Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Inés", del taller de Zurbarán, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 21 de enero, Memoria de Santa Inés, virgen y mártir, que, siendo aún adolescente, ofreció en Roma el supremo testimonio de la fe y consagró con el martirio el título de la castidad. Victoriosa sobre su edad y sobre el tirano, suscitó una gran admiración ante el pueblo y adquirió una mayor gloria ante el Señor. Hoy se celebra el día de su sepultura [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la pintura "Santa Inés", del taller de Zurbarán, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Santa Inés", obra anónima del taller de Francisco de Zurbarán (1598-1664), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, pintado hacia 1640-50, con unas medidas de 1,73 x 1,02 m., y procedente del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, depositado el 12 de marzo de 1920.
Se representa a Santa Inés de pie, de tres cuartos de perfil, la cabeza, de castaños cabellos, levemente baja, se gira para mirar al cordero que porta en su regazo, mientras sostiene con ambas manos un libro.
El ropaje es sencillo y de apagados colores: el vestido es rojo burdeos y el manto que la envuelve a manera de toga, de un suave amarillo, colores que encajan en perfecto equilibrio con las tonalidades verdosas del fondo. La luz penetra por la derecha iluminando la figura. En el ángulo inferior izquierdo del lienzo se lee la inscripción: "S. Inés" (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
Muchas fueron las series de Santas que se pintaron en Sevilla a lo largo del segundo tercio del siglo XVII y ciertamente Zurbarán realizó algunas de ellas, hoy dispersas e incompletas. Pero desgraciadamente la serie de Santas que conserva el Museo no es de Zurbarán y ni siquiera puede señalarse que sean obras de su taller. En el actual conocimiento que tenemos sobre la pintura sevillana de esta época permite pensar que pertenecen a uno de los anónimos imitadores de Zurbarán, que siguen fielmente su estilo, con menor talento y habilidad técnica. Los imitadores del artista realizaron este tipo de pinturas con insistencia, dado que la demanda del público hacia ellas era constante y debido también a que el precio que cobraban estos maestros secundarios no era excesivo.
Realizadas para ser colocadas en la parte alta de los muros de las iglesias, estas series de santas que solían tener ocho componentes se repartían en igual número en cada lado de las naves formando un cortejo que simulaba dirigirse hacia el altar mayor.
Esta serie no fue nunca mencionada en el pasado y el primero que lo hizo fue el escritor Félix González de León en 1884, cuando al describir el Hospital de la Sangre, de donde procede, mencionó "ocho cuadros situados en alto, de Francisco de Zurbarán que de cuerpo entero representan ocho santas vírgenes... en los que el autor se esmeró en los ricos y recamados ropajes que llaman la atención de todos el que los mira". Ciertamente algunas de las santas llevan trajes con profusión de bordados minuciosamente reproducidos, pero sabemos que este menester de copiar telas con precisión es justamente el que realizaban siempre en los talleres los discípulos del maestro, reservándose éste siempre las partes más creativas.
Hay que señalar además que el autor de esta serie debió de ayudarse de colaboradores, puesto que en las pinturas se advierten tipos físicos y técnicas de diferente personalidad que hacen muy superiores unas pinturas con respecto a otras. Si en algo se pudiera dudar sobre la no pertenencia a Zurbarán de estas pinturas, un atento examen de sus rostros duros e inexpresivos en su mayoría evidencia una excesiva torpeza a la que Zurbarán jamás descendió. Por otra parte, el examen de las manos de las santas termina por reflejar una inferioridad técnica que Zurbarán nunca practicó, ya que justamente en la ejecución de este tipo de detalles sobresalió con su enorme calidad.
La presencia de este conjunto de santas en la iglesia del Hospital de la Sangre está justificada por su carácter protector y milagrero y al mismo tiempo por el ejemplo de aceptación del dolor en el momento de su martirio (Enrique Valdivieso González, La pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Inés, virgen y mártir;
LEYENDA
Virgen y mártir romana.
Su nombre se tomó del adjetivo griego agnê que al igual que Catalina (Katharos), significa «pura», «casta». Por otra parte, los romanos lo vincularon con el sustantivo latino agnus (cordero), aunque no haya relación etimológica alguna entre agnê y agnus. Como escribe san Agustín: «Agnes latine agnam significar, graece castam.»
De esta etimología popular deriva la leyenda de la santa, de quien se ha hecho un modelo de castidad y dulzura. La Leyenda Dorada no pierde la oportunidad de jugar con las semejanzas de Agnès y Agna: «Agnes dicta est agna, quia mitis et humilis tanque magna fuit.» Inés es la Agna Dei, es decir, la personificación femenina del Cordero de Dios.
