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jueves, 12 de septiembre de 2019

El Convento de Santa María de Jesús


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Convento de Santa María de Jesús, de Sevilla.
     Hoy, 12 de septiembre, Memoria del Dulcísimo Nombre de la Bienaventurada Virgen María. En este día se recuerda el inefable amor de la Madre de Dios hacia su santísimo Hijo, y su figura de Madre del Redentor es propuesta a los fieles para su veneración [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].    
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Convento de Santa María de Jesús, de Sevilla.
     El Convento de Santa María de Jesús, se encuentra en la calle Águilas, 22; en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
   En una caja metálica del siglo XVI se guarda el documento fundacional del convento de Santa María de Jesús, el del largo muro de la calle Águilas que cobija el azulejo de San Pancracio, el de la caminata de los lunes, el de la Virgen de aires romanos en su portada, el del olor a dulces de su torno y el del perejil del santo. Todo bajo el espíritu de Santa Clara, en una fundación que nace en la Sevilla de finales del siglo XV.
   La Orden de las franciscanas clarisas nació en el siglo XIII, en la madrugada del lunes santo de 1211, cuando la joven de origen noble Clara de Asís, se fugó de casa y marchó a Santa María de la Porciúncula, donde la esperaban San Francisco y sus primeros compañeros para consagrarla al Señor. Tenía apenas 18 años. Al principio vivió algún tiempo con las benedictinas del monasterio de San Pablo de las Abadesas y con las religiosas de Sant'Angelo di Panzo, hasta que se le unieron su hermana Catalina y otras jóvenes. Juntas se trasladaron, unos meses después, a la iglesia de San Damián, restaurada por San Francisco tres años antes. Eran conocidas originalmente como Hermanas Menores, nombre que no agradaba a Francisco de Asís, que lo cambió por el de Señoras o Damas Pobres. Santa Clara, que siempre fue fiel al ideal de pobreza de San Francisco, consiguió que el Papa les aprobara el privilegio de la pobreza por el cual el monasterio no recibiría rentas. Tras la muerte de Santa Clara, el papa Urbano IV les redactó una nueva regla y nacieron las clarisas urbanitas. Al igual que la rama masculina, las seguidoras de Santa Clara se expandieron rápidamente por todo el mundo. En Sevilla, junto al monasterio de Santa María de Jesús (el más moderno de la orden en Sevilla) coexistieron el de Santa Inés y el de Santa Clara.

