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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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miércoles, 8 de diciembre de 2021

La Capilla de la Cieguecita, o de la Concepción Chica, en la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de la Cieguecita, o de la Concepción Chica, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
   Hoy, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, que, realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres en previsión del nacimiento y de la muerte salvífica del Hijo de Dios, desde el primer instante de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por singular privilegio de Dios. En este mismo día fue definida por el papa Pío IX como verdad dogmática recibida por antigua tradición (1854) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II]. 
       Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de la Cieguecita, o de la Concepción Chica, en la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, calle Cardenal Carlos Amigo, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de la Cieguecita, o de la Concepción Chica [nº 007 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Esta fundación del jurado Francisco Gutiérrez de Molina estaba dedicada a san Juan Bautista, pasando luego a la advocación de la Inmaculada, por lo que se llamó "Inmaculada de Molina"; hoy se le denomina de la "Inmaculada Chica" o de la "Cieguecita". Su primer patrono fue el bachiller Gonzalo Gabriel, que la dedicó a los arcángeles Miguel y Gabriel y al Bautista. En el primer cuarto del siglo XVII sustentaba esta capilla la mitad de Levante del "órgano menor" (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
   El 16 de julio de 1515 mandó el Cabildo «que se derruequen las paredes del coro e que se fagan las capillas que stavan de la manera que solían star e mejores sy se pudiere». Aunque tradicionalmente se le atribuyen a Diego de Riaño, las cuatro capillas que se alojan en los costados del Coro, las llamadas de los Alabastros, no se construyeron en la misma época. Las del  lado  de  la  Epístola  (Inmaculada  y  Encarnación) son góticas, mientras que las del lado del Evangelio (Virgen de la Estrella y San Gregorio) son renacentistas. Las primeras se hicieron en tiempos de Juan Gil, y las otras fueron diseñadas por Diego de Riaño en 1523. En Cabildo de 3 de marzo de 1516 se creó una comisión para que se pusiera en contacto con el Aparejador Gonzalo de Rozas, con el fin de que «provean en la piedra para fazer el trascoro e capillas que fueron derrocadas, para que se fagam". Consta que a lo largo de 1517 se libraron varias partidas por traer alabastros de Tortosa. Las dos capillas del lado de la Epístola debieron estar ultimadas en 1518, ya que en Cabildo de 9 de marzo «mandaron que no se labre más alabastro de lo que  fuere  nesçesario para acabar las capillas que están començadas dello».
   En el periodo en que Juan Gil estuvo al frente de las obras en la catedral hubo gran actividad constructora en diversos frentes. En Cabildo de 14 de marzo de 1515 se decidió gratificar al aparejador Gonzalo de Rozas y al cantero Diego de Ojebar «en recompensa de lo que ha trabajado en la capilla que agora se cerré sobre el choro de las sillas» (Teodoro Falcón Márquez, El edificio gótico, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir, Sevilla. 1991).
     La Capilla está situada en el lado meridional del coro, en la zona del alabastro.
     Es un retablo tabernáculo, de no gran desarrollo por lo reducido del recinto.
     Se distribuye en banco, cuerpo y áticos. En el prime­ro, los retratos pictóricos de los fundadores, originales de Pacheco. El cuerpo se compone de amplia hornacina central y dos calles laterales, determinadas por cuatro columnas; lo preside la imagen de la Purísima y en los intercolumnios las estatuas de San Gregorio y San Juan Bautista Niño, las tres de bulto redondo; más las medias figuras en relieve de San José y San Joaquín. En los áticos, el Espíritu Santo y las medias esculturas, también en relieve, de los Santos Jerónimo y Francisco de Asís.
     Esta iconografía se razona litúrgica e históricamente: el Precursor, según parece, antiguo titular de la Capilla, San Gregorio revestido de pontifical, el Esposo y el de la Virgen, Santos José y Joaquín y los abogados de los Patronos (D. Francisco Gutiérrez de Molina y Dª Jerónima de Zamudio) Santos Francisco y Jeróni­mo.
     La Inmaculada, llamada de ordinario la Cieguecita (por tener baja la mirada y entornados los ojos, tratando de hacer ostensible su obediencia y humildad declarados en el «Ancilla» de la Encarnación), es pieza magistral por su unción sagrada -ciertamente inefable- y por su gran categoría artística.
     En la Sevilla del siglo XVII, donde explotó la polémica inmaculadista entre teólogos, filósofos, escrituristas y eruditos, de una parte, y el pueblo fiel, de otra (tanto la masa como las corporaciones que la representan), Juan Martínez Montañés -autor de este retablo e imaginería- encarna a quienes propugnaban teológica­mente la entonces piadosa creencia de que María fue no sólo la Madre de Cristo, sino también Madre de Dios (la Teotocos y Deipara del Concilio Efesino), en tanto que Murillo representó el movimiento popular y de pura teodicea, que afirmaba rotundamente, con extensa y profunda intuición, el singular privilegio de la Escogida del Eterno. Tan fuerte fueron las reacciones y tan agudas las exteriorizaciones, que la Santa Sede y la Monarquía hispana intervinieron de diverso modo, apaciguando las colisiones de palabra y obras.
     Así, pues, de todas las Inmaculadas que Martínez Montañés ejecutó, ésta de la Catedral es la más perfecta por haber logrado interpretar, insuperablemente en lo humano, a Quien fue concebida sin mancha de pecado original desde el primer instante de su Ser, con el empaque y dignidad de Señora, Reina y Madre. Hay en esta escultura un perfecto equilibrio entre el mensaje a representar y la materia que lo exhibe; nada falta y nada sobra.
     Tan profunda es su unción, que un autor del mismo siglo afirmó certeramente que «para la belleza de esta efigie parece le ayudó con la suya la que es dueña de la gracia». Era lógico que su autor estuviere envanecido, pues, según testimonio contemporáneo: «es la imagen la primera cosa que se ha hecho en el mundo»; y por afirmación rigurosamente de los mismos años del retablo, se dice que «es tan bella, que con la modestia y gravedad, devoción y hermosura, vivifica las almas de quien la mira».
