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domingo, 30 de junio de 2019

La Plaza de España, de Aníbal González, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa

     Por Amor al Arte, Déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Plaza de España, de Aníbal González, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa, de Sevilla. 
   La plaza de España es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur, y se encuentra delimitada por las avenidas de Isabel la Católica, de Portugal, del Gran Capitán, la calle Nicolás de Alpériz, y la plaza del Ejército Español.
   La plaza responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario
   La vía, en este caso una plaza, está dedicada al estado español, nuestro país: España.
   Fue conocida con este nombre desde que fue concebida y proyectada su construcción en 1914 y así figura en los planos de la época. Su nombre respondía al papel central que había jugado España en el Des­cubrimiento y Colonización de América, justificación de la Exposición Hispano-Ame­ricana, denominada oficialmente a partir de 1923 Feria Ibero-Americana, tras la incorporación a la misma de Portugal y Brasil. Entre los organizadores del Certamen existió desde el comienzo la idea de crear una plaza dedicada a España. Ya Rodríguez Caso proyectó en 1909 una cuadrada, siguiendo el modelo castellano, uno de cuyos lados sería la fachada de la anterior facultad de Derecho en el edificio de la Fábrica de Tabacos. En 1912 se falló el concurso que premiaba el proyecto de Aníbal González Álvarez-Ossorio, en que la plaza seguía siendo rectangular y habría ocupado el Prado de San Sebastián. La eliminación del stadium proyectado dio ocasión para que se decidiera aprovechar este espacio, más próximo al parque de María Luisa. Aníbal González reelabora la idea y proyecta una semicircu­lar abierta hacia el río, a través de una gran avenida (actual Rodríguez Caso), y que de alguna manera permitiera celebrar actos y grandes concentraciones, incluso deportivas. Esta determinación aislaba a la Exposición de la ciudad dejando un espacio vacío, el Prado de San Sebastián, que servía para la Feria de Abril. La plaza se inscribiría en un triángulo isósceles cuyo lado mayor se ado­sa al parque por la actual avenida de Isabel la Católica y los lados menores son las avenidas de la Borbolla y Portugal.
   El proyecto, tanto las construcciones como el espacio abierto, fue concebido de forma unitaria como un conjunto de tres edificios unidos por brazos curvos, inspirados en Palladio, y rematado en sus extremos con dos esbeltas torres. Los edificios y galerías circunscriben un espacio semicircular con una gran explanada central rodeada por una ría o estanque. Paralela a ésta existe una amplia terraza a la que se accede por cua­tro puentes. La extensión de la plaza es de 50.000 metros cuadrados, de los que 19.000 están edificados. Las obras comenzaron en 1914 y se prolongaron hasta 1928, siendo los periodos de mayor actividad entre 1923 y 1926 en que llegaron a trabajar simultáneamente hasta mil obreros. El proyecto y la dirección de obra fue de Aníbal González hasta 1926 en que dimitió, siendo sustitui­do, cuando ya estaba casi finalizada, por Pedro Sánchez Núñez con la colaboración de José Granados. El edificio está construido con materiales tradicionales de Sevilla, com­binando el ladrillo, la cerámica, el mármol y el hierro. La obra fue elaborada por cualificados artesanos sevillanos, y constituyó una verdadera escuela de aprendices.  
   La plaza de España representa la culminación del estilo sevillano que desarrollara Aníbal González dentro de la corriente historicista de la que es la máxima expresión y síntesis, con la utilización de las formas renacentistas, platerescas y barrocas. La fuente, que no existía en el proyecto original, fue diseñada en 1927 por Vicente Traver. El proyecto de jar­dinería que unía la plaza con el parque, fue realizado por Forestier, que ya había diseñado el parque de María Luisa. El espacio central, de forma elíptica, está pavimentado de chinos blancos y grises formando guirnaldas en dos círculos que dejan en el centro la fuente; está rodeado por una calzada de losetas de asfalto prensado destinada a la circulación de vehículos, limitada a su vez por otra más amplia de chino lavado formando cuadros, donde se levantan farolas de candelabro de tres brazos con faroles troncocónicos y se diponen bancos de cerámica e hierro. Entre ésta y la ría existe un parterre en el que hay sembrados árboles de poco crecimiento. El otro gran paseo lo constituye una amplia calzada al otro lado de la ría de la que está separada por una balaustrada neorrenacentista. El pavimento es de losetas de cemento de colores formando figuras geométricas. Desde 1970 se ha reparado la ría en varias ocasiones, impermeabilizándola por el peligro que supone para la cimentación. Desde 1985 se han restaurado muchos elementos deteriorados y se ha dotado de barandilla cerámica al paseo de la avenida de Isabel la Católica junto a la ría.