   Fue en 1498 cuando el papa Alejandro VI concedió a don Álvaro de Portugal el permiso para la fundación de un monasterio según la regla de Santa Clara, permiso conservado en una bula plomada con hilos de color rojo y amarillo que conserva el archivo conventual. En 1502, don Álvaro de Portugal, primo hermano de la reina Isabel la Católica, recibía el permiso del cardenal Cisneros para fundar el convento en las casas compradas en la collación de San Esteban a la condesa de Haro, anteriormente pertenecientes a don Sancho Díaz de Medina. "Con iglesias, humilde campanario, campana, refectorio dormitorio y huertos" se edificaría el convento hacia 1520. Para ello vinieron las primeras monjas del convento de Santa Isabel de Córdoba, siendo Marina de Villaseca su primera abadesa, a la que acompañaría una primera comunidad de doce monjas. Con el tiempo, el monasterio sevillano  de Santa María de Jesús sería el origen fundacional de otros conventos diseminados por la geografía andaluza como el convento de Santa Clara de Estepa (1599), el monasterio de la Purísima Concepción de Marchena (1624) o el monasterio de San José de Jerez de la Frontera (1635).
   Suceso desgraciado en la historia del convento fue el incendio que se produjo en la noche del 31 de julio de 1765. En una tormentosa noche un rayo prendió fuego en la parte alta de los dormitorios, la zona conocida como la caramenta, donde las monjas guardaban ornamentos y realizaban su trabajo habitual de flores contrahechas. Pronto se expandió hacia la parte norte, quemándose la armadura de la escalera principal, la techumbre de algunos dormitorios y otras estancias. Las monjas pudieron sacar muebles y otros objetos pero, ante la virulencia del fuego, tuvieron que refugiarse en la zona del claustro, donde fueron auxiliadas por numerosas personas que acudieron a sofocar el incendio. Ante el cercano peligro, se decidió, en medio de la tormenta, evacuar a las monjas hacia el convento de Santa Inés, de la misma Orden Franciscana. En medio de la tromba de agua, las monjas fueron atendidas por don Francisco Larumbe, hijo del asistente, que gestionó su refugio en el convento  de San Leandro, donde estuvieron hasta el día siguiente, en que pudieron ser trasladadas en coches de caballos a Santa Inés. El incendio duró a pesar de los esfuerzos de la ciudad para su extinción, hasta el día 4 de agosto. Las obras de reparación fueron realmente rápidas, ya que el día 9 de julio del año siguiente volvían las monjas a su restaurado convento, dando gracias “al Señor porque en medio de tanta desgracia ninguna padeció y tan siquiera se mojaron; también porque en tan corto espacio de tiempo se les arregló el monasterio dejándolo habitable”, como recuerda un documento que se custodia en el archivo del monasterio. La historia del monasterio todavía recoge como otro incendio que pudo ser felizmente sofocado el día 7 de junio de 1858, después de una restauración a la que fue sometido el edificio tras un tiempo de abandono por los sucesos políticos de la primera mitad del siglo. La comunidad sobrevivió a la desamortización y al nuevo incendio. La comunidad se enriqueció en 1866 con la llegada de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, trasladada a esta iglesia desde el convento del Valle (actual templo de la hermandad de los Gitanos) por disposición del cardenal. Ya en el siglo XX, entre 1936 y 1943, el monasterio acogió a la vecina comunidad de las Salesas (sus muros son contiguos por la zona de la huerta, algo único en los conventos sevillanos), que había sufrido el incendio intencionado de su convento en 1936. En la segunda mitad del siglo XX fue fundamental el movimiento de renovación fomentado por Pío XII con motivo del VII centenario del nacimiento de Santa Clara, que por la Constitución apostólica Sponsa Christi promovió la federación de las monjas pertenecientes a la misma orden. La aprobación de la federación española llegaría en 1954, celebrándose su primera asamblea en 1957. Se iniciaba así un proceso de intercambio y de colaboración entre las diferentes casas de la orden que significaría una adaptación a los nuevos tiempos sin perder el carisma fundacional. En 1996 llegarían a Santa María de Jesús las últimas cinco monjas que habitaron el convento de Santa Clara, que desaparecía para convertirse en un centro cultural. Curiosamente, el más joven de los monasterios de clarisas acaba acogiendo a la comunidad más antigua de la ciudad. Todavía hoy sobreviven dos de aquellas monjas de Santa Clara. Buena parte de su patrimonio artístico se conserva hoy, felizmente, en el monasterio de la calle Águilas.

   “Salud y trabajo”. Es la petición más frecuente que se hace, especialmente los lunes, a una pequeña imagen de San Pancracio que se sitúa en un muro de la iglesia. Una imagen del joven martirizado en tiempos de Diocleciano que congrega gran devoción popular, como lo atestigua el azulejo que aparece en el muro exterior del templo. En el mismo muro se sitúa el acceso al torno y a la remodelada tienda de recuerdos; a través de un pequeño patio se dará paso a los locutorios y al claustro principal, en torno al que se sitúan las principales dependencias del edificio.
   La iglesia presenta la típica planta de cajón conventual sevillana; con una única nave, sin capillas laterales y testero plano. La nave está cubierta con una bóveda de cañón, dividida en tres tramos por arcos fajones, que presenta una decoración de macollas de hojarasca en el centro de cada tramo de la bóveda. El presbiterio se cubre a través de un magnífico artesonado de madera realizado a fines del siglo XVI, con decoración de lazos y piñas de mocárabes doradas, un sistema de cubrición inusual en los conventos sevillanos, en los que se suele reservar la piedra para la zona del presbiterio. El presbiterio, elevado por seis escalones con respecto al resto de la iglesia, sigue el diseño de Pedro Díaz Palacios, siendo ejecutado por Juan de Oviedo y de la Bandera hacia 1588. El conjunto de la iglesia fue reformado a finales del siglo XVII, momento en el que se superpuso la decoración de yeserías de la nave, dejando oculta la armadura original de madera, que se sigue conservando de forma íntegra como techumbre del coro alto.
   La portada se realiza hacia 1590 por Juan de Oviedo, el cantero Juan de la Torre y Alonso de Vandelvira, que recibió el traspaso de la obra. Consta la existencia de una reforma de la portada en 1695. Tiene un esquema manierista y aloja en una hornacina la imagen de Santa María de Jesús, obra pétrea de Juan de Oviedo que sigue el modelo clásico del convento de dominicas de Madre de Dios. Curiosamente, los conventos de Sevilla no mantienen el esquema de doble puerta que solían tener los conventos franciscanos aunque la restauración del muro ha permitido el descubrimiento de un arco de lo que podría haber sido la segunda puerta del templo.

