Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza de San Leandro, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 13 de noviembre, San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para Explicarte la plaza de San Leandro, de Sevilla, que dando un paseo por ella. La plaza de San Leandro es, en el Callejero de Sevilla, una vía que se encuentra en los Barrios de San Bartolomé, y de Santa Catalina, del Distrito Casco Antiguo, y formada por la confluencia de las calles Alhóndiga, Francisco Carrión Mejías, Cardenal Cervantes, Imperial, y Zamudio.
La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario.
Hoy, 13 de noviembre, San Leandro, obispo, hermano de los santos Isidoro, Fulgencio y Florentina, que en la ciudad de Sevilla, en Hispania, con su predicación y solícita caridad convirtió a los visigodos de la herejía arriana a la fe católica, contando con la ayuda de su rey Recaredo (c. 600) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para Explicarte la plaza de San Leandro, de Sevilla, que dando un paseo por ella. La plaza de San Leandro es, en el Callejero de Sevilla, una vía que se encuentra en los Barrios de San Bartolomé, y de Santa Catalina, del Distrito Casco Antiguo, y formada por la confluencia de las calles Alhóndiga, Francisco Carrión Mejías, Cardenal Cervantes, Imperial, y Zamudio.
La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario.
Hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
La vía, en este caso una plaza, está dedicada a San Leandro, advocación de la Iglesia del Convento, ubicada en la misma plaza, a la que da el muro del Evangelio de la misma. Recibe esta denominación, al menos desde 1572, por el convento de religiosas agustinas allí levantado en el s. XIV. Plaza de planta triangular y bien proporcionada, se empedró por vez primera en 1625, y de nuevo en 1725 y 1854; en el plano de Olavide (1771) se representa una cruz en la confluencia con Alhóndiga, según la tradición popular recogida por González de León (Las calles...), porque allí ahorcaron a un capitán que cometió un atentado o violación en el convento, pero había desaparecido en tiempos del cronista. En 1853 fue dotada con una fuente de hierro colado y en fecha imprecisa con árboles, pero en 1906 se procedió a la corta de los mismos, salvo uno, porque estorbaban al tráfico. Fue adoquinada en 1906 y dotada de luz eléctrica en 1941; recientemente ha sido sometida a dos reformas generales: una en 1946-47 y otra en 1966. Actualmente posee calzada de asfalto y aceras de losetas. Está dotada con pavimento de enchinado y fajas graníticas, bancos de hierro, farolas de pie y varios naranjos en alcorques; pero sin duda los elementos más característicos de esta plaza son la Pila del Pato, trasladada allí en 1966, y un magnífico ejemplar de laurel de Indias, considerado como uno de los árboles de más antigüedad de Sevilla. Podría constituir un agradable lugar de recreo, de no encontrarse tan abandonada y sucia.
La vía, en este caso una plaza, está dedicada a San Leandro, advocación de la Iglesia del Convento, ubicada en la misma plaza, a la que da el muro del Evangelio de la misma. Recibe esta denominación, al menos desde 1572, por el convento de religiosas agustinas allí levantado en el s. XIV. Plaza de planta triangular y bien proporcionada, se empedró por vez primera en 1625, y de nuevo en 1725 y 1854; en el plano de Olavide (1771) se representa una cruz en la confluencia con Alhóndiga, según la tradición popular recogida por González de León (Las calles...), porque allí ahorcaron a un capitán que cometió un atentado o violación en el convento, pero había desaparecido en tiempos del cronista. En 1853 fue dotada con una fuente de hierro colado y en fecha imprecisa con árboles, pero en 1906 se procedió a la corta de los mismos, salvo uno, porque estorbaban al tráfico. Fue adoquinada en 1906 y dotada de luz eléctrica en 1941; recientemente ha sido sometida a dos reformas generales: una en 1946-47 y otra en 1966. Actualmente posee calzada de asfalto y aceras de losetas. Está dotada con pavimento de enchinado y fajas graníticas, bancos de hierro, farolas de pie y varios naranjos en alcorques; pero sin duda los elementos más característicos de esta plaza son la Pila del Pato, trasladada allí en 1966, y un magnífico ejemplar de laurel de Indias, considerado como uno de los árboles de más antigüedad de Sevilla. Podría constituir un agradable lugar de recreo, de no encontrarse tan abandonada y sucia.
