Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el arco con el panel de la Sevilla y la Romería del Rocío, en la Plaza de España, de Sevilla.
Hoy, 19 de mayo, es la Solemnidad de Pentecostés, día en el que se concluyen los sagrados cincuenta días de la Pascua y se conmemoran, junto con la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en Jerusalén, los orígenes de la Iglesia y el inicio de la misión apostólica a todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para ExplicArte el arco con el panel de la Sevilla y la Romería del Rocío, en la Plaza de España, de Sevilla.
La Plaza de España [nº 62 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; nº 31 en el plano oficial de la Junta de Andalucía; nº 1 en el plano oficial del Parque de María Luisa; y nº 11 al 21 en el plano oficial de la Exposición Iberoamericana de 1929], se encuentra en el Parque de María Luisa [nº 64 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla]; en el Barrio de El Prado-Parque de María Luisa, del Distrito Sur.
La plaza de España consta de cuatro tramos de catorce arcos cada uno, en cuya parte inferior se sitúan bancos de cerámica dedicados a cada provincia española. Flanquean el conjunto dos torres, denominadas Norte y Sur, intercalándose tres pabellones intermedios, que corresponden a la Puerta de Aragón, la Puerta de Castilla y la Puerta de Navarra. El central o Puerta de Castilla es de mayor envergadura y alberga la Capitanía General Militar.
La estructura de cada banco provincial consiste en un panel frontal representando un acontecimiento histórico representativo de la provincia en cuestión, incluyendo por lo general escenas con los monumentos más representativos de la ciudad o provincia.
Flanquean el conjunto anaqueles de cerámica vidriada, destinados originalmente a contener publicaciones y folletos de la provincia en cuestión. Rematando el banco aparece un medallón cerámico en relieve con su escudo. En el suelo se reproduce en azulejos el plano de la provincia y sus localidades más destacadas.
Entre los arcos figuran los bustos en relieve de los personajes más importantes de la historia de España. La ejecución de la mayoría de los mismos corrió a cargo del escultor ceramista Pedro Navia Campos.
La Exposición Iberoamericana tuvo sus motivaciones políticas y propagandísticas, y éstas influyeron en algunos detalles. Respecto a las escenas históricas representadas en los bancos de las provincias, algunos de ellos fueron retirados precipitadamente en los meses previos a su inauguración por sus incorrecciones históricas o su inconveniencia política, ya que se consideró que no sintonizaban con la idea de unidad y paz que pretendía proyectar el recinto monumental.
Al principio y final de cada tramo, encontramos unos paneles dedicados a Sevilla, que por ser la ciudad anfitriona, no dispone de banco propio, parecido a los respaldos de los bancos.
Estos tableros tendrán una composición y decoración simétrica según su colocación y en los dos centrales, el mapa será sustituido por sendas fuentes. De las ocho escenas seleccionadas, dos están dedicadas a los toros: una en la dehesa y la otra en la plaza; cuatro a las fiestas de la ciudad, tanto religiosas como paganas: la Semana Santa, la Romería del Rocío, las Cruces de Mayo y la Feria de Abril; y otros dos reproducen óleos del pintor sevillano Gonzalo Bilbao.
Todos ellos, excepto los taurinos, están compuestos a modo de una especie de tríptico, y sobre todos ellos, dentro de un tondo en alto relieve, aparece el escudo de Sevilla.
En el panel de la Sevilla y la Romería del Rocío, situado entre el banco de la provincia de Jaén y la Puerta de Castilla (Capitanía General), diseñado en estilo barroco, presenta una composición similar a los demás dedicados a Sevilla, y está dividido entre franjas horizontales y tres calles verticales, mayor la central y aquí con las laterales formando un arco de medio punto sostenido por columnas salomónicas. El motivo central representa el Regreso de las carretas de la romería del Rocío, según boceto de Andrés Martínez de León, en el lado izquierdo aparece el arco de la calle Miguel de Mañara y la torre de Don Fadrique en el derecho. Hace pareja con el panel de la Sevilla de las Cruces de Mayo. El paño central original, de mediados de la década 1920, fue pintado por Manuel Baena en la fábrica de la Vda. e Hijos de Ramos Rejano, el resto del panel es de la fábrica de la Vda. de Tova Villalva. El motivo central se sustituyó en 2006 por el ejecutado en la Escuela taller Plaza de España, que restauró el resto del panel in situ. En esta ocasión el mapa es sustituido por una fuente de cerámica en cuyo suelo aparecen motivos del folklore local: carreta del Rocío, pareja típica de campo, caballista y flamenca y toro con garrochista. Se colocó en la restauración de 1992 y está firmado por Juan Francisco Velasco Ruiz, quien cita: "basado en mural de C. Santana. La Laboriosa 92. JF Velasco". Cierra el segundo tramo de bancos ante el edificio central, actual Capitanía General (www.retabloceramico.org).