   El interior de la iglesia muestra la característica división de la zona pública y de la clausura, con la colocación de los coros, alto y bajo a los pies. Una posterior reforma trasladó la liturgia de la comunidad a los pies del retablo mayor, por lo cual una reja marca la nueva división. El retablo mayor fue realizado en 1690 por el ensamblador Cristóbal de Guadix, mostrando una serie de esculturas obras de Pedro Roldán, excepto la Virgen titular, que se suele atribuir a su hija Luisa Roldán, con una cronología anterior a la del resto del retablo. Representa a la Virgen en el momento de cambiar los pañales al Niño, familiar escena que parece inspirada en las creaciones de Alonso de Mena y su Virgen de Belén. Realizado en pino de Flandes, el retablo se compartimenta mediante columnas salomónicas de seis espiras decoradas con pámpanos, destacando la grandeza espacial del baldaquino central que se convierte en un gran camarín de notable profundidad espacial. En el banco se sitúa un sagrario de plata con incrustaciones de marfil que realizó el orfebre Manuel Domínguez en 1967, estando flanqueado por dos pinturas de pequeño formato que representan a San Buenaventura y San Antonio de Padua y por pequeños ángeles tenantes. La iconografía del retablo se centra en la Orden Franciscana, la titular del templo, con soberbias imágenes de San Francisco de Asís portando el Crucifijo y de Santa Clara con el ostensorio con el que espantó a los sarracenos que querían invadir el convento de Asís. En la zona superior aparecen los bustos de San Miguel con la balanza y la espada, y de Santa Catalina con la rueda de su martirio. Estos dos bustos se suelen atribuir, por la dulzura de su acabado a las manos de Luisa Roldán. Siguiendo la tradición conventual sevillana, los dos Santos Juanes (el Bautista y el Evangelista) coronan los laterales del ático. El cuerpo central de dicho ático lo ocupa el excelente altorrelieve del Nacimiento de la Virgen, obra de Pedro Roldán, en un marco arquitectónico ilusionista que pretende aumentar la sensación de relieve. La estructura mediante el empleo de columnas salomónicas indica el seguimiento de las obras de Bernardo Simón de Pineda y del propio Roldán.

   Los laterales del presbiterio están cubiertos por un excelente zócalo de azulejos fechado en 1589, habitualmente atribuidos al ceramista Alonso García, con motivos alternos de clavo y punta de diamante que se superponen sobre guirnaldas y cenefas geométricas. En la parte superior de los muros se sitúan interesantes pinturas murales, en deficiente estado, que representan temas monacales y a cuatro arcángeles, siendo cercanos a la estética de Lucas Valdés (h. 1690). El frontal del altar está realizado con unos paños de azulejos que se trasladaron desde uno de los locutorios del desaparecido convento de Santa Clara, representando a Santa Clara, San Juan Bautista, San José con el Niño, San Francisco de Asís y la Inmaculada.
   En el muro lateral derecho del presbiterio se encuentra el retablo de Jesús Nazareno, conocido como Jesús del Perdón que fue recompuesto por Cipriano Eugenio Ruiz a partir de un antiguo retablo de la Virgen del Valle, perteneciente a la Orden Tercera. La imagen central, relacionable con Juan de Mesa y algunas de sus obras como el Gran Poder o el Cristo de Montserrat, presenta el interés de ser obra de talla completa, algo inusual  en la mayoría de los Nazarenos sevillanos.
   El muro derecho de la nave presenta diferentes retablos, destacando el de San Antonio de Padua (cuyo titular se atribuye al taller de Pedro Roldán), obra de finales del siglo XVII, y el de la Inmaculada, de la misma época, aunque la imagen titular es una bellísima talla del siglo XVIII, relacionada por algunos autores con el taller de Pedro Duque Cornejo. Éste último retablo presenta en su ático un altorrelieve con San José y el Niño que sigue los modelos habituales del taller de Pedro Roldán. Junto a la imagen de San Pancracio, de escasa calidad pero de gran devoción, aparece el retablo de las Ánimas, realizado por Asencio de Maeda y Juan de Oviedo según el contrato firmado con Lope de Tapia en 1587. La representación de las Ánimas es una pintura del siglo XVIII. En el centro muestra un relieve escultórico de Cristo camino del Calvario, muy interesante por mostrar una iconografía inusual en la forma de portar la cruz Cristo, abrazado a ella según el modelo de Luis de Vargas en la pintura del Nazareno de los Afligidos de la Catedral. En la parte superior aparece el Padre Eterno. Sobre los muros aparecen unas pinturas murales que representan a Santa Rosa de Viterbo y San Diego de Alcalá; ambas del siglo XVII.  La imagen de San Pancracio congrega a numerosos devotos los lunes, es obra moderna que vino a sustituir a una anterior colocada en la iglesia en 1954, posteriormente donada a otro convento. La actual fue traída por don Enrique de la Vega, en su base se colocaron velas eléctricas después de un incendio que se produjo por las numerosas velas que se colocaban a sus pies.

