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domingo, 28 de julio de 2019

El Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), de Aníbal González, en el Parque de María Luisa

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. 
   El Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929) [nº 68 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 35 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 32 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 35 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en la plaza de América, 3 [nº 2 en el plano oficial del Parque de María Luisa]; en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.   
   Ocupa el llamado Pabellón Mudéjar, que Aníbal González realizó con motivo de la Exposición Iberoamericana entre 1911 y 1914. Las colecciones que contiene son variadas, en cuanto a los objetos, pero bastante unitaria cronológicamente. Predomina un criterio etnográfico, pues se agrupan los objetos de carácter sociológico e histórico, seleccionados en la mayoría de los casos con sentido artístico. En la planta primera hay siete salas de contenido muy diverso. La primera está dedicada fundamentalmente al vestido cortesano del siglo pasado, pero hay también otros objetos interesantes. En el centro de la sala se halla una silla de manos, del siglo XVIII, y un carruaje del XIX, y en dos vitrinas se exhiben piezas de orfebrería.  
    Una de ellas está dedicada a los niños y contiene una magnífica colección de sonajeros de plata que abarcan desde el siglo XVIII hasta el XX. Los hay también de oro y de marfil. Preside la vitrina un Niño Jesús-relicario, de madera tallada vestido a la manera cortesana de la primera mitad del siglo XVII, y a su lado hay un pequeño niño orante con ropas del siglo XVIII. La otra vitrina contiene pequeñas joyas tales como pendientes, pulseras, horquillas, diademas, etc., realizadas en plata, oro, coral y azabache; casi todas son obras del siglo XIX, siendo destacables un broche con cuatro colgantes de plata, de estilo neorrococó, de hacia 1870 y de uso masculino, y un conjunto de objetos de azabache, de hermosa labra y gran realce, de comienzos del siglo XX. En el centro de la vitrina se halla una Virgen con el Niño vestida al estilo cortesano de comienzos del siglo XVII, conservando la golilla encolada tanto la Virgen como el Niño. Hay también una pequeña imagen de Santa o de la Virgen Niña de la misma época.`
   En la sala siguiente hay un magnífico espejo con marco de bronce dorado y porcelana, de mediados del pasado siglo, y una colección de pintura que se compone de retratos en su mayor parte. Destacan entre ellos dos lienzos de José Gutiérrez de la Vega, que representan niños y que pueden fecharse hacia 1875, y otros retratos de tipos populares, obras de Andrés Pariadi, de comienzos del siglo XX. Como obra de primerísima calidad destacan un lienzo de Santa Rosalía con riquísimo vestido e interesante adorno de joyas obra del siglo XVII. La sala segunda contiene trajes populares andaluces, algunos objetos de cerámica y exvotos, presidiendo el recinto una gran pintura de la romería del Rocío, obra de Hernández Nájera, fechada en 1917. De mayor interés artístico es el cuadro de José Arpa, titulado En la Sacristía. En la sala III se exhiben algunos instrumentos musicales, letrillas populares, ilustradas con viñetas, y un libro de coro procedente del convento de Santa María de Jesús, escrito por Juan Romero Ballesteros, predicador de San Francisco el Grande, en 1739, y decorado con temas vegetales barrocos y de lacería.
   La sala IV está ocupada por objetos utilizaos en las tareas agrícolas antes de la mecanización. La sala V es pequeña y contiene algunos objetos de orfebrería. Entre las obras mejor conservadas pueden mencionarse tres lámparas de colgar, de plata repujada, de los siglos XVIII y XIX, un panel de plata procedente de un frontal neoclásico, varias coronas, potencias, ráfagas y diademas, de los estilos barroco, rococó y neoclásico. Interesante es un relicario en forma de ostensorio del siglo XVII y un conjunto de orfebrería civil del XIX. Otras obras existentes en la sala son un edículo de madera con trabajo de taracea, firmada por Andrés Macarro y fechado en 1906-1914; un pequeño Crucificado, cuyo pecho se abre y muestra una diminuta escena del Calvario, que puede fecharse en el siglo XVII, y una cruz de cristal con remates de bronce dorado de la misma época. 
   La sala VI está dedicada a los tejidos, encajes y bordados, pudiendo contarse entre estos últimos magníficas piezas de fines del siglo XVI y de comienzos del XVII, procedentes de ropas de culto. Hay también bellos bordados en sedas de colores de los siglos XVIII y XIX. Muy hermosos son los tejidos de brocado entre los que destaca una capa pluvial del siglo XVI. En la sala se encuentra una arqueta de taracea mudéjar del siglo XV, un jarro de cerámica de Talavera del XVII y un tapiz que representa la escena de los pilluelos comiendo uvas, de Murillo, fechado en 1730 en la Fábrica de Tapices de Sevilla. 
  En la sala VII se reproducen las habitaciones de dos tipos de viviendas, la campesina y la ciudadana, ambas del siglo XIX, aunque la campesina muestra algunas piezas de mobiliario anteriores. En una de las galerías que dan al patio se halla instalada una magnífica colección de cerámica modernista que procede de la fábrica de la Cartuja de Sevilla.
   La planta baja está dedicada a la exhibición de los oficios tradicionales, mostrando un lagar, una fragua, un horno de cocer pan con cerámicas populares del siglo XVIII, el torno de un alfarero y un taller de curtidos de pieles. En esta misma sala se exhiben los instrumentos de trabajo de los fundidores de metales y algunas piezas representativas de bronce, cobre o latón, siendo dignas de mención siete bandejas del tipo "dinanderie", con diversos temas en relieve, varios almireces, vasijas. y algunas estapillas con decoración de ataurique empleadas en el repujado de cueros. Lo más interesante de la planta baja son, sin embargo, las salas y pasillos dedicados a la cerámica, que abarca de los siglos XIV al XIX y que comprende todas las técnicas cerámicas vidriada en relieve, cerámica de cuerda seca, cerámica de cuenca y cerámica pintada o pisana. En los azulejos, que son los más abundantes, se encuentran ejemplares en relieve del siglo XIV con representación de temas heráldicos. Muy interesante es un azulejo hecho con técnica de cuerda seca, con el escudo de los Reyes Católicos y una inscripción en letra gótica que procede del antiguo pósito y se fecha en 1503.
   Con la técnica de cuenca hay numerosos azulejos y más aún con la de tipo pisana o pintada. De esta última técnica hay un azulejo fechado en 1575 y otro firmado Egeverut pictor ambos decorados con bellos temas renacentistas y dignos de la magnífica escuela sevillana. Del siglo XVII hay algunos que representan imágenes de santos, si bien son los azulejos de los siglos XVIII y XIX los más abundantes. Estos son de pequeño tamaño, proceden de la numeración de las casas y de algunos rótulos indicativos de lugares o edificios, estando muchos de ellos fechados. Las vasijas son menos abundantes y proceden en su mayoría de los siglos XVIII y XIX [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
     Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
     Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
     Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
     Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez- Dalp, como el casino Arias Montano.
     En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
     Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano- Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
     Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
     Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
     Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
     La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
     En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
     Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
     La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
         Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo de Artes y Costumbres Populares (Pabellón de Arte Antiguo para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

Más sobre el Parque de María Luisa, en ExplicArte Sevilla.

Más sobre la Exposición Iberoamericana de 1929, en ExplicArte Sevilla.

El Museo de Artes y Costumbres Populares, al detalle:
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