La Pentecostés
Puede parecer ilógico a primera vista incluir la Venida del Espíritu Santo en el cielo de la Glorificación de Cristo, puesto que Cristo está ausente en esta escena, y los Apóstoles se reúnen alrededor de la Virgen.
Pero es Cristo resucitado quien envía el Espíritu Santo a los apóstoles, y la Virgen, a pesar del lugar que se le atribuye en el centro del grupo, sólo tiene un papel secundario en esta escena de glosolalia, donde ella es la única que se mantiene en silencio. El protagonista invisible es Cristo, quien infunde el Espíritu Santo en los apóstoles, para permitirles hablar todas las lenguas necesarias para la predicación del Evangelio entre los gentiles, aunque no las hayan estudiado nunca.
Por otra parte, basta leer el Evangelio de san Juan para comprender cuál era el pensamiento de los apóstoles. Jesús les promete que una vez desaparecido de esta tierra, no los dejará huérfanos, sino que les enviará de parte del Padre otro consolador, el Paracleto o el Espíritu de verdad, que estará con ellos eternamente (Juan, 14: 16 y 15: 26). Y en otra conversación que se sitúa después de la Resurrección (20: 21 - 22), vuelve aún más explícitamente acerca de esta misión: «Como me envió mi Padre, así os envío yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.» La misma idea está expresada en el Evangelio de Mateo, a propósito de la predicación de San Juan Bautista (3: 11): «Yo, cierto, os bautizo en agua con vistas a la penitencia; pero en pos de mí viene otro más fuerte que yo ( ...) él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego.»
De manera que es Cristo quien en verdad otorga el Espíritu Santo, y el principal personaje de la Pentecostés; pero no aparece en la escena. Salvo raras excepciones está, como los muertos, presente e invisible.
La Misión encomendada a los apóstoles
Es por un error de interpretación, en efecto, que Émile Mâle creyó reconocer la Pentecostés en el célebre tímpano del nártex de Vézelay, donde un Cristo gigantesco extiende los brazos y muestra las palmas agujereadas de las que irradia luz que ilumina a los apóstoles.
No es el único ejemplo del tema en el arte francés del siglo XII. Aparece por primera vez en Borgoña, hacia el 1100, en una miniatura del Leccionario de Cluny (B.N., París) que ha podido inspirar al escultor de Vézelay. Pero no es particular de esa región, puesto que en la misma época se lo encuentra en una miniatura del Sacramentario de Limoges (B.N., París) y en un fresco de la iglesia de Saint Gilles de Montoire (Loir et Cher), donde pueden verse claramente los rayos rojos que brotan de las llagas sangrantes de Cristo, que se fijan sobre las cabezas de los apóstoles.
El tema representado no es en absoluto la escena que tiene lugar en el cenáculo cincuenta días después de la Pascua, y que es la única que merece, estrictamente, el nombre de Pentecostés; se trata de la Aparición de Cristo resucitado a los apóstoles, quienes reciben de su Señor la misión de evangelizar el mundo.
La fuente no es el relato de los Hechos de los Apóstoles, sino un pasaje del Evangelio según San Mateo (28: 19), reproducido en el suplemento del Evangelio de Marcos (16: 15), donde Cristo dice a sus discípulos: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Ite et docete omnes gentes).»
Las naciones cuya evangelización constituye la misión de los apóstoles, están evocadas de manera pintoresca en el dintel y en los marcos del tímpano de Vézelay, y en las obras similares del siglo XII que son seudos Pentecostés.
