Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el busto de Alfonso X "El Sabio", en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Baleares y de Barcelona, de la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 23 de noviembre, es el aniversario del nacimiento (23 de noviembre de 1221) de Alfonso X "El Sabio", personaje representado en esta enjuta de la Plaza de España, así que hoy es el mejor día para Explicarte el busto de Alfonso X "El Sabio", en la enjuta, entre los arcos de las provincias de Baleares y de Barcelona, en la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado - Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
En las enjutas de los arcos que componen la gran arcada que circunda toda la plaza, dentro de unos tondos de profundo sabor renacentista italiano, modelados en alto relieve y esmaltados en blanco sobre fondo azul cobalto, aparecen los bustos de personajes de especial relevancia en la historia de España. Su ejecución original corrió a cargo de las Fábricas de Mensaque Rodríguez y Cía. y de Pedro Navia.
En orden cronológico, figuran tanto aquellos destacados en las ciencias, en las humanidades, en las artes o en las armas, como reyes o santos.
Son un total de cincuenta y dos, distribuidos en cuatro series de trece personajes, dispuestos entre los catorce arcos de cada tramo de la plaza.
Es sorprendente el repertorio de estos personajes ilustres que desde sus privilegiados balcones en la arcada, disfrutan del ancho espacio de la hermosa plaza. Simultáneamente, ellos son vistos por los paseantes como muestra de la gloria de España y como ejemplo a seguir (La Cerámica en la Plaza de España de Sevilla, 2014).
En este caso el personaje histórico representado es Alfonso X "El Sabio", en un busto que directamente hay que relacionarlo con el monumento al rey sabio, realizado por José Alcoverro Amorós, en las escalinatas de la entrada principal a la Biblioteca Nacional de España, en Madrid.
Conozcamos mejor a Alfonso X "El Sabio" (1221-1284), rey de Castilla y León, que se encuentra representado en la enjuta entre los arcos de las provincias de Baleares y de Barcelona, de la Plaza de España:
Alfonso X. El Sabio, (Toledo, 23 de noviembre de 1221 – Sevilla, 4 de abril de 1284). Rey de Castilla y León.
Alfonso X, conocido como el Sabio, era hijo del monarca castellano-leonés Fernando III y de su esposa la princesa alemana Beatriz de Suabia. Alfonso X fue rey de Castilla y León entre los años 1252, fecha de la muerte de su padre, y 1284, año de su muerte.
Su infancia la pasó lejos de la Corte, al cuidado de un importante magnate de la nobleza, que se llamaba García Fernández de Villamayor, señor de Villadelmiro y Celada. Buena parte de aquella etapa la vivió el joven príncipe Alfonso en las tierras gallegas. De todos modos es preciso señalar que en su infancia Alfonso recibió una sólida formación intelectual, punto de partida indiscutible de su futura proyección en el campo de la cultura.
En 1231, cuando el joven Alfonso sólo tenía diez años de edad, participó en una cabalgada hacia las tierras de los moros. La muerte de su madre, en el año 1235, dejó una profunda huella en Alfonso. En el año 1240 su padre, Fernando III, decidió poner a su hijo Alfonso nada menos que una casa propia. En su etapa de príncipe heredero, Alfonso, combinando sabiamente la diplomacia y las armas, logró la incorporación del reino taifa de Murcia —a cuyo frente se hallaba un personaje llamado Ibn Hūd—, a la Corona de Castilla. En el año 1243 se envió una embajada castellana, presidida por el infante Alfonso, a las tierras murcianas. En la localidad de Alcaraz se firmó un interesante pacto entre los dos bandos, el cristiano y el musulmán. El taifa cristiano se comprometía a entregar parias a la Corona de Castilla, a cambio de ser protegido por los cristianos. Aquel pacto, no obstante, fue mal visto por un sector de la población musulmana de las localidades de Cartagena, Lorca y Mula, lo que obligó al infante Alfonso a actuar militarmente para conseguir sofocar dichas revueltas. En el año 1245 las tres localidades citadas se habían rendido definitivamente a los cristianos.
