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viernes, 13 de marzo de 2020

La imagen "San Leandro", de Duque Cornejo, y de Guerrero de Alcántara, en el Monumento, de la Catedral de Santa María de la Sede


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la imagen "San Leandro", de Duque Cornejo, y de Guerrero de Alcántara, en el Monumento, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.  
   Hoy, 13 de marzo, en Sevilla, en Hispania, San Leandro, obispo, que en España se celebra el día trece de noviembre (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la imagen "San Leandro", de Duque Cornejo, y de Guerrero de Alcántara, en el Monumento, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
    La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
   En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la imagen de San Leandro, en el Monumento, en el Brazo Norte del Crucero [nº 016 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede] (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   La imagen de San Leandro, aparte de figurar en el altar de plata, acompaña también a San Isidoro en la procesión del Corpus y constituyen ambas imágenes un espléndido ejemplo de brillantez cromática, el movimiento de plegados y el carácter devocional que desplegó la imaginería y platería sevillana durante el siglo XVIII (Jesús Miguel Palomero Páramo, La Platería de la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   El alma de la escultura está realizado en madera, siendo visible solamente en el rostro y las manos, donde aparece policromada, realizada por Pedro Duque Cornejo en 1741, mientras que el repujado en plata es obra de Manuel Guerrero de Alcántara, en la misma fecha, siendo una imagen de 1,93 x 0,88 x 0.73 m. El resto del cuerpo está cubierto con planchas de madera, formando las vestimentas del santo, la punta de los zapatos y la basa. El santo viste de pontifical, cubriéndose con la gran capa que, cruzando por delante del santo, se recoge en el brazo izquierdo. La capa se sujeta mediante un broche. En el capillo aparecen Santa Justa y Rufina con la Giralda. Porta en la mano izquierda el báculo y sobre la cabeza la mitra. Tanto la mitra como el broche se adornan con piedras. Las vestimentas tienen decoración vegetal.
   Esta imagen, junto con la de San Isidoro, fueron realizadas para flanquear el altar del Corpus que, era levantado, en su Octava y en la de la Inmaculada, así como en el Triduo de Carnestolendas. Actualmente, el uso del altar ha quedado reducido a Monumento de Semana Santa. Desde 1859 salen en procesión el día del Corpus. En los años setenta, las dos imágenes se encontraban en los laterales del altar de la Capilla de San Francisco de la Catedral (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo;
   Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
   Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
   Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
   Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600. 
   Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severia­no, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
       La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
      «Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe. 
       Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capí­tulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
       Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
       Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
       Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
       Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
       Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostóli­co por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla. 
       Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
       La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exem­plum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
       No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
     Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo
       San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
       La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
       Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
       En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
       Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
       En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
       Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
       Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
       Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
       En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
     Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Duque Cornejo, autor de la obra reseñada;
     Pedro Duque Cornejo, (Sevilla, 14 de agosto de 1678 – Córdoba, 1757). Escultor y arquitecto.
     Perteneciente a una de las estirpes de artistas más importantes del barroco andaluz, Duque Cornejo, representa el máximo exponente y culmen de las escuelas sevillana y granadina en la escultura barroca.
     Además de escultor de tallas, trabajará como arquitecto de retablos, fundamentalmente realizando el diseño o traza, y también conociéndose obras suyas en pintura y grabado. Se le considera el imaginero y entallador más destacado del siglo XVIII en Andalucía.
     En su figura confluyen factores importantes, como es una rica formación en varias disciplinas artísticas, que le permiten no dedicarse exclusivamente a la talla; y la culminación de la idea de artista que ejerce las tres artes, que está presente en la tradición andaluza desde la figura singular de Alonso Cano. Conocedor de su propia valía, siempre tuvo un alto concepto de sí mismo, e intentó por ello la consecución del título de escultor de cámara del rey, que no logró nunca, aunque sí obtuvo el de escultor de la reina, así como privilegio de hidalguía, concedido por la Real Chancillería de Granada en 1751. Dejó muestra de su trabajo por gran parte de Andalucía, fundamentalmente Sevilla, Granada y Córdoba, y también trabajó en Madrid. Sus esculturas se van a caracterizar por las poses afectadas y el impulso barroco conseguido con las grandes ondulaciones de las telas, en sus retablos va a ser constante la aparición del estípite, como elemento definitorio de las arquitecturas.
