Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Real Convento de Santa Inés del Valle, en Écija (Sevilla).
Hoy, 21 de enero, Memoria de Santa Inés, virgen y mártir, que, siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe y consagró con el martirio el título de la castidad. Victoriosa sobre su edad y sobre el tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Real Convento de Santa Inés del Valle, en Écija (Sevilla).
El Real Convento de Santa Inés del Valle se encuentra en la calle Mayor, 17; en Écija (Sevilla).
Edificio de planta rectangular de una sola nave de cuatro tramos, antepresbiterio y capilla mayor. La nave y la capilla mayor se cubren con bóveda de medio cañón con lunetos, apareciendo en el antepresbiterio una bóveda semiesférica. Edificada entre 1622 y 1623, las yeserías que la decoran, así como los lienzos que aparecen encastrados en ellas, son de una etapa inmediatamente posterior a esos años. La torre, levantada en 1642, se derribó en el siglo XVIII, existiendo actualmente una espadaña moderna construida en los años ochenta del siglo XX.
El gran retablo mayor es obra de hacia 1630. Se articula en torno a un gran arco central, bajo el que se sitúa el manifestador y el sagrario. La parte exterior se ordena en calles, figurando en ellas santos y santas de la orden franciscana.
En el muro izquierdo y enmarcado por ricas yeserías, se sitúa un retablo de hacia 1630 dedicado a San Juan Bautista, con relieves de la vida del santo titular en el intradós del arco y una escultura de la misma advocación en la hornacina central. En el mismo muro aparece un retablo con hornacina entre estípites con una escultura de la Inmaculada del segundo tercio del XVIII. En el muro contrario se halla el retablo dedicado a San Juan Evangelista, de igual fecha y características que el del Bautista. A continuación se encuentran un retablo con hornacina entre estípites y escultura de Santa Inés de la primera mitad del XVIII; el retablo-hornacina de estípites con un grupo escultórico de Santa Ana y la Virgen fechado en 1762; y un retablo del último tercio del XVIII con imagen de candelero de fines del XIX. En la sacristía hay una escultura del Crucificado de la primera mitad del siglo XVI (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
Las distintas dependencias del cenobio giran en torno a un hermoso claustro en cuya primera planta las arcadas reposan sobre columnas de granito mientras que en la segunda descansan sobre pilares hexagonales de ladrillo, en ambos casos enmarcados los arcos por sendos alfices. El conjunto puede datar de la primera mitad del siglo XVI.
La iglesia renacentista quedó destruida por un incendio en 1622, fecha en que se comenzó a edificar la actual. Se compone de una espaciosa nave separada del presbiterio por gradas y arco toral. Ésta se cubre con bóveda de cañón y lunetos, con media naranja delante del presbiterio, mientras que a los pies de la nave se sitúan los coros alto y bajo. Interiormente se encuentra decorada con yeserías y pinturas que aluden a los misterios marianos y escenas franciscanas. El conjunto, perteneciente al primer cuarto del siglo XVII, denota la influencia artística local, siendo los alarifes ecijanos los que plantearon la composición de un edificio tan importante como significativo.
El templo posee dos portadas situadas en el muro del Evangelio, concretamente en los tramos primero y tercero de la nave. Ambas, realizadas en piedra de Estepa, repiten el mismo esquema compositivo. Parte de un gran vano central adintelado rodeado por sillares almohadillados, sobre los que se apoya un frontón triangular partido con remates piramidales. El segundo cuerpo se articula en torno a una hornacina de medio punto que alberga una escultura de Santa Inés, coronándose el conjunto por un frontón triangular partido con remates a modo de flameros, en cuyo centro se dispone el escudo de la orden franciscana. La portada del tercer tramo, fue cegada durante las reformas realizadas en los años sesenta, colocándose en el centro una hornacina de medio punto acristalada y protegida por reja, donde se venera la aparición de la Virgen de Fátima a los pastorcillos.
La primitiva espadaña fue erigida en 1642, siendo desmantelada en 1956 por amenaza de ruina. Constaba de dos cuerpos, el inferior de tres vanos y el superior de uno, con rica decoración de pilastras, frontones y azulejos.
A finales de 1983, gracias al empeño de la comunidad y de algunos ecijanos, se edificó la nueva espadaña a cargo del arquitecto D. Alberto Gutiérrez Carmona. Consta de dos cuerpos y tres vanos. En su fisionomía se conjugan modelos de otras espadañas ecijanas, siendo muy clara la influencia de la que remata.