   En el muro lateral izquierdo se sitúa el retablo de San Andrés, con su característica cruz en forma de aspa de su martirio, obra de finales del siglo XVII con esquemas cercanos a los de Cristóbal de Guadix. En el mismo muro se sitúa el retablo dedicado a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, con un esquema muy similar al anterior, iconografía que fue vista con recelo por algunos teóricos como Francisco Pacheco, estando atribuido al mismo taller. Enmarcado por las habituales columnas salomónicas y con la habitual decoración de vegetal, se corona con un relieve de Santa Rita de Casia vestida con el hábito de monja agustina. En los muros altos de la nave se cuelgan pinturas procedentes del convento de Santa Clara;  sobre la reja del coro bajo destaca un Crucificado de tamaño natural, también proveniente  de Santa Clara, de comienzos del siglo XVII, estando enmarcado por diversas pinturas entre las que destaca la que representa a los mártires franciscanos del Japón, en un lienzo anónimo del siglo XVII. El robo de algunas piezas de los retablos laterales ha obligado a la comunidad a su protección mediante cierres metálicos, antiestética solución que debería ser transitoria a la espera de un sistema más apropiado.
   En el muro izquierdo se abre la antigua capilla y lugar de enterramiento del caballero veinticuatro Felipe de Pinelo, estancia rectangular recrecida en 1850, que se cubre en su parte más antigua por una notable techumbre de madera policromada de finales del siglo XVI. En sus muros cuelgan cuadros de diferente factura, destacando en un lateral un Calvario de plata en su color. El muro frontal lo ocupa un excepcional Nacimiento del siglo XVII proveniente del convento de Santa Clara, con la representación del Misterio y de dos pastores de tamaño natural. Es un conjunto de gran calidad atribuido a Luisa Roldán y que había llegado a Santa Clara proveniente del convento Casa Grande de San Francisco (gran conjunto desaparecido que ocupaba la actual Plaza Nueva). El grupo llegó a ser tan popular y admirado que en 1782 Francisco de Araujo realizó una estampa grabada de la obra en la que se representaban todas las figuras y el retablo que las cobijaba en la desaparecida iglesia. 

   La clausura conventual se organiza en torno a dos patios, el claustro principal, paralelo a la iglesia y el llamado patio pequeño, que permite el acceso al coro bajo. El coro bajo es una estancia situada a los pies de la iglesia que llegó a ser ampliada en 1960 en detrimento del espacio de la iglesia y se cubre con artesonado de casetones de comienzos del siglo XVII. Acoge numerosos cuadros y hornacinas con imágenes de notable interés. Está presidido por la imagen de la Virgen del Rosario, conocida como “la abadesa del convento”, que porta al Niño y un cetro, siendo talla de vestir de finales del siglo XVII. En el muro lateral derecho destaca el Niño Príncipe con cetro y corona de espinas de plata, talla que la tradición sitúa como regalo de don Álvaro de Portugal en la época de fundación del convento, aunque sus caracteres estilísticos lo sitúen en el Manierismo del último tercio del siglo XVII. Está situado en una hornacina cuyas puertas se decoran con interesantes pinturas de finales del siglo XVI. En el muro izquierdo destaca una majestuosa talla de San Francisco de Asís, de finales del siglo XVII, revestido con telas naturales y una Dolorosa arrodillada y de manos entrelazadas cercana a la estética dieciochesca de Montes de Oca.
   El claustro principal es obra del siglo XVI, repite la longitud de la iglesia (algo habitual en los conventos franciscanos) y se organiza en su piso inferior mediante columnas de mármol que sostienen arcos de medio punto peraltados que se convierte en arcos rebajados en el piso superior. Uno de sus frentes fue afectado por el incendio de 1765 y en la restauración se sustituyeron las columnas por pilares de ladrillo. En un ángulo de acceso se sitúa un azulejo del siglo XX que representa al Nazareno de Pasión y que fue una donación proveniente de la desaparecida clínica Virgen de los Reyes. Además de los notables paños de azulejos de cuenca de sus zócalos, en algunos de sus muros se han conformado algunos paneles con diferentes escenas de cacerías y pesca provenientes de los locutorios del convento de Santa Clara. La parte central tiene un pozo, que abastece para el riego, un naranjo, un limonero y numerosas macetas que se ven acompañadas por una gran jaula de pájaros que son los únicos alteradores del silencio claustral. A ese patio se abren diversas dependencias como el refectorio, el taller de encuadernación, el despacho de la abadesa o una sacristía interior que guarda notables piezas como un excelente escritorio hispano-filipino con incrustaciones de nácar y marfil o un suntuoso bargueño de estilo castellano de los siglos XVII-XVIII. En la planta baja del convento también se sitúa la biblioteca y el archivo, hermosa estancia rectangular que acoge numerosos documentos de gran interés histórico (desde la misma bula fundacional concedida por Alejandro VI en 1498) y libros de diferentes siglos, con un orden que demuestra el apego por el patrimonio histórico de la comunidad. Decorado en sus estanterías con numerosas miniaturas y pequeñas tallas, destaca en el conjunto un busto relicario del siglo XVI que contiene la sangre de Santa Úrsula.