     Así mismo su valoración artística es singular. Juan Martínez Montañés contrató la obra en 1628 y el mis­mo año Francisco Pacheco y Baltasar Quintero la policromía. Circunstancias de salud y apremios, determinaron que podamos precisar las etapas de su realización. Sabemos que en 1629 estaban desbastados San José y San Joaquín; en cuanto a la Virgen, la iba desbastando y estaba abultada para irla perfeccionando y también había comenzado a desbastar las figuras de San Juan y San Gregario. Dos años después la obra estaba terminada. Por supuesto, dibujo, modelado, talla y composición son ejemplares, respecto a las reglas del arte y la delicada policromía subrayaría los valores de la plástica; pero la estatua mariana estuvo vestida en e siglo XVIII y al despojarla de sus ropas, para el luci­miento de los valores escultóricos, fue estofada nueva­ mente en 1779, época en que también se renovó el camarín. Hay otras noticias de retoques, en 1796.
     El San Juan Niño, está revestido con piel de camello color buriel y lleva manto, libro y Cordero. Es tan delicado y posee tal vida interior, que recuerda estéticas donatellianas.
     Muy fina la imagen de San Gregorio, con alba, Plu­vial y Tiara pontificia.
     Las medias figuras en relieve de los recuadros, responden a la iconografía montañesina. San José porta la Vara simbólica, San Joaquín el Cordero, San Jeróni­mo escribe y lleva Muceta y Capelo y el Santo de Asís parece estar en trance de Stigmatización.
     Obra cumbre de la imaginería española del barroco y muy sobresaliente en la maravillosa producción de Martínez Montañés (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir, 1991).
   Sin que ello sirva para señalar que fue un pintor fundamental, puede indicarse que la historia de la pintura sevillana del siglo XVII comienza con Francisco Pacheco, puesto que este artista es un perfecto ejemplo para definir el tránsito de las formas artísticas del siglo XVI a la nueva centuria. Su arte apareció siempre teñido de efluvios manieristas que a duras penas se fueron disipando a lo largo de su extensa vida.
     Nació Pacheco en Sanlúcar de Barrameda en 1564, aunque desde adolescente estuvo en Sevilla al lado de su tío, su homónimo Francisco Pacheco, que fue canónigo de la Catedral. Fue discípulo del desconocido pintor Luis Fernández y realizó toda su carrera artísti­ca en Sevilla, donde alcanzó su momento de plenitud artística hacia 1625. Su vida se prolongó largamente hasta 1644, aunque en sus últimos años hubo de pade­cer una larga decadencia artística.
     En el retablo de la capilla de la Concepción Chica, presidido por la magnífica escultura de la Inmaculada obra de Martínez Montañés, figura, situados en el banco, los retratos de los patronos de dicho retablo: Doña Jerónima Zamudio y Don Francisco Gutiérrez de Molina. Pacheco contrató la ejecución de la labor de pintura del retablo en 1628, concluyéndola en 1631, siendo ambas obras un buen testimonio de la actividad retratística de este pintor; los dos personajes aparecen captados en busto y en actitud orante, mostrando sus presencias la característica introspección que Pacheco otorga a sus modelos, en los que toda manifestación externa aparece ausente (Enrique Valdivieso, La Pintura en la Catedral de Sevilla. Siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991). 
   Los frontales de altar de azulejería sevillana imitación de los textiles corresponden al siglo XVII. Si es que hubo alguno de estos en la catedral, lamentablemente no se ha conservado. Los hoy existentes en las Capillas de la Encamación e Inmaculada, aunque presentan el esquema y la ornamentación de los antiguos, son, sin embargo, obras del actual siglo. El primero de ellos está fechado en 1909 y fue realizado en Triana por Manuel Ramos, siguiendo el diseño de Gestoso. También había diseñado Gestoso, un año antes, el frontal de la Capilla de la Inmaculada, cuyo autor fue Manuel Amores. Ambas obras por su composición, técnica y colorido son un fiel trasunto de los frontales seicentistas y una buena prueba del grado de perfección que logró la cerámica sevillana del siglo XX, que en algunos aspectos superó, con creces, la de siglos anteriores.
     Al siglo XVII pertenecen las pequeñas rejas de las capillas de San Gregario, de la Inmaculada Concep­ción, de la Encarnación, de los dos Santiagos, hoy lla­mada de Santa Justa y Rutina, y de San Isidoro. Las tres primeras presentan idéntica estructura a la de la Capilla de la Virgen de la Estrella, es decir, que aunque fueron realizadas en la primera mitad del seiscientos siguen un modelo del siglo anterior. Esta es la cau­sa de que sus elementos estén tan decorados y la razón del uso de ornamentación en chapas de hierro (Alfredo J. Morales, Artes aplicadas e Industriales en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla, Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).
