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miércoles, 4 de septiembre de 2019

El Convento de Santa Rosalía, de Antonio Matías de Figueroa


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa Rosalía, de Sevilla. 
     Hoy, 4 de septiembre, en Palermo, en la región italiana de Sicilia, es la Memoria de Santa Rosalía, virgen, de quien se dice que practicó la vida solitaria en el monte Pellegrino (s. XII) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Convento de Santa Rosalía, de Sevilla
     El Convento de Santa Rosalía [nº 59 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 63 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cardenal Spínola, 8; en el Barrio de San Vicente, del Distrito Casco Antiguo.
      La gran devoción de Sicilia tiene casa en Sevilla, en la calle Cardenal Spínola, Con festividad el 4 de septiembre, Santa Rosalía, la "guirnalda de rosas", en latín, o quizás la Rosalinda germánica. Vivió en el siglo XII y murió hacia 1160. Aunque se desconocen datos sobre su patria y vida, una leyenda asegura que a los 14 años se retiró a una cueva del monte Coscina y luego a otra del monte Pellegrino. Su iconografía la presenta como ermitaña o bien revestida con hábito agustino. Sus principales atributos son: una corona de rosas, en alusión a su nombre; y un crucifijo y una calavera, por su penitencia. 

     Enterrada en la catedral de Palermo, el culto espectacular que recibe en Sicilia llegó a Sevilla en forma de importación por el cardenal Palafox en 1685, siendo su anterior puesto la sede primada del Sur de Italia, un nombramiento realizado por el rey Carlos II. A su llegada a Sevilla, Jaime Palafox y Carmona promovió la erección de un convento dedicado a la santa, siendo la orden elegida la de las franciscanas capuchinas, congregación que, curiosamente, también tiene orígenes italianos en las reformas y divisiones de los franciscanos de la primera orden que se reflejarías, posteriormente, en la Orden de las Clarisas. Poco después del nacimiento de los capuchinos (1525), surgió en Nápoles el primer monasterio de clarisas capuchinas. Su origen fue un hospital de incurables de Nápoles, fundado por la noble viuda española María Lorenza Longo.
     En 1533 pasó su dirección a San Cayetano de Thienne, fundador de los teatinos, que dio al grupo un marcado acento contemplativo y que obtuvo de la Santa Sede la aprobación canónica con el nombre de Hermanas Franciscanas de la Tercera Orden, mientras María Lorenza establecía una clausura rigurosa. En 1538, San Cayetano las confió al cuidado de los capuchinos, siendo confirmadas el mismo año por Pablo III bajo la regla de Santa Clara, poniéndolo bajo la dirección de los capuchinos, por deseo de la fundadora. Su característica principal sería "la estricta observancia de la regla de Santa Clara": máxima pobreza, austeridad, estricta clausura, sencillez fraterna e intensa vida de oración.  

       La nueva congregación se extendió rápidamente por Italia y por el resto del mundo. A España llegarían las capuchinas al final del siglo, concretamente a Granada, donde Lucía de Ureña (+1597) fundó las Capuchinas Mínimas del Desierto de Penitencia. Le seguiría Barcelona, llegando a veinticuatro los monasterios españoles a finales del siglo XVII. En 1665, un grupo de capuchinas fundaba en la ciudad de México, extendiéndose la reforma rápidamente por todo el país. Y desde Madrid llegaban a Lima (Perú) en 1713 y a Antigua (Guatemala) en 1725.
     La historia de la fundación sevillana comenzó unida a la del siglo XVIII. Bajo los auspicios del cardenal Jaime Palafox se creaba en 1701 un convento que quedaba a cardo de cinco monjas capuchinas procedentes de Zaragoza, siendo una ellas hermana del arzobispo, sor Josefa Manuela. 