   En el piso superior, entre las zonas del antiguo noviciado (hoy hospedería para hermanas de la federación), las celdas, el acceso al coro alto o el llamado santuario, se distribuyen diversos pasillos y dependencias que acogen innumerables piezas escultóricas de notable valor en fanales, muebles o vitrinas. Baste decir que el convento tiene un total de 21 tallas que representan al Niño Jesús como el llamado “Cardenalito”; varios de estilo montañesino; el “Manolito”, el “Salvador”, el “Divino Infante”, de formas cercanas a la Roldana; el “Miguelito”, ya del siglo XVIII; el llamado “Sagrado Corazón”; o el advocado “Rey de Corazones”, ya del siglo XIX. Por destacar otras tallas se podría citar un grupo de la Piedad en barro cocido y policromado del siglo XV, la Virgen de las Nieves, de Juan de Oviedo (1588), una Virgen del Pilar del siglo XVI, el Señor de la Humildad, del siglo XVII, la Virgen de la Salud o un excelente misterio del Nacimiento atribuido a Pedro Roldán. Precisamente en una dependencia del piso superior, la sala de labor, se sitúa, en un gran mueble vitrina, un fastuoso Belén formado por innumerables figuras del siglo XVIII presididas por un misterio con todas las características del arte de Luisa Roldán, desde la delicadeza de su composición, a la calidad de su policromía, pasando por la sonrisa de la mula, habitual en otros nacimientos documentados de la que fuera escultora de cámara de la corte de la época. 

   Estancia destacada del piso superior es el coro alto, usado por la comunidad en el invierno. De planta rectangular, mantiene la armadura de madera original de la iglesia, de cinco paños, y acoge una sencilla sillería de época neoclásica. Hoy está presidida por la Virgen de la Esperanza, imagen proveniente del convento de Santa Clara, colgando también en sus muros un monumental Crucificado protobarroco de papelón, un curioso lienzo del siglo XVIII que representa el grupo de Santa Ana de la parroquia de Triana y un interesante lienzo del siglo XVIII cercano a Juan de Espinal que recoge diferentes escenas de la vida de San Pascual Bailón. Otra dependencia destacable del piso superior es el llamado santuario, estancia perfectamente conservada que acoge numerosas vitrinas que exponen desde un Yacente de tamaño natural a numerosas reliquias, una ambientación en miniatura del descubrimiento de la Cruz por Santa Elena, diferentes tallas de iconografía franciscana o crucifijos en marfil o madera de diversos tamaños.