     Portentosa, perfectísima y simpar efigie de María Inmaculada, orgullo del arte y de la fe sevillana, donde el maestro de maestros Juan Martínez Montañés apuró los quilates de su ingenio, superándose a sí mismo. Mide 1,64 m. y se fecha hacia 1628-31. Asienta sobre nube con tres cabezas de querubines. A lo largo de los siglos ha ido acumulando elogios, que nunca serán exagerados ni ditirámbicos, considerando la gracia casi celestial de tan inefable icono. El carioso apelativo  de "La Cieguecita" con que la conoce el pueblo, alude a la expresión dulcemente entornada de sus ojos, los cuales miran  sin ver, sumidos en místico arrobo. No lleva corona ni tampoco la necesita: tan sólo una sencilla aureola de doce estrellas contornea con simbolismo apocalíptico el divino rostro. "Prodigio de candor pensativo" la llamó Sánchez Cantón. Un testimonio de 1631 dice que la imagen "es la primera  cosa se ha hecho en el mundo con que Juan Martínez Montañés está muy envanecido". El propio artista la anunció y la prometió como "única" cuando aún no había sido terminada. La policromía corrió a cargo de Pacheco y Quintero. Por increíble que hoy parezca, consta que durante algún tiempo estuvo vestida, mas le quitaron pronto los ropajes, ante la incongruencia de ocultar y perjudicar el prodigio artístico. En definitiva, esta Inmaculada no sólo es obra cumbre de Montañés, sino también del arte cristiano de todos los siglos: Paradigma, cima, acmé, arquetipo, "opus magnum"... Y además hay que considerar su profundo valor teológico, al exaltar a María como mujer perfecta, "divinamente humana y virginalmente femenina"; hasta el punto de que, incluso si le suprimieran los angelitos o la media luna, no habría la menor duda para seguir identificándola como una representación magistral de la Purísima. En nuestra centuria sus salidas procesionales han sido escasas, pero siempre muy solemnes y extraordinarias. Por ejemplo: la de 1917 para inaugurar la Puerta de la Concepción en el Patio de los Naranjos, yendo acompañada por niños vestidos a la antigua, representando diversos personajes de nuestra epopeya concepcionista (Juan Martínez Alcalde. Sevilla Mariana. Repertorio Iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María
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   En el orden de la Creación, la Concepción de la Virgen que existía en el pensamiento de Dios antes del comienzo del  mundo (inmente Dei abinitio conceptionis), es el punto de partida de su existencia. Pero si nos situamos en el punto de vista de la evolución iconográfica, es en último lugar que este tema debería estudiarse puesto que es casi extraño al arte de la Edad Media y aparece mucho tiempo des­pués que las Vírgenes de Majestad y de Piedad.
   Para comprender las representaciones de este tema,  frecuentemente interpretado a contrario sensu, es necesario definir brevemente el dogma de la Inmaculada Concepción y recordar la historia del progreso del culto hasta su consagración oficial por el papado.
El dogma
Definición. La Inmaculada Concepción es el privilegio en virtud del cual la Virgen María es la única que habría sido concebida sin pecado entre todos los descen­dientes de Adán y Eva.
   En principio desechemos el menosprecio, demasiado frecuente. La Inmaculada Concepción no es la concepción de Cristo en el vientre de la Virgen sino la concepción de la Virgen en el vientre de santa Ana o, más bien, en el pensamiento de Dios, que por una gracia única la eximió del pecado original. Para emplear las expresiones de los teólogos de la Edad Media, se trata de una Conceptio passiva y no de una Conceptio activa.
   La Inmaculada es la Virgen elegida antes de su nacimiento. Aquella que fue elegida antes de haber nacido, concebida antes que Eva, en la eternidad. «Ab aeterno ordinata sum. Nondum erant abyssi et ego jam concepta eram» (Prov. 8: 22). Por esa razón se la representa muy joven. Ella desciende del cielo a la tierra para redimir la fal­ta de Eva. De esa manera se opone a la Virgen de la Asunción, que animada de un movimiento inverso, después de su muerte asciende desde la tierra hacia el cielo. La Inmaculada Concepción es entonces enteramente diferente de la Maternidad virginal y de la Asunción con las cuales se la confunde constantemente.
La elaboración del dogma
A) Las objeciones
   La elaboración del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen ha sido lenta y laboriosa. No debería sorprender, puesto que esta creencia no tiene ningún fundamento en las Sagradas Escrituras, a menos que se fuerce el sentido de la salutación angélica: Ave Maria gratia plena, y que se asimile la Virgen, situada fuera del alcance de Satán, a la Mujer del Apocalipsis que escapa al dragón.
   Los argumentos bíblicos o patrísticos que se han invocado en su favor no tienen valor probatorio. Todo cuanto puede decirse de buena fe, es que las Escrituras no se oponen al privilegio de María, pero tampoco lo afirman.
   Los Inmaculistas se vieron forzados a apoyarse en la tradición de la Iglesia. Ahora bien, los Padres de la Iglesia, y especialmente san Agustín, nunca osaron atri­buir a María la exención del pecado original que reservaban sólo a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y no por un hombre. Según ellos, la Virgen, como todas las criaturas humanas, fue concebida en el pecado y redimida por el Redentor. Tal es la doctrina de la Iglesia primitiva; tal es también la de san Bernardo que, no obstante, fue uno de los más fieles «caballeros de Nuestra Señora».
   A pesar de su devoción por la Virgen, san Bernardo admite su «sanctificatio in utero Annae», es decir su santificación en la fase embrionaria de su existencia, después y no antes de su concepción.
   En una carta a los clérigos de Lyon que habían introducido la fiesta de la Concepción de María en su calendario litúrgico, toma partido contra esa innovación, claramente: «¿De dónde tendría María la santidad de su concepción? Ella no ha podido ser santa antes de ser. Ahora bien, antes de su concepción no existía ¿Se dirá que ha sido concebida por el Espíritu Santo y no por un hombre? Es lo que hasta ahora nadie se ha atrevido a afirmar. Si se permite expresar lo que piensa la Iglesia, la gloriosa María ha concebido del Espíritu Santo, pero no ha sido concebida por él. Si ella no ha podido ser santificada antes de ser concebida porque entonces no existía, ni tampoco en el momento de su concepción porque el pecado estaba unido a ese acto, sólo queda que ha sido santificada en el vientre de su madre después de su concepción, y esa santificación ha vuelto santa su natividad, pero no su concepción. 
   «Sólo el Señor Jesús ha sido concebido del Espíritu Santo, porque sólo él era santo antes de su concepción. Excepto él, no hay hijo alguno de Adán a quien no se aplique la palabra del Salmista: Yo he sido concebido en el pecado.
   «En esas condiciones ¿cuál puede ser la razón de la fiesta de la Concepción de María? ¿A qué título llamar santa una concepción que no es la obra del Espíritu Santo (por no decir que es la obra del pecado) y por qué celebrarla si no es santa?» En el siglo XIII, san Buenaventura, el Doctor seráfico, se unió a la opinión de san Bernardo: «Creemos -escribió- como se cree comúnmente, que la Virgen ha sido santificada después de haber contraído el pecado original.»
   Los dominicos compartían la opinión de san Bernardo.
   Según Alberto Magno, la Virgen contrajo el pecado original porque fue concebida por generación sexual, que implica la concupiscencia carnal.
