Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Arca - Relicario de San Florencio, de Hernando de Ballesteros el Viejo, en la Sacristía Mayor de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 23 de febrero, en Sevilla, de España, Memoria de San Florencio, confesor (485) [según el Martirologio Romano, de 1956].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Arca - Relicario de San Florencio, de Hernando de Ballesteros el Viejo, en la Sacristía Mayor de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar en la Sacristía Mayor [nº 091 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede], en una de sus vitrinas, el Arca - Relicario de San Florencio, realizado por Hernando de Ballesteros el Viejo en 1558-59, en plata cincelada y repujada, en estilo renacentista, con unas medidas de 0'37 x 0'57 x 0'39 mts.
La arqueta relicario de San Florencio, labrada, como quedó dicho en la biografía, entre los años 1558 y 1559.
Mucha más tradición tiene este tipo de relicario en forma de arca, los cuales se desarrollaron tanto en el Románico como en el Gótico. Tal y como veíamos en el ejemplar anterior, estas cajas fueron evolucionando y adaptándose a las nuevas corrientes estéticas que se iban imponiendo, llegando con estos dos ejemplos hispalenses, a los modelos renacentistas más depurados, en los que además se aprecian algunas desviaciones manieristas en su ornamento.
Se trata de cajas rectangulares con paredes abiertas por arcos de medio punto y tapadera a cuatro aguas con cúspide plana rectangular, que recuerda en mucho a los sarcófagos de la antigüedad clásica, algo que presumiblemente fuese intención de su tracista, aunque añadiendo los huecos en sus frentes para la contemplación y veneración pública de su contenido. En ambas, se repite el apoyo de las garras de león asiendo esferillas, tradicional en este tipo de piezas. La arquitectura empleada, al igual que sucedía en sus obras anteriores, vuelve a presentar fuertes semejanzas con construcciones contemporáneas, utilizando los soportes antropomorfos que también fueron diseñados para algunos ventanales del cabildo municipal hispalense, como para retablos de entalladores como Roque Balduque y Juan Bautista Vázquez el Viejo, todos ellos inspirados en la estampa europea. En concreto, fueron muy recurridas para estos hermes las de Marcoantonio Raimondi, y si Ballesteros no las tuvo, sí el arquitecto que dictara el diseño que debía seguir en la obra. Así, tenemos las dos vertientes, por un lado el varón hercúleo con los brazos cruzados o portando el cesto sobre su cabeza, y por otro, la fémina también musculosa que desnuda plantea similares actitudes. No obstante, habría que advertir que en la arqueta de San Florencio, las esquinas están ocupadas por estilizados ángeles orantes, los cuales, nos parecen de estética muy posterior, siendo un añadido decimonónico con total seguridad. Muy interesante igualmente es el friso del entablamento, que en ambos casos está compuesto por querubes entre guirnaldas de laurel, muy similares a uno que dictara el tratadista Sagredo en sus diseños para arquitectura y cuya reproducción aparecía en la referida edición de Medidas del Romano de 1549, además de tondos a la manera romana, bebiendo por tanto de los modelos platerescos comunes en la época.
La cubierta de ambas piezas es la parte más rica en decoración y de nuevo plantea un repertorio de grutescos, roleos vegetales y putis, además de otros elementos de traza fantástica, que recuerda en mucho a los utilizados en las partes traseras de los referidos portapaces. En las cuatro caídas, aparecen tondos circulares moldurados enmarcados por seres antropomorfos en composiciones que se acercan en mucho a estampas decorativas de Zoan de Andrea, Giovanni Antonio de Brescia, Nicoletto da Modena, Marcoantonio Raimondi, Heinrich Aldegrever y Jacob Bink. Sin embargo, y a pesar de tener fuentes comunes, este adorno se plantea en ambos casos de diferente forma, dominando los temas religiosos en una y en otra los paganos.
Donde apreciamos un repertorio más acorde con el mundo cristiano es en la arqueta de San Florencio. En él, carnosos y gruesos angelotes revolotean, juegan y se retuercen entorno a tallos florales y frutos, sin que falte tampoco algún elemento de tinte fantástico. Todos ellos están rodeando a los tondos figurativos que centran la iconografía de la pieza y se amoldan perfectamente a los espacios dedicados a ellos. Aquí observamos la huella de los grabados de Durero y Van der Leiden, aunque estos putis muestran una gran originalidad en sus posturas y formas. Más individualizado es el ornato labrado en la tapa superior. En ella, dos bellos angelotes muestran, entre cintas pendientes y elementos vegetales, los símbolos de la Pasión. Éstos van acorde con la iconografía que aparece en el medallón central de la tapadera, el Ecce Horno, un Cristo Varón de Dolores de inspiración germana, basado posiblemente en alguna de las representaciones que Durero difundió por toda Europa durante los primeros años del siglo XVI. Igualmente de inspiración nórdica son los cuatro evangelistas que aparecen en los tondos laterales, en los cuales además se aprecia el vigor y el nerviosismo de la escultura española contemporánea, con posturas y movimiento de traza grandilocuente, y una fuerte expresividad en sus rostros, que los ponen en conexión con maestros de la talla de Alonso de Berruguete y Juan de Juni.