   La jornada de las monjas franciscanas comienza a las 6.30 de la mañana con el rezo cantado de laudes, el oficio de lectura, la oración y la misa a las 8.00 (los domingos pasa a las 10 de la mañana). Tras el desayuno en comunidad, comienza el trabajo dividido entre las tareas de la casa, la cocina, el cuidado de la huerta, las labores de encuadernación y la repostería. Junto a la encuadernación de libros la comunidad elabora dulces como bolluelos, corazones, empanadas, magdalenas, palmeras, pastas, perrunillas, roscos de almendra, sultanas o los sugerentes puños de San Pancracio que se venden en el nuevo torno realizado en el acceso al convento. Tradicional es la encuadernación de libros, no elaborándose en la actualidad las flores de papel o tela que se realizaban en épocas históricas, conservándose documentos antiguos hablan de la elaboración de “flores contrahechas”. La huerta, excepcional en pleno centro de Sevilla, tiene una notable variedad que va desde las acelgas a los árboles frutales, las mandarinas o incluso un olivo de aceitunas negras. Se completa con una alberca transformada en piscina. 
   El carácter contemplativo se concreta en la exposición diaria del Santísimo en la iglesia, que estará acompañada por una pareja de monjas que se turnan cada media hora. Antes de la una de la tarde se realizará el rezo del rosario, seguido de sexta y posterior reserva. Tras el almuerzo en comunidad, tiempo de dedicación personal hasta las cuatro de la tarde, momento en el que se rezará nona. Tras el ensayo de coro se volverá al trabajo, llegando a las 18.30 h el tiempo de recreo. El rezo de vísperas a las 19.00 h y de completas a las 21.00 h darán paso a la cena en el refectorio, seguida de media hora de recreo tras el que las monjas se retirarán a sus celdas. Son celebraciones especiales, aparte del Triduo de Semana Santa o el Corpus, la novena a Santa Clara, el Jubileo Circular (que coincide con la festividad de San Francisco de Asís), el Triduo a San Pancracio (los días 11-13 de mayo) o la celebración del día de la abadesa. Siguiendo la tradición franciscana, tiene especial notoriedad la celebración de la Navidad. De hecho, fue Francisco de Asís el creador de la tradición del Belén en la Nochebuena de 1223, al crear una escenografía en el bosque de Greccio representando el misterio de la Natividad. 
   En el monasterio de la calle Águilas la Navidad se prepara a conciencia durante el Adviento. Las monjas preparan una canastilla de ofrendas al Niño Jesús que le serán presentadas el día de Reyes de forma muy peculiar. Tres monjas, perfectamente ataviadas como Reyes Magos, portarán una carroza con la imagen de la Pastora y el Niño. Tras el cortejo se harán las ofrendas al Niño y sus majestades repartirán regalos entere la comunidad. Día de alegría que se mantendrá durante todo el año en el convento. Decían los biógrafos de Francisco de Asís que el santo había traído “una nueva primavera a la Iglesia”. En la calle Águilas se mantiene (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía del Dulce Nombre de la Bienaventurada Virgen María;
Los nombres de la Virgen
   Los vocablos que se emplean para invocar a la Virgen María son tan numerosos como los que designan a Cristo. Los más difundidos son María, Madre de Dios, Virgen Santa, Nuestra  Señora.
1. María
   María es la transcripción latina del nombre hebreo Miriam (Mariam), que significa "gorda" y en consecuencia «bella» (speciosa), de acuerdo al ideal de belleza de los judíos y de los orientales en general.
   Ese nombre, impuesto a la Virgen quince días después de su nacimiento, como era la costumbre con las mujeres, fue elegido en homenaje a la hermana de Moisés, la única mujer llamada así en el Antiguo Testamento.
   El nombre de pila provenzal Mireille, forjado por el poeta Mistral, nada tiene en común con Miriam o María.
   En la mayoría de las naciones cristianas María, cuyo patronazgo se consideraba más poderoso que el de cualquier otra santa, es el nombre de pila femenino más usual. Se le da no sólo a las mujeres sino también a los hombres, asociado con otro nombre masculino (vgr. José María, Juan María). No obstante, en dos países muy católicos, España y Polonia, estaba prohibido emplearlo porque se consideraba tabú al igual que el de Jesús.