   Un teólogo todavía más ilustre, santo Tomás de Aquino, el Doctor angélico, se sitúa sin rodeos entre los negadores de la Inmaculada Concepción. En su Summa theologica postula que María ha sido necesariamente concebida con el pecado original, puesto que lo fue por la unión de los sexos. Ahora bien, la unión sexual que después del pecado de nuestros primeros padres no puede hacerse sin concupiscencia (sine libidine), transmite el pecado original al niño.
   Además, si María hubiese escapado a la mancha común, no habría tenido necesidad de ser redimida por Cristo. Así, Cristo ya no sería el Redentor universal. Finalmente:¿María no murió como los demás humanos? Entonces, como ellos, había contraído el pecado original, puesto que éste es quien introdujo la muerte en el mundo.
   De ese modo, el postulado de la Concepción Inmaculada de la Virgen aparece en contradicción con dos dogmas fundamentales de la doctrina cristiana: la universalidad del pecado entre los descendientes de Adán y la universalidad de la redención por Cristo. Si se quiere sustraer a María de la ley común del pecado, es necesario al mismo tiempo sustraerla de la redención universal de Cristo.
B) El triunfo de los inmaculistas
   Semejante consenso de los representantes más autorizados del  pensamiento cristiano, todos «maculistas», desde san Agustín hasta san  Bernardo, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, pudo haber sofocado en germen la cre­encia en la Inmaculada Concepción de la Virgen, pero no ocurrió nada parecido. La creencia en que, desde su concepción, la Virgen estuvo exenta de la mácula del pecado original, fue ganando terreno. A partir del siglo IX, la fiesta de la Conceptio B. M. Virginis, de origen oriental, como todas las fiestas de la Virgen, se in­trodujo en el calendario irlandés.
   El principal argumento que se utilizó fue que el papel de María en la Redención implica su exención del pecado original. «¿Cómo suponer -dijo Denis el Cartujo­que debiendo aplastar un día la cabeza de la serpiente, haya podido nunca ser hija del demonio?» Así, la concepción virginal de Cristo comportaría la concepción in­maculada de su madre.
   Los franciscanos tomaron partido contra las tesis de san Bernardo y de santo Tomás que san Buenaventura, otro franciscano, defendió. Éste y Escoto Eriúgena, el Doctor sutil, proclamaron que la gloriosa Virgen María fue preservada del peca­do original "a primo instanti» y no a partir de su nacimiento o de la Encarnación. Los carmelitas les hicieron coro.
   Pero la adhesión más eficaz a la campaña de los inmaculistas fue la de la Universidad de París, representada por sus cancilleres Pierre d'Ailly y Jean Gerson. La doctrina de la Inmaculada Concepción, nacida, como la mayoría de las creen­cias, de un postulado teológico, de un deseo transformado en afirmación positiva, de un voto sentimental erigido en certeza, aprobada por el papa franciscano Sixto IV en 1477, fue aceptada por la Sorbona en 1496, que la formuló en estos térmi­nos: «Mater Dei a peccato originali semper fuit preservata.»
   La creciente popularidad de la Inmaculada Concepción a finales de la Edad Media está probada por la devoción que le ofrecía la familia de los duques de Borbón. En 1370, Luis II de Borbón fundaba la orden del Caballero de Nuestra Señora de Esperanza, cuya insignia representaba a la Virgen del Apocalipsis, coro­nada por doce estrellas y con los pies reposando sobre la luna creciente. Así la representó el Maestro de Moulins, hacia 1498, en su célebre tríptico de la catedral.
   En el siglo XVI los jesuitas, después de los franciscanos, se convirtieron en sus campeones. El concilio de Trento consagró su triunfo.
   La doctrina ganó a todos los países católicos antes de convertirse en dogma. Desde Ruán, metrópoli de Normandía donde la fiesta de la Concepción era particularmente popular (se la llamaba Fiesta de los normandos), esta devoción se difundió en las otras diócesis de Francia. En 1644, la fiesta de la Inmaculada Concepción se intro­dujo en España en la jerarquía de las grandes y obligatorias (de praecepto). Así se explica la importancia de este tema en la pintura española del siglo XVII.
   Sólo quedaba un paso por dar. En 1708 la creencia, resistida durante largo tiempo, se convirtió en obligatoria para el conjunto de la Iglesia. Y en virtud de la encíclica Ineffabilis Deus, publicada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, se transformó en un dogma de la Iglesia romana. Los maculistas habían sido derrotados.
Iconografía
   La Inmaculada Concepción ha sido representada de dos maneras completamente diferentes: en primer lugar, simbólica o alusivamente, mediante el Abrazo de Ana y de Joaquín ante la Puerta Dorada; más tarde, en la forma de la Sulamita del Cantar de los Cantares, o de la mujer envuelta en el sol, del Apocalipsis, con la luna debajo de los pies.
1. El abrazo de san Joaquín y de santa Ana ante la puerta dorada
   En la iglesia oriental y en la primera versión del arte de Occidente, la Inmaculada Concepción de la Virgen está asociada con el encuentro de sus padres, Ana y Joaquín, frente a la Puerta Dorada de Jerusalén. La Madre de Dios no habría sido concebida de manera natural (ex coitu), sino por medio de un simple beso en los labtios (ex osculo).
   A veces el ángel que anuncia la buena nueva a cada uno, por separado, planea por encima de los viejos esposos para acercar sus bocas.
   Señalemos una curiosa versión en una vidriera de Saint Ouen, ejecutada a principios del siglo XVI por el pintor vidriero holandés Arnoldo de Nimega. Sobre el vientre de santa Ana, representada de pie y con las manos unidas, aparece la Virgen en forma de niña pequeña desnuda en una mandorla, y recibiendo el ho­menaje de los dos principales profetas de la Encarnación: Isaías y David.
   En los ciclos mariológicos, esta escena precede con frecuencia a la Natividad de la cual se considera el preludio.
2. El descendimiento de la Virgen Inmaculada
   Hacia finales de la Edad Media apareció una representación novedosa del tema.
