Déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla.
El Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929) [nº 67 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 36 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 30 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 36 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en la plaza de América, 2 [nº 2 en el plano oficial del Parque de María Luisa]; en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
El edificio es un bello ejemplar neorrenacentista construido por Aníbal González entre 1911 y 1919 con ocasión de la Exposición Iberoamericana. Las colecciones arqueológicas se hallan aquí instaladas desde 1942, habiendo residido anteriormente en otros lugares.
La creación de todos los museos y de éste en particular es consecuencia de la exclaustración de 1835, en que, archivos, bibliotecas y objetos de arte de los conventos pasaron a ser propiedad del Estado. En Sevilla, como en las demás ciudades, se formó una Junta de Museos que se dedicó a reunir las piezas artísticas. Desde 1875 el Museo Provincial se instaló en el Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, y allí estuvo la colección arqueológica hasta 1942 en que se trasladó al edificio actual. El edificio ha sido sometido a obras de ampliación y adaptación para poder instalar las nuevas colecciones que habían llegado al museo en los años posteriores a su inauguración.
El contenido del museo lo hace estar situado entre los primeros de España, no solamente por la abundancia de sus piezas, sino por su excelente calidad. Las colecciones más importantes son las romanas e hispano-romanas, que proceden fundamentalmente de Itálica, aunque también hay piezas importantes de Écija, Estepa, Alcalá del Río, Villanueva del Río, etc., además de las procedentes de donaciones particulares o del Ayuntamiento de Sevilla. Aunque la mayor parte de los fondos del museo son de época romana, hay que destaca piezas de gran calidad de etapas prerromanas, así como restos visigodos, musulmanes y mudéjares.
El edificio del museo tiene una gran sala elíptica en el centro, de la que parten dos alas. En la de la derecha se instalan las antigüedades ibéricas y romanas, dedicándose algunas salas a las piezas medievales. En los sótanos se exponen, en diez salas, todos los restos arqueológicos de las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, así como los objetos importados por los colonizadores fenicios, griegos y cartagineses. En la planta alta se ha instalado una sala dedicada exclusivamente al Tesoro de El Carambolo y la sala de exposiciones temporales.
En las primeras salas de la planta sótano se hallan los ajuares procedentes de los dólmenes de la provincia, especialmente los encontrados en Matarrubilla y Ontiveros de Valencina, conteniendo este último puntas de flecha de cristal de roca. Muy interesantes son los ídolos-cilindros y los ídolos-placa, contemporáneos de estos ajuares. La sala IV está dedicada a las edades del Bronce y Hierro, pudiéndose mencionar las estelas funerarias con representación esquemática del guerrero, con su carro y sus armas. En la sala V comienzan los objetos de la cultura tartésica, pero es en la VI (actualmente en la sala de la planta superior dedicada al Tesoro de El Carambolo) donde se expone el tesoro del Carambolo, así llamado por haberse encontrado en este lugar, cerro cercano a la villa de Camas. Se trata de un aderezo, probablemente masculino, compuesto por dieciséis placas de cinturón o diadema, dos pectorales, dos brazaletes y una cadena con colgante. Las piezas están decoradas a base de semiesferas, rosetas y cordones, teniendo gran semejanza con las joyas del Mediterráneo Oriental, de donde parece probable que viniesen, pudiendo datarse entre los siglos VII y VIII a.C. En la misma sala se halla una figurita sedente de Astarté, de estilo egipcio-saita, con inscripción en el plinto que explica la dedicación. Es obra también del siglo VIII a.C. y procede igualmente del cerro del Carambolo.
En la sala VII se exhiben piezas fenicias o púnicas de importación, entre las que cabe mencionar el tesorillo de Évora, descubierto cerca de Sanlúcar de Barrameda, y compuesto por varias piezas de oro, entre las que destaca una diadema articulada, que puede datar del siglo VII a.C.
A la Edad del Bronce está dedicada la Sala VIII, exhibiéndose en ella numerosas utensilios de este metal, entre los que destaca el bronce Carriazo, pequeña placa con figura central y dos pájaros laterales con alas plegadas. La sala IX guarda objetos de los diversos pueblos que vinieron a la Península antes de los romanos, es decir, fenicios, griegos y cartagineses, apreciándose muestras cerámicas de interés. Finalmente la sala X se dedica a la civilización ibérica, inmediatamente anterior a los romanos y contemporánea de ellos, mostrando cerámicas y otros objetos con influencia de los colonizadores, pero con el fondo autóctono de la cultura ibérica. Ya en la planta baja se encuentra la sala XI, dedicada también al arte ibérico pero conteniendo las piezas monumentales de escultura. Entre ellas hay varios animales de buena labra como leones y toros, así como relieves con guerreros y cazadores. Es interesante la representación de un matrimonio en actitud sedente, vestidos a la romana, pero con algunas características autóctonas. La exhibición de las piezas propiamente romanas comienza en la sala siguiente. Contiene esculturas y pequeños objetos de bronce procedentes en su mayoría de las áreas de Écija y Sevilla. Destaca un torso imperial sedente del siglo I que procede de Mérida y varios retratos de la misma época, así como un relieve masculino procedente de un grupo de Nióbides, considerado como obra griega del siglo IV a.C.