Uno de los lados de la plaza está ocupado por el convento de monjas agustinas que le da nombre. La fundación inicial del convento se hizo extramuros de la ciudad y las religiosas se trasladaron aquí en 1369, a unas casas de las que les hizo donación Pedro I; en fechas posteriores el convento procedió a la compra de otras casas y a su ampliación, de forma que hoy ocupa una extensa parcela entre San Leandro, Zamudio, plaza de San Ildefonso e Imperial, lindando con la Casa de Pilatos. La iglesia, atribuida a Juan de Oviedo, es del tránsito del s. XVI al XVII; su fachada blanca es de gran sobriedad y en un lateral hay un azulejo dedicado a Santa Rita de Casia, abogada de los imposibles. Este convento es famoso en Sevilla por los dulces elaborados en su clausura, que reciben el nombre de "yemas de San Leandro". En el resto de la edificación alternan las viviendas tradicionales con bloques de pisos. De las primeras, algunas se encuentran muy deterioradas e incluso deshabitadas. Es de destacar la casa Ibarra, esquina a Imperial; de gran sobriedad, posee dos plantas y una tercera con galería de arcos de medio punto; la fachada es avitolada y su portada está enmarcada por medias columnas toscanas acanaladas. Los bloques de pisos han sido construidos en la década de 1980, y de ellos hay que hacer mención al que hace esquina con Francisco Carrión Mejías, obra de A. del Pozo y L. Marín.
Históricamente las funciones de esta plaza han estado condicionadas por su proximidad a la Alhóndiga; a finales del s. XVI los días de feria se celebraba una almoneda; desde esta centuria hasta mediados del XIX se vendían allí carretadas de paja y también hasta 1825 al menos, el Ayuntamiento había señalado éste como uno de los lugares de descarga de las hortalizas; en el último tercio del XVII contaba con tres tabernas; en 1922 se situaba allí una parada de carros de alquiler. Hoy posee esencialmente una función residencial, salvo algunos comercios y talleres artesanales situados en las plantas bajas, y de recreo en el paseo central, sólo alterado en las horas de intenso tráfico rodado. Según el barón de Davillier, en San Leandro tuvo su casa el don Juan Tenorio en el que se inspiró Tirso de Molina para su obra El Burlador de Sevilla. Algunas procesiones extraordinarias han incluido esta plaza en su itinerario: en 1711 la que los trinitarios descalzos hicieron en desagravio por la entrada de un alguacil persiguiendo a un reo hasta el altar mayor de la Catedral, y en varias ocasiones fue conducido en rogativas hasta la Catedral el Santo Cristo de San Agustín.
Laffón la ha evocado en varias ocasiones en su Sevilla del buen recuerdo: "Plaza de San Leandro, tan clara, tan íntima en su sosiego sedante. Allí está el convento de monjitas agustinas, las que fabrican esa celeste confitería de las yemas". También lo ha hecho Ferrand en Calles de Sevilla: "Para mí el barrio se aclara, o se acaba de complicar, en cuanto llega a San Leandro, en el espacio abierto que preside un árbol grande, ancho y frondoso y la vieja pila del Pato, que es fuente con historia itinerante. Plaza pintiparada para que las niñas jueguen a la rueda, para que ocurran encuentros inexplicables al cabo de los años, sin aparente conjunción de alcahuetajes decorativos; plaza ni fea ni bonita, para ser vista en sueños antes de verla; con nublados o bajo la luna y oyendo el pregón cansino del hombre que arrastra carretilla con mantillo para las macetas. Todo bajo la férula estática y muda del convento dedicado al santo patrón de las confituras monjiles" [Josefina Cruz Villalón, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
En la zona este del casco histórico de la ciudad de Sevilla se ubica la plaza de San Leandro, concretamente en la confluencia de las calles Alhóndiga, Francisco Carrión Mejías, Cardenal Cervantes, Imperial y Zamudio.
