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martes, 28 de diciembre de 2021

Un paseo por la calle Cuna

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Cuna, de Sevilla, dando un paseo por ella.
     Hoy, 28 de diciembre, Fiesta de los Santos Inocentes, mártires, niños que fueron ejecutados en Belén de Judea por el impío rey Herodes, para que pereciera con ellos el niño Jesús, a quien había adorado los Magos. Fueron honrados como mártires desde los primeros siglos de la Iglesia, primicia de todos los que habían de derramar su sangre por Dios y el Cordero [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para Explicarte la calle Cuna, de Sevilla, que dando un paseo por ella.
     La calle Cuna es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Alfalfa, del Distrito Casco Antiguo, y va de la confluencia de las calles Laraña, Orfila y plaza de Villasís, a la confluencia de la plaza del Salvador y la barreduela Oropesa.
     La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
     La vía, en este caso una calle, está dedicada a la antigua Casa-Cuna u Hospicio de Niños Expósitos, que existió en esta calle. 
     Al menos desde 1384 era conocida indistintamente como Carpinteros y Carpinterías, por los artesanos o vendedores de la madera allí asentados. A mediados del s. XVI ambos nombres se redujeron al tramo final de la calle (entre Acetres y plaza del Salvador), pues el primero pasó a conocerse como Cuna, por la casa de expósitos allí instalada en 1558. En 1845 este último topónimo se extendió a toda la calle, hasta 1903, en que se rotuló como Federico de Castro (1834-1903), catedrático de la Universidad de Sevilla y uno de los más singulares representantes de la filosofía krausista. Todavía se mantiene este nombre en un azulejo de la casa esquina a plaza de Villasís. En 1938 volvió a recuperar el de Cuna.
     Es larga, estrecha y relativamente rectilínea, pues ofrece numerosos entrantes y salientes, resultado de sucesivas alineaciones que tuvieron lugar sobre todo en los primeros años de nuestro siglo. La zona más ancha se encuentra en la confluencia con Acetres y Cerrajería. Ya desde el s. XV hay noticias de barreduelas y cierres de callejones interiores y en el citado plano dieciochesco se recogen dos adarves, uno al comienzo, a la altura del actual Francisco de Pelsmaeker, y otro al final (actual Oropesa). En nuestros días se han abierto en ella dos pasajes, uno por la derecha, Maestro Gámez Laserna, y otro por la izquierda, que comunica con Lagar. En Cuna desembocan por la derecha, Francisco de Pelsmaeker, Rivero, Cerrajería y Oropesa, y por la izquierda, Goyeneta, Acetres, y Lagar.
      En 1522 estaba ya enladrillada y en 1584 se empiedra. Se adoquina en 1884. Hoy presenta un adoquinado, muy reciente, con una franja central de granito en sentido longitudinal. Sólo tiene aceras de losetas blan­cas y negras en su tramo inicial, en algunos puntos muy estrechas. La calle se ilumina mediante báculos metálicos adosados a las fachadas. Su caserío es variado y de buen porte. Junto a algunas casas dieciochescas y decimonónicas, pueden verse viviendas tradicionales sevillanas de la primera mitad de nuestro siglo, de dos y tres plantas, con cierros a la calle; alguna casa-palacio y varias de estilo regionalista. Entre toda, destaca el palacio de la condesa de Lebrija (núm. 8), reconstruido en el s. XIX sobre un viejo edificio renacentista. Posee valiosos pavimentos y azulejería antiguos e importantes piezas arqueológicas procedentes de Itálica. Son dignas de mencionar también la núm. 35, de tres plantas y ático decorado con pilastras; la 42, con la fachada avitolada; la 41, que ofrece un bello balcón modernista; la 45-49, sede de una antigua ferretería, ya desaparecida, con patio y escalera de gran valor; la 48, con una buena colección de herrajes en la fachada; la 51, obra historicista del arquitecto Juan Talavera (1909); la 49, también con herrajes modernistas, obra del maestro Rafael López Carmona (1910). En la esquina con Laraña y plaza de Villasís, la calle ofrece las fachadas laterales de dos importantes edificios: la casa-palacio del marqués de la Motilla, obra de Gino Coppedè y Vicente Traver (1921 -1931), inspirada en modelos del gótico italiano; y el que Aníbal González construyó en 1912-13, de estilo regionalista, para Ignacio Sanz. En la confluencia con Cerrajería se sitúa el edificio neomudéjar del arquitecto José Espiau Muñoz (1912-14), sede del establecimiento de tejidos Ciudad de Londres.