     Sus padres fueron el escultor de origen granadino José Felipe Duque Cornejo y Francisca Roldán Villavicencio, pintora de oficio e hija a su vez del escultor Pedro Roldán. Pedro Duque Cornejo se formará en el entorno del taller familiar de su abuelo, al que hay que considerar su maestro, ya que su padre fue un escultor mediocre. El taller de Pedro Roldán era el más activo de la Sevilla del último cuarto del siglo XVII, y estaba nutrido por toda la saga familiar dedicada a oficios artísticos, como su tía Luisa Roldán, la Roldana. En este ambiente aprendería todo lo concerniente a la escultura y a la pintura y policromía de las imágenes. Su dedicación a la arquitectura vendrá algo más tardía, por el trabajo conjunto con dos arquitectos importantes, Jerónimo Balbás en Sevilla y Francisco Hurtado Izquierdo en Granada, figuras importantes para entender la obra retablística de Duque Cornejo.
     Sus primeras obras se fechan en torno a 1702, dedicándose en estos primeros momentos a la escultura de tallas y a los grabados. Empieza a granjearse cierta fama en Sevilla, lo que hace que se le encarguen las esculturas del retablo mayor de la iglesia del Sagrario de Sevilla (desaparecido en el siglo XIX), la parte arquitectónica corrió a cargo de Jerónimo Balbás, insistiendo el cabildo catedralicio en la participación de Duque Cornejo, esta empresa ocupó al escultor entre 1706 y 1709.
     En 1709 contrae matrimonio en Sevilla con Isabel de Arteaga, con la que tendrá un total de siete hijos, algunos de ellos dedicados a la pintura y escultura, van a destacar Enrique, José y María, que trabajarán como ayudantes en el taller paterno.
     Este trabajo junto a Balbás le anima a emprender su carrera como arquitecto y en 1711 contrata su primera obra como maestro arquitecto y escultor, el también desaparecido retablo de la iglesia parroquial de San Lorenzo de Sevilla; en sus retablos va a hacer gala de un barroquismo exaltado. Durante este período no deja de realizar también encargos propiamente escultóricos.
     En 1714 está documentado su traslado a Granada, ciudad en la que permanecerá hasta 1719. Su principal encargo es para la iglesia de la Virgen de las Angustias, donde va a realizar la transformación de la imagen titular y añade en la nave de la iglesia esculturas monumentales de tamaño superior al natural.
     También se le encarga la realización del retablo de la Virgen de la Antigua en la catedral granadina, donde se va a ocupar del diseño y ejecución de la arquitectura y escultura. Su diseño es deudor de Hurtado Izquierdo.
     De vuelta en Sevilla, recibe el encargo de dos retablos para la cartuja de Santa María de las Cuevas, primer contacto con la Orden cartuja, que le proporcionará otros dos encargos importantes: la realización de las esculturas para la cartuja de Granada y para la de El Paular en Madrid. Las esculturas de Granada las realizará en su segunda estancia en la ciudad entre 1723 y 1728, trabajando junto con los mejores escultores granadinos del momento. Mientras realiza el encargo granadino, recibe el de Madrid, donde viajará en 1725, alternando los dos proyectos. En ambos, la arquitectura corre a cargo de Hurtado Izquierdo. Las esculturas para las cartujas de Granada y El Paular son consideradas el mejor exponente de la escultura de Duque Cornejo.
     En estos años alternará su estancia en Granada y Madrid, con estancias también en Sevilla, donde realizará encargos importantes en la catedral.
     Durante la permanencia de la Corte de Felipe V en Sevilla, el llamado “Lustro Real”, entre 1729 y 1733, Duque Cornejo intenta entrar en la órbita de los artistas cortesanos, consiguiendo el nombramiento de escultor de la reina Isabel de Farnesio, gran aficionada a las Bellas Artes. La intención del artista es conseguir el nombramiento de escultor de cámara, que no logrará.
     En 1731 recibe su encargo más ambicioso: la realización de la arquitectura y las esculturas de los retablos de la iglesia de San Luis de los Franceses de Sevilla y de la capilla de los Novicios, para los Jesuitas. El retablo de la capilla de los Novicios es considerado su mejor intervención en el campo de la retablística.
     A partir de este momento, Duque Cornejo recibirá multitud de encargos de retablos, como los sevillanos de San Leandro o el de la parroquia de Nuestra Señora de la Consolación de Umbrete (Sevilla). En 1734 se ocupa del encargo de la realización del retablo de la Virgen de la Antigua de la catedral y del sepulcro del arzobispo Salcedo y Azcona, para situarlo en la misma capilla. El retablo es una realización en piedra.
     La obra que va a ocupar los últimos años en la vida del maestro es el encargo del coro de la catedral de Córdoba. Primero se le encomendará la ejecución de los laterales y luego el frente a modo de retablo, concertando lo primero en 1747 y el frente en 1752.
     Duque Cornejo diseña tanto la arquitectura como la escultura de esta inmensa obra repleta de ornamentación, relieves y esculturas de bulto. Cuando el coro se inauguró el 17 de septiembre de 1757, Duque Cornejo había fallecido unos meses antes, siendo enterrado en la misma catedral cordobesa (Cipriano García-Hidalgo Villena, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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