Se trata de una plaza de planta triangular delimitada en dos de sus frentes por edificaciones residenciales de entre tres y cuatro plantas con algunos locales comerciales en el nivel inferior. Su lado este lo constituye una de las fachadas exteriores del convento de San Leandro, concretamente la que incluye la portada de la iglesia conventual y un paño de azulejos dedicado a santa Rita de Casia.
El espacio central es completamente peatonal y está separado de la circulación rodada mediante una elevación en la cota del pavimento. En su interior se encuentran algunos bancos y farolas de hierro fundido, una zona de aparcamientos de bicicletas, varios naranjos en sus respectivos alcorques y un imponente laurel de Indias. El elemento más destacado es la conocida como Pila del Pato, una fuente de mármol coronada en su parte superior por un pato de bronce.
Con respecto a los usos, decir que en líneas generales se trata de una plaza residencial, con algunos establecimientos comerciales, pero sin demasiado ajetreo.
La singularidad histórica de la plaza de San Leandro le viene dada por su proximidad a la calle Alhóndiga, la cual acogía el mercado y el pósito central de granos de la ciudad al menos desde época medieval. La propia plaza parece que fue un punto de venta de hierba y paja seca desde el siglo XVI hasta el XIX.
Por su parte, el topónimo de este espacio público le viene dado por el convento de monjas agustinas situado en su frente este y construido en el siglo XIV. Dicha comunidad de religiosas estuvo previamente instalada fuera de las murallas de la ciudad, hasta que el rey Pedro I de Castilla cedió a las mojas unas casas intramuros que fueron adaptadas a la actividad conventual. Tras algunas ampliaciones, a fines del siglo XVI se emprendieron unas obras de remodelación en el convento y se erigió una nueva iglesia cuya portada se abre a la propia plaza de San Leandro.
Formalmente, la planta de la plaza no ha experimentado grandes cambios desde que fuera representada en el Plano de Olavide (1771). En dicho documento se incluye una cruz en la confluencia con Alhóndiga, símbolo que parece hacer referencia al ahorcamiento de un capitán allí ajusticiado.
Ya a inicios del siglo XX fue adoquinada, y en los años cuarenta de esa misma centuria, se introdujo la luz eléctrica. En 1966 tuvo lugar la reforma en la que se instala la Pila del Pato, una fuente que antes llegar a San Leandro había pasado por la plaza de San Francisco, la Alameda de Hércules y el Prado de San Sebastián (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
San Leandro, plaza de, 4. Casa de dos plantas, avitoladas, y mirador con vanos de medio punto separados por pilastras. La portada va enmarcada por medias columnas toscanas, con fustes acanalados, sobre pedestales, que sostienen un entablamento con friso de triglifos y metopas. El balcón, que se abre sobre dicha portada, está defendido por un guardapolvo de pizarra sostenido por cuatro cartabones del mismo material. En el interior hay que destacar varios frisos y relieves situados en el apeadero y patio, procedentes de Osuna, así como los frisos de yeserías de algunas salas y las esculturas del patio [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984]. Conozcamos mejor la Historia, Culto e Iconografía de San Leandro, obispo;
Nació en Cartagena. Fue arzobispo de Sevilla y apóstol de los visigodos en el siglo VI.
Se abocó a la conversión de los arrianos. Hacia el final de su vida, se hizo secundar por su hermano Isidoro, quien lo sucedió hacia 598.
Es patrón de Sevilla. Se lo invocaba contra el reumatismo.
Sus atributos son la mitra y el báculo episcopales, y un corazón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Leandro, Arzobispo de Sevilla. Nacido en Cartagena el primer tercio del siglo VI intervino decisivamente en la conversión del pueblo visigodo y de su rey Recaredo, quien abjuró del arrianismo en el Concilio III de Toledo (589). Murió hacia el año 600.
Nació en Cartagena hacia el año 540, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Severiano, alto funcionario del reino visigodo, y de madre de nombre desconocido, convertida más tarde al catolicismo. Sus otros hermanos fueron: Florentina, monja; Fulgencio, obispo de Écija; e Isidoro, sucesor de Leandro en la sede hispalense, todos ellos santos y cumbre jamás alcanzada de la Iglesia de Sevilla.