Desde sus orígenes pertenece a la Comunidad de Clarisas Franciscanas. El primer asentamiento de la fundación se situó en las afueras de la ciudad, trasladándose al emplazamiento actual en 1487. Esta definitiva fundación se debe a la ayuda y fervor de Dª Isabel Cherino, viuda de D. Luis Pernía, Alcalde de Osuna, quien legó al convento grandes sumas en su testamento firmado el 18 de noviembre de 1505, eligiéndolo como lugar para su sepultura.
Entre los benefactores del convento cabe destacar la reina Isabel la Católica, que lo eligió para hospedarse mientras recaudaba fondos para la guerra de Granada; también hicieron valiosos legados la Emperatriz María de Austria y la Infanta Isabel Clara Eugenia, así como el Cabildo de la ciudad. Éste apoyó económicamente a las monjas en aquellas ocasiones en las que por alguna catástrofe perdieron parte del convento, como en el incendio de 1622 y las inundaciones del Genil de 1626 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Localizado en el corazón de la ciudad de Écija, el Real Convento de Santa Inés pertenece a la Comunidad de Clarisas Franciscanas. La primera fundación se hizo extramuros de la ciudad, trasladándose posteriormente al lugar actual, a unos 200 pasos del casco urbano, lindando con el camino que conducía al santuario de la patrona, Ntra. Sra. del Valle, de donde tomó nombre. Esta fundación definitiva data de 1487.
Según la tradición el convento recibió valiosas aportaciones desde los inicios de su fundación, figurando entre ellos los de la reina católica, que se hospedó en el monasterio y sufragó cuantiosas limosnas con las que se costeó la sillería de coro, se realizaron libros corales, se trajo el agua al convento, etc. La emperatriz María de Austria y la infanta Isabel Clara Eugenia fueron también benefactoras de la casa, a la que legaron valiosas reliquias, entre ellas una espina de la corona de Jesús. La nobleza ecijana y el municipio de la ciudad mostraron su afecto al cenobio franciscano.
La iglesia es una gran nave cubierta con bóvedas de cañón y lunetos en la nave principal y con bóvedas de media naranja en el antepresbiterio. Está ricamente ornamentada con labores de yeserías, pinturas de los misterios marianos y escenas franciscanas, de escaso valor artístico, pero de agudo sentido ornamental. El templo se halla construido a finales del primer cuarto del siglo XVII, siendo los autores de tan curiosa composición alarifes ecijanos.
El retablo principal se compone de dos partes: la primera es un gran conjunto central con el Manifestador y cajas laterales para las imágenes de San José y San Joaquín, en la parte baja un tabernáculo con media naranja rematado por linterna que contiene la escultura de la Inmaculada. La segunda parte del retablo completa el testero de la capilla y posee distintos conjuntos artísticos de mediano valor artístico destacando un relieve de la historia de Santa Clara y los sarracenos de hacia 1630.
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Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Inés, virgen y mártir;
LEYENDA
Virgen y mártir romana.
Su nombre se tomó del adjetivo griego agnê que al igual que Catalina (Katharos), significa «pura», «casta». Por otra parte, los romanos lo vincularon con el sustantivo latino agnus (cordero), aunque no haya relación etimológica alguna entre agnê y agnus. Como escribe san Agustín: «Agnes latine agnam significar, graece castam.»
De esta etimología popular deriva la leyenda de la santa, de quien se ha hecho un modelo de castidad y dulzura. La Leyenda Dorada no pierde la oportunidad de jugar con las semejanzas de Agnès y Agna: «Agnes dicta est agna, quia mitis et humilis tanque magna fuit.» Inés es la Agna Dei, es decir, la personificación femenina del Cordero de Dios.
Como es natural, se ha creído que semejante nombre podía ser un símbolo (virgo casta) antes que una persona real, tanto más por cuanto la existencia histórica de santa Inés resulta dudosa.
El documento más antiguo que la concierne es el Cronógrafo del año 354, según el cual, el 21 de enero se celebraba la fiesta de Agnê (la Casta) en la catacumba de la Vía Nomentana.
Al principio existían dos tradiciones distintas que se referían a dos mártires homónimas, que luego resultaron confundidas.