En el otro ejemplar donde se guardan las reliquias de San Servando y San Germán, en el panel central de la tapadera, aparece un tondo con un busto femenino velado, a la manera romana y basada en la estampa italiana cuatrocentista. Este medallón está enmarcado por dos seres muy estilizados que, a modo de pajes, muestran el tondo al espectador, rodeándose éstos de un paisaje bucólico muy al estilo de los grabados germanos de la época. Sobre lo que representa esta dama, se ha señalado reiteradamente que se podría tratar de la Virgen María, aunque sus rasgos y formas no concuerdan con la habitual en la iconografía mariana. En concreto, para nosotros, y en contraposición a la simbología neotestamentaria de la arqueta anterior, creemos que pudiera reproducir la alegoría de la Sinagoga. Si tenemos en cuenta su descripción realizada por Alberto Magno en el siglo XIII, ésta tomaría la forma de una mujer con los ojos vendados, con la cabeza baja y privada de su corona, rasgos que también se describen en este busto. Asimismo, este símbolo de la antigua tradición encaja perfectamente con la iconografía de las caí das. En ellas, otros tantos medallones recogen las representaciones de profetas del Antiguo Testamento y no evangelistas como la historiografía los había denominado. De hecho, todas las figuras muestras filacterias en la que, en dos de los profetas ancianos, se leen en letras latinas Jeremías e Isaías, estando las otras dos totalmente borradas, aunque no es dificultoso concretar que se tratan de Ezequiel y Daniel, conformando el grupo de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento. Todos ellos representados de busto, nuevamente a la manera de los retratos romanos, como ya desde tiempo atrás se venía describiendo a las personalidades y a los santos en las artes plásticas hispalenses del Renacimiento. Geniales nos parecen los seres monstruosos y fantásticos que los rodean, donde encontramos tritones, sirenas, guerreros con extremidades vegetales, etc., sacados todos de los mejores y más variados repertorios decorativos de la época, tales como los grabados de Aldegrever por ejemplo, y que también se pueden apreciar la ornamentación del Ayuntamiento hispalense.
Finalmente, tampoco podemos olvidar las pequeñas perillas que aparecen en los cuatro ángulos de la arqueta, con formato panzudo y bulboso, recordando las manzanas de los cálices de esta época, y como no, los bellísimos angelitos sedentes que portan cestos de frutos, de nuevo sacados de los repertorios de
grabados aludidos de origen tanto germano como italiano (Antonio Joaquín Santos Márquez, Los Ballesteros. Una familia de plateros en la Sevilla del Quinientos. Diputación de Sevilla, 2007).
El Arca - Relicario de los Santos Servando y Germán cuyo autor es Hernando de Ballesteros el Viejo, tiene las marcas repartidas por el borde de la caja, bajo la garra delantera derecha, aureolando la cabeza de las cariátides, en la cubierta y en los cuatro taludes de la artesa: DOIFR con una ballesta en sentido diagonal (punzón de autoría de Hernando de Ballesteros el Viejo). BZERA (punzón de contrastía de Diego de la Becerra, Ensayador de Sevilla) y SE/VILLA en el interior de la Giralda (punzón de la ciudad de Sevilla). Su fecha de ejecución es 1558-1559., realizada en plata en su color, mediante el cincelado y repujado, con unas medidas de 337 mm. de alto, 516 de ancho y 323 de fondo. Su peso es de 72 marcos, 7 onzas y 3 reales (16.771 gs.), y su coste fue de 3.000 maravedís el marco labrado. El coste total de los relicarios ascendió a 383.253 maravedís.
Ambos relicarios constituyen la obra más perfecta y acabada del maestro platero de la Catedral sevillana, Hernando de Ballesteros el Viejo, y la que mejor expresa su estilo, enraizado en el formulario decorativo del primer renacimiento al que guardó siempre fidelidad irreductible. Le fueron encargados por el Cabildo tras la visita realizada en 1557 al relicario de la Iglesia, con la intención expresa de que sustituyeran a las «dos arquetas de madera doradas» que se encontraban deterioradas y escasas de policromía, y que contenían los restos de los mártires y patronos de Cádiz, San Servando y San Germán, y del confesor San Florencio.
Su construcción puede rastrearse puntualmente a través de las partidas anotadas en los Libros de Mayordomía y Adventicios de la Catedral, donde se especifica que el 27 de abril de 1558 Ballesteros cobraba 30.000 maravedís a cuenta «de los relicarios que haze para reliquias de sanctas», que se incrementaban el 24 de septiembre con otros 56.250 maravedís más por idéntico concepto. Finalmente el 19 de mayo de 1559 se pesaba la plata empleada en su confección y el 14 de junio recibía el platero el finiquito del encargo.