     De la documentación histórica existente se deduce que Cuna fue siempre una de las más importantes callesl del centro de Sevilla, caracterizada por funciones comerciales y muy frecuentada. Desde la Edad Media abundaban en ella los talleres de carpinteros, y según un documento de mediados del XVI "la calle está tan ocupada por los bancos de los ofycios que no ay quien pase por ella" (Sec. 17, 1540). En el s. XVII tenia allí su taller el impresor Matías Clavijo. Pero es en el XIX cuando su vida comercial y recreativa se intensifican notablemente. Según González de León, había muchos "fabricantes de guitarras". También cafés, como el Nuevo Suizo, con otra entrada por Sierpes; o el de Correo, frente a Cerrajería, del que eran asiduos Luis Montoto, Rodríguez Marín y el músico Mariani. En 1879 tenía en Cuna su sede el Ateneo Hispalense y un centro mercantil para los empleados de comercio En 1925 se abrió como "salón de espectáculos" el futuro Pathé Cinema, del arquitecto Juan Talavera, en un estilo de inspiración modernista. Fue la primera sala construida expresamente como cinematógrafo en Sevilla, que ha cerrado sus puertas hace pocos años y se está remodelando. Estos centros recreativos y la abundancia de pequeños comercios hicieron de Cuna una calle muy transitada. En 1855, sus vecinos se quejan del tránsito de los burros que "vuelven de dejar cargas de trigo en la alhóndiga" y ocasionan accidentes entre el numeroso público (El Porvenir, 21-X-1855). Y en 1881 del paso de carruajes. Del carácter popular de su comercio a principios de siglo se hace eco el poeta Rafael Laffón en su Sevilla del buen recuerdo: "Y de aquí a la calle de la Cuna, a cualquier tabuco de chicarrería de pacotilla, donde se exhibirán a la puerta verdaderos racimos de toscos calzados de puntera acorazada con reborde de latón". Unos años antes el novelista Pedro Antonio de Alarcón, en El final de Norma, resaltaba la existencia de freidurías.
     Por tratarse de una calle céntrica, situada entre Sierpes y plaza del Salvador, Cuna ha sido, y en buena parte lo sigue siendo, lugar de obligado paso de procesiones y comitivas cívico-religiosas, en especial en las festividades de Semana Santa y del Corpus. Ya en el siglo XVI se entoldaba su tramo final con motivo de ésta última fiesta, y en la esquina con e1 Salvador se levantaba un arco. Fue muy solemne a su paso por Cuna la procesión cívica que en 1171 se organizó al trasladarse la Universidad a la antigua casa profesa de los jesuitas, en la actual Laraña. Uno de los elementos que en el pasado determinaron también el carácter de esta calle fue la muy conocida Casa Cuna u Hospicio de niños expósitos, fundada en 1558 por el arzobispo Valdés, situada en la acera de la izquierda, entre Goyeneta y Acetres. Estuvo en pie hasta el pasado siglo y poseía dependencias asistenciales y una iglesia. El hispanista inglés Richard Ford la describió como un lugar de tristeza y de dolor en su Manual de viajeros por Andalucía. Los sevillanos que pasaban ante su puerta podían leer aquella famosa inscripción, tan repetida, junto a la ranura para recoger los donativos: "cuando mi padre y mi madre me abandonen, me recogerá el Señor".