A partir de la sala XIII comienzan las antigüedades de Itálica, destacando de entre ellas el mosaico del cortejo de Baco, que sin embargo procede de Écija, y una figura masculina semitendida, probable representación de un río. No obstante es en las salas XIV, XVII, XIX y XX donde se hallan instaladas las mejores piezas del museo, esculturas inspiradas en modelos griegos pero realizadas en su mayor parte en Roma en la época del emperador Adriano. Preside la sala XIV la escultura de Hermes, quizá la mejor escultura clásica descubierta en España. El dios va desnudo con la clámide a la espalda, mientras que los zapatos alados calzan sus pies, habiendo perdido la cabeza, casi los dos brazos y el niño Dionisos. La figura está inspirada en modelos del siglo IV a.C. y realizada en el siglo II a.C., según el canon de Lisipo. En la misma hay un gran torso de Diana, que por la calidad del mármol hizo pensar a algunos arqueólogos, que fuese un original griego del siglo IV, aunque este teoría ha sido desechada y hoy se acepta su origen romano. Es de destacar también el mosaico de tema geométrico en cuyo centro se halla la cabeza de Baco, que ocupa el centro de la sala. En la sala XV hay varias vitrinas con objetos de Itálica, y un supuesto retrato de Alejandro, copia o adaptación de un original perdido, hecho en el siglo II d.C. La sala XVII contiene otra de las piezas excepcionales del museo, la llamada Venus de Itálica, que aparece con los atributos de su origen marino, como el loto y el delfín, conservando además restos de policromía en el manto. De gran calidad es también el torso de Meleagro con clámide, y del mismo estilo es una réplica del Diadúmenos de Mirón y un torso de adolescente, piezas todas del estilo del siglo IV a.C. Son interesantes en esta misma sala los exvotos, con huellas de pies. La sala XIX está instalada en un patio cubierto, y destaca en ella como pieza principal una gran escultura de Diana cazadora, vestida con pelo y diadema real, copia romana del siglo II d.C., de un original griego. Hay también en la misma sala algunas estelas funerarias, cipos y restos de arquitectura, así como una cabeza de la diosa Cibeles o Artemisa Efésica. La sala XX ocupa el centro del edificio, tiene forma elíptica y se llama también Sala Imperial, por albergar los retratos de varios emperadores y sus familias. En los extremos del eje están Trajano y Adriano, el primero representado como general en actitud de arenga, con el manto sobre la espalda y apariencia juvenil. Le faltan parte de las extremidades enferiores y la parte superior de la cabeza, pero es una excelente obra del siglo II. Frente a él está el busto de Adriano, verdadero y magnífico retrato, vestido con una armadura en la que se representa la cabeza de la medusa Gorgona. Otras figuras de la sala son una cabeza de Octavia y otra de Augusta joven, ambas del siglo I, un retrato de Marco Aurelio, una cabeza de Nerón y dos estatuas colosales de Augusto y Adriano.
Desde la Sala Imperial se pasa a la otra ala del museo. Se comienza por la sala XXI, estructurada como la de Diana alrededor de un patio, pero conteniendo un estanque central con mosaico de peces en el fondo, a la manera de una casa romana. Está dedicada a la epigrafía romana y contiene multitud de urnas y cipos funerarios, así como el pedestal dedicado a Isis que procede de Guadix y puede datarse en el siglo II. La sala XXIII contiene planos, fotografías y restos de arquitectura procedentes de Carteia, de carácter monumental; pero la sala más interesante de esta ala es la dedicada a exponer los objetos aparecidos en Mulva, antigua Munigua, situada en el término de Villanueva del Río y Minas. El objeto de mayor interés es una cabeza femenina, de bellos rasgos y cabello liso, que se ha bautizado con el nombre de Hispania y que data del siglo II. De gran valor artístico son los vidrios y joyas de oro aparecidos en las tumbas, y de interés histórico y arqueológico son la carta del emperador Tito a las autoridades de Munigua, fechada en el año 79, y una Tessera de hospitalidad del propretor Sexto Curcio, dirigida a la misma ciudad, piezas ambas de bronce. En la misma sala hay un sarcófago de estrigilos y una figura femenina muy esbelta.