Una vez en el Trono, Alfonso X, prosiguiendo la labor desarrollada por su padre en tierras de Andalucía, incorporó a sus dominios la zona suroccidental del valle del Guadalquivir. Hitos decisivos de aquella labor fueron la toma de la importante ciudad portuaria de Cádiz, acaecida en el año 1262, y posteriormente la ocupación del antiguo Reino de Niebla, coincidente con buena parte de la actual provincia de Huelva. Asimismo, en el año 1260, Alfonso X puso en marcha una cruzada dirigida hacia las tierras del norte de África, en donde las tropas cristianas llegaron a conquistar la ciudad de Salé, aunque al final terminaron por abandonarla. Ahora bien, unos años después, en concreto en 1264, tuvo lugar tanto en las tierras de la Andalucía Bética como en el Reino de Murcia una fuerte sublevación de la población mudéjar.
La Crónica del rey don Alfonso décimo señala que “los moros que avían afincado en Xerez et en Arcos et en Lebrixa et en Matrera, alçaronse contra el rey don Alfonso”. Una vez sofocada aquella peligrosa revuelta, el monarca castellano-leonés decretó la expulsión de los mudéjares de las tierras de la Andalucía Bética, en particular de aquellos lugares en donde habían ofrecido una dura y tenaz resistencia a los cristianos, como fue el caso de la comarca de la villa de Jerez. Tras aquella medida subsistieron en la Andalucía Bética muy pocos mudéjares. Por su parte, el rey de Aragón Jaime I, que era suegro de Alfonso X, el cual se había casado en la villa de Valladolid, en el año 1249, con Violante de Aragón, logró pacificar la región murciana, aun cuando de ese reino no fueron expulsados los mudéjares.
El reinado de Alfonso X fue testigo del importante impulso dado al proceso repoblador, fundamentalmente en las tierras del valle del Guadalquivir y del reino de Murcia. Un ejemplo sin duda emblemático lo constituye la repoblación de la ciudad de Sevilla y de su alfoz, recogida en el libro del repartimiento, analizado y editado en su día por el historiador Julio González. Los mudéjares se vieron obligados a salir de la ciudad de Sevilla, debido a la larga resistencia que habían ofrecido. Sus huecos fueron ocupados por los repobladores, procedentes de muy diversos lugares, aunque básicamente originarios de las tierras de la Meseta norte y, en segundo lugar, de la zona del valle del Tajo. En el repartimiento de Sevilla es preciso distinguir los “donadíos” de los simples “heredamientos”. Los “donadíos”, que tenían el carácter de destacados premios a los más poderosos, se dividían en mayores, otorgados a gentes de la familia real, a grandes magnates nobiliarios, a las órdenes militares y a la Iglesia, y menores, por lo general concesiones efectuadas a oficiales de la corte regia. Un ejemplo muy ilustrativo de donadío mayor fue el que otorgó Alfonso X a su tío Alfonso de Molina, el cual recibió la aldea de Corcubina, que contaba con 30.000 pies de olivar, 120 almarrales de viñas, higueras suficientes para recoger al año 1.000 seras de higos, 150 casas, 12 molinos de aceite y ocho huertas. Por lo demás Alfonso de Molina también fue beneficiado con 30 yugadas de tierra de labor en el lugar sevillano de Torres. Los “heredamientos” iban dirigidos a los auténticos repobladores de Sevilla y su término. De todos modos, a propósito de los “heredamientos”, hubo significativas diferencias entre las donaciones otorgadas a los caballeros de linajes, a los caballeros populares y, como remate, a los simples peones. Ahora bien, repartimientos se efectuaron también en otros muchos lugares de la Andalucía Bética, como por ejemplo Carmona, Écija, Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María o Vejer.
Por lo que se refiere a las tierras murcianas el rey de Aragón, Jaime I, cuando intervino en aquel lugar para aplastar la revuelta mudéjar, realizó algunas importantes concesiones a importantes caballeros de sus reinos. No obstante, el repartimiento más notable de aquel territorio, que ofrece muchas similitudes con el de Sevilla, fue el llevado a cabo por Alfonso X, entre los años 1266 y 1267, en la ciudad de Murcia. Importantes fueron también los repartimientos efectuados en Lorca y en Orihuela. Por lo demás, hubo también durante el reinado de Alfonso X una interesante actividad repobladora en el norte de la Península Ibérica, así por ejemplo en el País Vasco, en donde se crearon, entre otras villas, Orduña, Tolosa, Segura y Mondragón, en Asturias, testigo del asentamiento de Cangas de Tineo, Grado, Lena o Somiedo, y en Galicia. Asimismo se fundó en aquel reinado, en concreto en el año 1255, la localidad de Villa Real, la cual estaba situada en el territorio de La Mancha.