   Por eso, el nombre María fue reemplazado en España por alusiones indirectas a sus fiestas y a las órdenes que le están consagradas. Esos sustitutos reverenciales son muy numerosos: Concepción, cuyo diminutivo es Concha, recuerda a la Inmaculada Concepción; Dolores o más familiarmente Lola, a los siete Dolores de la Virgen; Asunción alude a la asunción de la Virgen; Carmen y Mercedes son homenajes a las órdenes del Carmelo y de La Merced, que se consagraban especialmente a Nuestra Señora; el nombre Pilar conmemora la devoción a la célebre virgen del Pilar de Zaragoza. Todos esos nombres de pila femeninos se sobreentienden sin que se deba pronunciar el santo nombre de María, oculto pero presente, como la hostia en el tabernáculo, y en verdad significan María del Carmen, de las Mercedes, de los Dolores, del Pilar. Agreguemos que Soledad recuerda a la Virgen de la Soledad, Rosario la devoción del Rosario, Consuelo a la Virgen de la Consolación.
   Lo mismo ocurrió en Polonia, donde por reverencia  a la Santísima Virgen, estaba prohibido dar a las niñas el nombre María. Cuando el rey Ladislao IV se casó con María Luisa de Nevers, en el contrato matrimonial estipuló que su esposa renunciaría a su primer nombre que resultaba chocante para los polacos, y que sólo conservaría el segundo, Luisa.
   El nombre María es frecuente en la onomástica geográfica o toponimia. En Francia numerosas localidades se llaman Dammarie Donnemarie (Domina Marie). En Alemania, además de las formas habituales: Marienburg, Marienwerder que son legión, también se encuentran casos en que Marien se disimula bajo las formas Märgen, Mergen. Por ejemplo en Mergentheim, o más simplemente Mar en Markirch, transcripción alemana de Santa María de las Minas, en Alsacia.
   Los Padres de la Iglesia y los teólogos de la Edad Media, muy apasionados con las etimologías fantásticas (porque entonces la etimología no era más que una forma del juego de palabras), emplearon su ingenio para adivinar el origen del nom­bre María.
   La mayoría de ellos pensó, naturalmente, en la palabra latina mare, mar. Para san Anselmo, María significa señora o soberana de la mar (Domina maris). Según san Jerónimo y san Bernardo, sería la estrella del mar (Stella Maris); el vocablo hebreo Miriam o Mariam se dejaría interpretar más bien como Stilla maris, gota del mar (iam: mar en hebreo).
   Otros han buscado conexiones, igualmente infundadas, con mirra, perfume de oriente que servía para embalsamar a los muertos y volver incorruptibles sus cuerpos.
   Los teólogos no se contentaron con estas fantasías etimológicas. Con las cinco letras combinadas del nombre María compusieron letanías o laudes en forma de acrósticos, en honor de la Santa Virgen.
   Gracias a ese sistema de prestidigitación verbal, muy del gusto de la Edad Media, pueden extraerse de las letras de María tomadas como iniciales, por ejemplo los nom­bres de sus cinco prefiguraciones del Antiguo Testamento: Mirian, la hermana de Moisés que cantó la liberación del pueblo hebreo después del paso del mar Rojo; Ana, madre de Samuel que consagró su hijo al Señor; Raquel, que lloró a sus hijos; Judit, que liberó su nación  decapitando  a Holofernes;  Abigail,  que supo aplacar la cólera del rey David.
   Con esas mismas letras, san Buenaventura divide un rosario de alabanzas de la Virgen a la que saluda con los títulos mediatrix, auxiliatrix, reparatrix, illuminatrix, advocata.
   Otros se ingenian para extraer nombres de flores: margarita, ancolía, rosa, eglantina.
   Finalmente, el dominico Pedro de Udine compuso con las letras del nombre María un brillante ramo de piedras preciosas: margarita (perla), adamas (diamante), rubinus (rubí), iaspus (jaspe), amethistus (amatista).
2. La Madre de Dios
   Con frecuencia María es invocada con el nombre de Madre de Dios. Los griegos la llamaban Theotokos, los latinos Mater Dei, Deipara, Dei Genetrix. En francés arcaico se deáa La Mère-Dieu, que corresponde al latín Mater Dei, con Dios en genitivo como en La Chaise-Dieu (Casa Dei), Hotel-Dieu (Hospitium Dei). En italiano Madre di Dio, en castellano Madre de Dios, corresponden al inglés Godmother, al alemán Muttergottes, Gottesgebärerin, al polaco Matka Boska. La transcripción rusa de Theotokos es Bogomater o Bogoroditsa.
3. La Santísima Virgen
   Esta  tercera  denominación  está representada en griego por Parthenos o Panagia (la santísima), en latín por Sanctissima Virgo. Los italianos dicen Maria Vergine, los españoles La Santísima Virgen, los ingleses The Blessed Virgin, los alemanes Die heilige Jungfrau, los holandeses De Heilige Maagd, los rusos Presviataia Deva.
4. Nuestra Señora
   La Edad Media tomó al fin el bello nombre de Nuestra Señora del lenguaje caballeresco. Con él, todos los cristianos se reconocían como vasallos de la Madre de Cristo. Esta denominación fue popularizada por san Bernardo y la orden del Cister. Bajo ese nombre (Notre Dame) están todas las iglesias de Francia consagradas a la Virgen.