     La primera ubicación del convento fue una casa a Santa Marina, lugar donde se establecieron las religiosas mientras se realizaban las obras del edificio en la entonces llamada calle del Naranjuelo, hoy dedicada al cardenal Spínola. A pesar de la muerte del primer benefactor a los pocos meses de comenzar las obras, diversas limosnas y donativos recaudados por la abadesa permitieron el traslado de la comunidad en 1705, ya que se habían terminado algunas dependencias y el que sería oratorio provisional. Hay noticias de nuevas edificaciones en 1715, según los contratos estipulados con el albañil José García y el carpintero Pedro Luque para realizar la casa del capellán. El impulso definitivo llegaría entre 1722 y 1724, año de culminación, gracias al mecenazgo del arzobispo don Luis Salcedo y Azcona, uno de los grandes mecenas del arte sevillano del siglo XVIII. Fue el autor de las trazas del edificio el arquitecto diocesano del momento, Diego Antonio Díaz, que, curiosamente, vivía frente a la puerta del torno del convento. El 13 de agosto de 1761 un gran incendio destruyó casi por completo el nuevo convento. Al parecer, su origen estuvo en unas velas de culto mal apagadas tras la celebración de una de las funciones especiales dedicadas en honor a la Asunción de la Virgen. Inmediatamente empezó a reconstruirse gracias al empeño del cardenal Francisco Solís Folch, que lo reinauguró en septiembre de 1762, estando las obras dirigidas por el afamado arquitecto Antonio Matías de Figueroa, miembro de la saga familiar más representativa de la arquitectura sevillana del siglo XVIII. Junto al arquitecto participaría en la reconstrucción el carpintero Alonso de la Vega; ambos llevaban a cabo por entonces importantes obras en el colegio de la Purísima Concepción, institución jesuita conocida como el colegio de Becas. La profunda intervención fue recogida en un testimonio de la época que indica cómo "se levantaron paredes, cerraron arcos, formaron ángulos y construyeron primorosas celdas, mejorando aún lo poco que había quedado en la desolación, y en la iglesia se macizó lo que la fortaleza del fuego había socavado, enriqueciéndola con cornisas, molduras y otras primorosas labores". 

     En esta labor reconstructiva se debió realizar la fachada de la calle Cardenal Spínola, incluyendo la puerta de acceso al torno y a los locutorios. Durante los dos años que duró la reconstrucción las monjas capuchinas fueron acogidas en el monasterio de San Clemente y en unas casas cercanas al Hospital de la Misericordia, siendo bendecido su reconstruido convento el día 4 de junio de 1763, con unas solemnes fiestas que duraron tres días. "Una obra patrocinada por un príncipe de la iglesia debe estar a su altura". Cuentan que  en estos términos se manifestó el cardenal Solís al ser preguntado sobre la suntuosidad interior del convento de capuchinas del barrio de San Lorenzo. El cardenal tuerto (tras un lance caballeresco anterior a su vida religiosa que motivó su representación de perfil en los retratos oficiales), famoso a partes iguales por sus donativos y por su nivel de vida (llegó a tener 75 criados), daba así por terminada la reforma del edificio en septiembre de 1762. Este mecenazgo explica la suntuosidad actual de la iglesia, quizás algo extraña en la austeridad propia de la congregación de las capuchinas. De la iglesia original se conserva la portada, que fue realizada por Diego Antonio Díaz, presentado sus características juegos de líneas mixtas que enmarcan una hornacina con la titular del templo, estructura que luego se repetiría de forma monumental en la iglesia parroquial de Umbrete, también diseñada por el mismo autor. La fachada está realizada en ladrillo enlucido y se compartimenta en dos cuerpos. En el primero se sitúan dos pares de pilastras dóricas sobre pedestales, flanqueando un gran arco de medio punto cuyo interior sirve de guardapolvo al vano de acceso y a una hornacina rodeada de complicados elementos mixtilíneos que enmarcan una hornacina donde se sitúa una escultura de la titular del templo, con su iconografía habitual de guirnalda de flores en la cabeza y un crucifijo en sus manos. En la reconstrucción, realizada entre 1761-63 por Antonio Matías de Figueroa, se respetó el diseño original de la iglesia, una planta de cruz latina con una única nave cubierta por bóveda de medio cañón con lunetos y dividida en cinco tramos, mientras que el crucero se cubre por una bóveda baída. Es por tanto una traza original de Diego Antonio Díaz, que posteriormete empleó en otras obras suyas como las Agustinas Descalzas de Carmona o la capilla de Jesús Nazareno en Lora del Río. Frente a la pureza de líneas de la fachada, el interior sorprende por su concepto barroco de envolver y de sorprender al fiel en medio de una gran ruta de rocallas, ménsulas y hojarascas.

