Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla del Mariscal, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
Hoy, 2 de febrero, es la Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José, y lo que pudo aparecer como cumplimiento de la ley mosaica se convirtió, en realidad, en su encuentro con el pueblo creyente y gozoso. Se manifestó, así, como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla del Mariscal, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla, puesto que el retablo principal de la misma está dedicado a la Purificación de la Virgen o de la Presentación de Jesús en el Templo.
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Capilla del Mariscal, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla, puesto que el retablo principal de la misma está dedicado a la Purificación de la Virgen o de la Presentación de Jesús en el Templo.
La Catedral de Santa María de la Sede [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
En la Catedral de Santa María de la Sede podemos contemplar la Capilla del Mariscal [nº 052 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Recibe esta capilla, desde 1553, el apelativo por su patrono, el mariscal Diego Caballero, pues su advocación es de la "Purificación de Nuestra Señora", aunque en la reja, que ya existía en 1579, figura un "Santo Entierro" (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
Junto al Antecabildo y la Sala de Ornamentos (Contaduría Mayor) de la Catedral de Santa María de la Sede se encuentra la Capilla del Mariscal, dotada por Diego Caballero de la Rosa rico mercader y armador de buques, Mariscal de la Isla de la Española y Caballero Veinticuatro de la ciudad, el cual entregó al Cabildo de la Catedral de Sevilla en 1.553, la nada despreciable suma de 26.000 maravedíes para fundar una capellanía en la que situar el retablo pictórico que persiste en la actualidad, verdadera joya del arte renacentista.
A dicha Capilla del Mariscal se accede por una espléndida reja, realizada en 1.555 por Pedro Delgado, siguiendo un diseño del entonces maestro mayor Martín de Gaínza; en su remate figura una soberbia representación a doble cara del Santo Entierro. Igualmente, a Martín de Gaínza se le deben las trazas de la capilla aunque, por la fecha de su fallecimiento, 1.556, es posible que su sucesor en el cargo, Hernán Ruiz II, también interviniera de alguna manera.
El retablo dedicado a la Purificación de la Virgen María, se ejecutó por el entallador Pedro de Becerril, con proyecto de de Hernán Ruiz II o de P. de Campaña?. Se compone de banco, cuerpo y remate. Soportes abalaustrados, tetrástilos, y dos pequeñas esculturas representando a San Pedro y San Pablo, a modo de acróteras. Se fecha en 1555 conteniendo las pinturas de Pedro de Campaña y Antonio de Arfián?.
El retablo estaba situado originalmente en el muro opuesto al actual pero, debido al inicio de las obras de la Sala Capitular y la Sala de Cuentas, era necesario abrir un paso hacia dicha zona... El caso es que en 1.560 el retablo ocupaba el lugar actual y la capilla era lugar de paso entre la zona administrativa y de gobierno del Cabildo y la zona pública de la Catedral.
El retablo de la Purificación de la Virgen tiene planta poligonal, adaptándose a la forma del muro ante el que se sitúa. Se compone de banco, cuerpo con tres calles, ático y remate. Conforman las calles cuatro columnas muy decoradas con relieves y pinturas, sobre las que se apoya un entablamento decorado con candelieri típicamente renacentistas. Aparecen en el lado izquierdo del banco un retrato de don Diego Caballero, su hijo y su hermano Alonso, en el centro Jesús entre los doctores y, a la derecha, otro retrato con doña Leonor de Cabrera (esposa de don Diego), su hermana doña Mencía (esposa de Alonso) y sus hijas.
