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jueves, 13 de junio de 2019

La Iglesia conventual de San Antonio de Padua


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia conventual de San Antonio de Padua de Sevilla.        
     Hoy, 13 de junio, Memoria de San Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor (1231) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].   
      Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia conventual de San Antonio de Padua, de Sevilla.
      La Iglesia Conventual de San Antonio de Padua se encuentra en la calle San Vicente, 91; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
   Dicen que la calle San Vicente se dividía, según la cercanía a la plaza del Museo, en Don Vicente, Vicente a secas y Vicentillo, curiosa clasificación que respondía también al nivel económico de los vecinos de cada sector. En su tramo final se sitúa una de las iglesias sevillanas que ha sobrevivido a más avatares a lo largo de su historia.
   El convento franciscano de San Antonio de Padua se fundó en 1595 como una enfermería de la orden en unos terrenos cercanos al hospital de San Lázaro. Al estar situado extramuros sufrió una de las habituales riadas de la ciudad que lo llevaron a la ruina. Se trasladó el inmueble a un terreno junto al hospital de las Cinco Llagas, lugar de cierta insalubridad donde tampoco duraría mucho la comunidad, ya que a comienzos del siglo XVII se instalarían en su ubicación actual, una tranquila parcela con huertas junto al antiguo hospital de San Pedro y San Pablo. Las obras del nuevo conjunto conventual comenzaron en 1627, participando en el diseño del convento el arquitecto Diego López Bueno, que debió seguir las indicaciones de Andrés de Oviedo, en una edificación que podía acoger hasta ochenta frailes. En 1652 se iniciaron obras para agrandar las dependencias de la enfermería, señalada por los cronistas como una de las mejores de la orden, función que se añadió a las de noviciado y centro de estudios que ha tenía el edificio. La decadencia del conjunto comenzó en 1810 con la invasión francesa, época en la que se perdió el retablo mayor y en la que se emplearon retablos y cajonerías como leña para hacer fuego. Volvieron los franciscanos y llegó a acoger a la comunidad dominica del convento de San Pablo. Después de 1835, con la nueva exclaustración, el deterioro llegó al colmo de convertir el convento en cuartel y en casa de vecinos. El uso siguiente fue fabril, como fundición San Antonio, taller del industrial Narcisco Bonaplata en el que se realizaría, entre otras, la fundición del puente de Triana. Aunque el culto se mantendría en la iglesia, incluso con un colegio de niñas salesianas en sus dependencias adyacentes, los franciscanos no regresaron hasta el siglo XX a su casa. Hoy es sede de la curia, la llamada provincia franciscana de la Bética, habiendo perdido sus claustros, su monumental escalera, la capilla de la Orden Tercera y buena parte de sus riquezas. Aún así, los desvelos de la nueva comunidad, y la presencia de hermandades como la del Buen Fin o la de la Pastora, mantienen buena parte del esplendor de antaño.

   La iglesia debió ser comenzada a principios del siglo XVII, ya que hay noticias de que en 1607 las obras estaban muy avanzadas. La aparición de Juan de Oviedo en los primeros documentos hace suponer que fuera el autor de las trazas originales, obligándose en 1621 Andrés de Oviedo y Antonio Rodríguez a su continuación. En 1631 figuraba como maestro mayor de obras el franciscano fray Marco. La iglesia se terminó en 1641, estando el claustro principal terminado desde 1630. Aún así, algunas obras llegaron hasta el siglo XVIII, como el compás de acceso y la escalera. La iglesia conservada es un airoso templo de tres naves, con crucero y capilla mayor de testero plano. Sobre pilares de ladrillo se levantan tres cuerpos, el bajo con arcos de medio punto, un segundo como tribuna y el tercero, con diferentes vanos que permiten la iluminación. Se cubre la nave central con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones. Las laterales se cubren con bóvedas baídas. En el crucero se sitúan una bóveda semiesférica sobre pechinas, situándose el coro a los pies del templo. Se accede al templo por una puerta lateral a la calle San Vicente, sencillo acceso de líneas simples apenas decoradas por el frontón curvo que las corona, que da acceso a un reducido compás. Destacan hacia el exterior dos monumentales espadañas, siendo la mayor del siglo XVII, con varios paños de azulejos entre los que destaca el que representa la escena de San Antonio recibiendo al Niño Jesús. 