En la sala XXVI se inician las colecciones medievales, de menor importancia que las clásicas, pero con piezas interesantes. Pueden citarse los sarcófagos paleocristianos, los ladrillos conmemorativos, en relieve, visigodos y una reproducción del tesoro de Torredonjimeno instalado aquí por su relación con las Santas Justa y Rufina. A continuación se hallan las antigüedades islámicas, compuestas por bellos capiteles de trépano y algunos pequeños objetos como lucernas, destacando como pieza de gran interés histórico un fuste de columna que lleva la inscripción fundacional de la primera mezquita de Sevilla, que incluye el nombre del califa Alhaken, el del arquitecto que la levantó y la fecha de su construcción, 829-830. Se conserva también la inscripción de la mezquita de San Juan de la Palma, del siglo XI. La sala XXVII y última está dedicada al arte medieval, con piezas mudejáricas y góticas, y aunque la colección es también pequeña, las piezas son escogidas. De estilo mudéjar hay varias tinajas grandes, de barro cocido y estampillado, algunos brocales de pozo y bellas muestras de cerámica, cuya pieza principal es una pila bautismal vidriada en verde, con relieves de piñas que procede del hospital de San Lázaro y puede fecharse a fines del XV. Son también mudéjares los restos de alfarje y los tableros de madera tallada con ataurique, así como las piñas de mocárabes. Entre las piezas puramente góticas destacan dos alabastros ingleses del siglo XIV y una lauda sepulcral de bronce grabado, fechado en 1333 [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
La creación de todos los museos y de éste en particular es consecuencia de la exclaustración de 1835, en que, archivos, bibliotecas y objetos de arte de los conventos pasaron a ser propiedad del Estado. En Sevilla, como en las demás ciudades, se formó una Junta de Museos que se dedicó a reunir las piezas artísticas. Desde 1875 el Museo Provincial se instaló en el Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, y allí estuvo la colección arqueológica hasta 1942 en que se trasladó al edificio actual. El edificio ha sido sometido a obras de ampliación y adaptación para poder instalar las nuevas colecciones que habían llegado al museo en los años posteriores a su inauguración.
El contenido del museo lo hace estar situado entre los primeros de España, no solamente por la abundancia de sus piezas, sino por su excelente calidad. Las colecciones más importantes son las romanas e hispano-romanas, que proceden fundamentalmente de Itálica, aunque también hay piezas importantes de Écija, Estepa, Alcalá del Río, Villanueva del Río, etc., además de las procedentes de donaciones particulares o del Ayuntamiento de Sevilla. Aunque la mayor parte de los fondos del museo son de época romana, hay que destaca piezas de gran calidad de etapas prerromanas, así como restos visigodos, musulmanes y mudéjares.
El edificio del museo tiene una gran sala elíptica en el centro, de la que parten dos alas. En la de la derecha se instalan las antigüedades ibéricas y romanas, dedicándose algunas salas a las piezas medievales. En los sótanos se exponen, en diez salas, todos los restos arqueológicos de las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, así como los objetos importados por los colonizadores fenicios, griegos y cartagineses. En la planta alta se ha instalado una sala dedicada exclusivamente al Tesoro de El Carambolo y la sala de exposiciones temporales.
En las primeras salas de la planta sótano se hallan los ajuares procedentes de los dólmenes de la provincia, especialmente los encontrados en Matarrubilla y Ontiveros de Valencina, conteniendo este último puntas de flecha de cristal de roca. Muy interesantes son los ídolos-cilindros y los ídolos-placa, contemporáneos de estos ajuares. La sala IV está dedicada a las edades del Bronce y Hierro, pudiéndose mencionar las estelas funerarias con representación esquemática del guerrero, con su carro y sus armas. En la sala V comienzan los objetos de la cultura tartésica, pero es en la VI (actualmente en la sala de la planta superior dedicada al Tesoro de El Carambolo) donde se expone el tesoro del Carambolo, así llamado por haberse encontrado en este lugar, cerro cercano a la villa de Camas. Se trata de un aderezo, probablemente masculino, compuesto por dieciséis placas de cinturón o diadema, dos pectorales, dos brazaletes y una cadena con colgante. Las piezas están decoradas a base de semiesferas, rosetas y cordones, teniendo gran semejanza con las joyas del Mediterráneo Oriental, de donde parece probable que viniesen, pudiendo datarse entre los siglos VII y VIII a.C. En la misma sala se halla una figurita sedente de Astarté, de estilo egipcio-saita, con inscripción en el plinto que explica la dedicación. Es obra también del siglo VIII a.C. y procede igualmente del cerro del Carambolo.