   La Virgen Inmaculada, enviada desde el cielo por Dios que la había elegido para la obra de Redención, desciende a la tierra. De pie sobre la luna, coronada de estrellas, extiende los brazos como las orantes de las catacumbas, o une las manos so­bre el pecho.
   Para distinguirla de la Virgen ascendente de la Asunción, se la representa con los ojos dirigidos hacia la tierra, al tiempo que aquélla los tiene elevados al cielo donde Cristo la espera.
   Esta diferencia está muy bien señalada en las dos estatuas ejecutadas por Puget en Génova: la Inmaculada Concepción, encargada por los Lomellini, que se encuentra en el oratorio de san Felipe Neri; y la Asunción, encargada por los Brignole para el Hospicio de los Pobres (Albergo dei Poveri).
   Otra característica de la Inmaculada Concepción es que se presenta rodeada por los símbolos de las Letanías, que son su escudo de armas (Arma Virginis), de la misma manera que los instrumentos de la Pasión constituyen el blasón de Cristo (Arma Christi).
Fuentes
   ¿Cuáles son las fuentes de esta representación? Procede del Antiguo, y también del Nuevo Testamento, del Cantar de los Cantares y del Apocalipsis.
   1. La Virgen Inmaculada está asimilada a la novia del Cantar de los Cantares. Es la Sulamita del Seudo Salomón, como lo prueban las palabras inscritas en una filacteria: Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te, y las metáforas bíblicas sembradas alrededor  de ella  como las perlas de un collar.
   Estos símbolos han sido popularizados por las Letanías de la Virgen de Loreto, cuya forma actual data de 1576. La nueva Sulamita es comparada con los astros: con el sol (electa ut sol); con la luna representada por un  creciente de plata (Pulchra ut luna), con la estrella del mar (Stella maris).
   Otros emblemas están tomados de los árboles y las flores. La Inmaculada es un Jardín cerrado o cercado (Hortus conclusus), una Fuente de los jardines (Fons hortorum), un Pozo de agua viva (Puteus aquarum viventium). Se la compara con el cedro del Líbano (Cedrus exaltata), con el olivo (Oliva speciosa) con el lirio que flore­ce entre espinas (Lilium inter spinas), y con un rosal (Plantatio rosae).
   «Eres jardín cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada.» (Cant. 4: 12).
   Espejo sin mancha (Speculum sine macula), la Virgen es finalmente saludada con los nombres de Torre de David (Turris Davidica cum propugnaculis), _Ciudad de Dios (Civitas Dei), Puerta del cielo (Porta coeli).
   2. Los otros atributos de la lnmaculada Concepción están tomados del Apocalipsis I 2: "Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas (amicta sole, luna sub pedibus, in capite corona stellarum duodecim)."
   La luna que nunca se representa llena, como en la Crucifixión, sino recortada en forma de creciente, evocaba la castidad de Diana.
   Después de la victoria de Lepanto, la cristiandad gustó interpretar el creciente de la luna bajo los pies de la Virgen Inmaculada como un símbolo de la victoria de la Cruz sobre la Media luna turca.
La fechad de aparición del tema
   ¿En qué momento apareció por primera vez este motivo en la iconografía del arte cristiano?
   De acuerdo con E. Mate, que adopta la tesis sostenida por Maxe Werly, este tema apareció a principios del siglo XVI, exactamente en 1505, en forma de xilografía, en las horas de la Virgen para el uso de Roma, publicadas en París por Thielman Kerver, retomadas en 1518 en las Horas de Simon Vostre.
   "Hasta el momento -escribe E. Mâle- no he encontrado una sola miniatura que represente la Inmaculada Concepción que sea anterior a 1505; por otra parte, todas las vidrieras, todos los bajorrelieves consagrados al mismo tema son, o lo parecen, posteriores a 1505. Es necesario admitir por lo tanto, salvo que se pruebe lo contrario, que el grabado de un Libro de Horas ha hecho conocer a Francia entera ese nuevo motivo."
   Sin abandonar los dominios de los Libros de Horas, se puede encontrar una ilustración de ese tema dos años anterior, en las Horas para uso de Ruán, impresas en París en 1503, por Antoine Vérard.
   En realidad es unos veinte años más vieja, y se remonta a finales del siglo XV. Los emblemas de las Letanías ya están representados en la catedral de Cahors, en la capilla de Notre Dame, que fue construida en 1484. Es el primer monumento edificado en Francia para la gloria de la Virgen Inmaculada, rodeada por sus atributos místicos.
   Por otra parte, la pintura italiana del Quattrocento nos ofrece al menos un ejemplo de este tema que data de 1492: es la Inmaculada Concepción del veneciano Carlo Crivelli, que se encuentra en la National Gallery de Londres. Es verdad que la Virgen no planea entre el cielo y la tierra, pero la inscripción de la filacteria que Dios Padre y los ángeles sostienen encima de su cabeza no deja ninguna duda acerca del significado de esta figura de orante, allí se lee: Ut in mente Dei ab initio concepta fui, ita et facta sum.
   Los Países Bajos han conocido ese tema en la misma época. El hecho está probado por un gran retablo de santa Ana que se conserva en el Museo histórico de Frankfurt, encargado a un maestro de Bruselas por el prior del convento de los carmelitas Rumold de Laubach. Puesto que ese personaje, singularmente interesado en el culto de santa Ana, murió en 1496, hay que concluir, forzosamente, que el retablo fue ejecutado antes de finales del siglo XV.
   Sobre uno de los paneles, los carmelitas arrodillados, asistidos por san Agustín y el papa Sixto IV, están representados en oración frente a santa Ana, que se mantiene de pie ante el altar. El homenaje se dirige menos  a ella que a la Virgen Inmaculada, que aparece en transparencia en su vientre, en medio de una aureola de rayos, en forma de niña pequeña y desnuda, sobrevolada por la paloma del Espíritu Santo y flanqueada por dos ángeles.