Como es natural, se ha creído que semejante nombre podía ser un símbolo (virgo casta) antes que una persona real, tanto más por cuanto la existencia histórica de santa Inés resulta dudosa.
El documento más antiguo que la concierne es el Cronógrafo del año 354, según el cual, el 21 de enero se celebraba la fiesta de Agnê (la Casta) en la catacumba de la Vía Nomentana.
Al principio existían dos tradiciones distintas que se referían a dos mártires homónimas, que luego resultaron confundidas.
Según san Ambrosio y san Dámaso, Inés sería una niña martirizada a los doce años de edad, no por decapitación sino por degüello. Su martirio habría ocurrido hacia 305, durante la persecución de Diocleciano.
La tradición griega, diferente, concierne a una virgen adulta. Según el Menologio de Basilio, Inés, que se había negado a ofrecer sacrificios a los dioses, fue conducida a un prostíbulo. Un joven libertino quiso aprovechar la situación violándola, pero cayó sin conocimiento. El prefecto la hizo comparecer ante su tribunal y le preguntó qué sortilegio había empleado para matar a ese hombre. Ella respondió que un ángel vestido de blanco le había servido de guardaespaldas para preservarla de todo ultraje. «Si quieres que te creamos -respondió el prefecto- invoca a tu Dios y resucita a este joven.» Inés oró y el muerto resucitó enseguida.
El episodio del prostíbulo es un tópico en los relatos de la vida de las santas. La violación ritual era una costumbre entre los romanos porque la ley prohibía condenar a muerte a una virgen, de manera que se hacía violar a las vírgenes antes de enviarlas al suplicio, aunque todavía no fuesen núbiles.
Tertuliano habla de cristianas condenadas «ad lenonem potius quam ad leonem», juego de palabras de bastante mal gusto para subrayar que antes de ser expuestas a los leones del anfiteatro, las mártires solían ser encerradas en lugares de mala fama.
Las dos tradiciones, latina y griega, no demoraron en fundirse y enriquecerse con nuevos rasgos legendarios, entre otros, el milagro de los cabellos y el manto blanco que entregara un ángel, que fue popularizado en el siglo V por las Gesta, y en el XIII por la Leyenda Dorada (Legenda aurea).
El hijo del prefecto se enamoró de Inés que se dirigía a la escuela en compañía de su nodriza, y le ofreció joyas. Ella rechazó el regalo con desdén, diciendo que ya tenía un novio que le había ofrecido adornos más bellos: "Ha adornado mi mano con una pulsera inestimable, ha puesto en mi cuello un collar de piedras preciosas, ha puesto en mis orejas perlas de infinito precio". Rechazado por la joven virgen, el pretendiente cayó enfermo de pena. Su padre, el prefecto, citó a la rebelde ante su tribunal, y al no poder obligarla a casarse con su hijo, la dejó elegir entre un sacrificio a los dioses o el deshonor.
Al negarse a abjurar de su fe, fue conducida por las calles de Roma desnuda, al «fornix» (lenocinio). Pero sus cabellos se alargaron al instante para cubrir su desnudez con un sedoso vestido. El joven que la siguió para satisfacer su pasión, fue estrangulado por el demonio, ella lo resucitó.
Condenada a la hoguera como maga, las llamas se alejaron de ella y se echaron sobre los verdugos. Entonces fue degollada.
La Leyenda Dorada agrega detalles más precisos a esta novela llena de tópicos hagiográficos. El prefecto, que se llamaba Sempronio (Symphronius) dijo a Inés que si quería seguir virgen debía consagrarse a Vesta, de otra manera, la entregaría a los excesos de un prostíbulo. Ella respondió: «Tengo conmigo un ángel de Dios que guardará mi cuerpo de toda mancha.» El prefecto la hizo desnudar y conducir al burdel; pero de inmediato sus cabellos cayeron como una cortina para convertirse en un velo impermeable a las miradas. Como si esa melena no bastase, un ángel la envolvió en un manto luminoso de blancura deslumbrante. El joven que la deseaba resultó cegado y cayó de espaldas.
Se advierte el progresivo enriquecimiento de la leyenda: al milagro de los cabellos, tomado de santa María Egipcíaca, se sumó el milagro del manto angélico: doble defensa que protege contra las codicias carnales el cuerpo incontaminado de Inés, «la casta».