   Todos los retablos y la decoración escultórica del presbiterio y laterales del crucero son obra del retablista y escultor de origen portugués Cayetano D'Acosta y su taller, que alcanzarían el culmen del Barroco del siglo XVIII en los grandes retablos de la iglesia colegial del Divino Salvador. Vinieron a sustituir a los retablos y esculturas originales que habían sido realizados por el afamado Pedro Duque Cornejo, destruidos en el incendio de la iglesia en el que se perdió también el antiguo órgano tallado por Luis de Vilches. Quizás en la estructura  de los nuevos retablos realizados por Acosta haya un mantenimiento de las formas de los anteriores (recuerdan a sus composiciones de la iglesia de San Luis de los Franceses), siendo un posible recuerdo de la obra precedente. Los retablos de Santa Rosalía fueron realizados entre 1761 y 1763, de forma coetánea al resto de obras de reconstrucción del edificio, una rápida labor en la que hoy que intuir la amplia colaboración de un nutrido taller. Presentan las características propias del Barroco de la segunda mitad del siglo XVIII: gran suntuosidad, profusión en el empleo de rocallas y estípites y esplendor decorativo. Son un total de once obras que presentan cuatro tipologías, el mayor presidiendo el presbiterio, dos en los extremos del crucero, cuatro más pequeños en los pilares torales y cuatro retablos-vitrina que actúan de transición en las esquinas. El horror vacui y la unidad entre escultura, tallas, pintura y la propia arquitectura aumentan el impacto ambiental en la zona del presbiterio.

   En el retablo principal destaca la suntuosa Inmaculada que preside el cuerpo central, situándose a sus pies un San Miguel en la zona del manifestador, siendo de notable interés las imágenes de San Francisco y de Santa Clara de Asís, los fundadores de la Orden Franciscana en sus ramas masculina y femenina. San Francisco presenta un estofado de su túnica de singular riqueza, incluyendo labores de relieve que parecen ser una imitación de modelos italianos que Cayetano D'Acosta debió conocer en su estancia en Cádiz. El primer cuerpo se estructura mediante cuatro monumentales estípites de tipo rococó. En la zona del ático aparece la figura de Santa Rosalía, la santa anacoreta titular del templo, devoción traída de Sicilia por el arzobispo Palafox, que anteriormente había sido obispo de Palermo y cuyos escudos se sitúan en los laterales de la hornacina. Se remata con un pabellón de tela encolada que sigue los modelos teatrales de Pedro Duque Cornejo en la Iglesia de San Luis de los Franceses, aunque en este caso no se emplee la corona como elemento de sostén. La decoración de la zona del presbiterio se completa con unas pinturas murales entre las que destaca la de la bóveda del presbiterio, que intenta producir el efecto ilusionista de una cúpula en perspectiva. Aquí se representa a Dios Padre entre ángeles, pudiendo identificarse a San Lorenzo con la parrilla de su martirio y a San Esteban el protomártir, reconocible por su vestimenta de diácono. Las pinturas de los muros laterales representan las escenas de la ordenación de Santa Clara por San Francisco de Asís y la expulsión de los sarracenos de Asís tras la intervención de Santa Clara y su ostensorio. Todas las pinturas están atribuidas a Juan de Espinal.   
   En la zona del crucero se desarrolla un programa iconográfico representado por una serie de retablos que muestran santos y devociones capuchinas. En el muro izquierdo del crucero aparece un gran retablo en el que aparecen, curiosamente, santos de la orden jesuita: San Francisco Javier con su iconografía habitual del crucifijo que perdió en las playas de Japón, San Luis Gonzaga con su habitual concepción como modelo de virtudes para la juventud y San Francisco de Borja, el menino de la corte de Carlos V que constató el paso del tiempo por la calavera de la emperatriz Isabel de Portugal. A ambos lados de este retablo aparecen dos consolas con vitrinas que contienen imágenes de Santa Verónica Juliani y el Niño Jesús. En los pilares laterales de este brazo del crucero dos retablos acogen las esculturas de San Luis de Tolosa y San José respectivamente. Además, en este lado aparecen dos hornacinas que contienen las imágenes de dos santos capuchinos: San José de Leonisa y San Félix de Cantalicio con el Niño Jesús en sus manos.