     En la actualidad la calle cumple una función marcadamente comercial. con buena parte de los pisos altos cerrados o convertidos en almacenes y los bajos ocupados por establecimientos. Proliferan los anuncios en banderola y los luminosos, y se conservan antiguas muestras de madera en algunos comercios de corte tradicional y popular. Esa alternancia de lo tradicional y lo moderno es quizás la nota principal de sus tiendas, numerosas y muy variadas (muebles, zapaterías, papelerías, decoración, estudios fotográficos, colchonerías, cesterías, electricidad, mercerías, juguetes, algún bar... y una curiosa abundancia de establecimientos de trajes de novia concentrado en el tramo final de la calle). Como en otras calles del centro de Sevilla, algunos comercios se han instalado en los viejos patios de las casas tradicionales. Esa intensa vida comercial ha forzado, en los últimos años, su declaración de calle peatonal, aunque tengan acceso los vehículos para la carga y descarga de géneros. Pero el ajetreo de las horas diurnas contrasta vivamente con el escaso movimiento y el silencio de la noche, una vez paralizada la actividad comercial. Todavía a mediados del XIX había en Cuna un retablo dedicado a la Virgen de los Desamparados con una hermandad que atendía el culto. En una de sus casas habitó el conde de Tójar, político sevillano de principios del XIX. En otra, hoy destinada a despacho de quinielas y loterías, existió en los años 50 de nuestro siglo un comedor universitario muy frecuentado, dependiente del sindicato oficial (S.E.U.) [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Cuna, 8. Esta casa perteneció a  la  familia  de los Paiba. Reedificada en el siglo XVI, fue adquirida por el  conde de los Corbos y, más tarde, propiedad de los condes de  Miraflores de los Ángeles. En el siglo pasado se realizaron grandes obras por la condesa de Lebrija, que dieron al edificio su fisonomía actual.
     En esta reforma se utilizaron elementos procedentes de Itálica y de palacios y conventos. En el zaguán, un pavimento de "opus sectile" y azulejos de cuenca del siglo XVIII, éstos procedentes de Arcos de la Frontera. El patio pavimentado con mármoles de colores y un mosaico, procedentes de Itálica. La escalera, construida en la última reforma, reú­ne materiales de los siglos XVI y XVII. El friso y el artesonado proceden del palacio de los Ponce de León, de Marchena; los azulejos, del con­vento de San Agustín de Sevilla. Varias salas de la planta baja están dedicadas a museo, conservándose en ellas piezas en su mayor parte procedentes de Itálica (mosaicos, esculturas, epígrafes, cerámica, vidrio, etc.).
Cuna, 35, acc
. Casa de tres plantas con ático decorado con pilastras.
Cuna, 42. Casa de tres plantas. Fachada avitolada y decorada con pilastras. La planta baja ha sido alterada  por la instalación de locales comerciales.
Cuna, 45  y  47. Edificio de dos plantas, en cuyo interior existen dos patios. Uno con arquerías sobre columnas toscanas en la planta baja, y balcones en la superior. El otro patio, de planta rectangular, posee en los frentes cortos un arco central semicircular, sobre columnas corintias, flanqueado por vanos adintelados y óculos sobre ellos; en los frentes mayores, arcos semicirculares. La escalera está decorada con azulejos del siglo XVIII.
Cuna,  48. Esta casa posee una buena colección de herrajes en la fachada [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Leyenda, Historia, Culto e Iconografía de los Santos Inocentes, mártires;
La leyenda y su falta de historicidad
   Las pequeñas víctimas del cruel Herodes se evaluaban en el fabuloso número de ciento cuarenta y cuatro mil, como los mártires del Apocalipsis, que imploraban la venganza de Dios al pie de su altar.
   Según el relato de Mateo (2: 16 - 18), que completaron y ampliaron los Evangelios apócrifos, la Leyenda Dorada y el teatro religioso de los autos sacramentales, Herodes, furioso por el engaño de los Reyes Magos que advertidos por un ángel, en vez de ir a llevarle informes acerca de su visita a Belén regresaron por mar, ordenó la matanza de todos los niños de hasta dos años de edad (a binatu et infra) para tener la seguridad de que el futuro rey de los judíos no escapase con vida.
   Los hagiógrafos describen con complacencia esta carnicería. Evocan a la soldadesca arrancando a los pequeños de entre los brazos de sus madres y tronchándolos con las espadas o ensartándolos en la punta de sus lanzas. El número de víctimas de este infanticidio masivo se habría elevado a millares. El Menologio griego calcula su número en 144.000, cifra fabulosa que es la copia del número de los justos del Apocalipsis de san Juan.