En otro orden de cosas es preciso señalar el importante significado que tuvo para Alfonso X su aspiración al título de emperador germánico. Ese acontecimiento es conocido en las fuentes de la época como “el fecho del Imperio”. Alfonso X, que era hijo de una princesa alemana, perteneciente a la familia de los Staufen, presentó su candidatura al título imperial germánico después de que se lo suplicara una embajada que vino a las tierras hispanas, en el año 1256, desde la ciudad italiana de Pisa. Los emisarios pisanos le consideraron a Alfonso X nada menos que “el más distinguido de todos los reyes que viven”, así como “el más cristiano y más fiel”, a la vez que le indicaban “que descendéis de la sangre de los duques de Suabia, una Casa a la que pertenece el Imperio con derecho y dignidad por decisión de los príncipes y por entrega de los Papas de la Iglesia”. Alfonso X, después de aceptar aquella sugestiva sugerencia, fue elegido emperador el día 1 de abril del año 1257, intitulándose “Rey de Romanos y emperador electo”. Pero al mismo tiempo tuvo lugar, sin duda de manera sorprendente, la elección imperial de otro candidato a dicho título: el inglés Ricardo de Cornualles. Alfonso X, pese a todo, indicaba que él había sido elegido emperador “por la mayor y más importante parte de los príncipes de Alemania”. De todos modos a partir de aquel momento se inició una áspera y fuerte disputa entre los dos electos por el Trono imperial germánico. Por de pronto Alfonso X pidió subsidios extraordinarios, totalmente necesarios para sus aspiraciones imperiales, en las continuas reuniones de Cortes que se celebraron en los reinos de Castilla y León. Asimismo Alfonso X buscó también fortalecer sus relaciones con el bando de los gibelinos de la vecina Italia. Mas a la postre Alfonso X no encontró, ni mucho menos, apoyo en los pontífices, si siquiera a raíz de la muerte de su rival, el inglés Ricardo de Cornualles, suceso que aconteció en el año 1272. Aquella dura pugna acabó en el año 1273, fecha en la que accedió al título imperial germánico un miembro de la familia de los Habsburgo, de nombre Rodolfo. El definitivo fracaso de Alfonso X en su aspiración al título imperial germánico, justo es señalarlo, perjudicó otras facetas de su actividad, tanto en el terreno político como en el económico. Tampoco tuvo mucho éxito Alfonso X en su intento de incorporar a la Corona de Castilla el territorio del Algarve, que estaba situado en el sur de Portugal, el cual finalizó por ser incluido en el vecino reino lusitano. Asimismo es preciso señalar que Alfonso X hubo de renunciar a sus hipotéticos derechos al ducado francés de Gascuña.
En cualquier caso es imprescindible destacar el carácter internacional que tuvo en todo momento la Corte del rey castellano-leonés Alfonso X. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, a los numerosos vasallos de países extranjeros que acudieron a dicha Corte, entre ellos Gastón de Bearne, Gui de Limoges, Hugo de Borgoña o Guido de Flandes? ¿No fue también a dicha Corte, para que el rey de Castilla y León le armara caballero, el príncipe Eduardo de Inglaterra? Por su parte, el infante lusitano don Dionís dijo al monarca Alfonso X que “sodes el más noble rey que ha en el mundo”.