   Preside el interior un monumental retablo mayor procedente del desaparecido convento de San Felipe, que estuvo situado en las cercanías de la iglesia de Santa Catalina. Recrecido y adaptado al nuevo recinto, el retablo es obra de Jerónimo Balbás realizada a comienzos del siglo XVIII, con la colaboración de Pedro Duque Cornejo. Estructurado mediante estípites como elemento sustentante, se compone de banco, un amplio cuerpo dividido en tres calles y ático. En las calles laterales se disponen diversos santos franciscanos de distinta procedencia como San Francisco de Asís, Santa Coleta de Corbie, la terciaria Margarita de Cortone y San Pascual Bailón, así como una talla de Santo Domingo de Guzmán. Preside el retablo la talla de San Antonio de Padua, obra de Felipe de Rivas (1642) conservada del desaparecido retablo original, coronando el ático un Crucificado de finales del siglo XVI. En el cuerpo central, sobre el sagrario, se sitúa la imagen de la Virgen de la Palma Coronada, Dolorosa anónima del siglo XVII que es titular de la hermandad penitencial que reside en el templo. El otro titular, el Cristo del Buen Fin, recibe culto en un retablo neoclásico que está situado en el brazo izquierdo del crucero. Es una notable imagen de Sebastián Rodríguez, estando documentada su realización en 1645. Fue un encargo de la hermandad penitencial que había sido fundada en 1593 en la iglesia de San Juan de la Palma y que, tras residir en el hospital de alarifes de San Andrés, pasó al convento de San Antonio de Padua, donde se vinculó con el gremio de curtidores. En 1671 perdieron sus fines penitenciales, transformándose en una de esclavitud que llegó a desaparecer en el siglo XIX. Complicada fue su refundación, ya que se inició en 1882 por un grupo de devotos que acabaron trasladándose a la parroquia de San Pedro, donde darían lugar a la cofradía del Cristo de Burgos. Definitivamente la hermandad renacería en 1908, llegando en el siglo XX a crecer notablemente en patrimonio, en fines asistenciales (Centro de Estimulación Precoz Cristo del Buen Fin) y en número de hermanos. En el año 2005 fue coronada canónicamente la Virgen de la Palma. En el mismo brazo del crucero está un retablo barroco policromado que cobija a la imagen de la Divina Pastora, talla atribuida tradicionalmente a Montes de Oca (siglo XVIII), que procede de la cercana iglesia parroquial de San Lorenzo. En el mismo muro izquierdo se sitúan retablos de diversa factura entre los que destacan una imagen de San Antonio de Padua del siglo XVII, otro con talla moderna de la Virgen de Guadalupe con un Niño Jesús cercano al estilo de Felipe de Ribas (quizás procede del antiguo retablo mayor) y una dolorosa neoclásica de candelero en la última capilla.