   Sería superfluo cuestionar esas cifras agrandadas de buena gana por la credu­lidad popular. En un pueblo como Belén, que contaba sólo con algunos cientos de habitantes, los niños varones menores de dos años podían ser, cuando mucho, alrededor de veinte. Los cálculos más complacientes no superan un máximo de sesenta víctimas.
   Pero aún en un relato donde no se exageren las cifras ¿podría admitirse que ha ya una sola pizca de verdad histórica? Todo conduce a creer que no se trata de la exageración de un hecho real sino de una pura invención.
   La Presentación de Jesús en el templo había tenido lugar en Jerusalén. Cabe preguntarse por qué José, en vez de regresar a su casa en Nazaret, condujo a su familia al incómodo establo de Belén.
   Ya resulta sospechoso que el acontecimiento sólo se haya consignado en uno de los cuatro Evangelios canónicos: salvo el de Mateo, los otros tres lo ignoran completamente. Las dudas se agravan por el hecho de que los analistas romanos, y sobre todo el historiador judío Flavio Josefo, que relata la vida de Herodes hasta en sus menores detalles, no digan una palabra.
   Señalemos, además, que la Matanza de los Inocentes no es una leyenda aislada, específicamente judía: la historia del niño predestinado a quien el rey en el trono considera una amenaza para su reinado o su vida, y del cual se defiende de antemano haciendo asesinar a todos los niños de su edad, es un tema de la leyenda universal que se encuentra, con variantes, en las del dios hindú Krishna, Ciro, Rómulo y hasta Moisés, puesto que el Antiguo Testamento habla de la matanza de los niños de Israel ahogados en el Nilo por orden del faraón.
   Y por último -este argumento podría hacer innecesarios todos los demás- el evangelista admite el origen bíblico de su relato que no es más que una profecía realizada: «Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice: Una voz se oye en Ramá, lamentación y gemido grande; es Raquel, que llora a sus hijos y rehúsa ser consolada,  porque  ya  no existen ».
   Así, la Matanza de los Inocentes sería, como la mayoría de los acontecimientos relatados en los Evangelios, la consumación de una profecía del Antiguo Testamento.
El culto de los Santos Inocentes
   Muy popular en la Edad Media, el culto de los santos Inocentes provocó en 1212 la asombrosa cruzada de los niños que acabó de manera miserable.
   La abadía de Saint Denis y la iglesia de los Inocentes en París, pretendían poseer, ambas, el cuerpo entero de uno de los pequeños mártires.
   La abadía benedictina de Brantôme (Dordogne), se jactaba de conservar las reliquias de san Sicario, uno de los Inocentes.
   En Saint Germain des Prés, una pierna relicario del siglo XIII contenía la tibia de uno de ellos. El Museo de Zurich recogió el pie relicario de otro, embutido en una pieza de orfebrería del siglo XV.
   La cartuja de Würzburgo, en Alemania, exponía el cuerpo de uno de los Inocentes. La Edad Media confundía en un solo culto a los santos Inocentes con los pequeños mártires cristianos que habrían sido víctimas de los asesinatos rituales de los judíos. Los niños encontrados (Findelkinder) y los niños de coro (Chorknaben), estaban puesto bajo su protección.
   Aunque la hecatombe de los Inocentes de Belén pertenece al dominio de la fábula, la piedad popular veneró a los muertos como a los primeros mártires cristianos: su bautismo de sangre se juzgó equivalente al bautismo por el agua.
   Su culto se desarrolló muy tempranamente, al principio en Palestina, en cuya basílica de Belén había una capilla dedicada a los Santos Inocentes.
   El día de su muerte, el 28 de diciembre, se consideraba día nefasto.
   Esta  devoción está probada en Francia por numerosos testimonios. Algunas de sus reliquias fueron llevadas desde Oriente por san Casiano, a la abadía de Saint Victor en Marsella, en el año 414. Dicha abadía cedió una  parte de las reliquias a otra gran abadía provenzal, la de Saint Maximin. En el siglo XII, la capilla capitular de Saint Caprais de Agen se puso bajo la advocación de los Santos Inocentes. El cementerio de los Inocentes de París, célebre por su Danza Macabra, tenía una iglesia aledaña a la cual el rey Luis XI ofreció «un Inocente entero en un gran relicario de cristal».