Según san Ambrosio y san Dámaso, Inés sería una niña martirizada a los doce años de edad, no por decapitación sino por degüello. Su martirio habría ocurrido hacia 305, durante la persecución de Diocleciano.
La tradición griega, diferente, concierne a una virgen adulta. Según el Menologio de Basilio, Inés, que se había negado a ofrecer sacrificios a los dioses, fue conducida a un prostíbulo. Un joven libertino quiso aprovechar la situación violándola, pero cayó sin conocimiento. El prefecto la hizo comparecer ante su tribunal y le preguntó qué sortilegio había empleado para matar a ese hombre. Ella respondió que un ángel vestido de blanco le había servido de guardaespaldas para preservarla de todo ultraje. «Si quieres que te creamos -respondió el prefecto- invoca a tu Dios y resucita a este joven.» Inés oró y el muerto resucitó enseguida.
El episodio del prostíbulo es un tópico en los relatos de la vida de las santas. La violación ritual era una costumbre entre los romanos porque la ley prohibía condenar a muerte a una virgen, de manera que se hacía violar a las vírgenes antes de enviarlas al suplicio, aunque todavía no fuesen núbiles.
Tertuliano habla de cristianas condenadas «ad lenonem potius quam ad leonem», juego de palabras de bastante mal gusto para subrayar que antes de ser expuestas a los leones del anfiteatro, las mártires solían ser encerradas en lugares de mala fama.
Las dos tradiciones, latina y griega, no demoraron en fundirse y enriquecerse con nuevos rasgos legendarios, entre otros, el milagro de los cabellos y el manto blanco que entregara un ángel, que fue popularizado en el siglo V por las Gesta, y en el XIII por la Leyenda Dorada (Legenda aurea).
El hijo del prefecto se enamoró de Inés que se dirigía a la escuela en compañía de su nodriza, y le ofreció joyas. Ella rechazó el regalo con desdén, diciendo que ya tenía un novio que le había ofrecido adornos más bellos: "Ha adornado mi mano con una pulsera inestimable, ha puesto en mi cuello un collar de piedras preciosas, ha puesto en mis orejas perlas de infinito precio". Rechazado por la joven virgen, el pretendiente cayó enfermo de pena. Su padre, el prefecto, citó a la rebelde ante su tribunal, y al no poder obligarla a casarse con su hijo, la dejó elegir entre un sacrificio a los dioses o el deshonor.
Al negarse a abjurar de su fe, fue conducida por las calles de Roma desnuda, al «fornix» (lenocinio). Pero sus cabellos se alargaron al instante para cubrir su desnudez con un sedoso vestido. El joven que la siguió para satisfacer su pasión, fue estrangulado por el demonio, ella lo resucitó.
Condenada a la hoguera como maga, las llamas se alejaron de ella y se echaron sobre los verdugos. Entonces fue degollada.
La Leyenda Dorada agrega detalles más precisos a esta novela llena de tópicos hagiográficos. El prefecto, que se llamaba Sempronio (Symphronius) dijo a Inés que si quería seguir virgen debía consagrarse a Vesta, de otra manera, la entregaría a los excesos de un prostíbulo. Ella respondió: «Tengo conmigo un ángel de Dios que guardará mi cuerpo de toda mancha.» El prefecto la hizo desnudar y conducir al burdel; pero de inmediato sus cabellos cayeron como una cortina para convertirse en un velo impermeable a las miradas. Como si esa melena no bastase, un ángel la envolvió en un manto luminoso de blancura deslumbrante. El joven que la deseaba resultó cegado y cayó de espaldas.
Se advierte el progresivo enriquecimiento de la leyenda: al milagro de los cabellos, tomado de santa María Egipcíaca, se sumó el milagro del manto angélico: doble defensa que protege contra las codicias carnales el cuerpo incontaminado de Inés, «la casta».
La leyenda no se detuvo, como es natural, en la muerte de la santa, degollada después de la extinción de la hoguera. Se la enterró en la Vía Nomentana. Los fieles que asistían a las exequias fueron asaltados por los paganos que les arrojaron piedras. Todos huyeron, salvo Emerenciana, pretendida hermana de leche de santa Inés, que se quedó en su sitio con valentía y fue lapidada. Los asesinos fueron tragados por un seísmo.