   La prueba de que se trata de la Inmaculada Concepción es que encima del busto de Dios Padre bendecidor, sobre una filacteria, se lee el canto de amor del Cantar de los Cantares: «Tota pulchra es, amica mea, et macula non est in te», y que alrededor del turbante de Salomón, que está en frente del rey David, se desarrolla en una filacteria este pasaje de los Proverbios, siempre aplicado a María Inmaculada: «Nondum erant abyssi et ego jam concepta eram.»
   Estos tres ejemplos tomados del arte francés, italiano y flamenco, prueban sin duda que el tema de la Inmaculada Concepción no aparece en el arte cristiano a principios del siglo XVI sino en el último cuarto del XV.
Evolución
   Después de haber precisado las fuentes y la fecha inicial de este tema, veamos como ha evolucionado entre los siglos XVI y XIX, a partir de Francia y de Signorelli, pasando por Puget, y Murillo, hasta llegar a la Virgen de Lourdes.
   En la pintura italiana del Renacimiento, la Inmaculada Concepción se presenta como la contrapartida y la redención del pecado original. La idea que se quiere poner en evidencia es que la gracia de María redime la falta de Eva.
   Quos Evae culpa damnavit,
   Mariae gratia solvit.
   Por ello Signorelli, en su cuadro de la catedral de Cortone, evoca a la Virgen descendiendo del cielo en una lluvia de flores y posándose sobre el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, a cuyo pie Adán y Eva cometen el pecado. Luis de Vargas (catedral de Sevilla) y Ant. Sogliani (Uffizi) subrayan la misma oposición.
   Pero es el arte barroco del siglo XVII el que tiene el mérito de haber creado el tipo definitivo de Inmaculada Concepción. Libre de todos los símbolos de las Letanías con que la habían sobrecargado los teólogos, rodeada sólo por los ángeles, ella pla­nea en una mandorla sobre un creciente de luna. A veces, para recordar su victoria sobre el pecado original, sus pies, que se apoyan sobre el globo, aplastan la ca­beza de la serpiente tentadora.
   La España mística se apoderó de este tema creado en Italia y le imprimió la marca de su genio. Y consiguió hacer su propia versión, tan es así que no puede pen­sarse en la Inmaculada Concepción sin evocar la estatua de Martínez Montañés en la catedral de Toledo, las telas de Zurbarán, de Ribera, y sobre todo las de Murillo, que trató el tema veinte o veinticinco veces.
   La forma más reciente tomada por la Inmaculada Concepción es la Virgen de Lourdes. El historiador de las religiones Salomon Reinach ha sostenido que el origen de las apariciones de la Virgen a Bernadette Soubirous en 1858 no es otro que el cuadro de Murillo adquirido por el Louvre en 1852.  
   Esta tela se hizo inmediatamente popular y había sido vulgarizada por la imaginería y los periódicos ilustrados. Es probable que uno de esos grabados coloreados cayera bajo la mirada de la joven pastora pirenaica y que, como María Alacoque lo hiciera en el siglo XVII con las imágenes del Sagrado Corazón, Bernadette proyectara, más  o menos inconscientemente y en forma de aparición, el recuerdo de la imagen piadosa que la había impresionado. La bella mujer que vio aparecer en una gruta, en medio de una nube de oro, con las manos cruzadas sobre el pecho, cubierta con un vestido blanco ajustado en la cintura por una  cinta azul, se parece como una hermana a la Purísima del Museo del Prado. Así, sería una obra maestra de Murillo la fuente de la peregrinación más popular del siglo XIX. Esta hipótesis reforzaría la teoría que postula la influencia de las imágenes en el nacimiento de los cultos (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María
   Su fecha obedece al cómputo de nueve meses antes del nacimiento; es la primera fiesta grande del año litúrgico y la presentación de la figura de María en la liturgia. Contrariamente a lo habitual, el fervor popular con su sensus fidei y su plasmación en la liturgia le llevaron la delantera a la reflexión teológica y al magisterio jerárquico.  Originalmente celebraba la concepción prodigiosa de San Joaquín y Santa Ana, siguiendo los apócrifos Protoevangelio de Santiago (siglo II) y Evangelio de la Natividad de María (siglo IV). Por eso los libros litúrgicos orientales la designan todavía hoy con el título de Concepción de Santa Ana, lo cual no quiere decir que no se crea en el misterio de la Inmaculada Concepción, y la señalaban para el nueve de diciembre, sin duda dependiendo de la del ocho de septiembre, de la Natividad, más antigua. La fiesta surge en Oriente en los siglos VII-VIII, en cuya área se desenvuelve la primera fase de ella. Se documenta por primera vez en el canon (himno) de San Andrés de Creta (+720) y en un sermón de Juan Obispo de Eubea (+740)8, que hace una relación de las fiestas marianas existentes, aunque le concede una importancia menor que las de las cuatro fiestas principales: Natividad, Purificación, Anunciación y Asunción.  Poco a poco se va extendiendo y ganando importancia; en el siglo IX aparece en el Nomocanon de Focio (883) y en el calendario marmóreo de Nápoles (850), que como otros lugares de Italia meridional estaba sujeto a influencias bizantinas. El Emperador Manuel Commeno decretó la abstención de trabajo servil en ella en 1166 y el Emperador León VI (+912) el Filósofo la extendió a todo el imperio a principios  del siglo X.