El reinado de Alfonso X fue de suma importancia en el ámbito de la vida económica. No sólo se pusieron en marcha durante aquel reinado numerosas ferias, sino que, al mismo tiempo, se instituyó, en concreto en el año 1273, el “Honrado Concejo de la Mesta”. Es posible, de todos modos, que la institución de la Mesta surgiera no por iniciativa real, sino por solicitud de los propios ganaderos. A este respecto es imprescindible recordar que con anterioridad habían existido Mestas de carácter local o regional. Se trataba de una institución, proyectada sobre el conjunto de los reinos de Castilla y León, que controlaba la actividad ganadera de todos los territorios de los mencionados reinos, en particular la ganadería ovina, la cual efectuaba grandes recorridos, desde el norte hasta el sur de la Península Ibérica, a través de las denominadas cañadas. Se ha discutido si la Mesta funcionaba de forma democrática o si, por el contrario, era controlada por los propietarios de los grandes rebaños, lo que sin duda parece más adecuado. De todos modos la vida económica de tiempos de Alfonso X conoció también notables reveses, plasmados tanto en el continuo alza de los precios como en las frecuentes devaluaciones monetarias. Hay que recordar la depreciación que aplicó Alfonso X, hacia los años 1270-1271, a la política de vellón, medida que resultó un completo fracaso. Por lo demás, las medidas tomadas por Alfonso X relativas a la política económica fueron, por lo general, inoportunas, debido a que se adoptaron, como ha señalado el profesor Miguel Ángel Ladero, “por necesidades urgentes derivadas de empresas políticas o bélicas costosísimas”. Por otra parte, su política fiscal motivó un gran descontento, tanto en los concejos como en la alta nobleza, protagonista de una revuelta contra el rey Alfonso X en el año 1272. Eso sí, conviene recordar la presencia en la Corte regia, como almojarife mayor, del judío Zag de la Maleha, el cual tuvo un final trágico, pues terminó siendo ajusticiado por orden del monarca castellano-leonés Alfonso X. Alfonso X pretendía uniformizar a sus reinos desde el punto de vista legislativo. Para llevar adelante esos planes elaboró, con el concurso de destacados juristas, entre los que destaca el italiano Jacobo el de las Leyes, diversos textos jurídicos, como por ejemplo el Fuero Real, el cual quería introducir el monarca Alfonso X en todas las ciudades y villas de sus reinos, el Espéculo, libro que serviría en adelante de base para la actuación de los jueces, y, sobre todo, las denominadas Siete Partidas, la cual constituía una imponente compilación doctrinal. La primera Partida se refiere a las fuentes y al derecho de la Iglesia; la segunda trata de los emperadores y los reyes o si se quiere del Derecho Político; la tercera alude al Derecho Procesal; la cuarta trata de los desposorios y casamientos; la quinta de las compras y ventas; la sexta de cuestiones relacionadas con el Derecho Civil; y, como remate, la séptima del Derecho Penal. Sin duda alguna esos textos se inspiraban, esencialmente, en la tradición del Derecho Romano, el cual, como ha señalado el historiador Bartolomé Clavero, era “el único cuerpo de doctrina jurídica realmente desarrollado a la altura de las necesidades sociales del momento. Por otra parte Alfonso X dio también importantes pasos para lograr fortalecer el poder regio.
En las Partidas se afirma que “Vicarios de Dios son los Reyes cada uno en su reyno, puestos sobre las gentes para mantenerlas en justicia e en verdad quanto en lo temporal, bien assí como el Emperador en su Imperio”. Asimismo se identificaba en aquel tiempo a los reyes y a los emperadores al afirmar que rex est imperator in regno suo. Ciertamente sus antecesores habían ostentado grandes poderes, pero Alfonso X, como ha señalado el historiador Manuel González, quería “innovar, crear Derecho y facer leyes”. Por lo demás Alfonso X instituyó cargos nuevos, como el de almirante, persona a la que se le encomendaba el gobierno de la actividad marinera, y los de los adelantados, los cuales tenían básicamente atribuciones judiciales aunque también podían desempeñar funciones de carácter militar. Asimismo conviene señalar que durante el reinado de Alfonso X se fortaleció la institución de las Cortes, generalizada para los reinos de Castilla y de León. Sin duda alguna Alfonso X procedió a convocar Cortes con gran frecuencia, por lo general ante la necesidad de solicitar destacados recursos económicos, de todo punto imprescindibles para mantener su aspiración al imperio germánico.
Pero posiblemente la faceta más llamativa del reinado de Alfonso X fue la que tuvo que ver con el mundo de la cultura. El Monarca, según lo pone de manifiesto un documento de aquel tiempo, fue “escodriñador de sciencias, requeridor de doctrinas e de enseñamientos”. El historiador Robert Sabatino López ha afirmado que el principal legado transmitido a la posteridad por Alfonso X fue “su patronato y su contribución personal a todas las ramas del saber y del arte”. El Monarca castellano-leonés era, por supuesto, el dirigente de un vasto programa, que abarcaba campos muy variados, como la astrología o la historia. Un texto muy significativo de aquella época afirma lo siguiente: “El Rey faze un libro, non porquel escriva con sus manos, mas porque compone las razones del, e las emienda e yegua e endereça e muestra la manera de cómo se deven fazer, e desi escrívelas qui él manda, pero dezimos por esta razón que él faze un libro”.