   El edificio central, hoy Capitanía, es de planta cuadrada, centrado sobre un patio con paredes adelantadas sobre la línea de fachada. A ambos lados, equidistantes de los extremos, se abren las puertas de Aragón y Navarra, por las que se accede a dos monumentales escaleras que rompen también la línea de fachada. Los extremos están re­matados por sendos edificios de base cuadrada de tres plantas; junto a ellas, pero separadas, se encuentran las torres norte y sur, de 90 m. de altura, cerrando el eje dia­metral abierto al parque, aunque fueron diseñadas de mayor altura. El conjunto fue proyectado como Universidad Obrera y se pensó dedicar el edificio central a Escuela de Artes y Oficios y las naves para talleres y almacenes. En 1924 tras la cesión del edificio al Gobierno central, se pensó utilizarlo como sede del Colegio Mayor Hispano-­Americano; durante el Certamen se ubicó el pabellón de Actos y Fiestas. Después de la guerra civil se instaló la Capitanía General de la II Región, actualmente Región Sur. 
    Los edificios de los extremos fueron proyectados como Museos Artístico e Industrial, siendo instalados posteriormente el Gobierno Civil (norte) y la Jefatura de la Zona de la Guardia Civil (sur). Tras la creación de la Comunidad Autónoma se situó en éste último la Delega­ción del Gobierno en Andalucía y en el otro se ubica la Comisaría del Pabellón de Espa­ña en la Exposición Universal de 1992. Las naves que unen estos edificios están ocupadas por las direcciones provinciales de diversos ministerios y organismos autónomos del gobierno de la nación. La zona más frecuentada la constituyen los bancos de las provincias, espacio acotado en forma de U que recoge en azulejos escenas históricas de cada una de ellas, anaqueles en cerámicas y un mapa en que aparecen las principales poblaciones. Es muy frecuente ver a los visitantes buscar el banco correspondiente a su provincia para localizar su localidad de ori­gen. Los días soleados se llena de público que pasea en bicicleta, en un pequeño coche de caballo y en barcas por la ría. Esta afluencia es masiva los domingos y días fes­tivos.
   En la explanada y en conexión con la avenida de Rodríguez Caso, se han insta­lado en numerosas ocasiones estructuras metálicas donde se han representado espec­táculos teatrales de danza y música organizados desde 1966 por Festivales de España, junto a pruebas deportivas. Asimismo ha sido centro de demostraciones políticas, re­ligiosas y militares. Tras la iniciación de la guerra civil (1936 - 1939) fueron varias las concentraciones paramilitares de Falange Española y de exaltación del Movimiento Nacional; en 1951 se recibió multitudinariamente a la Virgen de Fátima en su peregrinar por España, y en 1968 fue clausurado el Con­greso Eucarístico de Sevilla presidido por Franco y su gobierno y un numeroso grupo de cardenales y obispos; las Fuerzas Armadas han celebrado también en los últimos años el Día de la Bandera. Los bomberos han hecho demostraciones, en varias ocasiones, el día de su patrón san Juan de Dios. En los años cincuenta, hasta el traslado de la feria a Los Remedios, se instalaban fuegos artificiales. Este conjunto constituye una obra muy notable, síntesis de la arquitectura sevillana y se considera el elemento más característico de la Sevilla moderna, referencia obligada para todos aquellos que visitan la ciudad y elemento simbólico de la misma. [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Biografía de Aníbal González, autor de la obra reseñada;
     Aníbal González y Álvarez-Ossorio, (Sevilla, 10 de junio de 1876 – 31 de mayo de 1929). Arquitecto.
     Fue el primero de los tres hijos del matrimonio formado por José González Espejo y Catalina Álvarez- Ossorio y Pizarro. Se tituló como arquitecto en 1902 en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, superando la reválida de sus estudios con el número uno de su promoción. Su formación respondió a los fundamentos tradicionales entonces imperantes, provenientes del origen académico de ese título, y que se puede constatar por la naturaleza de sus trabajos escolares que se han conservado. Figuras clave de esa formación fueron Ricardo Velázquez Bosco y Vicente Lampérez y Romea, arquitectos esenciales del panorama español de entonces.