En la sala VII se exhiben piezas fenicias o púnicas de importación, entre las que cabe mencionar el tesorillo de Évora, descubierto cerca de Sanlúcar de Barrameda, y compuesto por varias piezas de oro, entre las que destaca una diadema articulada, que puede datar del siglo VII a.C.
A la Edad del Bronce está dedicada la Sala VIII, exhibiéndose en ella numerosas utensilios de este metal, entre los que destaca el bronce Carriazo, pequeña placa con figura central y dos pájaros laterales con alas plegadas. La sala IX guarda objetos de los diversos pueblos que vinieron a la Península antes de los romanos, es decir, fenicios, griegos y cartagineses, apreciándose muestras cerámicas de interés. Finalmente la sala X se dedica a la civilización ibérica, inmediatamente anterior a los romanos y contemporánea de ellos, mostrando cerámicas y otros objetos con influencia de los colonizadores, pero con el fondo autóctono de la cultura ibérica. Ya en la planta baja se encuentra la sala XI, dedicada también al arte ibérico pero conteniendo las piezas monumentales de escultura. Entre ellas hay varios animales de buena labra como leones y toros, así como relieves con guerreros y cazadores. Es interesante la representación de un matrimonio en actitud sedente, vestidos a la romana, pero con algunas características autóctonas. La exhibición de las piezas propiamente romanas comienza en la sala siguiente. Contiene esculturas y pequeños objetos de bronce procedentes en su mayoría de las áreas de Écija y Sevilla. Destaca un torso imperial sedente del siglo I que procede de Mérida y varios retratos de la misma época, así como un relieve masculino procedente de un grupo de Nióbides, considerado como obra griega del siglo IV a.C.
A partir de la sala XIII comienzan las antigüedades de Itálica, destacando de entre ellas el mosaico del cortejo de Baco, que sin embargo procede de Écija, y una figura masculina semitendida, probable representación de un río. No obstante es en las salas XIV, XVII, XIX y XX donde se hallan instaladas las mejores piezas del museo, esculturas inspiradas en modelos griegos pero realizadas en su mayor parte en Roma en la época del emperador Adriano. Preside la sala XIV la escultura de Hermes, quizá la mejor escultura clásica descubierta en España. El dios va desnudo con la clámide a la espalda, mientras que los zapatos alados calzan sus pies, habiendo perdido la cabeza, casi los dos brazos y el niño Dionisos. La figura está inspirada en modelos del siglo IV a.C. y realizada en el siglo II a.C., según el canon de Lisipo. En la misma hay un gran torso de Diana, que por la calidad del mármol hizo pensar a algunos arqueólogos, que fuese un original griego del siglo IV, aunque este teoría ha sido desechada y hoy se acepta su origen romano. Es de destacar también el mosaico de tema geométrico en cuyo centro se halla la cabeza de Baco, que ocupa el centro de la sala. En la sala XV hay varias vitrinas con objetos de Itálica, y un supuesto retrato de Alejandro, copia o adaptación de un original perdido, hecho en el siglo II d.C. La sala XVII contiene otra de las piezas excepcionales del museo, la llamada Venus de Itálica, que aparece con los atributos de su origen marino, como el loto y el delfín, conservando además restos de policromía en el manto. De gran calidad es también el torso de Meleagro con clámide, y del mismo estilo es una réplica del Diadúmenos de Mirón y un torso de adolescente, piezas todas del estilo del siglo IV a.C. Son interesantes en esta misma sala los exvotos, con huellas de pies. La sala XIX está instalada en un patio cubierto, y destaca en ella como pieza principal una gran escultura de Diana cazadora, vestida con pelo y diadema real, copia romana del siglo II d.C., de un original griego. Hay también en la misma sala algunas estelas funerarias, cipos y restos de arquitectura, así como una cabeza de la diosa Cibeles o Artemisa Efésica. La sala XX ocupa el centro del edificio, tiene forma elíptica y se llama también Sala Imperial, por albergar los retratos de varios emperadores y sus familias. En los extremos del eje están Trajano y Adriano, el primero representado como general en actitud de arenga, con el manto sobre la espalda y apariencia juvenil. Le faltan parte de las extremidades enferiores y la parte superior de la cabeza, pero es una excelente obra del siglo II. Frente a él está el busto de Adriano, verdadero y magnífico retrato, vestido con una armadura en la que se representa la cabeza de la medusa Gorgona. Otras figuras de la sala son una cabeza de Octavia y otra de Augusta joven, ambas del siglo I, un retrato de Marco Aurelio, una cabeza de Nerón y dos estatuas colosales de Augusto y Adriano.