Al monarca Alfonso X, justo es indicarlo, le interesaba mucho el mundo de los astros. El historiador de la ciencia medieval Julio Samsó ha dicho del Rey Sabio que tenía una indiscutible “pasión astronómica”. En el terreno de la astronomía, o si se quiere de la astrología, expresión generalizable en aquel tiempo, se hicieron en el reinado de Alfonso X numerosas traducciones, entre ellas el Libro de la Açafea, el Libro de la ochava esfera, el Libro de las Armellas y el Libro del astrolabio redondo. Esa disciplina interesaba mucho en aquella época porque se partía de la idea de que los astros ejercían una notable influencia en los seres humanos. Pero al mismo tiempo se llevó a cabo, durante el reinado de Alfonso X, una obra astronómica original. Me refiero al libro que publicaron dos expertos judíos, Ishaq ben Sid (o Sayyid) y Yehudé ben Mosé, los cuales habían efectuado importantes observaciones en el firmamento de la ciudad de Toledo, entre los años 1263 y 1272. Los mencionados hebreos redactaron una obra que lleva el siguiente título: Tablas astronómicas alfonsíes.
Por lo que se relaciona con el ámbito de la historia el Rey Sabio impulsó la redacción de una especie de historia universal, la Grande e General Estoria, la cual, justo es reconocerlo, no pasaba del siglo I después de Cristo. Pero el trabajo de índole histórica más importante que se efectuó en tiempos de Alfonso X fue la denominada Primera Crónica General de España. Dicha obra, que percibe el término de España como un elemento unitario, ofrece, siguiendo la línea del famoso escritor visigodo Isidoro de Sevilla, varias “Laudes Hispaniae”. Cabe recordar, como ejemplo llamativo, aquella frase que dice: “¡Ay Espanna! Non a lengua nin engenno que pueda contar tu bien”, o aquella otra en la que se indica que “entre todas las tierras que ell (Dios) onrró más, Espanna la de occidente fue”. Alfonso X, que estudia en la Primera Crónica General de España lo acontecido en el solar ibérico hasta el reinado del monarca castellano Alfonso VIII, apoyándose para ello en los más significativos cronistas del pasado, como Lucas de Tuy y Jiménez de Rada, no deja de señalar el importante papel ejercido, aparte de los cristianos, tanto por los musulmanes como por los judíos. He aquí un texto muy llamativo que alude a la intervención de las tres religiones en el desarrollo de la historia de España: “Ca esta nuestra Estoria de las Espannas general la levamos Nos de todos los reyes dellas et de todos los sus fechos que acaescieron en el tiempo pasado, et de todos los que acaescen en el tiempo present en que agora somos, tan bien de moros como de cristianos, et aún de judíos si acaesciese en qué”.
El reinado de Alfonso X conoció asimismo la publicación, por el franciscano fray Juan Gil de Zamora, de una interesante obra titulada Historia naturalis. En ella destacan las diversas referencias al mundo de la medicina, con alusiones frecuentes a médicos de la época griega, como por ejemplo Galeno, pero también a médicos árabes, entre ellos Avicena. También fue de un gran relieve la obra poética de Alfonso X, cuyo testimonio más importante fue las Cantigas, escritas en lengua gallega, que el Monarca castellanoleonés consideraba un idioma mucho más apropiado para la lírica. También hay que destacar el decisivo papel que el Rey Sabio dio a la lengua castellana, en la cual se efectuaban las traducciones que se realizaban en la escuela de Toledo. Es más, en castellano se elaboraron las obras originales de aquel tiempo.
Como dijo en su día el filólogo Emilio Alarcos, la lengua castellana “fue literariamente normalizada en el siglo XIII”. Asimismo impulsó Alfonso X el cultivo de la música, de los juegos, en particular del ajedrez, e incluso de las artes plásticas, plasmadas tanto en el estilo gótico de inspiración francesa como en el arte de procedencia islámica. No es posible olvidar, por otra parte, el impresionante empuje que dio el rey Alfonso X a la Universidad de Salamanca, en donde decidió fundar, en el año 1254, varias cátedras.