La primera semblanza de san Leandro nos viene de su hermano san Isidoro, en su libro De viris illustribus. Merece la pena que consignemos traducido el perfil biográfico que nos ofrece de su hermano mayor:
«Leandro, cuyo padre se llamaba Severiano, oriundo de la provincia Hispana Cartaginense, fue monje de profesión y desde el monacato designado obispo de la Iglesia de Sevilla en la provincia Bética. Hombre de una dulce elocuencia, de aventajadísimo ingenio y distinguido tanto por su vida como por su doctrina, a su fe y a su habilidad se le debe la vuelta de los godos desde la insensatez arriana a la fe católica. En la peregrinación de su destierro compuso dos libros contra los dogmas de los herejes, riquísimos en erudición bíblica; en ellos no sólo descubre la maldad de la impiedad arriana sino que además la refuta con estilo vehemente, es decir, demostrando lo que tiene la Iglesia católica contra los mismos y cuán distante está de ellos tanto por las creencias religiosas como por los sacramentos de la fe.
Existe también un laudable opúsculo de Leandro contra las enseñanzas de los arrianos, en el cual, después de proponer su doctrina, le opone la correspondiente respuesta. Publicó asimismo un tratado sobre la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo dirigido a su hermana Florentina y dividido en capítulos. Trabajó mucho para mejorar los oficios eclesiásticos escribiendo para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa.
Escribió muchas cartas: una al papa Gregorio sobre el bautismo, otra al hermano, en la que le advierte que no debe temer la muerte. Escribió asimismo muchísimas cartas familiares a otros obispos, que aunque no eran abundantes en palabras, eran ciertamente muy penetrantes por su doctrina. Floreció bajo Recaredo, hombre religioso, en cuyo tiempo terminó sus días con muerte admirable.»
Esta reseña, desesperadamente breve, no resuelve las dudas y oscuridades suscitadas en una vida tan compleja y rica.
Perteneciente a una familia distinguida (se duda si su padre, hispano-romano, fue gobernador de Cartago Nova; su madre, de origen godo y de religión arriana, se convirtió tras el destierro), ésta hubo de huir de Cartagena posiblemente cuando los bizantinos ocuparon la ciudad y se refugiaron en Sevilla. Aquí mueren sus padres y Leandro se hace cargo de la familia y especialmente de la educación de Isidoro, el hermano menor. Libre de estos cuidados, abrazó la vida monástica.
Su elevación a la sede hispalense hay que situarla con toda probabilidad poco antes de la llegada de Hermenegildo a la Bética. Por lo tanto, hacia los años 577-578. A él se debe en gran medida la conversión de Hermenegildo, según cuenta san Gregorio Magno en sus Diálogos: «Hermenegildo, hijo de Leovigildo, pasó de la herejía arriana al catolicismo por la predicación de Leandro, amigo mío desde no hace mucho tiempo». Aunque Gregorio de Tours, en su Historia Francorum, lo atribuye a su esposa Ingunda: «Ingunda predicó a su esposo que abandonase la falacia de la herejía y reconociese la verdad de la ley católica. El se opuso durante un tiempo, pero al fin, conmovido por sus ruegos, se convirtió al catolicismo».
Salpicado por la contienda suscitada entre Hermenegildo y su padre Leovigildo, san Leandro marchó al destierro en el año 580 y partió en misión diplomática de la Iglesia visigoda a Constantinopla. Allí conoció a Gregorio Magno, apocrisario o nuncio apostólico por aquel entonces en la ciudad imperial. El propio Gregorio Magno, en sus Moralia in Job, refiere de este encuentro: «Hace bastante tiempo que te conocí en Constantinopla, cuando yo también estaba allí por intereses de la sede apostólica y tú habías ido a esta ciudad como legado por motivos de fe de los visigodos». Aunque san Leandro no obtuvo resultados políticos de su viaje, al menos le vino de aquella estancia una amistad de por vida con el futuro papa Gregorio Magno. Años después, uno en Roma y otro en Sevilla, intercambiarían abundante correspondencia, conservándose únicamente cuatro cartas de Gregorio a Leandro, pero en donde se puede palpar la talla humana y moral del arzobispo de Sevilla.