   En el brazo derecho del crucero se repite la misma disposición, un retablo central estructurado en banco, cuerpo de tres calles y ático; dos retablos laterales que se estructuran en torno a una gran hornacina y dos retablos-vitrina que se sostienen por patas de tipo cabriolé, variando, obviamente, la iconografía. En el centro aparece un gran retablo que contiene las imágenes de Santa Teresa de Jesús revestida como doctora de la Iglesia (centro) y de San Joaquín y Santa Ana (laterales). A ambos lados de este retablo, dos pequeñas consolas con vitrinas que contienen representaciones del Niño Jesús, tallas anónimas de estética dieciochesca. En los pilares laterales dos retablos con las imágenes de la Virgen del Pilar y de Santa Inés de Asís. Por último, dos hornacinas en la parte superior donde se custodian las imágenes de San Serafín del Monte Granario y San Fidel de Sigmaringa, pertenecientes ambos a la Orden Capuchina.
   La compleja interpretación iconográfica del conjunto de retablos fue realizada por Ramón de la Campa, explicando la inclusión de la Inmaculada como patrona de la Orden Capuchina, de San José y San Miguel como patronos protectores, de la Virgen del Pilar en el origen aragonés del fundador, de los santos franciscanos, en que los capuchinos sean una de sus ramas, y de los santos jesuitas en la devoción particular del cardenal Solís, que era también gran lector de los escritos de Santa Teresa, también representada en los altares.
   En los muros laterales de la nave de la iglesia aparecen varios retablos de menor interés. En el lado izquierdo, junto a la puerta principal, un retablo del siglo XIX enmarca a Santa Rosalía, obra de menor interés que las piezas situadas en la zona central del templo. En el lado derecho se sitúa un interesante púlpito del siglo XVIII, que imita jaspes aunque está realizado en madera. A los pies de la nave se encuentra un retablo de principios del siglo XIX dedicado a la Divina Pastora, la gran devoción de los capuchinos. Es una devoción que tuvo su origen en las apariciones milagrosas a fray Isidoro de Sevilla en el convento masculino de la ciudad, dando lugar a una iconografía que se extendería rápidamente por toda España y por Iberoamérica. 