Una faceta sumamente interesante del reinado de Alfonso X fue la relativa a las relaciones que mantuvo con las minorías musulmana y judía. En un principio Alfonso X llevó a cabo una fuerte lucha contra los musulmanes de al-Andalus e incluso contra los islamitas que estaban afincados en el norte del continente africano. Es más, si se acude a los textos legales de la Corte alfonsina, y en concreto a Las Partidas, se encuentran opiniones negativas tanto hacia los musulmanes como hacia los judíos. Respecto a estos últimos se puede leer en Las Partidas que los hebreos vivían en tierras de cristianos “como en cativerio para siempre e fuese remembranza á los homes que ellos vienen del linage de aquellos que crucificaron a nuestro señor Jesucristo”. Tampoco es posible la imagen que se proyecta en Las Partidas acerca de los musulmanes, de los que se afirma que eran “una manera de gentes que creen que Mahoma fue profeta e mandadero de Dios”. Pero esos puntos de vista no impidieron, ni mucho menos, que hubiera una excelente comunicación entre las gentes de las tres religiones citadas, sobre todo en lo que se refiere al ámbito de la vida intelectual. Recuérdese, a este respecto, que los judíos, como lo ha demostrado el historiador David Romano, supusieron un cuarenta y dos por ciento del total de los colaboradores de Alfonso en el ámbito de la cultura, interviniendo a su vez en un setenta y cuatro por ciento de todas las obras realizadas en aquella época. A propósito de la actitud de Alfonso X hacia los intelectuales judíos el historiador israelí Yitzhak Baer afirmó en su día que “Don Alfonso dispensó a los sabios judíos una hospitalidad tal que non es posible hallar nada igual entre los gobernantes de su tiempo. Ni siquiera el emperador Federico II se le puede comparar”. Al margen de lo señalado, un ejemplo muy significativo, nos lo ofrece el judío alemán Abraham de Colonia, el cual decidió trasladarse desde su país de origen hacia la Corona de Castilla, debido a la excelente imagen que daba a la mencionada comunidad hebraica el monarca Alfonso X.
Los últimos años del reinado de Alfonso X fueron de una gran tensión. Por de pronto el monarca castellano-leonés tuvo serios problemas con algunos sectores de la alta nobleza de sus reinos, la cual, a raíz de una reunión celebrada en la villa de Lerma, en el año 1271, se rebeló contra su monarca en el año siguiente, es decir en 1272. Los “ricos omes” sublevados, entre los que figuraban los poderosos linajes de los Lara, los Haro, los Castro y los Saldaña, se quejaban de la pretensión regia de generalizar el Fuero Real a todas las ciudades, al tiempo que solicitaban una reducción en los servicios extraordinarios que Alfonso X pedía en las reuniones de las Cortes. Al mismo tiempo los magnates nobiliarios pedían que a ellos no se les cobrase la alcabala, impuesto que gravaba el tráfico mercantil. De todos modos Alfonso X procuró pactar con los nobles rebeldes, pero fue la intervención de su esposa, la reina Violante, en el año 1274, la que logró acallar aquella peligrosa revuelta. No obstante lo más grave que le sucedió en sus últimos años a Alfonso X fue, sin duda alguna, la pugna abierta que llegó a mantener con su segundo hijo, Sancho. Éste reclamaba el Trono castellano-leonés, frente a los posible derechos de los herederos de su hermano mayor, Fernando de la Cerda, el cual había fallecido unos años atrás. Sancho, futuro monarca castellano-leonés conocido como Sancho IV, llegó a convocar unas Cortes en la villa de Valladolid, en el año 1282. En dichas Cortes Sancho reivindicó lo que él consideraba sus legítimos derechos al Trono de los reinos de Castilla y León. Alfonso X, tristemente apenado por aquellos lamentables sucesos, murió en la ciudad de Sevilla en el año 1284. No obstante, antes de su fallecimiento, manifestó su voluntad de perdonar a su hijo Sancho, así como a todos aquellos naturales de sus reinos que le habían ofendido por una u otra vía. Al morir Alfonso X, según la Crónica del rey Alfonso X, “el infante don Juan, é todos los ricos omes, é la reina de Portugal, su fija, é los otros infantes sus fijos ficieron muy grand llanto por él”. Los restos mortales de Alfonso X fueron depositados en Santa María de Sevilla, cerca de los de su padre, Fernando III, y de los de su madre, Beatriz de Suabia (Julio Valdeón Varuque, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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