La hija del emperador Constantino, Constantina o santa Constancia, enferma de úlceras que le cubrían el cuerpo, pasó toda una noche en oración cerca de la tumba de Inés. Cuando se durmió tuvo una visión: la santa le decía que creyese en Cristo que la curaría. Y así fue, al despertar, Constancia se encontró purificada de la lepra. En reconocimiento, hizo edificar una basílica a santa Inés. Esta leyenda no es más que una duplicación de la de Constantino, curado de la lepra por el papa san Silvestre.
CULTO
Roma, cuna del culto de santa Inés, consagró a ésta dos iglesias. La primera , la de S. Agnese in Agone, en la Plaza Navona, señala, de acuerdo con los Mirabilia Romae, el emplazamiento del prostíbulo (fornices) donde su castidad fue salvaguardada por un milagro; la segunda, la basílica extramuros de S. Agnese fuori le mura se edificó sobre su tumba. El día de su fiesta (21 de enero), se celebraba allí la de la bendición de los corderos cuya lana, hilada por las monjas, servía para la confección de las pallia (mantos griegos) que entregaba el papa a los arzobispos.
En Milán, era la patrona de los Visconti.
Su culto pasó desde Italia a Francia, los Países Bajos y Alemania.
Tres templos de Francia, las catedrales de Amiens y de Cambrai y la iglesia abacial de Saint Ouen, pretendían poseer la «chief sainte Agnes» (cabeza de santa Inés). Si se cree en la tradición, sus reliquias, ocultas por el temor a los piratas normandos, habrían sido confiadas en 965 a Baldric, obispo de Utrecht, quien las depositó en el tesoro de su catedral. La iglesia de Saint Eustache de París estuvo en su origen puesta bajo la advocación de santa Inés que siguió como patrona secundaria.
En Alemania, el asiento principal de la devoción a santa Inés era Colonia, que en su iglesia de San Pantaleón creía conservar uno de sus brazos y uno de sus dedos.
El culto de la joven mártir romana recibió los beneficios de la fundación de la orden de los trinitarios que habiendo sido aprobada por el papa el día de la octava de su fiesta, la adoptó como patrona. Su martirio se representaba en la mayoría de las iglesias de la orden.
Era la patrona de las vírgenes romanas, de las novias porque eligió a Cristo como novio y de los jardineros porque la virginidad está simbolizada por un jardín cercado o cerrado (hortus conclusus).
ICONOGRAFÍA
En los mosaicos bizantinos, santa Inés está representada como orante, adornada con ricos vestidos, una diadema de perlas en la cabeza y una larga estola de oro sobre los hombros: así se habría aparecido ocho días después de su muerte.
Aunque los Padres de la Iglesia latina la hacen morir a los doce años, los pintores la representan adulta.
La joven mártir romana es la primera santa que haya sido dotada con un atributo (siglo VI).
Sus armas parlantes son el cordero blanco (o más bien la cordera), símbolo de su pureza. El animal está acostado a sus pies o apoya contra ella los remos delanteros, a menos que esté acurrucado, minúsculo, en el hueco de su mano. El cordero no es sólo una alusión a su nombre. Es también un recuerdo de la visión de sus padres, quienes, ocho días después de su muerte, vieron aparecer a su hija con un cordero a su derecha: ella los exhortó a no entristecerse sino a alegrarse con ella. Por otra parte, el cordero místico del Apocalipsis, símbolo de Cristo, está considerado como el novio celestial de Inés.
Se la reconoce también por la hoguera encendida cuyas llamas se alejan sin tocarla siquiera, por la espada, instrumento del suplicio, y por la palma del martirio.
Escenas
Los Desposorios místicos de Santa Inés
El Niño Jesús le coloca un anillo de oro en el dedo, igual que a Santa Catalina. Tema muy infrecuente, inspirado por un párrafo de la Leyenda Dorada. Al hablar de su novio celestial, ella dice: me ha puesto el anillo en el dedo.
El Milagro de Santa Inés
Sus cabellos rubios se alargaron milagrosamente y la recubrieron con un manto opaco como una coraza. Por añadidura, un ángel la cubrió con una blanca vestidura.
El diablo torció el cuello al hijo del prefecto que se acercó para violarla; ella lo resucitó.
El Martirio de Santa Inés
Las llamas se alejan de ella. El verdugo la degüella sobre la hoguera apagada (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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