La leyenda no se detuvo, como es natural, en la muerte de la santa, degollada después de la extinción de la hoguera. Se la enterró en la Vía Nomentana. Los fieles que asistían a las exequias fueron asaltados por los paganos que les arrojaron piedras. Todos huyeron, salvo Emerenciana, pretendida hermana de leche de santa Inés, que se quedó en su sitio con valentía y fue lapidada. Los asesinos fueron tragados por un seísmo.
La hija del emperador Constantino, Constantina o santa Constancia, enferma de úlceras que le cubrían el cuerpo, pasó toda una noche en oración cerca de la tumba de Inés. Cuando se durmió tuvo una visión: la santa le decía que creyese en Cristo que la curaría. Y así fue, al despertar, Constancia se encontró purificada de la lepra. En reconocimiento, hizo edificar una basílica a santa Inés. Esta leyenda no es más que una duplicación de la de Constantino, curado de la lepra por el papa san Silvestre.
CULTO
Roma, cuna del culto de santa Inés, consagró a ésta dos iglesias. La primera , la de S. Agnese in Agone, en la Plaza Navona, señala, de acuerdo con los Mirabilia Romae, el emplazamiento del prostíbulo (fornices) donde su castidad fue salvaguardada por un milagro; la segunda, la basílica extramuros de S. Agnese fuori le mura se edificó sobre su tumba. El día de su fiesta (21 de enero), se celebraba allí la de la bendición de los corderos cuya lana, hilada por las monjas, servía para la confección de las pallia (mantos griegos) que entregaba el papa a los arzobispos.
En Milán, era la patrona de los Visconti.
Su culto pasó desde Italia a Francia, los Países Bajos y Alemania.
Tres templos de Francia, las catedrales de Amiens y de Cambrai y la iglesia abacial de Saint Ouen, pretendían poseer la «chief sainte Agnes» (cabeza de santa Inés). Si se cree en la tradición, sus reliquias, ocultas por el temor a los piratas normandos, habrían sido confiadas en 965 a Baldric, obispo de Utrecht, quien las depositó en el tesoro de su catedral. La iglesia de Saint Eustache de París estuvo en su origen puesta bajo la advocación de santa Inés que siguió como patrona secundaria.
En Alemania, el asiento principal de la devoción a santa Inés era Colonia, que en su iglesia de San Pantaleón creía conservar uno de sus brazos y uno de sus dedos.
El culto de la joven mártir romana recibió los beneficios de la fundación de la orden de los trinitarios que habiendo sido aprobada por el papa el día de la octava de su fiesta, la adoptó como patrona. Su martirio se representaba en la mayoría de las iglesias de la orden.
Era la patrona de las vírgenes romanas, de las novias porque eligió a Cristo como novio y de los jardineros porque la virginidad está simbolizada por un jardín cercado o cerrado (hortus conclusus).
ICONOGRAFÍA
En los mosaicos bizantinos, santa Inés está representada como orante, adornada con ricos vestidos, una diadema de perlas en la cabeza y una larga estola de oro sobre los hombros: así se habría aparecido ocho días después de su muerte.
En las realizaciones posteriores, sólo está vestida por su larga cabellera.
Aunque los Padres de la Iglesia latina la hacen morir a los doce años, los pintores la representan adulta.
Sus armas parlantes son el cordero blanco (o más bien la cordera), símbolo de su pureza. El animal está acostado a sus pies o apoya contra ella los remos delanteros, a menos que esté acurrucado, minúsculo, en el hueco de su mano. El cordero no es sólo una alusión a su nombre. Es también un recuerdo de la visión de sus padres, quienes, ocho días después de su muerte, vieron aparecer a su hija con un cordero a su derecha: ella los exhortó a no entristecerse sino a alegrarse con ella. Por otra parte, el cordero místico del Apocalipsis, símbolo de Cristo, está considerado como el novio celestial de Inés.
Se la reconoce también por la hoguera encendida cuyas llamas se alejan sin tocarla siquiera, por la espada, instrumento del suplicio, y por la palma del martirio.
Escenas
Los Desposorios místicos de Santa Inés
El Niño Jesús le coloca un anillo de oro en el dedo, igual que a Santa Catalina. Tema muy infrecuente, inspirado por un párrafo de la Leyenda Dorada. Al hablar de su novio celestial, ella dice: me ha puesto el anillo en el dedo.
El Milagro de Santa Inés
Sus cabellos rubios se alargaron milagrosamente y la recubrieron con un manto opaco como una coraza. Por añadidura, un ángel la cubrió con una blanca vestidura.
El diablo torció el cuello al hijo del prefecto que se acercó para violarla; ella lo resucitó.
El Martirio de Santa Inés
Las llamas se alejan de ella. El verdugo la degüella sobre la hoguera apagada (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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