Un dato curioso aparece en una de estas cartas: ambos padecían de gota, enfermedad frecuente en posteriores arzobispos de Sevilla. «Sobre la enfermedad de la podagra o mal de gota que aqueja a vuestra santidad -le escribe Gregorio Magno- debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido». También le envió el palio, símbolo de su dignidad arzobispal: «Como una bendición del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, os enviamos el palio que habéis de usar tan sólo en la misa. Al enviároslo, debí advertiros cómo debíais vivir, pero suprimo esta exhortación porque vuestras costumbres van delante de las palabras».
La vuelta del destierro hay que fecharla en el 586, año de la muerte de Leovigildo. La subida al trono de Recaredo y su conversión supondrá un cambio radical en el panorama de la Península. En febrero de 587 -aún no había cumplido el año de reinado- ya era católico. La conversión del pueblo godo del arrianismo al catolicismo, siguiendo el exemplum regis, se hizo casi sin resistencia salvo algún que otro obispo arriano y se proclamó oficial en el concilio III de Toledo, celebrado en 589. Presidido por san Leandro, en esta reunión nacional brilló el arzobispo hispalense con su dulce elocuencia y aventajadísimo ingenio, en expresión de su hermano Isidoro. San Leandro glosó la homilía de aquel día memorable con estas palabras que resonaron en la basílica de Toledo: «Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe».
No escribió mucho san Leandro. Su herencia literaria es corta, pero a él se debe el impulso intelectual que, irradiando de Sevilla, puso en movimiento la labor científica de la España visigoda. En el destierro, escribió dos obras teológicas contra los arrianos que se conservan: Duos adversus haereticorum dogmata libros y Opusculum adversus instituta arianorum. En el concilio III de Toledo pronunció su Homilia in laudem Eclesiae, canto a la paz y a la unión en un estilo hermoso. Escribió también, según su hermano Isidoro, "para todo el salterio una doble edición de oraciones así como composiciones musicales para la misa». Y por último, aparte sus cartas que se han perdido, ese maravilloso texto obre la vida religiosa y dedicado a su hermana Florentina: De institutione virginum, con avisos preciosos para toda vida religiosa que quiera caminar por la vida del Espíritu.
Murió, no se sabe bien la fecha, hacia el 599 ó 600. San Isidoro, tan parco al referirse a su hermano, dice que «terminó sus días con muerte admirable». La Iglesia de Sevilla celebra su fiesta el 13 de noviembre (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Leandro de Sevilla, obispo, a quien está dedicada esta plaza;
San Leandro de Sevilla (Cartagena, Murcia, c. 535 – Sevilla, c. 600). Obispo y escritor, santo.
La mayor parte de los datos biográficos conocidos sobre Leandro de Sevilla se conservan en las obras de Gregorio Magno (Epistolae, Dialogi y Moralia in Iob), Juan de Biclaro (Chronicon), Isidoro de Sevilla (el capítulo 28 de su De uiris illustribus) y Gregorio de Tours (Historia Francorum). Gracias a Isidoro, su hermano menor y sucesor en la sede metropolitana de Sevilla, se sabe que ambos tuvieron otros dos hermanos: Florentina (que estuvo al frente de una comunidad religiosa femenina) y Fulgencio (obispo de Écija).
Su padre se llamaba Severiano. Siendo aún bastante joven (c. 554), abandonó Cartagena junto con su familia, posiblemente a causa de las luchas políticas del momento entre hispano-romanos, godos y bizantinos. Se sabe también que fue monje —no se conoce dónde ni por cuánto tiempo— y que probablemente ya era obispo de Sevilla (c. 578), cuando Hermenegildo se sublevó contra su padre Leovigildo. Por esta misma época Leandro realizó un viaje a Constantinopla. A su vuelta fue a Cartagena y no volvió a Sevilla hasta alrededor del año 585. Sobre la razón que lo mantuvo varios años fuera de su sede episcopal no existen datos precisos, pero el parecer más extendido relaciona su ausencia primero con una embajada a las órdenes de Hermenegildo, tras su sublevación contra Leovigildo; y luego con las represalias tomadas por este Monarca contra los obispos no arrianos que apoyaron a su hijo. Como Isidoro habla de su destierro, se supone que lo pasó en Constantinopla, en Cartagena o en ambas ciudades.