También debe procurarse no confundir con la Pentecostés el Descenso del Espíritu Santo sobre los fieles, tema muy infrecuente, cuyo ejemplo más conocido es una página del Libro de Horas de Étienne Chevalier, de Jean Fouquet.
La Pentecostés propiamente dicha
1. Fuentes e Interpretación
A diferencia de los temas precedentes, el relato del milagro no está en los Evangelios sino en los Hechos de los Apóstoles (2: 1 - 41).
«Al cumplirse el día de Pentecostés, estando todos juntos en el lugar, se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse.»
Estupefactos al oír a esos galileos hablar tantos idiomas que les resultaban incomprensibles, los judíos supusieron en principio que se habían embriagado, y que esa súbita glosolalia era el efecto de la borrachera. Pero Pedro replicó que a las nueve de la mañana era demasiado temprano para estar ebrios, y explicó que ese milagro realizaba la profecía de Joel (2: 28): «(....) derramaré mi espíritu sobre toda carne (...)»
Así, en el origen de la Pentecostés encontramos la consumación de una profecía del Antiguo Testamento. Pero la manifestación del Espíritu en forma de soplo, e incluso de tormenta acompañada de relámpagos, es en verdad una creencia común a todas las sectas espiritistas de la antigüedad y de los tiempos modernos. La llama del relámpago en la lengua hebrea se compara con una lengua de fuego, de allí procede la idea de que el Espíritu Santo se había manifestado por el don de lenguas, y que así había dotado a los apóstoles con las habilidades políglotas indispensables para la evangelización de los gentiles.
La Pentecostés aparece como la continuación necesaria de la Misión de los apóstoles y el preludio de su acción, que sin ese milagro les habría resultado imposible. Por ello, esta escena inicia lógicamente el relato de los Hechos de los Apóstoles. Por una curiosa inversión de ideas, la Confusión de las lenguas, que en el Génesis se presenta como un castigo del orgullo humano, aquí se convierte en una gracia concedida por el Espíritu Santo.
En la interpretación prefigurativa de la Biblia, la Venida del Espíritu Santo, que confiere el don de lenguas a los apóstoles, se compara con la Confusión de las lenguas que detiene la construcción de la Torre de Babel.
El don de lenguas acordado a los apóstoles debe reunir a aquellos a quienes la «torre de la confusión» volviera extranjeros. Por sus esfuerzos se elevará un edificio que sin presunción ni locura podrá pretender subir hasta el cielo, y en lugar de desafiar al Señor, aportará la reconciliación del mundo con su Creador. La nueva torre espiritual de la Gracia ya no será construida, como la de Babel, símbolo de la desmesura y el orgullo humanos, con piedras o ladrillos, sino con las virtudes de Cristo Redentor (non lapidibus, sed de virtutibus Christi).
2. Culto
La Pentecostés estaba considerada la fiesta colectiva de los apóstoles. Y se celebraba muy especialmente en Saint Sernin de Toulouse, que se jactaba de poseer reliquias del colegio apostólico.
Además, señalaba la fecha de nacimiento de la Iglesia cristiana (Natale della Chiesa).
En la Edad Media, en Notre Dame de París y en Saint Jacques la Boucherie, se reconstruía el milagro haciendo descender desde lo alto de la bóveda una paloma y trozos de estopa encendida.
3. Iconografía
Se distinguen tres tipos principales, con y sin la Virgen.
l. La Pentecostés con la Virgen
Bizantinos y occidentales coinciden en atribuir a la Virgen el lugar central, aunque no el papel principal.
El hecho no deja de ser sorprendente, puesto que María, al haber recibido en su persona el Espíritu Santo, el día de la Anunciación, no necesitaba recibirlo una segunda vez, tanto más por cuanto no participaba del apostolado. Además, su presencia no se menciona explícitamente en los Hechos de los Apóstoles.