En el cuerpo principal, la tabla central, de mayor tamaño que las demás, representa La Purificación de la Virgen, también conocida como La Presentación de Jesús en el Templo; en ella, Pedro de Campaña recrea grabados de Durero y Rafael, realizando una de las mejores composiciones de la pintura renacentista española. El conjunto de figuras femeninas que intervienen en esta escena tiene una significación alegórica, ya que cada una de ellas simboliza las virtudes que habían de adornar a la Virgen en su vida futura; así se pueden identificar a la Caridad, Templanza, Justicia, Fortaleza, Prudencia, Fe y Esperanza. A la izquierda de la tabla principal encontramos a Santo Domingo (arriba) y a un políticamente incorrecto en la actualidad Santiago en la batalla de Clavijo (abajo); a la derecha, La imposición de la casulla a San Ildefonso (abajo) y La estigmatización de San Francisco (arriba). En el ático vemos La Resurrección de Cristo y, más arriba, en el remate, El Calvario; en los lados, sobre las columnas exteriores podemos observar dos pequeñas tallas que representan a San Pedro y San Pablo. Una vidriera de Arnao de Flandes (sobre 1.556) con la escena de Los Desposorios de la Virgen, ilumina la capilla (José Hernández Díaz, Retablos y Esculturas; Juan Miguel Serrera, Pinturas y Pintores del siglo XVI en la Catedral de Sevilla; Víctor Nieto Alcaide, Las Vidrieras de la Catedral; y Alfredo J. Morales, Artes Aplicadas e Industriales en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1991).
A dicha Capilla del Mariscal se accede por una espléndida reja, realizada en 1.555 por Pedro Delgado, siguiendo un diseño del entonces maestro mayor Martín de Gaínza; en su remate figura una soberbia representación a doble cara del Santo Entierro. Igualmente, a Martín de Gaínza se le deben las trazas de la capilla aunque, por la fecha de su fallecimiento, 1.556, es posible que su sucesor en el cargo, Hernán Ruiz II, también interviniera de alguna manera.
El retablo dedicado a la Purificación de la Virgen María, se ejecutó por el entallador Pedro de Becerril, con proyecto de de Hernán Ruiz II o de P. de Campaña?. Se compone de banco, cuerpo y remate. Soportes abalaustrados, tetrástilos, y dos pequeñas esculturas representando a San Pedro y San Pablo, a modo de acróteras. Se fecha en 1555 conteniendo las pinturas de Pedro de Campaña y Antonio de Arfián?.
El retablo estaba situado originalmente en el muro opuesto al actual pero, debido al inicio de las obras de la Sala Capitular y la Sala de Cuentas, era necesario abrir un paso hacia dicha zona... El caso es que en 1.560 el retablo ocupaba el lugar actual y la capilla era lugar de paso entre la zona administrativa y de gobierno del Cabildo y la zona pública de la Catedral.
El retablo de la Purificación de la Virgen tiene planta poligonal, adaptándose a la forma del muro ante el que se sitúa. Se compone de banco, cuerpo con tres calles, ático y remate. Conforman las calles cuatro columnas muy decoradas con relieves y pinturas, sobre las que se apoya un entablamento decorado con candelieri típicamente renacentistas. Aparecen en el lado izquierdo del banco un retrato de don Diego Caballero, su hijo y su hermano Alonso, en el centro Jesús entre los doctores y, a la derecha, otro retrato con doña Leonor de Cabrera (esposa de don Diego), su hermana doña Mencía (esposa de Alonso) y sus hijas.
En el cuerpo principal, la tabla central, de mayor tamaño que las demás, representa La Purificación de la Virgen, también conocida como La Presentación de Jesús en el Templo; en ella, Pedro de Campaña recrea grabados de Durero y Rafael, realizando una de las mejores composiciones de la pintura renacentista española. El conjunto de figuras femeninas que intervienen en esta escena tiene una significación alegórica, ya que cada una de ellas simboliza las virtudes que habían de adornar a la Virgen en su vida futura; así se pueden identificar a la Caridad, Templanza, Justicia, Fortaleza, Prudencia, Fe y Esperanza. A la izquierda de la tabla principal encontramos a Santo Domingo (arriba) y a un políticamente incorrecto en la actualidad Santiago en la batalla de Clavijo (abajo); a la derecha, La imposición de la casulla a San Ildefonso (abajo) y La estigmatización de San Francisco (arriba). En el ático vemos La Resurrección de Cristo y, más arriba, en el remate, El Calvario; en los lados, sobre las columnas exteriores podemos observar dos pequeñas tallas que representan a San Pedro y San Pablo. Una vidriera de Arnao de Flandes (sobre 1.556) con la escena de Los Desposorios de la Virgen, ilumina la capilla (José Hernández Díaz, Retablos y Esculturas; Juan Miguel Serrera, Pinturas y Pintores del siglo XVI en la Catedral de Sevilla; Víctor Nieto Alcaide, Las Vidrieras de la Catedral; y Alfredo J. Morales, Artes Aplicadas e Industriales en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1991).