   En el Occidente latino, en donde se desarrolla la segunda fase de la fiesta, se empieza a celebrar, al menos, en el siglo IX, a partir de las ciudades italianas meridionales, sometidas al Imperio Bizantino, como Nápoles, Sicilia y Cerdeña. De aquí pasó a Irlanda, donde se la menciona en el martirologio de Tallaght (ca. 800) y en el calendario de Oengus (ca. 825), con el nombre de Concepción de María Virgen, aunque fijada el tres de mayo, seguramente por influencia de la tradición copto-alejandrina, que celebraba en este día a los Santos Joaquín y Ana.  De Irlanda pasó a Inglaterra, donde fue puesta en relación con la Natividad y señalada el ocho de diciembre; en el siglo IX se documenta ampliamente la celebración allí como Concepción de la Santísima Virgen María. En dos abadías de Winchester es mencionada sobre el 1030, y poco después, en torno al 1050, en el Misal y en el Pontifical de Leofrico, Obispo de Exeter. Pero fue suprimida por los clérigos normandos que llegaron allí con Guillermo el Conquistador en el 1066, por lo que no aparece en los libros litúrgicos de finales del XI y principios del XII.  Pero pronto refloreció, en parte por un milagro legendario. Helsin, Abad de Ramsay, Kent, en un viaje a Dinamarca como embajador de Guillermo el Conquistador, envuelto en una feroz tormenta en el Mar del Norte, fue informado en una visión que se salvaría si hacía voto de celebrar el ocho de diciembre la fiesta de la Inmaculada y de difundir esta devoción en sus sermones9. Igualmente, fue apoyada por la escuela de San Anselmo de Canterbury (+1109), pues Anselmo el Joven (ca. 1125), su sobrino, fue gran promotor de la misma10, junto con su discípulo y biógrafo Eadmero de Canterbury (+1124), que defendió piadosa creencia y fiesta11, y Osberto de Clara, Prior de Westminster (ca. 1119), y adquirió entonces un decidido tinte inmaculista: de celebrar la concepción de la futura Madre de Dios pasa a conmemorarse su santidad original desde el primer momento de su ser natural. Esta nueva oleada concepcionista hizo que la fiesta pasase a Francia por Normandía; la Archidiócesis de Ruán con sus seis sufragáneas fue la primera en acogerla, hasta llegar a otorgarle en los tiempos del Arzobispo Otorico (+1183) igual dignidad que a la de la Anunciación, y los estudiantes normandos de la Universidad de París la tomaron como su fiesta patronal.  El avance siguió, extendiéndose por el resto de Francia, los Países Bajos y Alemania, e, incluso, cruzó los Alpes y penetró en Italia: Ogero de Vercelli (ca. 1160) alude a ella en un sermón, y Sicardo de Cremona (+1215) en un sermón indicó que en su ciudad, pese a cierta polémica, se celebraba desde hacía ya tiempo. Del siglo XII se conservan ya una quincena de Oficios de esta fiesta. Todo ello pese a las objeciones que le habían puesto personajes de la talla de San Bernardo de Claraval, decididamente mariano por otro lado, que desaconsejó su celebración a los canónigos de Lyon, que la habían introducido en su catedral en torno a 1140 por decantarse, siguiendo rigurosamente a San Agustín, por la opinión maculista12. Algunos piensan sin mucho fundamento que el Papa León IX Egisheim-Dagsburg (+1054) celebró la fiesta de la Concepción. Más probable parece que la introdujera Adriano IV Breakspeare (+1159), además de por su origen inglés por haber sido devoto y apologeta de este misterio mariano. Con más peso se puede afirmar, ya a principios del siglo XIII, de Inocencio III dei Conti di Segni (+1216), por testimonios coetáneos, que se celebraba la Inmaculada en la capilla pontificia, lo cual no es de extrañar por haber apoyado la Inmaculada en sus escritos como doctor privado. San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, entre los dominicos, y San Buenaventura, entre los franciscanos secundaron la tesis maculista. Pero este último no prohibió su celebración entre los Menores, en parte porque aceptó la leyenda de Helsin como una revelación privada auténtica, pues en el Capítulo General de Pisa de 1263 se prescribió la fiesta de la Inmaculada para los Menores13. Esto hizo que comenzara la controversia en el campo litúrgico y su celebración pasara por un periodo de declive y fuera suprimida en muchos calendarios, aunque vuelve a resurgir su celebración en el siglo XIV, en que se hizo prácticamente universal.  A partir de las diatribas del Beato franciscano Juan Duns Scoto (+1308)14, en Cambridge, Oxford, París y Colonia, se llegó a una solución teológica aceptable al problema de la redención universal, de la que no podía ser exceptuada María como criatura, con la doctrina preservativa.  La opinión inmaculista ganó entonces rápidamente terreno, y a ella se adhirieron muchas familias religiosas, con los franciscanos a la cabeza: carmelitas, agustinos, cistercienses… así como numerosísimas Iglesias particulares, frente a los irreductibles tomistas, que no aceptaban la fiesta o llamaban a la celebración fiesta de la santificación de María. Incluso, por influencia de los carmelitas, el Papa Juan XXII Duèze llegó a celebrarla con la corte pontificia en Avignon hacia 1330, un año en la iglesia de éstos y después en la propia capilla, con Oficio propio y solemnidad. Aunque sólo se tratara de un gesto de devoción privada, era un paso adelante hacia el reconocimiento oficial de la fiesta por el papado.
   Entretanto, el Reino de Aragón se decantó por la defensa de la Inmaculada y extensión de su fiesta, lo que heredaría la monarquía hispánica y habría de convertirse en casi una cuestión de Estado en la era del barroco, que no podemos desarrollar aquí por cuestión de espacio15. El catorce de marzo de 1374 Juan I de Aragón ordenó que se celebrara esta festividad en sus dominios así como prohibía predicar en contra de esta por entonces opinión piadosa16. La misma prohibición pidieron que sancionara el Rey de Aragón las Cortes Catalanas el nueve de abril de 1456, a la que accedió y promulgó el veintiocho de mayo de 145617. La Inmaculada Concepción planteada por los legados hispanos a petición del Rey Alfonso V de Aragón, fue definida en el Concilio de Basilea el diecisiete de septiembre de 143818. Juan de Segovia, por orden conciliar, compuso Oficio propio. Aunque no se le reconoció valor dogmático porque los legados papales habían ya retirado su participación, sí pesó decisivamente entre los argumentos inmaculistas.  Sin embargo, Roma, que en un principio adoptó una actitud de tolerancia con respecto a las demás Iglesias, a partir de este momento pasó a introducirla oficialmente en su liturgia e, igualmente, en la de toda la Iglesia Latina, por obra de Sixto IV della Rovere, que había sido franciscano conventual, famoso teólogo de la escuela escotista, que aprobó por la Constitución Cum praeexcelsa de veintiocho de febrero de 1476, la misa y Oficio compuestos por Leonardo de Nogaroles, clérigo de Verona y Protonotario Apostólico, indulgenciándolos como los del Corpus, y con el Breve Libenter ea de cuatro de octubre de 1480 los redactados por el franciscano observante Bernardino de’ Bustis (+1513). 