Desde la Sala Imperial se pasa a la otra ala del museo. Se comienza por la sala XXI, estructurada como la de Diana alrededor de un patio, pero conteniendo un estanque central con mosaico de peces en el fondo, a la manera de una casa romana. Está dedicada a la epigrafía romana y contiene multitud de urnas y cipos funerarios, así como el pedestal dedicado a Isis que procede de Guadix y puede datarse en el siglo II. La sala XXIII contiene planos, fotografías y restos de arquitectura procedentes de Carteia, de carácter monumental; pero la sala más interesante de esta ala es la dedicada a exponer los objetos aparecidos en Mulva, antigua Munigua, situada en el término de Villanueva del Río y Minas. El objeto de mayor interés es una cabeza femenina, de bellos rasgos y cabello liso, que se ha bautizado con el nombre de Hispania y que data del siglo II. De gran valor artístico son los vidrios y joyas de oro aparecidos en las tumbas, y de interés histórico y arqueológico son la carta del emperador Tito a las autoridades de Munigua, fechada en el año 79, y una Tessera de hospitalidad del propretor Sexto Curcio, dirigida a la misma ciudad, piezas ambas de bronce. En la misma sala hay un sarcófago de estrigilos y una figura femenina muy esbelta.
En la sala XXVI se inician las colecciones medievales, de menor importancia que las clásicas, pero con piezas interesantes. Pueden citarse los sarcófagos paleocristianos, los ladrillos conmemorativos, en relieve, visigodos y una reproducción del tesoro de Torredonjimeno instalado aquí por su relación con las Santas Justa y Rufina. A continuación se hallan las antigüedades islámicas, compuestas por bellos capiteles de trépano y algunos pequeños objetos como lucernas, destacando como pieza de gran interés histórico un fuste de columna que lleva la inscripción fundacional de la primera mezquita de Sevilla, que incluye el nombre del califa Alhaken, el del arquitecto que la levantó y la fecha de su construcción, 829-830. Se conserva también la inscripción de la mezquita de San Juan de la Palma, del siglo XI. La sala XXVII y última está dedicada al arte medieval, con piezas mudejáricas y góticas, y aunque la colección es también pequeña, las piezas son escogidas. De estilo mudéjar hay varias tinajas grandes, de barro cocido y estampillado, algunos brocales de pozo y bellas muestras de cerámica, cuya pieza principal es una pila bautismal vidriada en verde, con relieves de piñas que procede del hospital de San Lázaro y puede fecharse a fines del XV. Son también mudéjares los restos de alfarje y los tableros de madera tallada con ataurique, así como las piñas de mocárabes. Entre las piezas puramente góticas destacan dos alabastros ingleses del siglo XIV y una lauda sepulcral de bronce grabado, fechado en 1333 [Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia I. Diputación de Sevilla y Fundación José Manuel Lara, 2004].
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez-Dalp, como el casino Arias Montano.
En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano-Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Si quieres, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Museo Arqueológico (Pabellón de Bellas Artes para la Exposición Iberoamericana de 1929), en el Parque de María Luisa, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Más sobre el Parque de María Luisa, en ExplicArte Sevilla.
Más sobre la Exposición Iberoamericana de 1929, en ExplicArte Sevilla.
El Museo Arqueológico al detalle:
Sala I
Sala II
Sala III
Sala IV
Sala V
Sala VI
Sala VII
La Fuente de El Gandul
Sala VIII
Sala IX
Sala X
Sala XI
Sala XII
Sala XIII
Triunfo de Baco
Sala XIV
Sala XV
Sala XVI
Sala XVII
Sala XVIII
Sala XIX
Sala XX
Sala XXI
Sala XXII
Sala XXIII
Sala XXIV
Sala XXV
Sala XXVI
Sala XXVII
Sala monográfica del Tesoro de "El Carambolo"
El Museo Arqueológico al detalle:
Sala I
Sala II
Sala III
Sala IV
Sala V
Sala VI
Sala VII
La Fuente de El Gandul
Sala VIII
Sala IX
Sala X
Sala XI
Sala XII
Sala XIII
Triunfo de Baco
Sala XIV
Sala XV
Sala XVI
Sala XVII
Sala XVIII
Sala XIX
Sala XX
Sala XXI
Sala XXII
Sala XXIII
Sala XXIV
Sala XXV
Sala XXVI
Sala XXVII
Sala monográfica del Tesoro de "El Carambolo"
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