   Todas las lenguas han adoptado esa expresión de homenaje que en italiano se convirtió en Nostra Signora, en castellano Nuestra Señora, en inglés Our Blessed Lady, en alemán Unsere Liebe Frau, en holandés Onze Lieve Vrouw, en danés Vor Frue. En Alemania se llama Liebfrauenkirchen a las iglesias dedicadas a Nuestra  Señora.
5. La Madona
   Es necesario subrayar, no obstante, la preferencia de los italianos por Madonna (Mi Señora, o Mi Dama), que pasó al francés en el siglo XVII, hacia 1640, bajo la forma Madone. La fortuna de esa breve y armoniosa expresión ha sido tal que en la época moderna casi ha suplantado a Notre  Dame.
   Esta lista no agota el onomástico de la Virgen María que también es invocada con otros nombres. Los bizantinos le dedicaron iglesias bajo los títulos de Panagia, Hodigitria, Nikopoia e incluso Pantanassa (la Virgen Reina, la Reina de las Reinas). Peribleptos (La Brillante), se encuentra en la advocación  de dos iglesias de Mistra, en  el Peloponeso (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Solemnidad del Dulcísimo Nombre de la Bienaventurada Virgen María;
   La propagación de la devoción al Santísimo Nombre de Jesús por parte de dominicos, con las Hermandades del Dulce Nombre, y de franciscanos en sus predicaciones populares, tales como las de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María. 
   Fiesta de origen ibérico, fue aprobada con Oficio propio por Julio II della Rovere en 1513 para la Diócesis de Cuenca, y señalada el quince de septiembre, Octava de la Natividad. Suprimida en la reforma litúrgica de San Pío V Ghislieri, por decreto de Sixto V Peretti de dieciséis de enero de 1587, fue rehabilitada y trasladada al diecisiete de septiembre. En 1622 fue extendida a la Archidiócesis de Toledo por Gregorio XV Ludovisi. Aunque después de 1625 la Congregación de los Ritos titubeó durante un tiempo conceder más extensiones de la fiesta, sabemos que era celebrada por los trinitarios españoles en 1640 y que fue concedida a Austria como doble de segunda clase el uno de agosto de 1654. En 1666 los Carmelitas Descalzos recibieron la facultad de recitar el Oficio del Nombre de María cuatro veces al año con la categoría de doble. Finalmente, fue concedida a toda España, al Reino de Nápoles y al Milanesado el veintiséis de enero de 1671.  Inocencio XI Odescalchi la introdujo en el calendario general de la Iglesia Latina con la categoría litúrgica de duplex majus por decreto del veinticinco de noviembre de l683 tras la victoria de Viena sobre los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, rey de Polonia, y la asignó al domingo después de la Natividad de María. 
   De acuerdo al decreto del ocho de julio de 1908, cuando la fiesta no pudiera ser celebrada en su propio domingo porque éste lo ocupara una fiesta de mayor jerarquía, debería trasladarse al doce de septiembre, el día aniversario de la victoria de Sobieski, fecha en que fue fijada en la reforma del calendario de San Pío X Sarto de 1911. Aunque esta fiesta fue suprimida en el Misal Romano de 1969, se repuso en la edición del año 2002, bajo San Juan Pablo II Wojtyla, entre las memorias libres marianas. La oración colecta de la misa es la siguiente: “Concédenos, Dios omnipotente, que el glorioso nombre de la bienaventurada Virgen María que ahora celebramos, nos obtenga los beneficios de tu misericordia”. La superoblata: “Por la intercesión de la siempre Virgen María, te pedimos, Señor, que aceptes estos dones que te presentamos, y nos transformes a quienes veneramos tu Santo Nombre”.  La postcomunión: “Concédenos, Padre, alcanzar la gracia de tu bendición por intercesión de María, la Madre de Dios, para que, quienes hemos celebrado su nombre venerable obtengamos su auxilio en todas nuestras necesidades” (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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Horario de apertura del Convento de Santa María de Jesús:
            Todos los días: de 09:00 a 12:30, y de 16:30 a 19:00

Horario de misas del Convento de Santa María de Jesús:
            Laborables: 08:00 (Invierno), 10:00 (Verano)
            Domingos y Festivos: 10:00

Página web oficial del Convento de Santa María de Jesús: No tiene.


El Convento de Santa María de Jesús, al detalle:

Retablo cerámico de San Pancracio, mártir

Iglesia
Retablo de San Pancracio, mártir 

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