   En el muro lateral izquierdo se sitúa la entrada a la sacristía, habitualmente accesible, donde se conservan algunos lienzos de importancia como los de Jaime Palafox y Luis Salcedo, primeros mecenas del convento, cuya autoría se suele atribuir a Domingo Martínez. Menor calidad tiene el lienzo que representa al otro patrono del convento, el cardenal Solís. En los muros de esta estancia hay algunos azulejos de cuenca del siglo XVI y otros lisos del siglo XVII, lo que indica el empleo de materiales de acarreo procedentes de otros edificios.
   Volviendo a la iglesia, una singularidad en los conventos sevillanos es la situación del coro bajo, colocado de forma lateral en la zona del presbiterio. Es una estancia rectangular que se cubre con bóveda de aristas sostenidas por arcos fajones. Conserva algunos objetos relacionados con el cardenal Solís Folch, el patrono del convento. Destaca la urna que guarda el corazón del cardenal, que falleció en Roma pero que había dispuesto el traslado de su órgano vital al convento de capuchinas, curiosa disposición simbólica de situar su corazón lo más cercano a la comunidad. El relicario que lo acoge está coronado por un notable busto en mármol del cardenal realizado por Miguel Adán en Roma, en el año 1775. En el coro se conserva también un regalo del citado mecenas, una pequeña vitrina tardobarroca con un original crucificado de porcelana entre floreros, así como un relicario del Lignum Crucis en plata, pieza del siglo XVII con añadidos de pedrería. En el coro también se sitúa la tumba de la fundadora del convento, la venerable madre sor Josefa Manuela de Palafox, un lienzo de la Piedad, copia de Van Dyck y dos tallas barrocas de San Francisco de Asís y Santa Clara. De gran devoción es la imagen de la Virgen del Tránsito, colocada en una hornacina lateral de la estancia. Es una representación de la iconografía bizantina de la dormitio, la Virgen dormida que espera el tránsito hacia el cielo, iconografía cuya tradición se mantiene también en el Hospital del Pozo Santo. Es talla anónima del siglo XVIII que se expone cada 15 de agosto, festividad de la Asunción, en un insólito marco con cama estilo rocalla y teatralidad barroca conventual en la decoración de velas y flores, en un besamanos de gran concurrencia tras la finalización de la procesión de la Virgen de los Reyes. 

   La entrada a la clausura se realiza por una puerta lateral situada en la zona izquierda de la iglesia, en la misma calle Cardenal Spínola. Permite el acceso a un patio interior en torno al cual se distribuyen las viviendas de la portería, conservando un interesante viacrucis de azulejos del siglo XVIII en unos pasillos que conducen a la puerta reglar y al torno. Ya en el interior, la vida conventual se concentra especialmente en torno al claustro central, de planta cuadrada, que conserva las formas de su trazado original del siglo XVIII, por lo que se convierte en una tipología extraña si la comparamos con otros claustros conventuales de la ciudad. Presenta tres arquerías cerradas en cada uno de sus frentes, mediante ventanas las laterales y con balcón la central, siendo el piso superior solo de ventanas. Sobre cada arquería se abre un óculo, que permite crear un ritmo arquitectónico de gran sobriedad. Las galerías de los dos pisos se cubren con bóvedas de arista, cubrición que parece recordar las formas del arquitecto Diego Antonio Díaz, por lo cual deben pertenecer a la primera fase constructiva del edificio aunque la zona debió ser reconstruida tras el incendio de 1761.
   La del siglo XVIII también es la estética decorativa de sus pasillos ya que en sus muros cuelgan lienzos que representan al arzobispo Luis Salcedo y Azcona (hacia 1730) atribuible a Domingo Martínez, de la fundadora de las capuchinas en España, la venerable Sor Ángela Margarita Serafina o de Sor Clara Gertrudis Pérez Navarro y Vela. 