   En el muro derecho, en la parte del crucero, un retablo neoclásico (donde estuvieron las imágenes de la hermandad del Dulce Nombre hasta 1960) acoge una talla contemporánea de la Inmaculada, obra de fray José de Córdoba. Le sigue un retablo barroco que cobija a la Virgen de los Ángeles, del siglo XVIII, titular de la desaparecida capilla de la Orden Tercera. Tras pasar el dintel de la puerta de acceso se sitúa, en un retablo neoclásico, un interesante grupo de Santa Ana, la Virgen y el Niño, curiosa iconografía de origen centroeuropeo conocida como Santa Ana Triplex. En el mismo retablo destaca una imagen de San Sebastián que se suele atribuir al círculo de Benito Hita del Castillo, ya en el siglo XVIII. Y al final de la nave, en otro retablo neoclásico, se sitúan las imágenes de Nicodemo y José de Arimatea, tallas de Álvarez Duarte (1970) que procesionaban a los pies del Cristo del Buen Fin (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla, Almuzara, 2010).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia;
HISTORIA Y LEYENDA
   San Antonio de Padua que es, después de San Francisco de Asís, el más popular de los santos franciscanos, más bien debería llamarse San Antonio de Lisboa, puesto que nació en dicha ciudad en 1195 y sólo pasó en Padua los dos últimos años de su vida. Aunque de origen portugués, fue acaparado por Italia.
   Después de haber estudiado en el convento de Santa Cruz de Coimbra, en 1220 ingresó en la orden de los hermanos menores, donde cambió su nombre de pila, Fernando, por el de Antonio. Buscó el martirio en Marruecos donde cinco franciscanos acababan de ser asesinados, pero derrotado por la fiebre se lo obligó a reembarcar. La tempestad lo arrojó a las costas de Sicilia y se dirigió a Asís, cuna de su orden.
   A partir de entonces se dedicó a la predicación. Después de haber enseñado teología en Bolonia, recorrió el sur y el centro de Francia, predicó en Arles, Montpellier, Puy, Limoges y Bourges.
   En 1227 participó en el capítulo general de Asís. En 1230 se ocupó de la traslación de los restos de San Francisco. Predicó en Padua y allí murió a los 36 años, en 1231.
   Durante el siglo XIII permaneció en la sombra de San Francisco. Su leyenda se formó y difundió en el siglo XV, gracias a los sermones de San Bernardino de Siena. Por otra parte, su vida legendaria es un calco de la atribuida a San Francisco de Asís, quien se le habría aparecido mientras predicaba en un convento de los franciscanos de Arles.
   Tal es el caso de la Predicación a los peces. Un día, en Rímini, sobre la costa del Adriático, San Antonio predicaba sin éxito ante una asamblea de heréticos. Como su audiencia hacia oídos sordos, se dirigió a la playa y comenzó a predicar a los peces. Apenas hubo comenzado, cuando innumerables peces de todos los tamaños llegaron aprisa, apretujándose unos contra otros y disponiéndose según sus tamaños, de manera que sus cabezas salían del agua. El santo les habló de la bondad del Creador hacia ellos; luego los despidió, como en la misa (ite, missa est) dándoles su bendición.
   Es evidente que esta pintoresca fábula ha sido inventada para formar pareja con la Predicación de San Francisco a los pájaros.
   Otro tanto ocurre con el motivo de la Virgen entregando el Niño Jesús a San Antonio de Padua, que forma pareja con la Aparición de Cristo Serafín a San Francisco en la escena de la Estigmatización.
   San Antonio de Padua es esencialmente un taumaturgo. En Italia se lo llama Il Taumaturgo, en España, El Milagrero.
   Pero los milagros que se le atribuyen al santo no son nada originales: la mula que se arrodilla ante la hostia, el recién nacido que nombra a su padre, la pierna cortada que vuelve a pegarse… son tópicos  de la literatura hagiográfica. El milagro de la mula, hermana de la borrica del profeta Balaam y del asno del pesebre de Belén, habría ocurrido en la localidad de Bourges.
   Un judío llamado Guillard (es aquel que, después de su conversión, habría fundado la iglesia de Saint Pierre le Guillard) se negaba a admitir la presencia real de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Prometió creer en ello si una mula situada, como el asno de Buridán, entre una ración de avena y una hostia, se inclinaba ante el Santo Sacramento. Con sus plegarias y oraciones San  Antonio consiguió la genuflexión de la mula y de inmediato el incrédulo abjuró de su error.
   El niño recién nacido que habló está copiado de las leyendas de San Ambrosio y de San Briccio. Un marido que sospechaba la infidelidad de su mujer no quería reconocer al niño que creía nacido de una relación adúltera. San Antonio tomó el recién nacido en brazos y le ordenó que dijese el nombre de su padre. El niño, fajado y envuelto en pañales, respondió con la voz de otro de diez años: “He aquí a mi padre”.
   El milagro de la pierna cortada es una copia de la leyenda de los santos médicos Cosme y Damián, o de San Eloy, y los dominicos la atribuyen a San Pedro Mártir. Un joven de Padua confiesa haber dado una patada a su madre en un momento de cólera. San Antonio le dice: “El pie que ha golpeado a un padre o a una madre debería ser cortado.”  De inmediato, el joven que se toma la reprimenda al pie de la letra, se corta el pie. El santo, conmovido por su arrepentimiento, lo curó haciendo la señal de la cruz.
   La lista de estos milagros, que durante mucho tiempo alimentaron el repertorio de la pintura italiana, está lejos de agotarse. Citemos además el descubrimiento del corazón del avaro, que se encuentra en su arquilla o caja de caudales, simple ilustración de un sermón acerca de la avaricia, falsamente atribuido a San Buenaventura (Este sermón es rechazado como apócrifo por los editores de las Obras Completas de San Buenaventura [S. Bonaventurae Opera omnia], publicadas por los franciscanos en Quaracchi, cerca de Florencia), la resurrección de un niño que su madre había dejado caer en un caldero de agua hirviente creyendo que lo acostaba en la cuna, el milagro del vaso de vidrio que un caballero deja caer al suelo desde un balcón sin que se rompa, el sermón oído a distancia por una mujer que no había podido acudir a la iglesia, ejemplo de teleaudición.
CULTO
    Fue canonizado sólo un año después de su muerte, en 1232.
   Hasta finales del siglo XV, el culto de San Antonio permaneció localizado en Padua, que le edificó una magnífica basílica de cúpulas, denominada Il Santo, el santo por excelencia. A partir del siglo siguiente se convirtió, en principio, en el santo nacional de los portugueses, que ponen bajo su advocación las iglesias que edifican en el extranjero; y luego en un santo universal. Tiene dos iglesias bajo su advocación en Madrid: la de San Antonio de la Florida y la de San Antonio de los Alemanes.
   La devoción del pan de San Antonio es de origen relativamente reciente.
   Se lo invocaba para el salvamento de los náufragos y la liberación de los prisioneros. En la actualidad se lo invoca sobre todo para recuperar los objetos perdidos.
   La imaginería popular lo califica de abogado de los objetos perdidos.
   No obstante ¡curioso fenómeno! No existe la menor huella de ese patronazgo antes del siglo XVII. Se ha preguntado con frecuencia por qué misteriosas razones la devoción popular lo había elegido para ese oficio, puesto que son otros los santos a quienes la tradición les atribuye el milagro del anillo, de la bolsa o de la llave encontrados en el vientre de un pez. Según Guy Coquille, que escribiera en 1612, habría que ver en ese fenómeno el efecto de un mal juego de palabras con su nombre: antiguamente se lo llamaba Antonio de Pade o de Pave, abreviatura de Padua (Padova). De ahí, a atribuirle el don de recuperar los épaves (En francés, pecios, bienes mastrencos, objetos perdidos. La palabra epave [del latín expavidus, austado] se aplicaba primitivamente a los animales extraviados), es decir, los bienes perdidos, extraviados, cuyo propietario se ignora, no había más que un paso que dio la etimología popular, que cuenta en su activo con muchos otros chistes del mismo género.