     Su vocación arquitectónica se manifestó tempranamente y se vio acrecentada con los años. Daban prueba de ello tanto su biblioteca como sus viajes, siempre vinculados a los intereses disciplinares, y se aprecia con plena nitidez en el éxito de sus estudios y en su temprana actividad, aun cuando era estudiante, en el pabellón que llevó a cabo en la Exposición de Pequeñas Industrias que, en 1901, se celebró en el Retiro madrileño. Al siguiente año realizaría un anteproyecto para Palacio de Exposiciones de Bellas Artes en los sevillanos jardines del Cristina. También en ese año de 1902 redactó una Memoria acerca de la reorganización del servicio de incendios de Sevilla, que presentó al alcalde de la ciudad, siendo acompañado por Nicolás Luca de Tena, a cuya familia estaba ligado por lazos familiares, lo que resultaría ser decisivo para su vinculación tanto a la sociedad y las instituciones sevillanas como a los gobiernos del reinado de Alfonso XIII. Por otra parte, su matrimonio con Ana Gómez Millán, hija del constructor y maestro de obras José Gómez Otero, significaría su conexión con una de las sagas arquitectónicas más prolíficas de Sevilla.
     Los arquitectos activos entonces eran pocos, y la disposición y cualidades que adornaban al joven González, le habilitaron, junto con las circunstancias referidas, para una pronta fortuna en el ejercicio de la arquitectura. De inmediato se le encargó llevar a término un proyecto de cárcel celular, y estuvo en disposición de iniciar sus primeros encargos privados de diverso tipo, especialmente viviendas, que le ocuparon ya durante la primera década del novecientos. Así, las casas de la calle Alfonso XII y Almirante Ulloa; la reforma del edificio de la calle Monsalves, la de Martín Villa esquina a Santa María de Gracia; la desaparecida central térmica del Prado de San Sebastián y la subcentral de la calle Feria, para la naciente Compañía Sevillana de Electricidad, o la fábrica de la calle Torneo, hoy rehabilitada como Instituto de Fomento de Andalucía; el grupo escolar Reina Victoria en Triana; panteones en el cementerio de San Fernando, o sus primeros proyectos en Aracena debidos a su vínculo con la familia Sánchez- Dalp, como el casino Arias Montano.
     En esa primera década no permaneció ajeno a las corrientes innovadoras que entonces afloraban en Europa, y que en España se reconocen en el modernismo catalán. Algunas de las obras citadas lo manifiestan, pero tal experimentación estilística se inscribía dentro de las habilidades que su formación y la cultura predominante configuraban bajo un eclecticismo historicista, en el que, como un estilo más, llevó a muchos de los arquitectos jóvenes de entonces a ensayar formas que pudieran identificarse con el espíritu de los tiempos nuevos. No obstante, el carácter conservador de las ideas subyacía, y la obra de Aníbal González estaba destinada a figurar destacadamente dentro del panorama nacional de la arquitectura de intención tradicional que, más allá del historicismo, contribuyó a procurar una salida a la crisis del noventa y ocho en el filón de las identidades diversas de los pueblos de España, dando lugar a lo que se conoce como regionalismo, teniendo en la arquitectura una de sus manifestaciones más notables, especialmente en la dualidad del norte y del sur de la Península, la arquitectura montañesa y vasca, por una parte, y por otra lo que vino en denominarse “estilo sevillano”, en el que Aníbal González se reconoció y fue reconocido en toda España, por más que otros arquitectos locales, como Juan Talavera o José Espiau, contribuyeran igualmente a fortalecerlo.
     Esa construcción cultural, si fuera de Sevilla produjo admiración, en la ciudad propició una rara identificación social con la arquitectura. Y para ello, el acontecimiento que lo canalizó fue la Exposición Iberoamericana, celebrada en 1929 pero iniciada como objetivo ciudadano veinte años antes, tras los festejos “España en Sevilla”, organizados en la primavera de 1909, y a cuya conclusión lanzaría la idea Luis Rodríguez Caso. El objetivo de una Exposición Hispano- Americana, como fue originalmente denominada, se traduciría en un concurso convocado en 1911, y del que resultaría ganador Aníbal González, bien es cierto que con una muy escasa participación, ausentes los demás arquitectos sevillanos.
     Su vida, que se vio truncada poco antes de que tuviera lugar la inauguración del certamen, el 31 de mayo de 1929, quedó vinculada al proyecto general y a las obras que resultarían más relevantes: la plaza de América y la plaza de España. Supo compaginar una amplísima actividad profesional, centrada en Sevilla, pero con ejemplos diseminados por distintas poblaciones, especialmente de la baja Andalucía, aunque también fuera de ella, como el edificio proyectado para ABC en la Castellana de Madrid, cuya fachada sobrevive como muestra definitiva de la admiración y apoyo que siempre encontró en la familia Luca de Tena.