En la primera trabó amistad con Gregorio —luego Gregorio Magno—, que vivió allí como apocrisiario de Pelagio II entre 579 y 585; en la segunda, con el obispo Liciniano. La tradición cuenta que, en su lecho de muerte, Leovigildo encomendó a Leandro el cuidado pastoral de su hijo Recaredo. Éste, ya como Rey, convocó en 589 el III Concilio de Toledo, en el que renegó públicamente del arrianismo y decretó la conversión de su reino. Leandro de Sevilla y Eutropio de Valencia fueron las personalidades más destacadas del Concilio.
Conservamos dos obras transmitidas bajo el nombre de Leandro: el De institutione uirginum et de contemptu mundi libellus y el De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum. De ellas, la primera es la única que se le puede atribuir con total seguridad. Es un tratado dividido en dos partes: una larga introducción sobre la virginidad seguida de normas y consejos de aplicación práctica sobre las virtudes y la vida monástica.
En él hace gala de una enorme erudición patrística: sus fuentes conocidas son Tertuliano, Cipriano de Cartago, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Casiano e incluso Benito de Nursia (es poco probable que haya utilizado el De laude uirginitatis de Osio de Córdoba, o el Annulus de Severo de Málaga). Este texto ha llegado hasta hoy en dos versiones de distinta extensión. La más breve —con diez capítulos y medio menos— es la más conocida.
Leandro es también autor del discurso De triumpho Ecclesiae ob conuersione Gothorum, también conocido como Homelia in laudem Ecclesiae. Se ha conservado junto a los cánones del III Concilio de Toledo, contexto en el que debió de pronunciarse. Ahora bien, como Isidoro no lo cita entre las obras de Leandro, hubo en el pasado quien dudó de su autoría. Se trata de un texto sólidamente estructurado desde el punto de vista retórico y también de enorme erudición: en él se adivina el conocimiento de Ambrosio (Explanatio Psalmorum), Gregorio Magno (Moralia in Iob), Casiodoro (Expositio Psalmorum) y, sobre todo, Agustín de Hipona (Epistulae, Enarrationes in Psalmos, Enchiridion, De sancta uirginitate, Sermones...). Algunos de estos autores habrían podido ser citados a través de fuentes intermedias.
Se sabe que Leandro escribió otras obras, hoy perdidas.
Isidoro habla de “dos libros contra los dogmas de los herejes”, de un “pequeño tratado sobre las creencias de los arrianos” y de innumerables cartas que tampoco se han conservado. Se conoce el tema y destinatario de dos de ellas: el bautismo, dirigida a Gregorio; y el temor a la muerte, enviada “a su hermano” (no se sabe a cuál de los dos). Por último, la atribución a Leandro de todas o muchas de las composiciones del conocido como Liber psalmographus y de la misa y oficio de san Vicente sólo es, por el momento, hipotética.
En fin, la importancia en su tiempo de Leandro como político, teólogo y hombre de letras se ve atestiguada, además de por sus obras y por su trato con monarcas y personalidades del entorno visigodo, por algunos aspectos de su relación con Gregorio Magno.
Por una parte, el sevillano fue quien alentó a Gregorio a escribir sus Moralia in Iob, razón por la cual fue su dedicatorio. Por otra, al final de su vida, Gregorio le otorgó licencia para el uso del palio en las celebraciones solemnes. Esto podría indicar que Leandro fue incluso vicario apostólico en la zona, pero no hay pruebas que lo corroboren (María Adelaida Andrés Sanz, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
La plaza de San Leandro, al detalle:
Iglesia del Convento de San Leandro
Iglesia del Convento de San Leandro
Fuente de la Pila del Pato
Edificio de la plaza de San Leandro, 4
Edificio de la plaza de San Leandro, 4
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