   Por el hecho de estar indulgenciados, obtuvieron una mayor propagación los textos del primero. A estos dos Oficios se añadieron los de los franciscanos el Cardenal Francisco de Quiñones (+1540), aprobado por Clemente VII Médici, y el de Ambrosio Montesino (+1514) para las monjas concepcionistas, sancionado por Inocencio VIII Cybo en la aprobación de la Orden del treinta de abril de 1489. Una segunda Constitución de este papa en 1481, la Grave nimis, en la que condenaba los ataques a la opinión inmaculista del dominico Vicente Bandelli (+1506), ratificaba el asunto, reafirmada por una segunda homónima en 1483. La fiesta, por tanto, quedaba preservada de ulteriores ataques.  En la reforma de San Pío V Ghislieri fueron abolidos los Oficios propios y sustituidos por el Oficio de la Natividad, sustituyendo la palabra nativitas por conceptio. Sin embargo, posteriormente, fue restablecido el Oficio de Nogaroles para la familia franciscana por Gregorio XIII Buoncompagni el nueve de junio de 1583, por Sixto V Peretti el treinta de mayo de 1588 y Paulo V Borghese el veintiuno de enero de 1609. Los dominicos, entretanto, aunque habían aceptado la fiesta, la seguían llamando equívocamente Santificación de María, hasta que un decreto de Gregorio XV Ludovisi por un decreto del veinticuatro de mayo de 1622 Sanctissimus prohibió cualquier pronunciamiento contra la doctrina inmaculista y el uso del término santificación por concepción, que es tanto como añadir inmaculada. Clemente VIII Aldobrandini (+1605) elevó la fiesta a rito de doble mayor. Tras petición regia, por Breve de diez de noviembre de 1644 de Inocencio X Pamphili fue declarada fiesta de precepto en los reinos de España, pues por decreto de Urbano VIII Barberini había dejado de celebrarse con tal rango litúrgico por no ser patrona principal. Francia siguió el ejemplo de su vecina. Finalmente, Alejandro VII Chigi en la constitución Sollicitudo omnium ecclesiarum de ocho de diciembre de 1661 definió exactamente el objeto de la fiesta: la inmunidad del alma de María del pecado original en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo. A partir de aquí prácticamente cesó la polémica concepcionista. El Rey Felipe IV de España, en 1664, según propuesta de su Junta de la Inmaculada de treinta y uno de enero, pidió al mencionado papa, que se le añadiera a la fiesta octava en todos los dominios hispánicos, que tenían ya concedida algunas diócesis, como Málaga, Sevilla y Valencia y algunas familias religiosas, como franciscanos y carmelitas.  El veintiuno de junio entrego el memorial el Embajador al papa. Éste encargó el asunto a la Sagrada Congregación de Ritos, la que nombró una Junta, y finalmente dio un decreto favorable el dos de julio, sancionado por el Breve Quae inter praeclara del siete del mes citado. Impuso bajo precepto a ambos cleros (incluidos los dominicos) de España y de sus Indias el rezo del Oficio de la Inmaculada con octava. Después fue extendido a los demás Estados, a petición del Rey, que no llegó a saberlo por su fallecimiento: Nápoles el dieciocho de septiembre, Sicilia y Cerdeña el veinticuatro de octubre, Flandes y Borgoña el veintiséis de dicho mes.  La Reina Gobernadora Mariana de Austria elevó una petición al papa en 1667 para que extendiera a toda la Iglesia el rezo de la Inmaculada que resultó infructuosa, aunque sí le concedió la Sagrada Congregación de Ritos el Oficio y misa de la Inmaculada para España y sus dominios con rito de segunda clase, como se practicaba en Roma y en los Estados Pontificios. Inocencio XII Pignatelli, a instancias del Rey Carlos II de España, elevó la fiesta en 1693 a doble de segunda clase con octava para la Iglesia Latina. Clemente XI Albani la hizo fiesta de guardar para toda la Iglesia Latina en 1708 por la Bula Commissi nobis. 
   Los últimos coletazos de la oposición maculista surgieron en la primera mitad del XVIII, y fueron definitivamente contestados por el gran San Alfonso de María de Ligorio, que fundamentó su defensa en el sentimiento casi unánime del pueblo de Dios y en la celebración universal de su fiesta. Su doctrina se extendió como reguero de pólvora gracias a su libro Las Glorias de María, publicado en 1750.
   Clemente XIII Rezzonico, el mismo año que declaró, a ruegos del Rey Carlos III, a la Inmaculada Concepción patrona de España y de sus Indias, 1761, concedió para España y sus Indias que se rezase el Oficio Sicut lilium y la misa Egredimini de los franciscanos. A pesar de ello, en muchos sitios siguieron rezando los suyos de siempre, hasta que  se impuso como obligación por Cédula Real de diez de mayo de 1788, a petición de la Junta de la Inmaculada del día anterior. En 1863, el Beato Pío IX Mastai-Ferretti, que había definido en 1854 la Inmaculada Concepción como dogma de fe, promulgó un nuevo Oficio y misa. Éste había sido encargado a Monseñor Luca Pacifici, el redactor de la bula de definición, pero por haberle sobrevenido la muerte de manera inopinada, el papa lo encargó a una comisión presidida por el Cardenal Costantino Patrizi y con Monseñor Domingo Bartolini como secretario, que aprobó tras muchas correcciones el Oficio de Luigi Marchesi. 
   León XIII Pecci, así mismo, elevó la fiesta a doble de primera clase con misa vigiliar, suprimida en la reforma de 1962.  En el calendario de 1969 tiene el máximo rango de solemnidad con precepto. El hecho de que caiga en el Adviento para nada distrae de su carácter contemplativo de gozosa espera navideña, pues en la Inmaculada Concepción Dios se prepara una Madre digna de sí; es por tanto, como dice el Cardenal Gomá, una auténtica fiesta de pureza en un tiempo de purificación (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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