     Su trayectoria en Sevilla es difícil de resumir: proyectos urbanísticos (como el del cortijo Maestrescuela, que originaría el barrio de Nervión); viviendas aisladas en áreas de crecimiento de la ciudad (en el Porvenir o en la Palmera); casas familiares urbanas (por ejemplo, en la calle de San José esquina a Conde de Ibarra, calle de Almansa esquina a Galera o calle de Monsalves esquina a Almirante Ulloa); numerosas casas de renta (paseo de Colón, cuesta del Rosario, calles Cuna, Cuesta del Rosario, Tetuán, Francos o actual avenida de la Constitución); “casas baratas” (Portaceli, Ramón y Cajal o avenida de Miraflores); edificios religiosos (para la Compañía de Jesús en la calle de Trajano, la capillita de la Virgen del Carmen en el Altozano o la basílica de la Inmaculada Milagrosa cuya construcción se interrumpió tras su fallecimiento); panteones (como los de los Luca de Tena, Peyré o González) y otros muchos proyectos y obras, que se pueden cerrar con la referencia a la reforma de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería y su sede en el paseo de Colón. Una serie ingente que, junto a la de otros arquitectos regionalistas, cambió la fisonomía de Sevilla, en ocasiones mediante las alteraciones de aperturas interiores, desde la Campana a la Avenida, en incrementos de alturas y cambios de tipos formales del caserío que, en conjunto, significó una renovación intensa de la ciudad.
     Hay que volver a la Exposición Iberoamericana para comprender sintéticamente la evolución producida en la arquitectura de Aníbal González y completar la glosa de este sevillano. Basta comparar el proyecto premiado en 1911 con los desarrollados posteriormente, incluido el frustrado de la Universidad Hispano Americana, tercera de las grandes obras que se pretendió vincular a la Exposición. Sobre todo, basta comparar la arquitectura de la plaza de América (1911-1919: Pabellón de Arte Antiguo, Pabellón Real y Pabellón de Bellas Artes, con sus jardines) con la de la plaza de España (1914-1928), para apreciar la transición de una concepción pintoresca a otra más monumental; por más que en ambas se contengan las habilidades del dominio ecléctico de los estilos del pasado español y en ambas se desarrollen las aplicaciones múltiples de los oficios y artesanías tradicionales recuperados y potenciados al amparo de las prolongadas obras de la Exposición. De manera que si tuviésemos que elegir un desenlace de su evolución, quizá éste radicara en el virtuosismo con que se desenvolvieron las obras de Aníbal González, en especial las aplicaciones del ladrillo en limpio y su talla.
     La donación a la ciudad de la mayor parte de los jardines desarrollados por los duques de Montpensier y la acertadísima intervención de J. C. N. Forestier, renombrado jardinero y urbanista parisino, en la configuración del parque de María Luisa, constituyen el acontecimiento matriz para el desencadenamiento de la transformación urbana que comportó la Exposición Iberoamericana. Lo que finalmente fue el certamen, por el impulso final producido bajo la dictadura de Primo de Rivera, contravino la idea unitaria que Aníbal González había soñado completar. Pero, por más que aquella quiebra trajera la desilusión, la enfermedad y la muerte de nuestro arquitecto, al apreciar hoy el interés de muchas de las obras proyectadas por otros arquitectos (el casino de la Exposición y el teatro Lope de Vega, de Vicente Traver, o varios pabellones americanos, como los de Argentina de Noel, Chile de Martínez, Perú de Piqueras o México de Amábilis), ello no impide percibir la identidad sustancial que se reconoce a la Exposición de 1929 tres cuartos de siglo después.
    En años de fuerte convulsión social, el fallido atentado contra Aníbal González en 1920 debe ser leído en clave de su extraordinaria relevancia como figura pública. Lamentable en cualquier caso, ese acto respondía a la rara popularidad del arquitecto, intensificándose la identificación de la ciudad con él durante la década final de su vida. Poco antes de morir pronunciaba su conferencia, impresa entonces, sobre La Giralda; el máximo símbolo arquitectónico de Sevilla era descrito con su verbo comedido. La manifestación de duelo popular que le acompañó a su muerte, sólo comparable entonces con la de los ídolos de la tauromaquia, contribuyó a otorgarle la aureola de mito contemporáneo de la ciudad.
     Puede afirmarse que Aníbal González es el arquitecto más estimado en Sevilla a lo largo del siglo XX.
     La consideración popular por sus obras, especialmente las de la Exposición Iberoamericana de 1929, se manifiesta en el modo como se han integrado en el paisaje urbano comúnmente reconocido, y en la valoración que de ellas hacen tanto los sevillanos como los forasteros que visitan la ciudad (Víctor Pérez Escolano, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
   Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Plaza de España, de Aníbal González, para la Exposición Iberoamericana de 1929, en el Parque de María Luisa, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.

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