Catedral, capilla de la Purificación o del Mariscal. Tabla principal del retablo. Mide 3,13 x 2,10 m. y es una de las obras más importantes del célebre pintor Pedro de Campaña (1555-56). En torno al grupo central de la Virgen y el anciano Simeón con el Niño en brazos, se ordenan una serie de personajes femeninos, puramente rafaelescos, que simbolizan las Virtudes (Caridad, Templanza, Justicia, Fortaleza, Fe, Esperanza). Todo ello constituye un sentido homenaje a la Madre de Dios. En primer término hay un mendigo echado en tierra, que con el gesto de su mano inicia una imaginaria línea quebrada, en torno a la cual se articulan ingeniosamente los demás personajes. La claridad del dibujo y la elegancia de los gestos evidencian la formación italiana de su autor (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana. Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Fiesta de la Presentación del Señor;
La ley mosaica prescribía dos ceremonias vinculadas con el nacimiento de un niño. Si era de sexo masculino, debía ser circuncidado. Al tiempo que la madre, considerada impura después del parto, debía purificarse, presentar a su primogénito en el templo y recuperarlo del Señor por medio de una ofrenda.
La circuncisión debía realizarse ocho días después del nacimiento, y la Purificación, cuarenta días más tarde.
Esas dos escenas, que presentan temas análogos, han sido frecuentemente confundidas en el arte cristiano.
La circuncisión debía realizarse ocho días después del nacimiento, y la Purificación, cuarenta días más tarde.
Esas dos escenas, que presentan temas análogos, han sido frecuentemente confundidas en el arte cristiano.
Presentación de Jesús en el templo, Purificación de la Virgen, Candelaria, son otros tantos nombres que designan la misma fiesta celebrada el 2 de febrero, cuarenta días después de Navidad (Cuadragésima de Epifanía). Esta triple serie de nombres se encuentra en todas las lenguas.
l. Presentación del Niño Jesús en el Templo
2. La Purificación de la Virgen
3. Candelaria
El relato evangélico
La Presentación en el templo sólo se relata en el Evangelio de Lucas 2: 22 - 40.
Los otros no dicen nada acerca de ello.
«Así que se cumplieron los días de la purificación conforme a la ley de Moisés, le llevaron a Jerusalén para presentarle al Señor, según está escrito (...) y para ofrecer en sacrificio, según lo prescrito en la Ley del Señor, un par de tórtolas o dos pichones.
«Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Cristo del Señor. Movido del Espíritu, vino al templo, y al entrar los padres con el niño Jesús para cumplir lo que prescribe la Ley sobre Él. Simeón le tomó en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel.» Y dirigiéndose a María dijo: «...y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
«Había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, muy avanzada en días, que había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro.... Como viniese en aquella misma hora, alabó también a Dios y hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén (...) Cumplidas todas las cosas según la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret.»
Las dos prefiguraciones bíblicas de la Presentación del Niño Jesús en el templo son el Destete de Isaac y la Consagración del niño Samuel al Señor.
Liturgia judía y católica
Para comprender el tema iconográfico es necesario conocer no sólo la fuente de las Escrituras de donde ha tomado el tema el arte cristiano, sino también los ritos de la Purificación en la ley mosaica y en el culto católico.
La ley de Moisés (Éxodo, 13: 2) obligaba a todos los judíos a consagrar a los primogénitos al Señor en conmemoración de la salida de Egipto, y a redimirlos mediante un canon de cinco siclos y el sacrificio de un cordero. La ley era formal:
«...consagrarás a Yavé todo cuanto abre la vulva; y de todo primer parto de los animales que tengas, el macho lo consagrarás a Yavé».
Además, de acuerdo con el ritual del Levítico (12: 1 - 8), toda parturienta se consideraba impura durante los siete días siguientes al nacimiento de un varón y durante treinta y tres días se le vedaba la entrada en el templo. Por lo tanto, debía dejar pasar cuarenta días para presentar a su hijo en el templo y depositar la ofrenda.