   Ya del siglo XIX es un retrato de Sor Rosa María Sánchez Calvo, firmado por José Guerra. En la escalera que sube a la planta alta se sitúan dos interesantes obras. Una es el retrato del cardenal Solís, obra anónima de mediados del siglo XVIII que lo representa en su habitual postura de perfil para evitar mostrar la falta de su ojo izquierdo. El otro cuadro representa una dinámica Inmaculada que sigue las formas del pintor sevillano Juan del Espinal, siendo obra de hacia 1760. La galería alta se decora con diversos retablos y vitrinas del siglo XVIII de características típicamente conventuales. Destacan entre ellos una abigarrada vitrina dedicada a la Virgen del Rosario adorada por Santa Catalina y Santo Domingo de Guzmán, con una composición de microarquitectura que se corona con las imágenes de los Padres de la Iglesia y de las Virtudes Teologales, siendo la Fe con los ojos vendados la que corona una estructura realizada hacia 1740 en viruta de madera dorada y policromada. La otra pieza de interés es una vitrina con un retablo del Calvario y una estructura arquitectónica, también en viruta de madera, coronada por un ángel que porta el paño de la Verónica. 
   Arquitectónicamente, la otra estancia destacable es la antigua dependencia dedicada a los dormitorios de verano, posteriormente compartimentada. Su estructura, soportada por quince pares de columnas toscanas de mármol blanco, con trozos de entablamento en los capiteles para aumentar la profundidad, que sostienen arcos de medio punto entre los que forman bóvedas de arista, recuerda de nuevo las obras del arquitecto Diego Antonio Díaz.
   Junto a la iglesia, el antecoro alto se decora también con numerosas vitrinas de los siglos XVIII y XIX, destacando las dedicadas a la Divina Pastora, iconografía netamente sevillana nacida precisamente en el convento masculino de la orden con las apariciones a fray Isidoro de Sevilla en 1703. Del mismo siglo es un pequeño retablo de la Inmaculada decorado con pinturas de un Ecce Homo, San Miguel, San Gabriel y San José. En el ático de este retablo se sitúa una imagen de la Virgen del Pilar que, según la tradición oral de la comunidad, llegó al convento de manos de la fundadora. Ya en el coro alto se conservan otros lienzos del siglo XVIII como el de la Asunción de la Virgen y otras copias murillescas sin gran interés. Entre las esculturas destacan un Crucificado del siglo XVIII y un San Diego de Alcalá que parece de la primera mitad del siglo XVII.
   Toda la zona que circunda a los antiguos dormitorios bajos está ocupada por una amplia huerta en la que se sitúa una pequeña capilla anterior a la construcción del edificio. Está dedicada a San Blas, santo que ya tuvo otra capilla de su advocación e las cercanías de la calle Feria, lo que explica la gran devoción que debió tener en siglos pasados. Es una pequeña estancia de dos tramos en cuyo presbiterio aparece una bóveda semiesférica sostenida con estucos decorados con formas geométricas. En una modesta estructura se sitúa la imagen del obispo titular, muy repintado, apreciándose algunos ejemplares de azulejos de cuenca del siglo XVI, época a la que corresponde la capilla.
   De gran solemnidad son los cultos a la Virgen del Tránsito el día 15 de agosto, cuando se expone en besamanos a la Virgen dormida, en una barroca cama encargada directamente por el cardenal Solís al escultor Cayetano D'Acosta, bajo un artístico dosel dieciochesco y entre numerosas flores y candelabros. También en agosto se celebra la novena a Santa Clara, días en los que se entroniza una imagen de la santa fundadora de las clarisas en el altar mayor de la iglesia. Ya en septiembre, el día 4, se celebra la festividad de Santa Rosalía, la advocación de origen siciliano titular del templo. En los últimos años es especialmente solemne la instalación en Navidad de un Belén conformado con figuras de la clausura adaptados al misterio del Nacimiento, siendo de gran riqueza las telas y ornamentos con los que se muestran. Además, la colaboración con la asociación de donantes de órganos permite la instalación de otro belén ambientado en escenarios sevillanos que se suele situar en la sacristía lateral de la iglesia.
 Junto a las labores tradicionales de zurcidos y arreglos de ropa, las monjas capuchinas ofrecen en la actualidad la posibilidad de alojamiento en unas estancias habilitadas como hospedería, función que permite compatibilizar la vida claustral con las necesidades económicas de la comunidad en una propuesta que podría ser seguida por otros conventos de la ciudad (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
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Horario de apertura del Convento de Santa Rosalía:
            Todos los días: de 09:00 a 13:00, y de 17:00 a 21:00

Horario de Misas del Convento de Santa Rosalía:
             No hay un horario fijo.

Página web oficial del Convento de Santa Rosalía: No tiene.

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