Condicionado por la estructura de los relicarios de madera, Ballesteros realizó dos arcas funerarias de base rectangular, que descansan sobre cuatro garras y se cierran con una tapadera en forma de artesa. Además, para que puedan contemplarse las reliquias, Ballesteros perforaba los frentes de estas cajas con arcadas sostenidas por pilastras, a las que se adosan atlantes y cariátides con un cesto de fruta sobre la cabeza en postura y actitud análoga a la empleada por los entalladores Roque de Balduque y Juan Bautista Vázquez el Viejo en los retablos que durante estas fechas realizaban para la Diócesis.
Tanto la tipología de los soportes como el abigarrado repertorio ornamental de las arcas procede de la escuela de Fontainebleau y fue conocido en Sevilla a través de las fuentes grabadas. Sin embargo la transposición no llega a ser literal ya que Ballesteros sustituye, aunque sólo en determinadas partes, el grutesco que anima a las estampas francesas por las cabezas aladas recomendadas por Sagredo a los artistas españoles en sus Medidas del Romano (Toledo, 1526) y cristianiza, en otras, los bestiones, mascarones y trofeos clásicos al convertirlos en atributos pasionarios, ofreciendo un espléndido testimonio de conciliación artística, al tiempo que revela las ideas que circulaban en Sevilla sobre el decoro exigido por la Iglesia en la ornamentación de una pieza destinada al ajuar litúrgico (Jesús M. Palomero Páramo, La Platería en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla. Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).
Pareja de arcas relicarios. Tienen forma de arca funeraria rectangular, con los frentes mayores formados por tres arcos de medio punto que descansan sobre pilastras a las que se le adosan atlantes con un cesto de frutas en la cabeza. En los lados menores sólo existen dos arcos con la misma composición. La tapa, en forma de arqueta, se decora con motivos vegetales y medallones centrales. Se completa con las patas en forma de garra, pináculos en los ángulos del arca y niños con cestos de flores en el remate de la tapa. En el interior, sobre un almohadón y envueltos en paños aparecen los restos de los santos con cartelas de papel rectangular en el que aparecen escritos los nombres de los santos.
Los relicarios fueron encargados por el Cabildo tras la visita realizada en 1557 al relicario de la Iglesia, con la intención de sustituir las arquetas de madera dorada donde se encontraban las reliquias de los Santos mártires y patronos de Cádiz, San Servando y San Germán y de San Florencio, confesor. El 27 de abril de 1558, Ballesteros recibe 30.000 maravedíes a cuenta de los relicarios. Posteriormente, se le pagan 56.250 maravedíes y el 14 de julio del mismo año se le hace entrega del finiquito. Anteriormente, el 19 de mayo se habían pesado los relicarios. El costo total de los mismos ascendió a 383.253 maravedíes. La marca "BZERA" hace alusión al contraste de Diego de la Becerra, Ensayador de Sevilla desde 1566 (Guía Digital de Patrimonio Cultural de Andalucía).
El fundamento del culto tributado a este santo, no es otro que la aparición de una lápida sepulcral y algunos restos humanos cuando, a principios del siglo XV, se estaban colocando los cimientos de parte de la catedral hispalense. La lápida decía: "Requievit in pace Florentius, vir sanctus, die VII Kalendas Marlias. Vixit annis LIII et depositus est die III Idus Marlias era DXXIII" (Florencio descansó en paz el día 23 de febrero, a la edad de cincuenta y tres años y fue sepultado el 15 de marzo del 485). La anotación "vir sanctus" que ponía la lápida, se tomó en sentido canónico, cuando bien es verdad que en los primeros siglos del cristianismo, este apelativo se le daba a cualquier cristiano que viviera como tal. Sus restos fueron trasladados inmediatamente a la Catedral y se empezó a darle culto que quedó confirmado cuando Baronio lo introdujo en el Martirologio Romano el día 23 de febrero: "En Sevilla de España, san Florencia confesor''. Su fiesta fue aprobada finalmente por el Papa León XIII en el año 1895. Algunos hagiógrafos le dan la categoría de mártir, aunque sin causa justificada, ya que en aquella época, en Hispania no había persecución alguna.
Algunos autores sugieren que el tiempo transcurrido entre su muerte (23 de febrero) y su entierro (15 de marzo) tal y como lo dice la lápida, era un indicio de que fue objeto de culto por parte de quienes lo tuvieron tanto tiempo sin enterrar, pero esa interpretación, como poco, es discutible, aunque hay que recordar que no es el único caso en el que la inscripción de una lápida sepulcral, se convierte en un motivo de canonización. Según la leyenda pertenecía a una noble familia goda, defensora de la fe ortodoxa contra los arrianos y famoso por sus milagros.
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