La única justificación de esta tradición iconográfica es un pasaje del capítulo que precede al relato de la Pentecostés (Hechos, 1: 13), donde se dice que los apóstoles reunidos en Jerusalén, en el piso alto, es decir, en la habitación principal de la casa, «perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús...». De ello no debe deducirse en modo alguno que la Virgen estuviese con ellos el día de la Pentecostés. Su presencia es una simple suposición que los teólogos admitieron, y que luego se impuso a los artistas, tanto más fácilmente por cuanto éstos tenían la costumbre de representarla en medio de los apóstoles en la escena de la Ascensión.
Madre adoptiva de San Juan y Reina del cielo, fue considerada muy pronto la reina y la madre espiritual de los doce apóstoles (regina et mater Apostolorum). También puede admitirse que la Virgen sea aquí, como en la escena de la Ascensión, sólo el símbolo de la Iglesia.
Los apóstoles forman un círculo alrededor de la Virgen que preside la asamblea sin participar en el milagro. Encima de las cabezas planea la paloma del Espíritu Santo, que deja caer sobre ellos una lluvia de pavesas o de lenguas de fuego.
De inmediato los doce comienzan a hablar todos a la vez, y gesticulan, convirtiendo el cenáculo en una pequeña torre de Babel. Tienen el gesto de alocución, para indicar que están en condiciones de conversar en diversos idiomas.
Existen representaciones de la Pentecostés donde los doce apóstoles reunidos en la habitación alta y sobrevolados por la paloma del Espíritu Santo están representados sin la Virgen, cuya presencia no está clara mente señalada en los Hechos de los Apóstoles.
Además del grupo de los apóstoles deben tenerse en cuenta dos elementos iconográficos importantes: la irradiación del Espíritu Santo y la representación del Mundo, que los apóstoles, convertidos súbitamente en políglotas, podrán evangelizar.
1. La irradiación o el don de lenguas
En las representaciones de la Pentecostés se han empleado, como es natural, los motivos solares o planetarios que ya hemos visto en la iconografía de los Siete Dones del Espíritu Santo.
El Libro de los Perícopes de la Biblioteca de Munich (siglo XI), simboliza la efusión del Espíritu Santo mediante una rueda inflamada en torno a la cual se agrupan los apóstoles. En la Biblia de Floreffe (siglo XII), los apóstoles están sentados en las molduras inferiores de un enorme disco, y reciben los rayos emitidos por las siete palomas del Espíritu Santo.
A veces la paloma emisora está reemplazada por la Mano de Dios cuyos dedos separados irradian.
La inspiración divina generalmente está simbolizada por una lluvia de lenguas de fuego. Muchas veces, esas lenguas inflamadas toman la forma de cintas o cuerdas que descienden sobre la cabeza de cada uno de los apóstoles (Capitel de la Daurade, en Toulouse).
En ciertas miniaturas bizantinas (Homilías de San Gregorio Nacianceno, B.N., París) se advertirá que el Espíritu Santo no desciende directamente sobre los apóstoles, sino sobre el Trono Venerable (Vacua Sedes, Trono vacío del Juicio Final), donde reposa el libro del Evangelio, y es allí donde rebrotan o rebotan los rayos.
Lo que caracteriza a las representaciones bizantinas de la Pentecostés es que los diferentes pueblos que serán evangelizados en sus respectivas lenguas, están personificados colectivamente por la figura del Cosmos, es decir, del mundo con el aspecto de un rey coronado de pie ante la puerta del cenáculo, que tiene en las manos un lienzo con los doce rollos, que corresponden a las predicaciones de los doce misioneros. Esta alegoría del Cosmos, que traduce el pasaje de las Escrituras acerca del Espíritu de Dios llenando el mundo (Spiritus Domini replevit Orbem terrarum), ha permanecido extraña a la iconografía occidental.
Por error se había creído que ese misterioso personaje representaba al rey David, e incluso al profeta Joel, que hace decir a Yavé (2: 28): «Después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne».
Catálogo
Las representaciones de la Pentecostés son numerosas, tanto en el arte paleocristiano (miniaturas y mosaicos) como en el románico y el gótico; pero se multiplicaron sobre todo a finales de la Edad Media, a consecuencia de la fundación de las cofradías del Espíritu Santo, y luego, en el siglo XVI, a causa de la institución de la orden del Espíritu Santo por Enrique III (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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