14 de abril de 1939 fue nombrado alcalde de Castellón, cargo que desempeñó hasta noviembre de 1942, impulsando diversas reformas urbanas contempladas en el Plan que había redactado en 1925.
     Arquitecto diocesano de Valencia desde el 14 de julio de 1939, dirigió la restauración del Aula Capitular de la Catedral de Valencia, la de la capilla de las reliquias y la llamada capilla del Santo Cáliz, así como la reconstrucción del Palacio Arzobispal y la construcción del Seminario Metropolitano de Valencia en Moncada.
     Dedicado a la arquitectura y también a la labor de publicista e investigador, llevó a cabo numerosas e importantes obras en Castellón y poblaciones de su entorno, en un estilo clasicista y ecléctico muy característico de nuestro biografiado.
     Nombrado en 1914 caballero de la Real Orden de Isabel La Católica y un año más tarde condecorado con el grado de comendador de la misma Real orden, fue designado en 1948 presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Castellón.
     De su afición al cultivo de la Historia surgieron diversos libros y numerosos artículos en el “Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura”, de la que fue miembro activo y vice-presidente. Fue también correspondiente de la Real Academia de la Historia y de las de Bellas Artes de San Fernando, Santa Isabel de Hungría y San Carlos (Ferrán Olucha Montins, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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