Puede asombrar que la Virgen se haya sometido a esta regla que no podía aplicarse a su purificación, puesto que había parido milagrosamente sin perder su virginidad, es decir, sin mancha alguna. Los teólogos explican que fue para dar ejemplo de humildad y de obediencia a la Ley que la Virgen quiso someterse a esas prescripciones legales que para ella no tenían sentido. De la misma manera que Jesús se había sometido a la Circuncisión sin necesidad, la Virgen no eludió la obligación ritual de la Purificación, preocupada, antes que nada, por no «derogar» la Ley.
Redime a su hijo ofreciendo una pareja de tórtolas, que era la ofrenda de los pobres, mientras que el cordero era la de los ricos. Habría podido, según parece, comprar un cordero con el oro del Rey Mago; pero los teólogos, que tienen respuesta para todo, replican que ese oro fue inmediatamente distribuido en forma de limosnas.
Sobre esta liturgia hebrea se injertó la liturgia católica de la bendición de los cirios, que ha dado su nombre a la Candelaria, o Fiesta de las candelas (Festum Candelarum), porque la procesión se hacía con cirios encendidos. Ese día «los cristianos suelen tener cirios o candelas en sus manos en la santa iglesia, y ofrecerlas a la Madre de Dios».
A decir verdad, esta ceremonia no es más que un vestigio de un antiquísimo rito lustral pagano, el de la katharsis, que se celebraba con antorchas destinadas a espantar a los espíritus de las tinieblas. Así era como los griegos conmemoraban la búsqueda de Perséfone después de su rapto por Hades, y celebraban los romanos la fiesta de las Ambarvalia.
De acuerdo con ciertos historiadores de las religiones, la fiesta cristiana de la Purificación de la Virgen habría sustituido a la fiesta pagana de las Lupercales. Pero Dom Leclerq observa con fundamento que no hay ninguna semejanza en ritual ni coincidencia de fechas.
Durante el reinado de Carlomagno la Purificación se convirtió en una fiesta mariana en los países occidentales.
La fecha de la fiesta
La Purificación no podía realizarse antes de pasados cuarenta días desde el momento del parto. Los orientales, que celebraban la Natividad el 6 de enero, fijaron en consecuencia la fecha de la Presentación el 15 de febrero.
Cuando la Iglesia romana decidió que la Natividad sería conmemorada el 25 de diciembre y no el 6 de enero, la fiesta de la Presentación se adelantó inexorablemente trece días y se fijó el 2 de febrero.
La Iglesia bizantina acabó aceptando esa rectificación en el siglo VI.
El tema iconográfico
Al analizar este tema complejo se descubren tres y hasta cuatro motivos combinados:
1. La Presentación del Niño en el templo.
2. La Ofrenda lustral de la Virgen.
3. La procesión de los cirios.
4. El Cántico del anciano Simeón (Nunc dirrtitis).
1. La Presentación del Niño
De acuerdo con el momento elegido, la escena presenta dos aspectos diferentes. Ya María presenta el Niño al anciano Simeón, ya éste devuelve el Niño a su madre. En el primer caso la Virgen está de pie, en el segundo está arrodillada.
Aunque no haya sido sumo sacerdote, Simeón está tocado con mitra o tiara y tiene las manos veladas en señal de respeto. Ese rito oriental vuelve a encontrarse en el Bautismo de Cristo, donde los ángeles tienen igualmente las manos veladas.
Como en la escena de la Natividad, ocurre que el Niño esté de pie o acostado sobre el altar, para significar que desde su nacimiento está marcado por su carácter de víctima expiatoria y predestinada al sacrificio. A veces la Virgen y Simeón lo levantan por encima del altar. En el siglo XVII ciertos pintores alemanes hacen planear a la paloma del Espíritu Santo en lo alto de la composición.
La profetisa Ana, que tiene el mismo nombre que la madre de Samuel y la madre de la Virgen, asiste al viejo Simeón. Ella simboliza a la Sinagoga y sostiene las Tablas de la Ley donde se desarrolla un texto profético.