   Según otra explicación, un novicio le habría robado el salterio y él pudo conseguir hacérselo devolver.
   Los fabricantes de porcelana de la localidad de Nevers lo habían adoptado como patrón porque convirtió a un herético impidiendo que un vaso arrojado al suelo se rompiese.
   Los marinos portugueses lo invocaban para tener buenos vientos en las velas. Y para mayor seguridad, fijaban su imagen en el mástil del barco hasta que sus ruegos fueran satisfechos.
ICONOGRAFÍA
   No poseemos ningún retrato auténtico de San Antonio de Padua. Según un cronista paduano, no tenía nada de la ascética delgadez de San Francisco. Por el contrario, era de talla inferior a la media y muy corpulento, con una cabeza redonda y un vientre de hidrópico. Pero el arte no ha tenido en cuenta esos testimonios y le concedió el mismo aspecto demacrado de San Francisco. El dominico Santo Tomás de Aquino, que también era obeso, fue idealizado de la misma manera.
   Está representado con hábito de franciscano, ceñido a la cintura por un cíngulo.
   Los atributos muy numerosos que se le asignan son en su mayoría tardíos y casi todos copiados, igual que sus milagros, de otros santos.
Las llamas que brotan de su mano proceden de una confusión iconográfica con su homónimo, San Antonio Abad, el anacoreta de Egipto que curaba el fuego de San Antón (el ejemplo más antiguo se encuentra en un fresco de Agnolo Gaddi en la iglesia de S. Croce de Florencia). El corazón inflamado que sustituyó luego a las llamas, viene de San Agustín.
La rama de lirio, símbolo de pureza, parece ser un esqueje tomado de su panegirista, San Bernardino de Siena. En todo caso puede comprobarse que el lirio abierto no se le concedió como atributo antes de 1450, fecha de la canonización de San Bernardino.
El Niño Jesús, sentado o de pie sobre un libro, en alusión a la Aparición que tuvo en su habitación, se convirtió en su atributo más popular, pero solo a partir del siglo XVI. Y el arte barroco de la Contrarreforma lo puso de moda. Representado así, con el Niño a quien adora o acaricia, recibe de sus devotos alemanes el nombre familiar de Kindtoni.
A esos atributos se suman el crucifijo floridolos peces escuchando el sermón y la mula arrodillada ante la hostia.
Por último, a veces se lo ve colgado como un estilita en las ramas de un nogal que había plantado en su celda, y desde el cual conversa con fray León y San Buenaventura, sentados a los pies del árbol (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Horario de apertura de la Iglesia conventual de San Antonio de Padua:
           Ver Horario de misas.

Horario de misas de la Iglesia conventual de San Antonio de Padua:
     Miércoles: 20:30
     Domingos: de 12:30

Página web oficial de la Iglesia conventual de San Antonio de Padua:  www.hermandadbuenfin.es/hermandad/sede-canonica

La Iglesia conventual de San Antonio de Padua, al detalle:

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