   Las representaciones de los Santos Inocentes en Italia se multiplicaron a partir del siglo XV a causa de la fundación de los orfelinatos que se pusieron bajo su patronazgo.
Iconografía
   Es infrecuente que estén representados con independencia de dicho tema. Tiene palmas como atributos.
   Los Inocentes, asimilados a los santos y a los mártires, está nimbados y tienen como atributo la palma del martirio. Están vestidos con una camiseta manchada de sangre o bien desnudos con un ceñidor de hojas.
   En los ciclos narrativos deben distinguirse seis episodios:
1. Herodes pregunta a los sacrificadores y a los escribas dónde nació Cristo.
2. Herodes ordenando la matanza de los inocentes. 
   Está sentado en un trono, como en la escena de la Visita de los Reyes Magos, un demonio le dicta malos consejos al oído.
3. La matanza de los inocentes.
   En las realizaciones más antiguas, los verdugos llevan a Herodes en brazos o al hombro a los niños que han quitado a sus madres.
   Después, la escena se volvió más dramática y brutal. Es una serie de furiosos duelos entre los brefoctones (matadores de niños pequeños) y las madres que defienden a sus hijos. Un soldado coge a un niño por el pie, lo deja colgando cabeza abajo y se dispone a cortarlo en dos con su espada, como en la simulación del Juicio de Salomón. Muchos de ellos son ensartados como lechones.
   En una segunda versión que parece de origen provenzal, los niños no reciben la muerte por espada sino que son aplastados contra el suelo, al pie del trono de Herodes.
   Las mujeres expresan su dolor mesándose la cabellera y desgarrándose las mejillas con las uñas. Una de ellas se afana en reunir los miembros dispersos de su hijo cortado en pedazos.
4. La huida a la montaña de Isabel y san Juanito
   Este episodio, incorporado a la Matanza de los Inocentes, se ha tomado de los Evangelios apócrifos, especialmente del Protoevangelio de Santiago y del Evangelio Armenio de la Infancia (cap. 14: 2).
   «Cuando Isabel supo que se buscaba a su hijo Juan, lo cogió y partió hacia la montaña y buscaba donde ocultarlo pero no encontraba escondrijo. Con un profundo suspiro dijo: -Montaña de Dios, recibe a una madre con su hijo. Y súbita­mente la montaña se abrió y los recibió.»
   La píxide bizantina de marfil procedente de la Bóveda Chilhac, cerca de Brioude (Louvre), ofrecería la más antigua representación conocida de este episodio que ha sido reeditado por los hagiógrafos en la leyenda de santa Bárbara. Se encuentran otros ejemplos en una miniatura del Homiliario de Gregorio Nacianceno (siglo IX, B.N., París), en los frescos de Capadocia (siglo XI), y en los mosaicos de Kahrié Djami, Constantinopla (siglo XIV).
   En el arte bizantino esta escena suele asociarse con la Matanza de los Inocentes.
5. La degollación de Zacarías
   Furioso porque san Juanito había escapado, Herodes hace degollar frente al altar a su padre, el sumo sacerdote Zacarías. Se encontró la sangre coagulada de éste, pero no su cuerpo que había desaparecido.
6. La muerte de Herodes
   Tantos crímenes merecían un castigo ejemplar. La justicia popular no trató a Herodes mejor que a Judas. La tradición lo hacía morir agusanado a causa de una enfermedad vermicular.
   Según Pedro Comestor, el cuerpo del tirano fue roído vivo por los gusanos que pululaban en sus testículos putrefactos: «Ipsa quoque verenda putrefacta scatebant vermiculis. Putredo testiculorum vermes generabat». Acaba  suicidándose con el cuchillo que usaba para pelar la fruta y los demonios se llevan su alma al infierno (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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El edificio de la calle Cuna, 35
El edificio de la calle Cuna, 41
El edificio de la calle Cuna, 42 
El edificio de la calle Cuna, 45-47
El edificio de la calle Cuna, 48
El edificio de la calle Cuna, 49
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