2. La Ofrenda lustral
José, que es sólo un personaje secundario, lleva en las manos, en los pliegues de su manto, en un cesto o en una jaula de alambre, las dos tórtolas, modesta ofrenda de los pobres. A veces suma a los palominos una pequeña suma en metálico y se le ve desatar el cordón de la bolsa para extraer el óbolo, refunfuñando.
Con frecuencia es una criada de la Virgen quien lleva las palomas.
En el arte ruso, por ejemplo en un fresco (actualmente destruido) de Nereditsa, cerca de Novgorod, las palomas son tres.
3. La Procesión de los cirios
Este tema no es de origen bíblico, y constituye un típico ejemplo de enriquecimiento de un motivo iconográfico a través de la liturgia.
Los portadores de cirios son generalmente José (que ya sostenía un candil para iluminar el pesebre de la Natividad), la Virgen y sus criadas. En su cuadro del Museo de Darmstadt, Stephan Lochnerles agregó una procesión de niños de coro, alineados como tubos de órgano según sus estaturas. El suelo está alfombrado de hojas de acebo con pequeñas bayas rojas, follaje de invierno que recuerda la fecha de la fiesta de la Candelaria, el 2 de febrero.
Esta tradición popular es muy antigua. Ya en el siglo XII, en una vidriera de Chartres, se ve a la Virgen seguida de mujeres que llevan cirios encendidos. El arte pictórico del siglo XV se apropió del tema.
4. El Cántico del anciano Simeón (Nunc dimitis)
Simeón pide a Dios que lo deje morir después de haber tenido la alegría de ver al Mesías. Y predice a la Virgen que una espada le atravesará el corazón.
Es el origen del tema de la Virgen de los siete Dolores (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor el significado de la Fiesta de la Presentación del Señor;
La primera noticia conservada de la conmemoración litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo (Lucas 2, 21 ss.) nos la da Egeria en su peregrinación a Jerusalén a finales del siglo IV. Se llamaba Quadragesima de Epiphania porque entonces se celebraba aún el nacimiento también el seis de enero, es decir, el catorce de febrero.
Junto a la Presentación del Señor como primogénito (cf. Éxodo 13, 1 ss.), motivo central de la fiesta pese a su título mantenido hasta la última reforma del calendario romano, en la que también María cobra una importancia especial por la profecía de la espada, va pareja la purificación de María (cf. Levítico 12, 1 ss.), pues toda mujer que pariera un varón debía presentarse para su purificación acaba la cuarentena, rito al que se somete por humildad. Ambas ceremonias se reseñan en aparece en Lucas 2, 22: “Cumplidos los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”.
Junto a la Presentación del Señor como primogénito (cf. Éxodo 13, 1 ss.), motivo central de la fiesta pese a su título mantenido hasta la última reforma del calendario romano, en la que también María cobra una importancia especial por la profecía de la espada, va pareja la purificación de María (cf. Levítico 12, 1 ss.), pues toda mujer que pariera un varón debía presentarse para su purificación acaba la cuarentena, rito al que se somete por humildad. Ambas ceremonias se reseñan en aparece en Lucas 2, 22: “Cumplidos los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”.
Desde Jerusalén se fue extendiendo por Oriente. En Constantinopla, donde se celebraba ya a principios del siglo VI, tenía ya esta fiesta un carácter mariano muy marcado, pues se invitaba en ella a recurrir a la intercesión mariana y la corte imperial la celebraba en el templo mariano de la Blancherna.
El Emperador Justiniano I, en agradecimiento por atribuir a la intercesión mariana el cese de una epidemia, en el 542 extendió su celebración a todo su Imperio como día festivo. Se trasladó al dos de febrero porque la Navidad ya había sido fijada el veinticinco de diciembre.
A Roma la debieron llevar los monjes bizantinos. Según el Liber Pontificalis, la fiesta de la Purificación, a la que, según la ley mosaica tuvo que someterse María (Lev. 12, 2-8), se celebraba ya en Roma con carácter mariano en el pontificado de Sergio I (687-701), de origen sirio. El título de Purificación aparece por primera vez en el Sacramentario Gelasiano (siglo VIII), y se cree de procedencia galicana, aunque este tema no desempeña papel alguno en los textos eucológicos que se centran en la figura de Jesús, aunque pasó al Misal Romano, hasta la reforma de 1969, en que pasó a denominarse de la Presentación del Señor.
San Cirilo de Alejandría, a principios del siglo V, ya habla de las candelas (Patrologia Graeca, vol. 77, col. 1040 s). En Roma aparece ya la procesión de los cirios en el Orden de San Pedro, del 667, que es ratificada por el citado Sergio I, por lo que la fiesta recibe el nombre popular de Candelaria. El origen de las luces quizá provenga de que estas procesiones eran nocturnas.
Esta procesión en Roma tenía un marcado carácter penitencial, pues la comitiva pontificia iba descalza, con ornamentos primero negros y luego morados, color que se conservó hasta la reforma de 1969. Debió adquirirlo, lo que se cree a partir de Beda, como desagravio por los Amburbalia, fiesta pagana de purificación de la ciudad, que consistía en recorrer la muralla procesionalmente llevando las víctimas a sacrificar una vez acabado el itinerario, celebrada por última vez el 394. Aunque era una fiesta movible, se solía celebrar en febrero.
La primera bendición de las candelas se remonta a finales del siglo IX y era precedida de la bendición del fuego como en la vigilia pascual: se interpreta como una fiesta de la luz como símbolo de Cristo, basándose en la profecía de Simeón: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
La bendición solemne de las candelas empezó en la Iglesia galicana en el siglo X, y de ahí se fue difundiendo con lentitud En Roma se documenta por el Sacramentario de Padua, en una adición del mismo siglo X. En la Península Ibérica, ya presente en el siglo XI, y después por el resto de Europa (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
El Emperador Justiniano I, en agradecimiento por atribuir a la intercesión mariana el cese de una epidemia, en el 542 extendió su celebración a todo su Imperio como día festivo. Se trasladó al dos de febrero porque la Navidad ya había sido fijada el veinticinco de diciembre.
A Roma la debieron llevar los monjes bizantinos. Según el Liber Pontificalis, la fiesta de la Purificación, a la que, según la ley mosaica tuvo que someterse María (Lev. 12, 2-8), se celebraba ya en Roma con carácter mariano en el pontificado de Sergio I (687-701), de origen sirio. El título de Purificación aparece por primera vez en el Sacramentario Gelasiano (siglo VIII), y se cree de procedencia galicana, aunque este tema no desempeña papel alguno en los textos eucológicos que se centran en la figura de Jesús, aunque pasó al Misal Romano, hasta la reforma de 1969, en que pasó a denominarse de la Presentación del Señor.
San Cirilo de Alejandría, a principios del siglo V, ya habla de las candelas (Patrologia Graeca, vol. 77, col. 1040 s). En Roma aparece ya la procesión de los cirios en el Orden de San Pedro, del 667, que es ratificada por el citado Sergio I, por lo que la fiesta recibe el nombre popular de Candelaria. El origen de las luces quizá provenga de que estas procesiones eran nocturnas.
Esta procesión en Roma tenía un marcado carácter penitencial, pues la comitiva pontificia iba descalza, con ornamentos primero negros y luego morados, color que se conservó hasta la reforma de 1969. Debió adquirirlo, lo que se cree a partir de Beda, como desagravio por los Amburbalia, fiesta pagana de purificación de la ciudad, que consistía en recorrer la muralla procesionalmente llevando las víctimas a sacrificar una vez acabado el itinerario, celebrada por última vez el 394. Aunque era una fiesta movible, se solía celebrar en febrero.
La primera bendición de las candelas se remonta a finales del siglo IX y era precedida de la bendición del fuego como en la vigilia pascual: se interpreta como una fiesta de la luz como símbolo de Cristo, basándose en la profecía de Simeón: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
La bendición solemne de las candelas empezó en la Iglesia galicana en el siglo X, y de ahí se fue difundiendo con lentitud En Roma se documenta por el Sacramentario de Padua, en una adición del mismo siglo X. En la Península Ibérica, ya presente en el siglo XI, y después por el resto de Europa (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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